viernes, 9 de agosto de 2013

Estrellas amarillas. Autobiografía de Edith Stein

Estrellas amarillas. Edith Stein 

Ed. de Espiritualidad  





Magnífica autobiografía de la infancia y juventud de EdithStein (1891-1942), escrita entre 1933 y 1939, cuando la noche se cernía sobre Alemania.



De origen judío pero ya entonces convertida al catolicismo (1922), toma como propio el problema de la incomprensión y odio que el nacionalsocialismo de Hitler está extendiendo por Alemania, arrancando de su tranquila existencia al pueblo judío. 


Siente el deber de justicia de contribuir a desmontar la falsa caricatura del judaísmo que los nazis difunden, y no duda en dar la cara por su pueblo, a pesar de las posibles represalias, que no tardaron en llegar.


Como escribe en el prólogo, no trata de hacer una apología del judaísmo, que pueden hacer otros y sobre la que ya hay extensa bibliografía, sino “narrar sencillamente mis experiencias de la humanidad judía”.


Lo hace contando su propia vida, las historia de las relaciones cotidianas en el seno de su extensa  familia judía. La narración  tiene el valor añadido de que ahora su visión es la de una judía conversa al catolicismo.


Se nutre, junto a sus recuerdos y vivencias, de las largas conversaciones con su madre, que en el momento de empezar a  redactar tiene 84 años, y es incansable contadora de historias y aventuras de parientes y allegados.






Todo el libro tiene el encanto de un fino espíritu femenino. La delicada sensibilidad de Stein le permite descubrir la belleza y la bondad allá donde se encuentren. Con espíritu sutil penetra y retrata los caracteres, aciertos y fallos de las personas que se cruzan en su vida, comenzando por sus propios padres y hermanos. Es una mujer valiente (en la primera guerra mundial corrió a alistarse como enfermera y estuvo en los trabajos más duros)  y se manifiesta valiente también en una sorprendente sinceridad para no ocultar errores propios o ajenos, llamando a las cosas por su nombre sin eufemismos.


Sus amistades y relaciones son abundantes, más de lo que cabría suponer en una mujer intelectual y aficionada al estudio. Valora mucho la amistad, cuyo genio  “consiste en amabilidad, servicialidad y autodominio”.


La riqueza de detalles del relato demuestra también una memoria prodigiosa. “Poseía yo una memoria excelente para las personas y reconocía a cada uno con tal de que lo hubiera observado detenidamente una vez, incluso después de años. Tampoco había oído hablar de la mortificación de la vista, y miraba a la gente que me  interesaba aguda y profundamente, pero a la masa de los estudiantes los contemplaba cual quantité negligeable. Pasaba por las aulas sin advertirlos, y a poder ser elegía sitio en primera fila para seguir las clases sin molestias.”



Edith Stein muestra una valiosa capacidad sicológica para penetrar en las causas del comportamiento ajeno, y espíritu crítico para enjuiciarlo. Sus juicios, duros en la juventud, se atemperan con el tiempo y el nuevo modo de ver a las personas, a medida que va profundizando en el espíritu de Jesucristo: “Aun cuando continuaba teniendo un juicio duro para las debilidades de las personas, ya no lo usaba para tocar su punto débil, sino para ser indulgente. (…) Aprendía que raras veces las personas mejoran cuando se les dice la verdad…Sólo si tienen la seria exigencia de ser mejores y conceden el derecho a la crítica.”



Edith Stein tenía también una inteligencia privilegiada, y con ella  busca la verdad desde pequeña. “Mi nostalgia por la verdad era mi única oración”, escribe refiriéndose a sus años de infancia y juventud, cuando aún no conocía la fe cristiana y las posibilidades del diálogo filial y confiado con Dios Padre.


El  empeño por la verdad  era tan fuerte y decidido que anota: “Por aquella época mi salud no iba muy bien a causa del combate espiritual que sufría en total secreto y sin ninguna ayuda humana.”



Más tarde definiría la verdad, siguiendo a su maestro Husserl, como  la luminosa certeza de lo que es o no es, un concepto rigurosamente separado del puro opinar o del ciego estar convencido.



La  “luminosa certeza” de la fe le llegó durante una lectura casual de la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús: “Cuando cerré el libro me dije: aquí está la verdad”. La honda y sincera  naturalidad con la que Teresa de Ávila abre su alma para contarnos la historia de su vida y de su relación con Dios, cambia para siempre la vida de Edith.  Descubrió que  Dios no es el dios de la ciencia, a secas. Dios es Amor. 


Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida: "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero; que no tenga ninguna verdad sin amor."




Una lectura sumamente enriquecedora, que ayuda a entender por qué Edith Stein, ahora santa Teresa Benedicta de la Cruz,  asesinada en Auschwitz por odio a la fe en 1942, es Patrona de Europa. 




