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viernes, 7 de agosto de 2020

Historia de la Iglesia en Valencia

Historia de la Iglesia en Valencia. Vicente Castell Maiques

    

Cripta de san Vicente Mártir

    Riguroso trabajo de investigación histórica del canónigo de la catedral de Valencia y doctor en teología Vicente Castell. Contextualiza los hitos más significativos de la historia del cristianismo en la capital del Turia. La lectura resulta amena e instructiva.

    Todo bautizado debería conocer cómo ha llegado hasta él la fe cristiana. Para los nacidos en el reino de Valencia, tierra que muy pronto acogió la semilla cristiana, este libro ayuda a conocer y amar las vidas de tantos miles de hombres y mujeres, la mayor parte desconocidos para nosotros pero no para Dios, que con su vida cristiana ejemplar lograron construir una sociedad más humana.  

Procesión de san Vicente Mártir, patrón de Valencia


    
A través de quienes nos han precedido surcan el tiempo las raíces de nuestra fe hasta llegar a su fuente originaria: aquellos cristianos de primera hora (marinos, comerciantes, pescadores, soldados…) a quienes las circunstancias les condujeron hasta aquí y trajeron con ellos la semilla del Evangelio, aprendida de los discípulos de los Apóstoles, que a su vez  la habían recibido del mismo Jesucristo, Dios encarnado.

    Conocer nuestra historia es una manifestación de agradecimiento a la Providencia por  el legado recibido, y también de agradecimiento a quienes con su vida –heroica en tantos casos- hicieron posible que el legado no se desvirtuase. 

    La Iglesia está compuesta por hombres y mujeres frágiles y vulnerables, por pecadores. "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador", dijo san Pedro a Jesús. Pero sobre esa vulnerabilidad ha querido su Fundador edificar su Iglesia, de la que Él Cabeza. Y a esa familia de hombres y mujeres pecadores y vulnerables ha prometido su asistencia hasta el fin de los tiempos. 

    Asomarse a la historia de la Iglesia es asomarse a la acción de Dios entre nosotros. Una acción divina que se manifiesta, entre otras cosas, en que, aun en los momentos de mayor crisis, nunca han faltado hombres y mujeres de vida santa que, aún sabiéndose pecadores, se han mantenido fieles y han dedicado su vida a embellecer el mundo con la savia del Evangelio y el mandamiento del amor.

    Acercarnos a la verdad histórica nos permite también conocer los errores de personajes poco ejemplares, que con su actuación incoherente han desvirtuado la verdad evangélica. Hay que conocer esos hechos lamentables para no caer en los mismos errores.

    Como en todo grupo humano, en los cristianos hay errores y pecados, y la Iglesia es la primera en reconocerlo. Pero es de justicia ponerlos en su contexto, sin juzgar desde la mentalidad actual, que es un error que el buen historiador no comete. 

    Con frecuencia se lanzan versiones falseadas de acontecimientos  en los que intervinieron cristianos, o se juzgan perversamente sus intenciones, con la única finalidad de desacreditar la enseñanza del Evangelio. Se miente sobre la Iglesia para alejar a la gente de ella. Se ha hecho desde antiguo.

    Ya lo hacía en el siglo II el filósofo griego Celso, preocupado por el creciente grupo de seguidores de Cristo que se negaban a reconocer las divinidades de cada nación. Los cristianos adoraban a un Dios que no era nacional, sino universal. Eso a Celso le parecía peligrosamente  revolucionario,  porque ponía en cuestión el sistema mundial establecido: cada nación tiene su dios, y no es buen ciudadano -decía- quien no adora y ofrece sacrificios al dios de su nación: sea César, el Emperador, Zeus, Zaratrusta o Júpiter. 


Emperadores romanos divinizados

    Para conservar el sistema establecido era preciso denigrar y desacreditar ante el pueblo a esos "peligrosos" cristianos, que se negaban a adorar a dioses falsos. Eso suponía una amenza para el sistema dominante. 

    No es muy distinto ahora el origen de algunos ataques contra la Iglesia o sus instituciones: un cristiano coherente se resiste a adorar a los dioses del sistema actual: el Mercado, la Crápula, el Placer... En el fondo, como ha dicho el filósofo Alejandro Llano, "El diablo es conservador", y teme la revolución cristiana.

    Por eso no debería extrañarnos que a lo largo de la historia algunos hayan arrojado en el camino de la Iglesia "leyendas negras", que actúan como  la cizaña que “el  enemigo” siembra en el campo de trigo bueno de Dios.

    Es penosa también la falta de sentido crítico de no pocos cristianos, que dan por ciertas esas mentiras, o verdades a medias, sin tomarse la molestia de acudir a fuentes fidedignas. 

    Eso es este trabajo de Vicente Castell: una fuente a la que acudir para conocer el verdadero rostro de la Iglesia, libre de las mentiras con que han intentado ocultarlo. Y comprobar que a pesar de los errores y pecados de sus fieles, y de las falseades y calumnias de sus enemigos, la Iglesia permanece bella y resplandeciente, porque es de Dios. La historia real es la mejor apología del catolicismo.

    Muy oportuna la frase de Gregorio Mayans, el erudito historiador de Oliva: “Si hoi entablasse yo mis estudios, me aplicaría de propósito a la Historia Eclesiástica para servir a Dios y a la su Iglesia.


Anoto varias fechas significativas extraídas del libro, con algún comentario personal:


Valencia romana. La espina del circo atravesaba la actual iglesia de san Juan del Hospital


138 a. C.: fundación de Valencia por los romanos, sobre una fortaleza ibérica anterior.

Los primeros cristianos debieron llegar por los puertos mediterráneos. Hay un silencio de fuentes durante los 3 primeros siglos de la era cristiana.

250 d.C.: bajo el emperador Decio, el número de cristianos en el mundo era de unos 3 millones. A principios del siglo IV eran 6 millones. Ese aumento llevó a cierta relajación de costumbres, no entre los fieles sino sobre todo entre entre algunos clérigos y jerarquía.

304/305 d.C.: martirio del diácono san Vicente, bajo la persecución del emperador Diocleciano. Fue traído prisionero desde Zaragoza, probablemente porque en Valencia había menos cristianos que en Zaragoza y sería más fácil la ejecución. Su sepulcro en Valencia dio aliento a la primitiva comunidad cristiana valentina y atrajo peregrinos de otros lugares.



                       Cárcel y cripta de san Vicente, en el corazón de Valencia


El martirio de san Vicente es el primer testimonio textual histórico que no permite dudar de la presencia cristiana en Valencia. El establecimiento de la jerarquía, con el primer obispo valenciano, debió tener lugar en el siglo V.

