lunes, 28 de julio de 2014
Álvaro del Portillo, un ejemplo cercano
Impresiona comprobar el cariño que Álvaro del Portillo despierta en gentes de los cinco continentes. Su figura amable y cercana invita a imitarle en su generosa entrega a los demás. Y, ahora que puede hacerlo desde el cielo, invita también a pedirle ayuda en las necesidades espirituales y materiales.
De eso acaba de hablar el Prelado del Opus Dei en Guatemala. Aquí dejo un corto video en el que explica el sentido de la próxima beatificación:
domingo, 6 de abril de 2014
Álvaro del Portillo, maestro de vida cristiana
El periodista y escritor Salvador Bernal ha estado en Valencia
para dar una conferencia sobre la beatificación de Álvaro
del Portillo en su centenario. El acto se celebró en la parroquia
de san Josemaría, y fue seguida con gran interés por centenares de
personas que llenaron la nave del templo.
Bernal
es autor de dos libros biográficos sobre el futuro beato. En su intervención,
destacó la humanidad y el don
de gentes del sucesor de san
Josemaría Escrivá al frente del Opus
Dei: lo considera un hombre bueno, "en el
buen sentido de la palabra, bueno”, que decía de sí mismo Antonio Machado. Fue
un hombre de gran corazón, pendiente de los demás, profundamente agradecido. “Adivinaba
tus problemas, y se adelantaba a resolverlos sin hacerlo valer.”
Precisó que esa
bondad no se confunde con la bondadosidad: desde su trato personal con Álvaro
del Portillo, refirió detalles de su vida que manifiestan una especial reciedumbre,
con enfermedades desde la infancia y hasta el final de sus días.
Esa fortaleza se
manifestó, a juicio de Bernal, no sólo al conllevar problemas físicos, sino,
sobre todo, ante las graves dificultades que vivió, junto al fundador del Opus
Dei, en los años cuarenta en España, y luego en Roma, hasta conseguir la
deseada solución jurídica. “Los santos se
manifiestan en su entereza ante las dificultades”.
Álvaro del Portillo
fue una importante personalidad de la vida eclesiástica en la segunda mitad del
siglo XX. Entre otras manifestaciones, tuvo un papel decisivo en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor y presidente
de una de las comisiones preparatorias de la futura asamblea ecuménica, sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Fue luego secretario de la que estudió los problemas del sacerdocio en
aquel tiempo y redactó el decreto Presbyterorum
ordinis, aprobado el 7 de diciembre de 1965 con sólo cuatro votos en
contra.
Pablo VI,
aparte de confirmarle en sus cargos, le nombró consultor de la comisión para la
revisión del Código de Derecho Canónico. En 1966, le designaría consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y
luego Juez del Tribunal para las causas de competencia de ese Dicasterio.
Se comprende la inmensa alegría con que –unido a san
Josemaría‑ acogió las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Agradecía al
Espíritu Santo ese impulso vivificante para la fidelidad y expansión de la
Iglesia en el siglo XX.
Juan Pablo II saludo a Álvaro del Portillo en la plaza de San Pedro |
También
Juan Pablo II le manifestó un
especial cariño: acudió a rezar a la capilla ardiente de don Álvaro del
Portillo el día de su fallecimiento, 23 de marzo de 1994.
La
causa de beatificación se abrió en marzo de 2004, poco antes del tránsito al
cielo de Juan Pablo II. Cumplidos
los diversos trámites y estudios, Benedicto
XVI declaró el 28 de junio de 2012 que constaban las virtudes heroicas y la
fama de santidad del Siervo de Dios Álvaro del Portillo. Apenas un año después,
el 5 de julio de 2013, el papa Francisco
reconoció un milagro obtenido por su intercesión. Esta coincidencia de los tres
pontífices del siglo XXI confirma que Álvaro del Portillo fue un hombre bueno y
fiel, maestro de vida cristiana, que sirvió heroicamente a la Iglesia y a las
almas.
