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jueves, 28 de septiembre de 2017

Cara y Cruz. Josemaría Escrivá

Cara y cruz. Josemaría Escrivá.
José Miguel  Cejas. Ed. San Pablo




José Miguel Cejas, periodista y escritor fallecido en 2016, tuvo la oportunidad de conocer y tratar al fundador del Opus Dei desde 1967. Esta obra póstuma es una serena reflexión sobre la vida de san Josemaría, fruto de su experiencia personal y de conversaciones con numerosas personas que también conocieron y trataron estrechamente a Escrivá. 

Ha estudiado también numerosas fuentes documentales del archivo de la Prelatura y del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá, sobre sucesos claves en la vida del fundador del Opus Dei, que contextualiza al hilo de los acontecimientos más relevantes de la Iglesia y del mundo a lo largo del siglo XX.

Cejas se fija especialmente en ese contraste que aparece en la vida de toda persona: la presencia inseparable de alegría y sufrimiento. La cruz, en forma de sufrimiento físico y moral, de incomprensiones y persecuciones, de calumnias desde dentro y fuera de la Iglesia, fue una constante en la vida de Escrivá. Pero en la vida del discípulo de Cristo el sufrimiento y la cruz es el camino para alcanzar el triunfo definitivo.

Escrivá, siendo niño, experimenta el dolor por la muerte consecutiva de tres hermanas, luego la ruina familiar y la incomprensión de algunos parientes cercanos. Siendo todavía joven, las estrecheces de la pobreza. Luego la persecución en la guerra civil, y enseguida las calumnias y acusaciones de herejía cuando el Opus Dei era apenas una criatura recién nacida.

Padeció también las tormentas que se vivieron en la iglesia después del  Concilio Vaticano II, provocadas por ese “concilio paralelo” que tuvo lugar en medios de comunicación poderosos que transmitían una visión sesgada y politizada, que era la que llegaba al pueblo. En medio de esos momentos de confusión y tormenta, Escrivá no cae en el desaliento, vive y transmite esperanza: “Dios, hijos míos, permite estas pruebas –por nuestros pecados, los vuestros y los míos- ¡pero no abandona a su Iglesia!

Cejas aporta viveza a su relato con ejemplos, construye las ideas universales desde sucesos concretos, no se queda en teorías.   Por ejemplo, al hablar de la forma en que Escrivá encara el sufrimiento aporta entre otros el testimonio del conocido siquiatra austríaco Victor Frankl, que resalta “la refrescante serenidad que emanaba de él y que envolvía toda su conversación (…) Vivía de manera plena el momento presente (..) para él cada instante tenía el valor de un momento decisivo.”

Para Escrivá, lo contrario de la alegría no es el sufrimiento, sino la tristeza. El dolor físico o moral no le hace perder la alegría, porque se sabe hijo de Dios, y porque Dios no deja de alentarle, también con mociones interiores que acrecientan su fe y su optimismo.  Ante el alejamiento de Dios que sufre el mundo, y la crisis espiritual de muchos cristianos, lo humanamente lógico sería el desánimo. Pero Dios le hace sentir una esperanza alegre que le permite ver la vida como es: bonita, porque es de Dios: “Si Deus nobiscum, quis contra nos?” Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Ante la presencia del mal aconsejaba una actitud positiva: “No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!” Y recordaba  que “en los momentos de crisis profundas en la historia de la Iglesia, no han sido nunca muchos los que, permaneciendo fieles, han reunido además la preparación espiritual y doctrinal suficiente, los resortes morales e intelectuales, para oponer una decidida resistencia a los agentes de la maldad. Pero esos pocos han colmado de luz de nuevo la Iglesia y el mundo.

Sobre el origen de las falsedades que se difundieron contra Escrivá ya desde los años 40, Cejas señala que partieron de algunos religiosos y políticos que aspiraban al monopolio en sus ámbitos, y crearon un clima de sospecha y recelo hacia la Obra que perduró después durante años en ciertos ambientes eclesiásticos y civiles. A eso se añadió la facilidad con que algunos periodistas se lanzan a opinar sobre la Iglesia sin un mínimo de conocimientos teológicos: “se echarían a temblar si tuviesen que escribir sobre bioquímica, pero piensan que lo saben todo de teología, y dicen disparates”. Esos ataques fueron después amplificados por medios dirigidos por personas anticristianas.

