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lunes, 4 de enero de 2021

El hombre en busca de sentido




El hombre en busca de sentido. Victor Frankl

 

La vida tiene siempre un sentido, que abarca incluso las privaciones y los sufrimientos, incluso la agonía y la muerte.” Descubrir ese sentido de la vida es lo que puede transformar una situación dramática “y sin sentido” en algo llevadero, asumible, porque el sentido da una esperanza a nuestras vidas.

 

El psiquiatra austríaco Victor Frankl (1905-1997) vuelca en este libro su experiencia tras sufrir el internamiento en los campos de concentración alemanes, entre 1942 y 1945. Sobrevivió gracias a su fe y a su humanidad. Cuando fue liberado, comprobó que ni su esposa Tilly ni sus padres habían logrado sobrevivir a los campos de exterminio.

 

Con Tilly Grosser, muerta en los campos de concentración nazis

Analizando sus propias reacciones ante la adversidad y las privaciones, fijándose en las conductas de los internos y de sus guardianes, llega a conclusiones llenas de luz, de las que se han beneficiado miles de personas desde la publicación de este libro.

 

Fruto de su experiencia, Victor Frankl fundó la logoterapia, una práctica médica para ayudar a descubrir el sentido y sobrellevar situaciones dolorosas. "Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable, siempre que uno tiene que enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo una anfermedad incurable, un cáncer que no puede operarse, precisamente entonces se le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más profundo, cual es el del sufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento... El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio."


Ante el sufrimiento inevitable, toda persona será capaz de aceptar el reto de sufrir con valentía siempre que haya sabido encontar un sentido a ese dolor. Por eso, "el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida."  Un sentido, como puede ser el amor, o el sacrificio por el ser amado, que le permita afrontar con dignidad todo sufrimiento, y así conservar hasta el fin -literalmente hablando- el sentido de su vida.


Victor Frankl, judío, comparte la concepción cristiana de la persona como ser único e irrepetible, revestido de una dignidad que nadie le puede arrebatar, salvo él mismo. Esa es la premisa esencial en que se basa su método. Una premisa que ignoran los totalitarismos, pero que ninguno es capaz de doblegar.


 

Todos y cada uno debemos mantener la esperanza de que nuestra vida jamás perderá su dignidad y su sentido. “Os aseguro que en las horas difíciles siempre hay alguien que nos observa: un amigo, una esposa, alguien que esté vivo o muerto, o un Dios. Y ese alguien espera que suframos con orgullo, no miserablemente, y que sepamos morir con dignidad.”

 

No importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Es la vida quien nos pregunta a nosotros, y no nosotros a la vida.” Este razonamiento es muy útil para entender la maldad intrínseca de la eutanasia, que no deja percibir esa pregunta que la vida nos dirige, diciéndonos que mientras vivamos somos necesarios, nadie está de sobra, nadie molesta.

 

“Hay dos razas de hombres, que se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales: los hombres decentes y los indecentes. En el campo de concentración, el peor era el prisionero más antiguo, mucho peor que todos los SS juntos. En cambio, el comandante nunca levantó la mano contra nadie (de hecho, tres jóvenes judíos intercedieron por su vida tras la liberación).”


El hombre es el ser que siempre decide lo que es. “El ser que ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.

 

Se refiere al dicho alemán “Una buena conciencia es la mejor almohada”, que contiene como el eco de San Pablo en su carta a los Romanos: “¡Dichoso quien no se culpabiliza cuando decide algo!”, una invitación a actuar de acuerdo con la recta conciencia, aunque hacerlo provoque sufrimientos.

 

A lo largo del texto apunta ideas de algunos de los autores que le han influído: Dostoyevski, Tolstoi (Resurrección), Thomas Mann (La montaña mágica), Spinoza (Tratado de Ética, sobre el poder del espíritu o la libertad humana).

 

A propósito del método que empleó para distanciarse de los sufrimientos del momento y observarlos como si ya hubiesen sucedido, señala que “la emoción que constituye sufrimiento deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo.”

 

Frankl se apoyó para su psicoanálisis en la significativa frase de Nietzche: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo.” En realidad, no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Y esto es algo que a nadie le está permitido negar: no sabemos cómo sobreviviremos, pero sí que mientras tengamos un aliento de vida nuestra presencia en el mundo es necesaria. Nuestra presencia nunca dejará de ser valiosa.



Varios sitios de internet ofrecen elencos de frases significativas de esta obra de Frankl. Me limito a subrayar algunas que me han resultado prácticas.  

 

La virtud es el crecimiento en el ser que acontece cuando, en mi actuación, amo la verdad y actúo en consecuencia.

 

El amor es la meta más alta para el ser humano. Es la tendencia racional por la que busco el verdadero bien, un bien que responda a mi naturaleza profunda y, en definitiva, al ser de las cosas.

