viernes, 23 de octubre de 2020

 

Diplomático en el Madrid rojo. Félix Schlayer. Ed. Espuela de Plata



El ingeniero alemán Félix Schlayer era cónsul de Noruega en España cuando estalló la guerra civil. En este libro, publicado en 1938, poco después de abandonar España, narra los dramáticos acontecimientos que presenció y protagonizó durante el primer año de la guerra, y la ingente labor humanitaria llevada a cabo por el Cuerpo Diplomático para intentar proteger a miles de personas que huían aterrorizadas de la sangrienta persecución desatada por milicias anarquistas y comunistas, ante la inacción del gobierno, que en realidad, según los datos que aporta Schlayer, instigaba los crímenes.

 

Ante las protestas diplomáticas, miembros del gobierno alegaban que se trataba de elementos descontrolados. La realidad que constataba Schlayer  era que, cuando no se trataba de crímenes instigados directamente por las autoridades, “el gobierno carecía de la fuerza y del valor suficientes para hacer frente a la bestialidad de las masas que su propaganda había desatado.”


Diego Martínez Barrio

 

Cuando Martínez Barrio, Gran Oriente de la Masonería, acobardado por el cariz de los acontecimientos, cedió la Presidencia del Gobierno a José Giral, éste “no sólo entregó las armas al pueblo, sino que les estimuló a usarlas para eliminar a sus enemigos.” A partir de ese momento, asegura, "no hubo Magistrados que administraran justicia, pues precisamente fueron los magistrados los primeros eliminados."

 

Bastaba una denuncia anónima (“es de derechas”, “es católico de Misa”…) hecha por alguna persona vengativa o depravada, para encarcelar, asesinar y expoliar a cualquier familia. La vigilancia de las prisiones la asumieron milicianos de los partidos, socialistas, comunistas y anarquistas. Los funcionarios de prisiones del Estado fueron marginados, o asesinados directamente si eran de derechas o se les uponía "simpatizantes".

 

Como prueba de la connivencia del gobierno con los asesinos, cuenta Schlayer que tras una conversación con el ministro socialista Alvarez del Vayo, para informarle de los cientos de asesinatos que se habían cometido la víspera en las calles cercanas a la embajada de Noruega, en los días siguientes dejaron de producirse asesinatos en esas calles, pero sencillamente porque los asesinos comenzaron a llevar a sus víctimas a las afueras de la ciudad. La “impotencia del Gobierno” ante la carnicería desatada era fingida, afirma Schlayer. Se trataba de una consigna: alegar que no podían frenarla y que era culpa de los “excesos de los rebeldes” que se habían quedado con todas las tropas.


Félix Schlayer, embajador de Noruega en Madrid

La narración, sobria y detallada, permite ver la valiente implicación de Schlayer. Pudiendo haber abandonado España, como hicieron otros muchos diplomáticos y ciudadanos extranjeros, quiso quedarse para intentar ayudar a tanta gente aterrada e indefensa que buscaba refugio. El relato trata de mantenerse objetivo y neutral, como corresponde a un diplomático, y se percibe el esfuerzo por moderar el lenguaje cuando tiene que describir hechos execrables, directamente presenciados por él, o de los que le llegaba información de testigos presenciales. Su sentido de la justicia y su humanidad se rebelaban y procuraba actuar e interceder.


Un testigo molesto 

Schlayer llegó a convertirse en un personaje molesto para el gobierno rojo. Hay que recordar que el término “rojo” no era despectivo para el bando republicano: así se autodenominaba su gobierno o su ejército; en esos años lo preferían al término “republicano”. 


El embajador noruego, jugándose la vida, acudía a los lugares más peligrosos y no podía dejar de denunciar lo que veía: fusilamientos sin juicio, torturas en las checas, violaciones, saqueos, culatazos e insultos groseros a las mujeres e hijas de los detenidos en las cárceles cuando iban a llevarles comida.

 

En junio de 1937 el Director General de Prisiones denegó a Schlayer el permiso para seguir visitando las cárceles: era un testigo demasiado incómodo. Se extendió la prohibición a todo el Cuerpo Diplomático. El embajador, que se estaba jugando la vida para proteger a cientos de personas que iban a ser asesinadas,  finalmente él mismo tuvo que huir del país cuando supo que se había emitido contra él una orden de detención con falsos pretextos: estuvo a punto de ser arrebatado del vapor francés en el que huía, por los mismos policías que poco antes habían asesinado a un funcionario de la embajada belga, Borchgrave, que se ocupaba de atender a refugiados.


 Ejemplar y arriesgada labor humanitaria del Cuerpo Diplomático

El Cuerpo Diplomático, narra Schlayer, se vio abrumado ante los miles de personas inocentes que acudían a las embajadas huyendo de una muerte segura. Da testimonio de que todas las personas que acogió en la embajada noruega se significaban por llevar una vida de trabajo y respeto a los demás, y eran perseguidas simplemente por sus ideas políticas o por ser católicas. 


