viernes, 13 de noviembre de 2020

El dilema de las redes

 

El dilema de las redes sociales. Documental. Netflix




 

Interesante documental de Netflix, que nos invita a repensar el uso de la tecnología, de la mano de algunos expertos de Silicon Valley, hondamente preocupados por la deriva del negocio digital, convertido hoy en una carrera por captar nuestra atención aun a costa de nuestra salud psíquica y social.

 

El uso de las redes y diversas plataformas digitales ¿nos está haciendo mejores personas, o por el contrario es fuente de distorsiones en nuestra conducta? Es evidente su negativa incidencia en la capacidad de concentración, dañada por la dispersión que provocan múltiples reclamos digitales. Pero también daña otros factores importantes para el ser humano: la calidad de las relaciones, el hábito de conversar, la disposición al diálogo con quienes piensan diferente, la amable y distendida convivencia social…

 

Se agradece que quienes han intervenido en el desarrollo de la tecnología digital se detengan a pensar en su impacto antropológico. Concluyen que al diseño de productos digitales le ha faltado la dimensión ética. Están pensados sólo para ganar dinero, y no para mejorar a las personas y a la sociedad.

 

El negocio digital, que comenzó diseñando programas para empresas, ahora se ha orientado a enganchar usuarios a la pantalla. Las redes compiten por nuestra atención, y ese tiempo de atención a la pantalla es el producto que venden a sus anunciantes. Y con nuestra atención, venden también imperceptibles cambios en la conducta y en nuestra percepción de la realidad.




 

El trabajo de los ingenieros digitales va dirigido directamente a enganchar con sus productos, a retenernos, empleando a fondo métodos psicológicos, sin importarles que provoquen adicción ni que esa adicción se traduzca en un empobrecimiento de las relaciones familiares y sociales. Hoy en cualquier familia con hijos pequeños la sencilla y amable conversación familiar es una práctica cada vez más difícil y traumática. Sucede también entre los mayores, usuarios compulsivos del móvil. 


Pero no sólo es adicción lo que provocan. También buscan cambiar directamente nuestra percepción de la realidad, y esto lo saben especialmente los grupos ideológicos y políticos, que compran el cambio que pueden provocar a través de las redes en lo que pensamos, lo que hacemos, la percepción de lo que somos. Las redes venden a los ideólogos su capacidad de provocar cambios de manera gradual. Ganan fortunas con su poder de transformar nuestra conducta según el gusto de sus anunciantes, no siempre visibles.


Las tecnologías basadas en la persuasión no son meras herramientas pacíficas.  Explotan nuestras vulnerabilidades sicológicas. Como señala uno de los expertos del documental, "sólo hay dos industrias que llamen “usuarios” a sus consumidores: la droga y el software."


Las redes, apoyadas en una inusitada capacidad de almacenamiento de datos, conocen nuestros gustos, el tiempo que pasamos mirando cada imagen, con quién hablamos, de qué nos gusta hablar... Ese cúmulo de datos, manejado por algoritmos, se convierte en una poderosa fuente de predicción de la conducta. Con esos modelos predictivos comercian las redes. Cada me gusta, cada retuiteo, cada perfil que vemos… les da pie para predecir lo que vamos a mirar la próxima vez, lo que nos puede interesar, adónde nos gustaría hacer viajar. Venden esa predicción a quienes ofrecen productos o servicios, o a grupos políticos o ideológicos, cuyos mensajes aparecen como por arte de magia en nuestras pantallas. Nos vigilan, y así ha nacido el nuevo “capitalismo de vigilancia.”


En este proceso, a la vez que nos retienen, nos van encerrando en un círculo vicioso de retroalimentación de la conducta, que acaba siendo atosigante. Quizá no se lo proponen, pero de hecho nos polarizan, porque les interesa: el sistema nos aísla de quienes tienen otros gustos, otras ideas, que recibirán otros mensajes publicitarios distintos.  Y así, lo que nació para facilitar el diálogo social, en realidad nos separa de los demás, nos polariza en nuestras posiciones, nos hace menos comunicativos y acaba crispando las relaciones.


Las redes aparentan un equilibrio de posiciones: puedes optar por quien quieras. Pero en realidad alteran el campo de juego: hacen que sea más difícil un tipo de conducta que otro. En cuanto detectan que hemos visto algo sobre tal teoría, alimentan nuestra cuenta con más partidarios de esa teoría, con videos y noticias defendiéndola. Así retienen nuestra atención, y pueden venderla. Pero a la vez están encerrándonos en esa posición, hay que proponérselo seriamente para ver otras opciones. No les importa que se trate de una teoría buena o falsa, agresiva o insana, sino retenernos ahí para publicitar a sus anunciantes, que pueden ser editores de libros, de videos, o grupos ideológicos.


También nos pueden hacer creer que una determinada opción la sigue poca gente, que la mayoría sigue esta otra. Así nos arrastran hacia una posición que interesa a los ingenieros de la persuasión. Esa misma manipulación puede ser alimentada por un país para desestabilizar a otro, difundiendo mensajes que radicalizan a los bandos de diversos partidos, aumentando así los enfrentamientos: comienzan en las redes, pero acaban en los parlamentos y en las calles. Esto ha pasado en todos los países recientemente desestabilizados: las redes sociales han sido un factor determinante.


