lunes, 22 de abril de 2013

Trinitarios 13: una historia de perdón y olvido.

Trinitarios, 13. Juan de Ribera Ivars. Ed Brief, 2008 






  Interesante y documentada novela histórica, inspirada en hechos reales, que describe el turbulento ambiente en la Valencia de los años 1933 a 1936.  La  mayor parte de los personajes son reales, y los pocos de ficción son perfectamente verosímiles.


  Juan Ivars, periodista, ha logrado un  conmovedor relato de la historia de la familia Villalonga, dos de cuyos miembros  -los hermanos Pilar y Antonio- fueron asesinados en 1936, sin otro motivo que el odio a la fe y la envidia.

    El relato tiene la fuerza de lo conocido  y vivido por parientes cercanos, de lo escuchado de labios de testigos directos en tertulias familiares, en el hogar de la calle Trinitarios: el hogar de una familia que perdonó y olvidó, señas de identidad de la fe cristiana asumida y vivida.

    Pero el perdón y el olvido no están reñidos con la necesidad de acudir a la historia para aprender. A la historia real, no a la tergiversada por intereses ideológicos o de partido. Y para aprender, no para arrojarla al rostro de nadie. Es bueno conocer sin prejuicios lo que sucedió, para evitar nuevos desastres, para prevenir a la bicha antes de que vuelva a intentar devorarnos. Eso es lo que a mi juicio consigue Juan Ivars con esta interesante novela histórica. 


  Enmarca con acierto los sucesos valencianos en la situación española e internacional del momento, describiendo sucintamente pero con precisión el perfil de personas y fuerzas sociales claves: Alcalá Zamora, Azaña, Martínez Barrio (ministro de la República y Gran Maestro del Gran Oriente Español), Largo Caballero,… Cita fuentes documentales al referirse a la actuación de determinados sindicatos y a las tramas de algunas logias masónicas, con sus consignas de “erradicar la superstición” y “neutralizar” a los católicos, y los puntos de encaje o fricción con las conclusiones del 7º Congreso de la Internacional Comunista

   Este Congreso  se celebró en Moscú en agosto de 1935, y se propuso la creación de un Frente Popular en los países con gobiernos de derechas o liberales para arrebatarles el poder.  Declaró a España como objetivo prioritario donde instaurar una sociedad comunista mediante la revolución,  "pasando por encima de las vidas de cuantos no estuvieran de acuerdo."

  Recrea el ambiente político de esos años: “un gobierno de derechas –el de Niceto Alcalá Zamora- sin proyecto ni liderazgo”, que no supo imponerse sobre las insidias y descalificaciones de la izquierda, ni ofrecer una esperanza razonable en el progreso.  Y una  agitación social creciente, alimentada por soflamas y arengas. Se acabaron desvaneciendo las garantías legales que pueden proteger a los ciudadanos.

  Resulta oportuno alertar del peligro que encierra el lenguaje incendiario de algunos agitadores de la política , tan cargado en ocasiones de odio, agresividad y demagogia: tres elementos profundamente antidemocráticos. Un lenguaje de trinchera, donde el que piensa diferente es declarado “enemigo” al que es necesario batir y erradicar. Una propaganda electoral orientada a despertar odio hacia el “adversario”, presentándolo como sujeto vil y despreciable. Es el lenguaje de agitadores especializados en focalizar a la gente para que “actúe de acuerdo con sus intereses políticos, bien distintos de lo que interesa al pueblo”. 

   Uno queda prevenido respecto  a  personajes al estilo Largo Caballero, quien declaraba que “admitimos la democracia cuando nos conviene. Cuando no, tiramos por el atajo y dejamos de lado la legalidad para conquistar el poder”.

   Un pueblo crédulo, al que no se ha ofrecido la cultura necesaria, es fácil de manipular con cualquier mentira.  Y puede ser llevado hacia el caos por quienes  entienden  la política no como servicio al bien común, sino como instrumento de poder y dominio.  Por quienes no dudan en hacerse más revolucionarios que nadie y precipitar el conflicto social hasta la confrontación, si piensan que así pueden sacar tajada. Pero la bicha, una vez despierta, resulta incontrolable.  Y acaba arrastrando a todos. Los sembradores de odio, afirma Juan Ivars, “dejaron a España preparada para derrotar a España.”