409 d.C.: entran en la península ibérica vándalos, suevos y alanos.

415 d.C.: entran los visigodos (Ataúlfo) y se establecen en Tolosa y la Aquitania. Los visigodos se funden con los nativos.

476 d.C.: cae el imperio romano. De hecho ya había un reino visigodo en Tolosa, constituído de derecho con el rey Eurico en el 466 d.C.

568 d.C: el rey Leovigildo impone a los católicos de Valencia obispos arrianos.

589 d.C: conversión al catolicismo del rey Recaredo, de  su corte y de todos los obispos arrianos, en el primer concilio de Toledo: es la fecha más trascendental para la historia del catolicismo español.

711 d.C.: invasión árabe de España tras la batalla de Guadalete.

713 d.C.: Valencia queda incorporada al islam. La mayoría de los cristianos fueron obligados a  convertirse. Quedó una minoría mozárabe, cada vez menor. 



1094 d.C.: El Cid Campeador conquista Valencia.

1102 d.C.: cae de nuevo Valencia en poder musulmán.

1180 d.C.: martirio de Bernardo, María y Gracia, hijos del emir de Carlet, que se habían convertido al catolicismo al pasar por el monasterio cisterciense de Poblet (Tarragona) fundado poco antes, en 1151.

1230 d.C. aprox: martirio (probablemente en la actual plaza de la Reina) del sacerdote Juan de Perusa y del hermano Pedro de Saxoferrato, franciscanos; habían venido del reino de Aragón para anunciar la fe cristiana a los musulmanes.

9-X-1238: el Rey don Jaime conquista Valencia y se celebra la primera misa en la ciudad tras la reconquista, en uno de los laterales de lo que hoy es la catedral de Valencia. Fue construida en los siglos XIII y XIV, sobre los restos de un antiguo templo romano que más tarde fue catedral visigótica y que los musulmanes habían convertido en mezquita.

catedral de Valencia

El número de mozárabes era muy escaso en el reino. La repoblación por catalanes y aragoneses fue lenta, y comenzaron ocupando las poblaciones del norte abandonadas por los musulmanes. En 1270 el número de habitantes del reino era de unos 130.000, de los cuales apenas 30.000 mozárabes y el resto árabes. Hasta finales del siglo XV los cristianos valencianos no fueron mayoría. Hacia 1483 el reino contaba con unos  300.000 habitantes, mitad cristianos y mitad musulmanes. Sólo a finales del XVI, cuando se llegó a los 500.000 habitantes los cristianos superaron a los musulmanes. En 1609 tuvo lugar la expulsión de 130.000 moriscos, tras fracasar los intentos de integración social.  Era obispo san Juan de Ribera. Hubo también motivos de seguridad  nacional, por la connivencia de poblados musulmanes con piratas y corsarios turcos que asaltaban y sembraban el terror en pueblos de las costas valencianas.

1238: el rey don Jaime hace donación de una mezquita y su terreno adyacente a los caballeros hospitalarios de la Orden de san Juan de Jerusalén que le acompañaron en la conquista de Valencia. Se erige una capilla dedicada a su patrono, san Juan Bautista, se establece un hospital, y se comienza a edificar la actual iglesia de san Juan del Hospital. 


capilla del Rey don Jaime, en la iglesia de san Juan del Hospital

Ya en 1243 el clero de san Juan salía con cruz alzada, por cuya observancia se le concedió el privilegio de preceder a las demás parroquias de la ciudad en las procesiones. En la capilla de la Purísima de esta iglesia estuvo radicada la parroquia castrense. Y en 1645 se estableció la fundación del Oratorio, para difundir la Comunión frecuente, el culto a la Eucaristía y la oración mental. En el siglo XVIII la iglesia de san Juan del Hospital tenía 12 sacerdotes beneficiados de la orden de san Juan de Jerusalén, sin territorio de parroquia, y este clero precedía a todas las parroquias de la ciudad en las procesiones. Con la desamortización de las órdenes militares en 1850, la iglesia fue abandonada y destinada a otros usos, sufriendo diversos saqueos e incendios que la dejaron en estado de ruina y estuvo a punto de ser derribada. Un decreto de 1943 la preservó del derribo, aunque no de convertirse en cine de barrio durante varios años. En 1966 el obispo de la diócesis pidió a sacerdotes del Opus Dei que se hicieran cargo de restaurarla para devolverla al culto. Hoy es una de las iglesias más bellas de Valencia, aunque aún prosiguen los trabajos de recuperación de las huellas históricas en el conjunto monumental. 

1348: año de la peste negra, que produjo una grave  crisis económica y una relajación de la disciplina de religiosos y clero. De los 640 dominicos que había en el reino de Aragón quedaron 130. En Valencia se sufrió un fuerte debilitamiento de la vida religiosa a lo largo del siglo XIV. Además de la peste se sufrieron las consecuencias de la guerra de los Cien Años y del gran cisma de Occidente. Muchos religiosos, dedicados a los estudios y la investigación, se apartaron lentamente de la evangelización directa del pueblo. La crisis afectó especialmente a los dominicos, que por su prestigio habían penetrado en la curia pontificia y en la corte y vivían en situación de privilegio.

1350: nace san Vicente Ferrer (+1419), de padres oriundos de Gerona. Tenía una amplia cultura y un influjo carismático en el pueblo.


San Vicent Ferrer, el santo de la calle del Mar

1347/1380 Santa Catalina de Siena.

1372: se celebra en Valencia la primera procesión del Corpus Christi, la Festa Grossa o Fiesta Mayor del Cap y Casal.

Solemne Procesión del Corpus


1378: es elegido Urbano VI por presiones y amenazas del populacho romano. Comienza el cisma de Occidente, que dura hasta 1429.

s. XV: esplendor demográfico, económico y cultural de Valencia, unido a un profundo hundimiento espiritual. Es el siglo de Luis Vives, Ausias March, Joanot Martorell y Micer Mascó.


Luis Vives, humanista valenciano

1414: se funda la Cofradía de Nuestra Señora de los Desamparados.


Nuestra Señora de los Desamparados y los santos Inocentes

1429: Primer Borja obispo de Valencia, aunque nunca estuvo presente. Durante 80 años se suceden obispos de la misma familia, siempre ausentes de la sede. Esa ausencia fue trágica, porque cundió el mal ejemplo entre párrocos y beneficiados, que llegaron a alquilar sus prebendas.

