sábado, 4 de mayo de 2013

Tomás de Aquino: la razón al servicio de la fe


Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina. 
James A. Weisheilpl EUNSA 1994 



Thomas Aquinas (Sandro Botticelli, Abegg Stiftung, Riggisberg)


Este libro del dominico  canadiense James Weisheilp es quizá la mejor biografía de santo Tomás de Aquino.  Traza un cuadro detallado y riguroso de cuanto sabemos hasta la fecha sobre la vida y evolución intelectual de una de las mentes más poderosas de la historia de Occidente, con un  método histórico-crítico de gran precisión en el análisis de las fuentes.  


Tomás de Aquino (1223/4-1274)  vivió en una época que, a semejanza de la nuestra, estuvo sometida a profundas tensiones y cambios culturales. Fue un hombre santo que desde su juventud –casi desde su niñez- puso la inteligencia al servicio de la fe cristiana, mostrando  no sólo que creer es razonable, sino que a la luz de la fe nuestra mente puede avanzar segura en el  conocimiento de Dios. La Iglesia sigue viendo en santo Tomás un guía seguro para adentrarse en el conocimiento teológico sin perder el norte de la fe revelada.


Nació  en fecha incierta entre 1223 y 1224, en el castillo de Roccasecca (Italia). Con apenas 8 años, en 1231, su familia le envió para formarse a la abadía benedictina de Montecasino. En 1239, con unos 15 años, el abad convenció a sus padres para que lo enviasen a estudiar artes liberales a la universidad de Nápoles. Allí dedicó 5 años intensos al estudio, dirigido por profesores universitarios. 






Sabemos del joven Tomás que era más alto que la media en aquella época, de cierta corpulencia, tranquilo y serio para su edad, de pocas palabras, reflexivo, muy dado a la oración.


En Nápoles se formó en el aristotelismo con el maestro Pedro de Hibernia. La corte de Federico II era  un importante centro de traductores, que vertieron al latín las obras de griegos aristotélicos, Averroes y otros autores árabes. Estas obras influyeron en la formación aristotélica de Tomás antes de que conociera a san Alberto Magno, quien se había nutrido más bien de autores neoplatónicos.


Un factor decisivo para su vocación como dominico fue la relación y amistad en Nápoles con los frailes predicadores de la Orden de Santo Domingo,  que se habían establecido allí poco antes, en 1227. Su estilo de vida, el celo por las almas y la pobreza que vivían le removieron. Tomás  eligió ser dominico, y con eso frustró los planes de su familia, que esperaban verlo como benedictino prominente en la abadía de Montecasino.


Los dominicos (Orden de Frailes Predicadores) habían sido fundados en 1215 por el sacerdote español Domingo de Guzmán. Éste, en viaje con su obispo Diego de Acebes hacia Dinamarca, descubrió en el sur de Francia la devastación causada por la herejía albigense.  Los jefes de la secta, cátaros, convencían a la gente poniendo mucho interés e ingenio intelectual, y mostrando una vida pobre.  Domingo y su obispo se dieron cuenta de que los herejes sólo serían convertidos por la práctica de la pobreza evangélica, profundos conocimientos teológicos y gran celo por las almas. Así nació la Orden de Frailes Predicadores.



Aunque no se sabe con exactitud, Aquino pudo recibir el hábito dominicano en 1244, a los 19 años. Ese mismo año, en mayo, marchó de Nápoles camino de París. Probablemente los superiores dominicos veían conveniente que pusiera distancia de su poderosa familia, y por otra parte en la universidad de París podría recibir una preparación acorde con su capacidad.



Las universidades habían surgido en Europa en 1179, con el Papa Alejandro III, y a raíz del Concilio III Laterano, que declaró que toda iglesia catedral debe tener una escuela anexa y un maestro que enseñe teología y gramática al clero secular y a los estudiantes pobres.



Thomas de Aquino a Velázquez depictus (Temptatio Sancti Thomae, Museo Diocesano, Orihuela [España])


En el camino hacia París tuvo lugar el incidente del secuestro.  No hay detalles precisos.  Parece que la familia de Tomás no veía bien que entrara en una Orden que vivía de la limosna, y la madre encargó a uno de los hermanos, Reinaldo, que servía en el ejército, que se lo trajera.    Antes de llegar al castillo familiar de Rocassecca,  tuvo  lugar el episodio de la prostituta, provocado por Reinaldo y los soldados que le acompañaban, para tentar a Tomás. Es imposible que el suceso ocurriera en Roccasecca: doña Teodora, su madre, no lo hubiera tolerado. El relato del “cíngulo angélico” podría ser un recurso  simbólico de los hagiógrafos para resaltar la castidad de Tomás, que supo vencer esa prueba y toda su vida, según testimonió su confesor, vivió fielmente la virtud de la  pureza.


