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sábado, 29 de marzo de 2014

Opus Dei. Una investigación, Vittorio Messori

Opus Dei. Una investigación. 
Vittorio Messori. EIUNSA 


 

                                     


Se deja de odiar (y también de desconfiar) en cuanto se deja de ignorar”. Esta sabia sentencia de Tertuliano, con la que  arranca su libro el periodista y escritor italiano Vittorio Messori, expresa bien lo que nos ofrece su investigación sobre el Opus Dei,  prelatura personal de la Iglesia católica, fundada en 1928 por san Josemaría Escrivá.


Messori , periodista “ajeno” al Opus Dei, se muestra sorprendido y agradecido por la actitud de apertura y transparencia encontrada en la institución para proporcionarle los datos y abrirle las puertas necesarias para su trabajo. Un trabajo hecho por encargo de una de las editoriales más “laicas” de Italia y de Europa, Mondadori



Salpicada en sus inicios por diversas calumnias procedentes de unas pocas personas de mentalidad estrecha, de “partido único” o que se dejaban llevar por celotipias, esas calumnias llegaron a crear una atmósfera enrarecida hacia el Opus Dei en quienes no lo conocían de primera mano. Y fueron aprovechadas después por enemigos de la Iglesia para ampliar su difusión.


Pero, como concluye  Vittorio Messori,  quienes decían hacer “denuncias” contra la Obra en realidad lo que propalaban eran calumnias. La diferencia entre denuncia y calumnia es que en la primera se presentan pruebas. Calumnias similares han sufrido siempre la Iglesia y los cristianos desde sus inicios, como las sufrió el mismo Jesucristo.


La primera puerta que se le abrió para su investigación fue la del prelado del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo, con quien mantuvo una larga y amigable conversación en 1994. Esta entrevista le impactó tanto que ha dejado escrito su testimonio

Poco después de comenzar a charlar, tuve que esforzarme para vencer una “tentación”: la de dejar de lado mi papel de periodista con vocación de investigador, que debía formular preguntas precisas –cuando no agresivas- para sentirme como un creyente que se dirige a un maestro espiritual, a un padre en la fe, y recibir así consejos espirituales o incluso confesarme. Es decir, en lugar de un Alto Dirigente (o de un Gran Manipulador, como le presenta la leyenda negra…) la figura de don Álvaro (…) trajo a mi mente la del sacerdote de verdad” 







Messori  investiga el origen de los principales  estereotipos acerca del Opus Dei, dentro y fuera de la Iglesia. Contrasta datos y fuentes con rigor. Y analiza con sentido común y lógica los argumentos “en contra” que ha escuchado en algunos ambientes. Buen conocedor de la Curia Vaticana y ambientes eclesiásticos,  con frecuencia aporta sustanciosos testimonios personales. Es el caso, por ejemplo, de unas antiguas afirmaciones sin fundamento de von Balthasar, que algunos se encargaron de airear durante años, a pesar de que el teólogo alemán  se había retractado en cuanto  conoció mejor la realidad.



Messori busca también entender a quienes no lo comprenden. Por ejemplo, la tendencia en ciertos ambientes anticulturales a considerar sectario a quien no acepte el relativismo. Y se pregunta: ¿cómo se puede acusar de intolerante a una institución como el Opus Dei que admite como cooperadores a los ateos?


Descubre también, en contraste con el estereotipo difundido, que el Opus Dei está arraigado en las favelas y en las villas miseria de los pueblos más pobres de América del sur, o en zonas deprimidas de Manila o de Kinshasa. Si procura comenzar su labor en un país por los intelectuales es precisamente para poder llegar después a todos.






Respecto al propio nombre de la institución, Opus Dei, explica que no se trata de “un delirante copyright”, sino que hace referencia al trabajo de Dios en la creación, al que cada hombre y mujer está llamado a cooperar con su propio esfuerzo, convirtiéndose en co-creador: cuidar y mejorar la creación mediante el trabajo profesional hecho con la mejor perfección posible. Esto, concluye, es un bien indudable para todo el conjunto social. Y de eso habla, en feliz coincidencia, el magisterio del papa Francisco en su encíclica Laudato Sí.


A modo de conclusión, Messori afirma que,  a su juicio,  lo que más atrae del Opus Dei es que se trate de “un fenómeno (...) único quizá, al que uno se vincula sólo por fines espirituales, para procurar hacer bien, a título personal, lo que la conciencia le dicta a cada uno.”


Con el Opus Dei, afirma, “desde el punto de vista  histórico aparece un fenómeno cargado de significado y de contenido, compuesto por millares de personas que, día tras días, en las ocupaciones más dispares, buscan traducir en realidades un mensaje que se compendia en pocas palabras del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer: Conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios.


