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jueves, 8 de agosto de 2019

Carta a Chema Postigo


A mi hermano Chema. La carta que no llegué a escribirte. Miguel Postigo.


Este libro es un emocionado relato de Miguel Postigo sobre su hermano Chema, que tras una vida llena de vicisitudes murió joven a consecuencia de una larga enfermedad, pero dejando una huella imborrable de bondad y bien en su numerosa familia y en cuantos le conocieron. 





Miguel escribe con el corazón en la mano, casi a vuela pluma, y sin rubor reflexiona al hilo de recuerdos íntimos de su hermano y de sus numerosas familias. Esa transparencia es de agradecer, porque comprobamos que las vidas que nos impactan están tejidas con los mismos hilos que las nuestras, presentan los mismos claroscuros, momentos malos y peores, momentos buenos y estupendos.  Pero las personas buenas saben tender un imperceptible y suave manto sobre su dolor, y logran consolar aun cuando serían ellos los que necesitaran consuelo.

La vida de cada uno, escribe el hermano de Chema, es como un baúl abierto, grande o pequeño, como Dios haya querido. Nuestra misión es llenarlo de monedas de plata y oro. También podemos llenarlo de hojarasca, de cosas inútiles o insulsas. Incluso podemos llenarlo de auténtica basura y miseria.




Pero no hay que dar lugar al desánimo: porque mientras vivimos tenemos la capacidad de limpiar a fondo, quitar la basura y dejar sólo el oro y la plata de nuestro buen hacer. Y el modo de hacer limpieza es sencillo: el examen, la confesión, la penitencia. Y entonces es Dios mismo quien hace la limpieza para que en el baúl sólo quede lo bueno.

Habrá un día en que el baúl se cierre y nos llamarán a rendir cuenta. Y nuestra eternidad dependerá de cómo esté el baúl. En realidad no sólo la eternidad: también el presente, que es tanto más alegre y feliz cuanto más acumulamos lo bueno y echamos por la borda lo malo. Y es el amor, no el temor, lo que nos mueve a afinar, a limpiar, a proponernos de nuevo cada día empezar a ser mejor persona.

Miguel advierte que su hermano Chema optó por ese esfuerzo, no siempre entendido por los que le rodeaban. Lo que se percibía de Chema era su sonrisa, su honradez, su compromiso de entrega y servicio a los demás. En lo humano son cualidades de liderazgo. En lo trascendente, algo mucho más valioso: son manifestaciones de una vida santa.



Chema sufrió, pero supo hacer felices a los demás hasta el último suspiro: a su mujer y a sus hijos, a sus innumerables amigos. Supo hacerlo porque no pensaba en sí mismo: “el sufrimiento gestionado sin egoísmo se transforma en amor, como los fósiles en petróleo.” Y para quien tiene fe, el sufrimiento es una manifestación de que Dios no nos ha abandonado.


El secreto de una vida feliz depende de las prioridades que nos hayamos marcado. Miguel descubre las que se propuso su hermano: 1º, Dios es siempre la mejor opción; 2º, el mayor tesoro que tiene el hombre en el mundo es el matrimonio y la familia; y 3º, intentar cada día hacer feliz al menos a una persona: acostumbrarse a ser amable, a sonreír, a interesarse por los demás, a rezar por todo el que se cruza en mi camino (y no criticarle, ni juzgarle, ni pensar sólo en lo que me puede aportar a mí, ni despreciarle porque piense que no tiene nada que aportarme…)


Dios, la familia, los amigos. Y ojo, no el trabajo. El corazón no se pone en el trabajo, sino en las personas. El trabajo es un medio, no una persona a la que amar.

Vivir con esas prioridades es lo que permitió a Chema Postigo ser fuente de paz y de alegría. Y eso explica que Chema tuviera tantos amigos: porque la gente quiere acercarse al manantial de la paz y la alegría.




Una frase de Tolstoi muestra el bien que personas como Chema Postigo aportan al mundo: “De igual modo que una vela enciende a otra y así llegan a brillar millones de ellas, así enciende un corazón a otro y se iluminan miles de corazones.”

Miles de personas asistieron al entierro de Chema, y los medios de hicieron eco de la emotiva imagen de su mujer, Rosa Pich, y sus jovencísimos hijos en la Misa por su alma. 



Rosa, una mujer valiente y emprendedora, es una conferenciante muy solicitada por su amplia experiencia educativa y de gestión doméstica. Es autora del libro "Cómo ser feliz con 1, 2, 3... hijos."









jueves, 24 de agosto de 2017

Luz del mundo: la Iglesia ante los retos de nuestra sociedad. Benedicto XVI




Luz del Mundo. Benedicto XVI. Peter Seewald. Ed. Herder



Joseph Ratzinger, como papa Benedicto XVI, responde en este libro a las preguntas que le formula el periodista alemán Peter Seewald, acerca de la situación del mundo y de la Iglesia, y los retos que debe afrontar la sociedad en los próximos decenios. 