Respondiendo
a una de las preguntas de los asistentes, acerca de la intercesión de los
santos, Bernal contó que en el trato personal Álvaro del Portillo era una
persona daba paz: sabía conjugar el trabajo intenso con la serenidad. “A su
lado se trabajaba mucho, pero con paz. Por eso ahora son muchos los que acuden
a él para pedir la paz: en el mundo, en la propia familia, o ante las
contradicciones.”
Salvador Bernal, periodista y autor de dos biografías de Álvaro del Portillo |
Salvador
Bernal, editor de la agencia de colaboraciones Aceprensa, asistió
también a uno de los habituales encuentros de periodistas en la oficina
de comunicación del Opus Dei en Valencia. Desde su experiencia en el periodismo
de análisis, aportó interesantes ideas sobre la crisis de los medios, en la que
apuntó también una importante crisis de pensamiento, y la misión del periodista de acercar la
realidad al ciudadano. Refiriéndose a algunas de sus experiencias profesionales, resaltó otra de
las cualidades patentes en Álvaro del Portillo: su profundo respeto a la
libertad personal, a la que siempre añadía una llamada a la responsabilidad.
En el
encuentro se trató también de la comunicación en la Iglesia. Bernal comentó el
alcance mediático de los gestos del papa Francisco. “Para recordar la
importancia del sacramento de la Penitencia, Juan Pablo II se hizo fotografiar
confesando en san Pedro. Ahora el papa Francisco ha logrado un impacto de alcance con la fotografía en la que él mismo está confesándose: un
gesto muy suyo, insólito en la historia del papado. En una imagen se dice todo:
si el mismo papa, que es tan bueno, se confiesa, todos lo necesitamos. El gesto
es un hecho que autentifica la palabra.”
Esta es la foto de Francisco que ha impresionado al mundo:
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sábado, 29 de marzo de 2014
Opus Dei. Una investigación, Vittorio Messori
Opus Dei. Una
investigación.
Vittorio Messori. EIUNSA
“Se deja de odiar (y también de desconfiar) en cuanto se deja de ignorar”. Esta sabia sentencia de Tertuliano, con la que arranca su libro el periodista y escritor italiano Vittorio Messori, expresa bien lo que nos ofrece su investigación sobre el Opus Dei, prelatura personal de la Iglesia católica, fundada en 1928 por san Josemaría Escrivá.
Messori , periodista “ajeno” al Opus
Dei, se muestra sorprendido y agradecido por la actitud de apertura y
transparencia encontrada en la institución para proporcionarle los datos y
abrirle las puertas necesarias para su trabajo. Un trabajo hecho por encargo de
una de las editoriales más “laicas” de Italia y de Europa, Mondadori.
Salpicada en sus
inicios por diversas calumnias procedentes de unas pocas personas de mentalidad
estrecha, de “partido único” o que se dejaban llevar por celotipias, esas
calumnias llegaron a crear una atmósfera enrarecida hacia el Opus Dei en quienes
no lo conocían de primera mano. Y fueron aprovechadas después por enemigos de
la Iglesia para ampliar su difusión.
Pero, como concluye Vittorio Messori, quienes decían hacer “denuncias”
contra la Obra en realidad lo que propalaban eran calumnias. La diferencia
entre denuncia y calumnia es que en la primera se presentan pruebas. Calumnias
similares han sufrido siempre la Iglesia y los cristianos desde sus inicios, como las
sufrió el mismo Jesucristo.
