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martes, 7 de agosto de 2018

Huid del escepticismo




Huid del escepticismo. Una   educación liberal como si la verdad contara para algo

Christoffer Derrick. Ed. Encuentro

Discípulo de C.S. Lewis, el intelectual y escritor inglés  Christoffer Derrick nos ofrece en este magnífico ensayo una reflexión crítica en torno a la educación tal y como se está planteando en muchos países de nuestro entorno. Una educación dominada por una intelligentsia que, contra lo que sería su razón de ser, niega la posibilidad de saber la verdad de las cosas. Con sentido del humor británico, Derrick señala las contradicciones en que cae el sistema educativo, víctima del escepticismo.

Derrick, tras constatar que en nuestros días  buena parte de escritores y profesores se muestran escépticos, parece descubrir un “interés” personal directo en ese escepticismo. Si la tarea profesional del intelectual es ir a la caza de la verdad, negar la posibilidad de alcanzarla –que  eso significa ser escéptico- sería una forma de dilatar sin fin su aparente e infructuoso trabajo.

El intelectual que sucumbe a la tentación del escepticismo quiere gozar  del placer de la búsqueda intelectual, pero se muestra reticente a asumir el producto final lógico de esa búsqueda, que es el conocimiento de la realidad. Parece como si inconscientemente tomara medidas para esterilizar anticipadamente su búsqueda, adoptando teorías relativistas o escépticas. Así el juego puede continuar eternamente, “como el juego de los amantes sin el estorbo del embarazo y el parto del niño”.

La versión política de esa tendencia escéptica de la intelligentsia es apostar por las tendencias más “progresistas”, por los cambios más “revolucionarios”, ya  que en cuanto suponen replanteamientos más vertiginosos parecen reclamar el protagonismo de la “intelectualidad”. En cambio su papel no sería tan relevante si se tratara de conservar valores adquiridos. De manera que mostrarse escéptico no dejaría de ser hoy una forma de vedettismo.

No debemos sucumbir a esa supuesta celebridad de ciertos intelectuales escépticos, señala Derrick: “El hecho de tener un cerebro de primer orden no es una garantía de integridad total, de total objetividad y total neutralidad ante los hechos.”

Derrick muestra el absurdo de planteamientos filosóficos que niegan por principio nuestra capacidad de conocer la realidad: “No puedo demostrar que los patos son patos, y que los cerdos son distintos de los patos. Una prueba así no es necesaria y mucho menos posible. Las cuestiones de ese género no son de orden filosófico; requieren la presencia o ausencia de una salud mental básica que haga posible la filosofía o cualquier otra actividad coherente.” 

Y concluye con estilo chestertoniano: “En la base de algunas filosofías no hay sino un problema de  salud mental…”

La postura del escéptico total es completamente absurda. Por eso, tales escépticos no existen en realidad: un hombre que dudase de todo, tendría que dudar también de que duda de todo; tendría que dudar hasta de su propia existencia, lo que no le permitiría dudar…






Entre las razones por las que está tan extendido el escepticismo entre los intelectuales, indica las siguientes:

1º, porque es fascinante ese juego de demostrar que no es lo que es; lo malo de ese juego es que se realice ante jóvenes que lo toman en serio;

2º, porque la duda, cuidadosamente racionalizada, alimentada y sostenida, es un magnífico mecanismo de defensa contra la pesada realidad, demasiado grave y molesta; y

3º, porque la postura  escéptica da cierto protagonismo. "Existe esa impresión vaga, pero persuasiva, de que expresar dudas es un signo de modestia y de democracia, mientras que se considera dogmática y dictatorial demostrar certidumbre."

Pero hay otra razón de más peso: y es que la presencia de la verdad compromete.

Hay, desde luego, personas que pretenden que es imposible conocer la verdad, pero es porque reconocer que la verdad existe les llevaría a sentirse obligados moralmente. Es menos comprometido negarla. Es lo que hizo Poncio Pilatos, cuando preguntó “¿Qué es la verdad?”, en presencia de la Verdad misma. Decía no saberlo, pero acto seguido condenó a muerte a un Hombre cuya inocencia él mismo había proclamado. Ser escéptico no es una actitud inocua…

Derrick concluye su ensayo con dos advertencias útiles para desarrollar una mente sana y cultivada:

1ª, “Guardaos, amigos, de los filósofos que os digan que el hombre no puede conocer la verdad. Esa postura solo puede conducir al hombre a la perdición.”

Y 2ª, confianza en la luz de la revelación cristiana, que ilumina (pero no frena) el camino de la razón. “La fe cristiana no se fundamenta en la razón, sino en la palabra de Dios: pero es bueno y conveniente saber que la razón está de nuestra parte y no contra nosotros, como ciertos filósofos quieren hacernos creer…”

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La propuesta de Derrick es lo que denomina educación liberal, en la que se estimule a la persona a desarrollarse de la manera más completa posible: leer mucho, pero no cualquier cosa, sino lo bien informado y sensible; apreciar el arte; entender algo de la historia del mundo y sus problemas. 

Una persona así tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante, y sabrá dar a las cuestiones públicas o políticas salidas distintas a las del simple prejuicio o interés particular, esos prejuicios que difunden con ahínco digno de mejor causa algunos hombres públicos. 

