Cisneros, el cardenal de España. Joseph Pérez. Ed. Fundación
March
Esta obra de la colección Españoles eminentes responde,
como explica Javier Gomá en su prólogo, a un intento de aproximación
a nuestra historia que se fija no tanto en acciones militares o hechos políticos
concretos, como en la influencia de conductas ejemplares en
la configuración de la cultura colectiva de la nación.
Hay
personas que, gracias a su ejemplaridad, marcan un antes y un después en la historia. El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros es sin duda uno
de esos españoles eminentes que, con su rectitud, han dejado una impronta en la cultura española.
Al análisis de su vida dedica Joseph Pérez este interesante tratado.
Frente a la leyenda negra antiespañola, “creada por los
anglosajones a causa de su odio hacia las naciones latinas y católicas”, y
repetida frívolamente por españoles poco dispuestos a una mirada serena y
objetiva a lo propio, sorprende la admiración que Cisneros suscita entre ilustres
pensadores, especialmente franceses.
Cuando Augusto Comte hace en 1849 una recopilación de los
grandes héroes de la humanidad, no duda en incluir entre los grandes estadistas
al cardenal español Jiménez de Cisneros, y resalta la altura de miras con que ejerció su gobierno.
Otro francés, Henry de Montherlant, en su libro Le
Cardinal d’Espagne, escribió: “…il y a tant d’hommes en vous! Le franciscain,
le cardinal, le letré, l’homm d’Etat, le capitaine.”
No lo ven como el fraile fanático e inquisidor que
algunos tratan de mostrarnos, porque se fijan en sus obras: y en sus acciones, bien enmarcadas en el contexto histórico, descubren a un hombre de intención recta, de amplitud de miras, un estadista comprometido con el bien común, un genio de la política
que supo resaltar el valor de la cosa pública y defenderla de la avaricia de
los potentados y de la rapiña de los partidismos.
Cuando los historiadores le comparan con el cardenal
Richelieu, reconocen que Cisneros le supera en dotes personales: era más generosos
y menos vindicativo, tenía la rectitud de quien, con sus errores y aciertos, a
partir de un momento dado de su vida ha optado por poner a Dios como centro de
su existencia y pone sólo en Él sus esperanzas. No espera agradecimientos
humanos. Confía sólo en el juicio de Dios.
Cisneros fue un hombre leal, a pesar de no ser
correspondido. Llevó una vida sacrificada y austera, con viajes constantes
movido por lo que en cada momento juzgaba necesario para el bien común. Un
hombre sabio, que gustaba de hablar con los más sabios para aprender, y que dio
un fuerte impulso a la difusión del saber entre el pueblo.
Contexto histórico
La vida de Cisneros se divide en dos partes muy
desiguales. Nacido en 1436, hasta 1492 (¡cuando contaba ya 56 años!) apenas se
sabe nada de él. A partir de 1492 pasa a ser uno de los actores principales de
la sociedad y de la política de Castilla, hasta 1517, año en que fallece,
cuando se dirigía a recibir al joven monarca Carlos I, recién desembarcado en
España procedente de Flandes.
Los Reyes Católicos
Son años en los que España se encuentra en una
encrucijada irreversible. El descubrimiento de América en 1492 supone un giro
decisivo de la política exterior. Ese mismo año se alcanza el fin de la
Reconquista en la península, lo que plantea nuevos retos, tanto de cohesión
social como respecto a la continuación de lo que entonces era para muchos la misión
histórica de España: recuperar para el cristianismo las tierras arrebatadas con
violencia por el islam en el Norte de África.
Otro hecho viene a adensar esa ya de por sí intensa
tesitura histórica: el problema sucesorio, surgido en 1497 al morir el príncipe heredero, don
Juan, hijo de los Reyes Católicos. Su fallecimiento cambia radicalmente el
destino de España, porque la corona de Castilla tendrá que pasar a un
extranjero: el conde de Flandes, Felipe el Hermoso, casado con doña Juana, hija
de los Reyes Católicos.
Felipe el Hermoso
Cuando en 1504 fallece la reina Isabel, el rey Fernando acude
a Cisneros para analizar el problema sucesorio. Quieren impedir que acceda al
poder Felipe, porque eso significaría dejar el reino en manos de una nobleza
extranjera, que solo deseará
enriquecerse a costa del patrimonio real, que es el del Estado. Pero Felipe fallece
inesperadamente en 1506, y la corona pasa a su hijo Carlos, que en ese momento
tiene apenas 6 años, y que no vendrá a España hasta 1517. Entre 1506 y 1517
Cisneros es designado regente del reino.
