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viernes, 29 de marzo de 2019

Horizontes insospechados. Marlies Kücking


Horizontes insospechados. Mis recuerdos de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Marlies Kücking. Ed. Rialp





Marlies Kücking (Colonia, 1936) estudió filología alemana e inglesa en Bonn y Colonia. Conoció el Opus Dei en 1954, gracias a un encuentro casual durante un viaje de estudios a Roma. Poco después, en 1955, pidió la admisión en el Opus Dei. Desde 1964 trabajó junto a san Josemaría en la Asesoría Central del Opus Dei en Roma. Actualmente es la responsable del Archivo General de la Obra.

Consciente del valor de lo que veía y escuchaba del fundador de la Obra, Marlies Kücking anotaba en un cuaderno las palabras y comentarios de san Josemaría, su modo de reaccionar antes los acontecimientos y noticias. A lo largo de la narración nos va desgranando esas anotaciones personales, que ha contrastado con los datos del archivo de la Obra.


Con estilo sencillo y familiar, en tono autobiográfico, la autora nos sumerge en la historia de los primeros pasos del Opus Dei en Alemania, cuando era una joven estudiante, su primer encuentro con san Josemaría en 1957, y sus años de trabajo junto a él en Roma, que describe como una aventura apasionante, que abrió a su vida horizontes extraordinarios e insospechados, abiertos a la fe en la acción de Dios en el mundo.



Es testigo de la determinación del fundador del Opus Dei para que las mujeres de la Obra, y todas las que se acercan a los apostolados del Opus Dei,  adquieran una preparación intelectual devanguardia, idéntica al menos a la que se requiere de los varones.


En 1957, siendo una joven universitaria, se incorporó al Colegio Romano de Santa María, erigido por san Josemaría en Roma para la formación en filosofía y teología de mujeres de la Obra de todo el mundo.  Desde principios de los años 50 comenzaron a pasar por ese Centro de Estudios Internacional jóvenes de los países en que la Obra había consolidado su trabajo apostólico, del mismo modo que los varones lo hacían en el Colegio Romano de la Santa Cruz.


Esa formación doctrinal-cristiana específica, realizada a nivel universitario, se sumaba a la que cada una tenía por sus propios estudios profesionales, realizados en sus países de procedencia. Así se preparaban para enseñar con hondura y propiedad la fe católica y el espíritu del Opus Dei como camino de encuentro con Cristo en la vida ordinaria.


En 1964 fue nombrada Prefecta de Estudios en la Asesoria Central del Opus Dei, encargada de velar por el desarrollo de los planes de formación religiosa, filosófica y teológica de las fieles de la Prelatura en todo el mundo. Su misión consistía en  adecuar la formación teológica a los estudios profesionales de cada persona y a las circunstancias de los diversos países, tratando siempre de que fuese del más alto nivel posible.





Más tarde fue nombrada Secretaria Central de la Asesoría, cargo que requería un estrecho trabajo diario junto al fundador, para despachar las cuestiones propias del gobierno del Opus Dei en lo que afecta a las mujeres, y a la Obra en su conjunto.


Describe esa tarea en el gobierno del Opus Dei como una aventura apasionante, que le llevó también a viajar por numerosos países y a conocer in situ a las primeras vocaciones al Opus Dei entre mujeres de todas las razas y lenguas.


Con fino sentido del humor y agudeza femenina –que logra hacer amablemente compatibles con una precisión germánica- abunda en anécdotas de la vida diaria, tanto en sus viajes como en el trabajo cotidiano de gobierno.  El relato, ameno y cuajado de anécdotas sencillas y sucesos relevantes, nos permite  adentrarnos en la vida de la institución y conocer más de cerca la rica personalidad de san Josemaría.




Sobre su experiencia de gobierno junto a san Josemaría,  Marlies Kücking destaca entre otros cinco puntos a los que el fundador daba importancia relevante:

1)  La confianza. El fundador confiaba plenamente en personas muy jóvenes nombradas para algún cargo de gobierno, y les animaba a tomar decisiones de acuerdo con las competencias por razón de su cargo.
2)  La colegialidad.
3)  El imprescindible aporte femenino.
4)  La audacia y autonomía en el desarrollo de las iniciativas apostólicas.
5)  Siempre, basarlo todo en la vida interior de unión con Jesucristo. Son reveladoras por ejemplo sus referencias a la piedad eucarística, a la fe en la presencia del Señor en la Eucaristía.


Las reuniones de trabajo con san Josemaría, afirma, eran una escuela en las que se aprendía a dar a todo trabajo un sentido de servicio, y que por tanto debía estar bien acabado, sin dilaciones, cuidando los detalles.