Una persona educada con ese espíritu liberal, apunta Derrick, tendrá cierta facilidad en las difíciles artes de leer, pensar y escribir -tan relacionadas, y tan escasas en nuestros estudiantes hoy-, y será alguien con quien valga la pena conversar, porque dispondrá de esos recursos interiores que admiramos en un espíritu cultivado. Y tendrá valores propios que aportar al conjunto social.

Todo un reto para los verdaderos educadores.




lunes, 9 de enero de 2017

Cómo defender la fe sin levantar la voz

Cómo defender la fe sin levantar la voz
Austen Ivereigh y Yago de la Cierva
Ed. Palabra







En el año 2010 el Papa  Benedicto XVI viajó al Reino Unido, un país en el que la percepción pública de la Iglesia católica ha sido negativa durante siglos. Un pequeño grupo de católicos de a pié –estudiantes y jóvenes profesionales, “con trabajo, hijos e hipotecas que atender”- vieron en la visita del Papa una  oportunidad: podrían ofrecerse a  los medios de comunicación para contar la realidad que ellos vivían en la Iglesia, muy distinta de la percepción negativa reinante en su país. Y se prepararon a conciencia. 



Así nació Catholic Voices, que desde entonces realiza  una importante labor de comunicación en el Reino Unido. Su presencia es solicitada por los medios en los debates que afectan a la vida de la Iglesia. Su ejemplo ha cundido en otros países.




Este libro recoge parte del trabajo de Catholic Voices. Son “respuestas civilizadas a preguntas desafiantes” que están en la calle.   Respuestas  razonadas, apoyadas en datos y fruto de horas de trabajo serio,  para presentar el mensaje cristiano  ante una  ideología  que pretende que creamos que no tiene relevancia lo que la Iglesia diga. 



Yago de la Cierva, de la mano de Austen Ivereigh –uno de los promotores de Catholic Voices en Inglaterra, y autor de El gran reformador, una gran biografía del papa Francisco- ha adaptado el contenido del libro a cuestiones que afectan especialmente a España.




Un cristiano corriente ha de ser capaz de dialogar con seguridad y confianza sobre las buenas razones y datos que avalan la postura de la Iglesia cuando habla de población y desarrollo, de la defensa del no nacido o de la cultura del descarte. La ideología dominante no es una amenaza, sino una oportunidad que reclama creatividad, estudio y diálogo, para saber mostrar las buenas razones y datos que apoyan la fe de la Iglesia.








No busques un escondrijo, prepárate” es el lema de Catholic Voices. Prepararse significa documentarse, formarse, estudiar, analizar, escuchar a quienes defienden posturas contrarias, buscar la verdad que hay en toda acusación, y desde el diálogo amable caminar junto a los oponentes, siempre de modo respetuoso hacia las personas, aunque no compartan las ideas. 



Esa es precisamente la gran aportación de este libro. Enseña a caminar juntos y amigablemente en busca de la realidad, porque la realidad nos llevará a la verdad. Con hechos reales, los prejuicios caen.




¿Tiene derecho la Iglesia a pronunciarse en política? ¿De verdad defiende la  igualdad y libertad? ¿Es partidaria de la promoción de la mujer? ¿Por qué no apoya las políticas sobre población que promueven los países ricos?  ¿Por qué se opone a ciertas leyes en materia matrimonial, familiar o educativa? ¿Por qué rechaza la cultura del descarte




Las objeciones de los acusadores son analizadas con objetividad, se busca la parte de verdad que contienen para reconocerla,  se pone en evidencia lo que no es cierto, se explican las razones y datos que faltan en la acusación, y desde ahí se buscan nuevos enfoques y puentes de entendimiento hacia la realidad, buscando tratar cada cuestión con la objetividad necesaria. Al final de cada capítulo se aporta un resumen de ideas, datos y nuevos enfoques que es necesario resaltar para facilitar el entendimiento, evitar tergiversaciones y desinflar mitos.


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Sobre la mujer en la Iglesia, muestra la evidencia de que la dinámica que está detrás de la emancipación de la mujer viene del cristianismo. Hay más mujeres con funciones de liderazgo dentro de la Iglesia que en otras instituciones comparables. Por ejemplo, la escasa proporción de mujeres en el Vaticano (aunque es una proporción que supera la de las multinacionales, por ejemplo) es similar a la de varones laicos. El problema  es el exceso de clérigos en cargos que podrían desempeñar laicos (mujeres o varones).  Interesante la fuerza con que surge un nuevo feminismo, que busca emancipar a la mujer salvaguardando su identidad diferenciada.




Respecto al matrimonio, resalta que la Iglesia no rechaza a los homosexuales. Defiende que el Estado debería promover el matrimonio conyugal por el bien de la sociedad y especialmente de los niños. Es reseñable que algunas “leyes de matrimonio homosexual” convierten  en susceptible de ser acusado de discriminación a quien no esté de acuerdo con esa ideología, que se presenta como una nueva religión a la que todos deban someterse, algo impropio de una  democracia.


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En educación, hay una idea básica: los colegios son prolongación de la familia, no del Estado. La educación es formación de hábitos y virtudes, y por eso la dimensión religiosa no puede excluirse. Frente a afirmaciones en contra, los datos evidencian que  las escuelas católicas son las más diversas social y étnicamente, y no sólo forman el caracter sino también superan la media en las demás áreas, hasta deportivas. 



