La mirada de la ciencia y la mirada de Dios. Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011
El diseño inteligente
y el principio antrópico deslumbran a los científicos
Cada vez es mayor el número de
científicos que muestran su asombro ante la evidencia de que el universo parece como si se desarrollara
de acuerdo con un plan inteligente. Este argumento del diseño inteligente, curiosamente
abandonado por los teólogos tras
las críticas procedentes del darwinismo, es ahora recogido por la Ciencia,
que sugiere además que la existencia
de organismos conscientes es un rasgo fundamental del universo. Parece como
si todo estuviera hecho para ser observado por seres inteligentes.
El filósofo Anthony Flew, tras 50 años de ateísmo, declara: “Creo que los orígenes de las leyes de la
naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente
inteligente. La carga de la prueba recae sobre los que argumentan lo contrario
(…) Cada año que pasa, y según descubrimos la riqueza de la inteligencia
inherente a la vida, menos posible parece q una sopa química pueda generar por
arte de magia el código genético”.
Richard Smalley, Nobel de Química, muestra también su admiración
ante el principio antrópico: cada vez aparece con mayor claridad a la
Ciencia que el universo está exquisitamente ajustado para hacer posible la vida
humana.
Por su parte, Paul Davies, que ha sido profesor en el Centro de Astrobiología de
Australia, y ahora en la Universidad de
Arizona, defiende que las condiciones
físicas que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan increíblemente
ajustadas que hacen inviable
atribuir la existencia humana al simple juego accidental del azar o de
fuerzas ciegas. Es necesario algún plan superior capaz de explicar la vida
humana.
La posibilidad de que desde el
origen del Universo (14 mil millones de años) se produzcan al azar los miles de
millones de coincidencias, mutaciones y combinaciones necesarias para dar
origen a un organismo humano es ínfima: se ha podido calcular con potentes
ordenadores y es muy inferior a 1 entre mil millones.
Muchos científicos concuerdan en
esto: la aparición de la vida depende de unas propiedades favorables de la
física tan específicas que no pueden sino ser deliberadas por una
inteligencia superior. Es casi inevitable pensar que nuestra inteligencia es
imagen de una inteligencia superior. Para el astrónomo y matemático Fred Hoyle, esta teoría –aunque apoyada
en razones sicológicas más que científicas- es tan obvia que hay que
preguntarse por qué no es ampliamente aceptada como evidente por la comunidad
científica. Quizá hay que ver aquí uno de esos casos de miedo a la disidencia
respecto a lo políticamente correcto: el miedo a verse aislados
profesionalmente.
La fe en un Dios
sabio y racional hizo posible el nacimiento de la ciencia moderna
Davies reconoce también la influencia decisiva del cristianismo en el nacimiento de la ciencia moderna: los pioneros de la ciencia moderna eran
cristianos, y como tales pensaban que la
naturaleza, como obra de Dios, era racional y que, por tanto, se podría
investigar científicamente.
Subraya el doctor Martínez Caro que es un hecho
incontestable que la ciencia moderna tuvo sus orígenes entre los siglos XIII y
XVII, gracias a una matriz cultural
cristiana: la de Europa, que vivía siglos de fe. Por su fe cristiana, los
europeos se consideraban cuidadores de la obra de su Padre Dios, infinitamente
sabio y racional, que ha creado un mundo lleno de orden y de leyes, y al
hombre a su imagen y semejanza, y por
tanto partícipe de la inteligencia divina y capaz de conocer el mundo.
De hecho en esa fe se apoyan
incluso los científicos que dicen no ser creyentes: todo el desarrollo de la
ciencia está basado en la fe en la existencia de leyes matemáticas seguras,
inmutables, universales, que rigen el universo. Fe en que no fallarán, aunque
desconozcamos su origen. La teoría de
que la existencia de leyes no obedece a razón alguna es tremendamente contraria
a la razón, y sobre ella debe caer la carga de la prueba.
Frente a ese origen cristiano de
la ciencia, algunos alegan que también los chinos inventaron cosas: cohetes,
brújulas… Pero no se cae en la cuenta de que fueron incapaces de formular ni
una sola ley física. Y el motivo es sencillo: habían perdido desde muy temprano
la creencia en un Creador personal y racional, fundamento de la
racionalidad última del Universo.
La religiosa creencia del nuevo ateísmo en que en el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia”
( Richard Dawkins) es realmente
heladora e inhumana. En cambio, lo que sabemos por la fe cristiana acerca de
nuestro origen es mucho más reconfortante. Lo ha recordado Benedicto XVI
recientemente con palabras precisas y bellas: “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios, querido,
amado y necesario”. Gracias a este convencimiento se ha ido abriendo paso
la civilización en nuestro mundo, en
medio de una humanidad barbarizada y no siempre dispuesta a aceptarlo.
Para saber más
acerca de las lagunas e implicaciones
filosóficas del evolucionismo y del neodarwinismo son recomendables los abundantes trabajos del
profesor Mariano Artigas , por otra parte muy citado en la bibliografía que aporta el libro.
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