A la luz de la Edad Media. Regine Pernoud
Regine Pernoud, historiadora y conservadora del
Museo de Historia de Francia, descubrió durante
sus trabajos como bibliotecaria que la imagen oscura que desde la
Ilustración se lanzaba sobre la Edad Media no se correspondía con la realidad. La
verdad era otra, y emergía rotunda y luminosa de su investigación en las fuentes
fiables de la historia.
Fruto de sus descubrimientos, publicó una larga
serie de trabajos que constituyen una rehabilitación de ese
período tan injustamente denostado y sin embargo tan luminoso,en el que se forjaron los cimientos de la civilización occidental. Leonor
de Aquitania, La mujer en el tiempo de las catedrales, Los hombres de las
cruzadas y A la luz de la Edad Media son algunas de sus obras más conocidas.
Publicado por primera vez en 1944, A la luz de la Edad Media describe cómo fue
fraguándose la vida y costumbres en la Francia medieval y en buena parte de la
Europa de ese tiempo. Su rigor intelectual le lleva a descubrir una realidad que contrasta con mitos y
falsedades que todavía hoy difunden algunas cátedras y series de
televisión sobre aquel período.
“En literatura y en historia se proporciona a los
alumnos un sólido arsenal de juicios prefabricados, que les lleva a calificar
de ingenuos, sin más, a los seguidores de Tomás de Aquino, y de bárbaros a los
constructores de catedrales. Según esos prejuicios, la Edad Media era una época
de tinieblas; nada de lo que pasó en esos siglos oscuros vale la pena…”
Todavía
hoy se difunden falsedades sobre el significado real de términos acuñados por costumbres
de la época, como siervo de la gleba o derecho de pernada, que no significan lo
que ignorantes o malintencionados nos intentan hacer creer.
Con su estudio riguroso, Pernoud descubre un mundo distinto. A medida que avanza “se nos revelaban las estructuras profundas y la expresión artística de aquella sociedad, se nos revelaba un pasado que aflora todavía en el presente, un mundo que había visto desarrollarse el lirismo, germinar la literatura de ficción y elevarse Chartres y Reims. Al identificar una estatua tras otra, descubríamos a personajes de alta humanidad. Al hurgar archivos (…) cobrábamos conciencia de una armonía cuyo secreto parecía detentar cada sello, cada línea, cada compaginación.”
Pernoud investiga en la arqueología, la historia del derecho, los textos antiguos, los
monumentos… y a medida que avanza descubre un estilo de vida luminoso, del que
nadie le había hablado antes. Leal a su mente racional y científica, va
abandonando prejuicios y se rinde a la evidencia de los datos: la Edad Media
fue un período rebosante de vitalidad y alegría de vivir, gracias a una paulatina
y creciente penetración del cristianismo en las mentes de aquellos pueblos de
costumbres bárbaras.
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La Edad Media, surgida tras siglos de incertidumbre
y desasosiego por las sucesivas invasiones (francos, burgundios, normandos,
visigodos…) y las consiguientes guerras entre pueblos en continuo movimiento,
fue la época en que se alcanzó por fin la estabilidad y la permanencia. En la
Francia del siglo X, esa masa antes
inestable de pueblos invasores ya formaba una unión sólidamente apegada a la
tierra. La familia Capeto, que durante tres siglos, en línea directa y sin
interrupción, reinó en Francia, es una muestra del asentamiento de todas las
familias de la época.
Pernoud muestra que esa estabilidad y ese arraigo en
la tierra se debió a la aceptación universal de la institución familiar, que
concilia el máximo de independencia individual
con el máximo de seguridad. Cada
individuo encuentra en la familia ayuda material y moral hasta que se basta a
sí mismo. Entonces es libre, sin que los lazos que le unen al hogar paterno se
conviertan en trabas.