Los expertos ven una clara relación entre el uso compulsivo de la tecnología y la depresión y el suicidio juvenil. Y es que se acaba confundiendo un like con el verdadero valor: “eso nos deja más vacíos, más frágiles, más ansiosos, más deprimidos… Los likes actúan como el chupete digital sin el que los adultos no pueden vivir ni dormir.”


Facebook quizá es la red que sale peor parada por el daño que provoca. Nos rodea de gente que piensa como nosotros, nos envía las noticias que piensa que nos gustarán… y nos encierra en un submundo muy diferente del mundo real. Y a los que piensan diferente les encierra en otro submundo, también distinto del real. 


En el mundo real convivimos y dialogamos con todo tipo de personas, y así es como se construye la convivencia pacífica: conviviendo con el diferente. Facebook polariza y radicaliza, si uno no toma precauciones. La “amistad” en Facebook suele tener poco de verdadera amistad. El control ansioso del número de seguidores, al que tantos han vinculado su autoestima, es claramente perjudicial. También twitter tiene algo de esos problemas. Además, en twitter las noticias falsas se difunden mucho más rápido que las verdaderas: algo falla.

 

Es interesante la reflexión sobre el alcance del poder de la tecnología sobre la persona. No ha superado nuestra inteligencia, pero sí sobrepasa fácilmente nuestras debilidades, tiene un gran poder para exacerbar nuestra vanidad, nuestra tendencia al dominio y a la radicalización…

 

Por eso las redes suponen un verdadero jaque a nuestra humanidad, porque tienen capacidad de emerger lo peor de nosotros. Necesitamos productos diseñados para facilitar nuestra capacidad de hacer el bien, de acceder a la verdad, de relaciones sociales más humanas en la vida real.  Y eso requiere tener presente la dimensión ética de la persona.

 

Si no queremos perder ese valor intrínsecamente humano que es la sociabilidad necesitamos usar mejor las tecnologías, y exigir a quienes las diseñan que la ética impere por encima de la rentabilidad. Eso es lo que se plantean los personajes de este sugerente documental. Junto al “¿qué hemos hecho mal?”, es preciso desarrollar más el “¿qué debemos hacer?” para convertir las redes en instrumentos de humanización social.

 

Una cuestión básica es reconocer que la inteligencia artificial no puede solucionar el problema de las noticias falsas, de la mentira: ese es un problema previo, humano: la verdad, y con ella la libertad de la persona, es incompatible con la mentira. 


No podemos dejar la verdad a merced de los algoritmos que unos pocos ingenieros introducen cada día en sus poderosos ordenadores en un rincón de América, para que miles de millones de personas vean en todo el mundo simultáneamente las noticias que ellos han decidido que veamos, y no otras quizá más importantes, o más dignas de confianza. Eso requiere un sano distanciamiento de las redes y ejercer una presión masiva para que la verdad y el bien sean respetados. 

 

            

jueves, 12 de noviembre de 2020

La golosina visual

 

La golosina visual. Ignacio Ramonet. Ed. Temas de debate       

              


Colección de ensayos entorno a la influencia social del cine, la publicidad y la televisión, con recuerdos históricos del efecto que tuvieron sobre las masas algunas películas y programas para la pequeña pantalla.

 

A pesar del espectacular desarrollo de los medios desde la época a la que se refiere (segunda mitad del siglo XX), en la que la tecnología apenas iniciaba su camino, son interesantes las referencias a las diversas formas de manipulación que por desgracia siempre han tentado a productores y guionistas.

 

Falsificación de noticias en los telediarios o en programas de “información” especial, contenidos y evolución de formatos de los spots televisivos, el cine militante, el tratamiento de la guerra de Vietnam, el sinuoso e influyente mundo de Hollywood, no siempre abierto a la libertad y al pluralismo…

 

Ramonet aporta datos que permiten entender mejor la historia de la comunicación, y ayudan a desarrollar un sano y necesario sentido crítico ante lo que nos intentan vender los medios y las pantallas, presentando como noticia lo que en realidad es una falsedad, o como valor incontestable lo que no es sino imposición ideológica que sutil o burdamente intenta manipular nuestros sentimientos

 

El exponencial desarrollo de la tecnología y las técnicas de persuasión digital, inconcebible a finales del siglo XX, hacen todavía más necesario conocer la historia de la manipulación informativa y cultural. 


Aunque el libro es muy anterior, es significativo  el reciente documental de Netflix El dilema de las redes, que aflora la preocupación de numerosos creadores de plataformas digitales, ante su creciente poder de manipulación y adicción. Son verdaderas atrapa-mentes.

 

En nuestros días, un ciudadano que aspire a no ser engañado por el poder político o mediático necesita ser en cierta medida experto en comunicación, para ejercer ese sano contrapoder que consiste en la capacidad de detectar las manipulaciones.





Una pequeña muestra de algunos datos que aporta Ramonet en su libro:

 

Es interesante por ejemplo conocer el caso de Michael Born,  tristemente famoso por falsificar reportajes que fueron emitidos durante años por el semanario y la cadena televisiva alemana Stern.

 

Dato que también debería conocer el público es el enorme gasto de publicidad de las películas americanas, que alcanza como promedio hasta un 40% del presupuesto de producción.