1437: es traído el Santo Cáliz desde san Juan de la Peña (Huesca)

Capilla del Santo Cáliz, en la catedral de Valencia


1474: se imprimen Les trobes en lahors de la Verge María, primera obra literaria impresa en España, con la mayor parte de los poemas en valenciano

1478: los Reyes Católicos establecen la Inquisición, con jurisdicción independiente de los obispos y sometida a la corona. La anterior inquisición procedía del siglo XIII y tuvo una actividad muy escasa.

1480: nace el Venerable Agnesio, que fue beneficiado de la catedral. Describe con crudeza la lamentable situación del clero, y pone en guardia a Sto Tomás de Villanueva (1544), animándole en su labor de reconstrucción de la diócesis. La clase sacerdotal estaba muy desacreditada porque abundaban los casos de baja moral.

S XVI: decadencia y burocratización del clero: pingües beneficios (diezmos y primicias, rentas…) permitían una existencia acomodada. Tenían escasa formación, no predicaban, algunos alardeaban de dotes declamatorias nada  convincentes. Abundaban pendencias y moral relajada, se unían a revueltas, como en el caso de las Germanías. Es una época de absentismo clerical que se extiende hasta el Concilio de Trento: los obispos abandonan las diócesis, los canónigos las catedrales, los sacerdotes las parroquias y los religiosos los conventos. La parte más sana fue el pueblo. 

1510: nace en Gandía san Francisco de Borja.

Palacio Ducal de Gandía


1519: Carlos I aprueba las Germanías, organización armada de los gremios contra los corsarios turcos.

1520: guerra de las Germanías. Tuvo su origen en la lucha de los gremios contra los musulmanes y los nobles que les protegían porque cultivaban sus tierras. Los gremios estaban hartos de las devastadoras  razias turcas apoyadas por los musulmanes que vivían en el reino de Valencia. Cesa la guerra en 1523.

1525: graves sucesos en la sierra de Espadán, donde se hicieron fuertes grupos armados de moriscos que asolaron durante meses las aldeas cristianas de la zona. Sucedió también en Benaguacil.

1544: toma posesión Sto Tomás de Villanueva, el obispo santo que precisaba la renovación de la diócesis. Visitó todas las parroquias, impuso la obligación de residir a los párrocos y de vestir el traje talar. Les prohibió dedicarse a negocios e impuso penas graves a las inmoralidades. Prohibió celebrar a sacerdotes sin licencia y puso freno a la venta de indulgencias.

1545/1563: concilio de Trento

1568: toma posesión como obispo de Valencia san Juan de Ribera, el santo Patriarca. Continúa la reforma y aplica las directrices del concilio de Trento, consiguiendo una profunda renovación del clero. Hombre de estudio y gobierno y buen pastor, se distinguió por su profundo amor a la Eucaristía. A él se debe en buena parte la larga tradición de sacerdotes valencianos sabios y piadosos, que tienen la Santa Misa en el centro de sus vidas y la celebran con profunda devoción.  Estableció disposiciones para dignificar el culto divino; por ejemplo que nadie se acercase al sacerdote durante la celebración de la Santa Misa.


Colegio del Patriarca

Iglesia del Patriarca san Juan de Ribera

San Juan de Ribera se estrelló en los intentos de evangelización de los moriscos, y pudo comprobar que los pocos que se convertían solían fingir. Lejos de integrarse, la comunidad musulmana soñaba con volver a dominar políticamente la situación del país, y sus costumbres provocaban continuas tensiones sociales. Cuando llegó a evidenciarse el entendimiento de los moriscos con los piratas  musulmanes que devastaban las costas, los reyes de España temieron seriamente por la seguridad del Reino si los moros se alzaban en armas ayudados por los turcos.

1609: Felipe II  decreta la expulsión de todos los moriscos que no se hubiesen convertido, con la aprobación de San Juan de Ribera. La expulsión supuso un gran alivio para la tranquilidad ciudadana y para la recuperación de costumbres cristianas. Pero también supuso un grave descenso de población y un hundimiento económico, que no se recuperó hasta finales de siglo. Hasta 1750 Valencia no volvió a tener el mismo número de habitantes.

1647: peste bubónica, muere el 25% de la población.

1650/1700 depresión económica, bandolerismo y segunda guerra de las Germanías, por enfrentamiento entre señores y vasallos que se negaban a pagar tributos.

1707: el 25 de abril Felipe V, borbón, derrota al archiduque Carlos de Austria en la batalla de Almansa. Valencia, que había apoyado al archiduque, pierde sus fueros. Para tener dominada la capital se construye la Ciudadela en un extremo de la muralla, junto al río Turia (fue derribada en 1901).

Derribo de la Ciudadela de Valencia en 1901


1713: fin de la guerra de Sucesión con el tratado de Utrecht. Se instaura en España el absolutismo centralizado, que acelera el proceso de pérdida del valenciano como lengua, llegando a finales del siglo XVIII a su extinción casi total. Como en el resto de la sociedad, en la Iglesia decae el uso del valenciano. La castellanización avanza progresivamente durante más de dos siglos, favorecida por el centralismo político, por la comercialización del libro y por la repoblación con gentes de otras tierras tras la expulsión de los moriscos. No fueron los clérigos regulares quienes introdujeron el castellano, como falsamente se ha dicho.

1767: expulsión de los jesuitas de España.

1773: el Papa extingue la Compañía de Jesús. En 1814 fueron restaurados y regresan.

1790: fundación del seminario diocesano. Desde 1550 existían diversas fundaciones de colegios mayores para la formación de sacerdotes (de la Presentación, de la Asunción…)

1793: revueltas contra los franceses de la ciudad, porque no querían acoger a sus compatriotas que huían de la revolución francesa.

1808: guerra de la Independencia contra los franceses y en defensa de la religión: fue un levantamiento popular.

1812: cae Valencia en manos de los franceses. Aunque el arzobispo de Valencia, Company, les era hostil, ofreció su colaboración a cambio de que se frenara el saqueo de Valencia, que se garantizara el culto en los templos y que no se establecieran logias masónicas. Lo consiguió en parte, pero no pudo evitar que muchos sacerdotes abandonaran las parroquias y se alistaran en la guerrilla.

1813: el gobierno afrancesado suprime las órdenes religiosas. Con la expulsión de los frailes se extendió el pillaje de los conventos abandonados, con graves pérdidas. Se produjeron numerosas secularizaciones, sobre todo de regulares, que llevaron una vida poco ejemplar y produjeron escándalos en las parroquias.

1820: pronunciamiento del liberal Riego. El nuevo capitán general, masón, ejecuta a su antecesor, el general Elio. Se establece el Trienio liberal. Comienza la Desamortización de bienes eclesiásticos, que fue en realidad un verdadero expolio y supuso la ruina de gran parte del patrimonio artístico-religioso valenciano.  Desaparecen entre otros los monasterios de Santa María de Valldigna, cisterciense; Santa María de la Murta, de los Jerónimos; san Miguel de los Reyes, San Vicente de la Roqueta y Santa Mónica.