El secreto de esa eficacia social es su identidad, y para asegurarla necesitan autonomía para elegir a sus directivos, docentes y alumnos. Esa autonomía es parte de la libertad religiosa reconocida por la Constitución. El Estado debe garantizar el derecho de los alumnos (o de sus padres si son menores) a la enseñanza de religión en la escuela púbica.


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En política, la Iglesia católica tiene el derecho natural de pronunciarse. Nadie como la Iglesia defiende la distinción entre política y fe, y el diálogo entre ambas para que no se aíslen y contribuyan a la mejora de la persona en su totalidad. En el cimiento de la libertad social y de nuestra civilización está la doctrina social de la Iglesia, que es su única agenda política.



Sobre población, SIDA, ecología y desarrollo, multitud de datos avalan que nadie como la Iglesia está tan cerca de los pobres y puede hablar con tanta autoridad en su nombre. Los mejores expertos en SIDA han confirmado que el comportamiento sexual responsables que promueve la Iglesia es el más idóneo para la prevención


Los países pobres no necesitan frenar la natalidad, que es a lo que preferentemente destinan sus ayudas los países ricos. Su verdadera necesidad  es que se promueva un comercio internacional justo. Las familias numerosas no son la causa de la pobreza: la causa es que se anteponga el dinero y el beneficio a las personas.


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Sobre los abusos sexuales, la Iglesia ha reconocido que sólo un caso sería ya una situación abominable, y ha pedido perdón. Pero hay que contar toda la verdad: la mayor parte de las acusaciones proceden de hechos sucedidos hace 30 o 40 años. Las escuelas católica no actuaron entonces ante denuncias, pero tampoco lo hacían otras instituciones similares, en las que proporcionalmente abundaron más los abusos. 


Ha habido un despertar moral en la sociedad ante el abuso sexual a menores, y un cambio radical en los protocolos de actuación que sitúa a la Iglesia católica en la vanguardia de la prevención, frente a otros grupos o instituciones. Se constata cómo el sacerdocio católico no es refugio para quienes cometen abusos, ni hay vínculo causal con el celibato. Y todo evidencia que hoy la Iglesia es un ambiente seguro para la juventud.


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La igualdad es un principio cristiano: la Iglesia defiende que todas las personas tienen el mismo valor y dignidad, porque todos somos hijos de Dios. La Iglesia acoge a todos, rechaza cualquier discriminación. Pero está en contra de la forma en que tratan de aplicarse ciertas leyes de igualdad, porque afectan negativamente a otros derechos y libertades. Reclama la libertad de asociarse y de manifestar públicamente las propias convicciones, que deben estar protegidas por la ley. 



La ideología de género es una ideología, no está basada en la ciencia, y privilegia a colectivos LGTB por delante de otros colectivos que también están en riesgo de exclusión. Ciertas leyes de género vulneran derechos fundamentales como el de libertad de expresión, la libertad de los padres de elegir la educación de sus hijos, la libertad de creación de centros educativos, o la patria potestad de los padres.




Sobre la sexualidad, la Iglesia siempre ha visto en el sexo una bendición de Dios, una llamada al  amor en un contexto de compromiso y estabilidad, y su fin es estar abierto a la vida. Es una forma de entrega que protege el amor verdadero. La Iglesia no llama a nadie desordenado, sino a los actos que no expresan el amor conyugal abierto a la vida. Hay muchas formas de dar y recibir amor que no son sexuales o conyugales, como el amor de amistad.


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Interesante también todo el capítulo destinado a la cultura del descarte. Hay un despertar moral ante la belleza de la vida del no nacido, y la Iglesia habla en nombre de los que no tienen voz. Nadie como la Iglesia ofrece soluciones a mujeres asustadas ante el embarazo. El valor de la vida humana no está determinado por el tamaño, ni por la fortaleza física o síquica.



El suicidio asistido convierte en más vulnerables a los vulnerables y a los discapacitados. Debilita el progreso médico en el tratamiento  de enfermos crónicos y terminales, y frena el  avance en cuidados paliativos, como se ha comprobado en países donde se ha aprobado. Lo que la Iglesia defiende es la necesidad de ayudar a darse cuenta de su valor a quien se considera una carga, y a que viva dignamente el tiempo que le quede.



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Lo arriba expuesto es un brevísimo apunte del contenido del libro. Junto a la claridad de la exposición y el esfuerzo de precisión terminológica –pues la manipulación de términos ha sido tantas veces fuente de sofismas y argumentos falaces contra la Iglesia- es especialmente de agradecer el tono positivo, que busca sinceramente la comprensión y el entendimiento con el oponente, sin caer en frentismos ni victimismos. 




miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuerpos y almas

Cuerpos y almas. Maxence van der Meersch





    Abogado y escritor, premio Goncourt en 1936, Maxence van der Meersch describe en esta bien trazada novela la vida de un médico de buena familia en la Francia de comienzos del siglo XX. Salen al paso, con agilidad y realismo,  los dilemas humanos, científicos, éticos y religiosos que se plantean en esos años en la vida de los médicos y de la sociedad en que viven. 


    Egoísmo y miserias humanas, lacras sociales debidas a vicios extendidos, falta de condiciones salubres, ignorancia de medidas profilácticas, ambición y visión crematística de la profesión, fallos por ignorancia o malas prácticas médicas, miedo a asumir responsabilidades, corporativismo, vacío y frialdad cuando falta la visión trascendente del ser humano... son algunos de los dilemas a los que el médico, entonces como ahora, debe saber enfrentarse. 