A este propósito, señala Cejas la extraña e incongruente evolución de los mitos sobre el Opus Dei. Los primeros ataques lo acusaban de  herejía revolucionaria, porque pretendía que se podía aspirar a ser santo sin abandonar el trabajo y las tareas ordinarias propias de cualquier ciudadano y cristiano corriente.  Después del Concilio Vaticano II, que afirmó y ratificó solemnemente el mensaje del Opus Dei, pasó a ser tachado de reaccionario. 

En la España católica y profranquista de la postguerra se acusaba al Opus Dei de difundir el liberalismo. Años después se le acusaba de difundir el conservadurismo. Pero Escrivá no cayó ni en el tradicionalismo anclado en el pasado de que le acusaban algunos, ni en el error de considerar lo nuevo como mejor por el hecho de ser nuevo.

Cejas remite a un estudio muy interesante de Jaume Aurell sobre la creación de los mitos y los estereotipos, aplicado precisamente al Opus Dei, con datos históricos de personajes concretos que propalaron falsedades a conciencia. Algunos después se arrepintieron y pidieron perdón, pero las falsedades y mitos quedaron. El daño estaba hecho.

Interesante la referencia al linchamiento moral que padeció el beato Pablo VI a raíz de la publicación de su Encíclica Humanae Vitae, en la que desautorizaba a teólogos que se consideraban a sí mismos vanguardistas. Esa encíclica, que afirmaba la doctrina católica sobre el matrimonio y la vida del no nacido, contrariaba los intereses económicos y demográficos del Banco Mundial y los laboratorios farmacéuticos. Y no se lo perdonaron a Pablo VI.

La clave del Opus Dei, afirma Cejas, es la atención personalizada. No pone el acento en comités, asambleas y encuentros, sino en la formación personal, para que cada uno dé su respuesta personal a los problemas sociales, a la injusticia y la pobreza material, moral y espiritual. Así surgen respuestas tan variadas como variadas son las circunstancias sociales, familiares y profesionales de cada uno.


Escrivá enseña con su ejemplo que la presencia de penalidades no es obstáculo para  vivir con alegría. Las exteriores (injusticias, incomprensiones, maledicencias, persecuciones…) Y también las interiores (complejos, tristezas, angustias, deserciones de la vida espiritual…) Los días que el cristiano vive en la tierra son siempre una prueba, para purificar su fe y prepararse para la vida eterna. Si el Señor nos ha traído a la vida con esas debilidades y al mismo tiempo nos llama a santificarnos, es señal de que, con Él, podemos lograrlo. Nuestras fuerzas personales tienen un solo nombre: flaqueza. Pero con Él somos fuertes.



Escrivá contempló con alegría los frutos de su trabajo. Pero también lo que  a ojos humanos se suelen llamar fracasos: proyectos que intentó poner en marcha y que no llegaron a cuajar. Tanteó posible iniciativas apostólicas: la creación de una universidad eclesiástica enRoma, un centro en Tierra Santa que actuara como foco de vida cristiana, un Santuario dedicado a la Sagrada Familia en los Estado Unidos… Pero tuvo que confiar todo eso a sus sucesores.

Quizá uno de los milagros más grandes de la vida del fundador del Opus Dei fue que las incomprensiones que sufrió no le agriaron el carácter ni le volvieron desconfiado. “El triunfo de Escrivá no está en los libros que publicó, ni en las labores apostólicas que surgieron… El triunfo son las Bienaventuranzas: bienaventurados los misericordiosos, los perseguidos por la justicia…” San Juan Pablo II, en la ceremonia de beatificación de Escrivá, lo explicó bien: “Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”.

El libro aporta un apéndice con los puntos esenciales para entender el Opus Dei y su misión en la Iglesia, así como el discernimiento de la llamada al Opus Dei, que consiste en vivir la propia vocación cristiana con una nueva exigencia y conforme a un carisma y unos medios específicos: la santificación del trabajo y de las circunstancias en que discurre la vida corriente del cristiano.

