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viernes, 8 de enero de 2021

Antropología

 




Fundamentos de antropología. Ed Eunsa. Ricardo Yepes y Javier Araguren

 

El profesor de filosofía de la Universidad de Navarra Ricardo Yepes Stork recogió en esta obra los mejores hallazgos de la antropología, esa ciencia que estudia qué es el hombre y el sentido de sus construcciones culturales a lo largo de la historia.

 

Se trata de un valioso conjunto de reflexiones acerca de quiénes somos, cómo nos manifestamos, qué es lo que nos mueve a actuar, qué relación tiene con la verdad y el bien. El significado de las emociones, su papel en nuestra conducta; los valores, cómo se construye el sentido ético, qué es la virtud y cómo se adquiere.  Por qué nos atraen la verdad, el bien y la belleza, en qué consiste la felicidad, qué sentido tiene el dolor, y el amor. Cuál es nuestro destino y por qué la respuesta a esa pregunta determina profundamente la calidad de nuestra vida moral. En qué consiste la realización personal plena…

 

Las respuestas a esas preguntas, que de un modo u otro toda persona se hace en algún momento de su vida, marcan nuestra trayectoria vital. Son preguntas necesarias, sobre las que no todos los pensadores reflexionan y responden con la claridad y acierto que vemos en este libro.

 

Yepes Stork falleció tempranamente en accidente de montaña, y el libro –ya casi terminado- fue completado por su colega y colaborador Javier Aranguren. Dejó escritos varios libros muy interesantes para padres y educadores, como el que lleva el significativo título de Entender el mundo de hoy.

 

Anoto algunas ideas que pueden servir de referencia para hacerse cargo del rico contenido de este libro, cuya lectura resulta  agradable y accesible. 


Ética es la educación de los sentimientos

Los sentimientos, aunque irracionales en su origen, son armonizables con la razón: la sofrosine, que significa moderación, es la virtud que los domina. Son buenos, porque refuerzan las tendencias, pero no deben tenerse como norma exclusiva de conducta.

Quien disfruta con lo que hace, y lo hace ver, se convierte en alguien atractivo, porque consigue que su vida tenga una unidad muy plena: lo que quiere mi corazón lo quiere mi cuerpo, mi cabeza, todo mi yo. En cambio, la indiferencia provoca la muerte de lo vivo. Meter pasión a las cosas es llenarlas de sentido.

¿Por qué a veces nos sentimos frustrados? El origen de las frustraciones es el engaño en el conocimiento de la realidad sobre uno mismo y sobre las personas que trata: no saber apreciar los propios límites, conocer sólo epidérmicamente a los otros y esperar por tanto de ellos mucho más o mucho menos de lo que pueden dar…

Tiene que haber una proporción entre los sentimientos (por ejemplo, esas valoraciones inmediatas que nos producen las personas) y la realidad. El sentimentalismo no es una postura prudente, porque el dominio sobre los sentimientos no está asegurado. No debemos subordinar los juicios a las impresiones. (Es muy interesante lo que aporta en este punto la obra de Daniel Goleman Inteligencia social, sobre los descubrimientos de la neurociencia en relación con los mecanismos de transmisión de los estados de ánimo y las falsas percepciones.)

La ética consiste en tener los sentimientos adecuados respecto de los objetos, con la intensidad y el modo adecuado, sin defecto ni exceso. Cobardía es miedo excesivo, que paraliza. Temeridad es no temer lo que se debe temer, inconsciencia. Valentía es el punto medio: temer lo que se debe, cuando se debe, con la intensidad que se debe. 

La ética es el modo de equilibrar las tendencias humanas para armonizarlas, conseguir el término medio (mediante la educación de los sentimientos, que eso es la ética) con el que los sentimientos entran en armonía con las tendencias, y las refuerzan haciendo que la conducta humana se vuelva hermosa, bella.


La persona y su intimidad

Son muy significativas las notas que nos definen como persona, y entre ellas el valor que otorga a la intimidad, determinante para la cultura, y dentro de ella para esa manifestación de cultura que es la moda.  

