lunes, 12 de agosto de 2013

Una historia de periodismo y amistad. El hombre que salvó mi alma





El hombre que salvó mi alma. Una historia sobre el poder de la amistad


Tony Hendra. Ed.Maeva, 2004. 293 pags.


Nacido en Inglaterra y  graduado en Cambridge, Tony Hendra ha trabajado como periodista, escritor y  guionista de series de humor. Alcanzó éxito en Estado Unidos, donde ha transcurrido la mayor parte de su carrera, con programas satíricos y polémicas colaboraciones en numerosos medios.


Fue guionista de la innovadora serie de la BBC Spiting Image, dedicada a la crítica social y política, posteriormente imitada en numerosos países.


Hendra describe el trabajo que le llevó a la fama como el de un “cínico, escéptico, exhumanista, del club de los mundanos, para quien nada es sagrado”,  dedicado a la sátira, un género “cruel e injusto”.


Tony Hendra

En este libro Tony Hendra nos descubre su íntima historia personal.  Adolescencia atolondrada, ideales de juventud, ilusiones y desengaños, rencillas, éxitos y fracasos profesionales y amorosos…


No escribe por exhibicionismo, sino para rendir homenaje al amigo que iluminó su vida: el sacerdote benedictino Joseph Warrilow, que le ofreció el refugio seguro de su paternal amistad.  La paz que experimentó en su juventud tras una charla apacible, en la que abrió su alma en confesión, le  marcó para siempre.


Tony Hendra narra con la soltura de un buen  guionista y la viveza de lo experimentado. Habla de la vida, no de teorías. Mantiene la frescura del relato con un agradable sentido del humor, y a veces con la desgarrada heterodoxia del  satírico, que no se corta llamando a las cosas por su nombre.


Hendra retrata el itinerario de quienes viven rodeados de ambición e increencia. Sin resortes interiores, resulta fácil pasar de la ambición desorbitada de fama y poder al vértigo de las drogas, el sexo y el alcohol. Lo que viene después de esos espejismos de felicidad es lógico: la depresión,  el  vacío existencial, la desesperación.


La sátira, un periodismo que hace daño

Al mirar atrás, hace  autocrítica de su modo de entender el periodismo,  cuando se sentía “con una misión tan elevada (redimir el mundo mediante la sátira y liberarlo de todos los malvados), que se consideraba libre de obedecer las normas por las que vive la gente vulgar”,  de atacar por escrito y personalmente a otra gente sin importarle el daño que cause. Se siente tan por encima del “insignificante sistema moral de los otros mortales, que se permite cometer transgresiones impunemente”, tratando a los demás y sus familias con desprecio y falta de humanidad. Él era puro, los demás corruptos.

Es interesante su diálogo sobre los efectos colaterales de la sátira: quien parodia puede convertirse en alguien tan cruel o hipócrita como sus caricaturas.

“Me he entrenado en denigrar reflexivamente a gente con la que no estoy de acuerdo, o que desprecio, o de cuyas motivaciones recelo. Sin tener en cuenta el efecto que ello pueda ejercer en mi propio estado moral.”

Ha visto  actuar así a muchos editores, periodistas, escritores, personajes  del cine y la televisión. “Piensan que el recelo y el escepticismo son obligaciones profesionales, moralmente neutras. Pero ni el recelo, ni el escepticismo, ni el desprecio son neutros.” Hacen daño al que los ejerce. No son virtudes. Son vicios, hábitos de conducta nocivos para la propia personalidad, que acaban enfermando a quien los practica.

Tiene palabras duras, probablemente exageradas, para los de su oficio: “nunca he conocido a un cómico que no fuera infeliz, vengativo, chalado, poco digno de confianza y mal bicho…”

Reconoce sus errores con sencillez, sin intentar justificarse. Rencillas y rupturas.  O falta de idoneidad para tareas que quiso emprender: “El espíritu cómico es una cualidad misteriosa que no se aprende (…) Una cualidad misteriosa que reconoces al instante cuando el actor sale a escena, incluso antes de que abra la boca, antes de que haga nada.” 

Resalta la importancia de no perder el contacto con tu público, sobre todo en el periodismo de humor. Cuando regresa a Inglaterra tras años en USA, “una generación había nacido en mi ausencia, y tenían innumerables recuerdos de cosas grandes y pequeñas que yo no podía pulsar a nivel de reflejo para hacerles reír.”