Ver también del mismo autor reseña de Cálido viento del Norte y de Los cerezo en flor








viernes, 11 de agosto de 2017

A la luz de la Edad Media

A la luz de la Edad Media. Regine Pernoud




     Regine Pernoud, historiadora y conservadora del Museo de Historia de Francia, descubrió durante  sus trabajos como bibliotecaria que la imagen oscura que desde la Ilustración se lanzaba sobre la Edad Media no se correspondía con la realidad. La verdad era otra, y emergía rotunda y luminosa de su investigación en las fuentes fiables de la historia. 




     Fruto de sus descubrimientos, publicó una larga serie de trabajos que constituyen una rehabilitación de ese período tan injustamente denostado y sin embargo tan luminoso,en el que se forjaron los cimientos de la civilización occidental.  Leonor de Aquitania, La mujer en el tiempo de las catedrales, Los hombres de las cruzadas y A la luz de la Edad Media son algunas de sus obras más conocidas.


     Publicado por primera vez en 1944,  A la luz de la Edad Media describe cómo fue fraguándose la vida y costumbres en la Francia medieval y en buena parte de la Europa de ese tiempo. Su rigor intelectual le lleva a descubrir una realidad que contrasta con mitos y falsedades que todavía hoy difunden algunas cátedras y series de televisión sobre aquel período. 
  
  
    “En literatura y en historia se proporciona a los alumnos un sólido arsenal de juicios prefabricados, que les lleva a calificar de ingenuos, sin más, a los seguidores de Tomás de Aquino, y de bárbaros a los constructores de catedrales. Según esos prejuicios, la Edad Media era una época de tinieblas; nada de lo que pasó en esos siglos oscuros vale la pena…” 


    Todavía hoy se difunden falsedades sobre el significado real de términos acuñados por costumbres de la época, como siervo de la gleba o derecho de pernada, que no significan lo que ignorantes o malintencionados nos intentan hacer creer.



   

 Con su estudio  riguroso,  Pernoud descubre un mundo distinto. A medida que avanza “se nos revelaban las estructuras profundas y la expresión artística de aquella sociedad, se nos revelaba un pasado que aflora todavía en el presente, un mundo que había visto desarrollarse el lirismo, germinar la literatura de ficción y elevarse  Chartres y Reims. Al identificar una estatua tras otra, descubríamos a personajes de alta humanidad. Al hurgar archivos (…) cobrábamos conciencia de una armonía cuyo secreto parecía detentar cada sello, cada línea, cada compaginación.”



    Pernoud investiga en la arqueología,  la historia del derecho, los textos antiguos, los monumentos… y a medida que avanza descubre un estilo de vida luminoso, del que nadie le había hablado antes. Leal a su mente racional y científica, va abandonando prejuicios y se rinde a la evidencia de los datos: la Edad Media fue un período rebosante de vitalidad y alegría de vivir, gracias a una paulatina y creciente penetración del cristianismo  en las mentes de aquellos pueblos de costumbres bárbaras.


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    La Edad Media, surgida tras siglos de incertidumbre y desasosiego por las sucesivas invasiones (francos, burgundios, normandos, visigodos…) y las consiguientes guerras entre pueblos en continuo movimiento, fue la época en que se alcanzó por fin la estabilidad y la permanencia. En la Francia del siglo X, esa masa antes inestable de pueblos  invasores  ya formaba una unión sólidamente apegada a la tierra. La familia Capeto, que durante tres siglos, en línea directa y sin interrupción, reinó en Francia, es una muestra del asentamiento de todas las familias de la época.


     Pernoud muestra que esa estabilidad y ese arraigo en la tierra se debió a la aceptación universal de la institución familiar, que concilia el máximo de independencia individual  con  el máximo de seguridad. Cada individuo encuentra en la familia ayuda material y moral hasta que se basta a sí mismo. Entonces es libre, sin que los lazos que le unen al hogar paterno se conviertan en trabas.


     Esa libertad, conseguida gracias a una progresiva profundización en las luces que aportaba la fe cristiana a la vida social,  contrastaba con el modelo del imperio  romano, fundado no en el derecho natural sino en ideologías de legisladores y funcionarios. En la antigua Roma el padre tenía autoridad de jefe durante toda la vida, con una concepción militar y estatista en la que el individuo quedaba encerrado de por vida.