Yepes destaca seis notas características de la persona:

-intimidad: un mundo interior creciente y creativo;

-capacidad de manifestar la intimidad, de sacar fuerza del interior;

-libertad: la persona es dueña de su intimidad y de su capacidad de manifestarla;

-capacidad de dar de lo suyo: por ejemplo, al amar, que es el regalo esencial;

-capacidad de recibir, de aceptar en su intimidad lo que otros le dan;

-capacidad de dialogar con otra intimidad: una persona sola no puede ni manifestarse, ni dar, ni dialogar: se frustraría.


 Moda y cultura

La moda, como la propia cultura, es la manifestación en sociedad de la persona. La intimidad, esa nota peculiar que nos define como personas, se exterioriza y manifiesta a través del cuerpo, como también del lenguaje y de la acción. Manifestar o exteriorizar el cuerpo es manifestar lo íntimo, ese mundo interior del que somos dueños, y por eso la persona viste según las circunstancias, porque exteriorizarlo totalmente y en cualquier momento significaría desposeerse de un elemento esencial de su intimidad, que sólo comparte al amar. 




En la moda, especialmente el rostro manifiesta externamente a la persona. Al vestirme, me distingo de los otros, dejo claro que soy yo, me defiendo del anonimato. El estilo es un reflejo de la personalidad.

 

El sentido del trabajo universitario

Yepes, formado en un centro académico de honda raigambre como es la Universidad de Navarra, que busca profundizar en la colaboración interdisciplinar de todas las áreas del saber, reflexiona también sobre el sentido del trabajo universitario.

 

Universidad, dice, es una comunidad de diálogo entre maestros y discípulos. Se supone que a la universidad le corresponde la visión global de la ciencia, pero hoy ha perdido en muchos sitios su “humanismo”, que es precisamente ese saber unitario que permite la visión de conjunto de todos los valores y armonizarlos entre sí.


 Hábitos, virtudes y vicios

Persona es un ser capaz de tener, de decir “mío”. Puede tener a través del cuerpo o de la inteligencia, y si llega a ser una posesión más permanente y estable posee hábitos, tendencias adquiridas que refuerzan su conducta. 

Los hábitos pueden ser técnicos, intelectuales o del carácter. Parte de los hábitos del carácter se refieren al dominio de los sentimientos, y son positivos o negativos, según ayuden o no a esa armonía. La ética los estudia, y llama a los positivos virtudes y a los negativos vicios.

       Los hábitos se adquieren con la práctica, y modifican al sujeto que los adquiere haciéndole ser de un determinado modo. Hacer actos valientes es el modo de llegar a ser valiente, como hacer chapuzas o injusticias de llegar a ser chapucero o injusto.

Lo natural en el hombre es el desarrollo de sus capacidades, llegar a ser aquello a lo que desde el inicio de su existir está llamado. El hombre sólo es él mismo cuando va más allá de lo que es de hecho: el hombre supera infinitamente al hombre (Pascal),


Ética, libertad y escepticismo


Ética es el modo de usar el propio tiempo según el cual el hombre crece como un ser completo. Es el criterio de uso de la libertad, que debe elegir aquello que contribuya a los fines y tendencias naturales. La naturaleza humana se desarrolla y perfecciona mediante decisiones libres. El hombre o es ético o no es hombre.

Contar historias tiene una influencia mayor que los discursos teóricos: el cuento de una madre a sus hijos, una novela, una película… crean modelos de conducta narrando hazañas de héroes y santos.

El escepticismo nos hace daño porque nos deja en la indeterminación sobre la verdad o la mentira, y nos impide alcanzar la perfección. Contra lo que dice el escepticismo, es posible alcanzar la verdad, pero se requieren algunos pasos para estar en condiciones de aceptarla: 

       -conciencia de que no se sabe;

       -superar prejuicios (inducidos normalmente por otros);

-cultivar la atención, la observación atenta de la realidad;

       -saber escuchar;

-aceptar la verdad y encararla;

       -guardarla en la intimidad, de manera que genere convicción.

