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sábado, 15 de marzo de 2014

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. 





Cuando nos acercamos a la  canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.


En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado, y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía  y altura intelectual que le caracterizaban.


Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones sobre  el hombre y la humanidad, y también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la Iglesia.  La existencia de Dios, el problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la Iglesia, el judaísmo y el islam


Sus consideraciones están  enraizadas en la  concepción cristiana del ser humano, y ayudan a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II, hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.


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El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre: Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser  agnósticos o ateos.  Pero es bien real: la historia de la salvación –y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia de la conjunción de la acción de Dios y del hombre. 


Dios actúa, habla.  Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos,  extendiéndolos  con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios  es lo que llena de esperanza al cristiano.  


El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la realidad del ser humano.  Una de sus ideas más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada hombre”. 


Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades.  Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.


La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de Jesucristo,  responde a una pregunta esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.

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El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de  alegría.  En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba.  Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.





Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que  el culto mariano supone para el mundo. No es sólo una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la  contemplación de  esa realidad se ha abierto camino silenciosa y eficazmente  en la civilización cristiana la actitud de respeto a la mujer.  En María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.


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Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con fuerza en el original que escribió de su puño y letra: 

"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"


Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona respuestas  claras y esperanzadas a los retos del momento presente.


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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro  Opus Dei. Una investigación.


martes, 18 de febrero de 2014

Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington)



Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington

Una gran película de Frank Capra sobre la desigual lucha entre el inocente y la corrupción 



Frank Capra (Sicilia, 1897-California, 1991) logró con esta película, estrenada en 1939, una fantástica parábola sobre la corrupción y la inocencia. El guión, que mereció un Óscar, y la fuerza de los personajes –la encantadora Jean Arthur (Clarissa Saunders) y ese jovencísimo James Stewart (Jefferson Smith) - siguen atrapando al espectador de principio a fin. 


Atrapan incluso al espectador joven, lo que tiene mérito, y desmiente apreciaciones sobre la superficialidad de las nuevas generaciones. Quizá sean superficiales sólo en la  medida en que ni educadores ni profesores les estamos dando elementos sólidos para la formación de sus conciencias, para que aprendan a distinguir el bien del mal. 


Pudimos comprobarlo anoche, cuando nos reunimos un grupo de amigos dispuestos a disfrutar estudiando  el lenguaje cinematográfico de Capra y el trasfondo de su mensaje. Entre los presentes, José Manuel Mora, gran conocedor del director de cine de origen  siciliano, y autor de varios trabajos sobre su visión antropológica del hombre.


James Stewart and Jean Arthur in Mr. Smith Goes to Washington trailer.JPGEl joven, generoso e inocente Smith se ve ascendido a la categoría de senador casi por accidente. De noble corazón, acude a Washington cargado de ideales, de deseos de hacer el bien y trabajar por la justicia. Cree firmemente en los grandes principios que inspiraron a los padres de la Constitución: la verdad, la justicia y la libertad brillarán en una sociedad que llegará a ser, con la ayuda de Dios, la mayor democracia del mundo. Cree en esa democracia, hondamente arraigada en principios cristianos, con la que soñaron  Lincoln, Jefferson y todos los grandes hombres que dieron origen a los Estados Unidos de América.  



Caballero sin espadaPero pronto el idealista Smith (un apellido vulgar para significar uno cualquiera de nosotros)  se encuentra rodeado por  los tentáculos de una insospechada y poderosa red de corrupción, en la que están inmersos sus mentores políticos. Y el joven senador se enfrenta al angustioso dilema que a menudo se cierne sobre las personas justas: someterse al dictado de los poderosos, perdiendo su inocencia; o mantenerse fiel a su honradez, aunque ello suponga afrontar la terrible persecución que los corruptos desencadenarán contra él. 


Smith se mantiene fiel, y además no abandona cobardemente: se enfrenta al mal. Como un Quijote. Como un Caballero sin espada. Los malvados no pueden soportar la resistencia del inocente, y decretan su exterminio público.  Urden mentirosas campañas de desprestigio y calumnia. La corrupción tiene larga mano, y envilece a cuantos ponen precio a su honradez. En sus redes caen políticos, editores, periodistas,… Así ha obrado siempre, desde tiempos antiguos. ¿Quién no recuerda la historia de la casta Susana y los ancianos viles?