Esa libertad, conseguida gracias a una progresiva
profundización en las luces que aportaba la fe cristiana a la vida social, contrastaba con el modelo del imperio romano, fundado no en el derecho natural sino
en ideologías de legisladores y funcionarios. En la antigua Roma el padre tenía
autoridad de jefe durante toda la vida, con una concepción militar y estatista
en la que el individuo quedaba encerrado de por vida.
Pernoud llega a la conclusión de que en la base de
la energía de occidente está la familia, tal como la concibió y comprendió la
Edad Media. Todas las relaciones se establecían sobre el modelo familiar: tanto
la del señor con el vasallo como la del maestro con el aprendiz. La historia
del feudalismo es la historia de linajes familiares. La mesnie de un barón, es decir, su contorno, sus familiares, incluye
tanto a siervos y monjes como a altos personajes. Los dominios se acrecentaban
antes a través de herencias y matrimonios que de conquistas.
El sentimiento familiar es la gran fuerza de la
Edad Media. Muchas costumbres medievales tienen su origen en la preocupación de
proteger a la familia. La familia (los
que viven compartiendo el bien y la olla) es una personalidad moral y jurídica,
que posee en común los bienes cuyo administrador es el padre. Al morir el
padre, sin interrupción ni transmisiones ni impuestos, otro de los miembros de
la familia asume la cabeza. Al padre de familia se le reconoce el derecho de
usar, pero no el de dueño absoluto, ni el poder de abusar de los bienes; debe además
defender, proteger y mejorar la suerte de seres y objetos de los que es
custodio natural.
Gran hallazgo medieval fueron los gremios,
fruto de una concepción colaborativa (y no competitiva, ni de sindicatos de
clase) de la vida social. Los gremios eran organizaciones de oficios, con
Jurados propios que tenían participación en el Municipio, y que aseguraban el
aprendizaje y desarrollo de las técnicas necesarias para mejorar la calidad de
vida de los ciudadanos. Las calles de las ciudades estaban animadas por el
bullicio alegre de los diferentes gremios, que se agrupaban por barrios como
todavía hoy recuerda el callejero de nuestras ciudades.
Y alegría de vivir. Pernoud descubre jovialidad en
el espíritu del hombre medieval, que tiene defectos pero sabe distinguir entre
el mal y el bien. Este fragmento de un poema de la época es significativo, por
su alegre desenfado:
“Los obreros
no remolonean / no viven de la usura / lealmente viven / de su esfuerzo, de su
trabajo / Y dan más generosamente / Y gastan lo que tienen / más que los usureros,
que nada gastan, / que los canónigos, los sacerdotes o los monjes…”
No vemos angustia en el hombre de los tiempos
feudales. “Vivía en un clima de dinamismo y generosidad que sus descendientes
no volvieron a encontrar en Europa. Era apasionado, pero no sórdido; exuberante
y capaz de llorar como un niño; violento pero capaz también, una vez pasado el
ataque, de avergonzarse, de expiar su culpa, a veces con el don de su propia
vida; pecador, pero consciente de ello, y por tanto capaz de arrepentirse.”
Vivía en un clima de libertad porque lo esencial era la conciencia. No
necesitaba contratos, bastaba la palabra dada, el consentimiento interior. Si un hombre daba su palabra, aquello se cumpliría.
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El arte medieval, lleno de colorido, expresa sinceridad, en la que ve
el camino para llegar a la belleza. Sinceridad en la visión interna y en la
observación exterior. Fidelidad en la expresión, y la facultad de fundir en un
todo armonioso la inspiración y el método, el genio y el oficio.
“El artista
aprehende al hombre en su conjunto, y anima los cuerpos que crea con todo el
aliento de la vida: deformados por la pasión, retorcidos por el dolor,
magnificados por el éxtasis. Sorprende al sujeto en sus actitudes más humanas,
más naturales, más intensas. Entonces, es el movimiento el que crea el cuerpo:
personajes estremecidos de alegría, desfigurados por la cólera, torturados por
la angustia…”
Este es el secreto del arte medieval: encontró la belleza en el dinamismo de la vida humana, en la expresión total del individuo, traduciendo no solo su apariencia externa sino también su realidad esencial.
