Samuel J. Aquila,
arzobispo de Denver (USA), comparaba la juventud que se
educa en el islam con la juventud en los países occidentales. Los
jóvenes musulmanes aprenden a leer en el Corán. Dedican a su estudio desde niños entre 2
y 3 horas diarias, y así las enseñanzas del profeta acaban conformando
sus mentes.
La mayoría de los jóvenes
occidentales, en cambio, llevan varias generaciones aprendiendo a leer sobre
todo en los contenidos de sus pantallas. Publicidad, videojuegos, teleseries,
redes sociales… con sus raciones de hedonismo, violencia, sexo, relativismo y
agnosticismo, son los principales educadores que configuran sus mentes desde pequeños.
Esos educadores digitales abundan en "valores" propios: eres más feliz cuantas más cosas puedas
comprar; ser viejo es malo; sufrir no tiene sentido; las
relaciones humanas no duran, lo normal es que las parejas y las familias se rompan; la autoridad es un peligro; el cristianismo es
irracional; cuida la
apariencia de tu cuerpo pero no te abstengas de nada; no te
esfuerces, que ya papá Estado cuidará de tí; miente si te
conviene…
Aquila propone volver al tesoro que
contiene las más preciosas joyas de la humanidad: la Sagrada Escritura y la
teología cristiana.
Si dedicásemos 2 o 3 horas diarias a estudiar las enseñanzas de Jesús, las consecuencias para nuestra vida
diaria de su riquísimo mensaje de amor y fraternidad… resolveríamos muchos problemas.
Al menos podemos intentarlo con una hora diaria, sacadas de esas horas tontas que
perdemos viendo telediarios que desinforman o programas basura, trasteando sin ton
ni son las redes sociales…
Cualquiera que aspire a una transformación personal y del mundo, ahí tiene la clave: conocer el Evangelio. Aunque sólo fuera
por curiosidad intelectual, hay que conocer la religión católica.
No saben el
daño que hacen a la civilización, y a cada mente juvenil, quienes quitan la
religión de los planes escolares.
Dos mujeres destacan en el panorama mundial por su
eficiente gestión de la crisis del COVID: la canciller federal de Alemania,
Angela Merkel, de la Unión Demócrata Cristiana, y Jacinda Ardern, Primera
Ministra de Nueva Zelanda, del partido laborista. Los analistas
destacan que han sabido gestionar la crisis porque se han
centrado en resolver el problema y no en buscar imagen ni rédito político.
Esta forma de actuar, centrada en el
interés común, es la que concede autoridad a un político y lo
convierte en líder. Para que cualquier organización funcione bien se requieren
líderes con autoridad. Pero tener autoridad es distinto de tener
poder. El poder puede ser usurpado, la autoridad no. El poder puede ser
déspota, la autoridad no. El poder puede mantenerse mediante compromisos
oscuros, la autoridad no.
La autoridad hay que ganársela con ejemplaridad y
transparencia. Autoridad es lo que la gente concede a quien es
ejemplar en su actuación. Su buen ejemplo genera confianza, y entonces los
subordinados le conceden autoridad.
Que el líder sea merecedor de autoridad es un requisito para el
buen funcionamiento de cualquier organización, cuánto más de los gobiernos
encargados de regir un país, y por extensión en cuantos se dedican a la noble
tarea de la cosa pública.
Pero la autoridad hay que ganársela día a día actuando con motivaciones
trascendentes, esto es, buscando resultados no solo para uno mismo sino
para los demás, para el bien común, un concepto que deberíamos
recuperar con urgencia. El bien común tiene en cuenta a todos, y no solo a los
de tal o cual facción.
La confianza, en la que se basa la autoridad, es más que una suma de votos
u opiniones. Se pierde por el uso injusto del poder (cuando
quien manda solo piensa en su propio interés y no en el del conjunto social);
por no usar el poder cuando y como se debe (por falta de
competencia); o por un uso inútil del poder, restringiendo en
exceso la libertad de los subordinados en perjuicio del interés de la empresa,
o del país.
Lo explican todos los manuales de gestión de las organizaciones.