   En el libro aparecen también personajes entrañables, como don Eladio España, sacerdote del Real Colegio del Corpus Christi, cuyo proceso de beatificación está en marcha, que ayudó a miles de universitarios valencianos mediante el sacramento de la Confesión.   
    Es especialmente conmovedor el relato, casi a tiempo real, de los últimos momentos de Antonio y Pilar,  presos en San Miguel de los Reyes y en la cárcel de mujeres. Impresionan detalles como el Rosario perpetuo: una cuerda con 10 nudos, que pasaba de celda en celda, escondida en una caja de cerillas: una cadena humana de oración ininterrumpida, día y noche,  que mantenía la entereza sobrenatural ante una previsible muerte injusta y despiadada.  

 Una entereza reconocible también en quienes desconsolados esperaban fuera. Como doña Pilar, madre de los dos hermanos,  que tuvo ánimos para escribir  sobre el féretro de su hija las esperanzadoras palabras de Jesús: “Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar.” 

   Estamos ante una lectura de las que dejan poso, que ayudan a pensar libres de prejuicios partidistas, y llenan de deseos de ser mejor persona y ayudar a los demás.





sábado, 13 de abril de 2013

La caja negra




La caja negra. Un caso del inspector Harry Bosch

Michael Connelly. Ed RBA,  2012. 


Michael Connelly (Filadelfia, 1956) comenzó como periodista de sucesos en las calles de Los Ángeles. En su primera novela (El eco negro) introdujo la figura del inspector Harry Bosch, protagonista desde entonces de 18 de sus novelas negras. Esta es la última de ellas.

 

Novela de trama policíaca, viene descrita en su contraportada -con típica exageración, aunque no exenta de verdad- como de “escalofriante acción, magistral construcción de los personajes, endiablado ritmo narrativo.”

 

El inspector Bosch es un buen profesional, ya maduro. Y es íntegro, aunque odia las trabas procedimentales de los burócratas, que con demasiada frecuencia frenan su trabajo de investigación. En este caso se enfrenta al misterioso caso del asesinato de una reportera, abierto y no resuelto durante más de veinte años. Encuentra conexiones entre los disturbios en Los Ángeles, donde sucedió el asesinato, y la guerra de Irak.

 

Hay personas que tienden a justificar acciones criminales por el ambiente en que se han movido los protagonistas, como las situaciones de miedo o  angustia en que envuelve la guerra.   Pero para el inspector Bosch, una acción es tan criminal, despreciable o aberrante si se comete durante la guerra como si se lleva a cabo en un entorno pacífico. La guerra, piensa, no justifica el crimen, simplemente aflora la verdadera naturaleza de cada persona, buena o mala.  El inspector actúa en consecuencia, buscando a los culpables sin contemplaciones ni atenuantes.

 

Se lee con agrado y engancha. Tratándose de novela negra, hay que alabar el buen gusto de autores como Michael Connelly, que no caen en el gancho facilón y barriobajero del morbo sexual. Algunos autores españoles deberían tomar nota. Se pueden aludir a conductas miserables y mezquinas sin necesidad de convertir la narración en un cubo de miseria y mezquindad. Y se puede mostrar que hay bondad –la belleza del bien y de las conductas nobles, a contracorriente- aun en medio de lo más ruín. Se puede, porque así es la realidad.

 

Michael Connely, con más de 50 millones de ejemplares vendidos, demuestra que para tener éxito no es necesario el recurso a la zafiedad.

 

domingo, 7 de abril de 2013

Las nieves del Kilimanjaro o la importancia de dar de lo propio



Dar de lo propio


    Conmovedora película del director francés Robert Guédiquian , estrenada en 2011. Lejos de ser triste, como me la habían presentado, me ha parecido una película tierna y realista, con unos diálogos sencillos que hacen pensar y afrontan muy bien  el duro problema del paro y la angustia en  que  sumerge a muchos.  Especialmente a quienes no disponen de una red familiar amplia, estable y generosa en que apoyarse.  