 

Dinero, placer y poder hay que tomarlos con la perspectiva de la fecundidad, y no de la eficacia:

El dinero, desde el modelo de la fecundidad, es instrumento de la generosidad y capacidad creativa (y no un fin en sí mismo).

El placer como fin anestesia a las personas, aboca al consumismo. Pero en su sentido natural, se hace fecundo.

El poder como servicio es fecundo: no busca la eficacia pragmática, sino su difusión entre los ciudadanos

      

Amistad: lo más necesario de la vida, según los clásicos. Es el amor entre iguales, que se traduce en la conversación sabia y en la ayuda generosa.


En 1947 contrajo matrimonio con Eleonor Schwindt


Quizá es poco conocido el encuentro que mantuvo Victor Frankl con san Josemaría Escrivá. Durante un viaje a Roma por motivos profesionales, Frankl acudió junto con su mujer a saludar al fundador del Opus Dei. El psiquiatra vienés captó la alegría de vivir de san Josemaría, su apasionado sí a la vida que formaba parte precisamente de la esencia de su método científico y médico. 


Más tarde recordaba ese encuentro: "Monseñor Escrivá vivió de manera plena el momento presente, abriéndose a él y dándose a sí mismo completamente. En una palabra, para él cada instante tiene el valor de un momeno decisivo."   

 

       Hay algo muy poderoso en ese vivir el momento presente con plenitud, "portándonos bien aquí y ahora", con alegría agradecida por la vida que se nos ha dado, aunque en ocasiones haya dolor.



 

martes, 10 de noviembre de 2020

 

Dios y audacia. Mi juventud junto a San Josemaría.  

Julián Herranz. Ed Rialp




    Recuerdos llenos de viveza de los 22 años que el autor convivió con san Josemaría, fundador del Opus Dei, trabajando en la sede central de la prelatura en Roma. 


    Nacido en Baena (Córdoba, España) en 1930, solicitó la admisión en el Opus Dei mientras realizaba los estudios de Medicina. Poco después de concluirlos se trasladó a Roma, realizó los estudios teológicos en el Seminario Internacional de la prelatura y se doctoró en Derecho Canónico. 


    Ordenado sacerdote en 1955, en 1960 fue llamado por la Santa Sede para colaborar como experto en el Concilio Vaticano II y en la posterior reforma legislativa. San Juan Pablo II le ordenó obispo en 1991, y fue creado cardenal en 2003.


    En este libro, el cardenal Herranz rememora sus años jóvenes, en los que conoció a san Josemaría, y la enseñanza viva y práctica que aprendió junto a él, especialmente durante sus trabajos de colaboración estrecha en la sede central del Opus Dei en Roma. 


    Entre otras tareas, Herranz recibió el encargo de poner en marcha las Oficinas de Información del Opus Dei en todos los países donde la Obra comenzaba a desarrollar su labor evangelizadora, para que periodistas y profesionales de la comunicación tuvieran acceso ágil y transparente a las actividades de la prelatura. Fue uno de los aspectos en los que san Josemaría manifestó visión de futuro y actuó como pionero. 


    La narración es una secuencia de anécdotas personales, que iluminan de cerca aspectos del modo de ser y la viva personalidad de san Josemaría: su comprensión paternal hacia las deficiencias de sus jóvenes colaboradores, el entrañable clima de confianza que sabía inspirar,  su alegría y buen humor, su prudencia en el gobierno, su amor a la libertad, su perdón y comprensión hacia quienes difundían errores sobre la Iglesia o el Opus Dei,... 


    Define a san Josemaría como un hombre enamorado de Dios, a quien debe "mi encuentro personal con Cristo, y la vocación a seguirlo sin condiciones. Él fue el instrumento de Dios para hacerme feliz."

    

    Al recoger frases escuchadas personalmente, de su predicación o de encuentros cercanos en ambiente familiar, es fácil hacerse cargo del hondo sentido de misión que transmitía san Josemaría de manera amable, viva, constante, impregnada de ese espíritu peculiar que Dios ha querido para el Opus Dei. Abierto a todo tipo de personas, como expresa este comentario de una predicación del fndador que recoge Herranz: 

    "Id a la oveja que se ha ido o a la que se quiere perder. ¡Ve Tú mismo detrás de ellos! Buen Pastor, Jesús, cargados sobre tus hombros... ¡que se reproduzca aquella figura amabilísima de las catacumbas!


    Sabía sacar punta sobrenatural a situaciones normales de la vida, enseñando así a "elevar el punto de mira" a quienes tenía cerca. Una muestra:  cuando Julián Herranz tuvo que llevar unos días un parche en el ojo a consecuencia de la operación de un pequeño quiste, comentó con sentido del humor: 

    "¿Qué tal está mi pirata? Hazle caso al médico y no leas mucho. Mira, hijo mío, qué poca cosa somos: nos tapan un ojo y perdemos el relieve de las cosas. Eso les pasa a las almas que pierden la visión sobrenatural. Tú... no seas nunca un pirata de la vida interior."