     Pernoud llega a la conclusión de que en la base de la energía de occidente está la familia, tal como la concibió y comprendió la Edad Media. Todas las relaciones se establecían sobre el modelo familiar: tanto la del señor con el vasallo como la del maestro con el aprendiz. La historia del feudalismo es la historia de linajes familiares. La mesnie de un barón, es decir, su contorno, sus familiares, incluye tanto a siervos y monjes como a altos personajes. Los dominios se acrecentaban antes a través de herencias y matrimonios que de conquistas.



    El sentimiento familiar es la gran fuerza de la Edad Media. Muchas costumbres medievales tienen su origen en la preocupación de proteger a la familia. La  familia (los que viven compartiendo el bien y la olla) es una personalidad moral y jurídica, que posee en común los bienes cuyo administrador es el padre. Al morir el padre, sin interrupción ni transmisiones ni impuestos, otro de los miembros de la familia asume la cabeza. Al padre de familia se le reconoce el derecho de usar, pero no el de dueño absoluto, ni el poder de abusar de los bienes; debe además defender, proteger y mejorar la suerte de seres y objetos de los que es custodio natural.


    Gran hallazgo medieval fueron los gremios, fruto de una concepción colaborativa (y no competitiva, ni de sindicatos de clase) de la vida social. Los gremios eran organizaciones de oficios, con Jurados propios que tenían participación en el Municipio, y que aseguraban el aprendizaje y desarrollo de las técnicas necesarias para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Las calles de las ciudades estaban animadas por el bullicio alegre de los diferentes gremios, que se agrupaban por barrios como todavía hoy recuerda el callejero de nuestras ciudades.



    Y alegría de vivir. Pernoud descubre jovialidad en el espíritu del hombre medieval, que tiene defectos pero sabe distinguir entre el mal y el bien. Este fragmento de un poema de la época es significativo, por su alegre desenfado:

Los obreros no remolonean / no viven de la usura / lealmente viven / de su esfuerzo, de su trabajo / Y dan más generosamente / Y gastan lo que tienen / más que los usureros, que nada gastan, / que los canónigos, los sacerdotes o los monjes…


    No vemos angustia en el hombre de los tiempos feudales. “Vivía en un clima de dinamismo y generosidad que sus descendientes no volvieron a encontrar en Europa. Era apasionado, pero no sórdido; exuberante y capaz de llorar como un niño; violento pero capaz también, una vez pasado el ataque, de avergonzarse, de expiar su culpa, a veces con el don de su propia vida; pecador, pero consciente de ello, y por tanto capaz de arrepentirse.” 




    Vivía en un clima de libertad porque lo esencial era la conciencia. No necesitaba contratos, bastaba la palabra dada, el consentimiento interior. Si un hombre daba su palabra, aquello se cumpliría.

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    El arte medieval, lleno de colorido, expresa sinceridad, en la que ve el camino para llegar a la belleza. Sinceridad en la visión interna y en la observación exterior. Fidelidad en la expresión, y la facultad de fundir en un todo armonioso la inspiración y el método, el genio y el oficio. 

    “El artista aprehende al hombre en su conjunto, y anima los cuerpos que crea con todo el aliento de la vida: deformados por la pasión, retorcidos por el dolor, magnificados por el éxtasis. Sorprende al sujeto en sus actitudes más humanas, más naturales, más intensas. Entonces, es el movimiento el que crea el cuerpo: personajes estremecidos de alegría, desfigurados por la cólera, torturados por la angustia…” 



    

     Este es el secreto del arte medieval: encontró la belleza en el dinamismo de la vida humana, en la expresión total del individuo, traduciendo no solo su apariencia externa sino también su realidad esencial.


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    El libro está lleno de detalles sorprendentes por ignorados. Por ejemplo, la llamada semana inglesa debería llamarse semana medieval, pues fue en el siglo XIII cuando fue hecha instituir por san Raimundo de Peñafort, ante la desbordante actividad de aquel siglo, que corría el riesgo, a juicio de la Iglesia, de ser excesiva y desequilibrar al hombre, impidiéndole cumplir tranquilamente con sus deberes de cristiano. Consistía en descansar desde los sábados y vísperas de fiesta, a partir de la hora de Vísperas (es decir, entre las 2 o las 4 de la tarde según las estaciones). En Inglaterra se conservó esta costumbre –Inglaterra ha sido más fiel siempre a las tradiciones medievales- y de allí pasó de nuevo al continente siglos más tarde. 