Parecía un párrafo de uno de los libros del pensador británico C.S.Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, publicado en 1942. Me lo ha pasado un amigo, sobresaltado por la similitud con nuestra situación actual, en plena pandemia ocasionada por el coronavirus. Gracias a la advertencia de otro buen amigo he comprobado que el párrafo es imaginario. Sin duda el autor, inspirado por el sentido que Lewis dio a su obra, ha querido imaginar qué nos diría de la pandemia actual y la reacción de muchos ante ella. Ha redactado un texto y lo ha puesto en circulación, sin advertir que el autor no es C.S.Lewis. Lo que sí dice Lewis, poniéndolo en boca del diablo, es que como muchos no piensan en la vida eterna, "tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la supervivencia como el bien supremo. Pero es porque les hemos educado para que pensaran así."
Cuando Lewis tenía 30 años, su amistad con Tolkien supuso un reencuentro con el cristianismo. Su conversión dejó una profunda huella en sus escritos. En Cartas del diablo a su sobrino hace una magistral descripción, en clave irónica llena de humor británico, de las diversas formas en que el hombre se deja seducir por las tentaciones del maligno. Y una de ellas es no pensar nunca en el más allá de la muerte, en la vida eterna.
Transcribo ahora el párrafo ficticio que ha sobresaltado a mi amigo, redactado en estos días de confinamiento por algún bienintencionado que debería haber avisado de que el texto no es en realidad de Lewis, aunque se inspire en su obra:
"- ¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
- Por el miedo.
-- Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
- No. Miedo a enfermarse.
- ¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?
- Sí, se enfermaban.
- ¿Nadie más moría?
- Sí, morían.
- Pero, ¿no había cura para la enfermedad?
- Había.
- Entonces no entiendo.
- Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros)...
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quién da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido.”
Es la actitud que podríamos adoptar, atenazados por el miedo a perder la salud. Un miedo lógico, especialmente para quien piense que esta vida es la única.
Si hay una cosa clara es que todos moriremos, si Dios quiere dentro de muchos años. Por eso lo esencial no es conservar la salud a toda costa. Lo decisivo es emplear la vida en algo que valga la pena, para esta vida y sobre todo para la otra.
Como están haciendo tantos héroes anónimos estos días, dejándose la salud y jugándose la vida por cuidar a quienes les necesitan. Así es como mejoraremos el mundo. (Imágenes de la Clínica Universitaria de Navarra)
En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles. Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos. La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario. Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.
Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira. Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús. Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros. Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él. El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva, mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.
La crisis de fe en amplios
sectores de la Iglesia, y el patente declive moral de Occidente, han movido al
cardenal Robert Sarah en repetidas ocasiones a elevar su voz de pastor y hombre
de fe para dar un toque de atención a quien quiera escucharle.
Éste es el tercero de los
libros que publicacon esa finalidad: tres
llamadas fuertes a las conciencias de creyentes y no creyentes. El primero fue
Dios o nada, en 2015. Le siguió en 2016 La fuerza del silencio.
Nacido en Guinea Conakry en
1945, la profunda piedad de unos misioneros franceses dejó una huella
imborrable en su vida. Tras muchas penurias y dificultades, fue ordenado
sacerdote en 1969, y arzobispo diez años después. Sufrió la persecución del régimen
marxista de Sekou Touré.
En 2001 Juan Pablo II le llamó a Roma, y desde
entonces ha ocupado cargos de responsabilidad en la Iglesia católica. En la
actualidad es Prefecto de la Congregación del Culto Divino y de los
Sacramentos.
Con ocasión de la presentación
de este libro, el cardenal Sarah ha concedido numerosas entrevistas, intentando
aportar luz en momentos a su juicio de gran oscuridad. No le importa ir
contracorriente. Alude con frecuencia a la presión mediática, movida por
intereses financieros, que silencia o desprestigia a las voces disidentes.
Selecciono algunas de las
ideas que me han parecido más sugerentes, tanto del libro como de algunas de sus
entrevistas con los medios. Desde luego recomiendo la lectura íntegra y pausada del libro. Ayuda a pensar.
Quédate con nosotros
Ya desde el título Sarah
nos da a conocer su intención: una llamada a orientar nuestra mente a lo
fundamental, que es Dios. Es la frase que los discípulos de Emaús dirigen a
Jesús: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y anoche.”