“Nunca se había dado en la Europa civilizada tal carencia absoluta de derechos para tantos miles de personas.” Obviamente no incluye en esa Europa civilizada a la Rusia de Lenin y Stalin. Y todavía no había comenzado lo que poco después estalló en la Alemania nazi.

  

Schlayer escribe con orgullo profesional que la guerra civil española demostró al mundo que la Diplomacia está para algo más que para funciones protocolarias. Se trataba “de evitar ejecuciones clandestinas, obtener la libertad de aquellas gentes contra la que no existía acusación formal alguna, de ejercer el derecho de asilo, en una medida tan amplia como nunca se había visto entre pueblos civilizados.”


Locura persecutoria en las calles 


El rasgo más característico de la revolución, afirma, fue la locura persecutoria en las calles. “Grupos de bandidos” instalaban cárceles privadas en las que maltrataban brutalmente a hombres y mujeres sin que nadie frenara violaciones y asesinatos. Con la aprobación del Gobierno se organizó una matanza de políticos y militares en la cárcel Modelo, a cargo de milicianos comunistas y anarquistas, que disparaban fríamente después de despojar a sus víctimas de sus pertenencias.

 

La policía con frecuencia entregaba a los milicianos “certificados de libertad” para presos concretos, que eran sacados de la cárcel y directamente asesinados. Así en el registro sólo constaba que habían sido puestos en libertad.

 

Muchos Guardias civiles con antigüedad fueron encarcelados y asesinados, y se creó la Guardia Nacional con gente próxima a los partidos del gobierno y otros guardias civiles que habían sido expulsados del Cuerpo por mala conducta.

 

De acuerdo con la opinión generalizada de los historiadores, afirma que Madrid habría caído en poder de los nacionales en los primeros días de su ofensiva: de hecho estaban ya dentro de la capital. Sólo fueron frenados por la llegada de las Brigadas Internacionales, soldados extranjeros experimentados y con buen armamento, que se hicieron fuertes en la Cárcel Modelo en noviembre de 1936.

Cementerio de Paracuellos del Jarama


 Paracuellos del Jarama, el Katyn español

Para dejar espacio libre a las Brigadas en la Cárcel Modelo, se sacó a los presos: más de 1.200 fueron llevados a Paracuellos del Jarama y allí fusilados “por el mismo método sanguinario que usaron los comunistas rusos en las fosas de Katyn. Ninguno de ellos tenía delito alguno, simplemente habían sido tomados como rehenes. ¿Hay excusa para un gobierno que se atreve a inducir a esas atrocidades?” Schlayer constata que el gobierno obedecía directrices de Moscú, y utilizaba los mismos métodos. En realidad, como muestra en otros pasajes, quienes mandaban en España eran ya los generales y comisarios de la Rusia stalinista.

 

Las mujeres encarceladas se enteraron de que en los supuestos “traslados de prisión” o “puestas en libertad” eran esperadas por milicianos al acecho, que las asaltaban y asesinaban. Acudieron en petición de socorro al Cuerpo Diplomático, que se asignó la tarea de acompañar a sus casas a las liberadas siempre que pudo.


Los diplomáticos se reunían en la embajada de Chile, allí intercambiaban información y lograron coordinar una ejemplar labor humanitaria, aunque ni mucho menos suficiente. Esa unidad y cohesión humanitaria del Cuerpo Diplomático molestaba enormemente al gobierno. No fue fácil proteger las legaciones, porque los milicianos “estaban acostumbrados a no respetar otra autoridad que sus pistolas”, e irrumpían en todas partes para ejecutar lo que denomina “sus lucrativos registros”.

 

En los primeros días de la guerra se desató una ridícula carrera entre gobierno, partidos y sindicatos para ver quién colocaba antes el cartel de “Requisado por…” en las mejores casas. A los inquilinos que no echaban de sus casas les obligaban a pagar un alquiler, a veces a cada una de las organizaciones que había colgado su cartel.

  

 Las reclamaciones al Gobierno no servían de nada. Los diplomáticos informaban a sus respectivos Gobiernos de los asesinatos organizados, de los robos y atropellos, y de la penosa deriva y desprestigio del Gobierno rojo, que había dejado las cárceles en manos de asesinos, y a los presos políticos totalmente desprotegidos en manos de milicianos anarquistas y comunistas.

 

Los diplomáticos comprobaron que los asesinatos se ejecutaban muchas veces con las firmas de Organismos del Gobierno y el beneplácito de Ministros y Directores Generales. Fueron especialmente crueles en noviembre de 1936. Una nota de protesta del Cuerpo Diplomático al Gobierno fue contestada por éste con amenazas bajo la “acusación” de albergar refugiados. Desde ese momento Schlayer, autor moral de la nota de protesta, se sintió en el punto de mira del gobierno republicano.


