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martes, 12 de junio de 2018

El precio a pagar.

El precio a pagar. Joseph Fadelle. Ed. Rialp









"Huí de Irak por mi conversión al cristianismo", es el significativo subtítulo de este apasionante relato de una historia real, protagonizada por el heredero de una aristocrática familia chií, emparentada con Jomeini, en el Irak de Sadam Hussein.



Durante el servicio militar, Joseph (por entonces Mohamed) coincide con un cristiano, al que mira con superioridad y desprecio. No entiende que un irakí pueda no ser musulmán. Considera una debilidad despreciable que la Biblia enseñe que hay que amar a los enemigos. Y se propone convertirlo a la fe de Mahoma. 



Ante su sorpresa, cuando intenta que le hable de su fe, el cristiano elude la conversación. En un país islámico hay terror entre los cristianos ante la posible acusación de enseñar el cristianismo a un musulmán, "delito" que se paga con la pena de muerte. 



Ante su insistencia, el cristiano le responde con una propuesta singular: si quiere que le hable de Jesucristo y de sus enseñanzas, primero debe empezar por leerse el Corán



Mohamed, ofendido de que alguien dude de su conocimiento del Corán, pero deseoso de iniciar cuanto antes al diálogo que busca, acepta el reto y comienza a leer el libro de Mahoma con calma y sentido crítico, como le ha recomendado el cristiano. 


Perplejo, descubre que hay demasiadas cosas que le chirrían: incitación a la violencia y al odio, coacción de la libertad, desprecio a la mujer... en las que nunca había pensado. Acude a imanes de prestigio en busca de explicaciones, pero no haya respuestas. Y su fe entra en crisis. 


El día en que  por fin su compañero cristiano acepta dejarle un Evangelio, ha ocurrido algo singular: es la primera vez en su vida que Mohamed recuerda un sueño, el que ha tenido esa misma noche. Un sueño que acude como un golpe de luz a su mente cuando por fin abre al azar el Evangelio y lee: "Yo soy el Pan de Vida...". 


Esas palabras son justo la llave que abre el sentido de su sueño. Y nace una aspiración profunda en su alma: Alguien le está llamando hacia la Verdad, y debe buscarle. La obligación de seguir a la Verdad, para una persona coherente, es más fuerte que todos los vínculos y ataduras que lo impidan.


Pero para el islam religión y vida social se identifican. Cortar con la religión familiar es romper los vínculos con los suyos, prepararse a sufrir y a morir, no solo socialmente, sino también físicamente, a manos de su propia familia: el musulmán que abandona su fe debe morir, ordena el Corán


La eliminación de los apóstatas es norma de conducta practicada desde la aparición del islam, incluso por encima del afecto que une a los miembros de una misma familia. Mohammed tendrá ocasión de experimentar esa ley inhumana.  

Cuando su familia descubre sus dudas de fe, se desata una inaudita violencia que le lleva a la tortura y a la cárcel, primero, y más tarde a un intento de asesinato a manos de sus propios hermanos, del que salvó la vida milagrosamente.

La decisión de convertirse requiere heroísmo. Lo requiere incluso la decisión previa de conocer mejor el cristianismo:  antes de su conversión,  Mohammed lleva consigo el Evangelio, pero oculto debajo de la camisa, atado a la cintura, para que nadie le descubra. Lo lee a escondidas, porque sabe que se la juega. 

Su amigo militar cristiano desaparece un día. No vuelve a saber de él. Y comienza un peregrinaje en busca de alguien que le explique la fe cristiana, de una iglesia que le abra sus puertas. Pero los cristianos recelan, temerosos de que sea un engaño para denunciarles. 

La historia es de sufrimiento, pero en este caso acaba bien. Es tremendo comprobar la asfixiante falta de libertad de los cristianos en países de mayoría islámica. La única opción para ser bautizado es huir del país. Bautizarse allí es disponerse a morir, y a que sufra toda la comunidad cristiana de acogida, comenzando por quienes le hayan explicado la fe de primera mano. 