En Roccasecca estuvo retenido entre uno y dos años, quizá hasta el verano de 1245. No era tratado propiamente como prisionero: tenía tiempo para el estudio, la oración y hablar con su familia. También recibía la visita de otros dominicos. En ese tiempo se dedicó al estudio de la Biblia y de las Sentencias de Pedro Lombardo.  


El encierro no sólo no tuvo éxito, sino que después de muchas discusiones, Tomás convenció a su madre de que se hiciera monja: llegó a ser priora benedictina en Santa María de Capua en 1252. No parece cierta la leyenda de la fuga de Tomás, huyendo del castillo descolgándose con una soga. Lo más probable es que marchara honorablemente, con la bendición de su madre. 


Marchó finalmente a París, donde estuvo tres años. De allí fue enviado a  Colonia, para formarse con san Alberto Magno, que había creado en 1248  el Studium Generale de la Orden. Cuando Tomás descubrió la maravillosa sabiduría de san Alberto, que estaba haciendo la compilación de la enciclopedia aristotélica y dominaba todos los saberes, se dio cuenta de la gran oportunidad que se le brindaba –poder escucharle- y comenzó a ser más silencioso que nunca, más asiduo al estudio y más devoto en la oración.


En 1252 regresó a París, y  en 1256 accedió al grado de maestro en Teología, en un ambiente de grandes tensiones en la universidad por el derecho a la dotación de una segunda cátedra de los dominicos y la polémica antimendicante.  Intentó excusarse por su escasa edad y falta de preparación, pero le insistieron en someterse a la prueba de acceso.  


En medio de sus grandes temores, tuvo lugar el episodio del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja como tema de la lección el Salmo 103, 13, sobre la sabiduría divina: “Rigans montes de superioribus”: “Tu regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”. Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).


Tomás puso en ejercicio sus extraordinarias cualidades para el trabajo intelectual. De poderosa memoria, retenía cuanto hubiera leído una sola vez. Tenía gran capacidad de abstracción.  Cuando se concentraba en una idea o buscaba la solución a un dilema,  lo hacía con tal intensidad que perdía la noción  de cuanto sucedía a su alrededor. Para acelerar el trabajo de preparación de textos, y también por su letra poco legible, disponía de secretarios,  y era capaz de dictar simultáneamente hasta a cuatro de ellos,  sobre temas distintos y sin perder el hilo de cada dictado.





Entre 1252 y 1273 realizó prácticamente toda su monumental obra escrita.  Tan poco tiempo  (21 años, de los 49 que vivió), indica una intensa laboriosidad, sobre todo teniendo en cuenta los escasos medios de la época. Especialmente desde 1269 fue consciente de un modo más profundo de la urgencia de intensificar el apostolado de la doctrina. Se volcó de tal manera que “estaba continuamente ocupado en enseñar,  en escribir, o en predicar o en la oración, consagrando el menor tiempo posible a comer o a dormir”. Fue opinión común de quienes le conocieron que “apenas había desperdiciado un solo momento de su vida”.


Esa titánica intensidad, mantenida especialmente en los últimos cinco años, le llevó probablemente a la extenuación. Algo sucedió el 6 de diciembre de 1273  que cambió su vida. Durante la Misa se sintió súbita e intensamente mente conmovido.  Después de la Misa ya nunca más escribió ni dictó. “Todo lo que he escrito, me parece como paja comparado a lo que ahora se me ha revelado”, dijo a su secretario y confesor, Reginaldo. Poco después, el 7 de marzo de 1274, fallecía. 


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Weisheilp realiza un extraordinario trabajo de contextualización del momento histórico. Tanto las ideas como las personalidades de la historia sólo pueden ser comprendidas dentro del contexto de los tiempos en que se desarrollaron. Muchas tergiversaciones y manipulaciones ideológicas de nuestro tiempo, especialmente las relacionadas con la historia de la Iglesia,  tienen su origen en la falta de contextualización, intencionada o perezosamente omitida.


Por ejemplo, es sabido que en el siglo XIII la Cristiandad estuvo sumergida en una confusión entre los planos político y espiritual. Tomás respondió con claridad a esa confusión, en un doble plano:

                a) doctrinal: el papa, en virtud de su ministerio apostólico, es la cabeza espiritual de la Iglesia, y nada más. Cualquier otra función política o mundana es un mero accidente histórico, que puede faltar sin disminuir la naturaleza espiritual de la Iglesia.

                b) personal: rechazó cualquier beneficio que le mezclase en cuestiones de tipo temporal, que papas y eclesiásticos de la época consideraban tarea ordinaria y propia de su ministerio.