 

Libertad es la adecuada gestión de las ganas: unas veces habrá que seguirlas, y otras no. A veces las ganas nos incitan hacia lo que nos perjudica, y el acto de libertad no es seguirlas, sino refrenarlas. Como en ocasiones sentimos pocas ganas de intentar un bien arduo, y la libertad consiste en afrontar el bien a pesar del esfuerzo que supone.

Tolerancia. Libertad y autoridad son necesarias. El uso responsable de la libertad obliga a preocuparse de que la educación transmita valores morales, y no sólo contenidos neutros (lo que no sería una postura neutral).



Amor y felicidad

El amor no es un sentimiento. El sentimiento es algo que nos pasa, agradable si está, pero no necesario. Se ama porque se quiere: la voluntad quiere querer. Sentir no es querer.

Lo amado es bello para el amante, y despierta el deseo de reproducirlo en su belleza. El amor se manifiesta en gestos, obras, conductas: si no, hay que dudar de que sea amor, porque ya no engendra belleza. (Esto es aplicable a la fraternidad).

La felicidad va unida al nombre propio de uno y a los lazos que sabe crear desde la propia intimidad personal.

El amor dádiva, que se da, no es el "amor de necesidad", ese que sólo busca recibir: amar sin dar es empobrecerse.



 Arte de gobernar

El arte de gobierno requiere formación para lograr una excelencia cuádruple:

-técnica (destreza profesional en el acto de gobernar)

-humana (capacidad de amistad, iniciativa, saber exigir según la capacidad de cada uno)

-moral (se requiere virtud y ejercer con justicia)

-política (prudencia: estar dotado para la correcta toma de decisiones directivas)

Lo público no es lo estatal, lo público se articula mediante iniciativas de los ciudadanos entorno a cuestiones comunes: la salud de un país depende de la vitalidad de su opinión pública y de sus iniciativas privadas, y no de su estado omnipresente. 

La democracia es un ideal más exigente y maduro que otras formas de gobierno, porque el uso de la libertad requiere cierta excelencia moral, política y cultural.

La moral es lo que de divino hay en el hombre. La moral no es una cárcel, sino al contrario, lo que permite al hombre elevarse a lo más alto de su dignidad. Suprimir la moral en la sociedad es cortar sus raíces, dejarla sin el porqué del esfuerzo por construirla.

 

      

 

 

viernes, 6 de marzo de 2020

El jardín de los Finzi-Contini. Georgio Bassan







Brillante novela, al parecer en clave autobiográfica, que narra la historia de Alberto, un joven estudiante de filología en la Ferrara de entreguerras.

De familia judía de clase media, el muchacho sufre las consecuencias de las leyes racistas que empieza a aplicar Mussolini, y es expulsado del club de tenis.

Alberto conoce desde pequeño a los hijos de una rica familia judía, los Finzi-Contini, y está desde siempre prendado de la hija, Micòl. Estos, como muestra de solidaridad ante su expulsión, le invitan a su casa, una lujosa mansión rodeada de un bello parque. Acuden también otros jóvenes que como él han sido expulsados del club social.

Deslumbrado por la clase y el trato humano y cordial que recibe de la familia, y de la propia Micòl, Alberto acude cada vez con más frecuencia al palacio, y acaba intimando con Micòl: una joven guapa, lista, de amena conversación y gran clase humana.

Lo que Micòl ve solo como un amor de amistad, fraternal, el joven lo entiende como el amor entre hombre y mujer. Y cuando finalmente Micòl le rechaza, el sufrimiento de Alberto es desgarrador. 

Sólo se recupera cuando su propio padre le hace ver, en una cariñosa conversación de padre-anciano a hijo-quesehacehombre, que es señal de madurez para un hombre reconocer el no de una mujer, y que hay que aprender a valorar las diversas circunstancias que rodean a ambos, sin dejarse arrastrar sin más por los primeros y lógicos afectos.

Escrita con gran estilo, traza un bello relato en el que afloran  valores humanos sobre el amargo fondo histórico de la discriminación racial, creciente en la Italia de los años 30 a instancias de las leyes nazis de Mussolini.