Las palabras de Tertuliano citadas al comienzo encierran una gran verdad. Cuántos tópicos y estereotipos sobre personas e instituciones son fantasmagorías, que se diluyen en cuanto uno hace el esfuerzo de acercarse a la verdadera realidad, para conocerla de primera mano. Ese convencimiento lleva a Messori  a afirmar que la profesión de informadores puede tener un significado no lejano del Evangelio. Porque vencer la falta de conocimiento entre los hombres quiere decir disminuir la agresividad, ahuyentar el temor que puede suscitar aquello de lo que se ignora su auténtica naturaleza.


Se puede decir que Messori  cumple con este libro esa alta misión que debería hacer suya todo periodista: acercar la verdad de las cosas al ciudadano. El imaginario público está a veces cargado de tópicos o estereotipos que oscurecen la verdad. Y las categorías para acercarse a la realidad histórica no son divisiones vacías del tipo "reaccionario o conservador", "izquierda o derecha", sino "verdadero o falso", "bien o mal". 


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Vittorio Messori es autor de obras que han tenido una extraordinaria difusión en todo el mundo. Educado en un ambiente anticlerical, su trayectoria discurre entre el ateísmo y los partidos de la izquierda radical. Hasta que un día la lectura de un pasaje del Evangelio (“un objeto para mí desconocido, que nunca había abierto…”) le golpea interiormente.  “Fue un encuentro directo con la misteriosa figura de Jesús”. Y su vida cambió radicalmente.


Una de sus obras más conocidas es el libro entrevista al papa san Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza. Un hito periodístico, porque por primera vez un papa exponía en ese formato cercano y directo su visión de la Iglesia y del mundo.



También ha tenido mucha difusión su Leyendas negras de la Iglesia, donde analiza el origen de algunas de las más difundidas acusaciones contra la Iglesia. Tras investigar en las fuentes auténticas, comprueba la falsedad y manipulación que contienen muchas de esas afirmaciones  que hoy siguen en el imaginario público.





sábado, 15 de marzo de 2014

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. 





Cuando nos acercamos a la  canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.


En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado, y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía  y altura intelectual que le caracterizaban.


Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones sobre  el hombre y la humanidad, y también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la Iglesia.  La existencia de Dios, el problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la Iglesia, el judaísmo y el islam


Sus consideraciones están  enraizadas en la  concepción cristiana del ser humano, y ayudan a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II, hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.


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El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre: Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser  agnósticos o ateos.  Pero es bien real: la historia de la salvación –y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia de la conjunción de la acción de Dios y del hombre. 


Dios actúa, habla.  Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos,  extendiéndolos  con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios  es lo que llena de esperanza al cristiano.  


El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la realidad del ser humano.  Una de sus ideas más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada hombre”. 


Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades.  Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.


La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de Jesucristo,  responde a una pregunta esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.

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El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de  alegría.  En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba.  Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.





Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que  el culto mariano supone para el mundo. No es sólo una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la  contemplación de  esa realidad se ha abierto camino silenciosa y eficazmente  en la civilización cristiana la actitud de respeto a la mujer.  En María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.


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Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con fuerza en el original que escribió de su puño y letra: 

"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"


Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona respuestas  claras y esperanzadas a los retos del momento presente.


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Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro  Opus Dei. Una investigación.


miércoles, 22 de enero de 2014

Notas a una biografía de Alvaro del Portillo

Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Javier Medina. Ed. Rialp




Conocer la vida de grandes personas estimula nuestra capacidad de ser mejores. Es lo que sucede tras la lectura de esta magnífica y detallada biografía del beato Álvaro del Portillo, primer sucesor de san JosemaríaEscrivá al frente del Opus Dei, formado a su vera durante cuarenta años. 


Nacido en 1914, falleció en 1994, y el  27 de septiembre de 2014, año de su Centenario, la Iglesia Católica celebró subeatificación con una solemne ceremonia que tuvo lugar en Madrid.






Así le describe quien le sucedió como prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría

El primer sucesor de san Josemaría en el gobierno del Opus Dei fue ante todo un cristiano leal, un hijo fidelísimo de la Iglesia y del Fundador, un pastor completamente entregado a todas las almas y de modo particular a su pusillux grex (…) con olvido absoluto de sí, con su entrega gustosa y alegre, con caridad pastoral siempre encendida y vigilante”.



Educado en el seno de una familia cristiana, vemos crecer en él desde muy joven rasgos y virtudes aprendidos de sus padres, como esa armónica simbiosis de reciedumbre, audacia y delicadeza que adornaban a su madre, mexicana. 