Francisco Largo Caballero

Largo Caballero entregó a Rusia la soberanía española


Schlayer señala a Largo Caballero y a Galarza como los dirigentes republicanos que más promovieron los crímenes. A propósito del convenio con Rusia firmado por Largo Caballero, Schlayer escuchó este comentario de un embajador filocomunista, que había leído el convenio: “Nunca me sentiría con valor para proponer a otro pueblo un tratado por el que éste tuviera que renunciar totalmente a su soberanía.” De hecho los generales rusos eran quienes daban las órdenes. Por su parte el embajador ruso trató sin éxito de romper la unidad del Cuerpo Diplomático, y tras una sesión vergonzosa en la que insistió en negar evidencias no volvió a reunirse con sus colegas.

 

Señala también a Álvarez del Vayo como responsable de la orden de atentar contra un avión francés en el que viajaba el Delegado de Cruz Roja. Éste se dirigía a una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones en Ginebra, para informar de los asesinatos de detenidos que estaban teniendo lugar en zona roja. El avión fue ametrallado, y aunque pudo volver a aterrizar murió uno de los tripulantes y otro resultó gravemente herido. La prensa roja, recuerda el embajador, señaló como responsable a la aviación nacional, cuando los presentes habían visto con sus propios ojos los distintivos del Gobierno rojo en el avión atacante. Los historiadores asignan a Álvarez del Vayo oscuras sombras sobre su integridad y su vasallaje al comunismo de Moscú.

 

Sobre Santiago Carrillo es igualmente duro su juicio: como era Director General de la Policía, acudió a preguntarle por el abogado de la embajada, Ricardo de la Cierva, detenido en la Cárcel Modelo y arrebatado allí por los milicianos. Carrillo dijo no saber nada, dio promesas de buena voluntad y cuando el cónsul le dijo que sabía de las sacas de presos para fusilar que se estaban llevando a cabo, Carrillo respondió con cinismo, mostrando que estaba perfectamente enterado.

 

Carrillo contó a la representación diplomática cuál era el plan del gobierno ante el avance de los nacionales: defender Madrid hasta que no quedara piedra sobre piedra. El embajador anota su opinión al respecto: “Ese es el espíritu que domina en los dirigentes rojos españoles. La destrucción es, en todos los campos, parte importante de su programa, y es la envidia y el resentimiento su móvil esencial.” Preferían destruir todo antes de que los otros pudieran usarlo, y atribuirían la destrucción al enemigo, pero ellos sembrarían todo de minas y “antes de entregarlo volará todo por los aires.”

 

El embajador es buen observador y reflexiona sobre el carácter hispano. “El español, salvo pocas excepciones, es noble, digno, incluso de corazón bondadoso, si se le sabe llevar (…) Lo que pierde a los españoles es su sensibilidad ante lo que puede parecer ridículo. En cuanto se reúnen varios, cada cual en la conversación se reserva para conocer la opinión de los demás, y entonces, aunque tenga que reprimir sus buenos sentimientos, y por miedo a que se rían de él, se manifiesta con un egoísmo todo lo exagerado que estima conveniente para aparentar ser superior a los demás, sin discriminar si ello es bueno o malo.”

 

El miedo al que dirán, la falta de personalidad para afirmar ante los demás lo que se percibe como bueno o malo, el pavor a sentirse aislado al verse en minoría ante un grupo violento, arrastraron a muchos a la barbarie. 


Se desató la caza del hombre

El embajador aporta testimonios penosos presenciados por él. “Entre los habitantes del pueblo (un pueblo al que había viajado con frecuencia), antes pacíficos y correctos, cundía la bestialidad como un contagio. Empezaron a tomarle gusto a la caza del hombre. Tales eran los frutos de la educación bolchevique: el hombre se transforma en hiena. La revolución roja bestializó a sectores enteros de la población (…) No es extraño que tras la conquista de los territorios rojos tuviera que seguir la acción severa de tribunales de lo penal, ante la necesidad de extraer tal veneno del cuerpo social, si se quería que éste sanara en el futuro.”

 

En un país en el que hasta poco antes todo el mundo se descubría al pasar junto a un coche fúnebre, los “paseos” destruyeron el respeto a la vida de los demás, también en los que acudían a contemplar el “botín” de las cacerías nocturnas.

 

Según sus datos, en Madrid cada noche entre finales de julio y mediados de diciembre de 1936 se producían entre cien y trescientos “paseos”, con una cifra total no inferior a los 40.000 asesinatos sin proceso judicial alguno. En toda España esa cifra fue de 300.000. 


En la zona nacional hubo también desmanes, pero casi siempre a los causantes se les juzgaba y condenaba. Supo por ejemplo del fusilamiento en Salamanca de ocho falangistas, juzgados por un Tribunal de Guerra que los condenó a muerte por crímenes durante las primeras semanas de la guerra. Sin embargo, afirma, en la zona roja todo se convertía en una orgía de pillaje y muerte.