Pero Bassani no se centra en cuestiones políticas y sociales, sino en el fondo humano de los personajes, dibujando sus caracteres con maestría, y logrando una gran riqueza humana en los diálogos, que transmiten valores. Aunque no siempre los consejos que afloran sean afortunados, el conjunto es de gran calidad literaria y recomendable.


viernes, 16 de agosto de 2019

Varón y mujer. Teología del cuerpo


Varón y mujer. Teología del cuerpo. Juan Pablo II
Prólogo de Blanca Castilla. Ed. Palabra.



Este libro recoge uno de los ciclos de homilías que  san Juan Pablo II dedicó al amor humano, en el comienzo de su pontificado. Blanca Castilla, doctora en filosofía y teología, es la autora del prólogo, que constituye una buena guía para seguir de cerca la mente del papa.

Con el rigor intelectual y ese  estilo “espiral” que le caracterizaba –que consistía en avanzar hacia la verdad de las cosas girando una y otra vez en torno al significado de los conceptos, y logrando en cada vuelta una claridad mayor- el papa analiza el significado del amor humano, de la feminidad y masculinidad, el sentido del pudor y de la vergüenza,…

El papa santo se sirve de la luz que arrojan las palabras de Jesucristo en Mateo 19 y Marcos 10: “al principio no fue así.” Por “al principio” entiende Juan Pablo II una referencia del Señor al estado de inocencia originaria en que vivieron Adán y Eva.

Antes del pecado original, varón y mujer se ven como Dios ve la creación: son imagen de Dios, y una donación que Dios hace del uno al otro.



La “desnudez” originaria significa el bien originario de la visión divina que varón y mujer poseen, que les hace conocerse “sin sentir vergüenza”, en toda la paz y tranquilidad de la mirada interior, y capaces de hablar cara a cara con Dios. 

Esa ausencia de vergüenza significa plenitud de comprensión del significado del cuerpo como donación; y no significa una carencia, sino una plenitud de conciencia y de experiencia. La inocencia originaria es el testimonio tranquilo de la conciencia, que precede a cualquier experiencia de bien y de mal.



Juan Pablo II glosa ampliamente Génesis 2, 25: “Estaban desnudos, pero no sentían vergüenza uno de otro.” Y nos ofrece una visión esponsal del cuerpo, que por ser hecho a imagen de Dios tiene necesidad del don de sí para alcanzar la felicidad.

La felicidad es el arriesgarse en el amor”, darse sin condiciones y para siempre. Nada hace más feliz y seguro al cónyuge que saberse amado de ese modo, incondicionalmente. Pase lo que pase, el otro estará a su lado.

Como señala Blanca Castilla en el prólogo, la lectura detenida de esos textos aporta luces y registros mentales nuevos, para entender al ser humano, varón y mujer. Luces por otro lado muy necesarias en momentos de oscuridad, como los actuales.




miércoles, 14 de agosto de 2019

El amor o la fuerza del sino


El amor o la fuerza del sino. G.K. Chsterton



Escrito a comienzos del siglo XX, se trata de un conjunto de artículos en los que el gran polemista inglés entra a combatir los tópicos y prejuicios típicos de las mentes agnósticas.

Con su simpática ironía, el conjunto es una firme defensa de la familia y el matrimonio cristiano. Chesterton intuye la amenaza que se cierne sobre la humanidad a medida que se aleja del sentido cristiano de la vida, y advierte el sentido común de que lo cristiano está dotado. A menos sentido cristiano, menos sentido común habrá en el mundo.



Ya en su época se comenzaba a hablar de un supuesto “exceso de población”, para justificar el control de natalidad. “La respuesta a cualquiera que hable de “exceso de población” es preguntarle si él mismo es parte de ese exceso de población, o si no lo es, cómo sabe que no lo es.

Chesterton intuye también el verdadero mal  que amenaza a la sociedad, y dónde se está fraguando: “Está en Manhatan, y no en Moscú”. Es de la opulenta sociedad occidental de donde surgirá la gran herejía: el ataque en toda regla a la moralidad, y más en concreto a la moral sexual.

Es de admirar el respeto con que Chesterton trata siempre a sus adversarios, elogiando su inteligencia primero para después hacerles notar que seguramente no han caído en la cuenta de las perspectivas distintas que él aporta, en las que les contradice abierta y rotundamente, sin faltarles al respeto que toda persona merece.