Amable y de corazón, sufre ante las injusticias pero no se queda en lamentos paralizantes, sino que reacciona con misericordia operativa. Desde joven le vemos resuelto a aportar soluciones a su alcance con sentido práctico: en sus ratos libres acude a barrios de la periferia de Madrid con algunos amigos para ayudar en la formación de niños de familias que no tienen nada. Allí sufre por primera vez la persecución del odio anticristiano. Y así conoce a san Josemaría


Esa operatividad práctica, reforzada más tarde por la mentalidad de su oficio de ingeniero, se reflejará en sus responsabilidades de gobierno  en el Opus Dei, en el impulso de innumerables iniciativas apostólicas de carácter social en todo el mundo.


Conoce desde joven la pobreza y la necesidad de trabajar intensamente para ganarse el sustento. Decide aplazar los estudios de ingeniería para  terminar los de Ayudante de Obras Públicas, más cortos, que le permitirán empezar a ganar dinero antes y así ayudar a su familia, que ha sufrido importantes reveses económicos.


Vemos en él la virtud de la valentía, viviendo con sencillez y naturalidad verdaderas epopeyas durante los duros años de la guerra civil, poniendo en juego su vida. Más tarde le veremos también totalmente entregado a su tarea pastoral, manteniendo un ritmo propio de una persona joven a pesar de su precaria salud.


Durante los años del Concilio puso su inteligencia y enorme capacidad de trabajo y conciliación al servicio de la Iglesia. Su papel fue destacado en la elaboración de importantes documentos conciliares, como los referentes a la vida de  los sacerdotes y el papel de los laicos


El libro abunda en detalles de su relación con personalidades de la vida de la Iglesia, incluídos los papas desde Pio XII,  y se entiende que monseñor Javier Echevarría se refiriera a él, al fallecer, como un gigante en el firmamento de la Iglesia del siglo XX. Fue también gran amigo y colaborador estrecho de Juan Pablo II, que acudió a rezar ante sus restos en cuanto le informaron de su fallecimiento.


Se recogen numerosos testimonios de personas que le trataron más de cerca, muchas de ellas cardenales y obispos, y al hilo de sus recuerdos describen su personalidad. 


Surge un despliegue de cualidades humanas que impresiona, e invita al lector a un examen personal de contraste. He aquí algunas de ellas:

-Determinación, escaso interés de protagonismo

-Alegre, generoso, simpático, de gran bondad. Aunaba la fortaleza con la  dulzura de trato. Candor y  humanidad. Como dijo el periodista Vittorio Messori, que le entrevistó para uno de sus libros, "sólo comenzar a conversar con él daban ganas de confesarte."


-Reflexivo, pero no indeciso: si decía “me lo pensaré”, no era excusa para no hacer nada: lo pensaba y luego actuaba, con paz y serenidad. Se ha hecho muy popular la novena al beato Álvaro para pedir serenidad en momentos difíciles.


-Temple resuelto y afable, preocupación por los demás, piedad sin ostentaciones. Siempre sonreía al hablar, mostrando gran afabilidad, cordialidad y amabilidad. 


-Inspiraba confianza en quienes le trataban. De mirada comprensiva y serena, abordaba todo con sencillez y buena fe, con ausencia de malicia de ningún tipo. 


-Tenía la inocencia del que actúa siempre con rectitud, cara a Dios; de quien no conoce las sombras de la complicación, de las envidias y rencores, de las segundas intenciones, de los recovecos interiores que provoca en el alma la soberbia. 




-Inteligente pero sencillo. Inocente y candoroso, pero sin ingenuidades. Serio y responsable, pero cordial y amable. Profundamente bueno. Nunca daban su opinión si no se la pedían. Te hacía favores sin darte cuenta


-Nunca hablaba mal de nadie. Afable con todos, procurando tratar a muchos amigos. Mas bien callado, solía intervenir cuando había que decir una palabra templada. Procuraba no llamar la atención innecesariamente.


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Así le definen  quienes le conocieron, y son expresiones que reflejan una admirable personalidad, forjada durante una vida de entrega. 


En don Álvaro esas cualidades humanas (que podrían resumirse en estas cinco: inteligencia sobresaliente, fuerza de voluntad admirable, gran capacidad de trabajo, carácter firme y afable, capacidad para hacer amigos fuera de lo común) estaban vivificadas por unas virtudes teologales fuertemente enraizadas.