 Weisheilp realiza también un gran trabajo  de objetivación de las fuentes, ajustando con  realismo los hechos a su grado de verosimilitud. No duda en dejar  como interpretaciones simbólicas, o hechos poco probables, algunos de los relatos de tono extraordinario que han llegado hasta nosotros, si las fuentes no son suficientemente cercanas o fiables, al margen de su buena fe.


La lectura de esta biografía ayuda a repasar cuestiones filosóficas y metafísicas que están en la base de la teología, que resultan imprescindibles para avanzar sobre terreno sólido en el saber teológico.  


La gran aportación de Tomás es la metafísica. Hay algo en el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir que “no todos los seres son materiales”, entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni las matemáticas (que abstraen la materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que solo existe en la mente) ni las ciencias naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la felicidad, con el amor, con Dios…


Tomás insiste en la racionalidad de la fe. Aprender, estudiar y llegar a ser expertos en las ciencias sagradas, es el medio esencial para el apostolado que el cristiano debe hacer en servicio de la Iglesia y de las almas. El estudio asiduo de la Verdad divina es requisito del apostolado de la doctrina. Contemplar a Dios en la oración y en el estudio, para dar a otros los frutos de esa contemplación.


Para Tomás, siguiendo la costumbre de la época, la mejor forma de enseñar la Sagrada Escritura consiste en las tres etapas básicas: lección+disputa+sermón. Nada es plenamente comprendido y fielmente predicado si no es primero masticado por los dientes de la disputa. El maestro, y los alumnos, deben estar preparados para mantener un intercambio de argumentos razonables,  para extraer la mejor interpretación de los pasajes de la Escritura.


En De rationibus fidei explica que la meta del misionero no debe ser demostrar la fe, porque podría ridiculizarla, sino defenderla. El cristiano debe estar preparado para demostrar que la fe católica no puede ser racionalmente refutada. No se puede demostrar, porque sería menospreciar una fe que nos excede a nosotros y a los ángeles.


Sobre las 5 vías por las que afirma que puede demostrarse la existencia de Dios, Tomás está convencido de que sirven y han llevado incluso a Platón y Aristóteles y otros paganos a conocer la existencia del verdadero Dios. Otra cosa es que estas pruebas puedan convencer a todos, porque los sentimientos entorpecen fácilmente el camino de la lógica.


Es interesante cuanto afirma sobre la felicidad y el fin último del hombre. La persona, teniendo libre albedrío y dominio de sus actos, puede pensar que su último fin consiste en lo que no lo es: riquezas, honores, fama, poder, bienestar físico, sexo,  sabiduría o alguna otra realización personal, cuando en verdad sólo  Dios, la bondad increada, puede satisfacer los más altos deseos del hombre. Dios es el verdadero objeto de la felicidad del hombre. Aquí se puede recordar con San Agustín: “nos has hecho para Ti, oh Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Ti”.


 Aunque la escuela franciscana explica que el fundamento de la felicidad es el amor, que es una actividad de la voluntad, Tomás insiste en que el amor deriva del conocimiento. Para que el amor no sea ciego, presupone conocimiento intelectual. Por lo tanto, la felicidad consiste en la contemplación, que desborda en amor y alegría. Contrasta el intelectualismo tomista con el voluntarismo franciscano. Para Tomás, la raíz de toda verdadera felicidad consiste en la contemplación de Dios: aquí, a través de la fe; y después por la visión facial. El hombre puede ser feliz en esta vida, pero sólo si pone su meta en el conocimiento y amor de Dios.


Sin embargo, no hay que pensar que la felicidad pertenece exclusivamente al conocimiento, que es una actividad de la inteligencia, y menos en esta vida. En esta vida el amor puede aventajar con mucho a nuestro conocimiento; pero sin algo de conocimiento el amor es ciego. Por tanto, el elemento primario de la felicidad eterna es la visión beatífica de Dios, que es una actividad intelectual.


La felicidad, dice Tomás,  sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí en la tierra el conocimiento de Dios es una plenitud parcial de la felicidad, que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en el objeto poseído: un estado de euforia de la mente y del cuerpo  que el hombre disfruta imperfecta y  esporádicamente en esta vida, pero plenamente en la otra.


