lunes, 20 de julio de 2020

Misión de los laicos

El mensaje de san Josemaría sobre la misión de los laicos

Cfr. Vida cotidiana y santidad en las enseñanzas de san Josemaría. Javier López y Ernst Burkhart, pags 34 a 73.



“La espiritualidad y la acción del Opus Dei se insertan (…) en el proceso teológico y vital que está llevando al laicado a la plena asunción de sus responsabilidades eclesiales, a su modo propio de participar en la misión de Cristo y de su Iglesia.” (San Josemaría, Conversaciones, n.20)

Como los primeros cristianos

        La historia de la Iglesia podría sintetizarse en este esquema:

Siglos I a IV       Primeros cristianos, personas de todas las áreas sociales que extienden el cristianismo a través de sus actividades familiares, profesionales y sociales.

La Carta a Diogneto, del siglo II, los describe así: los cristianos no llevan un género de vida aparte de los demás, pero “dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, por confesión de todos, sorprendente”. Destacan entre otras cosas por el cumplimiento de sus deberes cívicos. En esa vida corriente procuran difundir su fe.

                 

Hasta tal punto son conscientes de su misión y celosos de ella que el filósofo pagano Celso los acusaba, según refiere Orígenes, de aprovecharse de sus profesiones –zapateros, maestros, lavanderos…- para sembrar en las casas particulares y en la sociedad entera la semilla evangélica.

Siglo IV             Reconocimiento público de la Iglesia. Comienza el florecimiento de la espiritualidad religiosa, caracterizada por el abandono de las cosas mundanas. Eclipse paulatino de la conciencia de vocación y misión de los laicos.

        IV a IX      Evangelización de los pueblos germánicos

        IX a XIV    Sacro Imperio y Cristiandad Medieval

        XV y XVI    Pérdida de la unidad religiosa en Europa e inicio de la secularización

        XVI-XVIII   Secularización y período revolucionario


Eclipse de la vocación laical

A partir del siglo IV se produjo en la Iglesia  un eclipse de la conciencia de la vocación y misión de los laicos, de su papel en la Iglesia y en la sociedad, tal y como lo habían vivido las primitivas comunidades cristianas. Un eclipse que, con pocas excepciones, ha durado hasta el siglo XX, y que aún ahora dura para no pocos dentro de la Iglesia.

Desde el siglo IV hasta el XVIII hubo un florecimiento de la espiritualidad religiosa, y una mengua simultánea en los laicos de la conciencia de su misión en la Iglesia, que pasó a considerarse secundaria.

Durante ese período, la vida laical era iluminada “desde fuera”, por la luz de grandes santos sacerdotes y religiosos, pero con elementos específicos de la vida religiosa, que incluían el apartamiento de las actividades seculares, y situaban la vida religiosa (apartada del mundo) como paradigma de toda santidad.

Santos que en siglos más recientes intentaron desarrollar una espiritualidad laical fueron san Francisco de Sales (s XVI), que sugiere a los laicos los medios ascéticos de los religiosos con algunas adaptaciones; san Alfonso María de Ligorio (S XVIII), que habla de piedad en la vida corriente; o san Juan Bosco (S.XIX), que trató de la dignificación del trabajo.

Pero todos ellos siguen considerando las actividades seculares como algo inevitable, lleno de peligros para la vida moral, y no como campo de santificación y terreno de conquista, de cumplimiento de la misión confiada por Cristo a los cristianos.

El cardenal Albino Luciani, poco antes de ser elegido Papa como Juan Pablo I, glosó en un artículo la singular aportación de san Josemaría al fundar, por inspiración divina, el Opus Dei. Escribió que san Francisco de Sales habla “espiritualidad de los laicos”, pero Escrivá de “espiritualidad laical”, esto es, no de meras adaptaciones de lo religioso, sino de un radical “materializar” la santificación, transformando el mismo trabajo material en oración y santidad.


Laicidad versus clericalismo

Entre otras manifestaciones, y a modo de ejemplo, humildad y pobreza son virtudes que han dado origen en la historia del cristianismo a actitudes ligadas al apartamiento del mundo, propio de los religiosos. San Josemaría enseña a vivir esas virtudes con toda exigencia, pero prescindiendo de rasgos ajenos a la condición laical.

