Una bella historia que nos habla del enorme atractivo de la vida cristiana cuando se vive con plena coherencia.
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miércoles, 12 de febrero de 2014
Jordi y Marisa: una bella historia de amor... y de fe
Inserto este video que ha difundido la Oficina de Información del Opus Dei.
sábado, 4 de mayo de 2013
Tomás de Aquino: la razón al servicio de la fe
Tomás de Aquino.
Vida, obras y doctrina.
James A. Weisheilpl EUNSA 1994
Este libro del dominico canadiense James Weisheilp es quizá la mejor biografía de santo Tomás de Aquino. Traza un cuadro detallado y riguroso de cuanto sabemos hasta la fecha sobre la vida y evolución intelectual de una de las mentes más poderosas de la historia de Occidente, con un método histórico-crítico de gran precisión en el análisis de las fuentes.
Tomás de Aquino (1223/4-1274) vivió en una época que, a semejanza de la nuestra,
estuvo sometida a profundas tensiones y cambios culturales. Fue un hombre santo
que desde su juventud –casi desde su niñez- puso la inteligencia al servicio de
la fe cristiana, mostrando no sólo que
creer es razonable, sino que a la luz de la fe nuestra mente puede avanzar
segura en el conocimiento de Dios. La
Iglesia sigue viendo en santo Tomás un guía seguro para adentrarse en el conocimiento
teológico sin perder el norte de la fe revelada.
Nació en fecha incierta entre 1223 y 1224, en el castillo de Roccasecca (Italia). Con
apenas 8 años, en 1231, su familia le envió para formarse a la abadía
benedictina de Montecasino. En 1239,
con unos 15 años, el abad convenció a sus padres para que lo enviasen a
estudiar artes liberales a la universidad
de Nápoles. Allí dedicó 5 años intensos al estudio, dirigido por profesores
universitarios.
Sabemos del joven Tomás que era más
alto que la media en aquella época, de cierta corpulencia, tranquilo y serio
para su edad, de pocas palabras, reflexivo, muy dado a la oración.
En Nápoles se formó en el
aristotelismo con el maestro Pedro de
Hibernia. La corte de Federico II
era un importante centro de traductores,
que vertieron al latín las obras de griegos
aristotélicos, Averroes y otros autores árabes. Estas obras influyeron
en la formación aristotélica de Tomás antes de que conociera a san Alberto Magno, quien se había
nutrido más bien de autores neoplatónicos.
Un factor decisivo para su
vocación como dominico fue la relación y amistad en Nápoles con los frailes
predicadores de la Orden de Santo Domingo, que se habían establecido allí poco antes, en
1227. Su estilo de vida, el celo por las almas y la pobreza que vivían le
removieron. Tomás eligió ser dominico, y
con eso frustró los planes de su familia, que esperaban verlo como benedictino
prominente en la abadía de Montecasino.
Los dominicos (Orden de Frailes Predicadores)
habían sido fundados en 1215 por el sacerdote español Domingo de Guzmán. Éste, en viaje con su obispo Diego de Acebes hacia Dinamarca, descubrió en el sur de
Francia la devastación causada por la herejía albigense. Los jefes de la secta, cátaros, convencían a
la gente poniendo mucho interés e ingenio intelectual, y mostrando una vida
pobre. Domingo y su obispo se dieron
cuenta de que los herejes sólo serían convertidos por la práctica de la pobreza evangélica, profundos conocimientos teológicos y
gran celo por las almas. Así nació
la Orden de Frailes Predicadores.
Las universidades habían surgido
en Europa en 1179, con el Papa Alejandro III, y a raíz del Concilio III Laterano, que declaró que toda iglesia catedral debe tener una
escuela anexa y un maestro que enseñe teología y gramática al clero secular
y a los estudiantes pobres.
En el camino hacia París tuvo
lugar el incidente del secuestro. No hay
detalles precisos. Parece que la familia
de Tomás no veía bien que entrara en una Orden que vivía de la limosna, y la
madre encargó a uno de los hermanos, Reinaldo, que servía en el ejército, que
se lo trajera. Antes
de llegar al castillo familiar de Rocassecca,
tuvo
lugar el episodio de la prostituta, provocado por Reinaldo y los
soldados que le acompañaban, para tentar a Tomás. Es imposible que el suceso
ocurriera en Roccasecca: doña Teodora, su madre, no lo hubiera tolerado. El
relato del “cíngulo angélico” podría ser un recurso simbólico de los hagiógrafos para resaltar la
castidad de Tomás, que supo vencer esa prueba y toda su vida, según testimonió
su confesor, vivió fielmente la virtud de la
pureza.
En Roccasecca estuvo retenido
entre uno y dos años, quizá hasta el
verano de 1245. No era tratado propiamente como prisionero: tenía tiempo para
el estudio, la oración y hablar con su familia. También recibía la visita de
otros dominicos. En ese tiempo se dedicó al estudio de la Biblia y de las Sentencias
de Pedro Lombardo.