Era un hombre de fe, llevada hasta sus últimas consecuencias, que está en la base de la nota más característica de su vida: la fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Papa, al Opus Dei y a su fundador.  De esperanza, que le movía a confiar siempre en el auxilio divino. Lleno de desbordante caridad con Dios y con el prójimo.


Con la beatificación, la Iglesia propone a todos los católicos la imitación de sus virtudes y el recurso a su intercesión ante Dios para pedirle todo tipo de favores. La devoción a don Álvaro está muy extendida en los cinco continentes. 


Aquí puede verse el documental Saxum, de 30 minutos, sobre la vida de don Álvaro:








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Entre 1939 y 1992 Álvaro del Portillo estuvo en Valencia al menos en 12 ocasiones, la mayor parte de ellos acompañando a san Josemaría: 


-7 al 13 de junio de 1939, viaja desde Olot para asistir a un curso de retiro que predica san Josemaría;

-5-20 septiembre de 1939, con san Josemaría

-4-6 enero 1940

-6-8 abril 1940

-18-20 julio 1940

-4-12 diciembre de 1940 (viaje de estudios con compañeros de la Escuela de Ingenieros)

-26-28 de marzo 1943

-20 abril 1943 (exámenes de licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Literaria)

-Noviembre de 1972, catequesis con san Josemaría

-2-8 enero 1975 La Lloma (Rafelbunyol)

-Mayo 1978 La Lloma (Rafelbunyol)

-Enero 1992, para asistir al funeral de don Miguel Roca, arzobispo de Valencia









domingo, 19 de enero de 2014

Edith Stein, una gran intelectual, patrona de Europa

El verdadero rostro de Edith Stein.
Waltraud Herbstrith 
Ed Encuentro






Breve biografía de Edith Stein, gran intelectual,  discípula de Husserl, conversa al catolicismo, y asesinada por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz . Fue canonizada por Juan Pablo II como santa Teresa Benedicta de la Cruz


El libro traza con rigor  el itinerario humano, intelectual  y religioso  de Edith Stein. De familia judía, siente una profunda atracción hacia la religión católica, de la que envidia el trato íntimo y filial con Dios. Experimenta una sacudida interior cuando ve a una sencilla mujer, con la cesta de la compra, recogida en oración hablando confiadamente con su Dios en un templo católico.


La lectura casual de El libro de la Vida de santa Teresa de Jesús le ilumina intelectualmente: “aquí está la verdad”, piensa. Siempre sintió una gran atracción por la santa de Ávila.  El libro describe con precisión los avatares e incomprensiones sufridos en su vida académica y universitaria, y en los años de claustro en el convento de carmelitas, hasta su deportación por los nazis y el asesinato en el campo de exterminio.


Resalta en la narración la firmeza de carácter, el rigor intelectual y la rectitud de conciencia de esta mujer fuerte, que supo mantenerse fiel a Dios hasta dar la vida. "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero, que no tenga ninguna verdad sin amor."


Como dijo Juan Pablo II al nombrarla copatrona de Europa: "En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la «peregrinación» existencial. Aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz."


     Ver también esta reseña de su autobiografía "Estrellas amarillas"




sábado, 14 de septiembre de 2013

La fuerza pacificadora del perdón


 Cien preguntas sobre Encontrarás Dragones


Antonio Gómez Sáncha






Este libro contiene un sugerente diálogo, en forma de entrevista, entre el director y uno de los productores de la película Encontrarás dragones,  Rolland Joffé y Antonio Gómez Sancha.


Rolland Joffé explica el proceso intelectual  que le llevó a interesarse por el proyecto de dirigir la película, ambientada en el entorno de la guerra civil española y en la que uno de los personajes es un sacerdote santo, Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.


En sus respuestas Joffé realiza un notable  ejercicio de  reflexión intelectual sobre el pensamiento contemporáneo. Me han parecido luminosas y expresivas sus ideas  acerca de muchas cuestiones: el odio y el perdón, la violencia y  el amor, la religión y  la cultura, el pecado y la acción de Dios en la historia a través de las almas santas


¿Se puede santificar lo ordinario cuando estás acorralado por el odio?

Joffé ha situado a Josemaría Escrivá en la guerra. ¿Por qué? El fundador del Opus Dei –“el santo de lo ordinario”, le llamó Juan Pablo II-  predicó que hay que saber encontrar a Dios en la vida corriente. Eso es bonito en un contexto de paz, pero en un contexto bélico, acorralado por el odio y la persecución ¿en qué consiste? Quiso saber cómo santificó las terribles circunstancias de la guerra fraticida quien predicó la hermosura de la vida corriente. Y le sorprendió lo que encontró.