Se percibe a lo largo del relato un emocionado agradecimiento al fundador,  no sólo por el ejemplo de su vida, heroicamente fiel a la misión recibida de Dios, sino también por el derroche de cariño que hacía a diario, olvidándose de sí mismo, sufriendo con el que sufría. Y sufriendo también por la situación de la Iglesia, especialmente en los años 60 y 70, que fueron de gran desorientación doctrinal en muchos y de abandono de vocaciones sacerdotales en la Iglesia.


Oyó muchas veces a sanJosemaría pedir que rezáramos por la Iglesia. En una ocasión, durante un encuentro familiar, les dijo que había llorado, y que mirándose en el espejo no se reconocía: “Josemaría, tú eras jovial…” Se sobreponía, pero sufría. “El mejor modo de ayudar a la Iglesia es exigirnos cada uno en amor a Dios y a los demás, con generosidad total. Unirnos más, y manifestar con obras al Señor nuestro deseo de ser fieles.”


Ese cariño que san Josemaría enseñó a vivir es elemento sustancial del cariño en la Obra, que es una familia sobrenatural. Un cariño también humano, que se manifiesta en estar en los detalles y servir con obras, y que se abre a toda la Iglesia y al mundo entero.




lunes, 20 de junio de 2016

Los primeros contactos de Rafael Calvo Serer y San Josemaría



Studia et Documenta es una revista especializada que desde 2007 publica el Instituto Histórico San Josemaría Escrivá. Recoge trabajos de investigación de científicos interesados en la vida de san Josemaría y el desarrollo del Opus Dei.

En su número 6, Studia et Documenta recoge un interesante trabajo del profesor Onésimo Díaz sobre un conocido intelectual valenciano, Rafael Calvo Serer, uno de los primeros fieles del Opus Dei. Fue catedrático de Historia y promotor de numerosas iniciativas culturales. Quizá su faceta más recordada sea la de su militancia política como opositor al régimen de Franco, que le costó el cierre del diario Madrid, del que era Presidente, y el exilio. 

Onésimo Díaz es autor de diversas obras entorno a la figura y trayectoria de Rafael Calvo. Destaca entre ellas la editada por Rialp: Rafael Calvo Serer: la búsqueda de la libertadEn el presente estudio (Los primeros contactos de Rafael Calvo Serer con san Josemaría 1936-1940) centra su trabajo de investigación en cómo era Calvo Serer cuando conoció a san Josemaría y antes de vincularse al Opus Dei, en abril de 1936, y la repercusión en su vida de ese encuentro.


En esa fecha Calvo Serer (nacido en 1916) era un joven estudiante universitario de caracter, que había forjado en el seno de una familia cristiana y en el Colegio Mayor del Beato Juan de Ribera de Burjasot. Tenía sus propias opiniones culturales y políticas, y participaba en la vida asociativa sindical universitaria: era Presidente de los universitarios católicos de Valencia. 

En su encuentro con el fundador del Opus Dei, el 12 de abril de 1936,  encontró el tono de afecto y exigencia espiritual característicos de san Josemaría. Le cautivaron la esperanza y sentido sobrenatural con que le dio a conocer la Obra. Era un tono que se elevaba por encima de los debates que angustiaban a la sociedad del momento, y fijaba su atención en la acción de Dios en el mundo y en cada persona. Una acción divina que pedía respuesta, y supuso para el joven Calvo Serer un descubrimiento impactante: la importancia del trabajo bien hecho como camino de santidad. Un acicate para estudiar aún con más ahínco para llegar a ser un buen profesional y crecer día a día en su vida cristiana. 

El trabajo, breve y de agradable lectura, aporta una buena base documental, con referencias a numerosos testigos de esos años. Pone de manifiesto tanto la estrecha relación de caracter espiritual con san Josemaría, como la libertad de pensamiento y pluralismo en las opciones políticas  que siempre fomentó san Josemaría como nota distintiva del Opus Dei.

martes, 10 de noviembre de 2020

 

Dios y audacia. Mi juventud junto a San Josemaría.  

Julián Herranz. Ed Rialp




    Recuerdos llenos de viveza de los 22 años que el autor convivió con san Josemaría, fundador del Opus Dei, trabajando en la sede central de la prelatura en Roma. 


    Nacido en Baena (Córdoba, España) en 1930, solicitó la admisión en el Opus Dei mientras realizaba los estudios de Medicina. Poco después de concluirlos se trasladó a Roma, realizó los estudios teológicos en el Seminario Internacional de la prelatura y se doctoró en Derecho Canónico. 


    Ordenado sacerdote en 1955, en 1960 fue llamado por la Santa Sede para colaborar como experto en el Concilio Vaticano II y en la posterior reforma legislativa. San Juan Pablo II le ordenó obispo en 1991, y fue creado cardenal en 2003.


