Reencuentro. Fred Uhlman. Ed.
Tusquets
Novela corta de tintes autobiográficos, entorno a la
amistad entre dos adolescentes, uno hijo de un médico judío, y el otro perteneciente
a la aristocracia alemana. Su amistad se fragua en la escuela de Stugart, poco
antes de la llegada de Hitler al poder.
Están bien descritos los hermosos sentimientos que afloran
en el ser humano gracias a los lazos de la amistad, especialmente intensos durante
ese ”breve lapso de inocencia, pureza y
desinterés” por el que pasamos entre los 16 y los 18 años.
Pero esos lazos, que ennoblecen el corazón humano,
pueden acabar desgarrados a causa de la opresión que generan los prejuicios, difundidos
en el ambiente social por incultura o por intereses políticos o ideológicos.
La terrible experiencia de la Alemania hitleriana debería
precavernos para siempre de cualquier discriminación e incomprensión lanzada
desde las cuevas del poder contra las personas, a causa de su raza o su
religión. Y estar en guardia frente a estereotipos.
Queda patente en el libro la increíble injusticia que
sufrieron los judíos, y el horrible sentimiento que guardan ante un alemán,
incluso ante el sonido duro y metálico de su lengua: “Debes proceder con
cautela antes de aceptar a un alemán...” Un sentimiento que, siendo comprensible,
corre también el riesgo de acabar siendo injusto, por generar prejuicios y
estereotipos que falsean la realidad.
Fred Ulhman, escritor y pintor (1901-1985) |
Ulhman, alemán de origen judío, apunta también el perverso
efecto de la increencia. Quien no cree en Dios, fácilmente cae en el
escepticismo: “La idea de la muerte que
tienen algunos les vuelve escépticos ante la vida: todo es fútil.” Ese
escepticismo provoca indiferencia ante la bondad o maldad de las actuaciones
humanas: todo vale, todo es relativo.
La ideología nazi es una forma de totalitarismo ateo. Niega la existencia de Dios y, como el comunismo, acaba poniendo en su
lugar al Estado. Pero si no hay Dios que nos vaya a juzgar al morir, ya no
importa demasiado vivir como un ladrón o un criminal. Si no hay Dios, como
dijo san Agustín, nada impide que quienes alcancen el poder puedan actuar como
una banda de ladrones. De ese riesgo que corre la sociedad actual ha hablado mucho Benedicto XVI.
Esa es precisamente una de las vías por las que
podemos intuir que Dios existe: no puede tener el mismo fin quien hace el bien
que quien actúa mal a conciencia. Uno será premiado, el otro condenado.
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