Han abandonado Jerusalén,
desanimados tras la cruel muerte de su Maestro, y regresan abatidos y sin
esperanza a su pueblo. Pero por el camino Jesús les sale al encuentro. No le
reconocen al principio, porque es Jesús glorioso. Pero algo cautivador perciben
en Él, y cuando se despide, le suplican: “Quédate con nosotros, pues está
cayendo la tarde y se termina el día.” Anochece, resta con noi. (Lc 24, 29). Tu
presencia y tu palabra nos devuelve la esperanza.
Es la oración que en este
tiempo deberíamos pronunciar todos: no nos dejes, porque cae la noche sobre el
mundo, y tu Presencia es la única capaz de iluminar y dar esperanza a nuestros
corazones.
Diagnóstico, pronóstico y
remedio
A preguntas de Nicolas
Diat, ensayista y editor, que se limita a intentar que el libro no
se convierta en un largo monólogo, el cardenal Sarah hilvana una reflexión
sobre la salud de dos enfermos: Occidente y la
Iglesia. Ambos sumidos en una crisis grave e interrelacionada.
Occidente ha abandonado a
Dios. Se empeña en construir una sociedad en la que Dios no tenga lugar. El
pronóstico es terrible, porque sin Dios el amor y la solidaridad, que están en
la raíz de nuestra civilización, no son sostenibles largo tiempo. Europa camina
hacia el abismo, sin identidad, despreciada por otras religiones que la
acabarán invadiendo y borrarán todo lo bueno que hemos construido durante siglos.
El remedio es volver a poner a Dios en el centro de la vida personal y social.
Paralelamente examina la
situación de la Iglesia, sumergida en una crisis en estrecha relación con la de
Occidente. Y con un diagnóstico similar: la ausencia de Dios, el desprecio de
la liturgia y de los sacramentos, que son la Presencia de Dios entre nosotros.
La Iglesia no morirá,
porque tiene promesas de vida eterna y siempre quedará un resto, por pequeño
que sea, que transmitirá la herencia recibida. Pero lo que conocemos como
Occidente cristiano desaparecerá si no
corrige su rumbo, porque a ninguna civilización se le ha prometida vida eterna.
El cristianismo no es una ideología
La Iglesia –afirma el
cardenal Sarah- atraviesa un Viernes Santo. Ese día muchos discípulos abandonaron a Jesús y le traicionaron. Judas le
traicionó porque aspiraba a un Cristo ocupado en la política. Así andan hechizados
muchos sacerdotes y obispos –afirma Sarah- metidos en cuestiones terrenales.
Olvidan que sin Cristo la caridad no será nunca sólida, que Cristo es la única
luz capaz de iluminar el mundo. Olvidan que existe el pecado original, y que el
hombre no es bueno por naturaleza: necesita la ayuda divina.
Algunos reniegan de la
capacidad de enseñar de la Iglesia, y limitan su misión a la de escuchar lamentos. Claro que una madre escucha a sus hijos, pero su papel primordial es
el de enseñar, orientar y dirigir, porque conoce el camino que hay que seguir.
La Iglesia es madre, pero es también maestra.
Con el pretexto de abrirse
al mundo, algunos adoptan ideologías actuales, para parecer a los ojos del
mundo “modernos”. Pero es el mundo el
que debe abrirse a Dios, fuente de nuestra existencia.
Recuperar el sentido del
pecado
Dios es misericordioso,
pero ese no puede ser el único aspecto de la doctrina que enseña la Iglesia.
Para que Dios pueda ejercer su misericordia es preciso que antes nos reconozcamos
pecadores, y que volvamos a Él, como regresó el hijo pródigo de la parábola de Jesús:
primero reconoce su pecado, y sólo entonces puede caminar de regreso al Padre,
confiado en su misericordia.
Hay una visión falsa de la pastoral,
que presenta a un Dios misericordioso que no exige nada. Pero no existe un
padre que no exija nada a sus hijos. Dios, como buen padre, es exigente, porque
ambiciona grandes cosas para nosotros: “Sed santos, porque Yo soy santo.”