    En este libro, el cardenal Herranz rememora sus años jóvenes, en los que conoció a san Josemaría, y la enseñanza viva y práctica que aprendió junto a él, especialmente durante sus trabajos de colaboración estrecha en la sede central del Opus Dei en Roma. 


    Entre otras tareas, Herranz recibió el encargo de poner en marcha las Oficinas de Información del Opus Dei en todos los países donde la Obra comenzaba a desarrollar su labor evangelizadora, para que periodistas y profesionales de la comunicación tuvieran acceso ágil y transparente a las actividades de la prelatura. Fue uno de los aspectos en los que san Josemaría manifestó visión de futuro y actuó como pionero. 


    La narración es una secuencia de anécdotas personales, que iluminan de cerca aspectos del modo de ser y la viva personalidad de san Josemaría: su comprensión paternal hacia las deficiencias de sus jóvenes colaboradores, el entrañable clima de confianza que sabía inspirar,  su alegría y buen humor, su prudencia en el gobierno, su amor a la libertad, su perdón y comprensión hacia quienes difundían errores sobre la Iglesia o el Opus Dei,... 


    Define a san Josemaría como un hombre enamorado de Dios, a quien debe "mi encuentro personal con Cristo, y la vocación a seguirlo sin condiciones. Él fue el instrumento de Dios para hacerme feliz."

    

    Al recoger frases escuchadas personalmente, de su predicación o de encuentros cercanos en ambiente familiar, es fácil hacerse cargo del hondo sentido de misión que transmitía san Josemaría de manera amable, viva, constante, impregnada de ese espíritu peculiar que Dios ha querido para el Opus Dei. Abierto a todo tipo de personas, como expresa este comentario de una predicación del fndador que recoge Herranz: 

    "Id a la oveja que se ha ido o a la que se quiere perder. ¡Ve Tú mismo detrás de ellos! Buen Pastor, Jesús, cargados sobre tus hombros... ¡que se reproduzca aquella figura amabilísima de las catacumbas!


    Sabía sacar punta sobrenatural a situaciones normales de la vida, enseñando así a "elevar el punto de mira" a quienes tenía cerca. Una muestra:  cuando Julián Herranz tuvo que llevar unos días un parche en el ojo a consecuencia de la operación de un pequeño quiste, comentó con sentido del humor: 

    "¿Qué tal está mi pirata? Hazle caso al médico y no leas mucho. Mira, hijo mío, qué poca cosa somos: nos tapan un ojo y perdemos el relieve de las cosas. Eso les pasa a las almas que pierden la visión sobrenatural. Tú... no seas nunca un pirata de la vida interior."


    Destaca también el amor a la libertad, el respeto a las opiniones de los demás aunque difieran de la propia, un tema en que el fundador, y quienes colaboraban con él en las oficinas de información, tuvo que emplearse a fondo para hacerlo entender. Era necesario  explicar y defender la libertad de los miembros de la Obra en opciones temporales, aspecto esencial para el Opus Dei y no siempre entendido por mentalidades de partido único.  


    Un aspecto muy unido al amor a la libertad, como un corolario, es la independencia política de las personas del Opus Dei. San Josemaría lo explicaba una y otra vez: 

    "Parece que no comprenden que la Obra, que el Señor en su bondad infinita ha querido poner sobre mis hombros, tiene exclusivamente fines religiosos y espirituales: y en todo lo que no sea eso, en lo temporal, cada socio decide su conducta libérrimamente según los dictados de su conciencia, con completa libertad –insisto- y con responsabilidad personal. No soy cabeza de nada político: soy sacerdote de Cristo, y basta. Por eso hay un pluralismo evidente en el modo de pensar y obrar de todos los hijos míos de los cinco continentes, sin que ninguno tenga que sujetarse ni al más mínimo consejo en sus asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc."


    En otro momento recoge Herranz: 

    "Para los problemas humanos siempre hay muchas soluciones diversas: varias son igualmente válidas; y otras que lo son más o que lo son menos; pero muchas que no son malas. ¿Por qué vamos a obligar a seguir una determinada? ¡No hay dogmas humanos: no os lo creáis!"


    Y también:

    "Convenceos que en las cosas humanas hay muchas maneras, muchas maneras dignas, muchas maneras buenas -unas más buenas, otras menos buenas, según la simpatía o la forma de cabeza de cada uno- pero que dentro de todo esto nosotros tenemos que defender, como una manifestación de nuestro espíritu, la libertad personal y una cosa democrática. 

¿Hablo de política? No. Hablo de cosas doctrinales. Luego aquí no hay tiranía y yo no tolero tiranos. Querría que cogierais muy bien este criterio: en ninguna cosa terrena hay un camino solo, porque esto sería dogmático. En las cosas terrenas no hay dogmas. Se dice en mi tierra que por todos los caminos se va a Roma... ¡Libertad en las cosas temporales! ¡No hay un sólo camino! 

