Estos versos tienen para mí el valor de haberlos escuchado recitar en una de sus estrofas -la que arranca con "Mi ciencia es toda de amor..."- al fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá. Lo hacía de tal manera que de seguro pasaron muchas veces por su oración personal. Los menciona también en una de sus homilías, Trabajo de Dios.
No supe quién era el autor, y nadie parecía saberlo, según pude leer en la primera versión de la Edición Histórico Crítica de Camino, en la que se apuntaba que quizá fueran obra del propio Josemaría Escrivá.
Por eso fue grande mi sorpresa y alegría cuando, hacia el año dos mil, ojeando un viejo libro de poesía, tropecé con la estrofa. El libro se titula Alivio de Caminantes, y está escrito por el poeta español Ricardo León. Se editó en Madrid en 1916, cuando Josemaría Escrivá tenía 14 años. Quizá no mucho después debió leerlos y meditar su profundo sentido.
Por eso fue grande mi sorpresa y alegría cuando, hacia el año dos mil, ojeando un viejo libro de poesía, tropecé con la estrofa. El libro se titula Alivio de Caminantes, y está escrito por el poeta español Ricardo León. Se editó en Madrid en 1916, cuando Josemaría Escrivá tenía 14 años. Quizá no mucho después debió leerlos y meditar su profundo sentido.
En la siguiente versión de la Edición crítica de Camino su autor, Pedro Rodríguez, recogió el hallazgo.
Estos son los versos:
CIENCIA DE AMOR
A fuerza de padecer,
a fuerza de sollozar,
supe sentir, supe ver:
¡no hay nada como llorar
para amar y conocer!
Envanecido en la cumbre
de esperanzas ambiciosas,
me llenó de pesadumbre
la trágica muchedumbre
de los seres y las cosas.
Y entonces vi y conocí
de súbito la verdad,
y en sus lumbres me encendí;
con hierros marcado fui
de ternura y caridad.
Mi ciencia es toda de amor,
y si en amor estoy ducho
fue por arte del dolor,
pues no hay amante mejor
que aquel que ha llorado mucho.
¡Tribulación! ¡Sombra augusta!
¡Cobíjame en tus doseles!
Al alma noble y robusta
le sirve el dolor de fusta
para aguijar sus corceles.
Sin ti, el mundo, ¿qué sería?
Sin la dura valentía
con que las almas aprietas,
quizá hubiese poesía...
¡pero no habría poetas!
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