Enseñar la doctrina que
salva
El abandono de la fe en grandes
sectores no es solo culpa del materialismo. Los sacerdotes deben reconocer la
responsabilidad principal de ese derrumbe: porque no han enseñado la doctrina cristiana,
sino lo que les gustaba, porque han menospreciado el sacramento de la
confesión, porque han celebrado la Misa sin respetar las rúbricas... Han
banalizado los sacramentos.
El luminoso misterio de la
liturgia
La crisis de la liturgia,
ha afirmado Benedicto XVI, ha provocado la crisis de la Iglesia. Algunos han
querido “humanizar” la misa, reduciéndola a un espectáculo.Pero la misa es un misterio que está más allá
de nuestra comprensión.
Es preciso rendir justicia
al misterio que rodea nuestra relación con Dios. Cuando el sacerdote celebra la
Misa, o da la absolución en la confesión, capta el significado de las palabras,
pero no puede comprender el misterio que estas palabras producen. Y eso es
preciso mostrarlo al pueblo: Dios, que nos quiere tanto, está a la vez más allá
de nuestra comprensión. Hemos de acercarnos a Él con la humildad de quien entiende
que tanto amor nos sobrepasa.
Tecnología y silencio, comunicación y evangelización
Dios se manifiesta en el
silencio, pero hoy el gran enemigo de nuestro silencio interior son los medios
tecnológicos. Sin silencio ni siquiera la razón es capaz de desarrollarse.
Por ejemplo, sugiere Sarah,
habría que instituir un gran ayuno mediático durante la cuaresma, que es un tiempo
de silencio y oración. ¿Seríamos capaces de liberarnos durante 40 días de
nuestras cadenas digitales?
La evangelización, antes
que comunicación, es testimonio. Se lleva a cabo con el cuerpo, el cansancio y
el sufrimiento. Los sacrificios de Cristo son nuestro modelo. Podemos hacer
buen uso de la teconología, pero eso requiere mucha
humildad, cualidad necesaria en periodistas y comunicadores.
Para introducirse en el
misterio de la liturgia cristiana hay que comenzar por salir de las tablets y
los móviles, de la incapacidad de vivir en silencio. No se trata de hacer que
las misas sean más amenas. Lo importante no es si me aburro o no en Misa, sino
si asisto o no.
Lo importante en la liturgia no es el aspecto afectivo, ni
siquiera entenderla, sino vivirla, porque Dios está allí. Dios es presencia real
oculta en el Sagrario y en la Misa. Esa Presencia eucarística es insustituible
por ninguna tecnología. Lo decisivo es experimentar Su Presencia.
Publicidad versus
Felicidad
La publicidad alimenta una
búsqueda ilusoria de la felicidad en el consumo y el confort, en el dinero y el
lujo. Es una trampa que se convierte en esclavitud, fuente de envidias y de
odios. Habría que limitarla como medida de salud pública.
Dios es humilde, es pobre.
Cuando la búsqueda desordenada de confort penetra en el cristiano, se aburguesa, y el clero además se burocratiza.
Celibato apostólico
Destruir el celibato sería
destruir una de las riquezas más grandes de la Iglesia. El sacerdote está
llamado a ser Cristo mismo, pobre, humilde y célibe como Él.
Hay un proyecto
estructurado de destrucción de la Iglesia mediante la decapitación de su
cabeza: cardenales, obispos, sacerdotes… Ese proyecto presenta el celibato como
algo imposible, contra-natura, para destruir el sacerdocio.
Persecución de la Iglesia y
lo cristiano
Tampoco Jesucristo fue
aceptado, porque murió en la Cruz. “Si a Mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros.”
No debemos escandalizarnos
si vamos contracorriente. T.S. Eliot decía que “en el mundo de los fugitivos,
el que toma la dirección opuesta será considerado un desertor.”
Escándalos en la Iglesia
El mal ejemplo de Judas no debe llevarnos a
rechazar a todos los apóstoles. Jesucristo ha confiado su Iglesia a hombres
sencillos y débiles, para demostrar que es Él quien actúa en medio de ellos.