    Destaca también el amor a la libertad, el respeto a las opiniones de los demás aunque difieran de la propia, un tema en que el fundador, y quienes colaboraban con él en las oficinas de información, tuvo que emplearse a fondo para hacerlo entender. Era necesario  explicar y defender la libertad de los miembros de la Obra en opciones temporales, aspecto esencial para el Opus Dei y no siempre entendido por mentalidades de partido único.  


    Un aspecto muy unido al amor a la libertad, como un corolario, es la independencia política de las personas del Opus Dei. San Josemaría lo explicaba una y otra vez: 

    "Parece que no comprenden que la Obra, que el Señor en su bondad infinita ha querido poner sobre mis hombros, tiene exclusivamente fines religiosos y espirituales: y en todo lo que no sea eso, en lo temporal, cada socio decide su conducta libérrimamente según los dictados de su conciencia, con completa libertad –insisto- y con responsabilidad personal. No soy cabeza de nada político: soy sacerdote de Cristo, y basta. Por eso hay un pluralismo evidente en el modo de pensar y obrar de todos los hijos míos de los cinco continentes, sin que ninguno tenga que sujetarse ni al más mínimo consejo en sus asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc."


    En otro momento recoge Herranz: 

    "Para los problemas humanos siempre hay muchas soluciones diversas: varias son igualmente válidas; y otras que lo son más o que lo son menos; pero muchas que no son malas. ¿Por qué vamos a obligar a seguir una determinada? ¡No hay dogmas humanos: no os lo creáis!"


    Y también:

    "Convenceos que en las cosas humanas hay muchas maneras, muchas maneras dignas, muchas maneras buenas -unas más buenas, otras menos buenas, según la simpatía o la forma de cabeza de cada uno- pero que dentro de todo esto nosotros tenemos que defender, como una manifestación de nuestro espíritu, la libertad personal y una cosa democrática. 

¿Hablo de política? No. Hablo de cosas doctrinales. Luego aquí no hay tiranía y yo no tolero tiranos. Querría que cogierais muy bien este criterio: en ninguna cosa terrena hay un camino solo, porque esto sería dogmático. En las cosas terrenas no hay dogmas. Se dice en mi tierra que por todos los caminos se va a Roma... ¡Libertad en las cosas temporales! ¡No hay un sólo camino! 

Y después os tengo que decir que conozco bastante gente que piensa que la realidad de un país de un momento exige sólo una determinada solución temporal, y sin embargo yo conozco entre ellos gente maravillosa. Ahora, yo no estoy de acuerdo con ellos, a no ser que esto sea por muy poco tiempo, como cuando se enyesa una pierna o un brazo. Esto ya es teoría mía, pero es común y es clara.


   

El cardenal Herranz con el papa Francisco


    La lectura resulta agradable y se hace corta, y en algún momento trae a la memoria secuencias de la película de Roland Joffe "There be dragons". 


    La calidad del autor y de su estilo literario convierten el libro en una estimulante fuente de historias inspiradoras para la vida. En este enlace se puede leer una selección de frases del libro.  

martes, 4 de agosto de 2020

Instantáneas de un cambio. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei




Instantáneas de un cambio. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.

Ernesto Juliá. Ed. Palabra. Colección Testimonios


    Ernesto Juliá es abogado y sacerdote. Trabajó durante muchos años en la sede central del Opus Dei en Roma, y pudo compartir largos períodos de trabajo y convivencia con Javier Echevarría, cuando ambos eran jóvenes profesionales que se formaban junto al fundador de la Obra,  san Josemaría Escrivá.

    Cuando Ernesto Juliá, joven abogado de 22 años, llegó a Roma en 1956, Javier Echevarría contaba 24 años, acababa de leer su tesis doctoral en derecho y trabajaba como secretario del fundador.  


                            Javier Echevarría junto a san Josemaría


    Los 35 años de convivencia cercana con Echevarría -desde 1956 hasta 1992- permitieron a Ernesto Juliá ser testigo de la paulatina transformación que se fue operando en el carácter y en las disposiciones personales de Javier Echevarría, a medida que su estrecho trabajo junto a san Josemaría y al beato Álvaro del Portillo le iban llevando a identificar su espíritu con el del Opus Dei, y a colaborar para hacer realidad esa obra de Dios en la vida de millares de personas de los cinco continentes.

    En 1994 Javier Echevarría fue elegido segundo sucesor del fundador de la Obra, y en 1996 recibió la ordenación episcopal de manos de san Juan Pablo II, en la basílica de san Pedro.


                          Javier Echevarría con san Juan Pablo II y el beato Álvaro del Portillo

    Juliá remansa vivencias personales y palabras escuchadas a Javier Echevarría en su predicación o en reuniones familiares, descubriendo cómo el espíritu de santificación de la vida ordinaria propio de la Obra iba aportando matices nuevos y consecuencias operativas en el futuro prelado.