Cuando la vida se nos complica, hay que escoger entre dos actitudes. Una es  dejarse arrastrar por las pasiones (los dragones, esos demonios interiores de la ira, el odio, el rencor y la venganza que todos llevamos dentro). La segunda actitud es luchar por dominar esas pasiones. Es la actitud que escogen los santos. 

Tanto Rolland Joffé como Gómez Sancha sorprenden al lector, desde perspectivas diferentes, con la profundidad de su percepción del cristianismo: “El protagonista de la película no es Manolo, ni Oriol,… es Jesucristo, porque versa sobre el sufrimiento y el pecado. Y en el sufrimiento encontramos siempre a Jesucristo.”


El amor está trufado de sufrimiento


Hay una íntima conexión entre amor y sufrimiento. “El amor está trufado de sufrimiento porque en gran medida encuentra su expresión en él. Amarás a los que sufren” significa que entre esos dos términos existe una conexión profunda que debe ser comprendida. De otro modo la vida se vuelve insoportable. Sin el vínculo que proporciona el amor nos rompemos. Por eso Manolo se queda aislado, roto, sin capacidad de reacción.”


La vida es religión


¿Pasará de moda la religión, como auguran algunos? Imposible.  La religión es la respuesta a preguntas que el hombre no puede dejar de hacerse. ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué el amor no consigue que todo sea perfecto? ¿Qué es el odio?  

Nadie puede evitar esas preguntas, y la religión es precisamente la encarnación de esas preguntas en cada persona. Con las respuestas,  más o menos acertadas, cada persona y la sociedad  en su conjunto construyen su cultura.  En el fondo, la vida  es religión.


Incluso la decisión de no querer hacerse esas preguntas genera una oscura forma de religiosidad, basada en la creencia de que es mejor no inquietarse con preguntas incómodas. Y el ateo construye su propia religión en torno a unas respuestas nada científicas y muy poco humanas.


Existimos por amor


¿Por qué existe algo en lugar de nada? Esa es la gran pregunta. Y si la respuesta fuese “por amor”, entonces vivir y dar a otros la vida es un maravilloso regalo, y no un intermedio entre dos nadas.

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Surgen también a lo largo de la entrevista muchas anécdotas acerca del rodaje: el ánimo de los actores ante determinadas escenas inesperadas, cómo superaron dificultades técnicas insalvables... Experiencias sencillas y prácticas, como la importancia de que productor y director congenien. “Si la relación es buena, se dedicará más tiempo a ser creativos que a preocuparse por las minucias de cada día.” A la vista del libro, y de la película, hubo buena sintonía entre ambos. 

Aquí la opinión de Marta Manzi, de la Oficina de Información del Opus Dei en Roma, acerca de la película. Y aquí las diferencias entre la ficción de la película y la realidad de la vida de san Josemaría. 

El libro es muy interesante para un público amplio, y  también para cineastas y amantes del séptimo arte. 



martes, 22 de enero de 2013

Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización


Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (I)




Conocer lo más objetivamente posible la historia, y las ideas esenciales que –para bien o para mal- han influido en su devenir,  debería ser preocupación de toda persona cultivada, de cualquier ciudadano  responsable de la sociedad en que vive. 


Este sugerente libro facilita esa tarea. Tiene su origen en las clases sobre Corrientes Culturales Contemporáneas que el profesor Mariano Fazio, historiador y filósofo, imparte en la Facultad de Comunicación Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.








Desde una perspectiva cristiana del hombre y de la historia, analiza uno de los elementos característicos de la Modernidad, que comienza ya en el siglo XV: el proceso de secularización. Un proceso más complejo de lo que el término parece indicar, pues no equivale a descristianización.


Secularización no es  término unívoco.  Puede entenderse como una positiva afirmación de la autonomía de lo temporal, una desclericalización, buena por purificadora de concreciones históricas alejadas de la auténtica inspiración cristiana.  Es cierto que el término secularización también se ha usado para describir una negativa afirmación de independencia de lo temporal respecto a la trascendencia, equivalente a lo que desde el siglo XIX se viene llamando laicismo. Pero la palabra   secularización, en sí misma, no significa pérdida del sentido religioso, ni debe entenderse en sentido negativo.


Fazio sitúa como uno de los hitos del proceso de secularización el Descubrimiento de América y la consiguiente creación del Derecho de Gentes,  por obra de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca


Con el Derecho de Gentes, Francisco de Vitoria supera el ambivalente concepto de Cristiandad, nombre que se asigna a la organización sociopolítica formada en Europa entre los siglos XI y XV,  de la que no se puede afirmar que sea la solución cristiana. 


