Sin
raíces: Europa. Relativismo. Cristianismo. Islam. Marcello Pera. Joseph
Ratzinger. Ed Atalaya.
El
senador italiano Marcelo Pera -que fue presidente del Senado de su país- y el
cardenal Ratzinger –más tarde Benedicto XVI- analizaron en este libro, desde
sus distintas perspectivas, la preocupante situación de Europa, un continente
cuyos líderes parecen perdidos al haber renegado de sus raíces cristianas.
Un
amplio número de gobernantes europeos niega la existencia de valores
universales, y se somete al imperio de un lenguaje tan “políticamente correcto”
que les impide conocer la realidad, con el consiguiente perjuicio para los
ciudadanos.
El
oscurecimiento de la realidad lleva por ejemplo a autodenominar “legislaciones laicas”
a leyes agresiva y dogmáticamente laicistas. El “Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios” termina por convertirse en un rechazo frontal
incluso a la simple mención de Dios en la vida pública.
Marcelo
Pera, además de político y hombre de Estado, es un pensador, profesor de filosofía de la
ciencia. Joseph Ratzinger, por su parte, es teólogo, y una de las mentes más
preclaras de nuestro tiempo. Parten de esas dos ópticas distintas, pero la
poderosa categoría intelectual de ambos les lleva a identificar las mismas
causas y posibles remedios a la triste situación de Europa, a la que juzgan en
irremisible decadencia si no corrige su rumbo.
Esa
Europa que ahora parece una gran Babilonia, sin norte y caótica en sus
directrices, sólo sobrevivirá, afirman, si no pierde la conciencia de los valores
morales compartidos e intangibles, que hicieron posible el surgimiento de nuestra
civilización. Renunciar a esos principios para sumergirse en el relativismo supondría
la autodestrucción de la conciencia europea y el vaciamiento de su identidad.
El
libro no se detiene en consideraciones genéricas, sino que concreta una serie
de propuestas que a juicio de los autores deberían formar parte de la
Constitución europea, que por aquel entonces se estaba fraguando, y que acabó
convirtiéndose en un nebuloso Tratado Constitucional que en 2006 no logró laratificación de los Estados miembros de la Unión.
Entre
las propuestas que tanto Ratzinger como Marcelo Pera consideran que la
Constitución de Europa debería recoger con nitidez destaco estas tres:
1. Presentación
clara y sin condiciones de la dignidad
de la persona y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier
jurisdicción estatal. No son derechos creados por el legislador ni
otorgados a los ciudadanos, sino que existen por derecho propio, el legislador
ha de respetarlos siempre, son valores de orden superior. Existen amenazas muy
reales contra este principio hoy en día, especialmente en el campo de la medicina: manipulación genética, clonación, conservación de fetos humanos con fines de
investigación, eutanasia y eugenesia…
2. Definición clara de matrimonio y
familia: matrimonio monogámico, de un hombre con una mujer,
célula en la formación de la comunidad estatal.
Matrimonio y familia forman parte de la identidad europea, le han dado
su rostro particular y su humanidad. Si esa célula básica cambiase
esencialmente, Europa dejaría de ser Europa. Sabemos que tanto el matrimonio
como la familia están siendo atacados brutalmente en su base. Políticas
fiscales que penalizan la unión matrimonial y desalientan la natalidad; dificultad
de acceso a la vivienda de los más jóvenes; facilidad del divorcio; pretensión
de un reconocimiento de las uniones homosexuales como equiparables al
matrimonio: esto, afirman, nos saca de la historia moral de la humanidad, que hasta
ahora nunca ha olvidado que matrimonio esencialmente es la unión de un hombre
con una mujer, que se abre a los hijos y así a la familia. No se trata de
discriminación, sino de lo que es la persona humana en cuanto hombre y en
cuanto mujer, y qué unión puede recibir la forma jurídica llamada matrimonio.
Equiparar la unión homosexual al matrimonio es disolver la imagen del hombre, y
tiene unas consecuencias morales y sociales graves.
3. La cuestión religiosa:
es preciso reconocer el respeto a lo que para el otro es sagrado en el sentido
más alto: o sea, el respeto a Dios. Ese respeto es lícito suponerlo también en
el que no está dispuesto a creer en Dios. De hecho, se respeta la fe de Israel,
y se multa a quienes la ofenden. También se multa a quien ofende al Islam. Pero
cuando se trata de Cristo y de lo que es sagrado para los cristianos, parece que
cambia el enfoque: ahí el bien supremo es la libertad de opinión, y limitarla
sería amenazar la tolerancia y la libertad.
Pero la libertad de opinión tiene justo ese límite: no puede destruir la
dignidad y el honor del otro. No es libertad para mentir o destruir los
derechos humanos.
Al
no reconocer estos y otros principios esenciales, el llamado Tratado
constitucional ha quedado en un texto poco claro, que suscita controversias, y
que decaerá si no se corrige: no podrá sostenerse mucho tiempo sobre terreno incierto y desenraizado.
Como
esperanza, Marcelo Pera y Ratzinger coinciden en que el destino de una sociedad depende
siempre de minorías creativas que sepan asumir sus responsabilidades. Minorías
que actúen como fermento en Europa y en cada una de las naciones que la componen,
mostrando los puntos inconsistentes, la razonabilidad de sus propuestas para hacer viable el entendimiento y mejorar la convivencia, y no dejándose someter a las imposiciones -tan dogmáticas como inhumanas-
del relativismo y del laicismo ateo.
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