jueves, 8 de agosto de 2019

La desamortización española


La desamortización española. Francisco Martí Gilabert. Ed. Rialp



En 1798 se produjo en España, con Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, la primera desamortización. Sucesivas desamortizaciones tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX, y la más conocida fue la de Mendizábal, ministro de Hacienda con María Cristina, en 1836.



Las desamortizaciones consistían en la expropiación forzosa por parte del Estado de bienes, terrenos y propiedades que estuvieran en “manos muertas”, principalmente la Iglesia y las órdenes religiosas, pero también terrenos comunales de los municipios.

El objetivo declarado era  corregir la bancarrota de la Hacienda  a causa de las continuas guerras. Ese objetivo se mantuvo durante todo el siglo XIX, con sus guerras carlistas, pero nunca fue suficiente para frenar la sangría.

Había también un objetivo no declarado: el régimen liberal pretendía modificar el sistema de acceso a la propiedad hasta entonces vigente, y eliminar cualquier traba legal a su enajenación. Las consecuencias fueron desastrosas para la población campesina, y sólo unos pocos, los más ricos, salieron beneficiados haciéndose con propiedades a precios irrisorios.

Este libro analiza quiénes fueron los culpables de las principales desamortizaciones, qué les movió a realizarlas, y los efectos que produjeron en el conjunto de la sociedad. Algunos de ellos actuaron perversamente, y todos causaron efectos perversos sin resolver ningún problema ni mejorar las condiciones de  vida de la población, más bien empeorándolas.

Mendizábal en realidad se apellidaba Méndez, pero cambió su apellido al casarse, y anotó ser de Bilbao, aunque realmente era de Cádiz. Era masón.



José María Queipo de Llano, conde Toreno, fue Presidente del Gobierno durante unos meses en 1835. Descreído y ecléctico, líder de una rama de la masonería, puso en marcha medidas brutalmente anticlericales como la expulsión de los jesuitas y disolución de todos los conventos con menos de 12 frailes. Fue él quien nombró ministro de Hacienda a Mendizábal, también masón, que le sustituiría al frente del gobierno. Sus decretos dieron alas a los más exaltados y se produjeron asaltos a conventos, incendios de iglesias y asesinatos de frailes.



Pascual Madoz, ministro de Hacienda en 1855, del partido progresista, rompió el Concordato con la Santa Sede y prosiguió la brutal desamortización eclesiástica. Aceleró también la desamortización civil, causando el empobrecimiento de muchos municipios que se vieron obligados a malvender terrenos comunales de los que vivían.



La desamortización no benefició al pueblo. Se arruinaron las haciendas locales sin sanear las del Estado. Pueblos enteros se vieron forzados a emigrar a la ciudad o al extranjero. Sólo Navarra se salvó del empobrecimiento, gracias a que dictó normas muy restrictivas para las enajenaciones.

El empobrecimiento de masas campesinas que antes trabajaban en tierras arrendadas por la Iglesia, y que pasaron a ser braceros de un potentado, dio origen a focos de población marginal, caldo de cultivo de anarquismo y de ideologías visionarias.

Lo único que aumentó con la desamortización fue la renta que los colonos tuvieron que pagar a los nuevos dueños, por lo general capitalistas que vivían con lujo en las ciudades, lejos de sus posesiones.



Los municipios, que antes tenían su médico y su escuela propias, que costeaban con los frutos de las tierras comunales, tuvieron que cambiar esas propiedades por títulos de deuda, que el Estado pagaba tarde y mal: hubo que cerrar escuelas y despedir médicos, pasando a depender de la buena voluntad del ministerio de Gobernación, cuando antes eran totalmente independientes.

El libro aporta datos concretos del antes y después de las desamortizaciones. Es revelador, por ejemplo, los detalles que manifiestan el sentido social del clero sevillano, en  la forma en que se distribuía las riquezas que generaban las posesiones de la Cartuja de Sevilla antes de la desamortización. El contraste con lo que vino después es manifiesto: la falta de sentido social de los “nuevos señores” provoca  la lamentable situación en que quedaron los colonos a partir de 1847.

Son conocidos también –y algunas aún visibles en nuestros días- la destrucción de joyas de la arquitectura religiosa, o las terribles deforestaciones,  a consecuencia  de talas inmoderadas de bosques que antes pertenecían a conventos que los cuidaban.

La desamortización tuvo también un efecto nocivo sobre la educación de las áreas más pobres, que recaía sobre los religiosos y la impartían gratuitamente o casi. Al ser expulsados, aumentó el analfabetismo. Y muchas de las nuevas instituciones educativas de la Iglesia tuvieron que ser de pago. Fue un terrible factor de descristianización.

La gran perdedora fue la Iglesia. El clero llegó a pasar hambre y tuvo que vivir en muchos casos de la caridad pública.

Normalmente no se critica la desamortización, sino la forma en que se hizo: habría que hacerla, pero sin perjudicar a nadie. Pero se perjudicó a todos, y mucho. Sólo unos pocos especuladores, los que menos lo necesitaban, salieron ganando.

Curiosamente, aporta el autor citando a Menéndez Pelayo,  el partido liberal surgió como por encanto de la desamortización: era el desesperado esfuerzo de unos burgueses por conservar lo que inicuamente habían alcanzado. Es el partido que lideró una guerra de siete años, que empobreció y ensangrentó aún más a los españoles más pobres.


El libro puede leerse aquí.


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