Identidad europea
Europa está cegada por la
disolución de su identidad, que le ha hecho orgullosa, irreligiosa y atea. La
ruptura con Dios traerá graves consecuencias
espirituales, morales y psicológicas. Se percibe una tremenda regresión en los
valores. Lo feo se ha convertido en bello y lo inmoral en progreso.
La Comisión Europea, afirma
Sarah, sólo piensa en la construcción de un mercado libre al servicio de los
grandes poderes financieros. No protege a los pueblos ni a sus identidades,
sólo protege a los bancos.
En un reciente viaje a Polonia,
el cardenal Sarah decía a los polacos: defended vuestra identidad: sois polacos
católicos, y sólo después europeos. No sacrifiquéis las dos primeras
identidades en el altar de una Europa tecnócrata y apátrida.
Dios ha dado una misión a
Europa, que acogió el cristianismo, y desde aquí ha evangelizado el mundo. En Guinea
Conakry, por ejemplo, los colonos franceses hicieron una colonización
constructiva. Aportaron tradiciones ennoblecidas por el cristianismo, la noción
de dignidad de la persona, de derechos humanos, y unos valores que para los africanos
fueron liberadores. Llevaron un idioma maravilloso. Y la fe en el Dios
verdadero.
Pero si Europa desaparece,
sumida en la apostasía, y con ella desaparecen los valores del viejo
continente, el islam invadirá el mundo, y nuestra cultura, antropología y moral
desaparecerán, cambiarán radicalmente. Porque además ahora hay nuevos
colonizadores occidentales que expanden valores falsos y delictivos.
Odio a Dios, común al
materialismo capitalista y al marxista
En 1978 el disidente ruso
Solzhenitsyn, que había sufrido el terror de los gulags del comunismo
soviético, pronunció una conferencia en Harvard alertando a Occidente de su
decadencia: la sociedad occidental ya no puede ser modelo para la
transformación de Rusia, les decía, porque está agotada espiritualmente. Europa
no tiene nada de atractivo para el pueblo ruso, que ha sufrido por décadas las
consecuencias del odio a la fe del marxismo.
Para el sistema filosófico
marxista aplicado por Lenin y Stalin, la principal fuerza motriz era el odio a
Dios, más fundamental que sus pretensiones políticas o económicas. El ateísmo
militante es el pivote central de todo comunismo. El empeño en construir un
mundo en el que Dios no tenga cabida.
Es el engaño de Satanás cuando tienta a Jesús. Ningún reino de este mundo es el
Reino de Dios, ninguno puede pretender instaurar la justicia para siempre, la
paz definitiva, el bienestar para todos. El reino humano permanece humano, como
explica Josep Ratzinger en Jesús de Nazaret. ”El que afirme que puede edificar
el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.”
Decenas de millones
cristianos ortodoxos (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) fueron encarcelados,
torturados y asesinados por no renunciar a su fe. Se prohibió a los laicos el
acceso a la Iglesia y educar en la fe a sus hijos. Dios estaba prohibido y
perseguido.
Para un pueblo que ha
pasado por eso, el materialismo consumista y ateo de Occidente, tan parecido en
el fondo al materialismo marxista, no tiene nada de atractivo.
Es clarificador, afirma Sarah, el absurdo odio de ciertas élites de Occidente hacia la Iglesia ortodoxa
rusa, una Iglesia de santos y mártires.
Migraciones y globalización
El papa Francisco ha manifestado
que la gestión de las políticas migratorias debe ser respetuosa tanto con los
acogidos como con los que acogen.
Dios nunca ha querido los desarraigos. Es una
falsa exégesis utilizar la palabra de Dios para valorizar la migración. Cada
uno de nosotros ha de vivir en su país, arraigar y crecer en su cultura. Más
vale ayudarles a crecer en su cultura que animarles a venir a una Europa en
plena decadencia, afirma Sarah.
Hay que preocuparse de los
que dejan su tierra. Pero ¿por qué la dejan? Porque poderosos sin fe, para los
que sólo cuenta el poder y el dinero, han desestabilizado esas naciones. Eso
plantea enormes dificultades, pero lo que la Iglesia tiene que hacer es
devolver a los hombres la capacidad de mirar a Cristo. Esa es su gran misión
divina.