 Asesinatos crueles de personas inofensivas

Fue especialmente cruel la caza desatada contra los católicos, hombres y mujeres asesinados simplemente por su fe. Schlayer narra incrédulo el cruel asesinato  de un grupo de monjas inofensivas: una de ellas recriminó a los milicianos por la vergüenza de que siendo hombres iban a asesinar a mujeres indefensas. Le tomaron la palabra a la monja, pero como ninguna mujer del pueblo estaba dispuesta, llamaron a Madrid y les enviaron a las seis peores criminales recién salidas de la cárcel para que cumplieran “la misión”. En otros lugares los milicianos no se andaban con tantos remilgos, y esas muertes solían ir precedidas de torturas inhumanas.

 

Con la camioneta de la legación viajaba a los pueblos de los alrededores de Madrid en busca de provisiones, y fue testigo también de la estrategia que se seguía en zona roja -así se autodenominaban los republicanos- con la población, en la que “se fomentaba el odio y terror a los nacionales acusándoles de proceder bestial, y obligándoles a abandonar los pueblos” antes de que fueran conquistados. “Al que se quede lo fusilamos”.


Parecía que más que resolver la guerra, buscaban desatar una furiosa revolución bolchevique


A su juicio buscaban “convertir al pueblo a la ideología roja. No era la guerra, sino la política roja”, y les resultaba más fácil crear adeptos si la población se angustiaba por el miedo, el hambre y el desarraigo. De hecho, juzga que el Gobierno republicano, durante las primeras semanas de la guerra, se dedicó a desatar una rabiosa revolución bolchevique, más que a resolver la guerra.

 

El desorden y la indisciplina se desató en toda la zona roja, y era frecuente que los milicianos amenazaran a sus propios oficiales con dispararles cuando las órdenes no eran de su agrado. De hecho, la prolongación de la guerra se debió sólo a la presencia de las Brigadas Internacionales, que traían buen armamento y estaban  mandadas por oficiales rusos, y algunos oficiales legionarios franceses, que imponían una férrea disciplina. Sin ellos piensa el cónsul que los milicianos se habrían dispersado a finales de 1936 y la guerra habría concluido. Pero la Rusia bolchevique no quería soltar la apetitosa presa que suponía España para ampliar su hegemonía a través de la Internacional comunista. Le parece ridículo que no se percataran de esa intención las democracias occidentales.

 

Cuando Franco y la Cruz Roja Internacional solicitaron que se concentrara la población en una zona determinada de Madrid, el gobierno republicano se negó: en el fondo deseaba usar a la población como escudo humano, y airear las víctimas civiles en la prensa internacional, presentando alos nacionales como asesinos. Sin embargo, trasladaron oficinas, personal y suministros del Gobierno y del ejército rojo a una zona que observaron que nunca bombardeaban los nacionales por respeto a la población civil.

 

Pudo comprobar un detalle a su juicio sintomático del tipo de régimen que se estaba instaurando a cada lado del frente. En la primavera de 1937, entre Madrid y Valencia había instalados 9 puestos de control que examinaban a fondo la documentación de todos los pasajeros. En cambio, en la zona nacional se podía recorrer cientos de kilómetros sin que nadie te diese el alto. En la España roja dominaba la desconfianza y el afán inquisitorial, en contraste con la blanca. Y esto “sin duda hablaba de la actitud de la población ante cada uno de los sistemas.”


Ruinas del Alcázar e Toledo tras el asedio. 


Tremenda y significativa la escena del teniente coronel Rojo, General Jefe del Estado Mayor del ejército republicano, parlamentando con el coronel Moscardó, sitiado con algunos de sus hombres en el Alcázar de Toledo: “Pienso como vosotros, pero tengo a mi mujer y a seis hijos en manos de los rojos y no quiero verles fusilados.” Y eso es lo que hicieron con el hijo del coronel Moscardó: “fue fusilado por orden del Comandante local socialista porque su padre se negaba a entregar el Alcázar.” Se conserva el Diario de Operaciones del Alcázar. 



Dolores Ibarruri, la Pasionaria


La Pasionaria: "No cabe más solución que la de que una mitad extermine a la otra."

El Encargado de Negocios de Noruega entendió lo que estaba pasando cuando en 1937 coincidió en Valencia con La Pasionaria, diputada comunista, que con rotundidad le dijo: “¡Nunca podrán convivir las dos mitades de España. No cabe más solución que la de que una mitad extermine a la otra!”. El procedimiento bolchevique de exterminio de masas que aplicaron los comunistas en zona roja le quedó desvelado. Tener una empresa con varios obreros, por ejemplo, era motivo de persecución. Pocos en el gobierno -quizá sólo Negrín, añade- trataron de hacer ver que esa política sólo conducía a un desastre para todo el pueblo. 

Pero también el odio admite sanación. Al final de su vida Dolores Ibarruri, la Pasionaria, volvió a abrazar la fe católica. 


Necesitamos fuentes fiables para conocer  la historia

Pienso que este libro de Félix Schlayer  aporta una descripción viva y fiable, que recomiendo porque procede de un testigo desapasionado, y complementa otras visiones que se suelen dar de lo acontecido en esos trágicos años. 