De ella dijo Juan Pablo II: "una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo."




Europa anda necesitada de mujeres y hombre de un temple como el suyo: sinceros buscadores de la verdad, resueltos hacedores del bien. 







lunes, 5 de agosto de 2013

Maria Calvo: "Alteridad Sexual. La verdad intolerable"

                    




      
La profesora María Calvo explica el contenido de su último libro sobre la evidencia científica de la alteridad sexual hombre-mujer. Una verdad clara como el agua, que se empeñan en negar con dogmatismo los partidarios de la ideología de género. 

    Interesante su reflexión sobre las consecuencias nocivas para los niños.


                      

    
    



viernes, 2 de agosto de 2013

El secreto de la sonrisa


    



    ¿Por qué a veces nos cuesta tanto sonreir? Con expresividad mexicana, Lisette nos cuenta cómo ha encontrado el  secreto de la alegría y la sonrisa. 

                    










miércoles, 31 de julio de 2013

Comunicación amable y cercana. El Papa Francisco en Globo News.







No hay mamás por correspondencia... 

Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece... 

Nadie se muere la víspera... 

Simpática expresividad del Papa Francisco para comunicar con cercanía y sencillez. 

La entrevista aporta muchas ideas y pienso que vale la pena escucharla entera con calma. 

Es de las que dejan poso.


                    


martes, 30 de julio de 2013

El amable y claro estilo de comunicación del Papa

                





    Una escena en el ya tradicional encuentro informal del Papa con los periodistas acreditados en sus viajes. 

    Junto a la amabilidadcercanía, claridad en la exposición de la doctrina de la Iglesia católica. 

    Tres rasgos que han de estar siempre presentes en la comunicación de la Iglesia.



                     

sábado, 27 de julio de 2013

Mis prisiones. Silvio Pellico

Mis prisiones. Silvio Pellico






El escritor  italiano Silvio Pellico (1789-1854) fue detenido y encarcelado por la policía de Austria, acusado de ideas políticas liberales contrarias al régimen imperial. En este libro nos cuenta sus vivencias personales, centradas especialmente en los diez  años pasados en la cárcel.


La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos años.


Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo directo, esforzándose por  ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los juicios ajenos…  el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja poso.  Es lo que sucede con esta historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber leído algo que valía la pena.


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Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más hondo.


Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.


Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:  

“Cada vez que yo oía aquellas amorosas reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida; las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a nuestros propios pensamientos.”


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Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser  también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando  hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:  


"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."


El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."


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Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas: 

"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos". 


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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo.  Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación. 

Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!" 

Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!




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Pellico había sido carbonario,  y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral. 

Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."


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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)

Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física.  "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."


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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo: 

"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."

Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."







Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”




lunes, 22 de julio de 2013

La prisionera de Teherán





La prisionera de Teherán. Marina Nemat. Ed Espasa

Éste magnífico libro narra la aventura real de su autora,  la iraní Marina Nemat. 

En 1982, con sólo dieciséis años,  fue detenida por la policía de Jomeini. Su culpa, haberse atrevido a hacer entre sus compañeros de estudios algunos comentarios críticos  hacia el régimen impuesto por la revolución islámica, que dominaba Irán desde tres años antes. 

Encarcelada en la temida cárcel de Evin, allí fue torturada durante dos años, y condenada a muerte por el juez que dictaba la Sharía o ley islámica. 

Uno de sus carceleros, encaprichado con ella, se valió de la influyente posición de su familia en el régimen para conmutar su pena de muerte por cadena perpetua. Pero puso una condición: debía casarse con él y renunciar a su religión -Marina era cristiana-  y convertirse al islam. 

Impresiona la serenidad y fortaleza con la que Marina, en la distancia, narra el intenso sufrimiento físico y moral que le fue infligido en aquellos años de prisión. Un sufrimiento que compartía con miles de mujeres jóvenes en su misma situación, muchas de las cuales eran sacadas de las celdas y violadas o asesinadas cada noche.

Finalmente, tras penosos episodios, se  celebró la boda con su carcelero según el rito islámico. Pero al cabo de poco el marido es asesinado. Marina es conducida de nuevo a la prisión de Evin, para cumplir su cadena perpetua. De nuevo la angustia se cierne sobre la pobre mujer, rodeada de compañeras que cada día son torturadas, violadas y asesinadas. 

Al cabo del tiempo, su influyente suegro, compadecido de su suerte, logró su libertad, y pudo escapar del país. Casada con su antiguo novio católico, ahora vive en Canadá. 

Marina Remat

El relato ayuda a hacerse cargo de la reciente historia de Irán, y de una cultura que no conoce ni respeta derechos humanos fundamentales. Puede leerse aquí una entrevista con la protagonista.