El encierro no sólo no tuvo
éxito, sino que después de muchas discusiones, Tomás convenció a su madre de
que se hiciera monja: llegó a ser priora benedictina en Santa María de Capua en 1252. No parece cierta la leyenda de la
fuga de Tomás, huyendo del castillo descolgándose con una soga. Lo más probable
es que marchara honorablemente, con la bendición de su madre.
Marchó finalmente a París, donde
estuvo tres años. De allí fue enviado a Colonia, para formarse con san Alberto
Magno, que había creado en 1248 el Studium Generale de la Orden. Cuando
Tomás descubrió la maravillosa sabiduría de san Alberto, que estaba haciendo la
compilación de la enciclopedia aristotélica y dominaba todos los saberes, se
dio cuenta de la gran oportunidad que se le brindaba –poder escucharle- y
comenzó a ser más silencioso que
nunca, más asiduo al estudio y más devoto en la oración.
En 1252 regresó a París, y en 1256 accedió al grado de maestro en
Teología, en un ambiente de grandes tensiones en la universidad por el derecho
a la dotación de una segunda cátedra de los dominicos y la polémica
antimendicante. Intentó excusarse por su
escasa edad y falta de preparación, pero le insistieron en someterse a la
prueba de acceso.
En medio de sus grandes temores, tuvo lugar el episodio del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja como tema de la lección el Salmo 103, 13, sobre la sabiduría divina: “Rigans montes de superioribus”: “Tu regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”. Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).
En medio de sus grandes temores, tuvo lugar el episodio del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja como tema de la lección el Salmo 103, 13, sobre la sabiduría divina: “Rigans montes de superioribus”: “Tu regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”. Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).
Tomás puso en ejercicio sus extraordinarias
cualidades para el trabajo intelectual. De poderosa memoria, retenía cuanto hubiera leído una sola vez. Tenía gran capacidad de abstracción. Cuando se concentraba en una idea o buscaba
la solución a un dilema, lo hacía con
tal intensidad que perdía la noción de cuanto
sucedía a su alrededor. Para acelerar el trabajo de preparación de textos, y
también por su letra poco legible, disponía de secretarios, y era capaz de dictar simultáneamente hasta a
cuatro de ellos, sobre temas distintos y
sin perder el hilo de cada dictado.
Entre 1252 y 1273 realizó
prácticamente toda su monumental obra escrita. Tan poco tiempo (21 años, de los 49 que vivió), indica una
intensa laboriosidad, sobre todo
teniendo en cuenta los escasos medios de la época. Especialmente desde 1269 fue
consciente de un modo más profundo de la urgencia de intensificar el apostolado de la doctrina. Se volcó de
tal manera que “estaba continuamente
ocupado en enseñar, en escribir, o en
predicar o en la oración, consagrando el menor tiempo posible a comer o a
dormir”. Fue opinión común de quienes le conocieron que “apenas había
desperdiciado un solo momento de su vida”.
Esa titánica intensidad,
mantenida especialmente en los últimos cinco años, le llevó probablemente a la extenuación.
Algo sucedió el 6 de diciembre de 1273 que cambió su vida. Durante la Misa se sintió
súbita e intensamente mente conmovido.
Después de la Misa ya nunca más escribió ni dictó. “Todo lo que he escrito, me parece como paja comparado a lo que ahora se
me ha revelado”, dijo a su secretario y confesor, Reginaldo. Poco después,
el 7 de marzo de 1274, fallecía.
**
**
Weisheilp realiza un extraordinario trabajo de contextualización del momento histórico. Tanto las ideas como las
personalidades de la historia sólo pueden ser comprendidas dentro del contexto
de los tiempos en que se desarrollaron. Muchas tergiversaciones y
manipulaciones ideológicas de nuestro tiempo, especialmente las relacionadas
con la historia de la Iglesia, tienen su origen en la falta de
contextualización, intencionada o perezosamente omitida.
Por ejemplo, es sabido que en el
siglo XIII la Cristiandad estuvo sumergida en una confusión entre los planos político y espiritual. Tomás respondió con
claridad a esa confusión, en un doble plano:
a) doctrinal:
el papa, en virtud de su ministerio apostólico, es la cabeza espiritual de la
Iglesia, y nada más. Cualquier otra función política o mundana es un mero
accidente histórico, que puede faltar sin disminuir la naturaleza espiritual de
la Iglesia.
b) personal:
rechazó cualquier beneficio que le
mezclase en cuestiones de tipo temporal, que papas y eclesiásticos de la época
consideraban tarea ordinaria y propia de su ministerio.
Weisheilp realiza también un
gran trabajo de objetivación de las
fuentes, ajustando con realismo los
hechos a su grado de verosimilitud. No duda en dejar como interpretaciones simbólicas, o hechos
poco probables, algunos de los relatos de tono extraordinario que han llegado
hasta nosotros, si las fuentes no son suficientemente cercanas o fiables, al
margen de su buena fe.
La lectura de esta biografía
ayuda a repasar cuestiones filosóficas y metafísicas que están en la base de la
teología, que resultan imprescindibles para avanzar sobre terreno sólido en el
saber teológico.