    Uno de los rasgos en los que  Echevarría descubre progresivas  luces nuevas es el del amor a la libertad, que para san Josemaría era un amor apasionado. Es frecuente en personas que están al frente de instituciones de carácter espiritual la tentación de tender a preservar el espíritu reforzando la ley. Echevarría en cambio ve con claridad que esa es la actitud que Jesús reprocha a los fariseos, “perfectos cumplidores” de una serie de normas, pero que se han olvidado de lo principal: los mandamientos de Dios. 

    Es más importante vivir la caridad con los demás que guardar el descanso del sábado. El Señor quiere que vivamos con la libertad de los hijos de Dios, sin encerrar el espíritu en praxis humana. Dios no quiere que “hagamos algunas cosas”, quiere que nuestro hacer surja del ser, y no al revés.




    Javier Echevarría, en su labor de pastor, se distinguirá por la insistencia en la caridad, el Mandatum Novum que  san Josemaría destacó como piedra basilar de la labor del Opus Dei desde sus primeros pasos. “Lo primero es que nos queramos”, repetirá. Es falso todo lo demás si no se vive la fraternidad. Querer es vivir para los demás, no para uno mismo.

    Así, insistirá en que la Obra es sobre todo, y más allá de aspectos organizativos, una Comunión de personas, dentro de esa gran Comunión de los Santos que es la Iglesia. Y como consecuencia, la necesidad de mantener, desarrollar y enraizar más en el alma ese buen espíritu de familia, que se manifiesta especialmente en el cuidado de los mayores y enfermos, como en toda familia cristiana.


                               Juan al Papa Francisco

    Ese rasgo de cariño familiar, que siguiendo el ejemplo de san Josemaría se fue haciendo cada vez más intenso en su figura como Padre y prelado del Opus Dei, se percibe claramente en sus meditaciones sobre la Humanidad Santísima de Jesús: “Si Cristo te llama, acuérdate de la escena del Evangelio: “Sígueme…” ¡Se lo decía a los Apóstoles con tanto cariño y proximidad…! No tengas miedo...”

    En su viaje pastoral a Moscú, en el 2014, predicaba: “Todo el mundo debe sentirse querido. Cada uno que nos trate debe pensar: este me quiere, para él soy importante…” Cuentan quienes le oyeron -varios centenares de moscovitas- que, al escucharle, cada uno sin excepción se sintió importante: tal era el cariño sincero que acompañaba a sus palabras.




    El modo de su predicación concordaba con su enseñanza a los sacerdotes: “Las almas tienen sed de Cristo, no de comunicadores más o menos convincentes. Sólo en el Evangelio se encuentra la verdad salvadora. La verdadera felicidad es esa paz espiritual que solo se experimenta en unión con Cristo.”

    Hacía suyo el camino de sincero deseo de servir que marcó san Josemaría. El fundador lo explicitó ante la Virgen de Guadalupe, en México: “¿Qué queremos hacer de nuestra vida? Seguir trabajando en el servicio de Dios, sin orgullo… sintiendo cada día el efecto de tu amor… de tu protección…

    Otro de sus rasgos fue el espíritu de fidelidad creativa al espíritu del Opus Dei: “No tenemos que acomodar el espíritu del Opus Dei al mundo, a la cultura vigente, sino iluminar las culturas y civilizaciones que nos encontremos con el espíritu de la Obra que Dios confió a nuestro Padre. Y eso requiere que cada uno nos injertemos en el espíritu de la Obra, sea cual sea la cultura en que nos toque vivir, y actuar con libertad y creatividad.”



    Y continuaba explicando que la Obra no necesita “ponerse al día”, porque somos gente de la calle y estamos siempre al día, ponemos el espíritu de la Obra en las circunstancias presentes, que son distintas de las de san Josemaría y de las que tendrán los que vendrán dentro de 20 años… Es en cada hora histórica donde los miembros del Opus Dei tienen la misión de extender  el espíritu de la Obra, vivificando las actividades humanas.

    Jesucristo, decía, no ha venido a establecer una cultura, una civilización. Su misión redentora es abrir el espíritu de los hombres de cualquier civilización y cultura a la relación con Dios, a la perspectiva de la vida eterna.  Del mismo modo, la Obra no ha venido a inventar nada, sino a subrayar unas realidades espirituales presentes en la Iglesia desde los comienzos, que no se habían abandonado pero tampoco se habían puesto de relieve, y no se habían desarrollado en la vida espiritual del cristiano.

                   Monseñor Echevarría en la catedral de Valencia (abril 2015)

    Ernesto Juliá hace un sugerente análisis de las principales cuestiones que Echevarría hubo de afrontar en el gobierno de la Obra. La primera, la implantación de la prelaturaen la estructura de la Iglesia. Hubo de derrochar infinita paciencia para hacer entender la realidad espiritual del Opus Dei a algunos que no la entendían ni aceptaban, aunque tantos otros ya habían captado que el espíritu del Opus Dei era verdadera “obra de Dios” porque lo habían visto hecho realidad en el actuar de fieles de la prelatura. Algunos canonistas no admitían que la incorporación de los fieles a la Prelatura fuera completa y permanente: pero si no fuera así, se desvirtuaría la realidad institucional del Opus Dei.