La corrupción logra también otra sutil forma de envilecimiento: la resignación cobarde de quienes  piensan que frente al mal  no se puede hacer nada. Cuando ven al inocente perseguido y vilipendiado, temblando bajo el peso de las calumnias, aterrado… hasta  los mejores amigos abandonan al idealista Smith, con un movimiento de cabeza como diciendo: qué loco, a quién se le ocurre llegar a tanto, no se da cuenta de que son poderosos y le van a destrozar… 

Y el rostro del angustiado y desamparado  senador refleja aquella queja angustiada que la Sagrada Escritura refiere a Jesús en su Pasión: “Busqué quien me consolase… y no lo hallé.”


Pero es posible enfrentarse al mal. Esa es la gran lección de esta película. El mal vive del miedo de los hombres a  hacerle frente. Capra nos muestra que para vencer al mal basta estar dispuestos al sacrificio antes que  rendirse a su poder. Y entonces el milagro se obra. David vence a Goliat, incluso sin honda. Capitán sin espada.  


Frank Capra.JPGPorque en la película de Capra se obra un milagro. En la versión que nos ha llegado sólo se intuye. Pero en la versión original, que hubo que acortar por exceso de metraje, hasta el malvado Taylor se arrepiente y se convierte.  



Capra era católico. Reflexionaba sobre las consecuencias de su fe y sobre el mundo que le rodeaba, la patria que le acogió cuando llegó sin nada desde Sicilia. Como tantos americanos sencillos, creía y admiraba los principios cristianos de la Constitución. Hay un goteo continuo a lo largo de la película de frases de la Sagrada Escritura, grabadas con fuerza en la Constitución por los padres de la patria americana.   Eran hombres creyentes, que se sabían parte de una civilización que debía al cristianismo sus valores de igualdad, justicia y fraternidad. 

Y Capra no se resigna a ver atropellados esos principios vitales para la nación. En su película nos ofrece este mensaje profundamente cristiano: no os dejéis vencer por el mal, sino obrad el bien; es posible resistir al mal.

Es más: Capra sabe que sólo en la resistencia frente al mal el hombre se encuentra a sí mismo, y alcanza la  felicidad.  Porque el mal es antinatural: al principio no existía el mal.  El mal entró cuando el hombre dejó de cumplir el bien y dio la espalda a su Creador. Pero por fin un inocente ha resistido.  Y con su sacrificio hasta la extenuación ha cambiado el negro horizonte del mundo. 


El mensaje encierra un claro eco de la figura de Jesucristo, reflejado en  el idealista y valeroso senador Smith. Él no ha temido enfrentarse a las fuerzas trituradoras del mal. Y  en el simpático Presidente del Senado adivinamos una discreta alusión a Dios Padre. Cuando a Smith ya no le quedan fuerzas y está a punto de caer exhausto, el Presidente le dirige una sonrisa complacida, como diciendo “Ánimo, prosigue, conviene que lo hagas; sufres, pero aún te quedan fuerzas.  A todos conviene que te sacrifiques, todavía un poco más, porque tu sacrificio servirá para desenmascarar al mal y librar a todos de su poder. Conviene, puedes…”

 
Capra logra envolver ese profundo mensaje en un derroche de simpatía, buen humor y alegría de vivir, que son, estrechamente unidos al mensaje de fondo, los sentimientos que transmite esta película. Vean esta encantadora escena del senador Smith con su secretaria Clarissa Saunders.





Caballero sin espada brilla como una obra maestra del cine.  Debería  proyectarse con frecuencia en sedes parlamentarias, redacciones de medios, escuelas de periodismo... 

Aquí copio dos significativos minutos de la película.



domingo, 2 de diciembre de 2012

Reflexiones de Joaquín Navarro Valls, portavoz de Juan Pablo II




Recuerdos y reflexiones. Joaquín Navarro Valls. 



    Conjunto de artículos, en su mayor parte publicados en el diario italiano La Reppublica, que recogen comentarios personales del que fue una de las figuras más conocidas del pontificado de Juan Pablo II.

     Ofrece su visión particular de algunos de los acontecimientos más significativos en el mundo desde 1984 (año en que fue nombrado director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz de Juan Pablo II) hasta 2010. Su colaboración estrecha con Juan Pablo II le permite ser testigo presencial, y en ocasiones protagonista, de algunos de los hechos más relevantes que marcaron el pontificado, y con él la historia reciente: los viajes a la Polonia todavía comunista, las relaciones con Gorbachov y la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, el viaje a Cuba y las entrevistas con Fidel Castro, o la cumbre de la ONU en Pekin, entre otros.

recuerdos y reflexiones sobre la historia y la actualidad-joaquin navarro valls-9788401390715

     Para Juan Pablo II, resalta Navarro Valls, el comunismo no era una cuestión de ideas, sino de derechos humanos conculcados y pisoteados. Ese convencimiento está en la base del histórico entendimiento que logró con el líder de la Rusia comunista, Mijail Gorbachov. Entre ambos surgió una sintonía que sorprendió al mundo. El hecho de que ambos fueran eslavos facilitó que sus conciencias éticas vibraran al unísono, comprendieran las respectivas posturas y afrontaran con realismo el modo mejor de resolver los problemas.

