martes, 27 de marzo de 2012

La ética debe imperar sobre la economía, y no al revés





    El profesor de antropología  filosófica Higinio Marín iluminaba sabiamente ayer, en el Foro IESE de Valencia, el problema de fondo de la crisis que padecemos.

    La economía, ciencia de apenas 300 años de vida, nació reclamando autonomía de cualquier otra norma ética. "El mercado es el mercado", o "la pela es la pela". La misma autonomía de la ética que para la política reclamó Maquiavelo, quien venía a decir que el político debe regirse por unos principios distintos de los que marca la ética del común de los mortales.

    Si el político quiere triunfar como político, decía Maquiavelo, tiene que saber mentir. La "razón de Estado" puede justificar engaños o crímenes, guerras y bombas atómicas arrojadas sobre cientos de miles de civiles inocentes. Y no, esa autonomía de la ética no pude ser buena ni para la economía ni para el sistema. Los resultados lo demuestran.

    Si en economía, como en política, el "listo" es el que miente mejor. Si se admira al financiero "sagaz" que sólo piensa en su propio beneficio y coloca con engaño productos tóxicos. Si el interés personal es la única norma del mercado, y se desprecia el interés común... aquello tarde o temprano revienta.

    Si la norma ética no se asume a nivel personal por todos y cada uno, el sistema se caerá una y otra vez, por más "órganos vigilantes" que se introduzcan.

    La ética es algo personal, pero eso no significa que sea sólo para vivirla en casa. Sólo personas honradas son capaces de edificar una sociedad justa. Sin esa honradez no hay confianza, término muy aireado ahora en las organizaciones. Pero lo que hay que airear es que generar confianza requiere mucho más que hablar de ella. Generan confianza las personas que son capaces de dar no sólo lo justo, sino más de lo que les correspondería.

    Claro que este dar más de lo justo sólo puede nacer de un impulso ético de origen religioso. Pero no hay que asustarse: estamos hechos de esa pasta.

    Resumen: crisis económica, sí. Pero sobre todo lo que tenemos es una crisis de modelo de economía, que se ha querido mantener independiente de la ética. Y así no funciona ni funcionará.

lunes, 26 de marzo de 2012

Una fiesta para celebrar

Hoy parece un lunes anodino, y además soñoliento por el cambio de horario. Sin embargo es la fiesta de la Anunciación.

El anuncio del arcángel Gabriel a la Virgen María y la Encarnación del Hijo de Dios. Celebramos nada menos que el momento en que el Hijo de Dios ha entrado en la Historia para no dejarnos solos nunca más.

 Lo explica mucho mejor hoy mismo en Cuba Benedicto XVI: "Veamos ante todo qué significa la Encarnación. En el evangelio de san Lucas hemos escuchado las palabras del ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35).

En María, el Hijo de Dios se hace hombre, cumpliéndose así la profecía de Isaías: «Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”» (Is 7,14). Sí, Jesús, el Verbo hecho carne, es el Dios-con-nosotros, que ha venido a habitar entre nosotros y a compartir nuestra misma condición humana.

El apóstol san Juan lo expresa de la siguiente manera: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La expresión «se hizo carne» apunta a la realidad humana más concreta y tangible. En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros, cumpliéndose así la íntima aspiración del ser humano de que el mundo sea realmente un hogar para el hombre.

En cambio, cuando Dios es arrojado fuera, el mundo se convierte en un lugar inhóspito para el hombre, frustrando al mismo tiempo la verdadera vocación de la creación de ser espacio para la alianza, para el «sí» del amor entre Dios y la humanidad que le responde. Y así hizo María como primicia de los creyentes con su «sí» al Señor sin reservas."

martes, 20 de marzo de 2012

Grisolía y la Biblia

    



    Santiago Grisolía, como hombre de ciencia, sabe que los conocimientos científicos van quedando obsoletos a medida que avanza nuestro conocimiento del mundo. 

    Nada más anticuado que un libro de física de hace apenas cincuenta años. Todo científico sabe que mañana su ciencia será superada por nuevos descubrimientos. Porque todo lo humano es limitado.

    Pero ni la Iglesia ni la Escritura son humanos. Son una manifestación de Dios a los hombres. Y Dios no se queda obsoleto, ni necesita progresar: lo sabe todo. 

    De hecho, la ciencia, si está bien orientada, es un continuo acercarse a la Verdad, que es Dios. 

    La Escritura es el mensaje que Dios nos ha dejado para no desorientarnos. Podemos entenderla cada vez mejor (para eso está el Magisterio de la Iglesia, querido también por Dios); o no entenderla, o incluso malinterpretarla. 

    Pero no podemos superarla, ni escribirla de nuevo: ya dijo Santa Teresa que Dios no se muda.