Recordar la historia, con una aproximación lo más objetiva y desapasionada posible a los hechos, es necesario para conocer la verdad y evitar que se repitan actuaciones erráticas o malvadas. No se trata de recordar para avivar el odio, pues eso sólo desata espirales de violencia y arroja veneno a la convivencia. Ni con interés partidista o ideológico, al que tan acostumbrado nos tienen algunos políticos y manipuladores  de la opinión pública.


Construir la paz sólo es posible cuando cada parte reconoce sus errores, no cuando trata de ocultarlos mientras agranda los de la parte contraria. La verdad, o el intento sincero de acercarse a ella oyendo todas las campanas, es la mejor base para una convivencia pacífica abierta a un futuro esperanzado.

 

 

martes, 20 de octubre de 2020

Feminismo de equidad

Una de las mejores explicaciones que he escuchado sobre el feminismo y la historia de su evolución. 

María Calvo es doctora en Derecho y Profesora Titular de Derecho Administrativo en la Univesidad Carlos III de Madrid. 

No es frecuente escuchar en el discurso público relatos argumentados y racionales sobre estas cuestiones. 


lunes, 24 de agosto de 2020

Cristianos en la sociedad del siglo XXI

 


 

    

    Paula Hermida acaba de publicar un sugerente libro que recoge su diálogo con monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. Elegido tercer sucesor de san Josemaría en 2017, Fernando Ocáriz es físico y teólogo, consultor de diversas Congregaciones Pontificias, entre otras la de la Doctrina de la Fe, y miembro de la Academia Pontifica de Teología.

 

    Paula Hermida es filósofa y teóloga, especialista en antropología. Trabaja como asesora editorial. Está casada y es madre de ocho hijos. Es lógico que una mujer con ese perfil, intelectual inquieta, con sentido práctico y realista y habituada a hacerse preguntas sobre los retos de nuestro mundo, no se conforme con respuestas genéricas o superficiales. Plantea cuestiones presentes en el debate público de modo incisivo y directo, que deja ver que han sido largamente pensadas.  

 

    Hermida ha conseguido así un diálogo diáfano, agudo y penetrante, en el que entrevistadora y entrevistado abren su mente y su corazón ante los retos que la actualidad plantea al mundo y a la Iglesia, y dentro de la Iglesia al Opus Dei. El resultado es un valioso conjunto de luces para entender mejor la actualidad y lo que esta puede estar reclamando de la conducta de un cristiano corriente.

 

    Acelerados cambios sociales, precipitados por la tecnología, han impactado en núcleos esenciales de nuestras vidas, sobre cuyo sentido había amplios acuerdos hasta no hace mucho. El trabajo, devenido en precario o ausente tantas veces. La familia, unida por lazos que parecen debilitarse por momentos. El extraño dilema entre economía y salud, que debemos resolver si queremos una sociedad más solidaria y humana. La perspectiva trascendente, olvidada en un mundo tan ajetreado que no deja hueco a Dios, pero añora el silencio y la meditación…

 

    Ante el prelado de una institución de la Iglesia católica como el Opus Dei, cuya finalidad es extender el encuentro con Dios en el trabajo y en las circunstancias de la vida ordinaria, ese acelerado cambio social, que afecta precisamente a los ámbitos en los que discurre la vida de las personas corrientes, surge la pregunta necesaria: ¿se puede santificar un trabajo precario o inexistente, una relación familiar difícil y dolorosa? ¿Cómo hacer presente a Dios en una sociedad de ritmo estresante y agresivamente competitivo, entre gente cada vez más diversa y polarizada?

 

    Cuando el libro ya estaba listo para la imprenta estalló la pandemia del COVID-19, y ante esa nueva e inquietante situación Hermida amplió sus interrogantes. Las respuestas de monseñor Ocáriz ofrecen una luz y un bálsamo necesarios, que dan al libro una actualidad aún mayor.

 

    La pandemia, con el confinamiento de medio planeta, nos ha hecho vivir momentos sobrecogedores, como aquellas imágenes de la plaza de san Pedro vacía y oscura, con el papa Francisco solo, junto al Cristo Crucificado. Solo, pero acompañado en silencio conmovido por millones de personas en los cinco continentes. 


                       El Papa ante la imagen del Cristo en san Pedro Semana Santa 2020

 

    Sorprende, en ese contexto de inquietud e incertidumbre en el que aún estamos envueltos, la amable serenidad de las respuestas de monseñor Ocáriz. Con sobria precisión -no sobra ni una coma en sus respuestas, va al grano sin perderse en razonamientos ni digresiones- el prelado nos muestra con sencillez una visión sabia de los problemas actuales, y ofrece pautas que la situación quizá reclama de los cristianos de a pié.