La primera puerta que se le abrió para
su investigación fue la del prelado del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo,
con quien mantuvo una larga y amigable conversación en 1994. Esta entrevista le
impactó tanto que ha dejado escrito su testimonio:
“Poco después de comenzar a charlar, tuve que esforzarme para vencer una “tentación”: la de dejar de lado mi papel de periodista con vocación de investigador, que debía formular preguntas precisas –cuando no agresivas- para sentirme como un creyente que se dirige a un maestro espiritual, a un padre en la fe, y recibir así consejos espirituales o incluso confesarme. Es decir, en lugar de un Alto Dirigente (o de un Gran Manipulador, como le presenta la leyenda negra…) la figura de don Álvaro (…) trajo a mi mente la del sacerdote de verdad…”
“Poco después de comenzar a charlar, tuve que esforzarme para vencer una “tentación”: la de dejar de lado mi papel de periodista con vocación de investigador, que debía formular preguntas precisas –cuando no agresivas- para sentirme como un creyente que se dirige a un maestro espiritual, a un padre en la fe, y recibir así consejos espirituales o incluso confesarme. Es decir, en lugar de un Alto Dirigente (o de un Gran Manipulador, como le presenta la leyenda negra…) la figura de don Álvaro (…) trajo a mi mente la del sacerdote de verdad…”
Messori investiga el origen de los principales estereotipos acerca del Opus Dei, dentro y fuera de la Iglesia. Contrasta datos y fuentes con rigor. Y analiza con sentido común y lógica los argumentos “en contra” que ha escuchado en algunos ambientes. Buen conocedor de la Curia Vaticana y ambientes eclesiásticos, con frecuencia aporta sustanciosos testimonios personales. Es el caso, por ejemplo, de unas antiguas afirmaciones sin fundamento de von Balthasar, que algunos se encargaron de airear durante años, a pesar de que el teólogo alemán se había retractado en cuanto conoció mejor la realidad.
Messori busca también
entender a quienes no lo comprenden. Por ejemplo, la tendencia en ciertos ambientes
anticulturales a considerar sectario a quien no acepte el relativismo. Y se
pregunta: ¿cómo se puede acusar de intolerante a una institución como el Opus
Dei que admite como cooperadores a los ateos?
Descubre también, en
contraste con el estereotipo difundido, que el Opus Dei está
arraigado en las favelas y en las villas miseria de los pueblos más pobres de
América del sur, o en zonas deprimidas de Manila o de Kinshasa. Si procura comenzar su labor en un país por los intelectuales es precisamente para poder llegar después a todos.
Respecto al propio
nombre de la institución, Opus Dei, explica que no se trata de “un delirante
copyright”, sino que hace referencia al trabajo de Dios en la creación, al que
cada hombre y mujer está llamado a cooperar con su propio esfuerzo,
convirtiéndose en co-creador: cuidar y mejorar la creación mediante el trabajo
profesional hecho con la mejor perfección posible. Esto, concluye, es un bien
indudable para todo el conjunto social. Y de eso habla, en feliz coincidencia,
el magisterio del papa Francisco en su encíclica Laudato Sí.
A modo de conclusión, Messori afirma
que, a su juicio, lo que más atrae del Opus Dei es que se trate
de “un fenómeno (...) único quizá, al que uno se vincula sólo por fines espirituales,
para procurar hacer bien, a título personal, lo que la conciencia le dicta a
cada uno.”
Con el Opus Dei, afirma, “desde el punto de
vista histórico aparece un fenómeno
cargado de significado y de contenido, compuesto por millares de personas que,
día tras días, en las ocupaciones más dispares, buscan traducir en realidades
un mensaje que se compendia en pocas palabras del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer: Conocer a
Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios.”
Las palabras de Tertuliano citadas
al comienzo encierran una gran verdad. Cuántos tópicos y estereotipos sobre
personas e instituciones son fantasmagorías, que se diluyen en
cuanto uno hace el esfuerzo de acercarse a la verdadera realidad, para conocerla
de primera mano. Ese convencimiento lleva a Messori a afirmar que la profesión de informadores
puede tener un significado no lejano del Evangelio. Porque vencer la falta de
conocimiento entre los hombres quiere decir disminuir la agresividad, ahuyentar
el temor que puede suscitar aquello de lo que se ignora su auténtica
naturaleza.
Se puede decir que Messori cumple con este libro esa alta misión que
debería hacer suya todo periodista: acercar la verdad de las cosas al ciudadano. El imaginario público está a veces cargado de tópicos o estereotipos que oscurecen la verdad. Y las categorías para acercarse a la realidad histórica no son divisiones vacías del tipo "reaccionario o conservador", "izquierda o derecha", sino "verdadero o falso", "bien o mal".