Y después os tengo que decir que conozco bastante gente que piensa que la realidad de un país de un momento exige sólo una determinada solución temporal, y sin embargo yo conozco entre ellos gente maravillosa. Ahora, yo no estoy de acuerdo con ellos, a no ser que esto sea por muy poco tiempo, como cuando se enyesa una pierna o un brazo. Esto ya es teoría mía, pero es común y es clara.


   

El cardenal Herranz con el papa Francisco


    La lectura resulta agradable y se hace corta, y en algún momento trae a la memoria secuencias de la película de Roland Joffe "There be dragons". 


    La calidad del autor y de su estilo literario convierten el libro en una estimulante fuente de historias inspiradoras para la vida. En este enlace se puede leer una selección de frases del libro.  

lunes, 20 de julio de 2020

Misión de los laicos

El mensaje de san Josemaría sobre la misión de los laicos

Cfr. Vida cotidiana y santidad en las enseñanzas de san Josemaría. Javier López y Ernst Burkhart, pags 34 a 73.



“La espiritualidad y la acción del Opus Dei se insertan (…) en el proceso teológico y vital que está llevando al laicado a la plena asunción de sus responsabilidades eclesiales, a su modo propio de participar en la misión de Cristo y de su Iglesia.” (San Josemaría, Conversaciones, n.20)

Como los primeros cristianos

        La historia de la Iglesia podría sintetizarse en este esquema:

Siglos I a IV       Primeros cristianos, personas de todas las áreas sociales que extienden el cristianismo a través de sus actividades familiares, profesionales y sociales.

La Carta a Diogneto, del siglo II, los describe así: los cristianos no llevan un género de vida aparte de los demás, pero “dan muestras de un peculiar tenor de conducta, admirable y, por confesión de todos, sorprendente”. Destacan entre otras cosas por el cumplimiento de sus deberes cívicos. En esa vida corriente procuran difundir su fe.

                 

Hasta tal punto son conscientes de su misión y celosos de ella que el filósofo pagano Celso los acusaba, según refiere Orígenes, de aprovecharse de sus profesiones –zapateros, maestros, lavanderos…- para sembrar en las casas particulares y en la sociedad entera la semilla evangélica.

Siglo IV             Reconocimiento público de la Iglesia. Comienza el florecimiento de la espiritualidad religiosa, caracterizada por el abandono de las cosas mundanas. Eclipse paulatino de la conciencia de vocación y misión de los laicos.

        IV a IX      Evangelización de los pueblos germánicos

        IX a XIV    Sacro Imperio y Cristiandad Medieval

        XV y XVI    Pérdida de la unidad religiosa en Europa e inicio de la secularización

        XVI-XVIII   Secularización y período revolucionario


Eclipse de la vocación laical

A partir del siglo IV se produjo en la Iglesia  un eclipse de la conciencia de la vocación y misión de los laicos, de su papel en la Iglesia y en la sociedad, tal y como lo habían vivido las primitivas comunidades cristianas. Un eclipse que, con pocas excepciones, ha durado hasta el siglo XX, y que aún ahora dura para no pocos dentro de la Iglesia.

Desde el siglo IV hasta el XVIII hubo un florecimiento de la espiritualidad religiosa, y una mengua simultánea en los laicos de la conciencia de su misión en la Iglesia, que pasó a considerarse secundaria.

Durante ese período, la vida laical era iluminada “desde fuera”, por la luz de grandes santos sacerdotes y religiosos, pero con elementos específicos de la vida religiosa, que incluían el apartamiento de las actividades seculares, y situaban la vida religiosa (apartada del mundo) como paradigma de toda santidad.

Santos que en siglos más recientes intentaron desarrollar una espiritualidad laical fueron san Francisco de Sales (s XVI), que sugiere a los laicos los medios ascéticos de los religiosos con algunas adaptaciones; san Alfonso María de Ligorio (S XVIII), que habla de piedad en la vida corriente; o san Juan Bosco (S.XIX), que trató de la dignificación del trabajo.

Pero todos ellos siguen considerando las actividades seculares como algo inevitable, lleno de peligros para la vida moral, y no como campo de santificación y terreno de conquista, de cumplimiento de la misión confiada por Cristo a los cristianos.

El cardenal Albino Luciani, poco antes de ser elegido Papa como Juan Pablo I, glosó en un artículo la singular aportación de san Josemaría al fundar, por inspiración divina, el Opus Dei. Escribió que san Francisco de Sales habla “espiritualidad de los laicos”, pero Escrivá de “espiritualidad laical”, esto es, no de meras adaptaciones de lo religioso, sino de un radical “materializar” la santificación, transformando el mismo trabajo material en oración y santidad.