Un libro que ilumina cuestiones que inquietan hoy a todos, como la estabilidad de los sistemas democráticos, las relaciones con el islam o los valores que deberíamos compartir. Anoto alguna de las ideas que me han parecido más importantes, aunque vale la pena leer el libro íntegro y con calma: forma la mente y enseña a razonar con rigor.


Presencia de Dios en el mundo

Vivimos en una década, afirma el Papa, decisiva para el futuro de la humanidad. ¿Cómo estamos preparando a la próxima generación para afrontar los problemas que le dejamos en herencia? La sociedad occidental corre  peligro de hundirse en el abismo si pierde de vista los valores sobre los que se ha fundado y han contribuido a su desarrollo. 

Si el cristianismo pierde su fuerza configuradora, ¿quién lo sustituirá? ¿Una sociedad civil arreligiosa, que no tolera la relación con Dios en su estructura? ¿Un ateísmo radical que combate los valores de la cultura judeo cristiana? ¿Hacia dónde se dirige una sociedad alejada de Dios?

El siglo XX nos ha mostrado qué se puede esperar del ser humano cuando no tiene a Dios presente. Los regímenes ateos de Oriente y Occidente llevaron al mundo a la ruina, en lo que alguien ha llamado un verdadero “réquiem satánico”: gulags, campos de concentración y exterminio, pueblos enteros arrasados…

Este es el reto: hacer presente a Dios, mostrarlo a las personas y decirles la verdad sobre los misterios de la creación, de la existencia humana y de nuestra esperanza, que va más allá de lo terreno.

La humanidad está ante una bifurcación: su destino se decide en la pregunta sobre Dios, si el Dios de Jesucristo está presente y es reconocido como tal, o si se le hace desaparecer. Todos los problemas que existen sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo.

Es urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. No un Dios cualquiera, sino un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que después será nuestro Juez. Sin este referente, si se extiende el ateísmo, la libertad pierde sus parámetros: todo es posible y todo está permitido.

Por eso es misión de la Iglesia, de cada cristiano, que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que si Dios desaparece, por muy ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad.


La cultura cristiana es la base del éxito y bienestar de Europa.

Ser cristiano es algo vivo y moderno, que configura y plasma mi modernidad. No es un estrato arcaico que retengo en paralelo a la modernidad. Se trata de una gran lucha espiritual para vivir y pensar el cristianismo de manera que asuma la modernidad correcta, y se aparte de las ideas contrarreligiosas.

¿Cómo es que cristianos creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga mayor eficacia política? Sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de vista a Dios. Y después, partiendo de la fuerza de su fe, puedan confrontarse con el secularismo y discernir los espíritus. Esa fe presente en el hombre como una fuerza interior debe llegar a ser poderosa en el campo público, plasmando el pensamiento público y no dejando que la sociedad caiga en el abismo.



                            


Verdad y valores: el hombre es capaz de encontrar la verdad

Se extiende una dictadura del relativismo,  que pretende que el yo y sus antojos sea la única medida. Es preciso tener la valentía de  decir que el hombre debe buscar la verdad, que es capaz de encontrar la verdad, que se nos muestra en esos valores constantes que han hecho grande a la humanidad.

Hay que tener la humildad de aceptar la verdad y dejarle constituirse en parámetro de nuestra vida. La verdad no se impone mediante la violencia, sino por su propio poder. Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad, no la impone, pero la hace visible.

La estadística (en sexualidad, por ejemplo) no puede ser el parámetro de la moral. Ya es bastante malo que la demoscopia sea el parámetro de las decisiones políticas, que se busque con avidez “¿dónde consigo más seguidores?” en lugar de preguntarse “¿qué es lo correcto?” El parámetro de lo verdadero y  lo correcto no son los resultados de las encuestas sobre cómo se vive.


La señal de la Cruz

¿Por qué el Estado se arroga el derecho a desterrar los símbolos religiosos? Si la cruz contuviese algo incomprensible o inadmisible se podría considerar. Pero el contenido de la cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través de su  sufrimiento, que nos ama. Es una afirmación que no agrede a nadie. 

Además, expresa una identidad cultural en la que se fundan nuestros países, que sigue configurando los valores positivos fundamentales de nuestra sociedad, en los que el egoísmo se acota y se hace posible una cultura de la humanidad. Esa expresión cultural que se da a sí misma una sociedad no puede ofender a nadie que no la comparta, y no debe ser desterrada.


Nueva intolerancia

Se extiende una nueva intolerancia, que quiere imponer a todos determinados parámetros de pensamiento. En nombre de una supuesta “tolerancia negativa” se quiere imponer que no haya cruces en los edificios públicos. Pero eso es suprimir la tolerancia, significa obligar a que la fe cristiana no pueda manifestarse de forma visible.

En nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia a modificar su postura sobre la homosexualidad o la ordenación de mujeres, y eso es tratar de que renuncie a su propia identidad, obligando a adherirse a todo el mundo a un parámetro tiránico de una nueva religión abstracta negativa.

En nombre de la tolerancia se quiere eliminar la tolerancia: es una verdadera amenaza. A nadie se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir esa nueva religión como la única obligatoria para toda la humanidad (Der Spiegel ha llamado a esa pretensión “la cruzada de los ateos”).

Las ideologías que extienden esa nueva intolerancia caricaturizan al cristianismo, presentan la caricatura deformada como algo pasado y erróneo, y a continuación, en nombre de una aparente racionalidad, pretenden quitar al verdadero cristianismo hasta el espacio para respirar.

Pero la religión católica ha liberado una gran fuerza de bien a lo largo de la historia. Una fuerza encarnada en personas como Francisco de Asís, Vicente de Paul, o Teresa de Calcuta. Las nuevas ideologías, en cambio, han traído una crueldad y desprecio del hombre antes impensable, porque se tenía todavía presente el respeto a la persona como imagen de Dios. Sin ese respeto, el hombre se absolutiza y piensa que todo le está permitido.


Felicidad

El hombre aspira a una alegría infinita, quiere placer infinito, y lo busca en la droga y el sexo. Pero donde no hay Dios no se le concederá, no puede darse alegría infinita. Y el hombre crea por sí mismo falsos infinitos que no satisfacen. Como cristianos, es urgente que vivamos y manifestemos que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios

Hemos de movilizar todas las fuerzas del alma y del bien para que contra esa acuñación falsa de felicidad se  levante la verdadera. Sólo así detendremos el circuito del mal y lo saltaremos.


                                  


Islam

El islam debe aclarar dos cosas en el diálogo público: las cuestiones relativas a su relación con la violencia y con la razón.

El ser humano está dotado de razón para acercarse a la verdad con su inteligencia, y está dotado también de libertad. Para acercar a alguien a la fe hace falta dialogar, expresar las propias ideas razonadamente, siempre con respeto a la libertad del otro,  sin recurrir a la violencia ni a las amenazas.

A los eruditos islámicos, incluso a los mejor dispuestos al entendimiento, les cuesta reconocer que la tolerancia comprende también el derecho a cambiar de religión. Dicen que quien llega a la verdad no puede retroceder.

Donde el islam domina, ve su identidad cultural y política como contraria al mundo occidental, y defensora de la religión frente al ateísmo y el secularismo. Esa conciencia de verdad tan estrecha se vuelve intolerancia, y hay lugares donde todavía el islamismo asocia la reivindicación de la verdad con la violencia.


Transformar el mal

Al mal no se le puede simplemente olvidar o apartar. Tiene que ser transformado desde dentro. Cristo asume el mal para transformarlo. Es lo que debemos hacer cada uno, con un espíritu de penitencia y compunción que nos lleve a: 1) reconocer el mal dentro de nosotros, 2) a pedir perdón, 3) a la conversión y a la lucha contra nosotros mismos, 4) a ser misericordiosos y perdonar y 5) a identificarnos con Jesucristo, que asume el mal de los demás para transformarlo desde dentro.


Fátima

Fátima es una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta.


                               


La Iglesia

La Iglesia es el lugar de la ternura de Dios, que no nos deja solos. Por ejemplo, la alegría y el recogimiento de cada Jornada Mundial de la Juventud me llevan a decir que allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos.

En este tiempo de escándalos se experimenta una doble conmoción: por la miseria de la Iglesia al ver cuánto fallan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo. Y al mismo tiempo por comprobar que, a pesar de la debilidad de los hombres, Jesucristo despierta en ella a los santos y no la deja de su mano, Dios actúa a través de la Iglesia.

En el mundo occidental decrece el número de cristianos, pero sigue habiendo una identidad cultural determinada por el cristianismo. Hay ateos de raíz católica, o protestante, que viven arraigados en el cristianismo y sus valores.

Nos encaminamos hacia un cristianismo de decisión, que hay que vitalizar y ampliar: personas que vivan y confiesen de manera consciente su fe.

Necesitamos islas en las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e irradien. Oasis, arcas de Noé, en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo. La liturgia es un ámbito de refugio. Y también las diferentes comunidades eclesiales, las prácticas de piedad, las peregrinaciones… Son ámbitos en los que la Iglesia brinda defensas y refugios donde hacer visible la belleza del mundo y donde vivir sea posible.


Nuestra predicación se dirige sobre todo hacia la plasmación de un mundo mejor, pero en cambio apenas mencionamos el mundo realmente mejor: que existe el Juicio, la Gracia y la Eternidad. Hay que hacer examen y encontrar palabras nuevas para hacer asequible estas verdades al hombre de hoy.