Jesús Acerete
(publicado en Las Provincias)

Historia Breve del mundo reciente. (1945-2004) José Luis Comellas. Ediciones Rialp





    
    Esta obra del historiador José Luis Comellas, catedrático de la Universidad de Sevilla, corresponde al contenido de la asignatura Historia del Mundo Actual, incluida en los planes de estudio de la carrera de Ciencias de la Información. Es además un magnífico instrumento de consulta rápida para el trabajo de las redacciones.


    Se trata de un libro de indudable interés para cuantos necesitan manejar con fluidez datos, fechas, nombres... de nuestra historia reciente, y –sobre todo- hacerse una idea clara de los hechos más trascendentales que ha vivido la humanidad en el siglo XX y comienzos del XXI, y de sus consecuencias constatables hasta el momento. 


   El autor se propone “exponer un panorama claro y comprensible de los aspectos más destacados, más influyentes en la realidad del mundo, de una realidad en verdad apasionante y digna de conocerse, pero que se nos aparece sumamente enrevesada y compleja”. Y consigue hacerlo con rigor y profesionalidad, a pesar de la dificultad de referirse a sucesos a veces tan recientes que todavía no somos capaces de colegir su alcance.

    Su buen criterio y objetividad se ponen de manifiesto cuando nos ayuda a entender las raíces de algunos de los personajes, ideologías y sucesos clave del siglo XX, de manera que resulta fácil ponerlos en relación y percibir su impronta histórica.

  Por ejemplo, cuando apunta a los fuertes nacionalismos fomentados por los Estados en el siglo XIX, que provocaron “un ansia de prevalecimiento y un culto a la nacionalidad que fueron responsables en gran parte de las dos terribles guerras del siglo XX”. Fue el deseo de superar para siempre esos ridículos antagonismos el que movió en 1946 a una serie de intelectuales de naciones de la Europa libre, antes contendientes, a poner las bases de una de las mejores realizaciones que ha visto el siglo XX: la Unión Europea.

    La brevedad del libro no permite exhaustividad de datos, pero desde luego están casi todos los realmente relevantes: desde la estrategia comunista de Gramsci, a la guerra fría, la Revolución del 68, la caída del telón de acero y del bloque comunista, las guerras ( Corea, Vietnam, Malvinas, Afganistán, Kosovo, Chechenia, árabe-israelíes, del Golfo, Irak...); los orígenes y desarrollo del fundamentalismo islámico y los sucesos del 11-S y 11-M. 

  Sitúa en su origen problemas tan dispares como importantes: la introducción del permisivismo en la educación, las conductas escépticas del postmodernismo, o el fenómeno de la desinformación como fruto del exceso de información no contrastada. 

    Detalla también otras cuestiones que será necesario afrontar en el siglo XXI, como las nuevas fuentes de energía o la conservación de la naturaleza. Y acierta a ofrecer un panorama claro de la situación actual en los principales países de los cinco continentes.

    Como señala el autor, aplicarnos al estudio de la historia con toda la imparcialidad de que seamos capaces, nos puede ayudar a plantear más correctamente los problemas, y así procurar resolverlos con acierto. Ese esfuerzo de imparcialidad es bien patente a lo largo del libro.


La audiencia no demanda basura



Lo cuenta J.R. Ayllón en Desfile de modelos. El director de una gran cadena de televisión alemana discutía con el filósofo Karl Popper acerca del sensacionalismo en la televisión. Invocaba el director los porcentajes de audiencia, e incluso se remontaba a la democracia para respaldar su actitud de ofrecer programas de baja calidad.


Popper atajó: “No hay principio democrático alguno que pueda justificar la estrategia de rebajar el nivel de los programas porque la gente así lo quiere. Por el contrario, la meta declarada de la democracia ha sido siempre elevar el nivel de cultura del pueblo. En su lugar, el principio populista ofrece emisiones cada vez peores…”


Hay todavía en antena demasiado programa infecto, que supone un atentado a nuestra salud cultural y social. Nos jugamos demasiado. Los responsables deberían reflexionar. Y asumir su propia responsabilidad, sin transferirla a otras instancias, ni a la audiencia. Realizador, productor, director, consejo de administración, publicistas, empresarios anunciantes, sin olvidar al político de turno en las televisiones públicas,… Cada uno tiene su parte de culpa si el programa es zafio y barriobajero.


No es digno ampararse en la audiencia. Porque además, como dice José María Iñigo: “la audiencia no demanda nada: se traga lo que la tele les da”. Lo cual no deja de ser significativo: hay que elevar el nivel urgentemente.