Laicidad versus clericalismo

Entre otras manifestaciones, y a modo de ejemplo, humildad y pobreza son virtudes que han dado origen en la historia del cristianismo a actitudes ligadas al apartamiento del mundo, propio de los religiosos. San Josemaría enseña a vivir esas virtudes con toda exigencia, pero prescindiendo de rasgos ajenos a la condición laical.

Lo que el fundador del Opus Dei transmite es un espíritu laical y secular diverso de las espiritualidades de los religiosos. Aprecia la vida consagrada, pero enseña la santificación en medio del mundo.

El laico puede aprender mucho del religioso sobre cómo tener el alma llena del deseo de Dios, pero no le basta su ejemplo para ser ciudadano de la ciudad de los hombres. El laico ha de compenetrar el deseo de Dios y su condición de ciudadano de la ciudad temporal, en unidad de vida, manifestando en sus obras una plena coherencia con su fe.

El ideal que propone san Josemaría no es un eslabón más en la línea de la mundanización de la vida religiosa, que comenzó (por circunstancias explicables) a partir de lo siglos XVI y XVII. Se trata más bien de una nueva toma de conciencia que adquieren los laicos de su vocación y misión propias, que conecta con el estilo de vida de los primeros cristianos.



Así lo explicaba el fundador del Opus Dei en una entrevista:

“Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían de los demás  ciudadanos”. Conversaciones, n. 24.

Para san Josemaría, secularización no es sinónimo de descristianización, sino que se refiere a la desclericalización, y se sitúa en la línea de la libertad, de la búsqueda de nuevas libertades que está en el núcleo de la modernidad.


 Laicismo y descristianización

En cambio, el proceso de descristianización surge de reclamar una libertad autónoma respecto a Dios, de querer la persona constituirse en fuente autorreferencial de la propia normatividad.

Ha escrito san Josemaría: “El laicismo es la negación de la fe con obras, de la fe que sabe que la autonomía del mundo es relativa, y que todo en este mundo tiene como último sentido la gloria de Dios y la salvación de las almas.”

Ese laicismo se opone a la idea cristiana de libertad, que no es “libertad de hacer lo que quiera” sino capacidad de escoger entre el bien y el mal.

El concepto falso de libertad, reivindicado por algunos pensadores, les llevó al conflicto con la Iglesia y al intento de marginarla, como fuerza opuesta al progreso. Para ellos la libertad significa:

-antropocentrismo cerrado a la trascendencia

-razón desvinculada de la fe

-voluntad emancipada de todo vínculo

-conciencia responsable sólo ante sí misma 

 

Laicidad es libertad en las opciones temporales

La laicidad, tal como la entiende el fundador del Opus Dei, es en cambio sinónimo de desclericalización, y pide una justa autonomía de las actividades temporales, que no consiste en autonomía respecto a Dios, sino en reconocer que las cosas creadas y la misma sociedad tienen sus propias leyes y valores.

Se trata de volver a las raíces de los primeros cristianos, como describe la citada Carta a Diogneto, del siglo II: “Los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo (…) Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es lícito desertar.”


Clericalismo es ignorar la autonomía de los laicos en lo temporal

León XIII, en su encíclica “Au milieu des solicitudes” (1892), señala un punto de inflexión para la vida católica: si hasta esa fecha toda la “vida católica social” dependía de la buena armonía entre ls autoridades de la Iglesia y las del Estado, rota esa armonía colaborativa,  a partir de ahí va a depender del incremento de las responsabilidades personales de los ciudadanos cristianos. La misión de la Iglesia se realizaría en adelante por las conquistas de la acción de los laicos, sin esperar favores de la autoridad civil.

Poco después, con Pío XI (1922) nacía la Acción Católica, con el fin de impulsar esa “misión de los laicos”, pero entendiéndolos como meros colaboradores del clero. De hecho, dejó de usarse la expresión “participación” en el apostolado jerárquico para hablar de “ayuda” y “colaboración”: esto es, se trataba de usar a los laicos como longa manus de la jerarquía en cuestiones temporales, clericalizándoles.

No tiene por qué entrañar peligro de clericalismo que el clero dirija actividades eclesiásticas. Pero cuando se trata de actividades temporales el riesgo existe.

El planteamiento de Ación Católica ponía a los laicos en posición subordinada al clero. El impulso que se pretendía dar a su acción apostólica resultaba como consecuencia de un mandato de la jerarquía, y no del apostolado como fruto del ejercicio responsable de la libertad de los hijos de Dios en la vida secular, donde las soluciones legítimas pueden ser múltiples y variadas.