La felicidad en esta vida requiere rectitud de la voluntad, esto es, una vida virtuosa; y además la salud del cuerpo, un mínimo de bienes temporales y la compañía de amigos. La amistad es un don de Dios, que no puede ser ni forzada, ni comprada, ni exigida. Debe ser acertada y atesorada, porque es parte de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo, donde disfrutaremos de la compañía de los santos.


Tomás sabía ser contundente cuando lo exigía la verdad. Por ejemplo, en Contra retrahentes se muestra implacable con “la enseñanza perniciosa y errónea” de algunos maestros que intentaban  disuadir a los jóvenes de la vida religiosa, alegando la corta edad. Muestra su admiración ante los padres que facilitan la vocación de sus hijos desde pequeños, “porque las cosas que aprendemos en la niñez se nos graban más firmemente en nuestro interior”. Pensaba seguramente en su propia experiencia. Usa palabras fuertes:   “Si alguien desea contradecir mis palabras… que no lo haga parloteando ante los muchachos, sino que escriba y publique sus escritos, para que personas inteligentes puedan juzgar lo que en ellos hay  de verdad, y puedan ser capaces de impugnar lo que es falso con la autoridad de la verdad”.


Para Tomás  los salmos recapitulan toda la teología. En sus comentarios al Salterio (Salmos 1 a 54), explica que los salmos alaban todas las obras de Dios, el opus dei: la creación, el gobierno, la reparación, la glorificación. Como todas las obras de Dios se refieren a Cristo, la materia de los salmos es Cristo y sus miembros. “Todo lo referente al fin de la Encarnación está expresado claramente en esta obra, de modo que casi parece ser un Evangelio y no una profecía”. “El salterio contiene la totalidad de la Sagrada Escritura”, porque la obra de glorificación y todas las otras obras de Dios se reconocen claramente en ellos.


Tomás admite que los salmos tienen un sentido literal, se refieren a la historia judía. Pero afirma que para el cristiano es más importante el sentido espiritual, en el que personas, cosas y sucesos significan a Cristo o a su Iglesia en la tierra o en el cielo. El sentido espiritual del Antiguo Testamento es más relevante para el culto y la vida personal del cristiano que el sentido literal.


Se desprende también de la lectura de esta biografía la importancia del conocimiento del latín. Gran parte de la teología consiste en saber qué se puede decir y qué no se puede decir para preservar la verdad de la Revelación. A veces los problemas que se plantean son de gramática latina al servicio de la fe. Por ejemplo, unus (uno) se dice de Cristo, pero no unum (neutro). De ahí la importancia que la Iglesia siempre ha dado al uso del latín, que permite expresar conceptos con un significado preciso e indistinto para todos, sea cual sea el idioma particular de cada uno


El libro incluye un catálogo breve de 101 obras auténticas de santo Tomás, sobre las que también realiza un importante esfuerzo de datación y verificación.  


Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra.  Es el  portal de internet más completo sobre el Aquinate. 




sábado, 27 de abril de 2013

El periodista como creador de sentido. Elementos del periodismo.





Los elementos del periodismo. Bill Kovach y Tom Rosenstiel. Ed Aguilar


                La aguda crisis de credibilidad que sufre el periodismo fue detectada ya hace años en Estado Unidos. Algunos de  los mejores profesionales del país crearon un Comité de Periodistas Preocupados, y  en 1997 celebraron un encuentro en la Universidad de Harvard para analizar la situación. Este sugerente libro recoge las  conclusiones de aquel encuentro.

Se trataba de descubrir las causas del desprestigio, y definir las líneas maestras de un proyecto para recuperar la calidad del periodismo: Project for Excellence in Journalism. Querían saber si era todavía posible  rescatar el periodismo  de la creciente marea de nuevas formas de comunicación que lo contaminaban,  y por momentos parecían ahogarlo definitivamente.

El gran mundo de las comunicaciones, que la tecnología ha desarrollado de manera exponencial e inusitada, es un complejo entramado de publicidad, propaganda, entretenimiento, intercambio, comercio electrónico… 

Una pequeña pero imprescindible parte de ese entramado lo constituye  el periodismo.  Sólo el periodismo, si cumple su función propia, es capaz de aportar a la sociedad algo único: la información independiente, veraz, exacta y ecuánime que todo ciudadano necesita para ser libre. Cuando al periodismo se le pide algo diferente, no sólo se desvirtúa, sino que llega a subvertir la cultura democrática.

El relato fidedigno de hechos notables es por tanto la esencia y objetivo en el que debe centrarse el periodismo. Cuando la tecnología satura de información al ciudadano, más que nunca la función del periodismo debe ser verificar qué información es fiable, y ordenarla a fin de que los ciudadanos la capten con eficacia.