Vida
De familia de pequeños comerciantes, Cisneros nació en Torrelaguna, cerca de Madrid, probablemente en 1436. Es tierra
de Castilla, la zona más próspera y dinámica de España en los siglos XV y XVI.
Tierra de labradores y ganaderos, pero también de hombres de negocios,
mercaderes y banqueros que tenían representaciones en toda Europa.
Bachiller en leyes, se hizo sacerdote y en torno a 1460
viajó a Roma, donde cultivó relaciones y maniobró para conseguir un beneficio
en Toledo. Vuelto a España, buscó amistades influyentes y se sumergió en un
mundo de intrigas y denuncias con el fin de enriquecerse. Aprovechó las pugnas
entre los dos prelados más influyentes de España, Carrillo y Mendoza, para
situarse del lado del ganador y acabar siendo nombrado vicario del cardenal
Mendoza en la diócesis de Sigüenza.
Conversión
Es en ese momento, en 1484, recién llegado a Sigüenza,
cuando se produce un cambio radical en su vida. Se convierte profundamente, y
decide ser más coherente con la fe cristiana. Desde ese momento, del que
sabemos poco, deja de ser un clérigo trepa y ambicioso, movido únicamente por
el afán de acumular riquezas. Renuncia a sus bienes y beneficios y se retira a un
pobre convento de la rama más austera de los franciscanos.
A partir de entonces Cisneros se avergüenza de haber
dedicado tanto tiempo a estudiar leyes. Ahora prefiere dedicarse a la teología,
al latín, a las humanidades, al conocimiento de la Sagrada Escritura. Son
saberes que le acercan directamente al conocimiento de Dios. Su vida espiritual
cambia totalmente y para siempre. En la vida de Cisneros, como en la de tantos
hombres y mujeres de bien, vemos a Dios que actúa e interviene en la historia,
valiéndose de personas que le buscan sinceramente y ponen en Él sus esperanzas.
Confesor de la reina
Poco después de su conversión, en 1492, cuando Hernando
de Talavera es nombrado obispo de la recién reconquistada Granada, la reina Isabel
se queda sin confesor. El cardenal Mendoza le recomienda a Cisneros, que vive
en el austero convento franciscano de La Salceda. Cisneros se resiste, porque no
quiere perder la paz y sencillez de su nueva vida. Finalmente acepta, pero pone
como condición no tener que vivir en la Corte ni aceptar beneficios palaciegos.
Arzobispo de Toledo
Cuando en 1495 fallece el cardenal Mendoza, arzobispo de
Toledo, la reina Isabel se mueve para que le sustituya Cisneros en la sede
primada. Ya ha descubierto la calidad humana y la capacidad de gobierno de su
confesor, comparte su deseo de lograr la reforma del clero y de la Iglesia, y
sabe que Cisneros es capaz de afrontar ese reto. Cisneros se resiste durante
seis meses, pero finalmente tuvo que aceptar. Y comienza su carrera
política, debido al peso e influencia de la sede toledana.
Reforma de la Iglesia
El deseo de espiritualidad más sincera era compartido por muchos en aquellos años, en toda Europa. La conducta del clero era poco ejemplar, y muchos clamaban por una necesaria reforma y purificación de la Iglesia. Es significativo el elevado número de santas y santos españoles que surgen a raíz de esa época. Algunos de ellos, como san Pedro de Alcántara, nacido en 1499, fueron motor de santidad de otros muchos (Teresa de Jesús, Francisco de Borja…). Santidad llama a santidad.
Cisneros, con su ejemplo y sus acciones concretas de gobierno, contribuyó como pocos a encauzar y extender esos anhelos de espiritualidad. Usó el poder que le concedía su autoridad para exigir al clero una vida digna, y estableció medidas para ofrecer al pueblo una religión más sincera y vivida. Dos de sus obras merecen especial mención: la Universidad de Alcalá y la Biblia Política Complutense. Gobierna con tal decisión que a él debemos la reforma de la Iglesia en España y que se preservara del protestantismo.
Regencia de Castilla
Su resistencia a aceptar honores la mantiene Cisneros
hasta el fin de sus días. Como observa Joseph Pérez, se cumplió en él lo que
indica el derecho canónico: “nolentibus datur”; entre los que no ambicionan
cargos es donde se debe buscar a las personas que los merecen. Y como “la honra
y dignidad actúan como la sombra, que sigue al que la huye y cuanto más se
aparta de su sombra más le busca”, en 1506 tuvo que hacerse cargo de la regencia.