La gran aportación de Tomás es la metafísica. Hay algo en el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir que “no todos los seres son materiales”, entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni las matemáticas (que abstraen la materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que solo existe en la mente) ni las ciencias naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la felicidad, con el amor, con Dios…
La gran aportación de Tomás es la metafísica. Hay algo en el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir que “no todos los seres son materiales”, entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni las matemáticas (que abstraen la materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que solo existe en la mente) ni las ciencias naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la felicidad, con el amor, con Dios…
Tomás insiste en la racionalidad
de la fe. Aprender, estudiar y
llegar a ser expertos en las ciencias sagradas, es el medio esencial para el apostolado
que el cristiano debe hacer en servicio de la Iglesia y de las almas. El estudio asiduo de la Verdad divina es requisito
del apostolado de la doctrina. Contemplar
a Dios en la oración y en el estudio, para dar a otros los frutos de esa contemplación.
Para Tomás, siguiendo la
costumbre de la época, la mejor forma de enseñar la Sagrada Escritura consiste
en las tres etapas básicas: lección+disputa+sermón. Nada es plenamente comprendido y fielmente predicado si no es primero
masticado por los dientes de la disputa. El maestro, y los alumnos, deben
estar preparados para mantener un intercambio de argumentos razonables, para extraer la mejor interpretación de los
pasajes de la Escritura.
En De rationibus fidei explica
que la meta del misionero no debe ser demostrar la fe, porque podría ridiculizarla,
sino defenderla. El cristiano debe estar preparado para demostrar que la fe católica no puede ser racionalmente
refutada. No se puede demostrar, porque sería menospreciar una fe que nos
excede a nosotros y a los ángeles.
Sobre las 5 vías por las que
afirma que puede demostrarse la existencia de Dios, Tomás está convencido de que
sirven y han llevado incluso a Platón y Aristóteles y otros paganos a conocer
la existencia del verdadero Dios. Otra cosa es que estas pruebas puedan
convencer a todos, porque los
sentimientos entorpecen fácilmente el camino de la lógica.
Es interesante cuanto afirma
sobre la felicidad y el fin último del
hombre. La persona, teniendo libre albedrío y dominio de sus actos, puede
pensar que su último fin consiste en lo que no lo es: riquezas, honores, fama,
poder, bienestar físico, sexo, sabiduría
o alguna otra realización personal, cuando en verdad sólo Dios, la bondad increada, puede satisfacer
los más altos deseos del hombre. Dios es
el verdadero objeto de la felicidad del hombre. Aquí se puede recordar con
San Agustín: “nos has hecho para Ti, oh Señor, y nuestros corazones están
inquietos hasta que descansen en Ti”.
Aunque la escuela franciscana explica que el
fundamento de la felicidad es el amor, que es una actividad de la
voluntad, Tomás insiste en que el amor
deriva del conocimiento. Para que el amor no sea ciego, presupone
conocimiento intelectual. Por lo tanto, la
felicidad consiste en la contemplación, que desborda en amor y alegría.
Contrasta el intelectualismo tomista con el voluntarismo franciscano. Para
Tomás, la raíz de toda verdadera
felicidad consiste en la contemplación de Dios: aquí, a través de la fe; y
después por la visión facial. El hombre puede ser feliz en esta vida, pero sólo
si pone su meta en el conocimiento y amor de Dios.
Sin embargo, no hay que pensar
que la felicidad pertenece exclusivamente al conocimiento, que es una actividad
de la inteligencia, y menos en esta vida. En esta vida el amor puede aventajar
con mucho a nuestro conocimiento; pero sin algo de conocimiento el amor es
ciego. Por tanto, el elemento primario de la felicidad eterna es la visión
beatífica de Dios, que es una actividad intelectual.
La felicidad, dice Tomás, sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí
en la tierra el conocimiento de Dios es una plenitud parcial de la felicidad,
que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en
el objeto poseído: un estado de euforia
de la mente y del cuerpo que el hombre
disfruta imperfecta y esporádicamente en
esta vida, pero plenamente en la otra.
La felicidad en esta vida
requiere rectitud de la voluntad, esto es, una vida virtuosa; y además la salud
del cuerpo, un mínimo de bienes
temporales y la compañía de amigos.
La amistad es un don de Dios, que no
puede ser ni forzada, ni comprada, ni exigida. Debe ser acertada y atesorada, porque
es parte de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo, donde
disfrutaremos de la compañía de los santos.
Tomás sabía ser contundente cuando
lo exigía la verdad. Por ejemplo, en Contra
retrahentes se muestra implacable con “la enseñanza perniciosa y errónea”
de algunos maestros que intentaban disuadir a los jóvenes de la vida
religiosa, alegando la corta edad. Muestra su admiración ante los padres que
facilitan la vocación de sus hijos desde pequeños, “porque las cosas que
aprendemos en la niñez se nos graban más firmemente en nuestro interior”.
Pensaba seguramente en su propia experiencia. Usa palabras fuertes: “Si alguien desea contradecir mis palabras…
que no lo haga parloteando ante los muchachos, sino que escriba y publique sus
escritos, para que personas inteligentes puedan juzgar lo que en ellos hay de verdad, y puedan ser capaces de impugnar
lo que es falso con la autoridad de la verdad”.