    Que los protagonistas hayan trabajado como sindicalistas buena parte de su vida da más realismo a la situación. No son discursos más o menos demagógicos de izquierda o derecha lo que hace falta. Una sociedad que no sabe resolver que millones de sus miembros estén sin trabajo es una sociedad enferma, mal estructurada, que requiere medidas urgentes de reorganización. 

    Me ha parecido significativo y muy acertado el modo de afrontar la situación de abandono en que quedan los pequeños hermanos del autor del delito, cuando va a la cárcel.  Compadecidos, los mismos que han sido víctimas hacen suyo el problema y lo resuelven. Está muy bien planteado el problema de conciencia que la situación plantea. 

    No caen en la visión estatalista,  muy difundida en Europa, que acaba siendo una excusa para que muchos  se inhiban ante  problemas cercanos. Pienso que a algo de eso apunta Guédiquian. Se tiende a la fácil excusa de que los problemas los debe resolver el Estado, “que para eso está”. Es  la coartada perfecta del individualismo egoísta y cerrado a los demás. Y es el camino hacia el totalitarismo, propio de regímenes en que los ciudadanos se inhiben.


    Una sociedad funciona cuando sus ciudadanos se implican, y dan de los suyo: su dinero, su tiempo, su apoyo, su comprensión… He releído estos días, en una carta del prelado del Opus Dei,  un texto de san Josemaría en esa línea: Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. 

Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás


    

viernes, 5 de abril de 2013

El festín de Babette






Me ha encantado descubrir que una de las películas preferidas del papa Francisco es El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987, Óscar a la mejor película extranjera).  Coincidimos, también en esto.  Una película maravillosa sobre cómo una sociedad de ambiente gélido e individualista, donde  cada cual va a lo suyo y mira con desconfianza a los demás, puede ser transformada por una sola persona con capacidad de querer.


El festín de Babette es una  bella metáfora  de la fraternidad que debería reinar en la convivencia  social. Una metáfora en la que las diversas  sensibilidades pueden percibir diversos estratos de significado, cada vez más profundos.


El festín de Babette es, en el plano más superficial, un homenaje  al sentido social y humano que se esconde detrás de algo en apariencia tan material como la gastronomía, el noble oficio de cocinar.  Porque comer no es una mera necesidad biológica, propia de animales. El hombre es animal pero es también espiritual, y su dimensión espiritual es capaz de transformar la comida en un arte con el que agasajar a los demás, en una manifestación de cariño y afecto. Babette, en su festín, muestra cómo el trabajo abnegado en la cocina  es capaz de encender  y unir corazones antes gélidos y distantes. "Yo podía hacerles felices cuando daba lo mejor de mí misma". 



En un segundo plano más profundo, la película es también un bello canto a la generosidad, a la capacidad humana de dar sin esperar nada a cambio. En toda familia que funciona hay al menos uno o una que viven con ese espíritu generoso y desinteresado. Como explica magistralmente Higinio Marín en este artículo , es esa generosidad la que impulsa a decir a Babette a quienes les parecían una exageración su entrega: "Dejadme que lo haga tan bien como soy capaz"


En un tercer plano la película muestra, a mi juicio,  el contraste entre el calor de la fe católica de Babette, que afirma que el mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios, y  esa fría desviación del cristianismo que es el calvinismo puritano, dominante en el pueblo danés al que ha llegado la  cocinera  francesa Babette. La fe católica aporta alegría y ganas de vivir, nada que ver con la negación y amargura del puritanismo. Una alegría que se manifiesta desbordante cuando Babette prepara su magnífico festín, sin reparar en sacrificios ni gastos, dándolo todo. 