    Son cuestiones bien planteadas en el libro, que invitan a una reflexión ética de plena actualidad, y que el autor sabe enfrentar con sano criterio, destacando los valores humanos de los buenos médicos. Resalta también algunos consejos médicos (limpieza, dieta sana...) que iban descubriéndose en esa época, y el arduo trabajo de investigación y "prueba-error" que se esconde detrás de los avances científicos. 


    Late también la preocupación por los sistemas políticos vigentes, alejados tantas veces de las necesidades reales de las personas a pesar de declaraciones fatuas tipo "gobierno del pueblo por y para el pueblo", de las que se llenan la boca los políticos, que pueden acabar convirtiendo el sistema de sufragio universal propio de la democracia en un instrumento de sujeción en manos de minorías poderosas. 


    "Las pobres masas -afirma Van der Meersch  en boca de uno de sus personajes- rehúyen instintivamente el esfuerzo, y van detrás de quienes les predican las cosas fáciles y placenteras, de quienes les envenenan para explotarlas. Haría falta que estuvieran representadas por las selecciones de todas las clases, por los mejores del mundo laboral, no por los más perezosos o los más demagogos. Habría que dar con un sistema de catalogar a los hombres por su valor moral, reconociéndolo por signos exteriores: su familia, su calidad profesional, su altruismo..."  


    Y en el fondo, como sustrato, la pregunta sobre Dios y el descubrimiento del amor: "Jamás deberían los hombres odiarse: hay poco tiempo para amar. Y este es el gran misterio del amor: lo inexplicable es que uno quiera perderse por otro, y perdiendo gane." Y es que Dios, por el amor, se adentra en el hombre. "Carísimos: amémonos los unos a los otros, porque el amor proviene de Dios... El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor."

    "Los amores del hombre se cifran en el amor a sí mismo o en el amor a Dios. Sólo esos dos amores existen." El protagonista recapacita sobre el egoísmo en que se ha desenvuelto su vida: ese ídolo del egoísmo "al que tantos sacrifican todo lo bueno que podían hacer y tener."

    Es el gran descubrimiento del bien, que convierte la vida en una existencia lograda: "Uno de los mayores goces que el hombre puede experimentar es encontrar en su pasado el recuerdo de un gesto surgido del fondo de sí mismo, realizado sin proponérselo, sin haberlo querido, un gesto de pura bondad, que le impele a creer en el bien. Y más allá del bien, lo sepamos o no, está la presencia de Dios."


    Van der Meersch, ateo y de familia librepensadora, se convirtió al catolicismo en 1936. Cuerpos y almas fue escrita poco después, en 1943, y se deja ver el sentido sobrenatural del autor, lleno de humanidad. Hacia le final aflora su reflexión sobre el "no cansarse de actuar bien", que debería regir el obrar humano: "¡Cuán afortunados los que alcanzan el bien y la verdad por los caminos de la justicia, del cumplimiento del deber, del sacrificio, de le entrega de sí mismo! Un cruel destino debe ser para el hombre no haber podido entrever la faz de la verdad sino a la trágica luz de una mala acción irreparable, que le hace ver por contraste el bien que podía haber hecho y despreció."


    Esta obra le valió el Gran Premio de la Academia FrancesaUn gran libro, como lo atestiguan también sus numerosas ediciones internacionales. Recomendable para médicos y alumnos de medicina y enfermería. Y para los amantes de la lectura en general.








viernes, 26 de agosto de 2016

La persecución de los jesuitas en el siglo XVIII

Un peligro para el Estado. La persecución de los jesuitas en el siglo XVIII.  Philip Trower. Ed Palabra 





Relato novelado, con personajes reales y de ficción, que narra los acontecimientos que rodearon la expulsión de los jesuitas de España y la posterior supresión de la Compañía de Jesús por Clemente XIV en 1767. Las intrigas de los ilustrados y pro-franceses en la Corte del rey Carlos III para lograr que éste aprobara la expulsión,  los logros sociales en las reducciones jesuíticas del Paraguay, el ambiente y cultura de la España del momento,…  se describen con verosimilitud y se juzgan con sentido cristiano.


Carlos III era un  monarca absolutista ilustrado, y como tal no veía con buenos ojos la autonomía de que gozaban las reducciones paraguayas, que seguían las ideas políticas de Francisco Suárez y la escuela teológica de Salamanca. Frente a los monarcas absolutos, Suárez afirmaba que el poder es circunstancial, ya que proviene por intermediación del pueblo, que puede darlo o retirarlo. Pero los gobernantes que quieren ampliar su control sobre la sociedad nunca han visto bien a quien les recuerda que su poder no es absoluto. 


Cuando los jesuitas  se negaron a abandonar las Reducciones del Paraguay para que Portugal tomara posesión, y hubo que apresarlos por las armas, en represalia Carlos III obligó a Clemente XIV a abolir la Compañía de Jesús. Los totalitarios tienden a tratar a los enemigos del gobierno como enemigos del Estado.


Como ha señalado Austen Ivereigh, el borbón Carlos III era un fruto de la Ilustración: imponía su ideología desde arriba, coaccionando la realidad para hacer encajar su idea sin pensar en las consecuencias para las personas. Su actuación provocó el hundimiento económico en la zona y el resentimiento de los territorios americanos, que rompieron sus vínculos de afecto y lealtad a España y poco después (1810) se independizaron.