Estuvo a punto de ser elegido Papa: lo deseaba el rey
Fernando el Católico, que veía en él un hombre recto y capaz de realizar en la
Iglesia universal la reforma que se estaba haciendo en España, mejorando la
formación, disciplina y costumbres del clero.
Hombre de gobierno y lucha contra la corrupción
Cisneros gobernó España en años de grave crisis, tanto en
la Península como en toda Europa. Actuó como un poderoso motor al servicio del
bien común. Fue a la vez estadista, economista, reformador, mecenas, protector
de las ciencias y de las letras. No ha dejado nada escrito, ni era orador, pero
era hombre de acción y de gobierno. Sus hechos hablan por él.
Sus biógrafos le retratan como un hombre de voz clara,
varonil y firme, de pronunciación medida y precisa. Daba la opinión con
franqueza, contestaba sin rodeos y era hombre de pocas palabras incluso cuando
se enfadaba. También sabía gastar bromas con sus amigos. Apenas dormía cuatro
horas, y le gustaba escuchar a hombres sabios durante las comidas,
especialmente sobre cuestiones de teología. De conducta irreprochable, sobrio,
moderado y casto, a diferencia de no pocos compañeros de cargo en la Iglesia.
Su elevado sentido del bien común le ayudó a afrontar
diversas formas de corrupción enquistadas en las costumbres de la época. Cisneros
ve en el poder de los grandes una amenaza para la Corona y para el bien común.
Advierte que cuando se pierde el sentido del bien común y del interés de la
nación, la política se convierte en una cueva de ladrones.
Eran muchos los que se acercaba a la Corte solo para
enriquecerse. Gente que llegaba sin nada, y en poco tiempo hacía una fortuna, a
base de cohecho, prevaricación y abuso de influencia. Todos los altos cargos de
la administración española, con contadas excepciones, ponían empeño en acumular
rentas y señoríos, y beneficiaban con ellos a parientes y amigos. Lo había
hecho el propio Cisneros, antes de su conversión.
Uno de los casos más clamorosos fue el de Francisco de
los Cobos. Llegó a la Corte como escribano de tercera, y empezó a acumular cargos
y venderlos, a traficar con información sobre vacantes de las que se enteraba,
y a aliarse con los Grandes en detrimento del patrimonio real, o sea en contra del
interés común y del Estado.
A nuestros ojos esa situación resulta escandalosa, pero entonces
era normal. El cardenal intentó cambiarla, porque vio que era nociva para todos
y poco acorde con su sentido del orden social justo.
Cisneros, con una concepción romana y tomista del modelo
de sociedad, trabajó para proteger la riqueza de la Corona, no para beneficio
del rey, sino porque con ella se debía asegurar el bien común y garantizar los
servicios públicos y el bienestar de los ciudadanos. Defendió la misión
reguladora que corresponde al Estado, y por eso se ganó la enemiga de muchos Grandes del reino,
que deseaban manos libres para su codicia o sencillamente no aceptaban normas por encima de ellos.
Tomó numerosas medidas para evitar fraudes. Un ejemplo es
la disposición de que los pósitos -lugares donde se almacenaba el trigo y las semillas que debían servir para
socorrer a pobres y viudas en tiempos de necesidad- se custodiaran con dos o tres llaves, que debían guardar dos o
tres personas distintas, de manera que no se pudieran abrir sin estar todas
presentes. A él se deben los pósitos de Alcalá de Henares, Toledo y
Torrelaguna.
Pósito de Torrelaguna
El peligro de los letrados
Cisneros ve una amenaza en el creciente número de
letrados, en los que se apoyaban los Reyes para el gobierno y la
justicia. Los letrados, técnicamente bien preparados, se van haciendo dueños de
resortes de poder, y con frecuencia los aprovechan para favorecer a los
Grandes, que acuden a ellos con halagos y promesas. A Cisneros le disgusta esa
situación que a otros les parecía normal.
Tampoco le gustaba la frialdad con que algunos letrados, desprovistos
de sentido común, aplicaban las leyes sin tener en cuenta las
circunstancias de cada persona. Prefería el juicio recto de un caballero
cristiano. Reservó puestos de corregimientos para miembros de las capas medias
de la aristocracia: le parecen más eficaces y más de fiar que los letrados, que
con frecuencia no dudaban en establecer normativas que favorezcan intereses
particulares.