    Echevarría supo también secundar el clamor de millares de personas de todas las naciones que le hacían llegar el deseo de ver canonizado al fundador. Su canonización era otro modo de asentar el carisma fundacional, que abría un verdadero espíritu de santificación en medio del mundo.


             Encuentro romano de jóvenes del UNIV

    En tercer lugar, Javier Echevarría supo transmitir el espíritu de la Obra en su plenitud, en plena fidelidad a un carisma que no podía anquilosarse ni desvirtuarse por falsos acomodamientos a las mentalidades cambiantes de lugar y tiempo. En palabras del fundador, el Opus Dei duraría mientras hubiese hombres sobre la tierra. Y ese durar tiene que ser en plena fidelidad al espíritu original.

    Y por último, destaca Juliá que monseñor Echevarría continuó impulsando el crecimiento de la labor apostólica de la Obra en servicio de la Iglesia. Una labor en la que lo prioritario son las personas. 


    Todo eso lo desarrolló según había aprendido de sus predecesores: acudiendo a la oración como arma extraordinaria para redimir el mundo: la fecundidad del apostolado está sobre todo en la oración. Siguiendo a san Josemaría, hizo suyo este orden de prioridades:  Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción.” (Camino, nº 82)

 

 

 


lunes, 20 de julio de 2020

Misión de los laicos

El mensaje de san Josemaría sobre la misión de los laicos

Cfr. Vida cotidiana y santidad en las enseñanzas de san Josemaría. Javier López y Ernst Burkhart, pags 34 a 73.



“La espiritualidad y la acción del Opus Dei se insertan (…) en el proceso teológico y vital que está llevando al laicado a la plena asunción de sus responsabilidades eclesiales, a su modo propio de participar en la misión de Cristo y de su Iglesia.” (San Josemaría, Conversaciones, n.20)

Como los primeros cristianos

        La historia de la Iglesia podría sintetizarse en este esquema:

Siglos I a IV       Primeros cristianos, personas de todas las áreas sociales que extienden el cristianismo a través de sus actividades familiares, profesionales y sociales.

La Carta a Diogneto, del siglo II, los describe así: los cristianos no llevan un género de vida aparte de los demás, pero “dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, por confesión de todos, sorprendente”. Destacan entre otras cosas por el cumplimiento de sus deberes cívicos. En esa vida corriente procuran difundir su fe.

                 

Hasta tal punto son conscientes de su misión y celosos de ella que el filósofo pagano Celso los acusaba, según refiere Orígenes, de aprovecharse de sus profesiones –zapateros, maestros, lavanderos…- para sembrar en las casas particulares y en la sociedad entera la semilla evangélica.

Siglo IV             Reconocimiento público de la Iglesia. Comienza el florecimiento de la espiritualidad religiosa, caracterizada por el abandono de las cosas mundanas. Eclipse paulatino de la conciencia de vocación y misión de los laicos.

        IV a IX      Evangelización de los pueblos germánicos

        IX a XIV    Sacro Imperio y Cristiandad Medieval

        XV y XVI    Pérdida de la unidad religiosa en Europa e inicio de la secularización

        XVI-XVIII   Secularización y período revolucionario


Eclipse de la vocación laical

A partir del siglo IV se produjo en la Iglesia  un eclipse de la conciencia de la vocación y misión de los laicos, de su papel en la Iglesia y en la sociedad, tal y como lo habían vivido las primitivas comunidades cristianas. Un eclipse que, con pocas excepciones, ha durado hasta el siglo XX, y que aún ahora dura para no pocos dentro de la Iglesia.

Desde el siglo IV hasta el XVIII hubo un florecimiento de la espiritualidad religiosa, y una mengua simultánea en los laicos de la conciencia de su misión en la Iglesia, que pasó a considerarse secundaria.

Durante ese período, la vida laical era iluminada “desde fuera”, por la luz de grandes santos sacerdotes y religiosos, pero con elementos específicos de la vida religiosa, que incluían el apartamiento de las actividades seculares, y situaban la vida religiosa (apartada del mundo) como paradigma de toda santidad.

Santos que en siglos más recientes intentaron desarrollar una espiritualidad laical fueron san Francisco de Sales (s XVI), que sugiere a los laicos los medios ascéticos de los religiosos con algunas adaptaciones; san Alfonso María de Ligorio (S XVIII), que habla de piedad en la vida corriente; o san Juan Bosco (S.XIX), que trató de la dignificación del trabajo.

Pero todos ellos siguen considerando las actividades seculares como algo inevitable, lleno de peligros para la vida moral, y no como campo de santificación y terreno de conquista, de cumplimiento de la misión confiada por Cristo a los cristianos.