Bastantes clérigos participaron con entusiasmo en la vida política del Trienio liberal. Muchos fueron diputados, se afiliaron a sectas secretas y a los comuneros. Bastantes fueron considerados masones, y aparecieron en listas del Archivo Secreto Vaticano.

1823: restauración absolutista.

1833: muere Fernando VII. Primera guerra carlista, de Carlos de Borbón contra Isabel II, hija de Fernando VII.

1835/1848: trece años de sede episcopal vacante. En la vida política se impone el liberalismo anticlerical.

1840: se cierra el seminario.

1868: revolución “Gloriosa”, que destrona a Isabel II. En Valencia se forma una Junta presidida por Peris y Valero, que siguiendo la política de Madrid ordena la demolición de templos y la expulsión de los jesuitas. En diversas ciudades de España se cometen graves atropellos: robos sacrílegos, fusilamientos de imágenes, vejaciones a eclesiásticos.

1873: Primera República. Movimiento cantonalista republicano en Valencia y Alcoy.

A lo largo del siglo XIX se produce un lento y progresivo descrédito del clero, especialmente en los ambientes intelectuales: abundaban los clérigos mediocres, sin formación teológica, cuyos sermones, en lugar de edificar, escandalizaban o provocaban hilaridad, porque carecían de doctrina y estaban cargados de política o de retórica vacía, con dramatismo declamatorio y excesos verbales. Desconocían la predicación encaminada a instruir al pueblo en las verdades de la fe y en la corrección de costumbres. Se produjo el alejamiento del sacramento de la confesión, por el mal ejemplo del clero o la imprudencia en materia moral. Abundaba la suciedad y el abandono en las iglesias. El clero no cumplía las rúbricas en las celebraciones litúrgicas…

1876: se aprueba la presencia legal de otras religiones.

1882: los liberales comienzan la lucha con el catecismo católico en la escuela.

1885: obra social y movimiento obrero del padre Vicent, jesuita. Encíclica Rerum Novarum de León XIII.

1902: Alfonso XIII. El blasquismo valenciano, cargado de anticlericalismo,  continúa su ascensión y su influjo en las masas populares.

1903: san Pío X comienza la renovación pastoral y litúrgica.

1931: Segunda República. Alfonso XIII se exilia. Asaltos e incendios de templos y conventos por parte de las masas, dirigidas por masones. Se suprime la dotación económica del clero y culto, que en realidad era una restitución simbólica por los bienes sustraídos a la Iglesia durante las desamortizaciones, y un reconocimiento del Estado a la actuación benéfica y social de la Iglesia en favor del pueblo español.

16 de febrero de 1936: victoria de las izquierdas en las elecciones. La convivencia pacífica se hace muy difícil, pues se incita a la destrucción y venganza sobre todo lo que significara derecha o tuviera contenido religioso. Se producen incendios, saqueos y expulsión de sacerdotes de las parroquias.

20 de abril de 1936: aunque no se cita en el libro, menciono el primer viaje de san Josemaría Escrivá a Valencia. Había fundado el Opus Dei en 1928 ("un querer de Dios para el mundo", explicaba) y se entrevista con monseñor Lauzarica con vistas a comenzar su labor apostólica en nuestra tierra.


san Josemaría Escrivá con el beato Álvaro del Portillo en los Viveros

18 de julio de 1936: guerra civil. El autor analiza las causas de la persecución religiosa durante la guerra civil. Aporta datos para concluir que el comunismo y sus adláteres ideológicos y sindicales desencadenaron la más cruel persecución religiosa que ha conocido la historia de España. Casi todas las víctimas fueron torturadas y asesinadas fundamentalmente por motivos religiosos, porque eran sacerdotes o sencillamente católicos coherentes. No es de recibo, añade,  tratar de explicar la persecución religiosa como mero resentimiento social contra el clero: las razones políticas o sociales, como las venganzas, quedaron relegadas a segundo plano. Además, los sacerdotes valencianos y la mayor parte de los católicos asesinados eran tan pobres como sus propios asesinos. El odio contra la religión católica, hábilmente instigado y azuzado por algunos dirigentes, es lo que movió a asesinar a gente tan del pueblo como sus asesinos. Miles alcanzaron así la palma del martirio.

Una vez más "la sangre de los mártires fue semilla de cristianos."

san Juan Pablo II venera el Santo Cáliz en la catedral de Valencia

 

En 1982 san Juan Pablo II ordena sacerdotes en la Alameda de Valencia


viernes, 30 de agosto de 2019

Pedro I el Grande, zar de Rusia


Pedro el Grande. Robert K. Massie



Estamos ante una espléndida biografía, quizá la mejor, de Pedro I el Grande (1672-1725), el zar que modernizó Rusia durante su largo mandato de más de 40 años, desde 1682, con apenas 10 años de edad, hasta 1725, año en que murió.

Dotado en una gran energía y un enorme deseo de aprender, pronto se percató del atraso en que vivía el pueblo ruso en comparación con los países europeos. Siendo muy joven, organizó la Gran Embajada Rusa, compuesta por un numeroso séquito que durante varios meses recorrió las principales capitales europeas para establecer y fortalecer relaciones diplomáticas y comerciales. Pero sobre todo para aprender de Europa.




Integrado como uno más en la Gran Embajada, y delegando en otros las funciones representativas, se dedicó durante esos meses a conocer técnicas y oficios ignorados en su país. Le deslumbró sobre todo la construcción naval, desconocida en Rusia, de la que se volvió apasionado impulsor. A él se debe la construcción de la primera flota de guerra rusa, que sería decisiva en su guerra con Suecia. Reformó el ejército y la iglesia ortodoxa rusa, y obligó a la nobleza de su país a adquirir costumbres occidentales.


                      Ejecución de los Streltsi

Sorprende la brutalidad de las costumbres rusas y del propio zar durante esa época tan cercana a la nuestra. Pedro unía a su energía vital unas maneras fieras y despóticas, y con frecuencia sanguinarias. Siendo muy joven presenció la rebelión de la guardia de Streltsi (1698), cuerpo militar que asesinó brutalmente a muchos miembros de su familia y de la nobleza. Quizá este hecho le marcó de por vida, e hizo de él un personaje con arrebatos de ira inmisericorde. Algunos ataques de tipo epiléptico que padecía parece que pudieron tener su origen también en esos dramáticos hechos.