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Vittorio Messori es autor de obras que han tenido una
extraordinaria difusión en todo el mundo. Educado en un ambiente anticlerical,
su trayectoria discurre entre el ateísmo y los partidos de la izquierda
radical. Hasta que un día la lectura de un pasaje del Evangelio (“un objeto
para mí desconocido, que nunca había abierto…”) le golpea interiormente. “Fue un encuentro directo con la misteriosa
figura de Jesús”. Y su vida cambió radicalmente.
Una de sus obras más
conocidas es el libro entrevista al papa san Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza. Un hito periodístico, porque por primera vez un papa exponía en ese
formato cercano y directo su visión de la Iglesia y del mundo.
También ha tenido
mucha difusión su Leyendas negras de la Iglesia, donde analiza el origen de
algunas de las más difundidas acusaciones contra la Iglesia. Tras investigar en las fuentes auténticas,
comprueba la falsedad y manipulación que contienen muchas de esas afirmaciones que hoy siguen en el imaginario público.
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sábado, 15 de marzo de 2014
Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II
Cruzando el
umbral de la esperanza. Juan Pablo II.
Cuando nos acercamos a la canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.
En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado,
y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de
incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que
le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no
deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado
por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía
y altura intelectual que le
caracterizaban.
Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones
sobre el hombre y la humanidad, y
también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la
Iglesia. La existencia de Dios, el
problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos
del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la
Iglesia, el judaísmo y el islam…
Sus consideraciones están enraizadas en la concepción cristiana del ser humano, y ayudan
a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para
toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común
ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II,
hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.
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El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre:
Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en
la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad
de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser agnósticos o ateos. Pero es bien real: la historia de la salvación
–y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia
de la conjunción de la acción de Dios y del hombre.
Dios actúa, habla. Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos, extendiéndolos con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios es lo que llena de esperanza al cristiano.
Dios actúa, habla. Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos, extendiéndolos con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios es lo que llena de esperanza al cristiano.
El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la
realidad del ser humano. Una de sus ideas
más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros
mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada
hombre”.
Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades. Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.
Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades. Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.
La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de
Jesucristo, responde a una pregunta
esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede
decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad
del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad
de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún
poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer
de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino
correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa
Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.”
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El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de
Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre
el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de alegría.
En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo
al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba. Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.
Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella
dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente
al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que el culto mariano supone para el mundo. No es sólo
una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una
verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la contemplación de esa realidad se ha abierto camino silenciosa
y eficazmente en la civilización cristiana
la actitud de respeto a la mujer. En
María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.
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Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida
pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con
fuerza en el original que escribió de su puño y letra:
"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"
"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"
Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona
respuestas claras y esperanzadas a los
retos del momento presente.
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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro Opus Dei. Una investigación.
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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro Opus Dei. Una investigación.
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miércoles, 12 de marzo de 2014
Misión Olvido
Misión Olvido. María Dueñas
Ed.
Planeta
Blanca,
mujer ya madura, profesora universitaria, casada y con dos hijos ya crecidos,
se enfrenta de improviso a la amargura de que su marido, encaprichado con una
mujer más joven, la abandona. El mundo se le viene abajo. Sin fuerzas para afrontar
la rutina de siempre, decide marchar lejos durante una temporada. Consigue una
beca para investigar en una universidad de California. Allí deberá realizar un estudio
sobre las misiones de los franciscanos españoles que llevaron el evangelio y la
cultura a aquellas tierras en los siglos
XVIII y XIX, ordenando y analizando el legado de otro investigador español, el
profesor Fontana, fallecido años atrás.
Durante seis
meses la vida de Blanca se cruzará con
la de dos hombres: Luis Zárate, director
del departamento que la acoge, y un veterano investigador, Daniel Carter, que
ya no trabaja para la universidad pero tuvo una intensa relación profesional y
de amistad con Fontana. Daniel, en su época de estudiante, viajó por la España
de los años 50, enviado por el profesor Fontana para seguir el rastro del
escritor R.J. Sender. Daniel, al principio en la sombra, ayudará a Blanca en su
investigación.