Sus frases están llenas de chispa, de alegría de vivir y de sentido común. Anoto algunas ideas.





¿Huraño? Más bien egoísta

Hay personas poco sociables, que rehúyen el trato. Y es que “la sociabilidad, como todas las cosas buenas, está llena de incomodidades, peligros y renuncias.

Muchos hablan mal de su calle (como de la familia...), diciendo que es aburrida y cosas por el estilo. Pero “nadie huye de su calle porque sea aburrida… En realidad huye porque es excitante, porque está llena de vida, una vida que le interpela, un prójimo de carne y hueso al que hay que amar por el mero hecho de ser vecino, término que encierra una realidad tan concreta (“esta persona”) como universal (“cualquiera que sea”)".



La vida, como la familia, nos interpela. La muerte es más tranquila.

Con la familia les sucede algo parecido. Interpela mucho, pide mucho, por la evitan, no porque no sea buena o porque sea aburrida.  “La familia es arbitraria, no es conciliadora, está próxima al caos, llena de situaciones imprevisibles. Y precisamente por eso es buena, como es buena la humanidad, que tiene esas mismas características. Si todo fuera a gusto de uno, todo previsto, todo dominado, no habría vida, sino muerte. Por eso es tan aburrida la vida de los ricos, porque dominan las situaciones, escogen los acontecimientos: se aburren porque son omnipotentes.”




Portarse como un caballero en lo pequeño, en lo doméstico

Algunos dejan el “buen hacer”, el “portarse como un caballero” (como se decía antes) para momentos importantes, para cosas grandes y serias.

Pero “esto de comportarse como un caballero en los momentos importantes no tiene mucho sentido; un hombre se comporta como un caballero en los momentos que no son importantes. En los momentos importantes debería comportarse de una manera mucho mejor…


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuerpos y almas

Cuerpos y almas. Maxence van der Meersch





    Abogado y escritor, premio Goncourt en 1936, Maxence van der Meersch describe en esta bien trazada novela la vida de un médico de buena familia en la Francia de comienzos del siglo XX. Salen al paso, con agilidad y realismo,  los dilemas humanos, científicos, éticos y religiosos que se plantean en esos años en la vida de los médicos y de la sociedad en que viven. 


    Egoísmo y miserias humanas, lacras sociales debidas a vicios extendidos, falta de condiciones salubres, ignorancia de medidas profilácticas, ambición y visión crematística de la profesión, fallos por ignorancia o malas prácticas médicas, miedo a asumir responsabilidades, corporativismo, vacío y frialdad cuando falta la visión trascendente del ser humano... son algunos de los dilemas a los que el médico, entonces como ahora, debe saber enfrentarse. 


    Son cuestiones bien planteadas en el libro, que invitan a una reflexión ética de plena actualidad, y que el autor sabe enfrentar con sano criterio, destacando los valores humanos de los buenos médicos. Resalta también algunos consejos médicos (limpieza, dieta sana...) que iban descubriéndose en esa época, y el arduo trabajo de investigación y "prueba-error" que se esconde detrás de los avances científicos. 


    Late también la preocupación por los sistemas políticos vigentes, alejados tantas veces de las necesidades reales de las personas a pesar de declaraciones fatuas tipo "gobierno del pueblo por y para el pueblo", de las que se llenan la boca los políticos, que pueden acabar convirtiendo el sistema de sufragio universal propio de la democracia en un instrumento de sujeción en manos de minorías poderosas. 


    "Las pobres masas -afirma Van der Meersch  en boca de uno de sus personajes- rehúyen instintivamente el esfuerzo, y van detrás de quienes les predican las cosas fáciles y placenteras, de quienes les envenenan para explotarlas. Haría falta que estuvieran representadas por las selecciones de todas las clases, por los mejores del mundo laboral, no por los más perezosos o los más demagogos. Habría que dar con un sistema de catalogar a los hombres por su valor moral, reconociéndolo por signos exteriores: su familia, su calidad profesional, su altruismo..."  


