lunes, 3 de mayo de 2010

LIBERTAD DE EXPRESIÓN






El derecho fundamental a la información requiere libertad de expresión para informar. Esto lo sabemos todos. En lo que quizá no estamos tan de acuerdo es en calibrar hasta qué punto se respetan estos derechos aquí y en el mundo en general. Uno percibe cierta desproporción en los juicios, y no se puede tratar como partes iguales lo que es profundamente desigual.

No existe en absoluto libertad de expresión en muchos lugares del planeta. No la hay en China, aún anclada en un comunismo que no admite disidencias. Ni en Cuba, donde no hay libertad ni de expresión política, ni de nada medianamente reticente con el régimen de Castro, una reliquia del cavernario socialismo stalinista. De Corea del Norte ni hablemos. En Venezuela el régimen chavista, inspirado en el comunismo de Castro, aprieta férreamente las gargantas de los opositores, y veremos en qué para si nadie planta cara a sus atropellos.

En la mayor parte de los países de mayoría musulmana uno se juega la vida si pretende hacer uso de su derecho a la libertad de expresión, mayormente de expresión religiosa, que es la libertad fundamental, porque el hombre sin Dios acaba siendo un número sin importancia. Ni siquiera se puede expresar tranquilamente a solas a un musulmán lo que uno piensa en materia religiosa, porque puedes acabar en la cárcel, o expulsado del país, acusado de ‘inquietar al musulmán en su fe’. Muchos musulmanes son perseguidos, incluso hasta la muerte, si manifiestan interés por una religión distinta. No está muy fuerte la libertad de expresión en los países musulmanes.

La libertad de expresión en las democracias occidentales está bastante más desarrollada. Pero es preciso reconocer, que siendo superior, tiene no pocas deficiencias. Hay una fuerte presión contra el que trate de emplear un lenguaje que no coincida con el de la ideología dominante, el laicismo relativista, convertido en la nueva religión oficial. Las frases y expresiones ‘políticamente correctas’ son obligatorias, si uno no quiere sufrir acoso y mobbing. ¿Quién se atreverá ahora, por ejemplo, a recomendar a sus hijos la lectura de Blancanieves y los siete enanitos? El nuevo dogma de la ideología de género tiene su lista negra de lo que no se permite leer. Una lista negra que sigue creciendo día a día.

Tampoco anda muy allá la libertad de expresión en nuestros medios de comunicación. Periodistas y columnistas están con demasiada frecuencia férreamente atados a la batuta de los que mandan en la empresa informativa. Un silencio sepulcral se cierne sobre pautas de conducta impuestas y nunca, o muy pocas veces -porque la valentía no es tan frecuente como algunos se autoatribuyen- denunciadas ni reconocidas.

Y luego están otros temas, que también lesionan la libertad de expresión. Que si esta foto sí porque salgo bien, que si esta no porque salgo peor. Mal hecho. Pero reconozcamos que hay lesiones y lesiones. Es preciso reconocer y denunciar la existencia de gravísimas ‘deficiencias’ de la libertad de expresión, si uno quiere tener autoridad para denunciar otras de orden menor. Y poner cada una en su sitio, ordenadas jerárquicamente. Y reconocer las deficiencias en el propio entorno, antes de denunciarlas en el entorno del contrario. Porque el truco de manipular haciendo ‘partes iguales’ de lo esencial y cuantitativamente diverso, descrito magistralmente por Vladimir Volkoff, ya está muy visto.

Siempre he pensado que deberíamos celebrar, junto a la libertad de expresión, su complemento necesario: la expresión veraz, proporcionada y responsable. Nunca somos más auténticos que cuando usamos la libertad para decir la verdad, y no lo que nos interesa.


Jesús Acerete
Director de Programas de la Fundación COSO


viernes, 16 de abril de 2010

Galileo y la Iglesia. Walter Brandmuller.