Tony Hendra siembra el relato de agudos comentarios, con  el espíritu de observación de un buen humorista: en la Inglaterra de finales de los 50 “había ya señales del nuevo sistema que te haría necesitar cosas que no necesitas, pudieras pagarlas o no.” “Hay dos tipos de gente en el mundo: quienes dividen el mundo en dos clases de gente y quienes no lo hacen…”

Juzga las personas y los sucesos con un sano sentido común, propio de quien está de vuelta de “experiencias liberadoras”. La vida le ha enseñado que en realidad han sido experiencias cruelmente erróneas. El padre Joe tenía razón.  También en que siempre se está a tiempo de volver. 


Fr Joseph Warrilow


Egoísmo, el peor pecado

“Has cometido un pecado de egoísmo”, le había dicho la primera vez el padre Joe. Años más tarde, Hendra entiende por fin que su mayor pecado no han sido las drogas, ni el alcohol, ni la promiscuidad, ni las sátiras odiosas… sino la falta de amor en su vida.

“El infierno es estar solo para siempre, sin amar ni ser amado”, encerrado en él por egoísmo,  para toda la eternidad. Es no tener más que esperanzas en uno mismo, amarse únicamente a uno mismo. “Es una prisión sin puertas”, cuyos muros son las posesiones de las que no se sabe vivir desprendido. “Cuantas más posesiones, más difícil es salir de la prisión”.

Descubriendo el amor 

En cambio, “la paz es la certeza de que nunca estás solo”. Y el amor, la alegría en la existencia del otro. “Cuando se descubre ese amor del otro se superan las meras sensaciones y se empieza a descubrir el amor verdadero, que libera de la prisión del yo, de lo que yo quiero, de lo que yo necesito.”

Y la presencia esencial es la del Otro, a quien se ama. Esa presencia da un sentido nuevo a la vida y al trabajo, que puede convertirse en oración. (Esto lo explicaba muy bien san Josemaría: cualquier trabajo honesto  puede ser convertido en oración, en ocasión de encuentro con Dios, y por tanto de alegría y paz.)

La Iglesia

Hendra mira a la Iglesia con cierta heterodoxia, pero con cariño, libre de prejuicios frecuentes entre los de su profesión.

Rememora con humor agradecido las clases de catecismo que recibió siendo niño. Las monjas “usaban para inculcarnos la Fe tormentos dignos de la Inquisición,  pero eficaces. ‘¿Por qué te creó Dios? Dios me creó para conocerle, amarle y servirle en este mundo y ser feliz con Él para siempre en el siguiente.’ En esta catequesis hay conceptos y supuestos que pueden superar a un chico de 6 años, pero medio siglo después todavía puede recitarlos dormido”.

Incide en un comentario frecuente en artistas y personas sensibles, incluso alejadas de la fe, acerca del estropicio que falsas interpretaciones del Concilio Vaticano II causaron a la bella liturgia católica.

En su juventud, Tony Hendra se siente deslumbrado  por la hermosura de la liturgia. El canto gregoriano “era la música del espíritu a la busca de paz, no de alivio emocional; expresaba la avidez del alma…”Era el polo opuesto al hedonismo y la sensiblería.

Cuando decenios después acude de nuevo al templo, algo chirría. El latín ha sido mal traducido a un lenguaje vulgar, aburrido e inexpresivo. Y “el guión universal de la liturgia se ha dejado al arbitrio de cada cura, dejando al descubierto los egos de cada cual. La augusta música milenaria había sido sustituida por una colección de himnos en la estela de John Denver…”

Pero Hendra sabe distinguir lo esencial de lo accesorio. La Iglesia, como aquella comunidad benedictina de Quarr, es “un ente inconmesurablemente mayor que la suma de sus partes.” No son ciertas las caricaturas de la Iglesia. Al fin y al cabo, concluye, “la Edad de la Fe (la Edad Media) pudo no haber sido perfecta, pero esos siglos benignos habían sido mucho más civilizados que el actual”.


Elogio de la confesión

En los peores momentos, el recuerdo del padre Joe, en su convento de Quarr, en la isla de Wight, era su faro seguro.  Sentía su paternal amistad, aun cuando hubieran pasado años de desconexión. ¿Cuál era el secreto de esa amistad fiel?

Algo en él inspiraba confianza. Padres y educadores deberían tomar nota. Tras su primera confesión con el  padre Warrilow, se asombra porque “…no había cuestionado nada de lo dicho por mí; no me había pedido repetir ni clarificar, ni preguntado si me había dejado algo importante en el tintero. Parecía suponer que yo decía la verdad (…) Eso era ya admirable: ninguna persona con autoridad había dejado  de cuestionar directa o indirectamente lo que yo decía. La vida del adolescente está dominada por interrogatorios acusadores (…) Supe que acababa de conocer a un hombre que no tendría ninguna de las reacciones que yo había aprendido a esperar...”


