domingo, 9 de diciembre de 2012

Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del universo y de la vida (y II)






La mirada de la ciencia y la mirada de Dios.
Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011


El diseño inteligente y el principio antrópico deslumbran a los científicos



Cada vez es mayor el número de científicos que muestran su asombro ante la evidencia de que  el universo parece como si se desarrollara de acuerdo con un plan inteligente. Este argumento del diseño inteligente, curiosamente  abandonado por  los teólogos tras las críticas procedentes del darwinismo, es ahora recogido por la Ciencia, que  sugiere además que la existencia de organismos conscientes es un rasgo fundamental del universo. Parece como si todo estuviera hecho para ser observado por seres inteligentes.


El filósofo Anthony Flew, tras 50 años de ateísmo, declara: “Creo que los orígenes de las leyes de la naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente inteligente. La carga de la prueba recae sobre los que argumentan lo contrario (…) Cada año que pasa, y según descubrimos la riqueza de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece q una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético”.


Richard Smalley, Nobel de Química, muestra también su admiración ante el principio antrópico: cada vez aparece con mayor claridad a la Ciencia que el universo está exquisitamente ajustado para hacer posible la vida humana.


Por su parte, Paul Davies, que ha sido profesor en el Centro de Astrobiología de Australia, y ahora en la  Universidad de Arizona, defiende que las condiciones físicas que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan increíblemente ajustadas que hacen inviable  atribuir la existencia humana al simple juego accidental del azar o de fuerzas ciegas. Es necesario algún plan superior capaz de explicar la vida humana.


La posibilidad de que desde el origen del Universo (14 mil millones de años) se produzcan al azar los miles de millones de coincidencias, mutaciones y combinaciones necesarias para dar origen a un organismo humano es ínfima: se ha podido calcular con potentes ordenadores y es muy inferior a 1 entre mil millones.


Muchos científicos concuerdan en esto: la aparición de la vida depende de unas propiedades favorables de la física tan específicas que no pueden sino ser deliberadas por una inteligencia superior. Es casi inevitable pensar que nuestra inteligencia es imagen de una inteligencia superior. Para el astrónomo y matemático Fred Hoyle, esta teoría –aunque apoyada en razones sicológicas más que científicas- es tan obvia que hay que preguntarse por qué no es ampliamente aceptada como evidente por la comunidad científica. Quizá hay que ver aquí uno de esos casos de miedo a la disidencia respecto a lo políticamente correcto: el miedo a verse aislados profesionalmente.


La fe en un Dios sabio y racional hizo posible el nacimiento de la ciencia moderna


Davies reconoce también la influencia decisiva del cristianismo  en el nacimiento de la ciencia moderna: los pioneros de la ciencia moderna eran cristianos,  y como tales pensaban que la naturaleza, como obra de Dios, era racional y que, por tanto, se podría investigar científicamente.


Subraya el doctor Martínez Caro que es un hecho incontestable que la ciencia moderna tuvo sus orígenes entre los siglos XIII y XVII,  gracias a una matriz cultural cristiana: la de Europa, que vivía siglos de fe. Por su fe cristiana, los europeos se consideraban cuidadores de la obra de su Padre Dios, infinitamente sabio y racional, que ha creado un mundo lleno de orden y de leyes, y al hombre  a su imagen y semejanza, y por tanto partícipe de la inteligencia divina y capaz de conocer el mundo.


De hecho en esa fe se apoyan incluso los científicos que dicen no ser creyentes: todo el desarrollo de la ciencia está basado en la fe en la existencia de leyes matemáticas seguras, inmutables, universales, que rigen el universo. Fe en que no fallarán, aunque desconozcamos su origen.  La teoría de que la existencia de leyes no obedece a razón alguna es tremendamente contraria a la razón, y sobre ella debe caer la carga de la prueba.


Frente a ese origen cristiano de la ciencia, algunos alegan que también los chinos inventaron cosas: cohetes, brújulas… Pero no se cae en la cuenta de que fueron incapaces de formular ni una sola ley física. Y el motivo es sencillo: habían perdido desde muy temprano la creencia en un Creador personal y racional, fundamento de la racionalidad  última del Universo.