La novela
está bien escrita y se deja leer. Son creíbles los sentimientos de los
personajes: dolor, soledad, rabia, nostalgia de los momentos felices y de los
buenos amigos, desesperación ante el futuro incierto… Eso ya es mucho.
Pero María
Dueñas nos presenta unos personajes sin fe, resignados a una vida en la que
Dios no cuenta, y a la que por tanto no logran dar sentido. Personajes sin
resortes para gestionar la adversidad, cuyo único recurso en momentos de crisis
es una fuerza de voluntad no siempre suficiente, y en el mejor de los casos el hombro de algún amigo relativamente leal. En esas condiciones, la posibilidad de
afrontar la vida con optimismo queda muy mermada.
A mi juicio Dueñas,
al perfilar a sus protagonistas, sucumbe a los dictados de lo políticamente
correcto: una buena dosis de agnosticismo, algún divorcio o separación dolorosa,
expectativas de escarceos sentimentales como remedio de la soledad… Si se
menciona la religión (y el tema bien que
se presta: nada menos que una
investigación sobre la epopeya evangelizadora de los franciscanos españoles en
California) es con cierta displicencia, dejándola
relegada a la categoría de curiosidad cultural marginal, propia de épocas pasadas,
de personas menos cultas, un punto intolerantes, o tal vez algo hipócritas. Una visión alicorta de la
realidad, de la que surgen personajes igualmente pobres y alicortos.
Con ese mal
sabor de lo humanamente insuficiente queda el lector cuando llega al punto
final. Y con la esperanza de que los protagonistas de la novela no sirvan de
modelo a los jóvenes (y mayores) que lleguen a leerla.
Son tiempos
de recordar con más frecuencia algunas verdades esenciales, con las que pocos
se atreven: que la mayor miseria del ser humano es vivir como si Dios no
existiera, que nuestra capacidad de elevar el corazón a Dios es lo que nos
diferencia de los animales, que el silencio sobre Dios es lo que está llenando
de tristeza a Europa, que es posible un compromiso estable de amor entre marido
y mujer, que la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor, que estamos hechos para la
fidelidad en el amor.
Sí: el mundo
interior de las personas es en realidad mucho más rico y trascendente de lo que
dicta la anquilosada corrección política al uso. Ya sé que el objetivo de la novela no tiene
porqué ser aleccionador. Y que es cierto que abundan los casos de separaciones y abandonos que parten el alma y merecen toda la compasión. Pero necesitamos creadores que muestren en sus personajes
todo el bien de que es capaz el ser humano: esos valores (fidelidad, lealtad,
compromiso, trascendencia…) que nos realizan plenamente como personas, y nos
permiten afrontar la vida con optimismo, esperanzados en la construcción de un
mundo mejor.
domingo, 23 de febrero de 2014
El Dia de la Independencia. Richard Ford
El Día de la Independencia. Richard Ford. Ed Anagrama
Mientras prepara la fiesta del 4
de julio, Día de la Independencia de los Estado Unidos de América, un agente inmobiliario rememora los hechos más trascendentales de su
vida. Todo gira en torno a su situación de divorciado, las relaciones con su ex-mujer
y sus dos hijos, su compañera ocasional
actual… los tristes restos del naufragio de su familia.
Vemos a lo largo de la novela la
vaciedad de la vida de una persona que ha perdido el sentido del matrimonio, de
la familia, de su papel como esposo y como padre. El autor retrata en el
protagonista al norteamericano medio, y a buena parte de la sociedad
norteamericana y occidental de nuestros días.
Los pequeños acontecimientos de
los tres días en que transcurre la acción, relacionados en buena arte con su habitual trabajo de venta de casas,
dan pie para fotografiar el materialismo rastrero y banal, falto de ideales altos y nobles, que a menudo atenaza a la persona en una sociedad que ha perdido el sentido de la familia y se
ha olvidado de Dios.