Y en ese festín se intuye el  cuarto plano, el más profundo: una gran  metáfora de la Eucaristía, el verdadero Festín, el Gran Derroche de generosidad que nos transforma y hermana.  La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de cada católico. Es la Mesa que nos hermana, el hogar familiar en torno al que todos y  cada uno encuentran calor y se sienten queridos. En la Eucaristía, ese gran festín en que la comida es el mismo Jesucristo, que se entrega en un exceso de generosidad, surge y crece la concordia y el hermanamiento entre los hombres. Ese es, quizá, el significado más hondo que ha querido expresar Gabriel Axel


El cardenal Bergoglio, cuando  Sergio Rubin y Francesca Ambroguetti le preguntan si la Iglesia no insiste demasiado en el dolor como camino de acercamiento a Dios, y poco en la alegría de la resurrección, contesta lo siguiente:


“Es cierto que en algún momento se exageró la cuestión del sufrimiento. Me viene a la mente una de mis películas predilectas, La fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una negación de las cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor.” (El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio. Ed Vergara).


      Sobre la Eucaristía, me ha parecido también muy sugerente esta explicación de Rainiero Cantalamesa. Y esta de san Josemaría . Ver también: Amabilidad, esencia de la cultura


miércoles, 27 de marzo de 2013

Los cambios que requiere la Iglesia





Es muy interesante leer la intervención del cardenal Bergoglio  en una de las reuniones de cardenales previas al Cónclave en que resultó elegido papa. Sintetizan sin duda el programa que el papa Francisco traza para su pontificado y los cambios que son necesarios para que  la Iglesia sirva mejor a las almas.

  
El cardenal Jaime Ortega le pidió el texto a Bergoglio, y ahora lo ha publicado en la revista diocesana de La Habana. 


Bergoglio centró sus palabras en la evangelización, y usó la expresión de Pablo VI: la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Es la razón de ser de la Iglesia, a la que el mismo Jesucristo nos impulsa. 

Estos son los cuatro puntos que anotó el cardenal Bergoglio en el manuscrito que guió su discurso:



1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. (Parresía se puede traducir por libertad y valentía para comunicarlo todo con franqueza). La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.



2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.


3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae (metáfora que alude a que la Iglesia, como la luna, ilumina con una luz que no procede de ella sino de Jesucristo, el verdadero sol y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. 

Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans (la Iglesia que escucha religiosamente la Palabra de Dios y la proclama con audacia), o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.


4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría de la evangelizar". 

domingo, 24 de marzo de 2013

Sobre el buen periodismo: los cínicos no sirven para este oficio.


Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo.




 Ryszard Kapuscinski. Ed. Anagrama.


     Ryszard Kapuscinski, polaco,  nacido en 1932, es autor de obras de historia contemporánea, que se mueven entre el reportaje periodístico y la literatura histórica: El Emperador (sobre Haile Selassie), La guerra del fútbol, El Sha, Another Day of Life, y El Imperio (sobre el imperio soviético, escrito tras  una  estancia de tres años en la URSS (1990-1992), Ébano, Lapidarium,…

    Este libro recoge dos encuentros y una entrevista con R.K., celebrados en 1994 y 1999. Kapuscinski muestra su modo de entender y hacer el periodismo, y lo hace con la autoridad de quien ha tratado de vivir lo que aconseja durante largos años de ejercicio profesional.

     La clave de su estilo, asegura,  es la mimetización,  vivir como uno más en las zonas más recónditas y anónimas del país que desea dar a conocer. No  pretende basarlo todo en contactos “de alto nivel”, que con frecuencia dan una visión sesgada o como mínimo alejada de la realidad. Es la suya una historia construida desde abajo, atenta a los pequeños detalles, fruto de la observación y de la intuición, ajeno a  prejuicios ideológicos, despolitizada. 

    "Es más útil entrar en un museo que hablar con cien políticos profesionales”, dirá. “Hoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban…”


Para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buena persona

Denuncia el  empobrecimiento que ha sufrido el periodismo en su  evolución histórica: comenzó como ejercicio de búsqueda de la verdad, y ha pasado en demasiadas ocasiones a   instrumento de poder político. Finalmente se ha convertido en espectáculo al servicio de un negocio. Ahora al frente de los medios no suele haber periodistas, sino hombres de negocios, y la información se ha separado de la cultura.