     Por cierto: san Raimundo de Peñafort, dominico, es patrón de los juristas y era español, de Barcelona.


    El sentido de la justicia medieval se revela en la  proporción en las penas: pagaba más el que tenía más. Por ejemplo, en Pamiers un barón pagaba el delito de robo con multa 20 veces superior a la de un campesino, 10 veces superior a la de un caballero, y 4 veces superior a la de un burgués.


    La música gregoriana es otro exponente de la enorme riqueza cultural y artística lograda en la Edad Media. Mozart llegó a decir: “Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la Misa gregoriana”.


    La caballería medieval gozó de un enorme prestigio entre la población. Despertaba una admiración  que ha llegado hasta nuestros días, porque  por primera vez la casta militar estuvo ordenada a fines realmente humanitarios. Del mismo modo, por primera vez en la historia del mundo se aprendió a establecer la diferencia entre objetivos militares y población civil.


    La Edad Media supuso un florecimiento de las letras. Si miramos a la España de la época, vemos que fue entonces cuando comenzó a desarrollarse la literatura castellana, una de las más ricas y espléndidas literaturas de la humanidad, que consiguió expresar el sentir épico del pueblo, empeñado en la Reconquista, y por eso llegó a ser idioma preponderante. El castellano ha conservado de la Edad Media sus características principales: espíritu religioso, realismo, persistencia de la tradición épica peninsular y tendencias moralizadoras y satíricas.




Fue a partir del siglo XVI cuando los legisladores comenzaron a perder el sentido de libertad y equidad logrados, porque volvieron sus ojos al derecho romano y comenzaron a promulgarse leyes estatistas. Se elevó a 25 años la minoría de edad, se añadió al sacramento del matrimonio el carácter de contrato con estipulaciones materiales, la familia sufrió imposiciones para ser conformada según un modelo estatal que no había tenido nunca.


Desde el siglo XVI,  el Estado fue aumentando su poder e intromisión en el ámbito de la libertad de las personas, hasta que llegó a configurarse como Monarquía absoluta. Por eso la Revolución francesa, en el siglo XVII, a juicio de Pernoud no fue un punto de partida, sino de llegada: representó la imposición plena de la ley romana en la vida del pueblo, a expensas de la costumbre anterior. Napoleón culminó el proceso, con la organización del ejército, el Código civil y la enseñanza  según el modelo burocrático de la antigua Roma, es decir, con la omnipresencia de un Estado cada vez más intrusivo en la vida de las personas.


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Son algunos apuntes de este libro revelador, muy útil para conocer la historia real, y desprenderse de la venda que han intentado  poner sobre nuestros ojos no pocos pseudo intelectuales y creadores de ficción. En la Edad Media no todo fue blanco, desde luego, porque donde hay hombres habrá miserias. Pero en su esplendor luminoso nació la cultura occidental, y con ella buena parte de lo mejor que todavía hoy podemos disfrutar en Europa.







lunes, 7 de agosto de 2017

Ilusión y alegría de vivir

La ilusión. La alegría de vivir.  Miguel Ángel Martí







Miguel Ángel Martí es autor de una serie de deliciosos ensayos sobre algunas de las cualidades que adornan al ser humano: la madurez,  la admiración, la intimidad… En este librito nos habla de la ilusión y alegría de vivir, cualidades admirables en quien las posee de manera permanente, y que todos podemos desarrollar para que nuestra vida sea luminosa.  


La ilusión es una alegría anticipada por algo que no se tiene, pero se espera poseer.  Toda vida, nos dice Martí, se vive no sólo desde el presente, sino mirando también al futuro. Y es en esa mirada hacia el futuro donde radica la ilusión, alegrando la espera, dando fuerzas a la voluntad y quitando cansancio al esfuerzo.


La mayor ilusión consiste en amar y ser amado, porque es lo que nos hace más grandes. Un cristiano puede añadir el motivo: somos imagen de Dios, que es Amor, y estamos destinados a amar y ser amados. Esta es la gran verdad de nuestra vida, iluminada con fuerza en la maravillosa parábola del hijo pródigo.