Galileo y la Iglesia. 
Walter Brandmuller. Ed. Rialp


El asunto Galileo suele despacharse en las columnas periodísticas con frases tópicas y despectivas hacia la Iglesia. Cuando uno se acerca a la realidad histórica, se detiene en analizar los datos, y los juzga con rigor histórico, como hacen los buenos historiadores  –esto es, teniendo en cuenta también las circunstancias y mentalidad de la época en que sucedieron los hechos- se da cuenta de que esas frases tópicas falsean la historia. Deforman los hechos de tal modo que uno no puede dejar de sospechar acerca de las intenciones de quienes las emplean.  Al menos duda de su rigor científico.


El acercamiento a la realidad del caso Galileo  obliga a un largo estudio de los documentos de la época, y estos a prolijos matices y precisiones. Es lo que ha hecho Walter B. con este libro, denso y detallado, que aporta mucha luz al lector que razone y esté libre de prejuicios.


Entre los puntos decisivos para la condena de Galileo, señala Walter B.,  estuvo el menosprecio de la prohibición que se le había impuesto de tratar como irrefutable la teoría copernicana, sin aportar pruebas. E influyó no poco el carácter de Galileo: era un polemista consumado, y toda su vida mantuvo controversias científicas con colegas, en el estilo punzante de la época.


Respecto al proceso en sí, para ser objetivos y juzgar con rigor histórico, hay que conceder a los jueces las normas procesales y mentalidad de la época.  Por otra parte, consta que las opiniones entre los jueces estaban divididas: varios eran partidarios de Galileo. Pero Galileo hizo declaraciones tan patentemente falsas ante el tribunal, que puso difícil el papel de sus partidarios. Consta que los jueces se esforzaron por ser justos. Por ejemplo, que no se recogieran las falsedades declaradas por Galileo  en el  proceso hace ver la benevolencia con que se trató de juzgarle.


La amenaza de tortura si no daba a conocer su verdadera opinión era un formalismo más del proceso. (Formalismo que no deja de ser penoso, sobre todo visto desde la cultura occidental en el siglo XXI.  Pero hay que considerar la mentalidad y costumbres de la época, y mirar también lo que en aquellos años hacían otros tribunales civiles, y otras naciones europeas; por no hablar de las costumbres de países con menor nivel de civilización: ninguno se andaba en sus inquisiciones con tanto formalismo).


Se condenó a Galileo a reclusión formal y breve en el Santo Oficio, y usando unas habitaciones principescas. Su “prisión” fue alojarse en la casa de su amigo íntimo el arzobispo de Siena, que le trató como a un padre. Duró sólo 5 meses: no puede decirse que Galileo fue “recluido y vigilado” por la Inquisición. Además, la condena incluía que durante tres años debía rezar unos salmos una vez por semana, y no difundir su libro Diálogos.


Durante ese tiempo de “confinamiento”, Galileo dio cima a sus investigaciones físicas sobre el cosmos, y publicó sus mejores aportaciones a la física, sin que sufriera ningún obstáculo por parte de la Inquisición. Y por supuesto recibía multitud de visitas de amigos y científicos, de nobles y clérigos, que le apoyaban en sus trabajos.


El motivo que el tribunal adujo para la condena fue que defendía como auténtica, y no como mera hipótesis, la teoría de que el sol no se mueve, que está en el centro del universo, y que la tierra gira en torno a él, sin aportar prueba alguna. Esta doctrina, decía el tribunal con un claro error de juicio, es contraria a la Sagrada Escritura. Pero no se obligó a Galileo a abjurar del heliocentrismo.


Otro matiz necesario es que una sentencia de un tribunal eclesiástico no es un dogma. Hay una gran diferencia entre una declaración en materia de fe emitida por el Papa o un concilio, y una sentencia del Santo Oficio. Esta última no requiere adhesión íntima, como requeriría una verdad de fe o un dogma, sino sólo docilidad. Lo prudente es seguirla, pero uno puede mantener dudas interiores sobre un futuro cambio de criterio.