Ideó un cuerpo armado (La Gente de Ordenanza) para
mantener a raya los desmanes de los Grandes. Su misión era hacer valer la
primacía del rey y de la justicia, y evitar apropiaciones indebidas.
Si Cisneros no pudo hacer más durante su regencia fue
porque vivió con la preocupación constante de ver sus iniciativas frenadas o
desaprobados por el joven rey Carlos, muy manipulado por la corte de Flandes y
por las intrigas de algunos miembros de la nobleza española que había visto
recortadas sus ambiciones por el regente.
Su fallecimiento fue triste. Enfermo y moribundo, se
desplazaba al encuentro con el rey Carlos recién desembarcado. Parece que el
monarca se retardó a propósito, para evitar el encuentro. Se ha
visto en ese feo desplante la intriga de los nobles que acompañaban al rey, temerosos
de que el joven monarca aprendiera de Cisneros que el reino no es del rey, sino
de la comunidad, y que la misión del rey es gobernarlo en servicio del bien
común, y no en provecho propio ni de los grandes.
España hubiera sido otra si hubiera podido desempeñar su
misión más tiempo. Su muerte dejó la puerta abierta a nuevos excesos de los
cortesanos. Los que habían sido mantenidos a raya por Cisneros se vieron libres
para el saqueo, y se vengaron sometiendo a procesos a quienes habían colaborado
con el cardenal, entre ellos numerosos profesores de Alcalá. Varios fueron injustamente condenados.
Universidad y cultura
Cisneros estaba más interesado en la renovación
intelectual de la fe que en su purificación mediante prácticas inquisitoriales.
Por eso con sus propios bienes puso en marcha la Universidad de Alcalá de
Henares, y buscó como profesores a los mejores humanistas del momento, como Antonio
de Nebrija. Allí se formaría la élite intelectual del clero que reformaría la
Iglesia española.
Universidad de Alcalá
No buscaba el mero humanismo, sino las herramientas del
saber necesarias para mostrar la verdad del Evangelio y mover a conversión a
los infieles. Cisneros seguía las huellas de su admirado Ramón Llull (1232-1316),
que con ese mismo fin había abierto un centro de estudios en Mallorca. Conocía
también los intentos de reforma del dominico italiano Savonarola, en Florencia.
Cisneros considera que la contemplación es más valiosa
que la ciencia y la erudición, pero fomenta el deseo de saber y conocer mejor. Usó
con profusión la imprenta para difundir buenos libros de
espiritualidad, que alimentaran las mentes e ilustraran la piedad de clérigos y
religiosos. Cuidó especialmente de que los conventos de monjas contasen con buenas
bibliotecas.
Biblia Políglota Complutense
Una hazaña intelectual para la época fue la edición de la
Biblia Políglota Complutense, en la que se empeñó a fondo. Deseaba que fuera el
instrumento adecuado para elevar entre el clero el conocimiento de la Sagrada
Escritura.
Dispuso que debería contener los textos originales y su
traducción al griego y latín: “porque conviene oír la palabra de Cristo sin
pasar por la mediación de un intérprete”. Las traducciones vigentes eran muy
pobres y deficientes, contenían errores debidos tanto a ignorancia como a negligencia
de traductores o copistas.
Por eso dotó a la Universidad de buenos profesores de
lenguas orientales, a las que concedió gran importancia. Y no tuvo reparos en
acudir a los textos bíblicos que enseñaban los judíos, con tal de lograr
fidelidad a los textos.
Misión histórica en África
Cisneros tenía sentido de la historia. La Reconquista no terminaba en la Península: había que recuperar también el Norte de África y los Santos Lugares, violentamente ocupados por los
turcos, que habían expulsado de allí a los cristianos.
Como Ramón Llull en el siglo XIV, y tantos otros,
esperaba un mundo unificado por la fe en Cristo, y actuaba para lograrlo. Igual
que muchos de sus contemporáneos (recordemos a Teresa de Jesús) soñaba con ir a
tierra de moros para conseguir la conversión de moros y judíos.
Cisneros en la Toma de Orán
Pero no descartaba la empresa militar si no había más
remedio. Trabajó para recuperar para la
civilización cristiana el Norte de África y Tierra Santa, arrebatados con
violencia por el islam siglos antes. El proyecto de la reina Isabel era
conquistar y poblar aquella tierra, para devolverle su pasado cristiano.