Libertad y responsabilidad de los laicos en lo temporal

Para sanar la equivocada noción de libertad (autónoma de Dios), se hacía necesario fomentar el ejercicio práctico de la libertad cristiana por parte de los laicos en la santificación y en el apostolado a través de las actividades temporales, asumiendo su responsabilidad propia.

Frente al mal de una libertad sin Dios, que secularizaba la cultura y la sociedad, era preciso estimular el dinamismo propio de la vocación bautismal de los católicos, para que cada uno secundara libremente “desde abajo” (y no “desde arriba”) la acción del Espíritu Santo.

En Conversaciones… n. 58 (1968) san Josemaría explica así su mensaje en relación con el trasfondo teológico y pastoral que tuvo que afrontar:

He pensado siempre que la característica fundamental del proceso de evolución del laicado es la toma de conciencia de la dignidad de la vocación cristiana. La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres. El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: "Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia... El ser cristiano, el haber recibido el Bautismo, no debe ser considerado como indiferente o sin valor, sino que debe marcar profunda y dichosamente la conciencia de todo bautizado" (Enc. Ecclesiam suam, parte I).


La misión de los laicos se deriva de su llamada a la santidad por el Bautismo


Para san Josemaría lo primero es la toma de conciencia de la llamada a la santidad que recibimos en el Bautismo. Y lo segundo, la misión que cada uno debe realizar. No al revés. Pío XI (1923) y la jerarquía de aquellos años de crisis, ante la urgencia de que los laicos hicieran presente la fe en la vida social y defendiesen a la Iglesia del laicismo, les recordó su vocación a la santidad. El concilio Vaticano II da la vuelta a ese argumento, haciendo suya la enseñanza de san Josemaría, y descubre que lo primero es la llamada a la santidad, de la que se deriva la necesidad de asumir plenamente la misión propia.

San Josemaría dio la vuelta a los términos usuales en autores del siglo XIX y principios del S. XX, que decían que era necesaria la acción de los laicos para el reino de Cristo. Lo que san Josemaría dice es que los laicos han de ser santos, porque es su vocación, y que la santidad exige que realicen su misión apostólica propia.

La misión de los laicos no es prolongación de la que corresponde a los sacerdotes: su misión consiste en santificar desde dentro –de manera indirecta y mediata- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo. En esa misión el laico no es longa manus del sacerdocio ministerial, ni su apostolado forma parte de una labor organizada de arriba abajo.

Otra cosa es la cooperación del laico en tareas propias del ministerio sacerdotal (el ministerio de la palabra y de los sacramentos): en esas tareas el laico tiene la facultad de prestar cooperación, de modo subordinado al sacerdocio ministerial. Pero en las actividades temporales no existe tal subordinación.


Superar la visión clerical



La visión clerical tiende a identificar la Iglesia con la Jerarquía, otorga a los pastores el protagonismo de la misión de la Iglesia en el mundo, dejando a los laicos como meros cooperadores instrumentales de la acción del clero en las actividades civiles y temporales.

La comunión con la Jerarquía no implica que los laicos necesiten un mandato de la Jerarquía para el apostolado: porque ya lo han recibido de Dios en el Bautismo. Por eso decía san Josemaría, refiriéndose al apostolado laical que realizan los miembros del Opus Dei: “nunca seremos ningún organismo de la Acción Católica”.

Eran palabras que en 1934 podían chocar, pero inevitables para clarificar un aspecto del espíritu que transmitía. La semilla que Dios le había hecho ver el 2 de octubre de 1928 era una realidad distinta a la Acción Católica, siendo esta un gran servicio a la Iglesia. Quienes se integran en la Acción Católica responden a una convocatoria de la jerarquía; los que siguen el camino de santificación que enseña san Josemaría, recogido en el concilio Vaticano II, responden sencillamente a su vocación bautismal.

Los laicos, explicaba en otra ocasión, “no tienen necesidad de “penetrar” en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí” (Conversaciones, n. 66)

“Una de mis mayores alegrías ha sido precisamente ver cómo el Concilio Vaticano II ha proclamado  con gran claridad la vocación divina del laicado (…) Ha confirmado lo que –por la gracia de Dios- veníamos viviendo y enseñando desde hace tantos años.” (id, n. 72)


 

Una magnífica y sencilla exposición sobre la vocación y misión de los laicos es esta conferencia de Mariano Fazio, Vicario General del Opus Dei. Lleva el significativo título de Transformar el mundo desde dentro. 


 


miércoles, 6 de agosto de 2014

Álvaro del Portillo en Valencia





       El sucesor del fundador del Opus Dei será beatificado el 27 de septiembre en Madrid, en una ceremonia presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de las Causas de los Santos. Acompañó a San Josemaría en sus viajes a Valencia en numerosas ocasiones, y también aquí dejó una huella imborrable.


