El
gran reformador. Austen Ivereigh. Ed. B
Libro
interesante para conocer el modo de ser y pensar del Papa Francisco. Una biografía bien trazada, que describe sólidamente
el complejo contexto en que ha crecido el pensamiento y la personalidad de
Jorge Bergoglio, desde sus orígenes familiares en el seno de una familia de
inmigrantes italianos en Argentina hasta la sede de Pedro en Roma.
Su
educación e influencias familiares –¡la abuela Rosa!-, el asombro de la primera experiencia de Dios y el descubrimiento de la llamada. El agitado devenir socio-político y cultural de
Argentina y las naciones hispanas, que configuran en Jorge Bergoglio una forma
de entender la misión del Estado y los gobernantes (deberían servir al pueblo y
alejarse de la corrupción y de tentaciones totalitarias). La compleja situación de la Iglesia, el clero
y la Compañía de Jesús entorno al Concilio Vaticano II, su visión de la religiosidad popular y de las verdaderas
necesidades del Pueblo de Dios… Son aspectos difíciles de sintetizar con objetividad
y precisión, pero Ivereigh lo consigue.
Sorprende
de Francisco su forma de comunicar. El Espíritu Santo ha dado a su Iglesia con
los últimos Papas unos formidables comunicadores, cada uno con un estilo muy diferente.
Al hilo de lo que Ivereigh afirma de Bergoglio, surge fácil comparar con Juan Pablo
II y Benedicto XVI, y extraer algunas conclusiones sobre su comunicación.
El
magnetismo de Juan Pablo II sedujo a los medios y atrajo a multitudes. Ese
magnetismo no era explicable por una mera capacidad retórica, aunque la
tuviera: procedía de la fuerza de sus palabras. Decía la verdad con tal fuerza
que cambiaba la vida a las personas. Fue líder porque decía verdades y vivía
conforme a esas verdades. A veces se olvida que la comunicación más eficaz no
consiste en un conjunto de tácticas y herramientas para convencer. La eficacia
procede de la verdad y la coherencia.
El
papado de Benedicto XVI ha sido el de la razón. Una razón herida por el pecado
original, pero capaz de alcanzar la verdad cuando se deja sanar. El Evangelio
es un mensaje de fe que sana la razón, y juntas fe y razón son las dos alas
para volar hacia el conocimiento de la verdad.
En
los textos de Benedicto XVI se descubre una poderosa inteligencia que se
esfuerza por acercarse humildemente a la verdad, que se expresa con infinito respeto a la libertad de la persona.
Frente a los que niegan la capacidad del hombre de encontrar la verdad,
Benedicto XVI insiste en que el hombre es capaz de conocerla, y en que la
libertad de religión es una consecuencia intrínseca de la verdad, que no se
puede imponer desde fuera: el hombre debe hacerla suya mediante un proceso de
convicción.
La forma de comunicar de Francisco,
compartiendo lo esencial, es distinta: prefiere gestos y acciones, antes que palabras. Recién elegido arzobispo
de Buenos Aires, Bergoglio era reacio a aparecer en los medios. Su jefe de
prensa le insistía en la necesidad de salir, ya que algunos medios sólo publicaban
noticias escandalosas de la Iglesia. Llegaron a un pacto: comunicarían, pero no
con sermones, sino con gestos y acciones. Y así fue: la imagen real y atractiva
de la Iglesia, cuajada de iniciativas para
preservar y promover la dignidad de la persona, empezó a aparecer con
frecuencia en las portadas de los
diarios argentinos: pasar la noche de Navidad con presos, desplazarse en medios
públicos, compartir con personas de otras religiones… son gestos y acciones que
explican por sí solas la misericordia, la sobriedad o el ecumenismo.
Benedicto
XVI expresa con claridad y precisión
quién es Cristo, qué significa vivir con Él. Francisco,
con sus encuentros físicamente afectuosos, recuerda
a Jesucristo. Ambos expresan con palabras y
recuerdan con gestos, pero cada uno destaca un aspecto.
Cuando en la inauguración de su pontificado
Francisco habló del liderazgo protector y tierno de san José, dijo aludiendo a
su programa como Papa: “Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”. Un cardenal
comentó: “Habla como Jesús”. Las
palabras, gestos y acciones de Francisco han despertado en la cultura
occidental “un tenue recuerdo de Alguien amado pero perdido desde hacía mucho
tiempo”.
Se
ha comentado que Bergoglio era adusto antes de ser Papa, y que ahora ha
cambiado. Ivereigh lo niega, y aporta el testimonio del documentalista Juan MartinEzrraty: quizá tenían de Bergoglio esa
visión de hombre serio las clases altas de Buenos Aires, que le veían poco y en
actos oficiales en los que no estaba a gusto. Pero la gente pobre de los
suburbios –las villas miseria- conocían un Bergoglio distinto: con ellos tenía
tiempo y su rostro estaba siempre sonriente.
Hay
un aspecto de comunicación en la Iglesia que no se debe obviar: es el EspírituSanto quien guía a su Iglesia. Es cierto que está compuesta por seres humanos,
y donde hay hombres puede haber estropicios. Pero Él provee y asiste, y a veces
de manera extraordinaria. Y Francisco, como todos los Papas, lo sabe bien.
Recién
elegido, antes de saludar desde el balcón al pueblo romano, Francisco “acudió a
rezar a la Capilla Paulina. Se le veía serio, como si llevara una pesada carga.
No saludó a los cardenales al entrar… Rezó en silencio de rodillas. Y al
ponerse en pié de nuevo, era otro: sonreía, como si Dios le hubiese dicho: “No
te preocupes, estoy aquí contigo”. Ya no
baja la mirada. Ahora mira de frente. “Creo que el Espíritu Santo me ha
cambiado”, comentó al referirse a ese momento.
Su
comunicación consiste en actuar con
libertad y honestidad, indiferente a titulares de prensa. Pero su sinceridad y
autenticidad comunican. “Expresarse sin
temor, escuchar con humildad: esas son las condiciones para que el Espíritu
Santo actúe.” Ahí radica, en último término, la principal fuerza de
comunicación de Francisco.
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