La religiosa creencia del nuevo ateísmo en que en el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia” ( Richard Dawkins) es realmente heladora e inhumana. En cambio, lo que sabemos por la fe cristiana acerca de nuestro origen es mucho más reconfortante. Lo ha recordado Benedicto XVI recientemente con palabras precisas y bellas: “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios, querido, amado y necesario”. Gracias a este convencimiento se ha ido abriendo paso la civilización en nuestro mundo,  en medio de una humanidad barbarizada y no siempre dispuesta a aceptarlo.


Para saber más acerca de las lagunas  e implicaciones filosóficas del evolucionismo y del neodarwinismo son  recomendables los abundantes trabajos del profesor Mariano Artigas , por otra parte muy citado en la bibliografía que aporta el libro.


sábado, 8 de diciembre de 2012

Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del Universo y de la vida (I)






La mirada de la ciencia y la mirada de Dios. Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011



El nuevo ateísmo, una ideología muy poco científica


       El debate sobre la existencia de Dios está presente en muchos ambientes intelectuales y científicos. En los últimos años, algunos divulgadores como Sam Harris o Richard Dawkins se han empleado a fondo en una campaña para hacer creer a la opinión pública que la ciencia ha logrado desterrar a Dios, y que tener fe es una postura anticientífica.  Su argumentario  podría resumirse así: “o no crees en Dios o eres un cretino”.  Han difundido el llamado nuevo ateísmo, una ideología que se presenta como ciencia moderna, a pesar de su falta de  consistencia científica.


Diego  Martínez Caro  -médico cardiólogo,  profesor de la Universidadde Navarra   y autor de numerosos trabajos de investigación-  aporta con este libro un razonado y sereno desmentido a las simplezas de los propagadores de ese nuevo ateísmo.  Apoyado en los hallazgos de algunos de los mejores  científicos de la historia y del momento, y en el método riguroso de sus  propios trabajos de investigación, muestra que la fe en Dios y la ciencia no sólo son compatibles, sino que –teniendo objetivos diferentes- se enriquecen mutuamente. 


En sucesivos  capítulos  Martínez Caro resume con precisión los últimos descubrimientos  de la Ciencia  acerca del origen del Universo, de la Vida y del Hombre. En su exposición une al rigor del científico que se ciñe a datos contrastados,  la claridad del buen comunicador.  Además, Martínez Caro muestra un sólido  conocimiento de la doctrina cristiana, que  le ayuda a descubrir la perfecta armonía entre lo que dice la fe y lo que el hombre de ciencia va descubriendo.


Afronta también  los grandes temas que siempre han inquietado al hombre: la existencia del mal, prueba de fuego de nuestra libertad, puesto que si el Mal no existiera, no podríamos elegir entre el Bien y el Mal.   O el misterio del dolor, cuyo sentido tanto nos cuesta entender y  que ha sido descrito como el megáfono con que Dios habla a un mundo sordo.


Presta especial atención a todo lo relacionado con la Evolución.  La evolución biológica es ciencia, no una hipótesis. La Iglesia la asume, y rechaza la interpretación literal de la creación bíblica. Pero rechaza también que seamos el producto de una evolución al azar y sin sentido. No es lo mismo la teoría de la evolución -una teoría científica, válida como tal aunque le falten eslabones perdidos (estratos fósiles, etc.) - que el evolucionismo, una ideología basada en la teoría científica, pero que pretende sacar conclusiones metafísicas –como la casualidad- de manera no científica.


El Darwinismo es una  teoría  que intenta una posible explicación al hecho de la evolución. Aunque está muy aceptado por los científicos, el darwinismo no es empírico: es más bien una ideología o creencia que se apoya en la doctrina filosófica del naturalismo científico, y que no alcanza a explicar los mecanismos por los que se rige la evolución. Para los darwinistas, sólo el hecho de poder imaginar el proceso es suficiente para confirmar que algo del tipo de lo imaginado tiene que haber ocurrido.


Un ejemplo de las lagunas e interrogantes no resueltos es el comportamiento de  una de las leyes más confirmadas por la ciencia: la del aumento de la entropía (segunda ley de la termodinámica), según la cual el Universo degenera hacia un total desorden. ¿Cómo puede esta ley operar frente a la del evolucionismo, según la cual las fuerzas del azar evolucionan de manera ascendente? ¿Son compatibles las fuerzas del desarrollo biológico con las de la degeneración física?