El cardenal Albino Luciani, poco antes de ser elegido Papa como Juan Pablo I, glosó en un artículo la singular aportación de san Josemaría al fundar, por inspiración divina, el Opus Dei. Escribió que san Francisco de Sales habla “espiritualidad de los laicos”, pero Escrivá de “espiritualidad laical”, esto es, no de meras adaptaciones de lo religioso, sino de un radical “materializar” la santificación, transformando el mismo trabajo material en oración y santidad.


Laicidad versus clericalismo

Entre otras manifestaciones, y a modo de ejemplo, humildad y pobreza son virtudes que han dado origen en la historia del cristianismo a actitudes ligadas al apartamiento del mundo, propio de los religiosos. San Josemaría enseña a vivir esas virtudes con toda exigencia, pero prescindiendo de rasgos ajenos a la condición laical.

Lo que el fundador del Opus Dei transmite es un espíritu laical y secular diverso de las espiritualidades de los religiosos. Aprecia la vida consagrada, pero enseña la santificación en medio del mundo.

El laico puede aprender mucho del religioso sobre cómo tener el alma llena del deseo de Dios, pero no le basta su ejemplo para ser ciudadano de la ciudad de los hombres. El laico ha de compenetrar el deseo de Dios y su condición de ciudadano de la ciudad temporal, en unidad de vida, manifestando en sus obras una plena coherencia con su fe.

El ideal que propone san Josemaría no es un eslabón más en la línea de la mundanización de la vida religiosa, que comenzó (por circunstancias explicables) a partir de lo siglos XVI y XVII. Se trata más bien de una nueva toma de conciencia que adquieren los laicos de su vocación y misión propias, que conecta con el estilo de vida de los primeros cristianos.



Así lo explicaba el fundador del Opus Dei en una entrevista:

“Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían de los demás  ciudadanos”. Conversaciones, n. 24.

Para san Josemaría, secularización no es sinónimo de descristianización, sino que se refiere a la desclericalización, y se sitúa en la línea de la libertad, de la búsqueda de nuevas libertades que está en el núcleo de la modernidad.


 Laicismo y descristianización

En cambio, el proceso de descristianización surge de reclamar una libertad autónoma respecto a Dios, de querer la persona constituirse en fuente autorreferencial de la propia normatividad.

Ha escrito san Josemaría: “El laicismo es la negación de la fe con obras, de la fe que sabe que la autonomía del mundo es relativa, y que todo en este mundo tiene como último sentido la gloria de Dios y la salvación de las almas.”

Ese laicismo se opone a la idea cristiana de libertad, que no es “libertad de hacer lo que quiera” sino capacidad de escoger entre el bien y el mal.

El concepto falso de libertad, reivindicado por algunos pensadores, les llevó al conflicto con la Iglesia y al intento de marginarla, como fuerza opuesta al progreso. Para ellos la libertad significa:

-antropocentrismo cerrado a la trascendencia

-razón desvinculada de la fe

-voluntad emancipada de todo vínculo

-conciencia responsable sólo ante sí misma 

 

Laicidad es libertad en las opciones temporales

La laicidad, tal como la entiende el fundador del Opus Dei, es en cambio sinónimo de desclericalización, y pide una justa autonomía de las actividades temporales, que no consiste en autonomía respecto a Dios, sino en reconocer que las cosas creadas y la misma sociedad tienen sus propias leyes y valores.

Se trata de volver a las raíces de los primeros cristianos, como describe la citada Carta a Diogneto, del siglo II: “Los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo (…) Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es lícito desertar.”


Clericalismo es ignorar la autonomía de los laicos en lo temporal

León XIII, en su encíclica “Au milieu des solicitudes” (1892), señala un punto de inflexión para la vida católica: si hasta esa fecha toda la “vida católica social” dependía de la buena armonía entre ls autoridades de la Iglesia y las del Estado, rota esa armonía colaborativa,  a partir de ahí va a depender del incremento de las responsabilidades personales de los ciudadanos cristianos. La misión de la Iglesia se realizaría en adelante por las conquistas de la acción de los laicos, sin esperar favores de la autoridad civil.

Poco después, con Pío XI (1922) nacía la Acción Católica, con el fin de impulsar esa “misión de los laicos”, pero entendiéndolos como meros colaboradores del clero. De hecho, dejó de usarse la expresión “participación” en el apostolado jerárquico para hablar de “ayuda” y “colaboración”: esto es, se trataba de usar a los laicos como longa manus de la jerarquía en cuestiones temporales, clericalizándoles.

No tiene por qué entrañar peligro de clericalismo que el clero dirija actividades eclesiásticas. Pero cuando se trata de actividades temporales el riesgo existe.