    Y en el fondo, como sustrato, la pregunta sobre Dios y el descubrimiento del amor: "Jamás deberían los hombres odiarse: hay poco tiempo para amar. Y este es el gran misterio del amor: lo inexplicable es que uno quiera perderse por otro, y perdiendo gane." Y es que Dios, por el amor, se adentra en el hombre. "Carísimos: amémonos los unos a los otros, porque el amor proviene de Dios... El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor."

    "Los amores del hombre se cifran en el amor a sí mismo o en el amor a Dios. Sólo esos dos amores existen." El protagonista recapacita sobre el egoísmo en que se ha desenvuelto su vida: ese ídolo del egoísmo "al que tantos sacrifican todo lo bueno que podían hacer y tener."

    Es el gran descubrimiento del bien, que convierte la vida en una existencia lograda: "Uno de los mayores goces que el hombre puede experimentar es encontrar en su pasado el recuerdo de un gesto surgido del fondo de sí mismo, realizado sin proponérselo, sin haberlo querido, un gesto de pura bondad, que le impele a creer en el bien. Y más allá del bien, lo sepamos o no, está la presencia de Dios."


    Van der Meersch, ateo y de familia librepensadora, se convirtió al catolicismo en 1936. Cuerpos y almas fue escrita poco después, en 1943, y se deja ver el sentido sobrenatural del autor, lleno de humanidad. Hacia le final aflora su reflexión sobre el "no cansarse de actuar bien", que debería regir el obrar humano: "¡Cuán afortunados los que alcanzan el bien y la verdad por los caminos de la justicia, del cumplimiento del deber, del sacrificio, de le entrega de sí mismo! Un cruel destino debe ser para el hombre no haber podido entrever la faz de la verdad sino a la trágica luz de una mala acción irreparable, que le hace ver por contraste el bien que podía haber hecho y despreció."


    Esta obra le valió el Gran Premio de la Academia FrancesaUn gran libro, como lo atestiguan también sus numerosas ediciones internacionales. Recomendable para médicos y alumnos de medicina y enfermería. Y para los amantes de la lectura en general.








martes, 16 de agosto de 2016

Elegancia, belleza, dignidad

Elegancia y dignidad humana





        “La elegancia, algo más que buenas maneras”, es el título de un sugerente artículo que publicó en la revista “Nuestro Tiempo” el joven filósofo Ricardo Yepes Stork, fallecido prematuramente. Acabo de releerlo, y lo resumo aquí, con algún añadido.


De la mano de los clásicos, Yepes aporta reflexiones sustanciosas sobre uno de los frentes desde los que se acosa hoy la dignidad humana: el feísmo y la vulgaridad en las relaciones, que parecen negar la infinita capacidad del ser humano de alcanzar el  bien y la belleza, de convivir en armonía.



No se trata de un aspecto marginal. La estrecha relación entre elegancia y dignidad exige una serie de actitudes que resaltan  la dignidad humana. Yepes destaca tres: la vergüenza, el pudor y la elegancia. Con ellas, la persona es capaz de elevarse desde la fealdad a la belleza.



Son actitudes diversas, pero inseparables. Unas sin las otras se caen. No son conceptos reservados a las élites. Personas muy humildes las poseen, y resplandece en ellas esa belleza de la dignidad preservada. Quien no las posee está manifestando que tiene en poca estima su dignidad, y no será capaz de remontar el vuelo de lo zafio a lo bello.




Vergüenza

        Se siente vergüenza de lo feo presente en la persona. Sentir vergüenza es sentirse feo por algo que aparece como indigno del propio valor. Lo indigno es vergonzoso, incluso ofensivo, porque es irrespetuoso hacia uno mismo o hacia los demás. 

     
     Sentimos vergüenza cuando nos vemos, o somos vistos,  de un modo dolorosamente inferior a nuestro valor,  o con la intimidad tan  indebidamente expuesta a miradas extrañas que sentimos la necesidad de ponernos a cubierto, que es la actitud propia del pudor.




Pudor


   El pudor, virtud poco conocida y muy maltratada, es una actitud profundamente humana que sirve para preservar la dignidad. Es el amor a la propia intimidad. Es la expresión corporal del derecho a la intimidad y a la propia dignidad. El pudor precede a la vergüenza, porque reserva la intimidad, no la comparte con cualquiera, y por eso permite ser intensamente dueño de uno mismo.