Para Tomás los
salmos recapitulan toda la teología. En sus comentarios al Salterio (Salmos
1 a 54), explica que los salmos alaban todas las obras de Dios, el opus dei: la
creación, el gobierno, la reparación, la glorificación. Como todas las obras de
Dios se refieren a Cristo, la materia de
los salmos es Cristo y sus miembros. “Todo lo referente al fin de la
Encarnación está expresado claramente en esta obra, de modo que casi parece ser
un Evangelio y no una profecía”. “El
salterio contiene la totalidad de la Sagrada Escritura”, porque la obra de
glorificación y todas las otras obras de Dios se reconocen claramente en ellos.
Tomás admite que los salmos
tienen un sentido literal, se refieren a la historia judía. Pero afirma que
para el cristiano es más importante el sentido
espiritual, en el que personas, cosas y sucesos significan a Cristo o a su
Iglesia en la tierra o en el cielo. El sentido espiritual del Antiguo Testamento
es más relevante para el culto y la vida personal del cristiano que el sentido
literal.
Se desprende también de la
lectura de esta biografía la importancia del conocimiento del latín. Gran parte de la teología consiste en saber qué se
puede decir y qué no se puede decir para preservar la verdad de la Revelación. A
veces los problemas que se plantean son de gramática
latina al servicio de la fe. Por ejemplo, unus (uno) se dice de Cristo,
pero no unum (neutro). De ahí la importancia que la Iglesia siempre ha
dado al uso del latín, que permite expresar conceptos con un significado preciso
e indistinto para todos, sea cual sea el idioma particular de cada uno.
El libro incluye un catálogo breve de 101 obras auténticas de santo
Tomás, sobre las que también realiza un importante esfuerzo de datación y
verificación.
Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra. Es el portal de internet más completo sobre el Aquinate.
Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra. Es el portal de internet más completo sobre el Aquinate.
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sábado, 16 de febrero de 2013
Mi vida. Joseph Ratzinger
Mi vida. Recuerdos (1927-1977) Joseph
Ratzinger
Encuentro, 1997
Rescato
esta reseña, que publiqué hace unos años, con el Papa recién elegido. Vuelve a tener
actualidad. Indispensable para quien aún no lo haya leído.
Los recientes acontecimientos vividos en Roma, con ocasión del fallecimiento
de Juan Pablo II y la elección de su sucesor Benedicto XVI, han puesto de
manifiesto una vez más el indiscutible y creciente liderazgo moral del Papado.
Así lo han testimoniado representantes de todas las naciones e ideologías del
mundo (con las lógicas excepciones que no hacen sino confirmar la realidad).
Sólo por esa incontestable evidencia
pienso que este libro constituiría
en estos momentos una obligada lectura para cuantos se ocupan de tareas
informativas. Es preciso conocer de
cerca, y a ser posible de primera mano,
la trayectoria vital e intelectual de quien acaba de ser llamado a ocupar la
Silla de Pedro y es por tanto un referente mundial. Pero además, la calidad de
su persona lo merece: es de los mejores de quienes podemos aprender.
Con el rigor propio de un intelectual de su talla, y la sinceridad y
sencillez que le caracterizan, el
cardenal Ratzinger nos relata los hechos más relevantes que
marcaron sus 50 primeros años de vida. Entramos de su mano en la dulzura del
hogar, junto a sus padres y hermanos, en un ambiente sencillo y piadoso. En la
creciente bondad de sus padres ve una
prueba de la verdad de la fe católica: “no sabría señalar una prueba de la verdad
de la fe más convincente que la sincera y franca humanidad que ésta hizo madurar
en mis padres y en otras muchas personas que he tenido ocasión de encontrar”.
El libro
recorre las ciudades y paisajes que le vieron crecer en su Baviera natal.
Pronto asistimos a las tensiones políticas captadas en la niñez, y a la creciente agresividad
y vejaciones del nacionalsocialismo contra los católicos. La generosidad de su
respuesta a la llamada al
sacerdocio. La intensa preparación
intelectual. El horror de la guerra.
Su elección de una vida de estudio, y los arduos
trabajos para lograr la cátedra
universitaria. Los trabajos del Concilio, y el confuso papel que asumieron
algunos peritos, que llevó a muchos a no distinguir entre la verdadera y la falsa renovación de la Iglesia. La desorientación de
cierta teología política y la violenta irrupción del marxismo, que, manteniendo
el fervor religioso, reemplazaba a Dios
por el partido y ofrecía por tanto “el
totalitarismo de un culto ateo que está dispuesto a sacrificar toda humanidad a
su falso dios”...
Ratzinger
hace memoria, junto a su historia
personal e íntimamente unida a ella, de los sucesos y problemas vividos por la Iglesia. Reflexiona
a la distancia sobre ellos, y saca luces que constituyen un regalo para el
lector.
El libro ayudará, sin duda, no
sólo a conocer al personaje, sino a entender mejor a la institución que
representa y a informar con más rigor sobre ella.