Una lectura muy recomendable, que invita a agradecer la libertad de religión que disfrutamos en países de raíz cristiana, y a trabajar para seguir creando ámbitos de libertad, convivencia y respeto a las conciencias en todo el mundo. 







lunes, 18 de agosto de 2014

El regreso del hijo pródigo. Un maravilloso cuadro de Rembrandt






El regreso del hijo pródigo. Meditaciones sobre un cuadro de Rembrandt
Henri J.M. Nouwen

Henri Nouwen (1932-1996), sacerdote católico holandés, fue profesor en varias universidades de Estados Unidos y en sus últimos años abandonó sus clases para trabajar como capellán en una institución dedicada a la atención de deficientes mentales. 


Este libro es la narración del impacto interior que le produjo la contemplación del famoso cuadro de Rembrandt, en que aparecen los personajes principales de la extraordinaria parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, recogida en el capítulo XVdel Evangelio de san Lucas. Retrata el momento del retorno: el Padre acoge con un abrazo maternal al hijo, que vuelve sucio, arruinado y humillado, pero arrepentido, al hogar del Padre, ante la mirada fría y desconfiada del hermano mayor.


Con una  valiosa erudición pictórica, Nouwen nos enseña a contemplar la pintura, y a descifrar la propia experiencia vital de Rembrandt.  La luz, los claroscuros y colores, los estudiados ropajes, gestos y actitudes  de cada personaje,  muestran una profunda asimilación de la enseñanza que Jesucristo nos ha  querido transmitir sobre el amor paternal de Dios a cada persona. Es una magistral imagen de las consecuencias de nuestra condición de hijos de Dios, en perfecta sintonía con la enseñanza de la Iglesia católica sobre la filiación divina.  


El autor se fija primero en la imagen del hijo menor,  el que se marchó de la casa del Padre de manera destemplada y desagradecida, hastiado de una vida aparentemente monótona, buscando  independencia y placer. Ahora regresa en actitud humilde y compungida, extraordinariamente interpretada por Rembrandt. Nouwen extrae consideraciones que invitan a la reflexión personal, al contrastar la propia conducta con la del personaje del cuadro.


Después repara en el hijo mayor, en su rostro frío y distante, incapaz de participar de la alegría del Padre por la vuelta del hijo descarriado. Su aparente dignidad, propia de quien se ha  mantenido junto al Padre en su casa,  está ensombrecida por una heladora falta de comprensión y de afecto: no ha entendido todavía la capacidad de perdón y de olvido de las ofensas que tiene el amor verdadero.


Y por último, descubre al Padre, su actitud maternal, acogedora, benevolente, dispuesta al perdón. En el Padre la alegría por el regreso del hijo arrepentido es mucho más grande que el sentimiento de ofensa.  Y en esa actitud Nouwen descubre el sentido de su propia vocación, que es en el fondo el sentido de toda vocación cristiana: participar del amor de Dios Padre por cada hombre, hacer sentir a cada persona que no está sola, que se la quiere. Un amor que no conoce fronteras,  siempre dispuesto a acoger y perdonar por grandes que hayan sido los desprecios y ofensas recibidas. 


Uno de los autores que más ha profundizado en el amor paternal de Dios por los hombres, y en el correspondiente sentido de la filiación divina, es san Josemaría Escrivá. Por eso, un buen complemento de este libro es la homilía La conversión de los hijos de Dios, en Es Cristo que pasa, nº 64. Su comentario  a este mismo pasaje del Evangelio es, más allá de la mera contemplación del cuadro, una invitación a sacar consecuencias operativas de la maravillosa realidad de nuestra condición de hijos queridísimos de Dios.   