Richard Ford escribe con maestría. Se aprende leyéndole. Con esta novela ganó entre otros el premio Pulitzer. Describe con acierto y realismo situaciones corrientes en la sociedad actual, en tantos aspectos deshumanizada.
No apunta
soluciones, pero deja al lector con el
convencimiento de que esa vida superficial, regida únicamente por la búsqueda
de bienestar material y placer, sexo y relaciones
sin compromiso de futuro, no es buena para el hombre. Algo falta, y lo peor sería darla por normal.
Y eso ya es algo: la lectura, quizá sin pretenderlo expresamente, invita
a cambiar el rumbo cuando nos hemos dejado arrastrar por esas corrientes ideológicas nocivas por egocéntricas y disgregadoras. Anima, a mi juicio, a orientar la vida en una dirección más acorde con el ser humano, capaz de lealtad y compromiso en sus relaciones matrimoniales y familiares, y hecho para relacionarse con Dios. Por ahí discurre su verdadera realización, y con ella su felicidad.
martes, 18 de febrero de 2014
Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington)
Una gran película de Frank Capra sobre la desigual lucha entre el inocente y la corrupción
Frank Capra (Sicilia, 1897-California, 1991) logró con esta película, estrenada en 1939, una
fantástica parábola sobre la corrupción y la inocencia. El guión, que mereció
un Óscar, y la fuerza de los personajes –la encantadora Jean Arthur (Clarissa Saunders) y ese jovencísimo James Stewart (Jefferson Smith) - siguen
atrapando al espectador de principio a fin.
Atrapan incluso al espectador
joven, lo que tiene mérito, y desmiente apreciaciones sobre la superficialidad
de las nuevas generaciones. Quizá sean superficiales sólo en la medida en que ni educadores ni profesores les
estamos dando elementos sólidos para la formación de sus conciencias, para que
aprendan a distinguir el bien del mal.
Pudimos comprobarlo anoche, cuando nos reunimos un grupo de
amigos dispuestos a disfrutar estudiando
el lenguaje cinematográfico de Capra y el trasfondo de su mensaje. Entre
los presentes, José Manuel Mora, gran conocedor del director de cine de origen siciliano, y autor de varios trabajos sobre su
visión antropológica del hombre.
El joven, generoso e inocente Smith se ve ascendido a la
categoría de senador casi por accidente. De noble corazón, acude a Washington
cargado de ideales, de deseos de hacer el bien y trabajar por la justicia. Cree
firmemente en los grandes principios que inspiraron a los padres de la
Constitución: la verdad, la justicia y la libertad brillarán en una sociedad
que llegará a ser, con la ayuda de Dios, la mayor democracia del mundo. Cree en
esa democracia, hondamente arraigada en principios cristianos, con la que soñaron
Lincoln, Jefferson y todos los grandes
hombres que dieron origen a los Estados Unidos de América.
Pero pronto el idealista Smith (un apellido vulgar para significar uno cualquiera de nosotros) se encuentra rodeado por los tentáculos de una insospechada y poderosa red de corrupción, en la que están inmersos sus mentores políticos. Y el joven senador se enfrenta al angustioso dilema que a menudo se cierne sobre las personas justas: someterse al dictado de los poderosos, perdiendo su inocencia; o mantenerse fiel a su honradez, aunque ello suponga afrontar la terrible persecución que los corruptos desencadenarán contra él.
Pero pronto el idealista Smith (un apellido vulgar para significar uno cualquiera de nosotros) se encuentra rodeado por los tentáculos de una insospechada y poderosa red de corrupción, en la que están inmersos sus mentores políticos. Y el joven senador se enfrenta al angustioso dilema que a menudo se cierne sobre las personas justas: someterse al dictado de los poderosos, perdiendo su inocencia; o mantenerse fiel a su honradez, aunque ello suponga afrontar la terrible persecución que los corruptos desencadenarán contra él.