La globalización pretende
separar al hombre de sus raíces, de su religión, su cultura y su historia. Y
convierte al hombre en apátrida sin país ni tierra.
Dios no nos quiere
uniformes.Ha querido un mundo plural,
una naturaleza multiforme, unas diferencias enriquecedoras entre los hombres.
Si el planeta fuera un océano sin fronteras sería una pesadilla. Las naciones
son grandes familias en las que los hombres echan raíces y establecen vínculos.
No somos meros agentes económicos o consumidores.
Asistimos a una invasión
programada, dirigida y admitida por los gobernantes de Occidente, cuyos
entresijos clandestinos conocen perfectamente los servicios de información de los
países europeos.
La única solución es el
desarrollo de África, y no actitudes como el pacto de Marrakech, que se han
negado a firmar países con sentido común como Italia o Polonia. Es una irresponsabilidad de los
gobiernos acoger personas sin ofrecer garantías de una vida digna: techo,
trabajo, vida familiar y religiosa estable.
Libertad y felicidad
Poderes mediáticos y
financieros difunden en Occidente una noción falsa de libertad, vacía de
contenido, y en su nombre una nueva moral que nos está convirtiendo en sus
esclavos. En la nueva moral el mal se presenta como bien, y la verdad se
sacrifica en el altar de la falsa libertad, que es la nueva idolatría de
occidente.
Se podría decir que
Occidente camina hacia la civilización del caos de los deseos satisfechos, del
disfrute de placeres precarios que son incapaces de dar la felicidad. Lo
reflejan datos como el terrible número de suicidios de adolescentes en Europa, o
el enorme consumo de antidepresivos.
Eso es impensable en
África, en las pequeñas comunidades donde se respetan las leyes de la
naturaleza y en los que Dios sigue siendo el fundamento de la vida. En esas
comunidades no hay marginados, ni el dinero tiene más importancia que la
calidad de las relaciones humanas y de la relación con Dios. Allí los pobres
son felices: se saben acompañados, unidos por vínculos firmes.
La libertad auténtica
conduce a la virtud y al heroísmo. La falsa libertad que difunden los poderes
mediáticos y financieros de occidente conduce al vacío, crea ciudadanos
incapaces de sacrificarse ni comprometerse por la auténtica libertad, a la que
desprecian.
Pero la verdadera libertad,
la única que conduce a la felicidad, es la que reconoce que el hombre está
herido por el pecado original, y que el ejercicio de la libertad pasa por
apartarse del pecado.
El hombre no es
naturalmente bueno, como pretenden hacernos creer. Tiene la triste capacidad de
escoger el mal y hacerse daño a sí mismo y a los demás. Una triste capacidad
que puede llevar al suicidio de sociedades enteras cuando no se tiene en
cuenta. Esa es la verdad que la Iglesia debe repetir incansablemente, si quiere
ser leal a su misión.
El remedio: cristianos fieles a Jesucristo
Nuestra misión no consiste
en salvar a un mundo que muere. A ninguna civilización se le ha prometido vida
eterna. Nuestra misión es vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así
salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos, y la transmitiremos
íntegra a las futuras generaciones.
No se trata de ganar elecciones
ni de influir en opiniones. Se trata de vivir el Evangelio de modo concreto. La
fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Hemos de cuidar
ese fuego sagrado, para que sea nuestro calor y nuestra luz en medio del
invierno de Occidente.
Cuando un fuego ilumina una noche fría, los hombres poco
a poco se acercan a él: fuera hace mucho frío y mucha oscuridad. Esa debe ser
nuestra esperanza.
Rasgos de la misión de los
Papas recientes
El cardenal Sarah muestra
su plena sintonía con los papas recientes.
De san Pablo VI resalta su que coraje
de defender a contracorriente la vida y el amor verdadero en la encíclica Humanae Vitae.
De san
Juan Pablo II, que supo iluminar la verdadera visión de la persona uniendo la
fe y la razón en una poderosa antropología.
De Benedicto XVI, su capacidad de
enseñar la fe con una profundidad sin igual.
Y de Francisco, su esfuerzo por salvar
el humanismo cristiano, y su condena de la explotación económica del hombre.