     Son especialmente significativas las reflexiones de Navarro Valls respecto a la democracia , el laicismo y la religión. Es sin duda uno de los mayores retos que tiene planteado Occidente y su sistema político. Resalta que la democracia es el valor más alto compartido de nuestro tiempo, capaz de incluir a todos los demás valores, siempre que no se devalúe su significado con sucedáneos espúreos. Democracia significa fundamentalmente pluralismo, respeto a los demás, tolerancia y valoración de las diferencias, realización política de ideas rechazando la lógica del poder exclusivo, visión moderada y heterogénea de la sociedad, rechazo de propuestas radicales de elección de bando y designación de enemigos que hay que abatir o normalizar.

     Sin embargo el laicismo extremo está corrompiendo gravemente esos valores esenciales de la democracia. Al tratar de expulsar la religión, el laicismo introduce una forma particular de confusión entre el ámbito político y el religioso. La religión es un derecho fundamental de personas que son ciudadanos y creyentes, que ven injustamente limitada y conculcada su libertad por ese laicismo excluyente. Erróneamente el laicismo piensa que la religión tiene que ver primaria y esencialmente con la Iglesia, y no se da cuenta de que antes incluso es un derecho de la persona que se debe respetar.

     Del mismo modo el laicismo debe descubrir que hay un espacio propiamente religioso en la política: es el ámbito de los valores fundamentales, que se expresan en las reglas que un pueblo se da, de cuando en cuando, voluntariamente. La política no puede desligarse de la religión sin perder coherencia, alcance y validez ética además de humana.

     Se refiere también Navarro Valls a la frecuente manipulación semántica, por ejemplo en el caso del término laico. Es laico, aunque su fe sea católica, todo el que ejercita su derecho de participar en la vida civil y de pensar en una política coherente con sus propios valores éticos, sean estos más o menos religiosos. Seguirá siendo laico, aunque sea católico, porque ninguna instancia le obliga a ser “católico oficial”.

     Hay muchas maneras de reprimir la religión, o de impedir la expresión púbica de las opiniones religiosas. Una es negar la palabra expresamente a sus representantes, como hizo Sudáfrica con el Dalai Lama en 2010, por presiones económicas de China. Otra modo de represión, más solapado pero no menos grave, es manejar el mensaje ridiculizándolo, usando el mismo mecanismo con el que se menoscaba la credibilidad de un testigo durante un proceso para impedir que convenza al tribunal. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, en los medios de comunicación occidentales con las declaraciones del Papa sobre el uso del preservativo en su viaje a Camerún y Angola.

     Por desgracia hay medios que nos tienen ya acostumbrados a esa rutina ridiculizante, pero hacen daño grave a la democracia, y nos hacemos daño todos dándola por inevitable.

     Políticos, periodistas, intelectuales, y cuantos se interesan por la vida pública, deberían descubrir que la libertad de palabra de las autoridades espirituales es señal de solidez democrática: una democracia se alimenta de la libertad con la que los líderes espirituales pueden expresar sus visiones del mundo, sin tener que pedir autorización ni a políticos, ni a grupos de presión ideológicos o financieros.

     Un libro valioso que ayuda a pensar sobre cuestiones actuales, desde la experiencia de alguien que ha estado, y en buena medida sigue estando, en puestos privilegiados del devenir histórico.

martes, 20 de marzo de 2012

Por un periodismo que opine sin herir





Sesión de trabajo con periodistas organizada por COSO-Fundación


Habla el director de la Fundación Coso


VALENCIA, 1 agosto 2003 (ZENIT.org).- «Hay que construir entre todos una cultura en la que el ataque personal esté mal visto: es posible señalar errores y manifestar discrepancias sin insultos ni descalificaciones globales». Lo defiende en esta entrevista Jesús Acerete Gómez, director de programas de la Fundación Coso, radicada en Valencia, una institución que apuesta por mejorar la formación de los comunicadores, técnica y éticamente.

Acerete dice además que «los periodistas deben acercarse a la realidad sin retorcerla» y reconoce que «la comunicación tiene que unir».

En esta entrevista, este profesor sugiere un periodismo que no se base en el cinismo ni el la crítica mordaz, sino que sea capaz de superar las discrepancias con educación y sensibilidad.