Centrarse en la labor de verificación y síntesis,  en lo cierto y relevante de una noticia, eliminar lo superfluo e irrelevante. Sobran los rumores. El periodista ha de convertirse en  creador de sentido.

Para eso el periodista debe saber distinguir qué es informar (dar relevancia a un acontecimiento para que la gente sea consciente de él) de qué es informar de la verdad (iluminar hechos ocultos y relevantes, relacionarlos entre sí y esbozar una imagen de la realidad que permita a los hombres actuar en consecuencia).

Con frecuencia el periodista, más que defender sus métodos para averiguar la verdad, ha tendido a negar la existencia de la propia verdad. Se ha refugiado en un cierto cinismo al estilo Pilatos: “¿Y qué es la verdad?”. Como mucho alega su  “imparcialidad”, demasiado subjetiva para ser creíble. Con una supuesta equidad entre dos partes de distinto peso no se es fiel a la verdad. Esa “equidad” no sustituye a la desinteresada búsqueda de la verdad, primer  principio del periodismo.


Esa actitud de cierto cinismo indolente, por desgracia habitual en bastantes periodistas y hombres públicos de relieve, deja al ciudadano con la sospecha de que se le oculta algo. Todos sabemos que la verdad es un objeto esquivo, pero también sabemos distinguir quién se acerca  a ella de manera más exhaustiva, objetiva y honrada.

El periodista debe saber responder a la pregunta que se hace el ciudadano: “De lo que me cuentan, ¿qué puedo creer?”, y aportar los elementos para que el usuario pueda valorar la fiabilidad de su información.

Hay  prácticas éticas que se han generalizado en otros ámbitos. En los congresos médicos, por ejemplo, está establecido que los autores de las ponencias indiquen expresamente si han recibido  alguna ayuda, económica o de otro tipo, de los laboratorios que producen los fármacos y métodos de tratamiento que mencionan en su intervención.  Es una práctica que a veces se olvida en el periodismo.

El periodista debe tener claro a quién debe lealtad. Olvidar que su primera lealtad es al ciudadano es corromper el periodismo, y destruir su credibilidad. En 1995, todavía el 70 % de los periodistas USA seguían pensando que trabajan para el lector, y no para su empresario. Sería interesante una encuesta actualizada.

La crisis publicitaria afloraba ya en 1980.  Desde entonces los medios han recortado sistemáticamente sus presupuestos en informativos,  y han invertido cada vez más en mercadotecnia, introduciendo prácticas que poco tienen que ver con el periodismo: dar cobertura mediática positiva a los anunciantes,  otorgarles una notoriedad de la que carecen, convertir en noticia sus promociones comerciales,… son prácticas que han deteriorado la credibilidad de los medios. 

La única forma que tiene el lector de saber si está ante una información sesgada es la transparencia. Si un artículo comienza: “Según los expertos…”, el lector tiene derecho a saber de cuántos expertos está hablando el reportero. Si se está recomendando un lugar idílico para unas vacaciones, el lector debe saber si el medio ha recibido algún tipo de ayuda de organismos relacionados con ese lugar… Si una cadena de radio o televisión tiene como objetivo favorecer determinada ideología, sería aceptable,  siempre que lo reconocieran públicamente y no ocultaran su partidismo bajo el manto de una aparente independencia.

Otro elemento de pérdida de credibilidad, a juicio de los autores del estudio, es el incremento de un “periodismo de interpretación opinativa”, que ha acabado imponiéndose al periodismo de verificación, más costoso pero más auténtico. Argumentos baratos y polarizados, hechos a base de cifras parciales o falsas, o de meros prejuicios,  que sólo aportan  ruido y provocación,  dominan abrumadoramente sobre la información veraz y fidedigna. Es un fracaso de la profesión. Y la sociedad, que sabe elegir, responde alejándose de  los medios.

Resaltan los autores que hablamos mucho de la necesaria defensa de la libertad de prensa y de expresión,  pero se nos olvida hablar de la responsabilidad de los medios, que al fin y al cabo es hablar de la responsabilidad de quienes trabajan en ellos, periodistas y directivos. Es ahí donde radica el remedio de la crisis.

El  libro constituye un buen ejercicio de reflexión para el periodista que se pregunta por el sentido de su trabajo, y  quiera mejorar su calidad. Un intento no exento de riesgos, porque la verdad compromete, y hay momentos en que uno debe asumir su propia responsabilidad sin transferirla a otros. El profesor Carlos Soria ha publicado buenos estudios sobre los dilemas éticos que cada día se plantea el periodista responsable: recomiendo éste .