Vitoria, al defender la existencia de una comunidad internacional, de la que forman parte todas las naciones con igualdad de derechos, supera formas propias de la teocracia medieval, y abre la puerta a un mundo moderno (en el que se reconoce la autonomía de lo temporal) y cristiano (puesto que reconoce la dignidad de cada persona como imagen de Dios).






Sobre ese proceso de secularización iniciado en el siglo XV vinieron a incidir también algunas ideas antropológicas  novedosas -como el mito del buen salvaje-  y las críticas a la teocracia medieval que tomaron pie de los sucesos americanos.


Partiendo de esos primeros momentos de la secularización, Fazio realiza un documentado recorrido por las principales ideologías y eventos históricos que incidieron en la evolución del pensamiento: el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, la génesis de la Ilustración en los diversos países europeos, el romanticismo, y las principales ideologías que marcaron el siglo XIX, en gran medida hijas de la Ilustración: liberalismo, nacionalismo, marxismo, cientifismo. 


La Primera Guerra Mundial supuso un auténtico shock cultural para quienes habían puesto todas sus esperanzas  en la Modernidad, y en lugar del prometido mundo nuevo de luces, paz y prosperidad,  se encontraron con un  conflicto bélico de dimensiones aterradoras.






Ya en el siglo XX, se estudia la crisis de la Modernidad: nihilismo (Nietzsche, Lyotard, Derrida);  pansexualismo de Freud;  la sociedad permisiva; y los movimientos culturales actuales, como el feminismo o el  ecologismo. Describe también el fenómeno del retorno a lo sacro, una característica de nuestro tiempo  no exenta de ambigüedad, pero que manifiesta que es imposible borrar del hombre su esencial dimensión religiosa.


La posición de la Iglesia Católica ante las diversas situaciones históricas es analizada extensamente en la última parte del libro: la doctrina social de la Iglesia frente a la ética liberal; el Vaticano II y su afirmación de la libertad religiosa y la legítima autonomía de lo temporal; y la propuesta de  nuevo orden mundial hecha por Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995.






Me han parecido sugerentes muchas de las reflexiones que aporta este libro en torno a temas como la democracia y el respeto a las minorías; el colonialismo de las potencias liberales secularizadas;  el  individualismo como riesgo de la democracia; y el nacionalismo, una desviación del sano patriotismo (amor a la propia tierra), peligrosa en la medida en que fácilmente puede caer en el  reduccionismo antropológico y el egoísmo colectivo.  

Apunto algunas de ellas en la segunda parte de estareseña.



domingo, 2 de diciembre de 2012

Reflexiones de Joaquín Navarro Valls, portavoz de Juan Pablo II




Recuerdos y reflexiones. Joaquín Navarro Valls. 



    Conjunto de artículos, en su mayor parte publicados en el diario italiano La Reppublica, que recogen comentarios personales del que fue una de las figuras más conocidas del pontificado de Juan Pablo II.

     Ofrece su visión particular de algunos de los acontecimientos más significativos en el mundo desde 1984 (año en que fue nombrado director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz de Juan Pablo II) hasta 2010. Su colaboración estrecha con Juan Pablo II le permite ser testigo presencial, y en ocasiones protagonista, de algunos de los hechos más relevantes que marcaron el pontificado, y con él la historia reciente: los viajes a la Polonia todavía comunista, las relaciones con Gorbachov y la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, el viaje a Cuba y las entrevistas con Fidel Castro, o la cumbre de la ONU en Pekin, entre otros.

recuerdos y reflexiones sobre la historia y la actualidad-joaquin navarro valls-9788401390715

     Para Juan Pablo II, resalta Navarro Valls, el comunismo no era una cuestión de ideas, sino de derechos humanos conculcados y pisoteados. Ese convencimiento está en la base del histórico entendimiento que logró con el líder de la Rusia comunista, Mijail Gorbachov. Entre ambos surgió una sintonía que sorprendió al mundo. El hecho de que ambos fueran eslavos facilitó que sus conciencias éticas vibraran al unísono, comprendieran las respectivas posturas y afrontaran con realismo el modo mejor de resolver los problemas.

     Son especialmente significativas las reflexiones de Navarro Valls respecto a la democracia , el laicismo y la religión. Es sin duda uno de los mayores retos que tiene planteado Occidente y su sistema político. Resalta que la democracia es el valor más alto compartido de nuestro tiempo, capaz de incluir a todos los demás valores, siempre que no se devalúe su significado con sucedáneos espúreos. Democracia significa fundamentalmente pluralismo, respeto a los demás, tolerancia y valoración de las diferencias, realización política de ideas rechazando la lógica del poder exclusivo, visión moderada y heterogénea de la sociedad, rechazo de propuestas radicales de elección de bando y designación de enemigos que hay que abatir o normalizar.