 

O la vida antes de los avances tecnológicos: antes de que existiera el video, los spots (anuncios publicitarios de corta duración) se hacían en directo:  unos actores irrumpían en el plató en pleno programa informativo, o en mitad de la escena de una obra de teatro, interrumpiendo en vivo el programa que se estaba emitiendo...

 

El manejo del humor en la publicidad: “el spot tiende a hacer reír, porque la risa es la máxima comunicación.”

 

El spot rinde culto al objeto (alimenticio, o de higiene ...) no tanto por los servicios prácticos que puede prestar, sino por la imagen social que de sí mismos puedan llegar a obtener los consumidores: promete bienestar, confort, felicidad y éxito. No venden jabón, sino belleza; no un automóvil, sino prestigio: venden nivel social. En realidad, el arte publicitario consiste en la invención de comunicaciones persuasivas, que no sean verdaderas ni falsas.

 

La publicidad siempre ha intentado nuevas formas persuasivas en el límite de lo ético: “Lo que orienta nuestro trabajo es fabricar mentes”, confesaba el teórico de la publicidad Ernst Dichter.

 

Las técnicas de persuasión no sólo están presentes en la publicidad. También en el cine: las películas venden formas de vivir; la publicidad, productos concretos. Y lo hacen con un alcance que ya en el siglo XX era inusitado: las series de televisión USA han tenido una difusión más universal que la Biblia o el Corán, afirma, cambiando estilos de vida de sociedades enteras.

 

Interesantes comentarios sobre el cine militante, dirigido a la propaganda ideológica. El activista Daniel Cohn-Bendit declaraba que “no podemos plantear una intervención global en la sociedad sin recurrir al cine.” Aunque no siempre los efectos eran los deseados: el cine de ensayo o militante, muy de moda durante unos años en la izquierda cultural, “puede lograr que ver una de sus películas llegue a ser una práctica cultural represiva y asfixiante”, porque nadie tenía valor para abandonar la sala, por no ser tachado de retrógrado...

Sobre este tema, ver también Derecho a la información.

 

 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

La Valencia Occitana

Lluís Fornés. La Valéncia Occitana. Ed Ajuntament de Valencia       


 

Ensayo sobre los orígenes de la lengua y cultura valenciana, que el autor sitúa en el Languedoc francés. La lengua de Oc, afirma, avanzó lentamente hacia Valencia con la reconquista, que discurría sobre todo por la Cataluña occidental y Aragón.

 

En su avance los reyes de Aragón contaron con un fuerte apoyo de caballeros franceses con sus huestes, y tras ellos de repobladores francos. Según crónicas árabes, citadas por Pilar García Mouton, sólo en el sitio y toma de Zaragoza en 1118 intervinieron 50.000 francos, convocados por el rey Alfonso I el Batallador. Muchos de ellos fueron asentándose en territorios conquistados, y ellos y sus descendientes bajaban hacia el sur en busca de lugares más ricos y fértiles.

 

 La lengua de Oc estaba fuertemente asentada en la corte del rey Don Jaime, ya que él mismo nació y pasó sus primeros años en Montpellier, y tuvo el occitano como lengua materna. Su madre era María de Montpellier



 

Desde el rey don Jaime de Aragón hubo entre Valencia y Occitania (La Provenza, Tolosa, Limoge,...) unos lazos muy fuertes, en directo, al margen de Cataluña. Por ejemplo, según estudios, los antepasados de Ausias March procedían de Marsella, y como otros muchos compatriotas fueron estableciendo posesiones más al sur a medida que avanzaba la reconquista cristiana. Ausias habría nacido en una ciudad de Aragón, y se crió en las posesiones heredadas por su padre entre Gandía y Beniarjó.

 

Fornés sitúa el origen del catalanismo, que defiende que el valenciano procede del catalán, en una invención interesada de la Renaixença barceloní del siglo XIX, con fines político-económicos, para extender su área de influencia en la península. La teoría catalanista se ha extendido desde entonces en territorios valencianos, apoyada tanto por un empeño constante de la burguesía catalana, que ha sabido instrumentar apoyos políticos y no ha escatimado medios económicos, como por uno de los defectos colectivos de los valencianos: la dejadez o meninfotismo hacia los asuntos propios.

 

El hermanamiento entre los pueblos es más fructífero cuanto más cuidado pone cada uno en conocer y cuidar sus propias raíces. Es de las raíces de donde surge la identidad, y con ella los valores que puede aportar al conjunto. Hacer tabla rasa acaba siendo empobrecedor para todos.

 

 


martes, 10 de noviembre de 2020

 

Dios y audacia. Mi juventud junto a San Josemaría.  

Julián Herranz. Ed Rialp




    Recuerdos llenos de viveza de los 22 años que el autor convivió con san Josemaría, fundador del Opus Dei, trabajando en la sede central de la prelatura en Roma. 


    Nacido en Baena (Córdoba, España) en 1930, solicitó la admisión en el Opus Dei mientras realizaba los estudios de Medicina. Poco después de concluirlos se trasladó a Roma, realizó los estudios teológicos en el Seminario Internacional de la prelatura y se doctoró en Derecho Canónico. 


    Ordenado sacerdote en 1955, en 1960 fue llamado por la Santa Sede para colaborar como experto en el Concilio Vaticano II y en la posterior reforma legislativa. San Juan Pablo II le ordenó obispo en 1991, y fue creado cardenal en 2003.