De lo que se trata es del mandato del Padre: esto es lo decisivo. “Y Yo sé bien que este mandato suyo es vida eterna.” Para eso vino Jesús al mundo: para que lleguemos a ser capaces de Dios, y así podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna. Él vino para comunicarnos la verdad, para que podamos tocar a Dios, para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida real, la que ya no está sometida a la muerte.






viernes, 14 de febrero de 2014

Te miro, y hace falta gente como tú


Tienen un algo especial esas bellas palabras de san Josemaría, llenas de encanto, emoción y sentido. Es nada menos que su consejo para hacer un mundo más feliz: arrimar el hombro para seguir más de cerca los pasos de Jesús. 

Así seremos felices, haciendo felices a los demás. 

"Te miro, y hace falta gente como tú". Gente que dice sí, cada día, a la llamada de Jesús a seguirle.



            

sábado, 4 de mayo de 2013

Tomás de Aquino: la razón al servicio de la fe


Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina. 
James A. Weisheilpl EUNSA 1994 



Thomas Aquinas (Sandro Botticelli, Abegg Stiftung, Riggisberg)


Este libro del dominico  canadiense James Weisheilp es quizá la mejor biografía de santo Tomás de Aquino.  Traza un cuadro detallado y riguroso de cuanto sabemos hasta la fecha sobre la vida y evolución intelectual de una de las mentes más poderosas de la historia de Occidente, con un  método histórico-crítico de gran precisión en el análisis de las fuentes.  


Tomás de Aquino (1223/4-1274)  vivió en una época que, a semejanza de la nuestra, estuvo sometida a profundas tensiones y cambios culturales. Fue un hombre santo que desde su juventud –casi desde su niñez- puso la inteligencia al servicio de la fe cristiana, mostrando  no sólo que creer es razonable, sino que a la luz de la fe nuestra mente puede avanzar segura en el  conocimiento de Dios. La Iglesia sigue viendo en santo Tomás un guía seguro para adentrarse en el conocimiento teológico sin perder el norte de la fe revelada.


Nació  en fecha incierta entre 1223 y 1224, en el castillo de Roccasecca (Italia). Con apenas 8 años, en 1231, su familia le envió para formarse a la abadía benedictina de Montecasino. En 1239, con unos 15 años, el abad convenció a sus padres para que lo enviasen a estudiar artes liberales a la universidad de Nápoles. Allí dedicó 5 años intensos al estudio, dirigido por profesores universitarios. 






Sabemos del joven Tomás que era más alto que la media en aquella época, de cierta corpulencia, tranquilo y serio para su edad, de pocas palabras, reflexivo, muy dado a la oración.


En Nápoles se formó en el aristotelismo con el maestro Pedro de Hibernia. La corte de Federico II era  un importante centro de traductores, que vertieron al latín las obras de griegos aristotélicos, Averroes y otros autores árabes. Estas obras influyeron en la formación aristotélica de Tomás antes de que conociera a san Alberto Magno, quien se había nutrido más bien de autores neoplatónicos.


Un factor decisivo para su vocación como dominico fue la relación y amistad en Nápoles con los frailes predicadores de la Orden de Santo Domingo,  que se habían establecido allí poco antes, en 1227. Su estilo de vida, el celo por las almas y la pobreza que vivían le removieron. Tomás  eligió ser dominico, y con eso frustró los planes de su familia, que esperaban verlo como benedictino prominente en la abadía de Montecasino.


Los dominicos (Orden de Frailes Predicadores) habían sido fundados en 1215 por el sacerdote español Domingo de Guzmán. Éste, en viaje con su obispo Diego de Acebes hacia Dinamarca, descubrió en el sur de Francia la devastación causada por la herejía albigense.  Los jefes de la secta, cátaros, convencían a la gente poniendo mucho interés e ingenio intelectual, y mostrando una vida pobre.  Domingo y su obispo se dieron cuenta de que los herejes sólo serían convertidos por la práctica de la pobreza evangélica, profundos conocimientos teológicos y gran celo por las almas. Así nació la Orden de Frailes Predicadores.



Aunque no se sabe con exactitud, Aquino pudo recibir el hábito dominicano en 1244, a los 19 años. Ese mismo año, en mayo, marchó de Nápoles camino de París. Probablemente los superiores dominicos veían conveniente que pusiera distancia de su poderosa familia, y por otra parte en la universidad de París podría recibir una preparación acorde con su capacidad.



Las universidades habían surgido en Europa en 1179, con el Papa Alejandro III, y a raíz del Concilio III Laterano, que declaró que toda iglesia catedral debe tener una escuela anexa y un maestro que enseñe teología y gramática al clero secular y a los estudiantes pobres.