Por otra parte, la cuestión que subyacía en la discusión acerca de si era el sol o la tierra la que permanecía fija o se movía, era la interpretación y comprensión de la Biblia, y la polémica con el protestantismo, que echaba en cara a la Iglesia católica el alejarse de la literalidad de los textos bíblicos: esta acusación puso en guardia a los eclesiásticos, que extremaron su cuidado en la fidelidad a los textos. Y esta fue la razón por la que una instancia eclesiástica de pronto quiso intervenir en una cuestión que hoy vemos claramente como exclusivamente científica.

J.A.




lunes, 12 de abril de 2010

El montaje. Vladimir Volkoff.







Novela ambientada y escrita en la Europa de la guerra fría. Constituye una buena síntesis de la desinformación operada desde la Rusia soviética y sus satélites (especialmente Alemania Oriental) sobre la sociedad occidental. 


Describe con detalle las múltiples técnicas y  estrategias lanzadas por los comunistas para manipular a la opinión pública europea: propaganda blanca; propaganda negra, en la que ya aparece la mentira;  intoxicación, que es una forma sutil de inducir a error; la desinformación como estrategia global; la influencia,  mediante agentes y técnicas inverosímiles… 


Y cientos más: difusión de falsos manuscritos atribuidos a disidentes; presentar grandes mentiras arropadas por alguna verdad; tratar como iguales realidades absolutamente desproporcionadas; difundir  contraverdades no comprobables;… 


Eran técnicas viejas, pero fueron llevadas a cabo con un empeño, precisión  y amplitud quizá jamás vistos en el mundo.


El objetivo soviético no era sólo desinformar,. Deseaba sobre todo atacar todos los planes de crecimiento de Occidente, a quien consideraba su enemigo.  Hacía falta quebrantar cuanto pudiera fortalecerle: la fe en un ideal común, las virtudes de los jóvenes, las comunicaciones y el transporte, la natalidad, las tradiciones, y por supuesto la religión. 


Se emplearon a fondo en ese objetivo desestabilizador durante decenios, con el apoyo de sus cajas de resonancia en cada nación europea 



Así enumera algunas de las máximas que debían seguir los agentes soviéticos: desacreditar el bien; comprometer a los jefes; quebrantar su fe, inculcando desdeño hacia los valores y ridiculizando  las tradiciones; utilizar individuos viles; desorganizar a las autoridades y sembrar discordia entre los ciudadanos; excitar a los jóvenes contra los viejos; perturbar el abastecimiento (papel en el que habrían de emplearse a fondo determinados sectores sindicales); apelar a los instintos más bajos de la juventud; fomentar la difusión de músicas lascivas; fomentar la lujuria; no reparar en gastos para comprar voluntades…

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El libro no ha perdido utilidad: sirve para dar a conocer a las jóvenes generaciones cómo se llegaron a fraguar, en amplios sectores de la Europa libre, estados de opinión favorables al comunismo, gracias a una propaganda concienzudamente elaborada que fue capaz de presentar como idílica  una sociedad como la soviética, en la que reinaba el terror y la miseria, como bien pronto se pudo comprobar. 


Supo usar para lograrlo, entre otros medios, a quinta-columnistas a sueldo o muy bien recompensados, captados casi siempre en el mundo de la literatura (destaca en la novela el personaje del agente literario), el  periodismo,  la cultura y el arte

Uno de los ejemplos más claros de esa desinformación que los comunistas lograron introducir en la cultura occidental, y que aún pervive en los mentideros de propaganda política, es la manipulación del término "fascista". Siguiendo la consigna de Stalin, todo lo que era contrario al comunismo tenía que denominarse fascista. Y sólo podían aspirar a ser catalogados como "antifascistas" los partidarios del comunismo soviético.