Inserto este video en que el fundador del Opus Dei habla precisamente de la maravilla que supone un Dios siempre dispuesto a perdonar:







sábado, 29 de marzo de 2014

Opus Dei. Una investigación, Vittorio Messori

Opus Dei. Una investigación. 
Vittorio Messori. EIUNSA 


 

                                     


Se deja de odiar (y también de desconfiar) en cuanto se deja de ignorar”. Esta sabia sentencia de Tertuliano, con la que  arranca su libro el periodista y escritor italiano Vittorio Messori, expresa bien lo que nos ofrece su investigación sobre el Opus Dei,  prelatura personal de la Iglesia católica, fundada en 1928 por san Josemaría Escrivá.


Messori , periodista “ajeno” al Opus Dei, se muestra sorprendido y agradecido por la actitud de apertura y transparencia encontrada en la institución para proporcionarle los datos y abrirle las puertas necesarias para su trabajo. Un trabajo hecho por encargo de una de las editoriales más “laicas” de Italia y de Europa, Mondadori



Salpicada en sus inicios por diversas calumnias procedentes de unas pocas personas de mentalidad estrecha, de “partido único” o que se dejaban llevar por celotipias, esas calumnias llegaron a crear una atmósfera enrarecida hacia el Opus Dei en quienes no lo conocían de primera mano. Y fueron aprovechadas después por enemigos de la Iglesia para ampliar su difusión.


Pero, como concluye  Vittorio Messori,  quienes decían hacer “denuncias” contra la Obra en realidad lo que propalaban eran calumnias. La diferencia entre denuncia y calumnia es que en la primera se presentan pruebas. Calumnias similares han sufrido siempre la Iglesia y los cristianos desde sus inicios, como las sufrió el mismo Jesucristo.


La primera puerta que se le abrió para su investigación fue la del prelado del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo, con quien mantuvo una larga y amigable conversación en 1994. Esta entrevista le impactó tanto que ha dejado escrito su testimonio

Poco después de comenzar a charlar, tuve que esforzarme para vencer una “tentación”: la de dejar de lado mi papel de periodista con vocación de investigador, que debía formular preguntas precisas –cuando no agresivas- para sentirme como un creyente que se dirige a un maestro espiritual, a un padre en la fe, y recibir así consejos espirituales o incluso confesarme. Es decir, en lugar de un Alto Dirigente (o de un Gran Manipulador, como le presenta la leyenda negra…) la figura de don Álvaro (…) trajo a mi mente la del sacerdote de verdad” 







Messori  investiga el origen de los principales  estereotipos acerca del Opus Dei, dentro y fuera de la Iglesia. Contrasta datos y fuentes con rigor. Y analiza con sentido común y lógica los argumentos “en contra” que ha escuchado en algunos ambientes. Buen conocedor de la Curia Vaticana y ambientes eclesiásticos,  con frecuencia aporta sustanciosos testimonios personales. Es el caso, por ejemplo, de unas antiguas afirmaciones sin fundamento de von Balthasar, que algunos se encargaron de airear durante años, a pesar de que el teólogo alemán  se había retractado en cuanto  conoció mejor la realidad.



Messori busca también entender a quienes no lo comprenden. Por ejemplo, la tendencia en ciertos ambientes anticulturales a considerar sectario a quien no acepte el relativismo. Y se pregunta: ¿cómo se puede acusar de intolerante a una institución como el Opus Dei que admite como cooperadores a los ateos?


Descubre también, en contraste con el estereotipo difundido, que el Opus Dei está arraigado en las favelas y en las villas miseria de los pueblos más pobres de América del sur, o en zonas deprimidas de Manila o de Kinshasa. Si procura comenzar su labor en un país por los intelectuales es precisamente para poder llegar después a todos.