Thomas de Aquino a Velázquez depictus (Temptatio Sancti Thomae, Museo Diocesano, Orihuela [España])


En el camino hacia París tuvo lugar el incidente del secuestro.  No hay detalles precisos.  Parece que la familia de Tomás no veía bien que entrara en una Orden que vivía de la limosna, y la madre encargó a uno de los hermanos, Reinaldo, que servía en el ejército, que se lo trajera.    Antes de llegar al castillo familiar de Rocassecca,  tuvo  lugar el episodio de la prostituta, provocado por Reinaldo y los soldados que le acompañaban, para tentar a Tomás. Es imposible que el suceso ocurriera en Roccasecca: doña Teodora, su madre, no lo hubiera tolerado. El relato del “cíngulo angélico” podría ser un recurso  simbólico de los hagiógrafos para resaltar la castidad de Tomás, que supo vencer esa prueba y toda su vida, según testimonió su confesor, vivió fielmente la virtud de la  pureza.


En Roccasecca estuvo retenido entre uno y dos años, quizá hasta el verano de 1245. No era tratado propiamente como prisionero: tenía tiempo para el estudio, la oración y hablar con su familia. También recibía la visita de otros dominicos. En ese tiempo se dedicó al estudio de la Biblia y de las Sentencias de Pedro Lombardo.  


El encierro no sólo no tuvo éxito, sino que después de muchas discusiones, Tomás convenció a su madre de que se hiciera monja: llegó a ser priora benedictina en Santa María de Capua en 1252. No parece cierta la leyenda de la fuga de Tomás, huyendo del castillo descolgándose con una soga. Lo más probable es que marchara honorablemente, con la bendición de su madre. 


Marchó finalmente a París, donde estuvo tres años. De allí fue enviado a  Colonia, para formarse con san Alberto Magno, que había creado en 1248  el Studium Generale de la Orden. Cuando Tomás descubrió la maravillosa sabiduría de san Alberto, que estaba haciendo la compilación de la enciclopedia aristotélica y dominaba todos los saberes, se dio cuenta de la gran oportunidad que se le brindaba –poder escucharle- y comenzó a ser más silencioso que nunca, más asiduo al estudio y más devoto en la oración.


En 1252 regresó a París, y  en 1256 accedió al grado de maestro en Teología, en un ambiente de grandes tensiones en la universidad por el derecho a la dotación de una segunda cátedra de los dominicos y la polémica antimendicante.  Intentó excusarse por su escasa edad y falta de preparación, pero le insistieron en someterse a la prueba de acceso.  


En medio de sus grandes temores, tuvo lugar el episodio del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja como tema de la lección el Salmo 103, 13, sobre la sabiduría divina: “Rigans montes de superioribus”: “Tu regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”. Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).


Tomás puso en ejercicio sus extraordinarias cualidades para el trabajo intelectual. De poderosa memoria, retenía cuanto hubiera leído una sola vez. Tenía gran capacidad de abstracción.  Cuando se concentraba en una idea o buscaba la solución a un dilema,  lo hacía con tal intensidad que perdía la noción  de cuanto sucedía a su alrededor. Para acelerar el trabajo de preparación de textos, y también por su letra poco legible, disponía de secretarios,  y era capaz de dictar simultáneamente hasta a cuatro de ellos,  sobre temas distintos y sin perder el hilo de cada dictado.





Entre 1252 y 1273 realizó prácticamente toda su monumental obra escrita.  Tan poco tiempo  (21 años, de los 49 que vivió), indica una intensa laboriosidad, sobre todo teniendo en cuenta los escasos medios de la época. Especialmente desde 1269 fue consciente de un modo más profundo de la urgencia de intensificar el apostolado de la doctrina. Se volcó de tal manera que “estaba continuamente ocupado en enseñar,  en escribir, o en predicar o en la oración, consagrando el menor tiempo posible a comer o a dormir”. Fue opinión común de quienes le conocieron que “apenas había desperdiciado un solo momento de su vida”.


Esa titánica intensidad, mantenida especialmente en los últimos cinco años, le llevó probablemente a la extenuación. Algo sucedió el 6 de diciembre de 1273  que cambió su vida. Durante la Misa se sintió súbita e intensamente mente conmovido.  Después de la Misa ya nunca más escribió ni dictó. “Todo lo que he escrito, me parece como paja comparado a lo que ahora se me ha revelado”, dijo a su secretario y confesor, Reginaldo. Poco después, el 7 de marzo de 1274, fallecía. 


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Weisheilp realiza un extraordinario trabajo de contextualización del momento histórico. Tanto las ideas como las personalidades de la historia sólo pueden ser comprendidas dentro del contexto de los tiempos en que se desarrollaron. Muchas tergiversaciones y manipulaciones ideológicas de nuestro tiempo, especialmente las relacionadas con la historia de la Iglesia,  tienen su origen en la falta de contextualización, intencionada o perezosamente omitida.