Viviremos más ilusionados  si aprendemos a interpretar la vida positivamente, que es condición para ser alegres. Descubrir que hasta las dificultades pueden convertirse en un bien, porque exigen superación  personal.


Comunicar con los demás aumenta la ilusión de vivir. Es uno de los elementos esenciales de la fiesta yla diversión: compartir con otros la alegría de estar juntos. Vemos aquí otro rasgo de lo divino: el reino de los cielos es un gran banquete que compartiremos juntos. La calidad de vida depende de la capacidad de comunicación, que es intercambio de información, pero sobre todo establecer nexos afectivos.


La ilusión depende también de nuestra capacidad de admiración, de ver con ojos nuevos lo ya conocido, lo familiar. La capacidad de admirar está en la raíz de la filosofía. Nos rodean muchas cosas muy buenas, ante las que tantas veces pasamos ciegos y desagradecidos.


La lectura, un placer de la inteligencia, si está bien elegida  es capaz de alimentar nuestra ilusión, porque nos eleva por encima de nosotros hasta acercarnos a la verdad y a la belleza.


Serenamente ilusionado es la forma apropiada de vivir. Pero es preciso delimitar el mapa de nuestras ilusiones, porque no podemos llegar a todo. Hay que definir la propia vida, y mantenerse firme y constante en el proyecto trazado. La excesiva dispersión impide realizar un proyecto vital serio. Estar en todo es como estar en nada. Empezar cada día vivencias distintas, sin proyecto vital, supone matar la ilusión, que se alimenta de metas alcanzadas.  


Aprovechar el tiempo es otra de las claves de la felicidad. El ocio por el ocio conduce al aburrimiento. Descansar es llenar el tiempo de una actividad gratificante. Hasta el deporte y las aficiones requieren cierta profesionalización.  La inconstancia en las aficiones provoca que las fuerzas empleadas no den fruto y no lleguen a mejorarnos.  La constancia, en cambio, nos acercará tarde o temprano a dar frutos, y los frutos mantendrán la ilusión.





jueves, 18 de agosto de 2016

El trabajo intelectual








El trabajo intelectual. Jean Guitton. Ed. Rialp





El filósofo francés Jean Guitton escribió este libro para “ayudar en su  trabajo a quienes no han renunciado a leer, escribir y pensar.” 


Recoge experiencias enriquecedoras sobre el trabajo de quienes, como escritores y periodistas, deben enfrentarse cada día al arte de expresar con  palabras certeras las realidades materiales o espirituales que contemplan, de argumentar con un hilo lógico, inteligible a los demás,  los porqués de sus posicionamientos vitales.



Escrito en 1951, el libro transmite una sabiduría que no ha perdido vigencia. A pesar de los cambios en la metodología práctica (los ordenadores han revolucionado los sistemas de documentación o de obtención de fichas, por ejemplo) hay ideas de fondo que no cambian en el insustituible trabajo de la mente.


Se trata de “consejos para los que estudian y escriben”, algunos tan sencillos y prácticos como la importancia del cuaderno de notas para el escritor: “Si nos limitáramos, como Alphonse Daudet, a no dejar escapar nada de lo que vemos, tendríamos material para varias novelas…”


Aporta ideas sobre temas básicos, que viene bien contrastar con las pautas de trabajo personales, para descubrir aspectos mejorables: sobre la preparación próxima y remota de una conferencia o artículo; la necesidad de la lectura como enriquecimiento espiritual; cómo aprovechar el tiempo de descanso; cómo lograr orden y rigor en los pensamientos; el valor acrisolador del esfuerzo y la fatiga; saber aprender de los grandes escritores, transcribiendo sus textos para que la mente aprenda el ritmo de construcción de frases y el estilo…


Resumo algunas notas ni textuales ni exhaustivas.

-El trabajo en equipo permite escapar de la angustia y orgullo de la soledad.

-Argumentar con solidez. Muchos aprecian la libertad de opinión sólo porque se evitan responder de sus pensamientos en su propia carne.

-El estudio del Derecho en la juventud da sentido cívico.

-Motivación: enfrentar los estudios con el ánimo de emplearlos como arma para vencer el mal por el bien (San Josemaría empleaba una frase similar: se trata de fomentar el deseo de prepararse mediante el estudio para hacer una gran siembra de paz y bien en el mundo, para “ahogar el mal en abundancia de bien”).