Lo que el fundador del Opus Dei transmite es un espíritu laical y secular diverso de las espiritualidades de los religiosos. Aprecia la vida consagrada, pero enseña la santificación en medio del mundo.

El laico puede aprender mucho del religioso sobre cómo tener el alma llena del deseo de Dios, pero no le basta su ejemplo para ser ciudadano de la ciudad de los hombres. El laico ha de compenetrar el deseo de Dios y su condición de ciudadano de la ciudad temporal, en unidad de vida, manifestando en sus obras una plena coherencia con su fe.

El ideal que propone san Josemaría no es un eslabón más en la línea de la mundanización de la vida religiosa, que comenzó (por circunstancias explicables) a partir de lo siglos XVI y XVII. Se trata más bien de una nueva toma de conciencia que adquieren los laicos de su vocación y misión propias, que conecta con el estilo de vida de los primeros cristianos.



Así lo explicaba el fundador del Opus Dei en una entrevista:

“Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían de los demás  ciudadanos”. Conversaciones, n. 24.

Para san Josemaría, secularización no es sinónimo de descristianización, sino que se refiere a la desclericalización, y se sitúa en la línea de la libertad, de la búsqueda de nuevas libertades que está en el núcleo de la modernidad.


 Laicismo y descristianización

En cambio, el proceso de descristianización surge de reclamar una libertad autónoma respecto a Dios, de querer la persona constituirse en fuente autorreferencial de la propia normatividad.

Ha escrito san Josemaría: “El laicismo es la negación de la fe con obras, de la fe que sabe que la autonomía del mundo es relativa, y que todo en este mundo tiene como último sentido la gloria de Dios y la salvación de las almas.”

Ese laicismo se opone a la idea cristiana de libertad, que no es “libertad de hacer lo que quiera” sino capacidad de escoger entre el bien y el mal.

El concepto falso de libertad, reivindicado por algunos pensadores, les llevó al conflicto con la Iglesia y al intento de marginarla, como fuerza opuesta al progreso. Para ellos la libertad significa:

-antropocentrismo cerrado a la trascendencia

-razón desvinculada de la fe

-voluntad emancipada de todo vínculo

-conciencia responsable sólo ante sí misma 

 

Laicidad es libertad en las opciones temporales

La laicidad, tal como la entiende el fundador del Opus Dei, es en cambio sinónimo de desclericalización, y pide una justa autonomía de las actividades temporales, que no consiste en autonomía respecto a Dios, sino en reconocer que las cosas creadas y la misma sociedad tienen sus propias leyes y valores.

Se trata de volver a las raíces de los primeros cristianos, como describe la citada Carta a Diogneto, del siglo II: “Los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo (…) Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es lícito desertar.”


Clericalismo es ignorar la autonomía de los laicos en lo temporal

León XIII, en su encíclica “Au milieu des solicitudes” (1892), señala un punto de inflexión para la vida católica: si hasta esa fecha toda la “vida católica social” dependía de la buena armonía entre ls autoridades de la Iglesia y las del Estado, rota esa armonía colaborativa,  a partir de ahí va a depender del incremento de las responsabilidades personales de los ciudadanos cristianos. La misión de la Iglesia se realizaría en adelante por las conquistas de la acción de los laicos, sin esperar favores de la autoridad civil.

Poco después, con Pío XI (1922) nacía la Acción Católica, con el fin de impulsar esa “misión de los laicos”, pero entendiéndolos como meros colaboradores del clero. De hecho, dejó de usarse la expresión “participación” en el apostolado jerárquico para hablar de “ayuda” y “colaboración”: esto es, se trataba de usar a los laicos como longa manus de la jerarquía en cuestiones temporales, clericalizándoles.

No tiene por qué entrañar peligro de clericalismo que el clero dirija actividades eclesiásticas. Pero cuando se trata de actividades temporales el riesgo existe.

El planteamiento de Ación Católica ponía a los laicos en posición subordinada al clero. El impulso que se pretendía dar a su acción apostólica resultaba como consecuencia de un mandato de la jerarquía, y no del apostolado como fruto del ejercicio responsable de la libertad de los hijos de Dios en la vida secular, donde las soluciones legítimas pueden ser múltiples y variadas.


Libertad y responsabilidad de los laicos en lo temporal

Para sanar la equivocada noción de libertad (autónoma de Dios), se hacía necesario fomentar el ejercicio práctico de la libertad cristiana por parte de los laicos en la santificación y en el apostolado a través de las actividades temporales, asumiendo su responsabilidad propia.