Por ejemplo, es sabido que en el siglo XIII la Cristiandad estuvo sumergida en una confusión entre los planos político y espiritual. Tomás respondió con claridad a esa confusión, en un doble plano:

                a) doctrinal: el papa, en virtud de su ministerio apostólico, es la cabeza espiritual de la Iglesia, y nada más. Cualquier otra función política o mundana es un mero accidente histórico, que puede faltar sin disminuir la naturaleza espiritual de la Iglesia.

                b) personal: rechazó cualquier beneficio que le mezclase en cuestiones de tipo temporal, que papas y eclesiásticos de la época consideraban tarea ordinaria y propia de su ministerio.


 Weisheilp realiza también un gran trabajo  de objetivación de las fuentes, ajustando con  realismo los hechos a su grado de verosimilitud. No duda en dejar  como interpretaciones simbólicas, o hechos poco probables, algunos de los relatos de tono extraordinario que han llegado hasta nosotros, si las fuentes no son suficientemente cercanas o fiables, al margen de su buena fe.


La lectura de esta biografía ayuda a repasar cuestiones filosóficas y metafísicas que están en la base de la teología, que resultan imprescindibles para avanzar sobre terreno sólido en el saber teológico.  


La gran aportación de Tomás es la metafísica. Hay algo en el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir que “no todos los seres son materiales”, entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni las matemáticas (que abstraen la materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que solo existe en la mente) ni las ciencias naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la felicidad, con el amor, con Dios…


Tomás insiste en la racionalidad de la fe. Aprender, estudiar y llegar a ser expertos en las ciencias sagradas, es el medio esencial para el apostolado que el cristiano debe hacer en servicio de la Iglesia y de las almas. El estudio asiduo de la Verdad divina es requisito del apostolado de la doctrina. Contemplar a Dios en la oración y en el estudio, para dar a otros los frutos de esa contemplación.


Para Tomás, siguiendo la costumbre de la época, la mejor forma de enseñar la Sagrada Escritura consiste en las tres etapas básicas: lección+disputa+sermón. Nada es plenamente comprendido y fielmente predicado si no es primero masticado por los dientes de la disputa. El maestro, y los alumnos, deben estar preparados para mantener un intercambio de argumentos razonables,  para extraer la mejor interpretación de los pasajes de la Escritura.


En De rationibus fidei explica que la meta del misionero no debe ser demostrar la fe, porque podría ridiculizarla, sino defenderla. El cristiano debe estar preparado para demostrar que la fe católica no puede ser racionalmente refutada. No se puede demostrar, porque sería menospreciar una fe que nos excede a nosotros y a los ángeles.


Sobre las 5 vías por las que afirma que puede demostrarse la existencia de Dios, Tomás está convencido de que sirven y han llevado incluso a Platón y Aristóteles y otros paganos a conocer la existencia del verdadero Dios. Otra cosa es que estas pruebas puedan convencer a todos, porque los sentimientos entorpecen fácilmente el camino de la lógica.


Es interesante cuanto afirma sobre la felicidad y el fin último del hombre. La persona, teniendo libre albedrío y dominio de sus actos, puede pensar que su último fin consiste en lo que no lo es: riquezas, honores, fama, poder, bienestar físico, sexo,  sabiduría o alguna otra realización personal, cuando en verdad sólo  Dios, la bondad increada, puede satisfacer los más altos deseos del hombre. Dios es el verdadero objeto de la felicidad del hombre. Aquí se puede recordar con San Agustín: “nos has hecho para Ti, oh Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Ti”.


 Aunque la escuela franciscana explica que el fundamento de la felicidad es el amor, que es una actividad de la voluntad, Tomás insiste en que el amor deriva del conocimiento. Para que el amor no sea ciego, presupone conocimiento intelectual. Por lo tanto, la felicidad consiste en la contemplación, que desborda en amor y alegría. Contrasta el intelectualismo tomista con el voluntarismo franciscano. Para Tomás, la raíz de toda verdadera felicidad consiste en la contemplación de Dios: aquí, a través de la fe; y después por la visión facial. El hombre puede ser feliz en esta vida, pero sólo si pone su meta en el conocimiento y amor de Dios.


Sin embargo, no hay que pensar que la felicidad pertenece exclusivamente al conocimiento, que es una actividad de la inteligencia, y menos en esta vida. En esta vida el amor puede aventajar con mucho a nuestro conocimiento; pero sin algo de conocimiento el amor es ciego. Por tanto, el elemento primario de la felicidad eterna es la visión beatífica de Dios, que es una actividad intelectual.


La felicidad, dice Tomás,  sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí en la tierra el conocimiento de Dios es una plenitud parcial de la felicidad, que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en el objeto poseído: un estado de euforia de la mente y del cuerpo  que el hombre disfruta imperfecta y  esporádicamente en esta vida, pero plenamente en la otra.


La felicidad en esta vida requiere rectitud de la voluntad, esto es, una vida virtuosa; y además la salud del cuerpo, un mínimo de bienes temporales y la compañía de amigos. La amistad es un don de Dios, que no puede ser ni forzada, ni comprada, ni exigida. Debe ser acertada y atesorada, porque es parte de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo, donde disfrutaremos de la compañía de los santos.