-Escoger y persistir es la primera regla de la voluntad. No ser veletas ni inconstantes.

-Trabajar con la mente significa calidad de la atención. Lo más agotador para la mente es la incertidumbre y la dispersión. (Esa atención tan dispersa hoy por los dispositivos móviles…)

-Concentrar la atención en los nudos del problema. No atacar a la masa informe, sino a los puntos clave, saber desechar algunas cosas, no intentar comprenderlo todo, agarrarse a un punto esencial y darle vueltas…

-O trabajo intenso o descanso total: no puntos medios.

-Descubrir las mejores horas de nuestra atención y hacer girar nuestro trabajo alrededor de esas horas sagradas, revolucionando el horario y sin dejarnos atrapar en ellas por lo estúpido de este mundo.

-El equívoco de “esperar a lo propicio”. Los grandes hombres lo han sido casi siempre no a causa de las circunstancias que les rodeaban, sino a pesar de ellas.

-Fomentar el aprecio al silencio, necesario para el acercamiento a la verdad. El estudio requiere ese ambiente propicio a la atenta contemplación de la verdad. A menudo se ha observado el parecido entre la atención y la oración. Todo hombre es religioso en la medida que es capaz de atención y de silencio.

-Cómo han de ser las notas de nuestro fichero: pocas, significativas, dinámicas, adaptables, con palabras clave (“etiquetas”) para localizarlas, con fecha…

-Tener fichas “comodín”, las más importantes, que sirvan para muchos temas, con una señalización especial que sirva para localizarlas pronto (punto rojo, o similar)

-La mejor clasificación es la que permite encontrar antes una ficha.

-Componer una frase es acercarse a la verdad. No se trata de edulcorar para que quede bonito, ni de retorcer para que sirva a intereses particulares. Se trata de describir la realidad del modo más certero y breve que resulte posible. (Esa definición tan sufrida del periodista como “notario de la verdad”…)

-Leer en voz alta la frase que se acaba de escribir: si es bella nos acerca a la verdad, del mismo modo que la verdad se manifiesta naturalmente en la belleza.

-Ser uno mismo. Triunfar consiste en acostumbrar a la gente a nuestros defectos, y en el mejor de los casos hacérselos desear como un alcohol. Los comerciantes -dice Jean Guitton- se equivocan al preocuparse porque hablan mal. No se les pide más que ser ellos mismos delante de nosotros. Lo que no perdona el público es la falta de naturalidad: os perdona vuestros defectos, con tal de que no tratéis de ocultarlos. Hablar como se es.

-En la sociedad de los hombres la cortesía aconseja mantener largo tiempo una conversación sin interrogar ni revelar.

-Al redactar, usar primero el “yo”: obliga a comprometerse, después se puede despersonalizar y pasar al “se”.

-Lo principal: darse alegría en el trabajo.

    Sobre el rigor intelectual y el amor a la verdad es interesante también El amor a la sabiduría, de Étienne Gilson.






sábado, 15 de marzo de 2014

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. 





Cuando nos acercamos a la  canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.


En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado, y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía  y altura intelectual que le caracterizaban.


Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones sobre  el hombre y la humanidad, y también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la Iglesia.  La existencia de Dios, el problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la Iglesia, el judaísmo y el islam


Sus consideraciones están  enraizadas en la  concepción cristiana del ser humano, y ayudan a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II, hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.


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El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre: Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser  agnósticos o ateos.  Pero es bien real: la historia de la salvación –y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia de la conjunción de la acción de Dios y del hombre. 


Dios actúa, habla.  Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos,  extendiéndolos  con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios  es lo que llena de esperanza al cristiano.  


El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la realidad del ser humano.  Una de sus ideas más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada hombre”. 


Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades.  Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.


La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de Jesucristo,  responde a una pregunta esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.

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El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de  alegría.  En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba.  Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.





Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que  el culto mariano supone para el mundo. No es sólo una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la  contemplación de  esa realidad se ha abierto camino silenciosa y eficazmente  en la civilización cristiana la actitud de respeto a la mujer.  En María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.


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Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con fuerza en el original que escribió de su puño y letra: 

"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"


Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona respuestas  claras y esperanzadas a los retos del momento presente.


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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro  Opus Dei. Una investigación.