Acerete es partidario de fomentar la capacidad de pedir perdón entre el cuerpo periodístico: «Hay un aspecto en el que Juan Pablo II insiste mucho: la capacidad de pedir perdón cuando uno se ha equivocado en sus afirmaciones, o se ha extralimitado en sus juicios».

--¿De qué manera los columnistas y tertulianos pueden acercar a las personas, hacerlas menos indiferentes?

--Acerete: Es la misión más hermosa de la comunicación: el entendimiento con los demás, la vivificación de la vida comunitaria que es la vida de todos. La auténtica comunicación debe buscar unir y ser veraz, procurando poner énfasis en lo bueno que tiene «el otro», sea una persona, una institución o un pueblo. Fácilmente caemos en la actitud malsana de resaltar «lo malo»; quizá tiene más morbo, pero desde luego es más destructivo.

En primer lugar hay que buscar unir, que es el fin de la comunicación y del lenguaje.

--¿Así pues la información nos hace más solidarios?

--Acerete: En la medida en que una columna de opinión, o un comentario de tertulia, aciertan a transmitirnos una realidad o un punto de vista que desconocíamos --un hecho alegre o desolador para una persona o un pueblo, por ejemplo-- ya nos están sacando del aislamiento y uniéndonos a los demás. Pueden --y deben-- despertar en nosotros el interés por lo que sucede a otros, padecer con ellos, movernos a pensar remedios: hacernos más solidarios.

Además ha de ser un trabajo veraz, que es otro aspecto sustancial de la comunicación. Hay que acercarse a las personas y los sucesos con gran respeto a la realidad, sin retorcerla --sin darle «spin», como denuncia estos días algún periódico inglés-- por superficialidad o buscando un provecho. 

Respetar la realidad requiere cierto esfuerzo: hay que contrastar los datos y fundamentar las opiniones, sobre todo cuando está en juego el buen hacer o el buen nombre de otros. Y requiere sobre todo honradez intelectual, para no convertir la comunicación en instrumento de poder, de propaganda, o en simple engaño.




--¿Por qué el periodista a veces es mordaz, y hiere con sus palabras?

--Acerete: No es un problema sólo de periodistas. Es un problema humano, quizá más notorio en los periodistas porque comunican más, están más en la palestra.

Ante todo hay que decir que abundan los buenos profesionales del periodismo, que saben medir el alcance de sus palabras, y las aquilatan antes de lanzarlas. Saben que una frase no medida puede destrozar a una persona o a una familia.

Pero por desgracia es frecuente también el profesional que sucumbe a la vanidad, al afán de notoriedad a cualquier precio; si es preciso a costa de la verdad de las cosas, o del respeto que toda persona merece.

Ya Cicerón señalaba: «Hacer daño es injusto, molestar es inmoderado».

Hay que construir entre todos una cultura en la que el ataque personal esté mal visto: es posible señalar errores y manifestar discrepancias sin insultos ni descalificaciones globales.


--Usted dice que a veces se confunde cinismo con sabiduría. ¿El cinismo puede ser sano, o siempre margina?

--Acerete: La confusión no se refiere a identificación equivocada, sino a que la falta de sabiduría se suple con cinismo.

Cinismo es mentir con desvergüenza, o defender conductas de suyo vituperables. Eso puede dar cierta vitola de superioridad ante los pusilánimes o los poco instruidos, pero desde luego nunca puede ser sano, ni para el cínico ni para la sociedad en que se pusiera de moda el cinismo.

--Un profesional cristiano sabe que se puede opinar sin herir, defiende usted. Tiene alguna propuesta para potenciar esta línea de discrepar sin hacer daño?

--Acerete: El profesional que es cristiano sabe a ciencia cierta lo que cualquier profesional con sentido común reconoce o sospecha: cada persona, hasta la de apariencia más débil o mezquina, tiene una dignidad que merece ser respetada, que le hace ser sujeto de derechos.

Los cristianos sabemos además que esa dignidad le viene de ser hijo de Dios, hecho nada menos que a imagen de Dios.

Eso tiene muchas consecuencias prácticas: debemos respetar el derecho a la fama y al buen nombre; la información ha de estar basada en hechos, no en suposiciones; no se pueden hacer juicios de intenciones, porque no las conocemos; hay que respetar la presunción de inocencia; se puede discrepar sin recurrir al insulto o a la descalificación; difundir rumores infundados o hacer eco a calumnias puede constituir una agresión más grave que la violencia física…

Hay otro aspecto, en el que Juan Pablo II insiste mucho: la capacidad de pedir perdón cuando uno se ha equivocado en sus afirmaciones, o se ha extralimitado en sus juicios. Y su correspondiente capacidad de perdonar y pasar página. Deberíamos fomentarlas más. Si las tuviéramos más presentes en la profesión periodística y en la comunicación contribuiríamos realmente a hacer el mundo más pacífico, y la convivencia más humana.