El  neodarwinismo es  una ideología que defiende sin ninguna constatación que el extraordinariamente ordenado e inteligible mundo de los seres vivos sería fruto del azar, de un universo aleatorio sin  finalidad ni orden. Antiguos neodarwinistas han  retrocedido hacia el darwinismo,  al constatar la falta de pruebas.  Por ejemplo  Jay Gould, quien ha declarado que “el hecho más perturbador del registro fósil es la incapacidad de encontrar un claro  vector de progreso  en la historia de la vida.”


El neodarwinismo no sólo es una mera teoría a la que parece contradecir la observación científica. Es también una ideología nociva, que ha obligado a la Iglesia a entrar en el debate. Porque hacer creer a la gente que en  el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia” -como defiende uno  de los principales exponentes del nuevo ateísmo,  Richard Dawkins- es extender una ideología  que constituye un grave peligro para el hombre.  Si somos un simple fruto de la casualidad, y  lo que nos gobierna es una absoluta indiferencia, ¿qué importancia puede tener  la vida de la persona? Entre el azar y el desprecio absoluto al ser humano sólo hay un paso.


Martínez Caro reúne un buen elenco de algunos de los incontables científicos que han manifestado una Fe profunda, o han descubierto de alguna manera a Dios gracias a su excelencia investigadora. Son prueba de que la fe guía el trabajo del investigador hacia  la realidad de las cosas,  y de que la investigación científica de calidad puede acercar al descubrimiento de Dios.Entre otros muchos, menciona a:  


-Francis Bacon, uno de los padres del método científico,  a quien debemos la afirmación de que  una filosofía ligera inclina a la mente del hombre al ateísmo, pero la profundidad en la filosofía conduce a las mentes de los hombres a la religión.


-Pascal, célebre matemático y filósofo: muy débil es la razón si no llega a comprender que hay muchas cosas que la sobrepasan.


-Kelvin, padre de la física moderna: la ciencia nos obliga a creer con perfecta confianza en un Poder Directivo (…) en una influencia aparte de las fuerzas físicas, dinámicas o eléctricas. La ciencia nos obliga a creer en Dios. Creo que mientras más a fondo se estudia la ciencia, más se aleja uno de cualquier concepto que se aproxime al ateísmo.


-Francis Collins, que ha dirigido  el proyecto Genoma-Humano, ha afirmado que  nunca habrá una prueba “científica” de la existencia de Dios: porque la ciencia explora lo natural,  y Dios está fuera de lo natural. Con el uso de la Ciencia, Dios nos da la oportunidad de entender el mundo natural. (…) Una síntesis armónica de Ciencia y Fe no es solo posible sino profundamente reconfortante. Mi apreciación de la Ciencia se enriquece por la Religión. Si quiero estudiar genética, usaré la Ciencia. Si quiero comprender el amor de Dios, necesito la Fe. Los hombres de ciencia tenemos la oportunidad de asistir cada día a la revelación de misterios en la exploración del mundo natural, y de percibir en esos misterios la revelación de la grandeza de Dios.


Desde diferentes perspectivas y experiencias, se recogen  también los testimonios y argumentos  de  Charles Coulson, profesor de matemáticas en Oxford y uno de los tres artífices de la teoría orbital molecular;  Charles Townes, Nobel de Física por el descubrimiento del máser y láser: la ciencia y la fe no son fuerzas opuestas. La Ciencia quiere conocer el mecanismo del Universo, la Religión su sentido; Arthur Schawlow, profesor de Física en Standford y Nóbel de Física; Alan Sandage,  el cosmólogo más importante del momento: cuanto más sabemos de bioquímica más increíble nos parece, a menos que exista algún tipo de principio organizador;  Carlo Rubbia, Nobel de Física: cuando observamos la naturaleza quedamos impresionados por su belleza, su orden, su coherencia (…) no es creíble que ese perfecto engranaje sea fruto del azar. Hay evidentemente algo o alguien haciendo las cosas como son. Vemos los efectos de esa  presencia, pero no la presencia misma


Artículo relacionado: Metafísica y ciencia experimental

domingo, 2 de diciembre de 2012

Reflexiones de Joaquín Navarro Valls, portavoz de Juan Pablo II




Recuerdos y reflexiones. Joaquín Navarro Valls. 