 

    En sus palabras destaca la centralidad de Cristo y su amor por los hombres. Mirar a Cristo es descubrir que lo importante en toda situación es la persona, cada persona, y su destino. Aprender de Cristo es enfocar la vida con un sentido de misión, de servicio, con “actitud de agrandar el corazón para que entren las necesidades y sufrimientos de los demás, pero no de manera abstracta” sino comenzando por el cuidado de los que tenemos cerca. La historia se construye con las pequeñas acciones de cada uno en su entorno.

 

    Momentos como los actuales, en los que se percibe con claridad que somos vulnerables, invitan a pensar en el sentido de la vida. “¿En qué estoy empleando esa vida que se me va de las manos?” Esa es la gran pregunta que deberíamos hacernos, dice Ocáriz. Que para un cristiano significa “¿A qué me llama Dios?” Porque para cada uno Dios tiene un plan en el que colaborar.

 

    Paula Hermida plantea también las preguntas que cualquier periodista desearía formular acerca del Opus Dei y su evolución actual. Conservar la fe recibida, dice Ocáriz, no te convierte en ultraconservador, como progresar en la misión de extender la luz de Cristo no te convierte en progresista. Esos clichés no nos dejan ver la realidad.

 

    La esencia del espíritu del Opus Dei es encontrar a Dios en la vida ordinaria. Ese es el núcleo del mensaje que san Josemaría, por inspiración divina, predicó desde 1928, y que el papa Francisco ha querido recoger en su encíclica Gaudete et exultate. La esencia no cambia, cambian las circunstancias, los retos que en cada momento cultural e histórico es preciso afrontar, y eso requiere capacidad de adaptación. La fidelidad a lo esencial lleva consigo adaptación a las circunstancias, porque la fidelidad debe ser inteligente y creativa, para que pueda responder a las necesidades de cada momento y hacer así más efectiva la transmisión del Evangelio en la cambiante vida ordinaria.


El Papa Francisco con el prelado del Opus Dei
                                           El papa Francisco con el prelado del Opus Dei

 

    Dos palabras son claves para la vida cristiana, afirma el prelado: amor y libertad, condición para el seguimiento cercano de Cristo. Dios nos ha creado libres, porque nos ha destinado al amor y no se puede amar sin libertad. Pero son conceptos cuya comprensión ha cambiado la cultura actual, y es preciso devolverles su significado original. Como recordaba Benedicto XVI: “es preciso fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino humanizada por el reconocimiento del bien que le precede.”

 

    Muy sugerentes sus palabras sobre la amistad y el perdón, la reconciliación, el diálogo y la tolerancia, elementos necesarios para la construcción de la convivencia. Cuando el diálogo es difícil, señala, es importante restaurar la relación de confianza. Por eso es importante la amistad, el testimonio personal cercano que hace amable la verdad, a la vez que se aprende de los valores de los demás.

 

    Recordando a san Josemaría, señala que “la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”. Algunos piensan equivocadamente que “lo cristiano” consiste en sufrir en esta vida y limitarse a esperar que las cosas sean mejor en la otra. Pero el Cielo no es un premio lejano que nada tiene que ver con la vida actual. Vivir santamente la vida ordinaria es tener ya el cielo en la tierra. Y la misión del cristiano es que su vida se convierta en un oasis de paz y alegría, que consuele y haga más llevaderos los sufrimientos o preocupaciones de quienes tiene cerca. 


Encuentro del prelado con jóvenes en Kenya 


    Un libro para leer despacio, y de vez en cuando volver sobre lo leído, porque en cada repaso apreciamos matices nuevos. Sus ideas y orientaciones, llenas de sentido común y cristiano, permiten entender mejor problemas con los que a diario nos encontramos, y vislumbrar que todos tenemos a nuestro alcance medios para contribuir a mejorar el mundo.


Publicado originalmente en Levante-EMV

 

 

 

 

martes, 11 de agosto de 2020

Historia del leer

Breve historia del leer. Charles Van Doren



 

    El libro de J.K. Rowling (n. 1965) había sido rechazado ya por 12 editoriales. Cuando,  sin mucho ánimo ofreció su obra a la número 13, el presidente de la editorial lo aceptó al comprobar que su hija pequeña leía de un tirón la primera parte y reclamaba la segunda. Nacía Harry Potter.

 

    El último libro de la serie que transcurre en el Colegio Hogwards vendió 250.000 ejemplares en las 24 horas siguientes a su lanzamiento. Hoy Rowling es la escritora más rica de la historia. Ha vendido más de 8 millones de ejemplares, creando con detalle “un mundo en el que destaca la inquietante presencia del mal, la emoción de la magia y sobre todo la hermosa valentía de Harry, su coraje para hacer frente al señor del mal aun a riesgo de su vida.”

 

    Sin duda este comentario sobre la historia y contenido de Harry Potter nos pone en la pista de por qué una lectura podría ser interesante o no.  Para comprender una obra literaria conviene saber algo de la vida de su autor y de las circunstancias que rodearon la publicación. 