El pudor es la inclinación a mantener latente lo que no debe ser mostrado, a callar lo que no debe ser dicho, a reservar a su verdadero dueño el don que no debe ser comunicado más que a la persona a la que se ama. Porque amar es donar la propia intimidad. 


Sólo ante la persona amada somos transparentes, porque amar es darse. Si no poseemos la intimidad no tendremos nada que dar al amado. El pudor es la actitud, presente en gestos, vestimentas y palabras, que permite vislumbrar que aún queda algo oculto y silenciado: la persona misma, en todo su valor.



Desnudez


    Como el cuerpo es parte de nuestra intimidad, el pudor es también resistencia a la desnudez. Es una invitación a buscar a la persona más allá del cuerpo. Es la resistencia a que el cuerpo sea tomado sin la persona que lo posee, como una simple cosa. El acto de pudor es una petición de reconocimiento, como si el mirado dijera: “no me tomes por lo que de mí ves descubierto; tómame a mí como persona”.


       El carácter sexuado del cuerpo da a la desnudez cierto carácter erótico, una realidad natural de atracción que no se puede obviar en las relaciones humanas, y que es origen de pautas de comportamiento entre varón y mujer: es la conducta pudorosa, que  sabe distinguir lo oportuno de lo inoportuno,  y busca preservar la interioridad a miradas extrañas para darla sólo a quien se ama. 


      No se puede ofrecer la intimidad que ya no existe porque se ha expuesto como mercancía en venta. Lo “decente”, que significa “lo que dice bien” de la persona, es preservar la íntima desnudez para el ser amado. Considerar esto algo anticuado es un grave error,  y causa de no pocas crisis personales y sociales.




Elegancia y cortesía


    Elegancia es la presencia de lo bello en la figura, en los actos y movimientos, el mantenimiento de esa compostura que hace a la persona no solo digna y decente, sino bella y hermosa ante sí y los demás.


Compostura es ausencia de fealdad en la figura y conducta. Es la clásica “modestia”, que es la cualidad de lo humilde, de lo no engreído, de lo que se presenta con escasez de medios. La hermosura de lo sencillo. Es la ciencia de lo “decente” (“lo que dice bien”) en el movimiento y costumbres de la persona. Ausencia de lo sucio y presencia de lo limpio. Orden, saber estar, saber moverse, en el momento y con los gestos adecuados. Quien pierde la compostura en cierto modo  pierde la dignidad.


Parte de la compostura es la cortesía,  que significa tratar correcta y educadamente a las personas (lo que implica un reconocimiento de que son dignas de buen trato). Cortesía es –dice Octavio Paz- una escuela de sensibilidad y desinterés, que nos exige cultivar la mente y los sentidos, aprender a sentir  y hablar, y en ciertos momentos a callar. Es cortesía omitir todo detalle que resulte molesto, invasor, vergonzoso o irrespetuoso. El Papa Francisco alude a esto en su carta sobre la alegría del amor.


      Compostura y cortesía exigen “arreglo”: ocuparse de uno mismo, de la propia apariencia, cuidar la exterioridad. No se trata de artificios hipócritas, sino de un aprendizaje humano que civiliza los instintos. Son aspectos básicos que están en la base de la educación de la elegancia.


Tomás de Aquino es aún más rotundo: la amabilidad es una exigencia irrenunciable del amor, y por eso “todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean”.  Las buenas maneras transforman la animalidad en humanidad.




Gusto y estilo


      La compostura nos lleva a no desentonar. Pero la elegancia va más allá: además es atractiva. Ser elegante requiere desarrollar el gusto y el estilo para llegar a ser atractivo, adquirir la capacidad de sobrevolar por encima de lo zafio y vulgar.




       


       
       Ser elegante es tener buen gusto, saber reconocer lo bello, y eso requiere tener la mirada puesta en un todo con el que se debe contrastar cuanto se mira. Es tener la capacidad de reconocer las cosas bonitas o feas porque se tiene la referencia a un todo que ilumina como adecuado o inadecuado cada cosa que miro. 