El planteamiento de Ación Católica ponía a los laicos en posición subordinada al clero. El impulso que se pretendía dar a su acción apostólica resultaba como consecuencia de un mandato de la jerarquía, y no del apostolado como fruto del ejercicio responsable de la libertad de los hijos de Dios en la vida secular, donde las soluciones legítimas pueden ser múltiples y variadas.


Libertad y responsabilidad de los laicos en lo temporal

Para sanar la equivocada noción de libertad (autónoma de Dios), se hacía necesario fomentar el ejercicio práctico de la libertad cristiana por parte de los laicos en la santificación y en el apostolado a través de las actividades temporales, asumiendo su responsabilidad propia.

Frente al mal de una libertad sin Dios, que secularizaba la cultura y la sociedad, era preciso estimular el dinamismo propio de la vocación bautismal de los católicos, para que cada uno secundara libremente “desde abajo” (y no “desde arriba”) la acción del Espíritu Santo.

En Conversaciones… n. 58 (1968) san Josemaría explica así su mensaje en relación con el trasfondo teológico y pastoral que tuvo que afrontar:

He pensado siempre que la característica fundamental del proceso de evolución del laicado es la toma de conciencia de la dignidad de la vocación cristiana. La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres. El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: "Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia... El ser cristiano, el haber recibido el Bautismo, no debe ser considerado como indiferente o sin valor, sino que debe marcar profunda y dichosamente la conciencia de todo bautizado" (Enc. Ecclesiam suam, parte I).


La misión de los laicos se deriva de su llamada a la santidad por el Bautismo


Para san Josemaría lo primero es la toma de conciencia de la llamada a la santidad que recibimos en el Bautismo. Y lo segundo, la misión que cada uno debe realizar. No al revés. Pío XI (1923) y la jerarquía de aquellos años de crisis, ante la urgencia de que los laicos hicieran presente la fe en la vida social y defendiesen a la Iglesia del laicismo, les recordó su vocación a la santidad. El concilio Vaticano II da la vuelta a ese argumento, haciendo suya la enseñanza de san Josemaría, y descubre que lo primero es la llamada a la santidad, de la que se deriva la necesidad de asumir plenamente la misión propia.

San Josemaría dio la vuelta a los términos usuales en autores del siglo XIX y principios del S. XX, que decían que era necesaria la acción de los laicos para el reino de Cristo. Lo que san Josemaría dice es que los laicos han de ser santos, porque es su vocación, y que la santidad exige que realicen su misión apostólica propia.

La misión de los laicos no es prolongación de la que corresponde a los sacerdotes: su misión consiste en santificar desde dentro –de manera indirecta y mediata- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo. En esa misión el laico no es longa manus del sacerdocio ministerial, ni su apostolado forma parte de una labor organizada de arriba abajo.

Otra cosa es la cooperación del laico en tareas propias del ministerio sacerdotal (el ministerio de la palabra y de los sacramentos): en esas tareas el laico tiene la facultad de prestar cooperación, de modo subordinado al sacerdocio ministerial. Pero en las actividades temporales no existe tal subordinación.


Superar la visión clerical



La visión clerical tiende a identificar la Iglesia con la Jerarquía, otorga a los pastores el protagonismo de la misión de la Iglesia en el mundo, dejando a los laicos como meros cooperadores instrumentales de la acción del clero en las actividades civiles y temporales.

La comunión con la Jerarquía no implica que los laicos necesiten un mandato de la Jerarquía para el apostolado: porque ya lo han recibido de Dios en el Bautismo. Por eso decía san Josemaría, refiriéndose al apostolado laical que realizan los miembros del Opus Dei: “nunca seremos ningún organismo de la Acción Católica”.

Eran palabras que en 1934 podían chocar, pero inevitables para clarificar un aspecto del espíritu que transmitía. La semilla que Dios le había hecho ver el 2 de octubre de 1928 era una realidad distinta a la Acción Católica, siendo esta un gran servicio a la Iglesia. Quienes se integran en la Acción Católica responden a una convocatoria de la jerarquía; los que siguen el camino de santificación que enseña san Josemaría, recogido en el concilio Vaticano II, responden sencillamente a su vocación bautismal.

Los laicos, explicaba en otra ocasión, “no tienen necesidad de “penetrar” en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí” (Conversaciones, n. 66)

“Una de mis mayores alegrías ha sido precisamente ver cómo el Concilio Vaticano II ha proclamado  con gran claridad la vocación divina del laicado (…) Ha confirmado lo que –por la gracia de Dios- veníamos viviendo y enseñando desde hace tantos años.” (id, n. 72)


 

Una magnífica y sencilla exposición sobre la vocación y misión de los laicos es esta conferencia de Mariano Fazio, Vicario General del Opus Dei. Lleva el significativo título de Transformar el mundo desde dentro. 


 


lunes, 16 de diciembre de 2019

Que sólo Jesús se luzca


“Que sólo Jesús se luzca”, nueva biografía ilustrada de san Josemaría Escrivá.


