viernes, 13 de marzo de 2020

¿Qué ha venido a traer Jesús? La respuesta de Benedicto XVI




En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles.

Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos.  

La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario.  Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. 

Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. 

Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.



Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira.

Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús.

Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. 

Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros.

Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él.

El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único  poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva,  mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. 

La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.






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