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Su lectura enseña también a estar alerta para discernir entre la avalancha  de información y la propaganda, entre la intoxicación o la información veraz.  Existen  poderosos grupos de presión, algunos herederos de las mismas ideologías materialistas y ateas que sostuvieron al totalitarismo soviético, que siguen usando profusamente las mismas tácticas de mentira y confusión.


Con sus montajes, lanzados desde cajas de resonancia estratégicamente situadas en nuestro mundo globalizado, logran que no pocos ciudadanos sigan cayendo ingenuamente en sus redes. 


Un claro ejemplo son las campañas que sufre sistemáticamente la Iglesia católica,  o las que  sufren tantos ciudadanos que, en uso de su libertad, tratan de ser coherentes con ideas inspiradas en la doctrina social de la Iglesia


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Nunca el ciudadano ha necesitado más sentido crítico y capacidad de discernimiento. Es cierto que la verdad siempre acaba abriéndose camino: no hay más que ver lo que sucedió en el imperio soviético, o lo que fue de los partidos comunistas europeos.


Pero mientras se hace la luz, hay un tiempo en que  muchos desprevenidos son seducidos por los oropeles de la mentira. No se dan cuenta de que se está operando a su alrededor una gran siembra de confusión, cuyo objetivo es –como se propuso Mao Tsé-Tung- forjar el molde de las conciencias de las masas que son adversas a su ideología.



Por eso libros como éste, sin ser definitivos, aportan un bagage necesario para quien quiera pensar por sí mismo,  y no por las cabezas de unos pocos con mucho poder. Porque esos ideólogos existen, aunque su máxima primordial sea negar  a toda costa su existencia. Es la misma máxima del diablo, que “nunca sale mejor parado que cuando finge no existir.”


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Explica Vladimir Volkoff que  los rusos tienen un vocablo para designar no la falsedad, o la mentira, o el error, sino, muy exactamente, lo contrario de la verdad: KRIVDA. Y que por eso solían decir –en pleno triunfo aparente de la desinformación soviética- que bastaba con leer el diario oficial PRAVDA (Verdad) en un espejo para saber a qué atenerse. En esto andaban más espabilados que muchos occidentales incautos.







jueves, 8 de abril de 2010

Bolardos antipersona


Foto Levante-EMV



       El apacible peatón esperaba en la acera a que el semáforo se pusiera verde. Los coches pasaban veloces frente a él. Giró la cabeza para mirar atrás, contento en la soleada mañana valenciana. Contemplaba la puerta del supermercado, y entonces lo vio. 

    De la puerta del supermercado salía un chinito menudo de apenas 3 años. Su cara, pícara y juguetona, delataba que huía a escondidas de su cuidadora. El chinito, viéndose libre en la calle, con sus pasos aún torpes, echó a correr en dirección al apacible peatón y a la calzada por la que pasaban veloces los coches, y tras ellos el autobús enorme de la EMT.

    El apacible peatón vió el peligro justo en el momento en que el chinito aceleró increíblemente su velocidad. Girado hacia atrás como estaba, el apacible peatón alargó el brazo izquierdo para detener al chinito. Ya casi lo tenía a su alcance, bastaba ladear  la pierna izquierda y tendría al chinito contenido. 

 

    Pero allí estaba, desapercibido a sus espaldas,  el bolardo traicionero, puesto por un ayuntamiento obsesionado con que los coches no se suban a las aceras. Su pierna izquierda, en el rápido giro, chocó con el bolardo, y el apacible peatón salió volando por encima del bolardo hacia la peligrosa calzada por la que pasaban veloces los coches. Y el inmenso autobús de la EMT a escasos metros, veloz también.  

    Estirándose en el aire según caía, el sufrido peatón logró frenar  de un manotazo la carrera del chinito, que también cayó al suelo, llorando asustado. El niño cayó en el borde de la calzada, pero al sufrido peatón le pasaron rozando varios coches y el inmenso autobús de la EMT.  