     Sin embargo el laicismo extremo está corrompiendo gravemente esos valores esenciales de la democracia. Al tratar de expulsar la religión, el laicismo introduce una forma particular de confusión entre el ámbito político y el religioso. La religión es un derecho fundamental de personas que son ciudadanos y creyentes, que ven injustamente limitada y conculcada su libertad por ese laicismo excluyente. Erróneamente el laicismo piensa que la religión tiene que ver primaria y esencialmente con la Iglesia, y no se da cuenta de que antes incluso es un derecho de la persona que se debe respetar.

     Del mismo modo el laicismo debe descubrir que hay un espacio propiamente religioso en la política: es el ámbito de los valores fundamentales, que se expresan en las reglas que un pueblo se da, de cuando en cuando, voluntariamente. La política no puede desligarse de la religión sin perder coherencia, alcance y validez ética además de humana.

     Se refiere también Navarro Valls a la frecuente manipulación semántica, por ejemplo en el caso del término laico. Es laico, aunque su fe sea católica, todo el que ejercita su derecho de participar en la vida civil y de pensar en una política coherente con sus propios valores éticos, sean estos más o menos religiosos. Seguirá siendo laico, aunque sea católico, porque ninguna instancia le obliga a ser “católico oficial”.

     Hay muchas maneras de reprimir la religión, o de impedir la expresión púbica de las opiniones religiosas. Una es negar la palabra expresamente a sus representantes, como hizo Sudáfrica con el Dalai Lama en 2010, por presiones económicas de China. Otra modo de represión, más solapado pero no menos grave, es manejar el mensaje ridiculizándolo, usando el mismo mecanismo con el que se menoscaba la credibilidad de un testigo durante un proceso para impedir que convenza al tribunal. Eso es lo que se hizo, por ejemplo, en los medios de comunicación occidentales con las declaraciones del Papa sobre el uso del preservativo en su viaje a Camerún y Angola.

     Por desgracia hay medios que nos tienen ya acostumbrados a esa rutina ridiculizante, pero hacen daño grave a la democracia, y nos hacemos daño todos dándola por inevitable.

     Políticos, periodistas, intelectuales, y cuantos se interesan por la vida pública, deberían descubrir que la libertad de palabra de las autoridades espirituales es señal de solidez democrática: una democracia se alimenta de la libertad con la que los líderes espirituales pueden expresar sus visiones del mundo, sin tener que pedir autorización ni a políticos, ni a grupos de presión ideológicos o financieros.

     Un libro valioso que ayuda a pensar sobre cuestiones actuales, desde la experiencia de alguien que ha estado, y en buena medida sigue estando, en puestos privilegiados del devenir histórico.

martes, 20 de marzo de 2012

Por un periodismo que opine sin herir





Sesión de trabajo con periodistas organizada por COSO-Fundación


Habla el director de la Fundación Coso


VALENCIA, 1 agosto 2003 (ZENIT.org).- «Hay que construir entre todos una cultura en la que el ataque personal esté mal visto: es posible señalar errores y manifestar discrepancias sin insultos ni descalificaciones globales». Lo defiende en esta entrevista Jesús Acerete Gómez, director de programas de la Fundación Coso, radicada en Valencia, una institución que apuesta por mejorar la formación de los comunicadores, técnica y éticamente.

Acerete dice además que «los periodistas deben acercarse a la realidad sin retorcerla» y reconoce que «la comunicación tiene que unir».

En esta entrevista, este profesor sugiere un periodismo que no se base en el cinismo ni el la crítica mordaz, sino que sea capaz de superar las discrepancias con educación y sensibilidad.

Acerete es partidario de fomentar la capacidad de pedir perdón entre el cuerpo periodístico: «Hay un aspecto en el que Juan Pablo II insiste mucho: la capacidad de pedir perdón cuando uno se ha equivocado en sus afirmaciones, o se ha extralimitado en sus juicios».

--¿De qué manera los columnistas y tertulianos pueden acercar a las personas, hacerlas menos indiferentes?

--Acerete: Es la misión más hermosa de la comunicación: el entendimiento con los demás, la vivificación de la vida comunitaria que es la vida de todos. La auténtica comunicación debe buscar unir y ser veraz, procurando poner énfasis en lo bueno que tiene «el otro», sea una persona, una institución o un pueblo. Fácilmente caemos en la actitud malsana de resaltar «lo malo»; quizá tiene más morbo, pero desde luego es más destructivo.