Tomás sabía ser contundente cuando lo exigía la verdad. Por ejemplo, en Contra retrahentes se muestra implacable con “la enseñanza perniciosa y errónea” de algunos maestros que intentaban  disuadir a los jóvenes de la vida religiosa, alegando la corta edad. Muestra su admiración ante los padres que facilitan la vocación de sus hijos desde pequeños, “porque las cosas que aprendemos en la niñez se nos graban más firmemente en nuestro interior”. Pensaba seguramente en su propia experiencia. Usa palabras fuertes:   “Si alguien desea contradecir mis palabras… que no lo haga parloteando ante los muchachos, sino que escriba y publique sus escritos, para que personas inteligentes puedan juzgar lo que en ellos hay  de verdad, y puedan ser capaces de impugnar lo que es falso con la autoridad de la verdad”.


Para Tomás  los salmos recapitulan toda la teología. En sus comentarios al Salterio (Salmos 1 a 54), explica que los salmos alaban todas las obras de Dios, el opus dei: la creación, el gobierno, la reparación, la glorificación. Como todas las obras de Dios se refieren a Cristo, la materia de los salmos es Cristo y sus miembros. “Todo lo referente al fin de la Encarnación está expresado claramente en esta obra, de modo que casi parece ser un Evangelio y no una profecía”. “El salterio contiene la totalidad de la Sagrada Escritura”, porque la obra de glorificación y todas las otras obras de Dios se reconocen claramente en ellos.


Tomás admite que los salmos tienen un sentido literal, se refieren a la historia judía. Pero afirma que para el cristiano es más importante el sentido espiritual, en el que personas, cosas y sucesos significan a Cristo o a su Iglesia en la tierra o en el cielo. El sentido espiritual del Antiguo Testamento es más relevante para el culto y la vida personal del cristiano que el sentido literal.


Se desprende también de la lectura de esta biografía la importancia del conocimiento del latín. Gran parte de la teología consiste en saber qué se puede decir y qué no se puede decir para preservar la verdad de la Revelación. A veces los problemas que se plantean son de gramática latina al servicio de la fe. Por ejemplo, unus (uno) se dice de Cristo, pero no unum (neutro). De ahí la importancia que la Iglesia siempre ha dado al uso del latín, que permite expresar conceptos con un significado preciso e indistinto para todos, sea cual sea el idioma particular de cada uno


El libro incluye un catálogo breve de 101 obras auténticas de santo Tomás, sobre las que también realiza un importante esfuerzo de datación y verificación.  


Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra.  Es el  portal de internet más completo sobre el Aquinate. 




domingo, 26 de agosto de 2012

Buen humor



Vicente del Bosque


En unas declaraciones recientes Vicente del Bosque -una de las personas más sensatas de este país- señalaba que los españoles no apreciamos lo que tenemos. Somos pesimistas, derrotistas, caemos fácilmente en el mal humor. No está de más que recordemos qué es el buen humor, y cómo podemos mejorarlo.
Aporto un guión con algunas ideas.



 1. Qué es el buen humor: 

No consiste en saber contar chistes (aunque puede ayudar); ni en ser un frívolo o un inconsciente ante las dificultades…

El buen humor es una disposición ante la vida, una actitud alegre que:

-no se oscurece por las cosas malas;
-sabe descubrir en todo el bien, que siempre existe;
-ve las dificultades, pero sabe que las puede superar;
-requiere fortaleza y generosidad: estar dispuesto a romper el círculo de comodidad y amor propio en que tendemos a encerrarnos;
-radica en la voluntad: en el querer;
-es afirmación ante la dificultad: voy a dar de mí, echar el resto para superarla.

El malhumor es negación perezosa, reacción de egoísmo: no estar dispuesto a afrontar el sacrificio que requiere una situación adversa, o afrontarla enfurruñado y de mala gana si no queda más remedio, porque considera el sacrificio algo malo.

Existe una íntima unión entre buen humor y cristianismo: “Hay más alegría en dar que en recibir” dice la Sagrada Escritura. La alegría está en el sacrificio, en salir del yo para darse.

Dostoieski hace decir a uno de sus personajes: “Este hombre es jovial, no puede ser ateo…” Claro que hay agnósticos con buen humor, pero aparte de que “creer en la nada” es poco estimulante,  en todo ser humano existe una misteriosa relación entre alegría y sacrificio. Una paradoja espiritual, como la llama el genetista Francisco Ayala de la Universidad de California- "por la que mientras más das de ti mismo, más sales ganando”. 

Esta paradoja, indetectable por ningún laboratorio pero perfectamente experimentada por todos, pertenece a la esencia del cristianismo: Dios es Amor que se da. El ser humano, hijo de Dios, hecho a su imagen y semejanza, encuentra su realización y felicidad más completa cuando obra como su Padre Dios, dándose sin medida.