    Conjunto de artículos, en su mayor parte publicados en el diario italiano La Reppublica, que recogen comentarios personales del que fue una de las figuras más conocidas del pontificado de Juan Pablo II.

     Ofrece su visión particular de algunos de los acontecimientos más significativos en el mundo desde 1984 (año en que fue nombrado director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz de Juan Pablo II) hasta 2010. Su colaboración estrecha con Juan Pablo II le permite ser testigo presencial, y en ocasiones protagonista, de algunos de los hechos más relevantes que marcaron el pontificado, y con él la historia reciente: los viajes a la Polonia todavía comunista, las relaciones con Gorbachov y la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, el viaje a Cuba y las entrevistas con Fidel Castro, o la cumbre de la ONU en Pekin, entre otros.

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     Para Juan Pablo II, resalta Navarro Valls, el comunismo no era una cuestión de ideas, sino de derechos humanos conculcados y pisoteados. Ese convencimiento está en la base del histórico entendimiento que logró con el líder de la Rusia comunista, Mijail Gorbachov. Entre ambos surgió una sintonía que sorprendió al mundo. El hecho de que ambos fueran eslavos facilitó que sus conciencias éticas vibraran al unísono, comprendieran las respectivas posturas y afrontaran con realismo el modo mejor de resolver los problemas.

     Son especialmente significativas las reflexiones de Navarro Valls respecto a la democracia , el laicismo y la religión. Es sin duda uno de los mayores retos que tiene planteado Occidente y su sistema político. Resalta que la democracia es el valor más alto compartido de nuestro tiempo, capaz de incluir a todos los demás valores, siempre que no se devalúe su significado con sucedáneos espúreos. Democracia significa fundamentalmente pluralismo, respeto a los demás, tolerancia y valoración de las diferencias, realización política de ideas rechazando la lógica del poder exclusivo, visión moderada y heterogénea de la sociedad, rechazo de propuestas radicales de elección de bando y designación de enemigos que hay que abatir o normalizar.

     Sin embargo el laicismo extremo está corrompiendo gravemente esos valores esenciales de la democracia. Al tratar de expulsar la religión, el laicismo introduce una forma particular de confusión entre el ámbito político y el religioso. La religión es un derecho fundamental de personas que son ciudadanos y creyentes, que ven injustamente limitada y conculcada su libertad por ese laicismo excluyente. Erróneamente el laicismo piensa que la religión tiene que ver primaria y esencialmente con la Iglesia, y no se da cuenta de que antes incluso es un derecho de la persona que se debe respetar.

     Del mismo modo el laicismo debe descubrir que hay un espacio propiamente religioso en la política: es el ámbito de los valores fundamentales, que se expresan en las reglas que un pueblo se da, de cuando en cuando, voluntariamente. La política no puede desligarse de la religión sin perder coherencia, alcance y validez ética además de humana.

     Se refiere también Navarro Valls a la frecuente manipulación semántica, por ejemplo en el caso del término laico. Es laico, aunque su fe sea católica, todo el que ejercita su derecho de participar en la vida civil y de pensar en una política coherente con sus propios valores éticos, sean estos más o menos religiosos. Seguirá siendo laico, aunque sea católico, porque ninguna instancia le obliga a ser “católico oficial”.

     Hay muchas maneras de reprimir la religión, o de impedir la expresión púbica de las opiniones religiosas. Una es negar la palabra expresamente a sus representantes, como hizo Sudáfrica con el Dalai Lama en 2010, por presiones económicas de China. Otra modo de represión, más solapado pero no menos grave, es manejar el mensaje ridiculizándolo, usando el mismo mecanismo con el que se menoscaba la credibilidad de un testigo durante un proceso para impedir que convenza al tribunal. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, en los medios de comunicación occidentales con las declaraciones del Papa sobre el uso del preservativo en su viaje a Camerún y Angola.

     Por desgracia hay medios que nos tienen ya acostumbrados a esa rutina ridiculizante, pero hacen daño grave a la democracia, y nos hacemos daño todos dándola por inevitable.

     Políticos, periodistas, intelectuales, y cuantos se interesan por la vida pública, deberían descubrir que la libertad de palabra de las autoridades espirituales es señal de solidez democrática: una democracia se alimenta de la libertad con la que los líderes espirituales pueden expresar sus visiones del mundo, sin tener que pedir autorización ni a políticos, ni a grupos de presión ideológicos o financieros.