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El libro está lleno de detalles sorprendentes por
ignorados. Por ejemplo, la llamada semana
inglesa debería llamarse semana
medieval, pues fue en el siglo XIII cuando fue hecha instituir por san Raimundo de Peñafort, ante la desbordante actividad de aquel siglo, que corría
el riesgo, a juicio de la Iglesia, de ser excesiva y desequilibrar al hombre,
impidiéndole cumplir tranquilamente con sus deberes de cristiano. Consistía en
descansar desde los sábados y vísperas de fiesta, a partir de la hora de
Vísperas (es decir, entre las 2 o las 4 de la tarde según las estaciones). En
Inglaterra se conservó esta costumbre –Inglaterra ha sido más fiel siempre a
las tradiciones medievales- y de allí pasó de nuevo al continente siglos más
tarde.
Por cierto: san Raimundo de Peñafort, dominico, es patrón de los juristas y era español, de Barcelona.
El sentido de la justicia medieval se revela en la proporción en las penas: pagaba más el que
tenía más. Por ejemplo, en Pamiers un
barón pagaba el delito de robo con multa 20 veces superior a la de un
campesino, 10 veces superior a la de un caballero, y 4 veces superior a la de
un burgués.
La música gregoriana es otro exponente de la
enorme riqueza cultural y artística lograda en la Edad Media. Mozart llegó a
decir: “Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la Misa
gregoriana”.
La caballería medieval gozó de un enorme prestigio
entre la población. Despertaba una admiración que ha llegado hasta nuestros días, porque por
primera vez la casta militar estuvo ordenada a fines realmente humanitarios.
Del mismo modo, por primera vez en la historia del mundo se aprendió a establecer la
diferencia entre objetivos militares y población civil.
La Edad Media supuso un florecimiento de las
letras. Si miramos a la España de la época, vemos que fue entonces cuando comenzó a
desarrollarse la literatura castellana, una de las más ricas y espléndidas
literaturas de la humanidad, que consiguió expresar el sentir épico del pueblo,
empeñado en la Reconquista, y por eso llegó a ser idioma preponderante. El
castellano ha conservado de la Edad Media sus características principales:
espíritu religioso, realismo, persistencia de la tradición épica peninsular y tendencias
moralizadoras y satíricas.
Fue a partir del
siglo XVI cuando los legisladores comenzaron a perder el sentido de libertad y
equidad logrados, porque volvieron sus ojos al derecho romano y comenzaron a
promulgarse leyes estatistas. Se elevó a 25 años la minoría de edad, se añadió
al sacramento del matrimonio el carácter de contrato con estipulaciones
materiales, la familia sufrió imposiciones para ser conformada según un modelo
estatal que no había tenido nunca.
Desde el siglo XVI, el Estado fue aumentando su poder e
intromisión en el ámbito de la libertad de las personas, hasta que llegó a configurarse
como Monarquía absoluta. Por eso la Revolución francesa, en el siglo XVII, a
juicio de Pernoud no fue un punto de partida, sino de llegada: representó la
imposición plena de la ley romana en la vida del pueblo, a expensas de la
costumbre anterior. Napoleón culminó el proceso, con la organización del
ejército, el Código civil y la enseñanza según el modelo burocrático
de la antigua Roma, es decir, con la omnipresencia de un Estado cada vez más intrusivo
en la vida de las personas.
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Son algunos apuntes
de este libro revelador, muy útil para conocer la historia real, y desprenderse
de la venda que han intentado poner
sobre nuestros ojos no pocos pseudo intelectuales y creadores de ficción. En la
Edad Media no todo fue blanco, desde luego, porque donde hay hombres habrá
miserias. Pero en su esplendor luminoso nació la cultura occidental, y con ella
buena parte de lo mejor que todavía hoy podemos disfrutar en Europa.
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