 Aporta una intuición clarividente: las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Y nos ofrece una consideración que hará sonreir a más de uno, pero que es preciso  recordar hoy:   para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buena persona. Si se es buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Es una cualidad que en psicología se denomina “empatía”, que permite comprender el carácter del interlocutor y compartir de forma natural y sincera sus problemas. En este sentido, el único modo correcto de hacer nuestro trabajo es desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia: existimos sólo para los demás, para compartir con ellos sus problemas e intentar resolverlos, o al menos describirlos.

A su juicio, capacidad de sacrificio y formación permanente son elementos indispensables para el buen periodismo. “En el periodismo, la actualización y el estudio constantes son la conditio sine qua non. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente. Tengo muchos amigos de gran calidad junto a los que empecé a ejercer el periodismo y que a los pocos años fueron desapareciendo en la nada. Creían mucho en sus dotes naturales, pero esas capacidades se agotan en poco tiempo; de manera que se quedaron sin recursos y dejaron de trabajar.”

Recomienda al periodista paciencia y trabajar duro: “los lectores acaban reconociendo la calidad de nuestro trabajo y asociarla con nuestro nombre. Son ellos los que deciden, no el director.”
             

Conocer la verdad, razón de ser de la inteligencia.



Foto de ElPeriodic.com

    Asistí hace pocos días a los Premios Periodísticos de la Comunidad Valenciana. Es agradable compartir velada con compañeros del periodismo y la comunicación. Se está bien. Se confraterniza, se intercambian ideas, se oyen buenos parlamentos. Se aprende.

    Los premiados de este año –Javier Alfonso, Marta Hortelano, Josep Torrent- tuvieron palabras sinceras y sentidas. Se percibía sobre las cabezas de todos el nubarrón gris de la tormenta que atravesamos. Son momentos duros, y en los momentos duros uno ve más claro lo esencial, lo que no debe faltar. Allí se habló de honestidad, de buen periodismo, de ese que sólo saben hacer las buenas personas, como decía Kapuschinsky. Se habló de periodismo objetivo.

    No es fácil, cuando falta trabajo, hablar de periodismo objetivo. Hay que comenzar por hablar de la injusta estructura que permite que seis millones de personas no puedan trabajar. Pero el cortoplacismo miope de tantos (políticos y no políticos) no puede empañar el deseo general de hacer las cosas bien. Sí, vale la pena mantenerse en la firme decisión de ser buena persona, para tratar de hacer las cosas bien. Pensar en el bien común, en el bien de los demás. Alejarse de experiencias de odio.

    Y en el periodismo, alejarse del amarillismo, que tantas veces –ya lo decía Chesterton- se disfraza de periodismo de investigación, y sólo siembra pánico y pesimismo.

    Recordé una lectura reciente.  La inteligencia puede servir para muchas cosas: resolver problemas técnicos, lograr poder, mandar… Pero para lo primero que debe servir es para conocer la verdad, que es precisamente la razón de ser del periodismo. En su primer encuentro con periodistas, el papaFrancisco ha recordado la trilogía existencial de todo periodista: comunicar la verdad, la bondad y la belleza.

    El enemigo -lo dijo también Kapuschinsky- es el cinismo, que mueve a muchos a torcer el gesto ante la palabra “verdad”.  Les parece una grandilocuencia fantasiosa.  Pero no lo olvidemos: es el gran descubrimiento del que la cultura occidental sigue viviendo: podemos y debemos conocer la verdad.  Ese es el principal bien humano. No por pragmatismo, que también, sino en sí misma.

    Claro que la verdad, una vez conocida, compromete. Es más cómodo, aparentemente, vivir de espaldas a ella, no afrontarla, hacer como que es inalcanzable...  Pero la realidad es tozuda: sólo  la verdad nos hace libres.  Sin ella somos  esclavos. Los cínicos no sirven para este oficio.