Debería interesar  especialmente a empresarios y directivos de medios. Ellos marcan el rumbo, y en sus manos está que se mantenga la nave del periodismo en la dirección correcta para dirigirse hacia el periodismo-periodismo, y no derive hacia puertos bien distintos.

Buen libro también para cualquier ciudadano responsable. Con su buen sentido tiene el poder de determinar de quién se fía, de reclamar cuando se le oculta o falsea la realidad. Él es el principal interesado en que los medios recuperen su credibilidad, porque necesita una información fiable y veraz para ser libre.
               

miércoles, 24 de abril de 2013

lunes, 22 de abril de 2013

Trinitarios 13: una historia de perdón y olvido.

Trinitarios, 13. Juan de Ribera Ivars. Ed Brief, 2008 






  Interesante y documentada novela histórica, inspirada en hechos reales, que describe el turbulento ambiente en la Valencia de los años 1933 a 1936.  La  mayor parte de los personajes son reales, y los pocos de ficción son perfectamente verosímiles.


  Juan Ivars, periodista, ha logrado un  conmovedor relato de la historia de la familia Villalonga, dos de cuyos miembros  -los hermanos Pilar y Antonio- fueron asesinados en 1936, sin otro motivo que el odio a la fe y la envidia.

    El relato tiene la fuerza de lo conocido  y vivido por parientes cercanos, de lo escuchado de labios de testigos directos en tertulias familiares, en el hogar de la calle Trinitarios: el hogar de una familia que perdonó y olvidó, señas de identidad de la fe cristiana asumida y vivida.

    Pero el perdón y el olvido no están reñidos con la necesidad de acudir a la historia para aprender. A la historia real, no a la tergiversada por intereses ideológicos o de partido. Y para aprender, no para arrojarla al rostro de nadie. Es bueno conocer sin prejuicios lo que sucedió, para evitar nuevos desastres, para prevenir a la bicha antes de que vuelva a intentar devorarnos. Eso es lo que a mi juicio consigue Juan Ivars con esta interesante novela histórica. 


  Enmarca con acierto los sucesos valencianos en la situación española e internacional del momento, describiendo sucintamente pero con precisión el perfil de personas y fuerzas sociales claves: Alcalá Zamora, Azaña, Martínez Barrio (ministro de la República y Gran Maestro del Gran Oriente Español), Largo Caballero,… Cita fuentes documentales al referirse a la actuación de determinados sindicatos y a las tramas de algunas logias masónicas, con sus consignas de “erradicar la superstición” y “neutralizar” a los católicos, y los puntos de encaje o fricción con las conclusiones del 7º Congreso de la Internacional Comunista

   Este Congreso  se celebró en Moscú en agosto de 1935, y se propuso la creación de un Frente Popular en los países con gobiernos de derechas o liberales para arrebatarles el poder.  Declaró a España como objetivo prioritario donde instaurar una sociedad comunista mediante la revolución,  "pasando por encima de las vidas de cuantos no estuvieran de acuerdo."

  Recrea el ambiente político de esos años: “un gobierno de derechas –el de Niceto Alcalá Zamora- sin proyecto ni liderazgo”, que no supo imponerse sobre las insidias y descalificaciones de la izquierda, ni ofrecer una esperanza razonable en el progreso.  Y una  agitación social creciente, alimentada por soflamas y arengas. Se acabaron desvaneciendo las garantías legales que pueden proteger a los ciudadanos.

  Resulta oportuno alertar del peligro que encierra el lenguaje incendiario de algunos agitadores de la política , tan cargado en ocasiones de odio, agresividad y demagogia: tres elementos profundamente antidemocráticos. Un lenguaje de trinchera, donde el que piensa diferente es declarado “enemigo” al que es necesario batir y erradicar. Una propaganda electoral orientada a despertar odio hacia el “adversario”, presentándolo como sujeto vil y despreciable. Es el lenguaje de agitadores especializados en focalizar a la gente para que “actúe de acuerdo con sus intereses políticos, bien distintos de lo que interesa al pueblo”. 

   Uno queda prevenido respecto  a  personajes al estilo Largo Caballero, quien declaraba que “admitimos la democracia cuando nos conviene. Cuando no, tiramos por el atajo y dejamos de lado la legalidad para conquistar el poder”.