Alentó una Cruzada para lograr “un solo imperio y una
sola religión”: era la mentalidad de la época, y no se actuaba de manera más
pacífica en ninguna otra cultura del momento. Además, parecían darse las condiciones idóneas para la Cruzada. Se
podría contar con apoyos en Europa, e incluso con el Emperador de Etiopía, que
ya en 1427 había enviado una embajada a Valencia, que fue recibida por Alfonso
V.
El motivo no era sólo religioso, también geopolítico: el
mismo que hizo que Castilla tomara posesión de las islas Canarias, como base
para proteger el flanco sur de la península ante un eventual ataque desde Marruecos.
Cisneros se empeñó personalmente en esa misión. Participó
en la toma de Orán, plaza que además garantizaba la seguridad de la costa
africana y la del levante español contra los ataques de corsarios berberiscos.
Tomar el Norte de África era garantizar la tranquilidad en la Península.
Fuerte de Santa Cruz en Orán
Cuando las luchas intestinas imposibilitaron la gran
Cruzada contra Egipto, Cisneros tuvo que contentarse con Orán. Si su empeño fue
efímero (el domino español desde Melilla a Trípoli sólo duró desde 1505 a 1516,
año en que el pirata Barbarroja derrotó a la Armada en Argel) se debió a la
falta de apoyo del rey Fernando, más pendiente de Italia y las luchas con
Francia, y a conductas sospechosas de algunos de los jefes militares enviados
por el rey.
Además, desde 1492 el descubrimiento de América hizo
girar la misión histórica de España en África, que quedó inconclusa, hacia otra
misión no menos histórica: América. Gibraltar quedó convertida en
frontera entre dos mundos: el católico y el musulmán. España aún siguió en Orán
hasta finales del siglo XVII. Pocos años después de que abandonara esa región,
fue Francia quien se hizo con el dominio de Argel.
América y los indios
Cisneros trabajó para establecer criterios de gobierno
acordes con la dignidad de los indios de América. Intentó poner orden sobre el
trato que recibían por parte de los encomenderos, del que llegaban ecos
desfavorables.
Los encomenderos eran españoles a los que la Corona
asignaba un grupo de aborígenes, se responsabilizaban de su cuidado y
evangelización, y recibían los beneficios de su trabajo. Teóricamente estaba
bien, pero acababa significando en muchos casos trabajo forzado para los
indios, no siempre dispuestos a trabajar ni a hacerlo del modo que se les
asignaba, porque su cultura era otra. Era una situación utópica que con
frecuencia derivaba en trato cruel.
Algunos de los encomenderos eran frailes, entre ellos el
dominico Bartolomé de las Casas, y pronto sintieron escrúpulos de la situación
y plantearon a la Corona dudas sobre la legitimidad de las conquistas y la
manera de explotar las tierras descubiertas.
Las Casas vino a España en 1515, y Cisneros le encargó que expusiera el
problema ante un grupo de expertos, para tomar medidas que garantizaran la
libertad de los indios y un modo adecuado de gobernarlos.
Deseaba Cisneros que se convenciera a los indios de vivir
“a la española”, en municipios de 300 habitantes que contarían con hospital,
escuela e iglesia, y gozando de un régimen laboral humano. Era una idea
encomiable, pero que se manifestó utópica.
Envió a un grupo de monjes jerónimos, que al llegar
indagaron sobre la posibilidad real de llevar a la práctica esas disposiciones,
y pronto llegaron a la conclusión de que era imposible pues, aseguraron, los
indios eran incapaces de gobernarse a sí mismos. Sin duda muchos encomenderos
presionaron en ese sentido.
Desilusionado Las Casas, regresó a España en 1517 para
hablar de nuevo con Cisneros, pero lo encontró ya muy enfermo. Era claro que la
política de Indias requería algo más que buenas intenciones. Era necesaria una
seria preparación intelectual y determinación política para hacer prevalecer
entonces lo que poco después parecería a todos evidente.
Sólo algunos religiosos dominicos tuvieron esa
clarividencia: “no hay ley ninguna, divina ni humana, que fuerce a que uno
trabaje para otro sino para sustentarse a sí y a su familia y república, y no
es justo dar un real al día al indio por su trabajo, si el español gana con ese
trabajo diez, veinte o treinta.”
En todas las empresas humanas hay sombras. Pero nadie
puede negar que las sombras que aparecen al examinar la empresa española en
América no oscurecen el cuadro de aquella gran gesta. Entre aquellos hombres
hubo errores y hubo malvados, pero en la mayoría latía la preocupación sincera
por el indefenso indígena. Y eso era fruto de la fe cristiana, una fe que
deseaban manifestar en una conducta coherente, aunque no siempre acertaran con el
mejor modo de llevarla a la práctica. Nadie se había preocupado hasta entonces
sobre el derecho de los conquistados. De ese sincero deseo de coherencia
nacería poco después el derecho de gentes.