La biografía de Álvaro del Portillo está íntimamente unida a la del fundador del Opus Dei, desde que le conoció en 1935 siendo un joven estudiante de Ingeniería de Caminos. Pronto se convirtió para el fundador en un firme apoyo, y le acompañó en los primeros viajes de expansión de la labor apostólica del Opus Dei a diversas ciudades españolas. Valencia fue la primera de ellas, y el fundador la visitó por primera vez en abril de 1936.  



El ingeniero Álvaro del Portillo junto a San Josemaría en los Viveros. 
Valencia, 1939



Se conservan numerosas cartas que Álvaro escribió en 1937 desde la Legación de Honduras en Madrid, donde estaba refugiado, a las personas del Opus Dei que se encontraban en Valencia. A pesar de las circunstancias, las cartas rebosan buen humor, optimismo, sentido sobrenatural y gran afán de almas. Les anima a mantenerse unidos, a vivir la comunión de los santos y a cuidar las cosas pequeñas en esos tiempos duros y peligrosos, para cumplir la voluntad de Dios. “Es el único procedimiento de poder hacer algo, estar muy unidos entre nosotros y todos al abuelo [san Josemaría] y a los buenos amigos que éste tiene: D. Manuel {el Señor], su Madre [la Virgen]…”

En julio de 1937 escribe de nuevo a los de Valencia, desde su refugio, con el lenguaje enmascarado para eludir la censura de guerra: “Por las noches, cuando los demás están aún levantados, el abuelo [san Josemaría] y yo, tumbados en los colchones extendidos, charlamos sobre todas estas cosas de familia [el Opus Dei]. Verdaderamente que las circunstancias dificultan el desarrollo del negocio [del apostolado]. Todo serán inconvenientes. La cuestión económica, la falta de personal: todo. Sin embargo, y a pesar de sus años, el abuelo no se deja llevar nunca del pesimismo. La falta de pesetas le tiene –nos tiene a todos- sin cuidado. Todo está en que se trabaje con mucho cariño; esto y la mucha fe en el éxito todo lo vence. Esto dice el pobre viejo. Pero lo que siente mucho –sentimiento compatible con la que esperanza que le anima- es la falta de personal. Contando con todos los de la familia, hay muy pocos, ¡qué no será, por lo tanto, si aun de esos pocos, alguno muere o queda inútil para el negocio!...

En octubre de 1937 la madre de Álvaro, doña Clementina, de nacionalidad mexicana, pudo embarcar con sus hijos más pequeños en el puerto de Valencia rumbo a Marsella.  Su marido y padre de Álvaro, don Ramón, acababa de fallecer en Madrid, después de meses de cárcel y vejaciones.


Entre 1939 y 1992 Álvaro estuvo en Valencia al menos en 12 ocasiones, la mayor parte de ellos acompañando a san Josemaría.

Del 7 al 13 de junio de 1939 viaja desde Olot, donde estaba destinado, para asistir a un retiro espiritual que predicó san Josemaría en el Colegio Mayor san Juan de Ribera,de Burjasot. Fue un viaje penoso, de varios días, pues las carreteras y ferrocarriles estaban en ruinas a consecuencia de la guerra civil. 

Desde Burjasot (Valencia), el 6 de junio, le había escrito san Josemaría estas letras: «Saxum!: esperan mucho de ti tu Padre del Cielo (Dios) y tu Padre de latierra y del Cielo (yo)», haciendo referencia a la filiación espiritual de los fieles de la Obra respecto al fundador.



Álvaro rememoraba años después ese viaje en una reunión familiar: “Pude conseguir un permiso y marché a Valencia, donde estaba nuestro Padre. No había facilidades de comunicación; estaban los puentes destrozados por la guerra; lo mismo los ferrocarriles. Para ir desde donde estaba –en Olot, provincia de Gerona- a Valencia, empleé cuarenta y ocho horas. Utilicé el método del auto-stop: conseguía que se parase un camión que me llevaba hasta un sitio donde la carretera se interrumpía; después seguía andando hasta llegar de nuevo a otra carretera y allí cogía otro medio de locomoción… Total que tardé cuarenta y ocho horas, en las cuales no dormí. Lllegué muy cansado, y el Padre al verme me dijo: tú, lo que has de hacer es acostarte. Yo le dije: Padre, si está usted predicando un curso de retiro; déjeme asistir porque desde hace muchos meses no lo hago. El Padre me contestó: bueno, haz lo que quieras. Y entré en una meditación. (…) En cuanto apagaron la luz y empezó nuestro Padre a hablar, comencé a roncar de una manera tremenda con gran indignación de todos los que escuchaban a nuestro Fundador (…) Mis ronquidos no molestaban a nuestro Padre.” (cfr. “Álvaro del Portillo”, Javier Medina, Ed. Rialp)