   Un pueblo crédulo, al que no se ha ofrecido la cultura necesaria, es fácil de manipular con cualquier mentira.  Y puede ser llevado hacia el caos por quienes  entienden  la política no como servicio al bien común, sino como instrumento de poder y dominio.  Por quienes no dudan en hacerse más revolucionarios que nadie y precipitar el conflicto social hasta la confrontación, si piensan que así pueden sacar tajada. Pero la bicha, una vez despierta, resulta incontrolable.  Y acaba arrastrando a todos. Los sembradores de odio, afirma Juan Ivars, “dejaron a España preparada para derrotar a España.”

   En el libro aparecen también personajes entrañables, como don Eladio España, sacerdote del Real Colegio del Corpus Christi, cuyo proceso de beatificación está en marcha, que ayudó a miles de universitarios valencianos mediante el sacramento de la Confesión.   
    Es especialmente conmovedor el relato, casi a tiempo real, de los últimos momentos de Antonio y Pilar,  presos en San Miguel de los Reyes y en la cárcel de mujeres. Impresionan detalles como el Rosario perpetuo: una cuerda con 10 nudos, que pasaba de celda en celda, escondida en una caja de cerillas: una cadena humana de oración ininterrumpida, día y noche,  que mantenía la entereza sobrenatural ante una previsible muerte injusta y despiadada.  

 Una entereza reconocible también en quienes desconsolados esperaban fuera. Como doña Pilar, madre de los dos hermanos,  que tuvo ánimos para escribir  sobre el féretro de su hija las esperanzadoras palabras de Jesús: “Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar.” 

   Estamos ante una lectura de las que dejan poso, que ayudan a pensar libres de prejuicios partidistas, y llenan de deseos de ser mejor persona y ayudar a los demás.





sábado, 13 de abril de 2013

La caja negra




La caja negra. Un caso del inspector Harry Bosch

Michael Connelly. Ed RBA,  2012. 


Michael Connelly (Filadelfia, 1956) comenzó como periodista de sucesos en las calles de Los Ángeles. En su primera novela (El eco negro) introdujo la figura del inspector Harry Bosch, protagonista desde entonces de 18 de sus novelas negras. Esta es la última de ellas.

 

Novela de trama policíaca, viene descrita en su contraportada -con típica exageración, aunque no exenta de verdad- como de “escalofriante acción, magistral construcción de los personajes, endiablado ritmo narrativo.”

 

El inspector Bosch es un buen profesional, ya maduro. Y es íntegro, aunque odia las trabas procedimentales de los burócratas, que con demasiada frecuencia frenan su trabajo de investigación. En este caso se enfrenta al misterioso caso del asesinato de una reportera, abierto y no resuelto durante más de veinte años. Encuentra conexiones entre los disturbios en Los Ángeles, donde sucedió el asesinato, y la guerra de Irak.

 

Hay personas que tienden a justificar acciones criminales por el ambiente en que se han movido los protagonistas, como las situaciones de miedo o  angustia en que envuelve la guerra.   Pero para el inspector Bosch, una acción es tan criminal, despreciable o aberrante si se comete durante la guerra como si se lleva a cabo en un entorno pacífico. La guerra, piensa, no justifica el crimen, simplemente aflora la verdadera naturaleza de cada persona, buena o mala.  El inspector actúa en consecuencia, buscando a los culpables sin contemplaciones ni atenuantes.

 

Se lee con agrado y engancha. Tratándose de novela negra, hay que alabar el buen gusto de autores como Michael Connelly, que no caen en el gancho facilón y barriobajero del morbo sexual. Algunos autores españoles deberían tomar nota. Se pueden aludir a conductas miserables y mezquinas sin necesidad de convertir la narración en un cubo de miseria y mezquindad. Y se puede mostrar que hay bondad –la belleza del bien y de las conductas nobles, a contracorriente- aun en medio de lo más ruín. Se puede, porque así es la realidad.

 

Michael Connely, con más de 50 millones de ejemplares vendidos, demuestra que para tener éxito no es necesario el recurso a la zafiedad.

 

domingo, 7 de abril de 2013

Las nieves del Kilimanjaro o la importancia de dar de lo propio



Dar de lo propio


    Conmovedora película del director francés Robert Guédiquian , estrenada en 2011. Lejos de ser triste, como me la habían presentado, me ha parecido una película tierna y realista, con unos diálogos sencillos que hacen pensar y afrontan muy bien  el duro problema del paro y la angustia en  que  sumerge a muchos.  Especialmente a quienes no disponen de una red familiar amplia, estable y generosa en que apoyarse.  


    Que los protagonistas hayan trabajado como sindicalistas buena parte de su vida da más realismo a la situación. No son discursos más o menos demagógicos de izquierda o derecha lo que hace falta. Una sociedad que no sabe resolver que millones de sus miembros estén sin trabajo es una sociedad enferma, mal estructurada, que requiere medidas urgentes de reorganización. 