El padre Joe “jamás decía algo malo (de nadie...), lo que aumentaba tu confianza en él. Cualquiera que culpa a la otra parte en tus narices, también te culpará a ti delante de los otros.”

 “Hablaba de Dios, pero muy de tanto en tanto, y siempre en relación con la palabra amor (no como lejana autoridad que hiciera temblar). Hablaba de Dios como “Él”, y ese Él era bondadoso, generoso, creativo, músico, artista e ingeniero y arquitecto del genio. Un Él que vivía plenamente su alegría y la tuya, que nunca te dejaba aunque resultara fuertemente herido, que te daba regalos y oportunidades… que te daba deberes, pero no te abandonaba si no los cumplías.” Ese otro dios que caricaturizan es un prejuicio, ajeno a la verdad católica sobre Dios.

El padre Joseph  Warrilow falleció de avanzada edad en 1998, cuando ya Tony Hendra tenía en proyecto escribir sobre él, para contar al mundo  el inapreciable don, “la paz que Dios, a través de un hombre santo, puede llevar a un alma con el Sacramento dela Confesión”.

Pienso que este estupendo libro es también un homenaje a todos los sacerdotes que, por ser hombres de oración y amigos de Dios, han ofrecido consuelo, amistad y consejo,  y el tesoro de la confesión,  a cuantos lo buscan.

Puede verse aquí a Tony Hendra contando su historia. Termina de manera significativa: con el himno Salve Regina. Vino a sus labios cuando asimiló el fallecimiento de su fiel amigo. Ella es el verdadero  faro siempre encendido para volver a puerto seguro.



viernes, 9 de agosto de 2013

Estrellas amarillas. Autobiografía de Edith Stein

Estrellas amarillas. Edith Stein 

Ed. de Espiritualidad  





Magnífica autobiografía de la infancia y juventud de EdithStein (1891-1942), escrita entre 1933 y 1939, cuando la noche se cernía sobre Alemania.



De origen judío pero ya entonces convertida al catolicismo (1922), toma como propio el problema de la incomprensión y odio que el nacionalsocialismo de Hitler está extendiendo por Alemania, arrancando de su tranquila existencia al pueblo judío. 


Siente el deber de justicia de contribuir a desmontar la falsa caricatura del judaísmo que los nazis difunden, y no duda en dar la cara por su pueblo, a pesar de las posibles represalias, que no tardaron en llegar.


Como escribe en el prólogo, no trata de hacer una apología del judaísmo, que pueden hacer otros y sobre la que ya hay extensa bibliografía, sino “narrar sencillamente mis experiencias de la humanidad judía”.


Lo hace contando su propia vida, las historia de las relaciones cotidianas en el seno de su extensa  familia judía. La narración  tiene el valor añadido de que ahora su visión es la de una judía conversa al catolicismo.


Se nutre, junto a sus recuerdos y vivencias, de las largas conversaciones con su madre, que en el momento de empezar a  redactar tiene 84 años, y es incansable contadora de historias y aventuras de parientes y allegados.






Todo el libro tiene el encanto de un fino espíritu femenino. La delicada sensibilidad de Stein le permite descubrir la belleza y la bondad allá donde se encuentren. Con espíritu sutil penetra y retrata los caracteres, aciertos y fallos de las personas que se cruzan en su vida, comenzando por sus propios padres y hermanos. Es una mujer valiente (en la primera guerra mundial corrió a alistarse como enfermera y estuvo en los trabajos más duros)  y se manifiesta valiente también en una sorprendente sinceridad para no ocultar errores propios o ajenos, llamando a las cosas por su nombre sin eufemismos.


Sus amistades y relaciones son abundantes, más de lo que cabría suponer en una mujer intelectual y aficionada al estudio. Valora mucho la amistad, cuyo genio  “consiste en amabilidad, servicialidad y autodominio”.


La riqueza de detalles del relato demuestra también una memoria prodigiosa. “Poseía yo una memoria excelente para las personas y reconocía a cada uno con tal de que lo hubiera observado detenidamente una vez, incluso después de años. Tampoco había oído hablar de la mortificación de la vista, y miraba a la gente que me  interesaba aguda y profundamente, pero a la masa de los estudiantes los contemplaba cual quantité negligeable. Pasaba por las aulas sin advertirlos, y a poder ser elegía sitio en primera fila para seguir las clases sin molestias.”