Además, si la alegría es la felicidad por la posesión del bien que se ama, será mayor cuanto más grande sea el bien amado: pequeña si lo que más se ama es algo material.  Grande, si el bien amado es espiritual. 

Por eso  la verdad, la belleza, la amistad,… son capaces de dar mayores alegrías que cualquier bien material. Y si el Bien amado es Dios, que es infinito, su posesión y amistad no puede sino generar la alegría más grande. De ahí procede la jovialidad que se aprecia en cualquier cristiano coherente: un buen humor que procede de saberse hijo de Dios, Padre bueno, que aprieta pero no ahoga. Cuando se presentan dificultades, el cristiano las afronta con un Deu provirá! (¡Dios proveerá!)

El cristiano sabe también que estamos hechos para ser felices. Por eso el buen humor es un indicador de que vamos por el buen camino. Si el mal humor se presenta con frecuencia, algo no marcha. “Un santo triste es un triste santo” afirma San Josemaría Escrivá . 

 2. El buen humor es necesario: 

 a) Para la salud: según científicos de la Universidad de Navarra las personas con buen humor:


-son más resistentes a la ansiedad y la depresión;
-tienen un sistema inmunitario más sano;
-padecen un 40% menos de infartos de miocardio y apoplejías;
-sufren menos dolores en los tratamientos dentales;
-viven 4 años y medio más;
-recomiendan reírse 15 minutos al día (al menos…)

b) Para la convivencia:

-el mal humor ensombrece el rostro, y las caras largas ahuyentan;
-es corrosivo: agrede, distancia, genera desconfianza;
-es muy contagioso: una persona de mal humor es capaz de poner de mal humor a cuantos se le acercan;
-en cambio, la persona con buen humor esponja el ánimo: “Nunca sabremos el bien que puede hacer una simple sonrisa” (Teresa de Calcuta)
-decir las verdades con buen humor permite corregir sin herir.

c) Para el trabajo:

-todos necesitamos al lado caras sonrientes;
-trabajar con buen humor es cuidar a las personas, subrayar el respeto que nos merecen, darles confianza: manifestación fina de cariño;
-genera emociones positivas, motivación y creatividad;
-ayuda a tomar decisiones más acertadas;
-se trabaja mejor, y por eso mejora la cuenta de resultados;
-el buen gobernante aleja de sí a los negativos, pesimistas, amargados: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”.

 3. Ladrones del buen humor: ¿qué me enfada?

-falta de flexibilidad y deportividad ante la vida: imprevistos, interrupciones, retrasos, averías, dolores, malhumor matutino…
-perfeccionismo, tomarse demasiado en serio…
-juicios negativos y prejuicios hacia alguien, envidia (¡qué fea!) 
-susceptibilidad (tienen que medir lo que nos dicen…)
-orgullo herido (“a mí esto no se me hace…”), rencor (¡horrible!)
-conducción: al volante nos transformamos en trolls: no insultar, nunca contestar;
-personas negativas (ayudarles a corregirse o evitarlas). Muchos medios de comunicación en España suelen transmitir pesimismo y derrotismo;
-momentos malos: (síndrome domingo por la tarde, ocio vacío…)

 4. ¿Cómo promover el buen humor?

Detectar nuestros ladrones, y plantarles cara: supone normalmente un ejercicio de generosidad, de salir del encierro en uno mismo. Fomentar una actitud positiva ante la vida, con cosas sencillas:

-Sonreír: el simple esfuerzo por sonreír, en cuanto llega el malhumor, ya nos empieza a cambiar el ánimo. Refrán irlandés: la sonrisa cuesta menos que la electricidad, y da más luz. El cuerpo también tira del alma.
-Reírse de los propios fracasos y errores: no pasa nada, el mundo sigue, somos humanos y errar es humano
-Dar las gracias, apreciar lo que tenemos. Se ha estudiado que un niño sonríe más de 300 veces al día: se conforma con poco, y por eso vive feliz.
-Pedir perdón y perdonar. El rencor y el odio corroen el cuerpo, el alma y la cara.
-Fomentar pensamientos positivos hacia la gente: todos son mejores que nosotros en algo. No hablar mal de nadie, hablar de todo con cordialidad.
-No quejarse, no lamentarse (es de mal tono): “actúa, tú puedes cambiar el mundo.” 
-Buscar cada día alguna noticia positiva, y compartirla. 
-Pensar en los demás y ayudarles, sin hacerlo valer. 

Para los que tienen fe, esta entrevista a Lisette, mexicana, que cuenta el consejo que recibió del prelado del Opus Dei, les puede dar buenas pistas para mejorar en su raiz el buen humor. 

Dice Alejandro Manzoni, en su obra maestra Los novios: “Haced el bien a cuantos más podáis, y encontraréis más a menudo rostros que os causen alegría”.