                      Batalla de Poltava

Asistimos a momentos que marcaron hitos en la historia de Rusia y de Europa, como la larga Guerra del Norte (1700-1721), contra Suecia, la potencia militar más temible del momento. Al vencer finalmente a Suecia, contra todo pronóstico, Rusia emergió como potencia mundial.

La fundación de San Petersburgo (1703) fue un empeño personal del zar Pedro, que quería a toda costa ver a Rusia abocada al mar, y lo logró con esa ventana al Báltico, en un territorio arrebatado a los suecos. 

                      Palacio Peterhof

Pedro coaccionó a la nobleza rusa para que construyeran allí sus mansiones, y logró construir una de las ciudades más bonitas de Europa. Es menos conocido que la construcción costó la vida a miles de prisioneros de guerra, suecos en su mayoría, obligados a trabajar en condiciones de esclavitud e infrahumanas.




Muy interesante también la narración de las guerras y vicisitudes diplomáticas en el inquietante flanco sur de Rusia, siempre amenazado por Turquía  y sus aliados.



El extenso libro, de más de mil páginas, está muy bien documentado, con fuentes en  archivos históricos nacionales y en la correspondencia de monarcas y embajadores de la época, lo que da al conjunto una gran fiabilidad. El autor da contexto a los hechos, y consigue que la narración sea fluída y amena, con una vivacidad que mantiene la tensión. Y sobre todo, con la serena objetividad propia de un buen historiador, que busca saber la verdad. Una lectura altamente provechosa y recomendable.

jueves, 22 de agosto de 2019

Historia de la Iglesia


Historia de la Iglesia (I). Joseph Lortz



Para un hombre de fe, la historia de la Iglesia es la historia de la acción de Dios entre los hombres. Por eso, estudiarla tiene algo de sobrecogedor. Hay que acercarse a los hechos históricos con veneración, una veneración que acentúa el deseo de rigor y conocimiento de la verdad tal y como fue, libre de prejuicios y lugares comunes.

Es lo que logra Joseph Lortz en este trabajo histórico,  en el que se percibe tanto su amor a la Iglesia fundada por Jesucristo  como un rigor científico indudable. Su análisis de los sucesos viene acompañado de datos relevantes para la comprensión de la historia.

Anoto algunas ideas y comentarios que me ha sugerido la lectura de este primer tomo de su trabajo, que me ha parecido muy recomendable para quien desee conocer mejor la historia de la Iglesia.


Una misión encargada por Dios mismo

Durante 3 años, Jesucristo formó a sus doce apóstoles para que fueran capaces de realizar una misión: “Id por todas partes y anunciad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

Esa misión superaba con creces la capacidad humana de aquellos Doce. Por eso les envía el Espíritu Santo, que conducirá a su Iglesia. Pero, parafraseando a Benedicto XVI, lo único que el Espíritu Santo garantiza es que el daño que ocasionemos los hombres a su Iglesia no sea irreversible.

Debe dar mucha serenidad al cristiano, en medio de las deficiencias propias y ajenas, contemplar ese empeño de Dios: la Iglesia no es un invento humano. Late en ella el corazón omnipotente y misericordioso de Dios, que ha depositado en su Iglesia todo lo que el hombre necesita saber sobre el sentido de su vida, sobre cómo ser feliz en la tierra y para siempre en el cielo.


La historia de la Iglesia es la historia de lo divino en la tierra

Mediante la Encarnación de Jesucristo, Dios mismo ha querido participar en la historia humana. Por eso la Iglesia no cesará de extenderse, generación tras generación. Se mueve guiada por la voluntad salvífica de Dios, que gobierna el mundo y hace que incluso el error de los hombres sea útil para su designio salvador. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.”


Lo mejor de la historia de Occidente se debe a la Iglesia

Tal vez la prueba más palpable de la divinidad de la Iglesia estriba en que todos los pecados e infidelidades de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruirla. De todo don de Dios se puede abusar.  Incluso el papado puede abusar de su poder espiritual por afán de dominio o de placer. Pero el papado está amparado por una promesa de asistencia, y aun cuando cometiese errores no se verá afectado en su esencia.

El reconocimiento de esos errores en la historia –donde hay personas se cometen errores- no debe impedir reconocer también un hecho patente: lo más óptimo de la cultura actual de Occidente ha surgido de la Iglesia, ha crecido alimentada por sus raíces cristianas en un terreno fecundado por el Evangelio. Aunque en ocasiones esa misma cultura se haya vuelto hostil a la Iglesia, que la ha hecho posible.

De la Iglesia procede el sentimiento fraterno entre los hombres, la igualdad del hombre y la mujer,  el deber de cuidar a los más débiles y desfavorecidos (¡son el mismo Jesucristo!), la separación del poder civil y religioso (“dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”), la igualdad ante la ley y la justicia, el derecho de gentes, la conciencia progresiva de la libertad humana, porque es un don de Dios que el mismo Dios respeta…

Son sentimientos que no quedaron en deseos teóricos, sino que a lo largo de la historia fueron cuajando  en obras concretas: asilos, hospitales, universidades, centros de enseñanza y alfabetización, dispensarios, instituciones para viudas y huérfanos, gremios profesionales, garantías procesales,...

El Evangelio actuó como un gran dinamismo civilizador, porque dotaba a los hombres de sentido para sus vidas, de confianza en un Dios providente y amoroso que invitaba a construir relaciones fraternas con los demás hombres, a perdonar y así hacer posible la paz, a confiar  en su propia capacidad de conocer el mundo y de mejorarlo…


Poder transformador del cristianismo



Constantino (272-337) conocía la descomposición interna del Estado en el Imperio Romano. Había vivido en Asia Menor, que en su época era el país más cristiano del mundo, y conocía la gran potencia transformadora del cristianismo, al que se había adherido lo mejor de la intelectualidad del momento.

¿Qué tenía la Iglesia, tan pobre en los primeros siglos de su existencia, que atrajera a tantos? Desde luego la acción de la gracia de Dios y el fuego apostólico de los primeros cristianos. Pero quizá la Iglesia pudo superar al paganismo porque durante sus primeros siglos  se centró sobre todo en su íntimo núcleo, llenándose así de poder de irradiación.

Precisamente porque sentía la necesidad de distanciarse de costumbres paganas que chocaban con las enseñanzas de Jesús, la Iglesia “creció para adentro”, en santidad de sus miembros. Y la santidad, si es auténtica, irradia.


Separación de política y religión: logro histórico y problemática evolución

Con el Edicto de Milán (313) el emperador Constantino reconoce la libertad para elegir religión, y por primera vez los cristianos gozan de libertad para practicar su fe. El Estado reconoce que en la vida social existen dos esferas autónomas: política y religión, Estado e Iglesia. Es lo que Jesús había enseñado: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 21).