     Del supermercado salió con un gemido la abuela del chinito, que recogió del suelo al chinito, lo abrazó para consolar sus lloros, y miró con agradecimiento al sufrido peatón, que consideraba lo cerca que había estado de las ruedas del autobús.  

    Gracias a Dios todo quedó en el susto, los buches y unos pocos moratones de nuestro sufrido peatón. 

   Anden con ojo con los bolardos. ¿Cuántos accidentes hacen falta para que el ayuntamiento deje de sembrarlos con tanta profusión por las aceras?

miércoles, 7 de abril de 2010

BANESTO 2




Se confirma: el observador lo  ha presenciado. En BANESTO hay empleados trileros. Ha tomado nota de la conversación:

-“Sí, ya tengo el contrato”, dice el bancario que se negaba a entregarlo.

-"Quiero verlo", responde la pobre mujer cliente, a la que el banco le viene robando tasas indebidas de 34 euros. 

-“Bueno, no lo tengo pero he visto lo suyo”. 

-"¿Pero no ha dicho que lo tenía?" 

-“Lo he visto y tiene razón, no se contempla lo que dice” 

-(¿?) 

-“O sea, que no tenían que haberle cobrado esa tasa."

-"No es una, son ya tres", dice la pobre mujer. 

-“No. Bueno, son dos, a ver….” Y hace como que busca en el ordenador, cuando uno intuye que conoce perfectamente que son tres...

-“Pero claro, la de enero puedo pedir que se la abonen, aunque no le aseguro nada. Pero la de junio…” 

-"Me acaba de decir que las han cobrado indebidamente, ¿y dice que no me asegura que la devuelvan? ¿Son capaces de eso?" 

-“De eso y de mucho más...” se le escapa por lo bajo al empleado trilero. 

Y el observador se confirma en sus sospechas acerca de la honradez de las prácticas de BANESTO. 

-“Pero que conste que recibirá una carta del banco –dice el trilero en tono de reconvención-  porque claro, usted factura muy poco, y eso, pues claro… Desde luego factura más del mínimo que señala el contrato (¿pero existe o no ese contrato?), pero no mucho más, y claro…” 

Y el empleado mira al observador, y no se atreve a usar las expresiones que usó cuando tenía ante sí a la pobre mujer, sin testigos, y le espetó aquello de que “usted no le interesa a nuestro banco,  por eso le estamos cobrando tasas inexistentes y contra todo derecho, y si no le gusta se busca otro banco”. 

No, esta vez no se ha atrevido, porque hay testigos junto a la pobre mujer. Pero la pobre mujer no se irá hasta que le devuelvan su dinero, y hace bien. A estos hay que desenmascararlos, y llegar hasta el Presidente de Banesto si hace falta. ¿O está el Presidente en el ajo también?

Con esas prácticas se hunde a una sociedad que desea ser honrada. Porque sólo personas honradas pueden construir un sociedad justa.

martes, 6 de abril de 2010

Manual del escritor.



Manual del escritor. Martín Alonso. Ed. Aguilar






Martín Alonso ofrece en este magnífico libro sabios consejos para quien quiera mejorar su capacidad de expresión y de redacción en lengua castellana. A pesar de que han pasado ya unos años desde la primera edición, no ha perdido novedad. 

He aquí algunas de sus ideas:


-Estilo es maestría para condensar.

-No usar antiguallas de otros tiempos (palabras extrañas ya en desuso).

-Las palabras son las asas de las cosas, los carritos de las ideas.

-Formarse en lo clásico e informarse en lo moderno. Para escribir mejor a la manera moderna hay que conseguir el espíritu clásico de ponderación e instinto vigoroso.

-“Desecha el libro que no logre añadir a nuestra estatura un codo” (Jarnés). Hay tanto que leer, y el tiempo es tan corto, que es preciso seleccionar bien entre lo mejor, y pasar de lo malo (que es lo que más abunda).