Respecto al propio nombre de la institución, Opus Dei, explica que no se trata de “un delirante copyright”, sino que hace referencia al trabajo de Dios en la creación, al que cada hombre y mujer está llamado a cooperar con su propio esfuerzo, convirtiéndose en co-creador: cuidar y mejorar la creación mediante el trabajo profesional hecho con la mejor perfección posible. Esto, concluye, es un bien indudable para todo el conjunto social. Y de eso habla, en feliz coincidencia, el magisterio del papa Francisco en su encíclica Laudato Sí.


A modo de conclusión, Messori afirma que,  a su juicio,  lo que más atrae del Opus Dei es que se trate de “un fenómeno (...) único quizá, al que uno se vincula sólo por fines espirituales, para procurar hacer bien, a título personal, lo que la conciencia le dicta a cada uno.”


Con el Opus Dei, afirma, “desde el punto de vista  histórico aparece un fenómeno cargado de significado y de contenido, compuesto por millares de personas que, día tras días, en las ocupaciones más dispares, buscan traducir en realidades un mensaje que se compendia en pocas palabras del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer: Conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios.


Las palabras de Tertuliano citadas al comienzo encierran una gran verdad. Cuántos tópicos y estereotipos sobre personas e instituciones son fantasmagorías, que se diluyen en cuanto uno hace el esfuerzo de acercarse a la verdadera realidad, para conocerla de primera mano. Ese convencimiento lleva a Messori  a afirmar que la profesión de informadores puede tener un significado no lejano del Evangelio. Porque vencer la falta de conocimiento entre los hombres quiere decir disminuir la agresividad, ahuyentar el temor que puede suscitar aquello de lo que se ignora su auténtica naturaleza.


Se puede decir que Messori  cumple con este libro esa alta misión que debería hacer suya todo periodista: acercar la verdad de las cosas al ciudadano. El imaginario público está a veces cargado de tópicos o estereotipos que oscurecen la verdad. Y las categorías para acercarse a la realidad histórica no son divisiones vacías del tipo "reaccionario o conservador", "izquierda o derecha", sino "verdadero o falso", "bien o mal". 


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Vittorio Messori es autor de obras que han tenido una extraordinaria difusión en todo el mundo. Educado en un ambiente anticlerical, su trayectoria discurre entre el ateísmo y los partidos de la izquierda radical. Hasta que un día la lectura de un pasaje del Evangelio (“un objeto para mí desconocido, que nunca había abierto…”) le golpea interiormente.  “Fue un encuentro directo con la misteriosa figura de Jesús”. Y su vida cambió radicalmente.


Una de sus obras más conocidas es el libro entrevista al papa san Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza. Un hito periodístico, porque por primera vez un papa exponía en ese formato cercano y directo su visión de la Iglesia y del mundo.



También ha tenido mucha difusión su Leyendas negras de la Iglesia, donde analiza el origen de algunas de las más difundidas acusaciones contra la Iglesia. Tras investigar en las fuentes auténticas, comprueba la falsedad y manipulación que contienen muchas de esas afirmaciones  que hoy siguen en el imaginario público.





sábado, 27 de julio de 2013

Mis prisiones. Silvio Pellico

Mis prisiones. Silvio Pellico






El escritor  italiano Silvio Pellico (1789-1854) fue detenido y encarcelado por la policía de Austria, acusado de ideas políticas liberales contrarias al régimen imperial. En este libro nos cuenta sus vivencias personales, centradas especialmente en los diez  años pasados en la cárcel.


La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos años.


Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo directo, esforzándose por  ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los juicios ajenos…  el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja poso.  Es lo que sucede con esta historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber leído algo que valía la pena.


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Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más hondo.


Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.


Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:  

“Cada vez que yo oía aquellas amorosas reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida; las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a nuestros propios pensamientos.”


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Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser  también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando  hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:  


"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."


El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."


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Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas: 

"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos". 


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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo.  Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación. 

Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!" 

Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!




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Pellico había sido carbonario,  y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral. 

Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."


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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)

Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física.  "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."


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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo: 

"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."

Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."







Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”