Ese decreto, que por primera vez en la historia declara la libertad de conciencia, tendrá enormes repercusiones históricas. El edicto no significó que ya estuvieran garantizadas ni la libertad de conciencia ni la plena separación de poderes, pero abrió la puerta a una tarea que a lo largo de los siglos se ha ido abriendo paso. Aun hoy sufre tensiones en su realización práctica.

Con su arriesgada decisión, el emperador Constantino se puso del lado del futuro, aunque seguramente no preveía el gran impacto que supondría esa libertad, que en breve dio lugar a situaciones impensables en tiempos antiguos.

Por ejemplo, en el 494, el papa Gelasio I escribe al emperador Anastasio para decirle taxativamente que el poder espiritual es completamente independiente del poder temporal.  Esto al hombre antiguo no se le habría ocurrido ni pensarlo, porque desde siempre el poder espiritual estaba plenamente sometido al poder civil, que reclamaba para sí la máxima autoridad espiritual.

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Cuando san Ambrosio, en el año 390, excomulga al emperador Teodosio por haber ordenado una matanza en Tesalónica, y se atreve a prohibirle la entrada en una iglesia, y le impone una humillante penitencia, descubrimos la enorme potencia espiritual de la sacralidad cristiana, impensable en época pagana.


Primado del obispo de Roma y poder temporal

El primado del obispo de Roma actuó como garantía de libertad espiritual para la Iglesia. Mientras el Patriarca de Constantinopla estaba cada vez más aterrorizado por el poder del emperador, el primado del obispo de Roma sobre los demás obispos significaba la preservación de la libertad de la Iglesia. 

Sin Roma, desde el punto de vista histórico, no se hubiese dado a la larga un gobierno autónomo espiritual de la Iglesia. Esa autonomía fue posible gracias a que en Roma se había introducido la separación del poder político y del religioso, dos esferas de la vida  que deben avanzar en armonía y colaboración, pero sin intromisiones.

Mientras hubo colaboración, el Occidente cristiano estuvo lleno de vigor. Cuando desde el siglo XIII esa conjunción se vio amenazada, comenzó a desordenarse el cimiento del Medioevo.

Todas las anomalías de la Edad Media (simonía, dependencia de la Iglesia del Estado, secularización de los obispos, injerencias del emperador en la vida canónica…) fueron en su mayoría consecuencia de la mezcla de poderes, sin la suficiente separación ni coordinación de ambas partes para un servicio recíproco efectivo. Más bien, cada una trató de imponer su hegemonía sobre la otra, preparando las bases de lo que fue después una separación hostil.


Juicios ahistóricos

Pero incluso en esas circunstancias de confusión no hay que ser demasiado rápidos para emitir juicios sobre lo acertado de las decisiones que se tomaban, porque los juicios pueden ser  ahistóricos si se prescinde del contexto.

Por ejemplo, es el caso de las críticas al poder temporal del papado. Hoy nos parecen altamente razonables, pero sin el poder político de los papas, incluso cuando detrás de ese poder hubiera intereses personales, los continuos ataques de los ambiciosos poderes nacionales (como Francia, Inglaterra o Alemania) hubiesen quebrantado la unidad de la Iglesia en esos países.

Esos poderes nacionales con frecuencia pusieron al servicio de sus intereses y contra la Iglesia toda su capacidad jurídica, publicista e incluso teológica. Ellos dieron origen a muchas leyendas negras que falseaban la realidad y beneficiaban a sus intereses, aunque para ello tuviesen que atentar contra la unidad de la doctrina católica.


La Edad Media

En medio de todas las tormentas que provocaron las invasiones bárbaras, que en sucesivas oleadas destrozaron la antigua y ya decadente civilización romana (entre el año 375 y el 700), la Iglesia fue la salvadora de la cultura y el refugio de los pobres.

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Fueron los obispos quienes permanecieron en sus puestos cuando todos huían. Los obispos conseguían y repartían el grano, cuidaban a los más débiles y abatidos, infundían ánimo a quienes se vieron abandonados a su suerte, hacían frente a la desesperanza, y tendían la mano civilizadora a los bárbaros invasores, jugándose la vida.

El efecto final de las invasiones fue la ruina de la antigua civilización romana, ya en vías de descomposición desde hacía tiempo por hastío vital y por un fuerte descenso de la población. Y fue entonces cuando apareció el aspecto “medieval” en Europa, que era el aspecto que traían los invasores bárbaros, incultos y de costumbres salvajes.  
Sobre esa ruina física y cultural bárbara de los primeros siglos del medioevo es sobre la que los hombres de Iglesia comenzarían a edificar las bases de lo que llegaría a ser la civilización de Occidente, la más grande que jamás haya existido sobre la tierra, de la que aún somos deudores.


La Edad Media fue una Edad luminosa



Edad Media”, afirma Lortz,  es un término despectivo inventado siglos después por humanistas presuntuosos, para descalificar el período de la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento, en que habría reaparecido la cultura, según ellos.

Pero esa época medieval, que llegó a entenderse a sí misma como el “orbe cristiano”, no sólo realizó una gran obra cultural, sino que sin ella no habría surgido el Renacimiento.

Quizá uno de los más grandes logros espirituales y sociales de la Iglesia en la Primera Edad Media fue la erección de parroquias rurales. Hoy no nos damos cuenta de lo que aquello significó para culturizar y cohesionar al pueblo.

El párroco era un hombre instruído espiritualmente, preparado para predicar la revelación cristiana, y estaba en continuo contacto con las gentes  del campo, que no tenían instrucción ninguna: fueron entre ellos un foco de luz y calor para esa naciente cultura occidental, en la que se empezaban a sentir no como salvajes aislados, sino pertenecientes a una familia: la de los hijos de Dios, hermanos entre sí por tanto.

Con muchas deficiencias y costumbres bárbaras aún, por supuesto, pero la Iglesia depositaba en sus mentes y en sus almas la semilla civilizadora del Evangelio.


Promotora de civilización


                                 
Cuando Benito de Nursia (480-547) estableció su regla, incluyó el voto de stabilitas loci: compromiso de permanecer en el mismo monasterio. Esto, junto al lema de ora et labora, que llevaba consigo el trabajo manual y el intelectual, convirtió a los monasterios en promotores de civilización en terrenos hasta entonces no cultivados, generadores de economía y de ciencia, y por supuesto de religiosidad.

Los monasterios configuraron el mundo no sólo para la Iglesia, sino también para el Estado y para la ciencia, y fueron tomados como ejemplo por los pueblos bárbaros germanos.

