En lugar seguro. Wallace Stegner
Ed Libros
Asteroide
“La generosidad es tal vez el mayor de los
placeres”. Con esa frase de Willian Maxwell termina esta maravillosa novela, canto a la amistad entre dos jóvenes
matrimonios, profesores de literatura. Una amistad que surge en los años 30 del
pasado siglo, durante la Gran Depresión, y que mantienen fielmente hasta la vejez, en los años 70, a pesar
de los avatares de la vida.
La obra está escrita con maestría y cuidado,
aquilatando cada palabra, con bellas descripciones de paisajes y, por encima de
todo, sutiles análisis del
comportamiento humano.
Stegner domina
los planos de la narración, haciendo que el protagonista (en el que de alguna
manera describe su propia autobiografía)
mantenga un discurso que desde el presente viaja al pasado lejano, o al
intermedio, y regresa, sin perder el
nervio y el hilo de la historia, incluso logrando dar más fuerza al relato con esos viajes a los hechos vividos, o
recordados, o simplemente pensados o deseados, en los diversos momentos de la
existencia de cada personaje.
El protagonista, Larry, profesor y
escritor, refleja en su trayectoria la de Wallace Stegner. Y junto a sugerentes comentarios acerca del oficio de la literatura, destaca su capacidad de describir la belleza de los rasgos que conforman la amistad: generosidad, lealtad, entrega,... tanto entre los esposos como entre los amigos
verdaderos, que logran superar los
normales desencuentros de la vida poniendo en juego con esfuerzo esas virtudes humanas.
Quizá se echa en falta una referencia más explícita a la trascendencia, implícita de manera vaga y vaporosa, pero poco clara y más bien confusa. Pero los valores resaltados son hondamente humanos y por tanto cristianos: la fidelidad, el buen tono, la
abnegación, el desinterés, la amistad, la comprensión con los defectos ajenos,
la tolerancia…
“El
caos es la ley de la naturaleza, el orden es el sueño del hombre”, dice uno
de los personajes. Nos gustaría que todo
estuviera “correcto” y sin problemas, que todo encajara, pero hemos de contar
con el desorden, con que las piezas no encajen, y no desanimarnos y seguir
bregando, teniendo en cuenta dónde está el bien, para no perder el rumbo con la excusa de los defectos ajenos. No podemos exigir a la vida, o a los demás,
que todo salga según nuestros propios deseos. Y menos ponerlo como condición
para actuar honrada y lealmente.
En ese orden
soñado por todos, donde todo es perfecto y rueda sin problemas, puede verse nuestra esencial inclinación a la
verdad y al bien, el original orden de nuestra naturaleza, hecha a imagen de Dios.
Un orden roto por el pecado original,
pero sustancialmente presente como aspiración en cada persona, y capaz de
alcanzarse de nuevo a partir de nuestra Redención.
En lugar seguro se sienten cuantos de pronto perciben el calor de la amistad, ofrecida sinceramente. Los
desplazados, quienes llegan por primera vez a un lugar donde no conocen a nadie,
aspiran por encima de todo a una situación, a encontrarse en un entorno
de amistad con personas acogedoras, que les ofrezcan su apoyo generoso y
desinteresado.
Estas personas amigables son un tesoro, que hacen la vida más
humana. Todos deberíamos aspirar a ser una de ellas. La actitud acogedora y servicial de alguien
que acabamos de conocer nos cautiva, llena el alma de agradecimiento y deseos
de corresponder. Es el origen de la amistad. Tocamos ahí las fibras más íntimas
de nuestra naturaleza, hecha para la relación. Se puede decir –con expresión de
Benedicto XVI- que con esas actitudes amistosas mostramos el rostro de Dios a las personas.
Odian lo que envidian: es una reacción
perversa, que vemos a nuestro alrededor con demasiada frecuencia. Precaución,
para examinar la rectitud de los juicios hacia personas o instituciones.
Hay gente que quiere tomar nota de todo lo
que le impresiona. Pero lo que realmente nos impresione, se nos quedará dentro
bien clavado para toda la vida. Si tienes que tomar nota sobre cómo te ha
impresionado una cosa, lo más probable es que no te ha impresionado.
Una novela para releer con calma, aprender, y recrearse en la buena literatura.
Me alegra coincidir contigo, Jesús.
ResponderEliminarMe interesa mucho lo de tomar nota: yo matizaría al pesonaje de Stegner: no es que "haya que", y lo primero es dejar que la vida impresione, antes de tomar la nota. Pero también es cierto que muchas impresiones verdaderamente valiosas se pierden por no tomar nota, después.
ResponderEliminarPienso que tienes razón, Manel. Hay que dejar que la vida te impresione. Quizá podemos quedarnos con un aspecto derivado de esa idea: las vivencias que de verdad te impresionan, esas de las que te acordarás para siempre aunque no tomes nota, son las que mejor nutren la creatividad. Porque si no se olvidan es porque han supuesto un verdadero enriquecimiento interior, algo sobre lo que volver una y otra vez.
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