Entender el mundo de hoy. Ricardo Yepes Storck. Ed Rialp



Fundamentos de Antrpología, otro interesante libro de Ricardo Yepes

    La complejidad del mundo que vivimos exige un esfuerzo de reflexión al que pocos se animan. Parece más cómodo dejarse llevar por la superficialidad imperante, pensar poco, y tratar de vivir lo mejor posible sin complicarse mucho, como si la felicidad consistiera en ausencia de complicaciones. 

    Este libro es para los que aspiran a algo más, para los que se preguntan por el sentido de su vida y no se conforman con respuestas vagas o mediocres.

    Ricardo Yepes fue una de las mejores cabezas de la filosofía y antropología españolas de finales del siglo XX. Joven profesor de universidad, fallecido en accidente de montaña, nos ha dejado una reducida pero valiosísima colección de publicaciones en las que logra ayudarnos a pensar, haciendo sencilla e inteligible la complejidad de nuestro mundo.


    Escrito en la amable forma de cartas a un inquieto estudiante, este libro es un profundo y ameno conjunto de reflexiones sobre el modo en que los hombres tratan de resolver los grandes problemas de la existencia y de la convivencia. El estilo, conciso y directo, es el propio de la sinceridad juvenil.


    A lo largo del texto desgrana lo mejor de los clásicos, que desde siempre se han hecho las mismas preguntas sobre las dimensiones humanas fundamentales: la vida, la felicidad, el amor, la amistad, el bien, el mal, la política, la religión... 

    Y va señalando los puntos de luz o de oscuridad de las ideologías dominantes, dando pautas para que el lector saque sus propias conclusiones prácticas desde la consideración global y coherente de esas dimensiones fundamentales.

    Ricardo Yepes apuesta por la capacidad autocrítica, la interiorización y el cultivo de la propia personalidad, como modo de superar una cultura dominante que tiende a anular el deseo de volar alto, de ideales nobles, que tienen todos los jóvenes, y perdura en lo más recóndito de cada persona hasta el final de sus días. 

    En la novedad de cada persona radica la esperanza de la sociedad. Cada persona posee una capacidad infinita de rebelión frente a culturas que le oprimen tratando de reducirle a cosa : "lo que hay de inédito en el mundo lo aporta la persona, la única fuente de novedades auténticas."

    Pienso que este libro es especialmente necesario para quienes se dedican a la comunicación y quieran hacerlo desde planteamientos plenamente humanos y bien pensados. 

    Es muy útil también para cualquier profesor universitario que aspire a mejorar la coherencia de su discurso, en cualquier materia.

    Aporta además una larga relación de lecturas recomendables, que ciertamente constituirán un bagage intelectual y cultural de primer orden para cuantos los conozcan.





Ciencia de amor








Estos versos tienen para mí el valor de haberlos escuchado recitar en una de sus estrofas -la que arranca con "Mi ciencia es toda de amor..."- al fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá. Lo hacía de tal manera que de seguro pasaron muchas veces por su oración personal. Los menciona también en una de sus homilías, Trabajo de Dios.




No supe quién era el autor, y nadie parecía saberlo, según pude leer en la primera versión de la Edición Histórico Crítica de Camino, en la que se apuntaba que quizá fueran obra del propio Josemaría Escrivá.  


Por eso fue grande mi sorpresa y alegría cuando, hacia el año dos mil, ojeando un viejo libro de poesía, tropecé con la estrofa. El libro se titula Alivio de Caminantes, y está escrito por el poeta español Ricardo León. Se editó en Madrid en 1916, cuando Josemaría Escrivá tenía 14 años. Quizá no mucho después debió leerlos y meditar su profundo sentido.




En la siguiente versión de la Edición crítica de Camino su autor, Pedro Rodríguez, recogió el hallazgo. 

Estos son los versos:



CIENCIA DE AMOR


A fuerza de padecer,

a fuerza de sollozar,
supe sentir, supe ver:
¡no hay nada como llorar
para amar y conocer!

Envanecido en la cumbre

de esperanzas ambiciosas,
me llenó de pesadumbre
la trágica muchedumbre
de los seres y las cosas.

Y entonces vi y conocí

de súbito la verdad,
y en sus lumbres me encendí;
con hierros marcado fui
de ternura y caridad.

Mi ciencia es toda de amor,

y si en amor estoy ducho
fue por arte del dolor,
pues no hay amante mejor
que aquel que ha llorado mucho.

¡Tribulación! ¡Sombra augusta!

¡Cobíjame en tus doseles!
Al alma noble y robusta
le sirve el dolor de fusta
para aguijar sus corceles.

Sin ti, el mundo, ¿qué sería?

Sin la dura valentía
con que las almas aprietas,
quizá hubiese poesía...
¡pero no habría poetas!