Un peligro para el Estado. La
persecución de los jesuitas en el siglo XVIII. Philip Trower. Ed Palabra
Carlos
III era un monarca absolutista ilustrado,
y como tal no veía con buenos ojos la autonomía de que gozaban las reducciones
paraguayas, que seguían las ideas políticas de Francisco Suárez y la escuela teológica de Salamanca. Frente a los monarcas absolutos, Suárez afirmaba que el
poder es circunstancial, ya que proviene por intermediación del pueblo, que
puede darlo o retirarlo. Pero los gobernantes que quieren ampliar su control sobre la sociedad nunca han visto bien a quien les recuerda que su poder no es absoluto.
Cuando los jesuitas se negaron a
abandonar las Reducciones del Paraguay para que Portugal tomara posesión, y hubo que apresarlos por las
armas, en represalia Carlos III obligó a Clemente XIV a abolir la Compañía de Jesús. Los totalitarios tienden a tratar a los enemigos del gobierno como enemigos del Estado.
Como
ha señalado Austen Ivereigh, el borbón Carlos III era un fruto de la
Ilustración: imponía su ideología desde arriba,
coaccionando la realidad para hacer encajar su idea sin pensar en las consecuencias para las personas. Su actuación provocó el hundimiento económico en la zona y el resentimiento
de los territorios americanos, que rompieron sus vínculos de afecto y lealtad a
España y poco después (1810) se independizaron.
A
propósito de esos intentos de poder totalitario sobre el pueblo, el Papa Francisco ha dicho: “Lo peor que puede ocurrirle a
un ser humano es dejarse arrastrar por las “luces” de la razón. Nuestra misión
es, por el contrario, descubrir las
semillas de la Palabra en la humanidad”.
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