Sobre Joseph Ratzinger, ver también comentarios a su libro Verdad, valores, poder, de gran actualidad en estos momentos.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del Universo y de la vida (I)
La mirada de la
ciencia y la mirada de Dios. Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011
El nuevo ateísmo, una ideología muy poco científica
El
debate sobre la existencia de Dios está presente en muchos ambientes
intelectuales y científicos. En los últimos años, algunos divulgadores como Sam Harris o Richard
Dawkins se han empleado a fondo en una campaña para hacer creer a la
opinión pública que la ciencia ha logrado desterrar a Dios, y que tener fe es
una postura anticientífica. Su argumentario podría resumirse así: “o no crees en Dios o eres un cretino”. Han difundido el llamado nuevo ateísmo, una
ideología que se presenta como ciencia
moderna, a pesar de su falta de consistencia científica.
Diego Martínez Caro -médico
cardiólogo, profesor de la Universidadde Navarra y autor de numerosos
trabajos de investigación- aporta con
este libro un razonado y sereno desmentido a las simplezas de los propagadores
de ese nuevo ateísmo. Apoyado
en los hallazgos de algunos de los mejores
científicos de la historia y del momento, y en el método riguroso de sus
propios trabajos de investigación,
muestra que la fe en Dios y la ciencia
no sólo son compatibles, sino que –teniendo objetivos diferentes- se enriquecen mutuamente.
En sucesivos capítulos Martínez Caro resume con precisión los últimos
descubrimientos de la Ciencia acerca del origen del Universo, de la
Vida y del Hombre. En su exposición une al rigor del científico que
se ciñe a datos contrastados, la
claridad del buen comunicador. Además, Martínez
Caro muestra un sólido conocimiento de
la doctrina cristiana, que le ayuda a
descubrir la perfecta armonía entre lo que dice la fe y lo que el hombre de ciencia
va descubriendo.
Afronta también los grandes temas que siempre han inquietado al hombre: la existencia del mal,
prueba de fuego de nuestra libertad, puesto que si el Mal no existiera, no
podríamos elegir entre el Bien y el Mal. O el misterio
del dolor, cuyo sentido tanto
nos cuesta entender y que ha sido
descrito como el megáfono con que Dios
habla a un mundo sordo.
Presta especial atención a todo
lo relacionado con la Evolución. La evolución biológica es ciencia, no una
hipótesis. La Iglesia la asume, y rechaza la interpretación literal de la
creación bíblica. Pero rechaza también que seamos el producto de una evolución
al azar y sin sentido. No es lo mismo la teoría
de la evolución -una teoría científica, válida como tal aunque le falten
eslabones perdidos (estratos fósiles, etc.) - que el evolucionismo, una ideología basada
en la teoría científica, pero que pretende sacar conclusiones metafísicas –como
la casualidad- de manera no
científica.
El Darwinismo es una teoría que intenta una posible explicación al hecho
de la evolución. Aunque está muy aceptado por los científicos, el darwinismo no es empírico: es más bien
una ideología o creencia que se apoya en la doctrina filosófica del naturalismo científico, y que no alcanza
a explicar los mecanismos por los que se rige la evolución. Para los
darwinistas, sólo el hecho de poder imaginar el proceso es suficiente para
confirmar que algo del tipo de lo imaginado tiene que haber ocurrido.
Un ejemplo de las lagunas e
interrogantes no resueltos es el comportamiento de una de las leyes más confirmadas por la
ciencia: la del aumento de la entropía
(segunda ley de la termodinámica), según la cual el Universo degenera hacia
un total desorden. ¿Cómo puede esta ley operar frente a la del
evolucionismo, según la cual las fuerzas del azar evolucionan de manera
ascendente? ¿Son compatibles las fuerzas del desarrollo biológico con las de la
degeneración física?
El neodarwinismo es una ideología que defiende sin ninguna
constatación que el extraordinariamente ordenado e inteligible mundo de los
seres vivos sería fruto del azar, de un universo aleatorio sin finalidad ni orden. Antiguos neodarwinistas han
retrocedido hacia el darwinismo, al constatar la falta de pruebas. Por ejemplo
Jay Gould, quien ha declarado que “el hecho más perturbador del registro fósil es la incapacidad de
encontrar un claro vector de progreso en la historia de la vida.”
El neodarwinismo no sólo es una mera teoría a la que parece
contradecir la observación científica. Es también una ideología nociva,
que ha obligado a la Iglesia a entrar en el debate. Porque hacer creer a la
gente que en el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia”
-como defiende uno de los principales
exponentes del nuevo ateísmo, Richard Dawkins- es extender una ideología que constituye un grave peligro para el
hombre. Si somos un simple fruto de la casualidad, y lo que nos gobierna es una absoluta
indiferencia, ¿qué importancia puede tener
la vida de la persona? Entre el azar y el desprecio absoluto al ser
humano sólo hay un paso.