A propósito de esos intentos de poder totalitario sobre el pueblo, el Papa Francisco ha dicho: “Lo peor que puede ocurrirle a un ser humano es dejarse arrastrar por las “luces” de la razón. Nuestra misión es, por el contrario, descubrir las semillas de la Palabra en la humanidad”.


lunes, 8 de septiembre de 2014

La columna de hierro. Una gran novela sobre la vida de Cicerón


 
                                                        

La columna de hierro. Taylor Caldwell. Ed. Maeva 



Biografía  novelada de Marco Tulio Cicerón. Nacido en  el año 106 y muerto en el 46 antes de Cristo, vivió en momentos de esplendor del  Imperio Romano, cuando mentes lúcidas como la suya ya intuían su inevitable declive,  a causa de la ambición y corrupción de la clase dirigente. 


Antes de comenzar a redactar el libro, Taylor Caldwell realizó junto a su marido un gran trabajo de documentación, que comenzó en 1947 con la traducción de todas las obras y correspondencia de Cicerón, conservadas en el Archivo Vaticano. Empleó después  un total de siete años en la redacción del libro, que iba acompañada de un arduo trabajo de investigación  para recrear con detalle la vida y costumbres de la época. 


Taylor ve un terrible paralelismo entre  la historia de la República Romana y la de los Estados Unidos de América (y de todo  el Occidente contemporáneo, podríamos añadir).   El menosprecio  de las naciones a las normas establecidas en la Pax Romana, que pretendía  un  gobierno mundial conciliador, le parece muy similar al desprecio actual  a la letra de la Carta de las Naciones Unidas. Cicerón lo advirtió, con frase de Aristóteles: “Las naciones que ignoran la Historia están condenadas a repetir sus tragedias”.  

Fue el mejor jurista y abogado de Roma. Sus dotes oratorias, bien cultivadas durante años, eran espectaculares, con un enorme poder de seducción. Sus famosos discursos contra Catilina, verdaderas arengas a favor de la libertad,  están construidos con tal perfección que podría repetirlos  un político actual.  “La libertad no significa aprovecharse de las leyes con intención de destruirlas. No es libertad la que permite que el caballo de Troya sea metido dentro de nuestras murallas y que los que vienen dentro sean oídos con el pretexto de la tolerancia”. 

 

Destacó además como escritor, poeta, filósofo, moralista y político. Introdujo en Roma la savia de la filosofía griega. En un mundo en que no estaba de moda la moral, trató siempre de interrogarse acerca de  la bondad o maldad de los actos humanos, y especialmente de los actos de los políticos, que deberían trabajar a favor del pueblo y tantas veces lo utilizan para su propio provecho personal, con una retórica manipuladora y disfrazada de palabras de democracia. 


Defendió que los derechos de los hombres están por encima de los del Estado, que la libertad nunca debería ser amenazada por leyes perversas. Denunció y desafió a los dictadores y el ansia de poder de los hombres malvados que se hacen con los recursos del Estado.  Murió asesinado precisamente por orden del  Estado, durante el triunvirato de Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los poderosos no soportaban sus alegatos acerca de la necesidad de que el poder respete la ley: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición”.  


El diálogo con la pragmática Terencia, su mujer, refleja el dilema de todo hombre honrado, que prefiere mantenerse alejado de una política en la que sólo suelen triunfar los más astutos o los que compran cargos: “La virtud, las dotes de mando o la capacidad son cualidades que no cuentan para nada. Si sólo se hubiera de elegir a hombres virtuosos y capaces, seguro que la mitad o más de los cargos de Roma quedarían vacantes” (505). Denunció a los “políticos que retuercen la verdad sobre sus adversarios y trabajan por difundir falsedades acusatorias hasta convertir al inocente en culpable a los ojos del pueblo” (714): nihil novum sub sole!


Pero una frase de Pericles pone el dilema en su punto justo: “No decimos que el hombre que no se interesa por la política se ocupa tan sólo de sus propios asuntos. Lo que afirmamos es que no tiene nada que hacer en este mundo”. (148) La política precisa de personas honradas, dispuestas a sufrir si llega el caso el odio y la ingratitud de las masas, manipuladas con tesón y constancia precisamente por quienes sólo buscan en la política su propio provecho. (703)


Sus tratados sobre los deberes para con Dios y para con la patria, especialmente De Republica, continúan siendo citados dos mil años después de ser escritos. Igualmente famosas son sus cartas a Ático, su editor, quien supo valorar la calidad de sus textos: “edades  aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito  será una advertencia para naciones aún desconocidas”.  


También se conserva una amplia correspondencia con  Julio César, gran amigo desde la infancia, aunque siempre hubo entre ellos una relación de amor y odio. Cicerón conocía bien a César y no se fiaba de sus intenciones. Sabía que era un trepador. César dijo de él con su cinismo habitual: “Siempre querré a mi pobre Marco (Tulio Cicerón), que jamás cesó de buscar la virtud, sin comprender que no existe en este mundo”.


El ansia del Dios verdadero, patente en la obra de Cicerón, está muy bien reflejada en el libro.  Cicerón conoció el judaísmo y las profecías de la Sagrada Escritura acerca de la venida del Redentor del mundo. Sus escritos revelan que participó de la gran expectación universal que estremeció en su época a  hombres justos de todas las naciones. Sentían próximo el Nacimiento de un Salvador que devolvería al mundo su inocencia original, y rezaban al Dios desconocido que liberaría a la humanidad  de la tiranía del mal y del pecado.  “Ha sido prometido a todos los hombres que tienen oídos para oír y alma para comprender” (725). 