    Me ha parecido significativo y muy acertado el modo de afrontar la situación de abandono en que quedan los pequeños hermanos del autor del delito, cuando va a la cárcel.  Compadecidos, los mismos que han sido víctimas hacen suyo el problema y lo resuelven. Está muy bien planteado el problema de conciencia que la situación plantea. 

    No caen en la visión estatalista,  muy difundida en Europa, que acaba siendo una excusa para que muchos  se inhiban ante  problemas cercanos. Pienso que a algo de eso apunta Guédiquian. Se tiende a la fácil excusa de que los problemas los debe resolver el Estado, “que para eso está”. Es  la coartada perfecta del individualismo egoísta y cerrado a los demás. Y es el camino hacia el totalitarismo, propio de regímenes en que los ciudadanos se inhiben.


    Una sociedad funciona cuando sus ciudadanos se implican, y dan de los suyo: su dinero, su tiempo, su apoyo, su comprensión… He releído estos días, en una carta del prelado del Opus Dei,  un texto de san Josemaría en esa línea: Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. 

Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás


    

viernes, 5 de abril de 2013

El festín de Babette






Me ha encantado descubrir que una de las películas preferidas del papa Francisco es El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987, Óscar a la mejor película extranjera).  Coincidimos, también en esto.  Una película maravillosa sobre cómo una sociedad de ambiente gélido e individualista, donde  cada cual va a lo suyo y mira con desconfianza a los demás, puede ser transformada por una sola persona con capacidad de querer.


El festín de Babette es una  bella metáfora  de la fraternidad que debería reinar en la convivencia  social. Una metáfora en la que las diversas  sensibilidades pueden percibir diversos estratos de significado, cada vez más profundos.


El festín de Babette es, en el plano más superficial, un homenaje  al sentido social y humano que se esconde detrás de algo en apariencia tan material como la gastronomía, el noble oficio de cocinar.  Porque comer no es una mera necesidad biológica, propia de animales. El hombre es animal pero es también espiritual, y su dimensión espiritual es capaz de transformar la comida en un arte con el que agasajar a los demás, en una manifestación de cariño y afecto. Babette, en su festín, muestra cómo el trabajo abnegado en la cocina  es capaz de encender  y unir corazones antes gélidos y distantes. "Yo podía hacerles felices cuando daba lo mejor de mí misma". 



En un segundo plano más profundo, la película es también un bello canto a la generosidad, a la capacidad humana de dar sin esperar nada a cambio. En toda familia que funciona hay al menos uno o una que viven con ese espíritu generoso y desinteresado. Como explica magistralmente Higinio Marín en este artículo , es esa generosidad la que impulsa a decir a Babette a quienes les parecían una exageración su entrega: "Dejadme que lo haga tan bien como soy capaz"


En un tercer plano la película muestra, a mi juicio,  el contraste entre el calor de la fe católica de Babette, que afirma que el mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios, y  esa fría desviación del cristianismo que es el calvinismo puritano, dominante en el pueblo danés al que ha llegado la  cocinera  francesa Babette. La fe católica aporta alegría y ganas de vivir, nada que ver con la negación y amargura del puritanismo. Una alegría que se manifiesta desbordante cuando Babette prepara su magnífico festín, sin reparar en sacrificios ni gastos, dándolo todo. 


Y en ese festín se intuye el  cuarto plano, el más profundo: una gran  metáfora de la Eucaristía, el verdadero Festín, el Gran Derroche de generosidad que nos transforma y hermana.  La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de cada católico. Es la Mesa que nos hermana, el hogar familiar en torno al que todos y  cada uno encuentran calor y se sienten queridos. En la Eucaristía, ese gran festín en que la comida es el mismo Jesucristo, que se entrega en un exceso de generosidad, surge y crece la concordia y el hermanamiento entre los hombres. Ese es, quizá, el significado más hondo que ha querido expresar Gabriel Axel


El cardenal Bergoglio, cuando  Sergio Rubin y Francesca Ambroguetti le preguntan si la Iglesia no insiste demasiado en el dolor como camino de acercamiento a Dios, y poco en la alegría de la resurrección, contesta lo siguiente:


“Es cierto que en algún momento se exageró la cuestión del sufrimiento. Me viene a la mente una de mis películas predilectas, La fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una negación de las cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor.” (El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio. Ed Vergara).


      Sobre la Eucaristía, me ha parecido también muy sugerente esta explicación de Rainiero Cantalamesa. Y esta de san Josemaría . Ver también: Amabilidad, esencia de la cultura