Martínez Caro reúne un buen elenco de algunos de los incontables
científicos que han manifestado una Fe profunda, o han descubierto de alguna
manera a Dios gracias a su excelencia investigadora. Son prueba de que la fe guía
el trabajo del investigador hacia la realidad
de las cosas, y de que la investigación
científica de calidad puede acercar al descubrimiento de Dios.Entre otros muchos, menciona a:
-Francis Bacon, uno de los padres del método científico, a quien debemos la afirmación de que una
filosofía ligera inclina a la mente del hombre al ateísmo, pero la profundidad
en la filosofía conduce a las mentes de los hombres a la religión.
-Pascal, célebre matemático y filósofo: muy débil es la razón si no llega a comprender que hay muchas cosas que
la sobrepasan.
-Kelvin, padre de la física moderna: la ciencia nos obliga a creer con perfecta confianza en un Poder
Directivo (…) en una influencia aparte de las fuerzas físicas, dinámicas o
eléctricas. La ciencia nos obliga a creer en Dios. Creo que mientras más a
fondo se estudia la ciencia, más se aleja uno de cualquier concepto que se
aproxime al ateísmo.
-Francis Collins, que ha dirigido
el proyecto Genoma-Humano, ha
afirmado que nunca habrá una prueba “científica” de la existencia de Dios: porque la
ciencia explora lo natural, y Dios está
fuera de lo natural. Con el uso de la Ciencia, Dios nos da la oportunidad de
entender el mundo natural. (…) Una síntesis armónica de Ciencia y Fe no es solo
posible sino profundamente reconfortante. Mi apreciación de la Ciencia se enriquece
por la Religión. Si quiero estudiar
genética, usaré la Ciencia. Si quiero comprender el amor de Dios, necesito la
Fe. Los hombres de ciencia tenemos la oportunidad de asistir cada día a la
revelación de misterios en la exploración del mundo natural, y de percibir en
esos misterios la revelación de la grandeza de Dios.
Desde diferentes perspectivas y
experiencias, se recogen también los
testimonios y argumentos de Charles
Coulson, profesor de matemáticas en Oxford y uno de los tres artífices de
la teoría orbital molecular; Charles Townes, Nobel de Física por el
descubrimiento del máser y láser: la
ciencia y la fe no son fuerzas opuestas. La Ciencia quiere conocer el mecanismo
del Universo, la Religión su sentido; Arthur
Schawlow, profesor de Física en Standford y Nóbel de Física; Alan Sandage, el cosmólogo más importante del momento: cuanto más sabemos de bioquímica más
increíble nos parece, a menos que exista algún tipo de principio organizador;
Carlo
Rubbia, Nobel de Física: cuando
observamos la naturaleza quedamos impresionados por su belleza, su orden, su
coherencia (…) no es creíble que ese perfecto engranaje sea fruto del azar. Hay
evidentemente algo o alguien haciendo las cosas como son. Vemos los efectos de
esa presencia, pero no la presencia
misma…
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Richard Dawkins,
universidad de Navarra
viernes, 25 de mayo de 2012
Comunicar la fe con historias personales
Comunicar a través de historias
"En la sobreabundancia informativa propia de la época, con múltiples voces contradictorias, lo difícil es suscitar interés y captar la atención. Para conseguirlo, la comunicación política y empresarial recurren cada vez más a contar historias (el llamado storytelling), a transmitir ideas con testimonios, a poner rostro a los mensajes.
En la comunicación política ya no se propugna tanto un programa como la historia de un candidato. En el marketing ya no se vende un producto sino la oportunidad de participar en la experiencia que proporciona. Un público bombardeado con propuestas y que tiende a elegir por razones emotivas, necesita algo más que ideas.
Esto vale también para la comunicación de la Iglesia católica. Ciertamente, la Iglesia tiene gran confianza en la capacidad de la razón para abrirse a la comunicación intelectual y descubrir la verdad. Por eso, también al intervenir en el diálogo de los mass media, la Iglesia tiende a ofrecer razones, datos, argumentos.
Pero en una sociedad pluralista, la propuesta de la Iglesia puede verse como un discurso más, con la única diferencia de que muchas veces tropieza con mayores prejuicios. De ahí la importancia de que esa comunicación llegue a través de historias, de testimonios, de personajes, que muestren cómo la fe influye en sus vidas y den credibilidad a la doctrina. Hacen falta testimonios de personas que muestren cómo la fe influye en sus vidas y den credibilidad a la doctrina.
Las propuestas de la Iglesia sobre el hombre corren el riesgo de aparecer como conceptos abstractos o como leyes que no tienen mucho que ver las experiencias y las aspiraciones profundas de la persona. Pero, comunicar a través de historias ¿no supone dejar al margen la verdad y entrar en el juego de la manipulación de las emociones? Según Armando Fumagalli, profesor ordinario de Semiótica de la Universidad Católica de Milán, se trata más bien de un recurso para quitar los obstáculos con que muchas veces tropieza la comunicación de la Iglesia: desinterés ante lo espiritual, prejuicios ideológicos, estereotipos, simplificaciones,...
“Comunicar más a través de historias no significa transformar la verdad en mentira, o ‘embellecer’ en el sentido de manipular la verdad. Significa llegar a superar, en muchos casos, las barreras del desinterés, de la frialdad, del prejuicio. Para abrirnos a la verdad, muchas veces necesitamos que la emoción, la empatía, haga surgir el interés hacia la verdad misma. Si no, incluso lo verdadero corre el riesgo de diluirse en lo indistinto, o en el rumor de fondo, y por lo tanto en lo insignificante o directamente en el olvido”.