Conocía el texto de Sócrates: “A los hombres les nacerá el Divino, el Perfecto, que curará nuestras heridas, que elevará nuestras almas, que encaminará nuestros pies por el sendero iluminado que conduce a Dios y a la sabiduría, que aliviará nuestras penas y las compartirá con nosotros, que llorará con el hombre y conocerá al hombre en su carne, que nos devolverá lo que hemos perdido y alzará nuestros párpados de modo que podamos ver de nuevo la visión”. (420) 


La lectura del libro de Job le deslumbra. “El hombre no ha sido creado para que se compadezca de sí mismo ante el Eterno y se describa como un ser débil. Fue creado para que él mismo llegara a ser uno de los dioses. El hombre debería pasarse la vida agradeciendo el don no merecido del alma y el cuerpo, de contemplar los tesoros que le rodean aunque fuera solo mortal. Pero Dios nos ha prometido una vida inmortal”. (473) No lo llegó a conocer, pero el gran acontecimiento, el Nacimiento del Mesías esperado,  sucedió al término de sus días. 


La obra de Taylor C. aporta conocimientos históricos muy de agradecer por los no especialistas.  La contextualización y recreación de la vida en la Roma de la época está muy lograda. Sorprende por ejemplo  conocer  que hace más de  dos mil años Roma ya disponía de periódicos diarios (tres, rivales entre sí) y que eran utilizados para difundir propaganda, también política.  Julio César fue uno de sus columnistas más destacados. 


Contiene  elementos muy válidos para aprender a juzgar sobre  la sinceridad de las palabras y gestos de quienes viven en o de la política. Sin duda Caldwell  escribe pensando en los males de nuestra época, pero es respetuosa con el mensaje de Cicerón: “El político que promete puede estar seguro siempre de contar con entusiastas seguidores”. Lacras de la vida pública como el recurso al halago del pueblo y a la mentira no son de ahora. Y el riesgo que acecha siempre al político honrado, que sufre incomprensión y  es puesto bajo sospecha  cuando  sólo intenta hacer el bien: “Los hombres, antes que creer la verdad, prefieren pensar mal de los otros hombres”. (697)


Junto a textos que hacen pensar, abundan también  las ideas que cautivan y llenan de esperanza. Así, el momento en que  Cicerón recita una poesía de Lucrecio a unos conocidos (“todo fluye, nada permanece…”) y de pronto surge en su interior la visión de una evidencia: no tiene sentido su angustia ante la lenta agonía de Roma. Puede morir Roma, como han muerto otras muchas civilizaciones. Pero Dios permanece, permanecen sus planes hacia la humanidad. Y por eso la irremediable ruina de Roma no debe ser motivo para dejar de luchar contra el mal, porque los que luchan contra el mal son los soldados de Dios, que permanece y vive siempre. Los impíos mueren, pero el hombre persiste. (437)


Parece que Cicerón no acertó en sus dos matrimonios. Su retrato de la mujer terrible refleja una dura experiencia propia: “Meterá las narices en todos tus asuntos, te dará consejos y te hará reconvenciones si no los sigues. Sabrá todo lo que haces. Es dominante y tacaña y ella decidirá quiénes han de ser tus amigos. Vuestros hijos serán de ella y no tuyos. Serás un verdadero esclavo de sus caprichos y pronto te convencerá de que estás loco”. (485) 


En suma: una obra valiosa, de lectura grata y enriquecedora. Vale la pena.

domingo, 2 de febrero de 2014

Dios, la Iglesia y el mundo




Sobre Dios, la Iglesia y el MundoFernando Ocáriz. Ed. Rialp

            

    Monseñor Fernando Ocáriz (París, 1944) es profesor de Teología y consultor de diversos organismos de la Curia Romana. Miembro de la Academia Pontificia de Teología, trabajó estrechamente con Joseph Ratzinger.  Desde enero de 2017 es Prelado del Opus Dei


Monseñor Fernando Ocáriz

    Este libro es el resultado de una extensa y sugerente entrevista realizada por el periodista Rafael Serrano, en la que responde con ponderación, agudeza y rigor intelectual a cuestiones que preocupan a la opinión pública: la defensa de los derechos humanos, relaciones entre la fe y la razón, la libertad, el sentido del trabajo, la pobreza y la justicia social, la crisis de la Iglesia, las vocaciones y la nueva evangelización, la prelatura del Opus Dei, el ateísmo,…


    Como indica el título del libro, son temas que afectan no sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad civil. Cada una tiene su ámbito propio, pero están esencialmente entrelazadas.


    Anoto algunas de las ideas que me han parecido más relevantes.

 

Fe, ciencia y razón

    A su condición de teólogo Ocáriz añade la de físico, lo que da singular autoridad a sus apreciaciones sobre las relaciones entre la fe y la razón, entre la teología y las ciencias naturales. “La teología está más próxima a las inquietudes humanas que la física de partículas”, afirma, refiriéndose a quienes (con poco conocimiento de la naturaleza humana) desprecian las cuestiones metafísicas y teológicas.

  



    La física investiga las propiedades de la materia y de la energía, pero el origen absoluto de la realidad material está fuera de su alcance. La creación está en otro nivel, al que sólo acceden la filosofía y la fe, cada una a su modo. Pero los dos niveles comunican en la realidad misma y en la inteligencia del creyente. 