     Un libro valioso que ayuda a pensar sobre cuestiones actuales, desde la experiencia de alguien que ha estado, y en buena medida sigue estando, en puestos privilegiados del devenir histórico.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Cristianismo y laicidad (y II)



Cristianismo y laicidad (y II)
 
Historia y actualidad de una relación compleja.  Ed. Rialp 
Martin Rhonheimer


Occidente debe profundizar en sus orígenes cristianos si quiere estar a salvo.


         Me ha parecido especialmente significativa una de las conclusiones de este brillante libro de Ronheimer: el sistema democrático tal y como lo conocemos en los países de Occidente debe profundizar en su origen cristiano, si quiere estar a salvo de corrientes político-culturales o religiones integristas, como el islam, que desde Mahoma se comprende a sí misma como fuerza política, religiosa y militar simultáneamente, y tienen en su raíz una concepción dominadora del mundo.



        Frente a esa concepción integrista y totalitaria, sólo el cristianismo –y especialmente la Iglesia católica- aporta el reconocimiento de la separación entre religión y política, al introducir en la historia y en la sociedad la norma esencial: hay que dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.


                Si se observa la historia con imparcialidad, se descubre que -aunque esa norma no siempre se haya interpretado correctamente- los recursos que hicieron posible el Estado moderno proceden de la cultura compartida en Europa, fraguada durante siglos gracias a la tradición cristiana. No hay más que observar la situación socio-política en países ajenos a la cultura europea para concluir que el verdadero aliado del Estado laico es la Iglesia católica.


          El auténtico enemigo del Estado laico es un tipo de cultura, como la islámica, que se conciba a sí misma como un proyecto unitario político-religioso, que haga depender las instituciones legales y políticas de un “libro sagrado” interpretado por juristas-teólogos sin legitimación democrática. La Iglesia nunca ha defendido un proyecto de este estilo, que contradice su misma esencia.


          Por eso, para desarrollar el Estado laico y fortalecer y defender con éxito su secularidad, Rhonheimer apunta la necesidad de redescubrir sus raíces cristianas. Nuestro moderno mundo secular es un fruto maduro de la corriente civilizadora que introdujo el cristianismo en la historia. Sólo desde ese convencimiento podremos ofrecerlo con seguridad al mundo multicultural, y lograr que se convierta en patrimonio global de la humanidad.


          Ronheimer busca la comprensión y el entendimiento mutuos, que ayuden a superar o reducir a lo indispensable las tensiones. Aporta para ello razones y reflexiones que cualquier inteligencia libre de prejuicios estará en condiciones de escuchar y ponderar. Sin duda este libro ayudará a reflexionar a cuantos desean construir pacíficamente una sociedad más libre y más justa.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cristianismo y laicidad (I)






Cristianismo y laicidad. Historia y actualidad de una relación compleja. Martin Rhonheimer Ediciones Rialp


          Análisis valiente y objetivo de la historia de las relaciones, tensas con frecuencia, entre la Iglesia y las diversas formas laicas del Estado democrático. Esa tensión será siempre necesaria y constructiva, pero también ha procedido muchas veces de errores humanos.

 

En la Iglesia católica no existe acerca del Estado una doctrina dogmática, ni puede haberla, salvo los elementos anclados en la Tradición y en la Sagrada Escritura, que apuntan como principio invariable, genuinamente cristiano, a la separación de la esfera religiosa y la estatal-política.  

 

Sin embargo, circunstancias históricas contingentes han llevado en ocasiones a mezcolanzas alejadas de ese carisma original, que consagró la separación de la esfera política y religiosa. Pero el cristianismo no es una ideología o programa político que tienda a su perfecta realización. Al contrario, la Iglesia tiene como método propio el respeto a la libertad.

 

El concilio Vaticano II, que en tantos puntos supuso una profundización y redescubrimiento de valores primigenios presentes desde siempre en el cristianismo, ha reafirmado con fuerza y claridad esa separación dualista.  Y al reconocer los principios políticos de la democracia constitucional, se ha reconciliado con una parte esencial del propio legado cultural de la Iglesia, en un giro hacia lo más congruente con el espíritu del Evangelio. Cfr. por ejemplo la Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae.