                        
                           

La Oficina de Comunicación del Opus Dei en Valencia ha acogido en un encuentro periodístico la presentación de “Que solo Jesús se luzca”, una biografía ilustrada de san Josemaría de la que son autores los periodistas Jesús Gil y Enrique Muñiz.


                          

Jesús Gil, sacerdote y especialista en periodismo visual y diseño gráfico, ha explicado que “aunque ya hay numerosas y buenas biografías de san Josemaría, faltaba una que transmitiera la información sobre su vida y mensaje a través de mapas, dibujos e infografías."

                               


Hay ideas que sólo pueden ser explicadas con texto, pero otras muchas pueden ser mostradas de una manera más cercana y sencilla, que facilite al lector joven actual sintonizar con el atractivo mensaje  de santidad en la vida ordinaria que difundió san Josemaría.” 
    
                     


El libro contiene más de 300 fotos, algunas inéditas, textos autógrafos y numerosos mapas e infografías, que ilustran la vida, el mensaje y la intensa actividad evangelizadora que realizó san Josemaría, recorriendo Europa para poner las bases del desarrollo del Opus Dei en los diversos países.

                           

   

"Deseábamos una biografía accesible y gratuita, al alcance de todo el que buscara información sobre el mensaje de santidad en la vida ordinaria, encarnado en la vida y enseñanzas del fundador del Opus Dei."


                                              
"Muchas de las imágenes transmiten información sólo con verlas. Por ejemplo, la foto de su Primera Comunión, con un traje muy laical y natural para la época, nos hace ver que la secularidad del espíritu del Opus Dei estaba ya implícita en el estilo de vida que san Josemaría aprendió de sus padres." 


                            

Es inédita también la foto de sus hermanas fallecidas con muy poco tiempo de diferencia a tierna edad, cuando Josemaría era un niño poco mayor que ellas. Esa foto ayuda a comprender el dolor que debió embargar a la familia. Un dolor en el que se forja el caracter y endereza la mirada hacia los inescrutables planes de Dios
        



El autor ha contado que “cuando san Josemaría recordaba sus viajes agotadores para iniciar el trabajo del Opus Dei, solía comentar que había sembrado de Avemarías las carreteras de Europa. Los gráficos y mapas de esos viajes nos ayudan a hacernos cargo mejor del alcance de sus palabras, pues una buena infografía muestra visualmente la dimensión real de las cosas, en este caso del esfuerzo que esos desplazamientos requerían." 


            

"Por ejemplo, asombra uno de los viajes que realizó durante varias semanas en pleno invierno de 1955. En ese viaje recorrió en un coche renqueante más de 6.000 km por las malas carreteras de la época.”


                             


“San Josemaría estaba haciendo lo que luego llamaría “la prehistoria del Opus Dei” en los países centroeuropeos: norte de Italia, Austria, Suiza, Alemania, Francia… Visitaba a los obispos de las ciudades a las que se extendería el trabajo apostólico del Opus Dei, conocía de primera mano los campus universitarios y se entrevistaba con personas que podrían colaborar ya antes de que llegasen los primeros miembros de la Obra." 



                             

"En el viaje de 1955 se detuvo en Viena, todavía ocupada por las tropas soviéticas. Allí rezó por primera vez a la Virgen bajo la advocación de Sancta María, Stella Orientis, Estrella de Oriente, pidiendo la liberación de los países sometidos a la tiranía comunista.”

                                                   

Jesús Gil, que es también doctor en Teología Espiritual, realizó su tesis doctoral con un estudio de la biblioteca de trabajo de san Josemaría en Roma. En la biografía  se incluyen fotografías y gráficos que explican con detalle los 2.500 libros que componen esa biblioteca, con indicaciones fáciles de apreciar sobre los autores a los que acudía con más frecuencia.


                             


Apoyándose en reproducciones de textos breves manuscritos del fundador, la biografía incluye también un resumen de los rasgos más esenciales de la espiritualidad del Opus Dei.

                           


El texto original de la biografía fue escrito por José Miguel Cejas, y ha sido actualizado y revisado por Enrique Muñiz, con base a la documentación facilitada por el archivo histórico de la prelatura del Opus Dei.



La versión electrónica se distribuye de modo gratuito a través de las principales plataformas, como Apple Libros, Google Play Libros o Amazon. La versión impresa está disponible en librerías y también directamente en la red a través de servicios de impresión bajo demanda. 

                  


Jesús Gil, que en la actualidad es vicerrector de la iglesia de san Juan del Hospital de Valencia, antes de su ordenación sacerdotal trabajó como periodista en diversos medios. Especialista en periodismo visual, ha sido Director de Arte de La Voz de Galicia,  y sus trabajos infográficos han sido reproducidos en la prensa internacional.
            

                              



Jesús Gil es autor también de Huellas de nuestra fe, apuntes sobre Tierra Santa: un recorrido por los lugares sagrados, con unas espléndidas infografías que facilitan la comprensión del Evangelio y de la vida de Jesucristo.