    La creación es una realidad actual y permanente, y no solo ni esencialmente un inicio temporal absoluto. Ser criatura es la condición metafísica radical de todo lo que existe, exceptuando a Dios. En las criaturas, existir es tener el ser  actualmente recibido del Ser absoluto que es Dios, con evolución o sin ella.  


    La fe no sólo no se opone a la razón, sino que exige una razón fuerte e incisiva. Así lo afirma Juan Pablo II en Fides et ratio, n. 48: “Es ilusorio pensar que la fe ante una razón débil tenga mayor incisividad: al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición”. Como escribió San Agustín, “todo el que cree, piensa. Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula”: punto muy importante que resalta la necesidad de una formación doctrinal sólida. 

 

 El futuro del cristianismo

    Muchos se preguntan sobre el futuro del cristianismo en una Europa que sufre una profunda crisis moral: “no soy profeta”, dice. Y añade: no es una excusa, sino consecuencia de una verdad de fe: el resultado de la providencia divina y la libertad humana no es previsible ni programable. Para el cristiano, el porvenir no es objeto de adivinación, sino de esperanza.


   En el centro de sus respuestas está Jesucristo. Ser cristiano, afirma, no consiste en suscribir una doctrina, sino en seguir a una persona: a Jesucristo, que aparece en nuestra vida y nos pregunta como a los Doce: “Y vosotros ¿quién decís que soy Yo?” Con nuestras obras hemos de dar respuesta a esa pregunta que nos hace el mismo Jesús. 


   Más adelante insiste en ese concepto esencial para entender el cristianismo: la Iglesia no es primariamente una institución. La Iglesia es una Persona: Jesucristo, presente entre nosotros, Dios que viene a la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia.





    Jesucristo salva mediante su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, en la que hay una unión real y vital de la Cabeza (Cristo) y sus miembros. Jesucristo salva especialmente mediante la predicación del Evangelio y la celebración de los sacramentos.

 

La crisis de la Iglesia

    No faltan las preguntas acerca de la crisis sufrida por la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Crisis ha habido a lo largo de toda la historia. La crisis, afirma, no es mero retroceso, también viene acompañada de renovación. 

 

    Entre otros factores, apunta un texto de Kierkegaard, a propósito de la situación de los luteranos en Dinamarca en el siglo XIX: “los que tenían que mandar se hicieron cobardes, y los que tenían que obedecer, insolentes. Así sucede cuando la mansedumbre toma el lugar del rigor”. Es un diagnóstico que hace pensar, afirma, aunque el rigor deba ir acompañado siempre de la mansedumbre. 

 

La existencia de Dios

    Respecto al ateísmo, una verdad llena de sentido común: la existencia de  Dios no depende de que uno la acepte o no. El diálogo sobre la existencia de Dios se corta muchas veces antes de entrar en materia, por el apriori falso de que la inteligencia humana no es capaz de conocer realidades que no son empíricas. Pero la neurociencia y la biología se van abriendo cada vez con más frecuencia a las preguntas sobre realidades no empíricas.


    La “demostración” más decisiva de la existencia de Dios es la verdad histórica de la Resurrección de Jesucristo. Por eso lo más importante es mostrar a Jesucristo muerto y resucitado. Presentar la verdadera imagen de Jesucristo es lo más motivador para animar a profundizar en la fe cristiana.

 

Derechos humanos

     Ninguna prueba empírica nos muestra por qué el hombre tiene derechos inalienables; al revés, la afirmación de los derechos humanos está por encima y regula la actividad científica. Sin reconocer valores absolutos –y en último término a Dios- no tiene sentido ni siquiera el concepto de derechos humanos. El mismo Derecho no sería sino “un aspecto decorativo del poder”, según la afirmación de Marx.


     Marx decía que hay que hacer desaparecer el ateísmo negativo (que se ve necesitado de Dios para negarlo y afirmar al hombre) para dar paso al ateísmo positivo, que haga desaparecer la pregunta misma sobre la existencia de Dios. Pero la pregunta sobre el sentido último de la existencia no es nunca totalmente eludible, y es implícitamente la pregunta sobre Dios.  


     Es posible plantear la fe en ambientes ajenos a la Iglesia, no tanto apoyándonos en el atractivo de la fe, sino en algunas de sus atractivas consecuencias:

       -la entrega de tantos cristianos que, por su fe, prestan un servicio heroico a los más necesitados;

         -la vida ordinaria y también heroica de padres y madres  de familia cristiana;

         -la vida y aportaciones de grandes científicos profundamente creyentes.


    Y un apunte que tiene su retranca: fue Voltaire quien dijo con bastante lógica: “prefiero que mi barbero sea creyente, porque me da cierta seguridad de que no me degollará”.

 

Libertad religiosa


    Explica las contradicciones a que llevan concepciones equívocas de la libertad. Sin verdad moral, sin norma, la libertad se vuelve autodestructiva del hombre y de la convivencia. Por ejemplo, hoy el concepto de discriminación se amplía cada vez más, hasta llegar a límites confusos, y entonces prohibir la discriminación puede transformarse en una limitación de la libertad de opinión y de la libertad religiosa. 


  Como afirmó el cardenal Ratzinger, muy pronto no se podrá afirmar que la homosexualidad constituye un desorden objetivo de la estructuración de la existencia humana. Es un ejemplo de cómo se está intentando imponer la dictadura del relativismo.