    En este libro, el cardenal Herranz rememora sus años jóvenes, en los que conoció a san Josemaría, y la enseñanza viva y práctica que aprendió junto a él, especialmente durante sus trabajos de colaboración estrecha en la sede central del Opus Dei en Roma. 


    Entre otras tareas, Herranz recibió el encargo de poner en marcha las Oficinas de Información del Opus Dei en todos los países donde la Obra comenzaba a desarrollar su labor evangelizadora, para que periodistas y profesionales de la comunicación tuvieran acceso ágil y transparente a las actividades de la prelatura. Fue uno de los aspectos en los que san Josemaría manifestó visión de futuro y actuó como pionero. 


    La narración es una secuencia de anécdotas personales, que iluminan de cerca aspectos del modo de ser y la viva personalidad de san Josemaría: su comprensión paternal hacia las deficiencias de sus jóvenes colaboradores, el entrañable clima de confianza que sabía inspirar,  su alegría y buen humor, su prudencia en el gobierno, su amor a la libertad, su perdón y comprensión hacia quienes difundían errores sobre la Iglesia o el Opus Dei,... 


    Define a san Josemaría como un hombre enamorado de Dios, a quien debe "mi encuentro personal con Cristo, y la vocación a seguirlo sin condiciones. Él fue el instrumento de Dios para hacerme feliz."

    

    Al recoger frases escuchadas personalmente, de su predicación o de encuentros cercanos en ambiente familiar, es fácil hacerse cargo del hondo sentido de misión que transmitía san Josemaría de manera amable, viva, constante, impregnada de ese espíritu peculiar que Dios ha querido para el Opus Dei. Abierto a todo tipo de personas, como expresa este comentario de una predicación del fndador que recoge Herranz: 

    "Id a la oveja que se ha ido o a la que se quiere perder. ¡Ve Tú mismo detrás de ellos! Buen Pastor, Jesús, cargados sobre tus hombros... ¡que se reproduzca aquella figura amabilísima de las catacumbas!


    Sabía sacar punta sobrenatural a situaciones normales de la vida, enseñando así a "elevar el punto de mira" a quienes tenía cerca. Una muestra:  cuando Julián Herranz tuvo que llevar unos días un parche en el ojo a consecuencia de la operación de un pequeño quiste, comentó con sentido del humor: 

    "¿Qué tal está mi pirata? Hazle caso al médico y no leas mucho. Mira, hijo mío, qué poca cosa somos: nos tapan un ojo y perdemos el relieve de las cosas. Eso les pasa a las almas que pierden la visión sobrenatural. Tú... no seas nunca un pirata de la vida interior."


    Destaca también el amor a la libertad, el respeto a las opiniones de los demás aunque difieran de la propia, un tema en que el fundador, y quienes colaboraban con él en las oficinas de información, tuvo que emplearse a fondo para hacerlo entender. Era necesario  explicar y defender la libertad de los miembros de la Obra en opciones temporales, aspecto esencial para el Opus Dei y no siempre entendido por mentalidades de partido único.  


    Un aspecto muy unido al amor a la libertad, como un corolario, es la independencia política de las personas del Opus Dei. San Josemaría lo explicaba una y otra vez: 

    "Parece que no comprenden que la Obra, que el Señor en su bondad infinita ha querido poner sobre mis hombros, tiene exclusivamente fines religiosos y espirituales: y en todo lo que no sea eso, en lo temporal, cada socio decide su conducta libérrimamente según los dictados de su conciencia, con completa libertad –insisto- y con responsabilidad personal. No soy cabeza de nada político: soy sacerdote de Cristo, y basta. Por eso hay un pluralismo evidente en el modo de pensar y obrar de todos los hijos míos de los cinco continentes, sin que ninguno tenga que sujetarse ni al más mínimo consejo en sus asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc."


    En otro momento recoge Herranz: 

    "Para los problemas humanos siempre hay muchas soluciones diversas: varias son igualmente válidas; y otras que lo son más o que lo son menos; pero muchas que no son malas. ¿Por qué vamos a obligar a seguir una determinada? ¡No hay dogmas humanos: no os lo creáis!"


    Y también:

    "Convenceos que en las cosas humanas hay muchas maneras, muchas maneras dignas, muchas maneras buenas -unas más buenas, otras menos buenas, según la simpatía o la forma de cabeza de cada uno- pero que dentro de todo esto nosotros tenemos que defender, como una manifestación de nuestro espíritu, la libertad personal y una cosa democrática. 

¿Hablo de política? No. Hablo de cosas doctrinales. Luego aquí no hay tiranía y yo no tolero tiranos. Querría que cogierais muy bien este criterio: en ninguna cosa terrena hay un camino solo, porque esto sería dogmático. En las cosas terrenas no hay dogmas. Se dice en mi tierra que por todos los caminos se va a Roma... ¡Libertad en las cosas temporales! ¡No hay un sólo camino! 

Y después os tengo que decir que conozco bastante gente que piensa que la realidad de un país de un momento exige sólo una determinada solución temporal, y sin embargo yo conozco entre ellos gente maravillosa. Ahora, yo no estoy de acuerdo con ellos, a no ser que esto sea por muy poco tiempo, como cuando se enyesa una pierna o un brazo. Esto ya es teoría mía, pero es común y es clara.