       Elegancia es un modo de conocer, un sentido de la belleza o fealdad de las cosas, que se aplica no solo a la naturaleza o el arte, sino a las costumbres, la convivencia, la conducta, las obras humanas, o a las personas mismas. Y no es innato: depende del cultivo espiritual que cada uno adquiera. 




Belleza



        Belleza es armonía y proporción de las partes en el todo. Pero el todo de  la persona es mucho más que cuerpo y vestido. La persona que cuida su apariencia exterior con arreglo al buen gusto está bella. Pero ser bella,  toda la persona y no sólo su exterior, requiere que todo el ser  posea la armonía y plenitud propia de lo íntegro y proporcionado. 


       Una persona es bella si lo es su lenguaje, su conducta, su conversación, sus gestos; si sabe estar y relacionarse, si sabe convivir, si es capaz de poner en juego con constancia ese conjunto de hábitos operativos buenos que llamamos virtudes,  que nos convierten en personas agradables y atractivas


        Hay belleza en la persona que posee perfección, porque tiende a lo que le perfecciona, a lo bueno. Bien y belleza se identifican. No todo perfecciona al hombre, no todo le conviene. Quien sabe dominarse, quien busca lo mejor y se esfuerza por alcanzar lo más elevado, aunque sea arduo, deja atrás lo feo y vulgar para recorrer el camino de la verdadera elegancia, que lleva a la belleza buena, esa belleza que radica en el alma y embellece a la persona entera.



        Elegancia es la presencia de lo bello en la persona. Hay belleza en una acción generosa, y fealdad en el egoísmo. Es fea la persona avara, insolidaria, chismosa, envidiosa, lujuriosa, mentirosa, despilfarradora… por mucho que domine los colores o sepa gesticular con las manos. 


         La íntima unión de cuerpo y espíritu  no permite que engañe por mucho tiempo la aparente armonía exterior de quien tiene el alma ennegrecida por un vicio. La belleza moral es raíz de la verdadera belleza, porque radica en lo más profundo del ser humano. Se manifiesta en un rostro noble y atrayente, incluso en las personas físicamente menos agraciadas. El rostro es una gran epifanía de la persona (Levinas).



        El Papa Francisco, en La alegría del amor, dedica un tierno recuerdo a la belleza del gesto del personaje central de la película El festín de Babette. La generosa cocinera, al término de la magnífica cena en la que ha gastado todo lo suyo, con la que ha conseguido hermanar y llenar de alegría a una comunidad antes gélida y dividida, recibe un abrazo agradecido y un elogio: “¡Cómo deleitarás a los ángeles!”. Los ángeles (y también nosotros) se deleitan con la belleza de los gestos de amor desinteresado y alegre. 






       Es la belleza de quien sabe alegrar la vida a los demás con lo que tiene a su alcance. Esa clase de belleza que comienza en el corazón y se irradia al exterior a través de una sonrisa sencilla y perfecta.  Una belleza que contemplamos cada día en tanta gente buena, que se deleita en hacer el bien a los demás desinteresadamente. Y que no está en la vanidad de quien se mira a sí mismo, que sólo piensa en ser amado, y no en amar.



Naturalidad


       Elegancia es la naturalidad de quien actúa espontáneamente, con mesura, con un gusto y estilo personal que muestran una belleza poseída desde lo más hondo de la persona. La elegancia no es mera imitación exterior de un modelo. No es enajenarse tratando de seguir al fetiche icónico del momento. Es expresión de un mundo auténticamente personal, propio, poseído.


***


     Quien ama su dignidad cuidará su elegancia, y con ello añadirá a su persona ese punto de belleza que la hace más amable y atractiva. No es narcisismo: es una preparación para el encuentro con los demás, una búsqueda de la nobleza humana en el convivir.


Elegancia es crear un ámbito que está más allá de la pura utilidad: es presentación alegre y festiva de la persona, que sabe encontrar siempre motivos para expresar alegría por medio de la “buena presencia” y del adorno, y por eso se hace más merecedora de la estima propia y ajena.