    Ratzinger afirma que si un Estado no reconoce valores absolutos previos (como sucede en los Estados ateos) no durará mucho como Estado de Derecho. El “prudente relativismo”, que se presenta como necesario para respetar mejor las diferencias, lleva en sí mismo la inclinación hacia la dictadura, donde la verdad la establece el poder.


  Niega que haya habido contradicción teórico-doctrinal en los diversos pronunciamientos del Magisterio de la Iglesia acerca de la libertad religiosa, aunque es cierto que han sido distintas las consecuencias prácticas socio-políticas tras los diversos pronunciamientos.  


     El Magisterio anterior condenó una concepción de libertad que se entendía como ausencia de obligación de buscar la verdad en materia religiosa. El Vaticano II ha defendido la libertad religiosa entendida como derecho civil que no debe ser impedido por el Estado. Con la misma palabra (libertad) se alude a realidades distintas. 


Plaza de San Pedro, Roma. Canonización de san Josemaría Escrivá


Llamada universal a la santidad y filiación divina


    Sobre la llamada universal a la santidad, enseñada por el fundador del Opus Dei, proclamada por el concilio Vaticano II… pero ignorada por muchos aún, hace una afirmación que invita a la reflexión: la existencia de muchedumbres que ignoran la llamada a la santidad no desmiente la universalidad de esa llamada, sino que indica cómo nos llega: “¿cómo la conocerán, si nadie se la enseña?” decía san Pablo (Romanos 10, 13). 


  Esa realidad nos invita a los cristianos a ser más apostólicos, imitando también en esto a Jesucristo, que nos busca uno a uno y nos descubre el sentido de la existencia.


  Dedica un detenido y bello comentario a la filiación divinaNuestra condición de hijos de Dios es un rasgo característico de la espiritualidad del Opus Dei, que como enseñó san Josemaría hunde sus raíces en el Evangelio. Ya san Pablo escribió que la finalidad misma de la Encarnación del Hijo de Dios ha sido nuestra adopción filial: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (…) para redimirnos (…) a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4, 4-5).


   Esa realidad fundamental de nuestra vida tiene importantes consecuencias: todo en la vida del cristiano ha de estar caracterizado por su condición de hijo de Dios:

         -la oración debe ser un diálogo filial, lleno de amor, sencillez, confianza y sinceridad;

         -el trabajo podemos realizarlo con segura conciencia de estar trabajando en las cosas de nuestro Padre: “todas las cosas son vuestras, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios “ (I Cor, 22).

         -en los demás vemos a hermanos;

      -el afán apostólico es participación del amor de Dios por los hombres, hijos suyos;

     -la conversión es la vuelta a la casa del Padre, como relata admirablemente la parábola del hijo pródigo, en la que se nos dice que Dos no se cansa de esperarnos;

     -sabernos hijos nos da una gran libertad de espíritu, la libertad de los hijos de Dios; no vivimos atemorizados, sino esponjados en el sentimiento de sabernos hijos queridos;

       -nos da profunda alegría y optimismo, propios de la esperanza;

      -la condición de hijos nos hace amar al mundo, que salió bueno de las manos de Dios y nos lo ha dado en herencia;

     -quien se sabe hijo de Dios afronta la vida con la clara conciencia de que se puede hacer el bien y vencer el pecado.

 

Doctrina social de la Iglesia y participación en la vida pública

    Algunos consideran la doctrina social como una teoría inoperante, que se queda en el terreno de los principios. Sin embargo los principios básicos que enseña la Iglesia constituyen un impulso vital para actuar bien: solidaridad, subsidiariedad, participación en la vida pública,… y todo un conjunto de valores que merecen protección (la vida, la familia, el matrimonio, la educación de los hijos, el trabajo, la organización política, el medio ambiente, la paz internacional…)  


     Son principios generales, que no lesionan la necesaria autonomía de cada cristiano para buscar soluciones concretas codo con codo con el resto de conciudadanos. Soluciones que serán diferentes en cada época y lugar. 



     Lo que es claro, y a veces se olvida, es que sin hombres justos no funcionan con justicia las estructuras, por buenas que sean.


   ¿Merece la pena animar a personas rectas y competentes a meterse en política, dado el desprestigio de los políticos y los numerosos casos de corrupción? Todas las actividades han de estar vivificadas por el espíritu de Cristo, y por eso los cristianos no pueden ausentarse de la vida pública. Ocáriz comenta un pasaje de una de las homilías más conocidas de san JosemaríaAmar al mundo apasionadamente


     El fundador del Opus Dei explica que un católico dedicado a la política no debe pretender que representa a la Iglesia, ni que sus opiniones sean las únicas “soluciones católicas”. 


     Pero es evidente la necesidad de la presencia en la vida pública de cristianos coherentes (hombres justos): profesionalmente bien preparados, con espíritu de servicio, dispuestos a ganar menos dinero, a tener menos prestigio y a complicarse más la vida que en otras profesiones, dispuestos a emplearse en cultivar su imagen aunque no les guste, y a recibir ataques personales… Y que además no pretendan representar a la Iglesia, que se responsabilicen personalmente de sus ideas y decisiones, y no se sirvan de la Iglesia mezclándola en luchas partidistas.

 

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     Se trata de un libro de gran interés, porque invita a la reflexión y permite entender mejor cuestiones de actualidad,  de la mano de un intelectual notable y riguroso.