   

El cardenal Herranz con el papa Francisco


    La lectura resulta agradable y se hace corta, y en algún momento trae a la memoria secuencias de la película de Roland Joffe "There be dragons". 


    La calidad del autor y de su estilo literario convierten el libro en una estimulante fuente de historias inspiradoras para la vida. En este enlace se puede leer una selección de frases del libro.  

viernes, 23 de octubre de 2020

 

Diplomático en el Madrid rojo. Félix Schlayer. Ed. Espuela de Plata



El ingeniero alemán Félix Schlayer era cónsul de Noruega en España cuando estalló la guerra civil. En este libro, publicado en 1938, poco después de abandonar España, narra los dramáticos acontecimientos que presenció y protagonizó durante el primer año de la guerra, y la ingente labor humanitaria llevada a cabo por el Cuerpo Diplomático para intentar proteger a miles de personas que huían aterrorizadas de la sangrienta persecución desatada por milicias anarquistas y comunistas, ante la inacción del gobierno, que en realidad, según los datos que aporta Schlayer, instigaba los crímenes.

 

Ante las protestas diplomáticas, miembros del gobierno alegaban que se trataba de elementos descontrolados. La realidad que constataba Schlayer  era que, cuando no se trataba de crímenes instigados directamente por las autoridades, “el gobierno carecía de la fuerza y del valor suficientes para hacer frente a la bestialidad de las masas que su propaganda había desatado.”


Diego Martínez Barrio

 

Cuando Martínez Barrio, Gran Oriente de la Masonería, acobardado por el cariz de los acontecimientos, cedió la Presidencia del Gobierno a José Giral, éste “no sólo entregó las armas al pueblo, sino que les estimuló a usarlas para eliminar a sus enemigos.” A partir de ese momento, asegura, "no hubo Magistrados que administraran justicia, pues precisamente fueron los magistrados los primeros eliminados."

 

Bastaba una denuncia anónima (“es de derechas”, “es católico de Misa”…) hecha por alguna persona vengativa o depravada, para encarcelar, asesinar y expoliar a cualquier familia. La vigilancia de las prisiones la asumieron milicianos de los partidos, socialistas, comunistas y anarquistas. Los funcionarios de prisiones del Estado fueron marginados, o asesinados directamente si eran de derechas o se les uponía "simpatizantes".

 

Como prueba de la connivencia del gobierno con los asesinos, cuenta Schlayer que tras una conversación con el ministro socialista Alvarez del Vayo, para informarle de los cientos de asesinatos que se habían cometido la víspera en las calles cercanas a la embajada de Noruega, en los días siguientes dejaron de producirse asesinatos en esas calles, pero sencillamente porque los asesinos comenzaron a llevar a sus víctimas a las afueras de la ciudad. La “impotencia del Gobierno” ante la carnicería desatada era fingida, afirma Schlayer. Se trataba de una consigna: alegar que no podían frenarla y que era culpa de los “excesos de los rebeldes” que se habían quedado con todas las tropas.


Félix Schlayer, embajador de Noruega en Madrid

La narración, sobria y detallada, permite ver la valiente implicación de Schlayer. Pudiendo haber abandonado España, como hicieron otros muchos diplomáticos y ciudadanos extranjeros, quiso quedarse para intentar ayudar a tanta gente aterrada e indefensa que buscaba refugio. El relato trata de mantenerse objetivo y neutral, como corresponde a un diplomático, y se percibe el esfuerzo por moderar el lenguaje cuando tiene que describir hechos execrables, directamente presenciados por él, o de los que le llegaba información de testigos presenciales. Su sentido de la justicia y su humanidad se rebelaban y procuraba actuar e interceder.


Un testigo molesto 

Schlayer llegó a convertirse en un personaje molesto para el gobierno rojo. Hay que recordar que el término “rojo” no era despectivo para el bando republicano: así se autodenominaba su gobierno o su ejército; en esos años lo preferían al término “republicano”. 


El embajador noruego, jugándose la vida, acudía a los lugares más peligrosos y no podía dejar de denunciar lo que veía: fusilamientos sin juicio, torturas en las checas, violaciones, saqueos, culatazos e insultos groseros a las mujeres e hijas de los detenidos en las cárceles cuando iban a llevarles comida.

 

En junio de 1937 el Director General de Prisiones denegó a Schlayer el permiso para seguir visitando las cárceles: era un testigo demasiado incómodo. Se extendió la prohibición a todo el Cuerpo Diplomático. El embajador, que se estaba jugando la vida para proteger a cientos de personas que iban a ser asesinadas,  finalmente él mismo tuvo que huir del país cuando supo que se había emitido contra él una orden de detención con falsos pretextos: estuvo a punto de ser arrebatado del vapor francés en el que huía, por los mismos policías que poco antes habían asesinado a un funcionario de la embajada belga, Borchgrave, que se ocupaba de atender a refugiados.


 Ejemplar y arriesgada labor humanitaria del Cuerpo Diplomático

El Cuerpo Diplomático, narra Schlayer, se vio abrumado ante los miles de personas inocentes que acudían a las embajadas huyendo de una muerte segura. Da testimonio de que todas las personas que acogió en la embajada noruega se significaban por llevar una vida de trabajo y respeto a los demás, y eran perseguidas simplemente por sus ideas políticas o por ser católicas. 