En primer lugar hay que buscar unir, que es el fin de la comunicación y del lenguaje.

--¿Así pues la información nos hace más solidarios?

--Acerete: En la medida en que una columna de opinión, o un comentario de tertulia, aciertan a transmitirnos una realidad o un punto de vista que desconocíamos --un hecho alegre o desolador para una persona o un pueblo, por ejemplo-- ya nos están sacando del aislamiento y uniéndonos a los demás. Pueden --y deben-- despertar en nosotros el interés por lo que sucede a otros, padecer con ellos, movernos a pensar remedios: hacernos más solidarios.

Además ha de ser un trabajo veraz, que es otro aspecto sustancial de la comunicación. Hay que acercarse a las personas y los sucesos con gran respeto a la realidad, sin retorcerla --sin darle «spin», como denuncia estos días algún periódico inglés-- por superficialidad o buscando un provecho. 

Respetar la realidad requiere cierto esfuerzo: hay que contrastar los datos y fundamentar las opiniones, sobre todo cuando está en juego el buen hacer o el buen nombre de otros. Y requiere sobre todo honradez intelectual, para no convertir la comunicación en instrumento de poder, de propaganda, o en simple engaño.




--¿Por qué el periodista a veces es mordaz, y hiere con sus palabras?

--Acerete: No es un problema sólo de periodistas. Es un problema humano, quizá más notorio en los periodistas porque comunican más, están más en la palestra.

Ante todo hay que decir que abundan los buenos profesionales del periodismo, que saben medir el alcance de sus palabras, y las aquilatan antes de lanzarlas. Saben que una frase no medida puede destrozar a una persona o a una familia.

Pero por desgracia es frecuente también el profesional que sucumbe a la vanidad, al afán de notoriedad a cualquier precio; si es preciso a costa de la verdad de las cosas, o del respeto que toda persona merece.

Ya Cicerón señalaba: «Hacer daño es injusto, molestar es inmoderado».

Hay que construir entre todos una cultura en la que el ataque personal esté mal visto: es posible señalar errores y manifestar discrepancias sin insultos ni descalificaciones globales.


--Usted dice que a veces se confunde cinismo con sabiduría. ¿El cinismo puede ser sano, o siempre margina?

--Acerete: La confusión no se refiere a identificación equivocada, sino a que la falta de sabiduría se suple con cinismo.

Cinismo es mentir con desvergüenza, o defender conductas de suyo vituperables. Eso puede dar cierta vitola de superioridad ante los pusilánimes o los poco instruidos, pero desde luego nunca puede ser sano, ni para el cínico ni para la sociedad en que se pusiera de moda el cinismo.

--Un profesional cristiano sabe que se puede opinar sin herir, defiende usted. Tiene alguna propuesta para potenciar esta línea de discrepar sin hacer daño?

--Acerete: El profesional que es cristiano sabe a ciencia cierta lo que cualquier profesional con sentido común reconoce o sospecha: cada persona, hasta la de apariencia más débil o mezquina, tiene una dignidad que merece ser respetada, que le hace ser sujeto de derechos.

Los cristianos sabemos además que esa dignidad le viene de ser hijo de Dios, hecho nada menos que a imagen de Dios.

Eso tiene muchas consecuencias prácticas: debemos respetar el derecho a la fama y al buen nombre; la información ha de estar basada en hechos, no en suposiciones; no se pueden hacer juicios de intenciones, porque no las conocemos; hay que respetar la presunción de inocencia; se puede discrepar sin recurrir al insulto o a la descalificación; difundir rumores infundados o hacer eco a calumnias puede constituir una agresión más grave que la violencia física…

Hay otro aspecto, en el que Juan Pablo II insiste mucho: la capacidad de pedir perdón cuando uno se ha equivocado en sus afirmaciones, o se ha extralimitado en sus juicios. Y su correspondiente capacidad de perdonar y pasar página. Deberíamos fomentarlas más. Si las tuviéramos más presentes en la profesión periodística y en la comunicación contribuiríamos realmente a hacer el mundo más pacífico, y la convivencia más humana.

Pienso que es una línea de trabajo con la que cualquier buen profesional se identifica. Esa es la experiencia que tenemos en las actividades que desarrollamos en la Fundación COSO: existe un interés creciente entre los buenos profesionales por estar en la vanguardia no sólo de los aspectos técnicos de la profesión, sino también de la calidad humana y ética de sus contenidos.

Pienso que hay que fomentar foros de estudio y reflexión similares entre los propios responsables de la comunicación, que vayan creando y difundiendo ese estilo más humano y constructivo.

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