    Además, son tantos los miles de títulos existentes que nos conviene la orientación de algún experto de confianza, que nos diga cuáles han sido a su juicio los autores y títulos más significativos e influyentes, para bien o para mal, y por qué.

 

    Es lo que nos ofrece Charles van Doren, especialista en literatura e historia del pensamiento contemporáneo, en esta obra magistral: un repaso a los autores y títulos a su juicio más determinantes desde que el hombre comenzó a escribir, comenzando por Homero y su Ilíada hasta Arturo Pérez Reverte y su capitán Alatriste, pasando por La República de Platón, la Poética de Aristóteles, las Confesiones de san Agustín, La Divina Comedia de Dante, Los Pensamientos de Pascal, Guerra y Paz de Leon Tolstoi, los Principios de Psicología de William James, la Rebelión en la granja de George Orwell o El espía que surgió del frío, de Jhon Le Carré

 

    El trabajo consta de un total de 182 entradas, expuestas en orden cronológico, que incluyen todos los estilos literarios. El libro concluye con una propuesta de plan de lecturas a 10 años.

 

    Lectura recomendable, tanto por el panorama “a vista de pájaro” que ofrece, como por el buen juicio y sentido común de sus valoraciones. Para leer y saborear con calma.

 

    Algunas anotaciones muy parciales de dos de sus comentarios, que pueden resultar indicativas del resto:

 

    Alexander Solzhenistsyn (1918-2008): una muestra clara de cómo la historia personal del autor da la clave de valoración e interpretación del libro. El intelectual ruso fue deportado a Siberia y condenado a trabajos forzados solo por el hecho de haber criticado a Stalin en una carta privada. Un día en la vida de Ivan Denisovich es un relato de sus propias y terribles experiencias en Siberia, haciendo trabajos cuya única utilidad era el castigo físico, a 13 grados bajo cero. A pesar de su situación logró escribir en secreto el relato y sacarlo al exterior de la Unión Soviética. Se publicó en 1962. En El primer círculo describe con maestría el sistema de delación y desconfianza en que consiste el comunismo, que crea una atmósfera irrespirable y acaba por hacer imposible la convivencia. Este libro le valió el Nobel de Literatura.


    La lectura de Alexander S. plantea la gran pregunta: "¿cómo es posible que tanta gente haya aceptado voluntariamente ese terror impuesto por esos terribles tiranos que fueron Hitler, Mao o Stalin, y les sigan aclamando en nuestros días?"

 

    René Descartes (s. XVII), agudo y rebelde, pero inventor de una estructura de conocimiento sesgada, porque descarta el saber que procede de la intuición, de la experiencia o del sentido común, tan importante como el saber científico. Sus seguidores extendieron el prejuicio de que sólo es valioso el conocimiento al que se puede aplicar el método geométrico, y ese grave error ha supuesto el languidecer de las humanidades hasta nuestros días. Pero tenemos remedio para ese fatal sistema cartesiano: “podemos aplicarle su método, y dudar de él a tope.

 

 

 

 

lunes, 10 de agosto de 2020

Inteligencia social

Inteligencia social. Daniel Goleman.



 

    Que somos sociables por naturaleza ya lo sabemos por la experiencia y el sentido común. A eso conclusión han llegado también los filósofos más razonables. Además, los cristianos lo vemos aún con más nitidez a la luz de la fe: Dios, que es Amor y es Trinidad, nos ha hecho a su imagen y nos quiere sociables.

 

    Somos seres espirituales dotados de un cuerpo maravilloso, cuyos mecanismos vamos descubriendo paulatinamente con más precisión gracias a los avances de la ciencia. Conocer y entender esos mecanismos es también una valiosa ayuda para quienes intentan ser mejores personas y aportar valor a la convivencia social.

 

    El psicólogo y divulgador científico Daniel Goleman, famoso por su anterior trabajo Inteligencia emocional, publicó en 2006 esta lograda exposición de los descubrimientos realizados por la neurociencia hasta el momento. Aporta interesantes claves en torno a los mecanismos del cerebro que actúan cuando las personas se relacionan, y por tanto determinan las habilidades sociales.



 

    Un desconocido que nos atiende con una sonrisa sincera provoca en nosotros una imprevista reacción de simpatía y optimismo. Su sonrisa ha entrado en resonancia con algo de nosotros, que nos mueve a devolver la sonrisa. Esa persona con su gesto amable, que predispone al entendimiento, demuestra inteligencia social.

 

    Y es que percepciones externas, sentimientos y reacciones corporales interaccionan y son orquestadas en una zona determinada de nuestro cerebro, en la que actúan mecanismos neuronales encargados de conectarnos con los demás.

 

    Cada vez que vemos un rostro humano, o escuchamos una voz, o sentimos un tacto humano, sucede algo en nosotros. Se trata de un verdadero contagio de sentimientos, más fuerte en las personas más sensibles, que se manifiesta en una tendencia espontánea a la imitación de actitudes y estados de ánimo.