Edith Stein muestra una valiosa capacidad sicológica para penetrar en las causas del comportamiento ajeno, y espíritu crítico para enjuiciarlo. Sus juicios, duros en la juventud, se atemperan con el tiempo y el nuevo modo de ver a las personas, a medida que va profundizando en el espíritu de Jesucristo: “Aun cuando continuaba teniendo un juicio duro para las debilidades de las personas, ya no lo usaba para tocar su punto débil, sino para ser indulgente. (…) Aprendía que raras veces las personas mejoran cuando se les dice la verdad…Sólo si tienen la seria exigencia de ser mejores y conceden el derecho a la crítica.”



Edith Stein tenía también una inteligencia privilegiada, y con ella  busca la verdad desde pequeña. “Mi nostalgia por la verdad era mi única oración”, escribe refiriéndose a sus años de infancia y juventud, cuando aún no conocía la fe cristiana y las posibilidades del diálogo filial y confiado con Dios Padre.


El  empeño por la verdad  era tan fuerte y decidido que anota: “Por aquella época mi salud no iba muy bien a causa del combate espiritual que sufría en total secreto y sin ninguna ayuda humana.”



Más tarde definiría la verdad, siguiendo a su maestro Husserl, como  la luminosa certeza de lo que es o no es, un concepto rigurosamente separado del puro opinar o del ciego estar convencido.



La  “luminosa certeza” de la fe le llegó durante una lectura casual de la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús: “Cuando cerré el libro me dije: aquí está la verdad”. La honda y sincera  naturalidad con la que Teresa de Ávila abre su alma para contarnos la historia de su vida y de su relación con Dios, cambia para siempre la vida de Edith.  Descubrió que  Dios no es el dios de la ciencia, a secas. Dios es Amor. 


Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida: "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero; que no tenga ninguna verdad sin amor."




Una lectura sumamente enriquecedora, que ayuda a entender por qué Edith Stein, ahora santa Teresa Benedicta de la Cruz,  asesinada en Auschwitz por odio a la fe en 1942, es Patrona de Europa. 




De ella dijo Juan Pablo II: "una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo."




Europa anda necesitada de mujeres y hombre de un temple como el suyo: sinceros buscadores de la verdad, resueltos hacedores del bien. 







lunes, 5 de agosto de 2013

Maria Calvo: "Alteridad Sexual. La verdad intolerable"

                    




      
La profesora María Calvo explica el contenido de su último libro sobre la evidencia científica de la alteridad sexual hombre-mujer. Una verdad clara como el agua, que se empeñan en negar con dogmatismo los partidarios de la ideología de género. 

    Interesante su reflexión sobre las consecuencias nocivas para los niños.


                      

    
    



viernes, 2 de agosto de 2013

El secreto de la sonrisa


    



    ¿Por qué a veces nos cuesta tanto sonreir? Con expresividad mexicana, Lisette nos cuenta cómo ha encontrado el  secreto de la alegría y la sonrisa. 

                    










miércoles, 31 de julio de 2013

Comunicación amable y cercana. El Papa Francisco en Globo News.







No hay mamás por correspondencia... 

Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece... 

Nadie se muere la víspera... 

Simpática expresividad del Papa Francisco para comunicar con cercanía y sencillez. 

La entrevista aporta muchas ideas y pienso que vale la pena escucharla entera con calma. 

Es de las que dejan poso.


                    


martes, 30 de julio de 2013

El amable y claro estilo de comunicación del Papa

                





    Una escena en el ya tradicional encuentro informal del Papa con los periodistas acreditados en sus viajes. 

    Junto a la amabilidadcercanía, claridad en la exposición de la doctrina de la Iglesia católica. 

    Tres rasgos que han de estar siempre presentes en la comunicación de la Iglesia.



                     

sábado, 27 de julio de 2013

Mis prisiones. Silvio Pellico

Mis prisiones. Silvio Pellico






El escritor  italiano Silvio Pellico (1789-1854) fue detenido y encarcelado por la policía de Austria, acusado de ideas políticas liberales contrarias al régimen imperial. En este libro nos cuenta sus vivencias personales, centradas especialmente en los diez  años pasados en la cárcel.


La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos años.


Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo directo, esforzándose por  ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los juicios ajenos…  el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja poso.  Es lo que sucede con esta historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber leído algo que valía la pena.


**



Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más hondo.


Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.


Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:  

“Cada vez que yo oía aquellas amorosas reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida; las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a nuestros propios pensamientos.”


**


Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser  también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando  hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:  


"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."


El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."


**


Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas: 

"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos". 


**

Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo.  Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación. 

Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!" 

Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!




**


Pellico había sido carbonario,  y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral. 

Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."


**



Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)

Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física.  "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."


**

Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo: 

"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."

Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."







Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”