“Nunca se había dado en la Europa civilizada tal carencia absoluta de derechos para tantos miles de personas.” Obviamente no incluye en esa Europa civilizada a la Rusia de Lenin y Stalin. Y todavía no había comenzado lo que poco después estalló en la Alemania nazi.

  

Schlayer escribe con orgullo profesional que la guerra civil española demostró al mundo que la Diplomacia está para algo más que para funciones protocolarias. Se trataba “de evitar ejecuciones clandestinas, obtener la libertad de aquellas gentes contra la que no existía acusación formal alguna, de ejercer el derecho de asilo, en una medida tan amplia como nunca se había visto entre pueblos civilizados.”


Locura persecutoria en las calles 


El rasgo más característico de la revolución, afirma, fue la locura persecutoria en las calles. “Grupos de bandidos” instalaban cárceles privadas en las que maltrataban brutalmente a hombres y mujeres sin que nadie frenara violaciones y asesinatos. Con la aprobación del Gobierno se organizó una matanza de políticos y militares en la cárcel Modelo, a cargo de milicianos comunistas y anarquistas, que disparaban fríamente después de despojar a sus víctimas de sus pertenencias.

 

La policía con frecuencia entregaba a los milicianos “certificados de libertad” para presos concretos, que eran sacados de la cárcel y directamente asesinados. Así en el registro sólo constaba que habían sido puestos en libertad.

 

Muchos Guardias civiles con antigüedad fueron encarcelados y asesinados, y se creó la Guardia Nacional con gente próxima a los partidos del gobierno y otros guardias civiles que habían sido expulsados del Cuerpo por mala conducta.

 

De acuerdo con la opinión generalizada de los historiadores, afirma que Madrid habría caído en poder de los nacionales en los primeros días de su ofensiva: de hecho estaban ya dentro de la capital. Sólo fueron frenados por la llegada de las Brigadas Internacionales, soldados extranjeros experimentados y con buen armamento, que se hicieron fuertes en la Cárcel Modelo en noviembre de 1936.

Cementerio de Paracuellos del Jarama


 Paracuellos del Jarama, el Katyn español

Para dejar espacio libre a las Brigadas en la Cárcel Modelo, se sacó a los presos: más de 1.200 fueron llevados a Paracuellos del Jarama y allí fusilados “por el mismo método sanguinario que usaron los comunistas rusos en las fosas de Katyn. Ninguno de ellos tenía delito alguno, simplemente habían sido tomados como rehenes. ¿Hay excusa para un gobierno que se atreve a inducir a esas atrocidades?” Schlayer constata que el gobierno obedecía directrices de Moscú, y utilizaba los mismos métodos. En realidad, como muestra en otros pasajes, quienes mandaban en España eran ya los generales y comisarios de la Rusia stalinista.

 

Las mujeres encarceladas se enteraron de que en los supuestos “traslados de prisión” o “puestas en libertad” eran esperadas por milicianos al acecho, que las asaltaban y asesinaban. Acudieron en petición de socorro al Cuerpo Diplomático, que se asignó la tarea de acompañar a sus casas a las liberadas siempre que pudo.


Los diplomáticos se reunían en la embajada de Chile, allí intercambiaban información y lograron coordinar una ejemplar labor humanitaria, aunque ni mucho menos suficiente. Esa unidad y cohesión humanitaria del Cuerpo Diplomático molestaba enormemente al gobierno. No fue fácil proteger las legaciones, porque los milicianos “estaban acostumbrados a no respetar otra autoridad que sus pistolas”, e irrumpían en todas partes para ejecutar lo que denomina “sus lucrativos registros”.

 

En los primeros días de la guerra se desató una ridícula carrera entre gobierno, partidos y sindicatos para ver quién colocaba antes el cartel de “Requisado por…” en las mejores casas. A los inquilinos que no echaban de sus casas les obligaban a pagar un alquiler, a veces a cada una de las organizaciones que había colgado su cartel.

  

 Las reclamaciones al Gobierno no servían de nada. Los diplomáticos informaban a sus respectivos Gobiernos de los asesinatos organizados, de los robos y atropellos, y de la penosa deriva y desprestigio del Gobierno rojo, que había dejado las cárceles en manos de asesinos, y a los presos políticos totalmente desprotegidos en manos de milicianos anarquistas y comunistas.

 

Los diplomáticos comprobaron que los asesinatos se ejecutaban muchas veces con las firmas de Organismos del Gobierno y el beneplácito de Ministros y Directores Generales. Fueron especialmente crueles en noviembre de 1936. Una nota de protesta del Cuerpo Diplomático al Gobierno fue contestada por éste con amenazas bajo la “acusación” de albergar refugiados. Desde ese momento Schlayer, autor moral de la nota de protesta, se sintió en el punto de mira del gobierno republicano.


Francisco Largo Caballero

Largo Caballero entregó a Rusia la soberanía española


Schlayer señala a Largo Caballero y a Galarza como los dirigentes republicanos que más promovieron los crímenes. A propósito del convenio con Rusia firmado por Largo Caballero, Schlayer escuchó este comentario de un embajador filocomunista, que había leído el convenio: “Nunca me sentiría con valor para proponer a otro pueblo un tratado por el que éste tuviera que renunciar totalmente a su soberanía.” De hecho los generales rusos eran quienes daban las órdenes. Por su parte el embajador ruso trató sin éxito de romper la unidad del Cuerpo Diplomático, y tras una sesión vergonzosa en la que insistió en negar evidencias no volvió a reunirse con sus colegas.