Los moriscos y la sublevación de Granada
Se ha criticado la actuación de Cisneros en Granada,
recién reconquistada. Pero quizá en esa crítica hay una falta de comprensión de
la compleja situación a la que se enfrentaba, y también cierto desconocimiento
de la mentalidad de la época y de las motivaciones de la Reconquista.
La toma de Granada, último reducto del islam en la
península, suponía cerrar el paréntesis abierto en el 711 por la invasión
árabe, y enlazar con la civilización romana. Andalucía no quería ser Al-Andalus, sino la Bética
romana. La política de los Reyes Católicos en los territorios conquistados,
como la de sus antecesores, era no permitir que grupos numerosos de población
musulmana permanecieran allí: o se convertían o eran expulsados. Era una cuestión de seguridad y cohesión.
Capitulaciones de Granada
Los cristianos consideraban el islam una religión
bárbara, incompatible con su cultura. Lo islámico les había causado siglos de sufrimientos, por eso querían retirarlo incluso de su vista. De lo islámico, lo único que despertó admiración fue la
Alhambra. El romancero morisco, que idealiza la sociedad mora, fue un género
que surgió más adelante entre una élite literaria cristiana. Es bonito, pero no
corresponde a la realidad.
Lo árabe y lo islámico se asociaba a las
cruentas guerras del pasado, y además actualizaba el miedo al peligro, real como
se demostraba con frecuencia, de los moriscos que continuaban viviendo en la
península y estaban en connivencia con
los moros que saqueaban las ciudades mediterráneas.
Por eso se recelaba de los moriscos conversos al
catolicismo. Se dudaba de su sinceridad, y se pedía con frecuencia la actuación
de la Inquisición. A veces con denuncias falsas, que tomaban la fe como
pretexto para ajustes de cuentas de origen político o de intereses económicos entre
familias rivales, como ocurrió en el famoso caso Lucero.
En resumen: en Granada, Cisneros se enfrenta al moro que
se había apropiado con violencia de tierras cristianas. Esa era la mentalidad.
Y por eso fue duro. Aún así, no se mostró tan fanático como otros de sus
contemporáneos. Supo apreciar, por ejemplo, lo que tenían de bueno los libros
árabes, e hizo llevar a la universidad de Alcalá los que tenían valor
científico.
Economía
En economía, Cisneros prefigura el intervencionismo del Estado moderno en la economía. El Estado debe velar por el bien común y situarse por encima de facciones y partidos. Era partidario de que el Estado
interviniera siempre que se tratara de hacer prevalecer el bien común y el
interés de la nación, y no los intereses particulares de una minoría de
privilegiados. Por eso se ganó enemigos poderosos, a los que mantuvo a raya.
Se encontró con temas incomprensibles, como el empobrecimiento
de España a causa de las exportaciones de lana: eran vendidas como materia
prima de calidad a Flandes e Italia, que nos la devolvían transformada en
tejidos que comprábamos a un precio diez, veinte o treinta veces superior al
precio de la lana, con el resultado de que toda la moneda salía de España.
Cisneros acudió a expertos, que aconsejaron la intervención del Estado con
medidas proteccionistas, como prohibir la exportación de materias primas y la
importación de productos que pudieran elaborarse aquí.
Comprender la época para entender la historia
Joseph Pérez no juzga la historia desde la mentalidad actual. Trata de comprender, un esfuerzo propio de la honradez intelectual, que se mantiene alejada de clichés ideológicos y prejuicios. No etiqueta, al uso del lenguaje estrecho, frentista y estereotipado de los populismos de hoy. No se escandaliza de hechos que chocan con la mentalidad actual, porque sabe que cada personaje es hijo de su tiempo y de su cultura.
Contextualiza al personaje en el marco de las costumbres y sensibilidades de su momento. Observa e interpreta su conducta desde aquella mentalidad, distinguiendo lo que era uso común de sus coetáneos, de lo que son actitudes que -por alejarse de lo común entonces- nos indican el valor de un hombre que aporta soluciones justas y de progreso, que ayudan a que la sociedad avance por el camino de la civilización, cada vez más humana y más solidaria.
El libro se lee con agrado y aporta un conocimiento valioso de nuestro pasado.