Se trata, pues, de lograr “una comunicación que no sólo sea verdadera, sino también eficaz”. Para que sea eficaz, el director de comunicación tiene que ocuparse de buscar buenos testimonios de fe vivida para ofrecerlos a los medios, como explicó el Prof. Jorge Milán, con referencia al mundo audiovisual. En algunos casos se tratará de responder a peticiones repentinas provocadas por la actualidad (para incluir en telediarios, en informativos...), en otros para ponerlos en la propia página web o incluir en un vídeo institucional.
Deben ser, dijo, “personas que encarnan la identidad de la institución”, que sepan dar la cara en el entorno audiovisual, que tiene sus propias reglas. Para eso hay que descubrir talentos, prepararlos y confiar en su espontaneidad y creatividad. Luego el director de comunicación tendrá que explicar al periodista interesado por qué esa persona es interesante y qué tema puede tratar.
Han de poder ofrecer testimonios relevantes y pertinentes, inteligibles y claros (dentro del formato televisivo), testimonios que establezcan una empatía con el espectador y desbloqueen los prejuicios. “Muchas veces necesitamos que la emoción, la empatía, haga surgir el interés hacia la verdad misma” (Fumagalli)
Una buena iniciativa en este campo ha sido Catholic Voices, desarrollada en el Reino Unido durante la preparación de la visita de Benedicto XVI en septiembre de 2010. Como explicó uno de sus creadores, Jack Valero, se trataba de preparar a un grupo de jóvenes católicos para que supieran explicar en la radio y en la televisión la postura de la Iglesia en los temas más conflictivos, donde la doctrina católica tropieza con más críticas y desinformación. Siempre con una actitud positiva y no defensiva, más deseosa de aportar luz que calor al debate, sus intervenciones fueron una demostración de que es posible conjugar una buena comunicación con plena fidelidad a la doctrina y ganarse el respeto de la audiencia. Tras el éxito en el Reino Unido, sus creadores están formando grupos similares en otros países (México, España, Chile, Polonia, Argentina...).
En otro tipo de situaciones lo que hay que vencer es más bien la indiferencia. Así ocurre en la República Checa, considerado un “país ateo” y donde los católicos son solo un 10% de la población. Monika Vývodová, portavoz de la Conferencia Episcopal Checa, presentó el proyecto “Jsem katolik” (“Yo soy católico”), en el que personajes conocidos del país se declaran católicos y explican cómo la fe influye en su vida. También la muerte de Václac Havel, bautizado católico, que luego se apartó y al final de su vida fue cuidado por religiosas y pidió un funeral en la Iglesia, fue una ocasión para tender puentes entre la Iglesia y la sociedad.
Muchas veces las imágenes televisivas cambian la percepción que se tiene del personaje. Es algo bien comprobado en los viajes de Benedicto XVI, como explicó Javier Martínez-Brocal, que ha seguido los viajes del Papa para la agencia de televisión Rome Reports. La sencillez, la amabilidad, la apertura de Benedicto XVI ante la gente, disipan muchos prejuicios. Y también sirven para explicar lo que mueve a muchos que van a verle. Por ejemplo, esa mujer mexicana que espera durante horas en la carretera para ver pasar un momento al Papa. Cuando le preguntan si le ha compensado la espera, contesta: “Yo no he venido para ver al Papa, sino para que el Papa vea que le queremos”.
La comunicación a través de historias personales puede ser también un modo de evitar que la información religiosa se centre solo en problemas de la Iglesia como institución, que muchas veces no interesan a un público amplio. Estos testimonios son indispensables en las transmisiones televisivas, y son un modo elocuente de hablar de la experiencia cristiana. En esta línea, Mark Riedemann, director del CRTN (Alemania), mostró imágenes del programa semanal Where God Weeps, que revela historias y rostros de cristianos en países donde la fe es perseguida: cristianos de Pakistán a China que sufren la persecución del Estado o de fundamentalistas.
Otras veces se trata de ofrecer historias como respuestas a controversias. Por ejemplo, el documental del argentino Juan Martín Ezratty. Diez preguntas sobre la experiencia pastoral contada por algunos sacerdotes argentinos, que muestra a personajes gozosos en su vocación.
Incluso a la hora de utilizar spots publicitarios son importantes los testimonios. Así lo hizo la campaña “Chiedilo a loro”, que mostraba con caras a qué gente se atiende con el dinero que obtiene la Iglesia a través de la asignación tributaria en Italia.
También contaba una historia el documental del director de cine alemán Marcus Vetter, autor de Heart of Jenin, sobre la familia de un niño palestino de doce años muerto en Jenin en 2005 por soldados israelíes. Era hijo de un luchador palestino que había estado encarcelado en Israel. El niño fue atendido en un hospital israelí, donde murió, y su padre, en un gesto extraordinario, permitió que los órganos de su hijo fueran trasplantados a niños israelíes. El film cuenta estos hechos y las visitas del padre palestino a tres niños que recibieron los órganos de su hijo. Vetter explicó que la clave para superar los prejuicios y comunicar la verdad está en el encuentro personal. Hay que “ir al encuentro del otro en espíritu de fraternidad y mente abierta”, para dar la vuelta a prejuicios y estereotipos alejados de la realidad.