Smith se mantiene fiel, y además no abandona cobardemente:
se enfrenta al mal. Como un Quijote. Como un Caballero sin espada. Los malvados
no pueden soportar la resistencia del inocente, y decretan su exterminio
público. Urden mentirosas campañas de
desprestigio y calumnia. La corrupción tiene larga mano, y envilece a cuantos ponen
precio a su honradez. En sus redes caen políticos, editores, periodistas,… Así ha obrado siempre, desde tiempos antiguos. ¿Quién no recuerda la historia de la casta Susana y los ancianos viles?
La corrupción logra también otra sutil forma de
envilecimiento: la resignación cobarde de quienes piensan que frente al mal no se puede hacer nada. Cuando ven al
inocente perseguido y vilipendiado, temblando bajo el peso de las calumnias,
aterrado… hasta los mejores amigos abandonan
al idealista Smith, con un movimiento de cabeza como diciendo: qué loco, a
quién se le ocurre llegar a tanto, no se da cuenta de que son poderosos y le
van a destrozar…
Y el rostro del angustiado y desamparado senador refleja aquella queja angustiada que la Sagrada Escritura refiere a Jesús en su Pasión: “Busqué quien me consolase… y no lo hallé.”
Pero es posible enfrentarse al mal. Esa es la gran lección
de esta película. El mal vive del miedo de los hombres a hacerle frente. Capra nos muestra que para
vencer al mal basta estar dispuestos al sacrificio antes que rendirse a su poder. Y entonces el milagro se
obra. David vence a Goliat, incluso sin honda. Capitán sin espada.
Porque en la película de Capra se obra un milagro. En la
versión que nos ha llegado sólo se intuye. Pero en la versión original, que
hubo que acortar por exceso de metraje, hasta el malvado Taylor se arrepiente y
se convierte.
Capra era católico. Reflexionaba sobre las
consecuencias de su fe y sobre el mundo que le rodeaba, la patria que le acogió cuando llegó sin nada desde Sicilia. Como tantos
americanos sencillos, creía y admiraba los principios cristianos de la Constitución.
Hay un goteo continuo a lo largo de la película de frases de la Sagrada
Escritura, grabadas con fuerza en la Constitución por los padres de la patria americana. Eran hombres creyentes, que se sabían parte de
una civilización que debía al cristianismo sus valores de igualdad, justicia y
fraternidad.
Y Capra no se resigna a ver atropellados esos principios vitales para la nación. En su película nos ofrece este mensaje profundamente
cristiano: no os dejéis vencer por el mal, sino obrad el bien; es posible
resistir al mal.
Es más: Capra sabe que sólo en la resistencia frente al
mal el hombre se encuentra a sí mismo, y alcanza la felicidad.
Porque el mal es antinatural: al principio no existía el mal. El mal entró cuando el hombre dejó de cumplir
el bien y dio la espalda a su Creador. Pero por fin un inocente ha
resistido. Y con su sacrificio hasta la extenuación ha cambiado el negro horizonte
del mundo.
El mensaje encierra un claro eco de la figura de Jesucristo, reflejado en el idealista y valeroso senador Smith. Él no ha temido enfrentarse a las fuerzas trituradoras
del mal. Y en el simpático Presidente del Senado adivinamos una discreta alusión
a Dios Padre. Cuando a Smith ya no le quedan fuerzas y está a punto de caer
exhausto, el Presidente
le dirige una sonrisa complacida, como diciendo “Ánimo, prosigue, conviene que
lo hagas; sufres, pero aún te quedan fuerzas.
A todos conviene que te sacrifiques, todavía un poco más, porque tu
sacrificio servirá para desenmascarar al mal y librar a todos de su poder. Conviene,
puedes…”
Capra logra envolver ese profundo mensaje en un derroche de
simpatía, buen humor y alegría de vivir, que son, estrechamente unidos al mensaje de fondo, los sentimientos que transmite
esta película. Vean esta encantadora escena del senador Smith con su secretaria Clarissa Saunders.
Caballero sin espada brilla como una obra maestra del cine. Debería proyectarse con
frecuencia en sedes parlamentarias, redacciones de medios, escuelas
de periodismo...
Aquí copio dos significativos minutos de la película.
Aquí copio dos significativos minutos de la película.
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