-Los buenos escritores son capaces de inclinar a uno u otro lado todo el dinamismo público: por eso debe cuidarlos cualquier sociedad civilizada.

-Cuida a tu editor... (Martín Alonso dedica la Introducción de su libro a hacer una sincera alabanza a Manuel Aguilar, su editor, propietario de ediciones Aguilar, en la que incluye por supuesto a la mujer del editor: toda una lección de lo que debe hacer un escritor que, además de escribir, quiera publicar ;-)

-Conocer e imitar a escritores que han dejado rastro en la historia: con inquietudes espirituales y nobles ideales (Tagore); que se han preguntado y han encontrado la verdad (Alexis Carrel, convertido en Lourdes al catolicismo); Henri Bergson (judío convertido en su fuero interno al catolicismo); Giovanni Papini, gran apologista católico.

-No hay literatura sin ideas.

-El escritor escribe cuando tiene algo de interés que decir.

-En la contemplación artística, la imagen o el goce sensible son concluyentes: si los sentidos, como dice san Agustín, anuncian el juicio de la razón, también gozan ante la belleza antes de todo cálculo racional. Por eso, en la definición de belleza está la prodigiosa fusión de la carne y la mente, del sentido y del espíritu.

-Ejercitar la memoria aprendiendo poesías clásicas.

-El periodista no debe caer en la tentación de la elocuencia: su talento consiste en la prontitud y claridad: exponer el problema, batir al adversario y dar su parecer, sin una palabra que no sea eficaz o inteligible.

-Leer a CalderónEl gran teatro del mundo (modelo de mística popularizada); La vida es sueño (grandeza de ideas); El alcalde de Zalamea (análisis sicológico del protagonista).

-Leer Rimas, de Bécquer, y memorizar alguna: Del salón en el ángulo oscuroPor una mirada un mundo

-Leer a Lope de Vega, luminoso y popular.



martes, 30 de marzo de 2010

ONO

Foto Telefónica



ONO: otra empresa que practica la estafa y el engaño para acaudalar beneficios. El truco es sencillo: todo facilidades para darse de alta, pero imposible darse de baja. 

Llamas por teléfono, y un ordenador -diseñado para disuadir- te tiene colgado del aparato hasta 45 minutos de reloj, para al final decirte que no es posible comunicar, o que no es el camino adecuado, o sencillamente cortar la comunicación. 

En el contrato viene un número de fax al que tienes que comunicar la baja, pero no intentes marcar: el fax por supuesto siempre comunica. Y hete aquí prisionero de la empresa-pirata. 

Pasa otro mes y el recibo sigue llegando. Todo está diseñado para dilatar la baja todo lo posible, y así seguir cobrando-robando al cliente. Seguro que nadie va a ir a los tribunales por una o dos (¿o tres, quizá hasta cuatro?) cuotas mensuales de más. 

Y los políticos que deberían gobernar no están para estos expolios “minúsculos”, estafitas de nada. Quizá incluso les parecen bien: algo se podrá llevar Hacienda.


ONO: ¿tú también robas? ¿Nadie te ha enseñado que las personas, cada ciudadano, tienen dignidad, y derechos, y tu misión es respetarles y prestar un servicio verdadero? Te aprovechas de la gente, les robas. ¿Quieres hacerte rico con engaños? Mal camino, ONO. 

No merece el nombre de empresa la que se instala en prácticas propias de bucaneros y trabucaires, que se suman a esa "cultura" de ciertos banqueros y "hombres de negocios" que han arruinado a millones de personas con sus engaños y mentiras. 

Los ciudadanos, honrados pero no tontos, os mirarán cada vez con más desprecio cuando os vean aparecer con vuestras sonrisas fatuas en los telediarios.


No se crean la publicidad de ONO, pagada con estos robos a clientes cautivos, verdaderos rehenes de piratas del siglo XXI. 

Y por favor, no les imiten: esa cultura de avaricia y mentira que difunden es insana. Trabajemos para acabar con ella.