Frente al mal de una libertad sin Dios, que secularizaba la cultura y la sociedad, era preciso estimular el dinamismo propio de la vocación bautismal de los católicos, para que cada uno secundara libremente “desde abajo” (y no “desde arriba”) la acción del Espíritu Santo.

En Conversaciones… n. 58 (1968) san Josemaría explica así su mensaje en relación con el trasfondo teológico y pastoral que tuvo que afrontar:

He pensado siempre que la característica fundamental del proceso de evolución del laicado es la toma de conciencia de la dignidad de la vocación cristiana. La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres. El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: "Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia... El ser cristiano, el haber recibido el Bautismo, no debe ser considerado como indiferente o sin valor, sino que debe marcar profunda y dichosamente la conciencia de todo bautizado" (Enc. Ecclesiam suam, parte I).


La misión de los laicos se deriva de su llamada a la santidad por el Bautismo


Para san Josemaría lo primero es la toma de conciencia de la llamada a la santidad que recibimos en el Bautismo. Y lo segundo, la misión que cada uno debe realizar. No al revés. Pío XI (1923) y la jerarquía de aquellos años de crisis, ante la urgencia de que los laicos hicieran presente la fe en la vida social y defendiesen a la Iglesia del laicismo, les recordó su vocación a la santidad. El concilio Vaticano II da la vuelta a ese argumento, haciendo suya la enseñanza de san Josemaría, y descubre que lo primero es la llamada a la santidad, de la que se deriva la necesidad de asumir plenamente la misión propia.

San Josemaría dio la vuelta a los términos usuales en autores del siglo XIX y principios del S. XX, que decían que era necesaria la acción de los laicos para el reino de Cristo. Lo que san Josemaría dice es que los laicos han de ser santos, porque es su vocación, y que la santidad exige que realicen su misión apostólica propia.

La misión de los laicos no es prolongación de la que corresponde a los sacerdotes: su misión consiste en santificar desde dentro –de manera indirecta y mediata- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo. En esa misión el laico no es longa manus del sacerdocio ministerial, ni su apostolado forma parte de una labor organizada de arriba abajo.

Otra cosa es la cooperación del laico en tareas propias del ministerio sacerdotal (el ministerio de la palabra y de los sacramentos): en esas tareas el laico tiene la facultad de prestar cooperación, de modo subordinado al sacerdocio ministerial. Pero en las actividades temporales no existe tal subordinación.


Superar la visión clerical



La visión clerical tiende a identificar la Iglesia con la Jerarquía, otorga a los pastores el protagonismo de la misión de la Iglesia en el mundo, dejando a los laicos como meros cooperadores instrumentales de la acción del clero en las actividades civiles y temporales.

La comunión con la Jerarquía no implica que los laicos necesiten un mandato de la Jerarquía para el apostolado: porque ya lo han recibido de Dios en el Bautismo. Por eso decía san Josemaría, refiriéndose al apostolado laical que realizan los miembros del Opus Dei: “nunca seremos ningún organismo de la Acción Católica”.

Eran palabras que en 1934 podían chocar, pero inevitables para clarificar un aspecto del espíritu que transmitía. La semilla que Dios le había hecho ver el 2 de octubre de 1928 era una realidad distinta a la Acción Católica, siendo esta un gran servicio a la Iglesia. Quienes se integran en la Acción Católica responden a una convocatoria de la jerarquía; los que siguen el camino de santificación que enseña san Josemaría, recogido en el concilio Vaticano II, responden sencillamente a su vocación bautismal.

Los laicos, explicaba en otra ocasión, “no tienen necesidad de “penetrar” en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí” (Conversaciones, n. 66)

“Una de mis mayores alegrías ha sido precisamente ver cómo el Concilio Vaticano II ha proclamado  con gran claridad la vocación divina del laicado (…) Ha confirmado lo que –por la gracia de Dios- veníamos viviendo y enseñando desde hace tantos años.” (id, n. 72)


 

Una magnífica y sencilla exposición sobre la vocación y misión de los laicos es esta conferencia de Mariano Fazio, Vicario General del Opus Dei. Lleva el significativo título de Transformar el mundo desde dentro. 


 


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