Es significativa una constante en la historia de la Iglesia: en los momentos de mayor oscuridad espiritual o moral, siempre han surgido movimientos renovadores, que han crecido lenta y firmemente, arrancando desde el silencioso trabajo de pequeños círculos de personas



Cluny, en el siglo X, es un claro ejemplo, entre muchos otros a lo largo de la historia y hasta nuestros días.


Conversiones masivas de los pueblos germánicos

Pueblos enteros germánicos se convirtieron al cristianismo, en masa, siguiendo a sus reyes. Desde luego, raras veces eran capaces de darse cuenta teológica del contenido de la fe que abrazaban.

                    Conversión de los bárbaros


Si convertirse, según el Evangelio, significa ante todo metanoia, cambio del modo de pensar, es claro que en una conversión masiva ese cambio corre el peligro de ser insuficiente. Y lo confirma la historia de la vida religiosa en los primeros siglos cristianos del medioevo.

Pero igual de malo, o peor, fueron otras conversiones “ilustradas” cuando se guiaban por falsas interpretaciones del cristianismo, como las judaicas o gnósticas, muchas veces causadas por malas traducciones del Evangelio.

Las conversiones en masa requirieron un proceso lento y paciente de asimilación auténtica de la fe hasta que se hiciera vida, tarea que por otra parte todo cristiano sabe, o debería saber, que no terminará nunca.

Pero esas conversiones masivas tenían la ventaja de poner de manifiesto la unidad de la comunidad. La fidelidad del séquito a su rey, siguiéndole incluso en la fe que abrazaba, era imagen de algo mucho más fuerte: la comunión de los santos.

Y es bueno recordar, según la enseñanza de Jesús, que la aceptación del reino de Dios no está reservada a los sabios, antes bien a los sencillos y humildes.


Unidad de la verdad y valores objetivos

Quizá pocos como san Agustín (354-430) han encarnado el espíritu cristiano. El obispo de Hipona une una piedad personalísima (la piedad de una mente genial y poderosa) con la fidelidad a la Iglesia (a su principio vital, que es Jesucristo, e inseparablemente al primado de Pedro, garantía de la unidad de doctrina).

                   Agustín de Hipona

San Agustín es modelo de la síntesis católica, que une a la conmoción personal y subjetiva la aceptación de unos valores objetivos. Nada tiene valor si tras ello no está el hombre interior que lo hace suyo. Pero el hombre interior no es la medida de sí mismo y de las cosas, sino que frente a él está indefectiblemente la única Iglesia fundada por Jesús.


Abusos

Frecuentemente encontramos en la historia de la Iglesia anomalías religiosas y morales. Pero son menos de lo que han querido hacernos creer las leyendas negras y otras manipulaciones históricas de quienes tienen a la Iglesia por enemigo a batir.

La mejor apologética, la única verdadera, es la verdad. Y eso exige constatar la realidad como es, con el esfuerzo de rigor técnico que merece el objeto de investigación. Sombras las ha habido, porque intervenimos personas. Pero la verdad exige que se tome en consideración todo el curso de las cosas, y no solo las sombras. Y tener en cuenta que lo malo hace más ruido que lo bueno. El mal es agresivo y chillón, y por eso permanece en la memoria de los pueblos. El bien es más discreto.

Lo más importante es que las anomalías siempre han sido vencidas y superadas por la Iglesia, y de ello se deduce que la santidad de la Iglesia es sustancial y no depende de la debilidad de sus miembros. La Iglesia es iglesia de pecadores, y en el curso de la historia a veces lo ha sido de forma trágica. Pero ¿en qué otra institución formada por hombres no ha habido errores? Y ninguna como la Iglesia ha estado dispuesta a reconocerlos y pedir perdón siempre que ha sido necesario.

Incluso en los tiempos más oscuros, Dios siempre ha regalado a su Iglesia santos para hacerla resurgir de nuevo. Santos en los que verdaderamente se instaura el reino de Dios en la tierra, que no consiste en un reinado humano, sino en la plenitud de la fe en los miembros de la Iglesia.

El Reino de Dios está dentro de vosotros”: ahí es donde Dios quiere reinar. Y después… pax Christi in regno Christi! En la medida en que Dios reine en cada corazón humano, reinará en el mundo.


Comprensión progresiva de la Revelación

Jesucristo nos trajo una revelación divina que nuestro entendimiento nunca podría haber encontrado por sí solo, y que incluso ahora no captamos en todo su pleno sentido. Ya lo anunció el mismo Jesús: nuestra capacidad intelectual, portentosa pero limitada, irá comprendiendo progresivamente las insondables riquezas contenidas en el Evangelio, con ayuda del Espíritu Santo. Por eso nos lo envía.  El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena.” (Jn 16, 13)

Incluso en esta tierra nunca conoceremos la plenitud de la verdad, aunque se nos dé conocerla poco a poco más claramente: “Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.” (1 Cor 13, 12)

El crecimiento del reino de Dios obedece a grandes leyes fundamentales, que es lo contrario de una fijación literal inicial de todos los detalles. Hay una evolución en la Iglesia: la prometida conducción a la verdad completa por el Espíritu Santo, que en el transcurso del tiempo llega a convertir en fórmulas explícitas revelaciones contenidas implícitamente y como en germen en la predicación de Jesús: son los dogmas.


Dogma y controversias

Las definiciones dogmáticas de la Iglesia (precedidas con frecuencia de duras controversias doctrinales durante los siglos V al VII) salvaguardaban el núcleo de la verdad cristiana, impidiendo la interpretación unilateral y herética, y el consiguiente empobrecimiento del contenido de la revelación.

                    Concilio de Éfeso

Los dogmas guardan íntegro para las sucesivas generaciones el depósito de la fe revelada por Dios. No significan rigidez teórica del cristianismo, sino un gran valor religioso, puesto que contienen la verdadera doctrina de salvación, que no es invento humano.

Los dogmas son garantía de unidad y fuente de confianza en los creyentes, y sólo se entienden por la fe en la especial asistencia prometida por Dios a Pedro y a sus sucesores.

Pero si el Espíritu Santo garantiza la verdad de lo declarado como dogma (hay muy pocos dogmas en la Iglesia, los justos e imprescindibles), no aprueba en cambio los usos y modos de los debates doctrinales que a veces precedieron a esas declaraciones dogmáticas, muy duros y con frecuencia mediatizados por la política, el odio o el egoísmo.

Esas controversias lesionaron el amor fraterno en nombre de la verdad, y por eso debilitaron la fuerza evangelizadora del cristianismo, lo disgregaron, y prepararon que el islam lo hiciera desaparecer en Asia Menor y otras zonas que habían sido cristianas desde la primera hora.