El 5 de septiembre hizo un nuevo viaje, que se prolongó   hasta el día 20. Junto a san Josemaría, puso en marcha los primeros pasos de la formación cristiana de jóvenes profesionales y universitarios que acudían a lo que fue embrión de la  residencia de estudiantes Samaniego, en un pisito tan pequeño que le llamaron El Cubil. Meses después pudo trasladarse a  un viejo caserón casi en ruinas en la misma  calle Samaniego. Allí estuvo el primer centro del Opus Dei en Valencia, hasta que en 1950 pudo inaugurarse el Colegio MayorUniversitario de la Alameda.


Los viajes a Valencia, ahora desde Madrid, se sucedieron sin descanso en los meses siguiente. En 1940, del 4 al 6 de enero, del 6 al 8 de abril, del 18 al 20 de julio… Hay que tener en cuenta que, para aprovechar las horas del día, solían viajar de noche, en aquellos trenes desesperadamente lentos e incómodos de la época. En el trayecto aprovechaba para estudiar, y al regresar iba directamente de la estación a las clases en la universidad.

Durante los días 4 al 12 diciembre de 1940 realizó un viaje de estudios con sus compañeros de la Escuela de Ingenieros, que tuvo por destino Valencia y Alicante.  El diario que los estudiantes acostumbraban a redactar en la residencia  de la calle Samaniego deja constancia esos días de la simpatía y afecto que inspiraba la amable personalidad de Álvaro. Hoy llega Álvaro con todos los de su promoción que hacen un viaje de prácticas por Valencia y Alicante. Durante su estancia en ésta residirá en casa. Hoy no come en casa pues ha salido con los compañeros. Por la tarde lo podremos abrazar ya”.

Vino también del 26 al 28 de marzo de 1943, y regresó el 20 de abril de ese año  para realizar exámenes de licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Literaria.

Trasladado a Roma junto al fundador en 1946, regresó a Valencia en 1972, acompañando a san Josemaría durante su viaje de catequesis por la península ibérica. Estuvieron entre el 14 y el 20 de noviembre en la casa de retiros y convivencias La Lloma, en Rafelbunyol. La escritora Ana Sastre lo recuerdo en este pasaje de su libro "Un tiempo de caminar"

En La Lloma estuvo también junto a san Josemaría del 2 al 8 de enero de 1975, en las que serían las últimas navidades del fundador del Opus Dei.



En La Lloma, Rafelbunyol, en 1972, durante un encuentro del fundador del Opus Dei con   jóvenes valencianos.



Fallecido el fundador, Álvaro del Portillo regresó a Valencia en mayo de 1978. Realizó su último viaje a nuestra ciudad en enero de 1992, para asistir al funeral de su buen amigo monseñor Miguel Roca Cabanellas, arzobispo de Valencia. Muchos recuerdan su actitud recogida y piadosa rezando de rodillas ante los restos de don Miguel, en el palacio episcopal de Valencia. Se alojó durante esos días en el Colegio Mayor Universitario Albalat, donde mantuvo coloquios con profesores y estudiantes de las universidades valencianas. 


                       En el Colegio Mayor Universitario Albalat, de Valencia, en 1992.
 


Conoció y trató estrechamente a  los obispos de Valencia: Marcelino Olaechea, José María García Lahiguera,  Miguel Roca y Agustín García Gasco. Éste  últimos dejó escrito un testimonio en el que entre otras cosas decía: “Recuerdo con especial admiración su actitud serena y su deseo de perdón ante la campaña de calumnias que algunos suscitaron en torno a la beatificación del Fundador del Opus Dei”. 



Durante el tiempo que estuvo al frente del Opus Dei como Prelado (1975-1994) recibió a numerosas familias valencianas, que  acudían a visitarle a Roma. Todos recuerdan con alegría y agradecimiento su amable y paternal acogida, y sus consejos llenos de optimismo y visión sobrenatural. Siempre animaba, con una sonrisa que desarmaba, a “arrimar el hombro” para servir mejor a la sociedad con el trabajo profesional de cada uno, sabiendo descubrir las necesidades de los demás, y ayudando a promover iniciativas educativas y asistenciales para mejorar las condiciones de vida, especialmente en los países más necesitados


Durante las jornadas de su próxima beatificación, y como agradecimiento a Álvaro del Portillo,  se reunirán en Madrid representantes de cuarenta de esas iniciativas sociales. Una de ellas es Harambee, que realiza proyectos de desarrollo y promoción en diversos países de África, y en los últimos años viene desarrollando también una creciente actividad en Valencia.