Presentar historias de fe con testimonios creíbles es hoy un aspecto muy importante de la comunicación de la Iglesia. Después de todo, el evangelio es también la historia de Jesús contada por testigos fidedignos."
viernes, 16 de abril de 2010
Galileo y la Iglesia. Walter Brandmuller.
Galileo y la Iglesia.
El asunto Galileo suele despacharse en las columnas periodísticas con frases tópicas y despectivas hacia la Iglesia. Cuando uno se acerca a la realidad histórica, se detiene en analizar los datos, y los juzga con rigor histórico, como hacen los buenos historiadores –esto es, teniendo en cuenta también las circunstancias y mentalidad de la época en que sucedieron los hechos- se da cuenta de que esas frases tópicas falsean la historia. Deforman los hechos de tal modo que uno no puede dejar de sospechar acerca de las intenciones de quienes las emplean. Al menos duda de su rigor científico.
El acercamiento a la realidad del caso Galileo obliga a un largo estudio de los documentos de la época, y estos a prolijos matices y precisiones. Es lo que ha hecho Walter B. con este libro, denso y detallado, que aporta mucha luz al lector que razone y esté libre de prejuicios.
Entre los puntos decisivos para la condena de Galileo, señala Walter B., estuvo el menosprecio de la prohibición que se le había impuesto de tratar como irrefutable la teoría copernicana, sin aportar pruebas. E influyó no poco el carácter de Galileo: era un polemista consumado, y toda su vida mantuvo controversias científicas con colegas, en el estilo punzante de la época.
Respecto al proceso en sí, para ser objetivos y juzgar con rigor histórico, hay que conceder a los jueces las normas procesales y mentalidad de la época. Por otra parte, consta que las opiniones entre los jueces estaban divididas: varios eran partidarios de Galileo. Pero Galileo hizo declaraciones tan patentemente falsas ante el tribunal, que puso difícil el papel de sus partidarios. Consta que los jueces se esforzaron por ser justos. Por ejemplo, que no se recogieran las falsedades declaradas por Galileo en el proceso hace ver la benevolencia con que se trató de juzgarle.
La amenaza de tortura si no daba a conocer su verdadera opinión era un formalismo más del proceso. (Formalismo que no deja de ser penoso, sobre todo visto desde la cultura occidental en el siglo XXI. Pero hay que considerar la mentalidad y costumbres de la época, y mirar también lo que en aquellos años hacían otros tribunales civiles, y otras naciones europeas; por no hablar de las costumbres de países con menor nivel de civilización: ninguno se andaba en sus inquisiciones con tanto formalismo).
Se condenó a Galileo a reclusión formal y breve en el Santo Oficio, y usando unas habitaciones principescas. Su “prisión” fue alojarse en la casa de su amigo íntimo el arzobispo de Siena, que le trató como a un padre. Duró sólo 5 meses: no puede decirse que Galileo fue “recluido y vigilado” por la Inquisición. Además , la condena incluía que durante tres años debía rezar unos salmos una vez por semana, y no difundir su libro Diálogos.
Durante ese tiempo de “confinamiento”, Galileo dio cima a sus investigaciones físicas sobre el cosmos, y publicó sus mejores aportaciones a la física, sin que sufriera ningún obstáculo por parte de la Inquisición. Y por supuesto recibía multitud de visitas de amigos y científicos, de nobles y clérigos, que le apoyaban en sus trabajos.
El motivo que el tribunal adujo para la condena fue que defendía como auténtica, y no como mera hipótesis, la teoría de que el sol no se mueve, que está en el centro del universo, y que la tierra gira en torno a él, sin aportar prueba alguna. Esta doctrina, decía el tribunal con un claro error de juicio, es contraria a la Sagrada Escritura. Pero no se obligó a Galileo a abjurar del heliocentrismo.
Otro matiz necesario es que una sentencia de un tribunal eclesiástico no es un dogma. Hay una gran diferencia entre una declaración en materia de fe emitida por el Papa o un concilio, y una sentencia del Santo Oficio. Esta última no requiere adhesión íntima, como requeriría una verdad de fe o un dogma, sino sólo docilidad. Lo prudente es seguirla, pero uno puede mantener dudas interiores sobre un futuro cambio de criterio.
Por otra parte, la cuestión que subyacía en la discusión acerca de si era el sol o la tierra la que permanecía fija o se movía, era la interpretación y comprensión de la Biblia , y la polémica con el protestantismo, que echaba en cara a la Iglesia católica el alejarse de la literalidad de los textos bíblicos: esta acusación puso en guardia a los eclesiásticos, que extremaron su cuidado en la fidelidad a los textos. Y esta fue la razón por la que una instancia eclesiástica de pronto quiso intervenir en una cuestión que hoy vemos claramente como exclusivamente científica.
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