 

Rhonheimer es incisivo al analizar el origen de algunas hostilidades del laicismo hacia la religión. En parte parecen proceder de la pretensión de la religión de ser representante de una verdad superior, y de unos valores objetivos,  capaces de someter al poder político y a la libertad civil a una valoración moral conforme a criterios que reclaman ser verdaderos. El laicismo se escandaliza de una religión que  se presenta como fuente y garantía última de valor también para la comunidad política democrática .

 

La concepción integrista de la laicidad, por su parte, intenta fundar un nuevo poder espiritual en el que lo moralmente bueno será lo que decida la mayoría, y no admite que la Iglesia católica pretenda relativizar y someter a juicio las realidades terrenas. Si en la Roma pagana  el Imperio no admitía más religión que la del Estado, ni más dios que al César, ahora la versión integrista del laicismo parece emular al Imperio, e  intenta imponer con la fuerza del poder estatal la verdad de la no existencia o irrelevancia de Dios y de la religión.

 

La Iglesia reconoce y considera un valor la laicidad, esto es, la autonomía de la esfera civil de la esfera religiosa y eclesiástica. Pero insiste en que no es autónoma de la esfera moral. Reconoce que la legalidad y la corrección de los procedimientos democrático son valores morales; pero afirma que no son valores morales absolutos, y que en un sistema político no totalitario deben existir consideraciones morales de orden superior, como el derecho natural, por encima de la legalidad y de las mayorías.

 

La Iglesia no exige al laicismo que reconozca como verdadera su pretensión de ser fuente y garantía última de valor. Pero el laicismo tampoco tiene que considerar ataque a la laicidad la presencia pública de esa pretensión, ni su influjo en la sociedad. La Iglesia expone su enseñanza con un poder moral, no coativo, y respetando la legalidad. Eso no debería molestar a nadie en  una sociedad abierta y plural: sólo sería molesto para quienes tienen una concepción integrista y totalitaria del Estado.

 

Rhonheimer señala también una pretensión incongruente del laicismo: el intento de negar legitimidad civil y laicidad a quienes se identifican con verdades morales que también son enseñadas por la Iglesia. A menuda se considera ”laica” simplemente a aquella postura que quienes se autodenominan “laicos” consideran deseable, lo que no deja de ser un escamoteo del debate político, sustituído por el intento de descrédito del interlocutor. Esto lo vemos por ejemplo con consignas del tipo “por una enseñanza laica”. ¿No querrán decir “sin religión”? Porque tan laica es la opinión de quien piensa que es buena la presencia de la religión en la escuela como la opinión contraria, si proceden de ciudadanos libres.

 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Sabina Alandes, una de las primeras mujeres del Opus Dei, recuerda a san Josemaría


Nos acompaña ya desde el cielo Sabina Alandes, una de las primeras mujeres del Opus Dei. En 1944 acudió a Madrid desde Valencia (vivía en Villanueva de Castellón) junto a varias amigas (Victoria López-Amo, Raquel Botella y Digna Margarit) para hacer un curso de retiro espiritual en el primer centro de mujeres del Opus Dei, situado en la calle Jorge Manrique. 

Sabina dejó escrito en 1951 el recuerdo de aquellos días, que marcaron un hito en su vida:

    Los ejercicios en Jorge Manrique con el Padre me abrieron horizontes nuevos. Vi amor de Dios en Jorge Manrique, unido a una naturalidad tan grande que estaba loca de contenta por haber conocido aquello. Pasé algún mal ratillo, pero podía más en mí la alegría que veía en las de Casa y la caridad de su vida de familia, que las preocupaciones que pudiera tener. Pedí allí mismo la admisión.


Poco antes de fallecer grabó estos recuerdos sobre san Josemaría, a propósito de la película Encontrarás dragones. Relata lo bien que refleja la película algo que ella vio en el fundador del Opus Dei: su capacidad de perdonar, su amor a la libertad, su alegría y buen humor.




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Dos jóvenes reporteras desmontando algunos tópicos sobre la educación diferenciada

Un derecho no bien defendido en este país por las leyes, el de los padres a escoger con libertad la educación que prefieren para sus hijos. Dos jóvenes reporteras han hecho este simpático pero realista reportaje desmontando tópicos que algunos lanzan sobre la educación diferenciada, claramente porque no la conocen de cerca.