Si la historia está para enseñar lecciones, esta es una de ellas: el cristiano nunca puede olvidar que toda afirmación y todo conocimiento debe estar impregnado por el amor: “la verdad sea dicha con caridad.” (Ef 4, 15).


Herejías y escisiones

La base para valorar las escisiones que se han dado en la historia, y que aún perviven, es la explícita Voluntad del único Señor: no debe haber más que una única Iglesia y una doctrina, un único pastor y un único rebaño. Es la oración de Jesús al Padre: “Ut omnes unum sint!” (Jn 17, 2) “¡Que todos sea uno!” Una súplica de Quien conoce nuestra debilidad y nuestra soberbia, capaz de todas las enemistades y rupturas.

La unidad del cristianismo depende de la unidad de la verdad. Pero queda un atisbo de esperanza. El cristianismo no es solo una doctrina. Es fundamentalmente una Persona: Jesucristo. Por eso no hay separación absoluta cuando se mantienen la fe en Jesucristo, Señor y Redentor, Dios y hombre.

Eso explica que algunas de las ramas separadas por deformaciones de la verdad cristiana hayan seguido dando frutos y hayan permanecido. Y que debamos seguir rezando, con Jesús, por la plena unidad de su rebaño entorno al único Pastor.

La herejía no debe identificarse con maldad u orgullo. Muchas veces procede de un ardiente celo de personas con grandes dones naturales, que buscan personalmente la verdad salvífica correcta. 

Lo que evidencian las herejías es la limitación cognitiva del hombre. Para remediarlo estableció Jesús el primado de Pedro, y esa es la norma segura: ubi Petrus, ibi Eclesia.


Escándalos

Escándalos entre los cristianos hubo siempre, porque no siempre se guardaba el alto nivel moral exigido por la doctrina cristiana. Esto ya lo anunció Jesús en la parábola del trigo y la cizaña, y de los peces buenos y malos arrastrados por la misma red, o del invitado a la boda sin traje nupcial.

La Iglesia desde el principio tuvo en cuenta la mediocridad religiosa y moral de los hombres, y afirmó que a pesar de sus miembros indignos pervivía la santidad objetiva, ya que Dios mismo es su origen y protagonista.

Pero fue precisamente la vida ejemplar de los primeros cristianos, que chocaba con las conductas depravadas reinantes en el decadente imperio romano, lo que atrajo a los gentiles hacia la Iglesia.

Más que sus escritos y doctrinas, lo que atraía de los cristianos era su conducta y sus costumbres, porque la profesión de fe implicaba inseparablemente una renovación de la vida moral que se manifestaba en el estilo de vida: era un verdadero cambio de la manera de pensar.


Turbio origen de las leyendas negras 

Una de las fábulas contra la Iglesia consiste en asegurar que en uno de sus concilios (el de Macon, en el año 585) se negó que las mujeres tuviesen alma.

La realidad es más sencilla: uno de los participantes en el concilio pidió que no se empleara el término “hominem” para designar a las mujeres, pues “homo” significa varón, y no el genérico “hombre” que se solía usar para designar a toda persona, varón o mujer.

La falsa interpretación de esa precisión lingüística dio origen a una mentira extendida aún hoy entre algunos ateos militantes.


Europa se hizo peregrinando

Las peregrinaciones piadosas tienen su origen en el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, en su predicación ambulante en busca de los hombres, y en la tradición de acudir en peregrinación al templo, a los lugares santos.



Existe una honda conciencia en la persona de que la vida es un viaje hacia nuestro destino definitivo. Cada peregrinación es una imagen del viaje de la vida. Caminar hacia un lugar santo nos trae a la mente el caminar de la vida hacia el cielo, y la necesidad de implorar un buen camino.

Son lugares santos los que han sido bendecidos por la huella de Jesucristo, de la Virgen, de los Apóstoles o de los santos. Desde el momento en que Dios se encarnó en un tiempo y en un lugar determinado, ya es lícito creer que Dios ha querido santificar un lugar más que cualquier otro. El cristiano no sigue a unas ideas o a una doctrina, sino a una Persona que ha pisado nuestra tierra.

Por todo eso tienen sentido evangélico las peregrinaciones. Ya en el siglo IV tenemos constancia de la emperatriz Elena y la monja Egeria peregrinando a Tierra Santa.

            

Las romerías tienen su origen en el deseo de ir a Roma para visitar la tumba de san Pedro, y pronto pasaron a designar otras peregrinaciones, como a los lugares en que de modo especial se venera a la Virgen, que siempre ha estado presente en la vida de los cristianos.

Esas peregrinaciones, que transcurrían por itinerarios que desde todo el orbe cristiano conducían a Roma, a Santiago, a Loreto…, contribuyeron a hermanar a gentes de todos los pueblos y naciones que profesaban la misma fe.


El monacato y la renuncia al mundo

La renuncia al mundo enseñada por Jesús fue tomada en sentido literal y dio origen al monacato, que nació en Egipto en el siglo IV y de ahí pasó a Occidente. El monacato fue considerado como refugio genuino de la renuncia al mundo, entendida como expresión máxima del “sólo una cosa es necesaria” predicado por Jesús.

                    Cartuja de Porta Coeli, Valencia

Pero si eso era “lo más”, fácilmente se debería haber previsto que quien no seguía ese camino quedaba en un plano inferior en su coherencia cristiana. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que, de manera práctica, se entendiese el sentido de las palabras de Jesús, que a todos pide “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Esa máxima perfección a la que todo cristiano  debe aspirar, no podía significar que todos tuvieran que abandonar sus familias y trabajos (“el mundo”) para alcanzarla. Pero en la práctica así se entendió durante muchos siglos.


Santidad en medio del mundo

La llamada universal a la santidad, que por una luz especial de Dios fue predicada desde 1928 por el fundador del Opus Dei y más tarde recogida por el concilio Vaticano II, ha corregido esa falsa interpretación. La reciente exhortación apostólica del papa Francisco Gaudete et exultate ha recordado esa llamada de todos a ser santos.



Siempre hará falta el precioso testimonio de monjes y religiosos, que con su renuncia dan testimonio de qué es lo esencial y prioritario. Su presencia ha sido y será determinante en la historia de la Iglesia. 

Pero forma parte del designio de Dios que la inmensa mayoría de sus fieles, que son los laicos, descubran y asuman su misión en el mundo, sin salir de él, de sus familias, de sus trabajos, de su contribución a la construcción de una sociedad más justa. Los laicos tienen la misión de santificar el mundo desde dentro, para ordenarlo de nuevo a Dios.  Y de hacerse santos en el cumplimiento de esa tarea.