Algunos han querido ver una
supuesta oposición entre los planteamientos del cardenal africano y las
enseñanzas del papa Francisco, pero no hay tal. Un examen de los textos
íntegros de Francisco permite ver que con palabras similares se refiere a los
mismos temas, aunque con frecuencia los medios “mediatizan” sus palabras para
resaltar sólo unos acentos, silenciando otros. A lo largo del libro, y en todas
sus declaraciones, Sarah manifiesta esa plena unión y lealtad al magisterio del papa
Francisco.
Unidad y fraternidad en el
seno de la Iglesia
La experiencia de la fe es
personal, y es también comunitaria. La Iglesia es familia. El cardenal Sarah
glosa el relato de Hemingway, El viejo y el mar.
El anciano pescador se hace
a la mar en solitario. Pesca un pez tan enormeque no puede subirlo a bordo. A duras penas logra atarlo a un costado de
la barca, e intenta remolcarlo a puerto. Pero los tiburones descubren la presa
y la acometen. Cuando el anciano llega a puerto, contempla desolado que sólo
queda la espina de su enorme pez. No ha tenido quien le ayudara a ponerlo a
salvo de los tiburones.
Hoy –dice Sarah- el mar
está infestado de tiburones que pretenden devorar nuestros valores cristianos y
nuestra esperanza. Ir solos es exponerse a perder el gran tesoro de la fe.
Tenemos que apoyarnos
mutuamente en la fe, caminar como una comunidad unida alrededor de Cristo.
“Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos.” Es de esa Presencia de Cristo de donde podemos sacar nuestra
fuerza.Resta con noi!
Son conceptos que el
cardenal africano reitera una y otra vez, que a alguno pueden parecer alarmistas. Pero que manifiestan su convencimiento de que es
preciso un giro urgente del rumbo para evitar el precipicio.
Sus palabras son similares
a las que de un modo u otro nos dirigen el papa Francisco y los papas
recientes. Cada cual debe sacar sus consecuencias.
Es sugerente también esta conferencia de Sarah, con sacerdotes en Ávila
Brillante novela, al
parecer en clave autobiográfica, que narra la historia de Alberto, un joven
estudiante de filología en la Ferrara de entreguerras.
De familia judía de clase
media, el muchacho sufre las consecuencias de las leyes racistas que empieza a
aplicar Mussolini, y es expulsado del club de tenis.
Alberto conoce desde
pequeño a los hijos de una rica familia judía, los Finzi-Contini, y está desde
siempre prendado de la hija, Micòl. Estos, como muestra de solidaridad ante su
expulsión, le invitan a su casa, una lujosa mansión rodeada de un bello parque. Acuden
también otros jóvenes que como él han sido expulsados del club social.
Deslumbrado por la clase y el
trato humano y cordial que recibe de la familia, y de la propia Micòl, Alberto acude
cada vez con más frecuencia al palacio, y acaba intimando con Micòl: una joven
guapa, lista, de amena conversación y gran clase humana.
Lo que Micòl ve solo como
un amor de amistad, fraternal, el joven lo entiende como el amor entre hombre y
mujer. Y cuando finalmente Micòl le rechaza, el sufrimiento de Alberto es
desgarrador.
Sólo se recupera cuando su
propio padre le hace ver, en una cariñosa conversación de padre-anciano a hijo-quesehacehombre,
que es señal de madurez para un hombre reconocer el no de una mujer, y que hay
que aprender a valorar las diversas circunstancias que rodean a ambos, sin
dejarse arrastrar sin más por los primeros y lógicos afectos.
Escrita con gran estilo,
traza un bello relato en el que afloran valores humanos sobre el amargo fondo
histórico de la discriminación racial, creciente en la Italia de los años 30 a
instancias de las leyes nazis de Mussolini.
Pero Bassani no se centra
en cuestiones políticas y sociales, sino en el fondo humano de los personajes, dibujando
sus caracteres con maestría, y logrando una gran riqueza humana en los diálogos,
que transmiten valores. Aunque no siempre los consejos que afloran sean
afortunados, el conjunto es de gran calidad literaria y recomendable.