Pedro el Grande. Robert K.
Massie
Estamos ante una espléndida
biografía, quizá la mejor, de Pedro I el Grande (1672-1725), el zar que
modernizó Rusia durante su largo mandato de más de 40 años, desde 1682, con
apenas 10 años de edad, hasta 1725, año en que murió.
Dotado en una gran energía
y un enorme deseo de aprender, pronto se percató del atraso en que vivía el
pueblo ruso en comparación con los países europeos. Siendo muy joven, organizó
la Gran Embajada Rusa, compuesta por un numeroso séquito que durante varios
meses recorrió las principales capitales europeas para establecer y fortalecer
relaciones diplomáticas y comerciales. Pero sobre todo para aprender de Europa.
Integrado como uno más en
la Gran Embajada, y delegando en otros las funciones representativas, se dedicó
durante esos meses a conocer técnicas y oficios ignorados en su país. Le
deslumbró sobre todo la construcción naval, desconocida en Rusia, de la que se
volvió apasionado impulsor. A él se debe la construcción de la primera flota de
guerra rusa, que sería decisiva en su guerra con Suecia. Reformó el ejército y
la iglesia ortodoxa rusa, y obligó a la nobleza de su país a adquirir
costumbres occidentales.
Ejecución de los Streltsi
Sorprende la brutalidad de
las costumbres rusas y del propio zar durante esa época tan cercana a la
nuestra. Pedro unía a su energía vital unas maneras fieras y despóticas, y con
frecuencia sanguinarias. Siendo muy joven presenció la rebelión de la guardia
de Streltsi (1698), cuerpo militar que asesinó brutalmente a muchos miembros de su familia y de
la nobleza. Quizá este hecho le marcó de por vida, e hizo de él un personaje
con arrebatos de ira inmisericorde. Algunos ataques de tipo epiléptico que
padecía parece que pudieron tener su origen también en esos dramáticos hechos.
Batalla de Poltava
Asistimos a momentos que marcaron
hitos en la historia de Rusia y de Europa, como la larga Guerra del Norte
(1700-1721), contra Suecia, la potencia militar más temible del momento. Al vencer
finalmente a Suecia, contra todo pronóstico, Rusia emergió como potencia
mundial.
La fundación de San Petersburgo (1703) fue un empeño personal del zar Pedro, que quería a toda costa
ver a Rusia abocada al mar, y lo logró con esa ventana al Báltico, en un
territorio arrebatado a los suecos.
Palacio Peterhof
Pedro coaccionó a la nobleza rusa para que
construyeran allí sus mansiones, y logró construir una de las ciudades más
bonitas de Europa. Es menos conocido que la construcción costó la vida a miles de
prisioneros de guerra, suecos en su mayoría, obligados a trabajar en
condiciones de esclavitud e infrahumanas.
Muy interesante también la
narración de las guerras y vicisitudes diplomáticas en el inquietante flanco
sur de Rusia, siempre amenazado por Turquía y sus aliados.
El extenso libro, de más de
mil páginas, está muy bien documentado, con fuentes en archivos históricos nacionales y en la
correspondencia de monarcas y embajadores de la época, lo que da al conjunto
una gran fiabilidad. El autor da contexto a los hechos, y consigue que la narración
sea fluída y amena, con una vivacidad que mantiene la
tensión. Y sobre todo, con la serena objetividad propia de un buen historiador,
que busca saber la verdad. Una lectura
altamente provechosa y recomendable.
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