Pienso que es una línea de trabajo con la que cualquier buen profesional se identifica. Esa es la experiencia que tenemos en las actividades que desarrollamos en la Fundación COSO: existe un interés creciente entre los buenos profesionales por estar en la vanguardia no sólo de los aspectos técnicos de la profesión, sino también de la calidad humana y ética de sus contenidos.

Pienso que hay que fomentar foros de estudio y reflexión similares entre los propios responsables de la comunicación, que vayan creando y difundiendo ese estilo más humano y constructivo.

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lunes, 3 de mayo de 2010

LIBERTAD DE EXPRESIÓN






El derecho fundamental a la información requiere libertad de expresión para informar. Esto lo sabemos todos. En lo que quizá no estamos tan de acuerdo es en calibrar hasta qué punto se respetan estos derechos aquí y en el mundo en general. Uno percibe cierta desproporción en los juicios, y no se puede tratar como partes iguales lo que es profundamente desigual.

No existe en absoluto libertad de expresión en muchos lugares del planeta. No la hay en China, aún anclada en un comunismo que no admite disidencias. Ni en Cuba, donde no hay libertad ni de expresión política, ni de nada medianamente reticente con el régimen de Castro, una reliquia del cavernario socialismo stalinista. De Corea del Norte ni hablemos. En Venezuela el régimen chavista, inspirado en el comunismo de Castro, aprieta férreamente las gargantas de los opositores, y veremos en qué para si nadie planta cara a sus atropellos.

En la mayor parte de los países de mayoría musulmana uno se juega la vida si pretende hacer uso de su derecho a la libertad de expresión, mayormente de expresión religiosa, que es la libertad fundamental, porque el hombre sin Dios acaba siendo un número sin importancia. Ni siquiera se puede expresar tranquilamente a solas a un musulmán lo que uno piensa en materia religiosa, porque puedes acabar en la cárcel, o expulsado del país, acusado de ‘inquietar al musulmán en su fe’. Muchos musulmanes son perseguidos, incluso hasta la muerte, si manifiestan interés por una religión distinta. No está muy fuerte la libertad de expresión en los países musulmanes.

La libertad de expresión en las democracias occidentales está bastante más desarrollada. Pero es preciso reconocer, que siendo superior, tiene no pocas deficiencias. Hay una fuerte presión contra el que trate de emplear un lenguaje que no coincida con el de la ideología dominante, el laicismo relativista, convertido en la nueva religión oficial. Las frases y expresiones ‘políticamente correctas’ son obligatorias, si uno no quiere sufrir acoso y mobbing. ¿Quién se atreverá ahora, por ejemplo, a recomendar a sus hijos la lectura de Blancanieves y los siete enanitos? El nuevo dogma de la ideología de género tiene su lista negra de lo que no se permite leer. Una lista negra que sigue creciendo día a día.

Tampoco anda muy allá la libertad de expresión en nuestros medios de comunicación. Periodistas y columnistas están con demasiada frecuencia férreamente atados a la batuta de los que mandan en la empresa informativa. Un silencio sepulcral se cierne sobre pautas de conducta impuestas y nunca, o muy pocas veces -porque la valentía no es tan frecuente como algunos se autoatribuyen- denunciadas ni reconocidas.

Y luego están otros temas, que también lesionan la libertad de expresión. Que si esta foto sí porque salgo bien, que si esta no porque salgo peor. Mal hecho. Pero reconozcamos que hay lesiones y lesiones. Es preciso reconocer y denunciar la existencia de gravísimas ‘deficiencias’ de la libertad de expresión, si uno quiere tener autoridad para denunciar otras de orden menor. Y poner cada una en su sitio, ordenadas jerárquicamente. Y reconocer las deficiencias en el propio entorno, antes de denunciarlas en el entorno del contrario. Porque el truco de manipular haciendo ‘partes iguales’ de lo esencial y cuantitativamente diverso, descrito magistralmente por Vladimir Volkoff, ya está muy visto.

Siempre he pensado que deberíamos celebrar, junto a la libertad de expresión, su complemento necesario: la expresión veraz, proporcionada y responsable. Nunca somos más auténticos que cuando usamos la libertad para decir la verdad, y no lo que nos interesa.


Jesús Acerete
Director de Programas de la Fundación COSO