 

Señala también a Álvarez del Vayo como responsable de la orden de atentar contra un avión francés en el que viajaba el Delegado de Cruz Roja. Éste se dirigía a una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones en Ginebra, para informar de los asesinatos de detenidos que estaban teniendo lugar en zona roja. El avión fue ametrallado, y aunque pudo volver a aterrizar murió uno de los tripulantes y otro resultó gravemente herido. La prensa roja, recuerda el embajador, señaló como responsable a la aviación nacional, cuando los presentes habían visto con sus propios ojos los distintivos del Gobierno rojo en el avión atacante. Los historiadores asignan a Álvarez del Vayo oscuras sombras sobre su integridad y su vasallaje al comunismo de Moscú.

 

Sobre Santiago Carrillo es igualmente duro su juicio: como era Director General de la Policía, acudió a preguntarle por el abogado de la embajada, Ricardo de la Cierva, detenido en la Cárcel Modelo y arrebatado allí por los milicianos. Carrillo dijo no saber nada, dio promesas de buena voluntad y cuando el cónsul le dijo que sabía de las sacas de presos para fusilar que se estaban llevando a cabo, Carrillo respondió con cinismo, mostrando que estaba perfectamente enterado.

 

Carrillo contó a la representación diplomática cuál era el plan del gobierno ante el avance de los nacionales: defender Madrid hasta que no quedara piedra sobre piedra. El embajador anota su opinión al respecto: “Ese es el espíritu que domina en los dirigentes rojos españoles. La destrucción es, en todos los campos, parte importante de su programa, y es la envidia y el resentimiento su móvil esencial.” Preferían destruir todo antes de que los otros pudieran usarlo, y atribuirían la destrucción al enemigo, pero ellos sembrarían todo de minas y “antes de entregarlo volará todo por los aires.”

 

El embajador es buen observador y reflexiona sobre el carácter hispano. “El español, salvo pocas excepciones, es noble, digno, incluso de corazón bondadoso, si se le sabe llevar (…) Lo que pierde a los españoles es su sensibilidad ante lo que puede parecer ridículo. En cuanto se reúnen varios, cada cual en la conversación se reserva para conocer la opinión de los demás, y entonces, aunque tenga que reprimir sus buenos sentimientos, y por miedo a que se rían de él, se manifiesta con un egoísmo todo lo exagerado que estima conveniente para aparentar ser superior a los demás, sin discriminar si ello es bueno o malo.”

 

El miedo al que dirán, la falta de personalidad para afirmar ante los demás lo que se percibe como bueno o malo, el pavor a sentirse aislado al verse en minoría ante un grupo violento, arrastraron a muchos a la barbarie. 


Se desató la caza del hombre

El embajador aporta testimonios penosos presenciados por él. “Entre los habitantes del pueblo (un pueblo al que había viajado con frecuencia), antes pacíficos y correctos, cundía la bestialidad como un contagio. Empezaron a tomarle gusto a la caza del hombre. Tales eran los frutos de la educación bolchevique: el hombre se transforma en hiena. La revolución roja bestializó a sectores enteros de la población (…) No es extraño que tras la conquista de los territorios rojos tuviera que seguir la acción severa de tribunales de lo penal, ante la necesidad de extraer tal veneno del cuerpo social, si se quería que éste sanara en el futuro.”

 

En un país en el que hasta poco antes todo el mundo se descubría al pasar junto a un coche fúnebre, los “paseos” destruyeron el respeto a la vida de los demás, también en los que acudían a contemplar el “botín” de las cacerías nocturnas.

 

Según sus datos, en Madrid cada noche entre finales de julio y mediados de diciembre de 1936 se producían entre cien y trescientos “paseos”, con una cifra total no inferior a los 40.000 asesinatos sin proceso judicial alguno. En toda España esa cifra fue de 300.000. 


En la zona nacional hubo también desmanes, pero casi siempre a los causantes se les juzgaba y condenaba. Supo por ejemplo del fusilamiento en Salamanca de ocho falangistas, juzgados por un Tribunal de Guerra que los condenó a muerte por crímenes durante las primeras semanas de la guerra. Sin embargo, afirma, en la zona roja todo se convertía en una orgía de pillaje y muerte.


 Asesinatos crueles de personas inofensivas

Fue especialmente cruel la caza desatada contra los católicos, hombres y mujeres asesinados simplemente por su fe. Schlayer narra incrédulo el cruel asesinato  de un grupo de monjas inofensivas: una de ellas recriminó a los milicianos por la vergüenza de que siendo hombres iban a asesinar a mujeres indefensas. Le tomaron la palabra a la monja, pero como ninguna mujer del pueblo estaba dispuesta, llamaron a Madrid y les enviaron a las seis peores criminales recién salidas de la cárcel para que cumplieran “la misión”. En otros lugares los milicianos no se andaban con tantos remilgos, y esas muertes solían ir precedidas de torturas inhumanas.

 

Con la camioneta de la legación viajaba a los pueblos de los alrededores de Madrid en busca de provisiones, y fue testigo también de la estrategia que se seguía en zona roja -así se autodenominaban los republicanos- con la población, en la que “se fomentaba el odio y terror a los nacionales acusándoles de proceder bestial, y obligándoles a abandonar los pueblos” antes de que fueran conquistados. “Al que se quede lo fusilamos”.


