miércoles, 19 de septiembre de 2018

La vida nueva de Pedrito de Andía: una gran novela sobre la adolescencia




La vida nueva de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas


Hay lecturas que dejan poso en el alma: buenos sentimientos, deseos de ser mejor persona, de hacer el bien.  Es lo que consigue a mi juicio esta novela de Sánchez Mazas, publicada en 1951. La leí hace años, como muchos jóvenes españoles, y el encuentro casual con una ficha que tomé entonces me mueve a esta reseña.

Dirigida a un público joven, su protagonista es un adolescente que atraviesa el turbulento cambio que le llevará de la infancia a la edad madura.  El ambiente en que transcurre es la España de 1923,  bien distinto al que se encuentran los jóvenes de nuestros días. Pero la crisis es la misma. Y los medios para atravesarla son también muy similares.

Desde entonces han mejorado mucho los conocimientos de sicología, en los que todo padre y educador debe estar al día para encauzar con acierto a los jóvenes. Pero no deberíamos despreciar la sabiduría contenida en los consejos de nuestros abuelos, padres de familia y educadores que quizá no estudiaron sicología pero conocían el alma humana como nadie y tenían experiencia de la vida.

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La novela refleja  el ambiente en que crecían los jóvenes de la época, habitualmente más cristiano que el actual. Los razonamientos incluyen la perspectiva cristiana, sobrenatural, sin la que es imposible entender plenamente a la persona, ni por lo tanto ayudarla cabalmente. Tratar de educar sin esa perspectiva es dejar cojo y sin un fundamento clave el edificio de la personalidad. Si somos hijos de Dios, ¿cómo vamos a prescindir de Él a la hora de educar? ¿No hay que educar de acuerdo con lo que somos?

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La ficha se refiere al sentido del dolor. El adolescente sufre mucho, todo le molesta; amores y desamores, encuentros y rupturas,  miedo al futuro…  Le duele sobre todo no entenderse a sí mismo ni encontrar sentido a las cosas. Pedrito de Andía acude a su confesor, un buen sacerdote que le conoce bien, y le abre su alma.

Así lo cuenta, en un párrafo largo pero enjundioso:

“Otra vez le saqué la conversación de lo requetemal que me había ido todo el verano en tantísimas cosas. Él me contestó que tampoco exagerara y me pusiese a hacer el mártir y que Dios Nuestro Señor siempre prueba a los que habrán de ser más buenos, porque en lo que se crece para mejores cosas es en el dolor, y sin dolor, dijo, no se nace ni se renace a nada y mucho menos a la vida eterna, ni se sacan frutos ningunos, ni se hacen trabajos ni luchas nobles, como tampoco sin estrujar la uva se hace el vino, ni sin moler el grano el pan.

Me insistió en que si yo quería vivir sobre la tierra como hombre de verdad me tendría que hacer a sufrir como hombre y que, si se quitaran las penas de este mundo, se le quitaría toda la belleza y toda la nobleza y toda la poesía, porque sin penas no hay héroes, ni poetas, ni santos, ni habría san Agustín, ni san Ignacio, ni san Francisco, ni san Pablo, ni David, que tanto llevaron todos esos; ni tampoco César, ni Ulises, ni Aquiles, ni Eneas, ni siquiera el pobre Don Quijote de la Triste Figura, y que no era hombre alto el que no crecía en el dolor, que es la bienaventuranza de las bienaventuranzas, porque casi todas se podrían resumir en una: Bienaventurados los que sufren.


Ármate, Pedrito –me dijo al final- , a precio de dolor, de punta en blanco, para entrar como caballero en una vida nueva. Que sea ésa tu vida nueva y la tomes con alegría.”

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Encontrar sentido al dolor, valorar el esfuerzo, no contentarse con una vida materialista ni mediocre, afán de superación, ideales nobles para hacer el bien en el mundo a manos llenas… Ahí es nada.

Ojalá esta lectura siguiera llegando a muchos jóvenes de nuestros días y fuera capaz de despertarles del sopor en que suelen encontrarse. 

Por cierto, veo que los ejemplares de segunda mano se venden a buen precio en Amazon…

De temática similar, más actual, esta novela de Alejandro D'Avernia: Blanca como la nieve, roja como la sangre.



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