 

    Durante una conversación entre dos personas se producen cambios fisiológicos simultáneos, perfectamente registrables en fotografías de los rostros, en variaciones del ritmo cardíaco o de la tensión arterial. El cuerpo de cada uno tiende a imitar los cambios que acontecen en el otro, contagiándose de los sentimientos de ira, pena o tristeza. Ese movimiento de imitación se produce en las llamadas neuronas espejo, que copian acciones, registran intenciones del otro, interpretan emociones, comprenden las implicaciones sociales de sus acciones.

 

    Si en lugar de una sonrisa recibimos un mal gesto (de ira, desprecio, mal humor o desgana) inevitablemente algo en nosotros actuará como un resorte y se desencadenarán en el organismo sensaciones y reacciones similares, salvo que hagamos un esfuerzo consciente, de lo que se ocupa otra parte de nuestro ser.

 

    Conocer ese mimetismo espontáneo nos permite estar prevenidos para controlar nuestras emociones y reacciones negativas, sin dejarnos arrastrar por el negativismo ajeno. Ese esfuerzo de control nos permitirá ser asertivos y animosos incluso cuando el ambiente social se haya enrarecido.

 

    Ese mimetismo es la razón por la que conviene mantener la distancia con personas o ambientes tóxicos, para evitar el contagio de su negatividad. Ese alejamiento es especialmente necesario en los equipos de trabajo. Fácilmente un estado de ánimo deprimido o pesimista interfiere en el ánimo de los demás, oscurece el debate y puede llevar a decisiones equivocadas.

 

    Esa es también una razón para escoger bien las “amistades” y a quién se sigue en las redes sociales. Son muchos los que han optado por alejarse de las redes, o no seguir a determinadas personas, antes de verse enredados en el lenguaje frentista o de odio que utilizan.

 

    El mimetismo espontáneo con las personas del entorno provoca repercusiones biológicas en nuestro organismo. Sentimientos y estados de ánimo ajenos (la expresión facial, un gesto o el tono de unas palabras) son “copiados” por las neuronas espejo, y transmitidos por el sistema nervioso de manera inconsciente al resto del organismo, también a la musculatura facial. 


    Reprimir esos reflejos exige esfuerzo, que también tiene repercusiones fisiológicas, como el aumento de la presión arterial. Hay que saber “contar hasta tres” antes de dejarse arrastrar por un tono agrio o airado o polémico.



 

Neuronas espejo y aprendizaje infantil

 

Ese contagio emocional provocado por las neuronas espejo es la base del aprendizaje infantil. Aun en el seno materno, el niño reacciona al ritmo de los sonidos o gestos que le llegan del exterior. Una emocionante experiencia de las madres gestantes es percibir el baile alegre o relajado del niño en su seno, cuando escucha una música agradable o tranquila.

 

    Los niños aprenden lo que está bien o mal en el rostro de sus padres, antes que en sus palabras. Contemplar el rostro feliz de sus padres desencadena en el niño unas emociones interiores que le confirman en que lo hecho estaba bien, y surge en sus músculos irrisorios un gesto alegre que imita la sonrisa de satisfacción de sus padres.

 

    Saber esbozar una sonrisa, aun cuando no hay motivo importante aparente, acaba evocando sentimientos positivos en quienes nos rodean. Los niños son los más agradecidos a esas sonrisas.



 

    Somos sociables, estamos hechos para convivir. La sociabilidad es una virtud, un hábito, que se puede entrenar ejercitando las llamadas virtudes de convivencia. Requieren esfuerzo, pero eso va incluído en el concepto de virtud, que es una fuerza ejercitada y lista para el bien.

 

    En realidad somos algo más que sociables: somos familia. Lo dice la genética, y lo confirma la fe: Dios nos quiere familia, Su Familia. Y se mantiene en ese propósito, a pesar de las rebeldías con que nuestro egoísmo rampante se empeña en aislarnos de Él y de los demás.

 

    La Encarnación de Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es la mayor muestra de hasta qué punto Dios es sociable. Poner la mirada en el rostro de la Humanidad Santísima de Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, que ha venido precisamente para que le imitemos, para que pongamos la mirada en su rostro, en sus emociones  y sentimientos, en su modo de relacionarse movido por el Amor. 


    Mirarle es el reto verdaderamente importante al que podemos someter a nuestras neuronas espejo. Es lo que han hecho los santos. Quien trata seriamente de mimetizarse con Él (no con falsos espejismos) extiende olas de paz, serenidad y alegría en el mundo. Olas de Amor, que es la mayor prueba de inteligencia social.


Cristo vivo de Torreciudad

 

    El libro de Goleman , lógicamente, se queda en lo que aprendemos de la psicología y la neurociencia, que no es poco. Y aporta conclusiones muy valiosas para la conducta personal y los ámbitos laborales y sociales. Pero es agradable comprobar lo fácil que es dar un paso más, el definitivo, hacia los verdaderos bienes, tan inseparablemente unidos a los bienes de aquí.