Parecía que más que resolver la guerra, buscaban desatar una furiosa revolución bolchevique


A su juicio buscaban “convertir al pueblo a la ideología roja. No era la guerra, sino la política roja”, y les resultaba más fácil crear adeptos si la población se angustiaba por el miedo, el hambre y el desarraigo. De hecho, juzga que el Gobierno republicano, durante las primeras semanas de la guerra, se dedicó a desatar una rabiosa revolución bolchevique, más que a resolver la guerra.

 

El desorden y la indisciplina se desató en toda la zona roja, y era frecuente que los milicianos amenazaran a sus propios oficiales con dispararles cuando las órdenes no eran de su agrado. De hecho, la prolongación de la guerra se debió sólo a la presencia de las Brigadas Internacionales, que traían buen armamento y estaban  mandadas por oficiales rusos, y algunos oficiales legionarios franceses, que imponían una férrea disciplina. Sin ellos piensa el cónsul que los milicianos se habrían dispersado a finales de 1936 y la guerra habría concluido. Pero la Rusia bolchevique no quería soltar la apetitosa presa que suponía España para ampliar su hegemonía a través de la Internacional comunista. Le parece ridículo que no se percataran de esa intención las democracias occidentales.

 

Cuando Franco y la Cruz Roja Internacional solicitaron que se concentrara la población en una zona determinada de Madrid, el gobierno republicano se negó: en el fondo deseaba usar a la población como escudo humano, y airear las víctimas civiles en la prensa internacional, presentando alos nacionales como asesinos. Sin embargo, trasladaron oficinas, personal y suministros del Gobierno y del ejército rojo a una zona que observaron que nunca bombardeaban los nacionales por respeto a la población civil.

 

Pudo comprobar un detalle a su juicio sintomático del tipo de régimen que se estaba instaurando a cada lado del frente. En la primavera de 1937, entre Madrid y Valencia había instalados 9 puestos de control que examinaban a fondo la documentación de todos los pasajeros. En cambio, en la zona nacional se podía recorrer cientos de kilómetros sin que nadie te diese el alto. En la España roja dominaba la desconfianza y el afán inquisitorial, en contraste con la blanca. Y esto “sin duda hablaba de la actitud de la población ante cada uno de los sistemas.”


Ruinas del Alcázar e Toledo tras el asedio. 


Tremenda y significativa la escena del teniente coronel Rojo, General Jefe del Estado Mayor del ejército republicano, parlamentando con el coronel Moscardó, sitiado con algunos de sus hombres en el Alcázar de Toledo: “Pienso como vosotros, pero tengo a mi mujer y a seis hijos en manos de los rojos y no quiero verles fusilados.” Y eso es lo que hicieron con el hijo del coronel Moscardó: “fue fusilado por orden del Comandante local socialista porque su padre se negaba a entregar el Alcázar.” Se conserva el Diario de Operaciones del Alcázar. 



Dolores Ibarruri, la Pasionaria


La Pasionaria: "No cabe más solución que la de que una mitad extermine a la otra."

El Encargado de Negocios de Noruega entendió lo que estaba pasando cuando en 1937 coincidió en Valencia con La Pasionaria, diputada comunista, que con rotundidad le dijo: “¡Nunca podrán convivir las dos mitades de España. No cabe más solución que la de que una mitad extermine a la otra!”. El procedimiento bolchevique de exterminio de masas que aplicaron los comunistas en zona roja le quedó desvelado. Tener una empresa con varios obreros, por ejemplo, era motivo de persecución. Pocos en el gobierno -quizá sólo Negrín, añade- trataron de hacer ver que esa política sólo conducía a un desastre para todo el pueblo. 

Pero también el odio admite sanación. Al final de su vida Dolores Ibarruri, la Pasionaria, volvió a abrazar la fe católica. 


Necesitamos fuentes fiables para conocer  la historia

Pienso que este libro de Félix Schlayer  aporta una descripción viva y fiable, que recomiendo porque procede de un testigo desapasionado, y complementa otras visiones que se suelen dar de lo acontecido en esos trágicos años. 


Recordar la historia, con una aproximación lo más objetiva y desapasionada posible a los hechos, es necesario para conocer la verdad y evitar que se repitan actuaciones erráticas o malvadas. No se trata de recordar para avivar el odio, pues eso sólo desata espirales de violencia y arroja veneno a la convivencia. Ni con interés partidista o ideológico, al que tan acostumbrado nos tienen algunos políticos y manipuladores  de la opinión pública.


Construir la paz sólo es posible cuando cada parte reconoce sus errores, no cuando trata de ocultarlos mientras agranda los de la parte contraria. La verdad, o el intento sincero de acercarse a ella oyendo todas las campanas, es la mejor base para una convivencia pacífica abierta a un futuro esperanzado.

 

 

martes, 20 de octubre de 2020

Feminismo de equidad

Una de las mejores explicaciones que he escuchado sobre el feminismo y la historia de su evolución. 

María Calvo es doctora en Derecho y Profesora Titular de Derecho Administrativo en la Univesidad Carlos III de Madrid. 

No es frecuente escuchar en el discurso público relatos argumentados y racionales sobre estas cuestiones.