Asistí hace pocos días a los Premios Periodísticos de la Comunidad Valenciana. Es agradable
compartir velada con compañeros del periodismo y la comunicación. Se está bien.
Se confraterniza, se intercambian ideas, se oyen buenos parlamentos. Se
aprende.
Los premiados de este año –Javier Alfonso, Marta Hortelano,
Josep Torrent- tuvieron palabras sinceras y sentidas. Se percibía sobre las
cabezas de todos el nubarrón gris de la tormenta que atravesamos. Son momentos duros,
y en los momentos duros uno ve más claro lo esencial, lo que no debe faltar.
Allí se habló de honestidad, de buen periodismo, de ese que sólo saben hacer las
buenas personas, como decía Kapuschinsky. Se habló de periodismo objetivo.
No es fácil, cuando falta trabajo, hablar de periodismo
objetivo. Hay que comenzar por hablar de la injusta estructura que permite que
seis millones de personas no puedan trabajar. Pero el cortoplacismo miope de
tantos (políticos y no políticos) no puede empañar el deseo general de hacer
las cosas bien. Sí, vale la pena mantenerse en la firme decisión de ser buena
persona, para tratar de hacer las cosas bien. Pensar en el bien común, en el bien de los
demás. Alejarse de experiencias de odio.
Y en el periodismo, alejarse del amarillismo, que tantas
veces –ya lo decía Chesterton- se disfraza de periodismo de investigación, y
sólo siembra pánico y pesimismo.
Recordé una lectura reciente. La inteligencia puede
servir para muchas cosas: resolver problemas técnicos, lograr poder, mandar…
Pero para lo primero que debe servir es para conocer
la verdad, que es precisamente la razón de ser del periodismo. En su primer
encuentro con periodistas, el papaFrancisco ha recordado la trilogía existencial de todo periodista:
comunicar la verdad, la bondad y la belleza.
El enemigo -lo dijo también Kapuschinsky- es el cinismo, que mueve a muchos a torcer el
gesto ante la palabra “verdad”. Les
parece una grandilocuencia fantasiosa.
Pero no lo olvidemos: es el gran descubrimiento del que la cultura
occidental sigue viviendo: podemos y debemos conocer la verdad. Ese es el principal bien humano. No por
pragmatismo, que también, sino en sí misma.
Claro que la verdad, una vez conocida, compromete. Es más
cómodo, aparentemente, vivir de espaldas a ella, no afrontarla, hacer como que
es inalcanzable... Pero la realidad es
tozuda: sólo la verdad nos hace libres. Sin ella somos
esclavos. Los cínicos no sirven para este oficio.
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