jueves, 11 de junio de 2020

Religión en la escuela

Donde se aprenden los valores


    Samuel J. Aquila, arzobispo de Denver (USA), comparaba la juventud que se educa en el islam con la juventud en los países occidentales. Los jóvenes musulmanes aprenden a leer en el Corán. Dedican a su estudio desde niños entre 2 y 3 horas diarias, y así las enseñanzas del profeta acaban conformando sus mentes.

    La mayoría de los jóvenes occidentales, en cambio, llevan varias generaciones aprendiendo a leer sobre todo en los contenidos de sus pantallas. Publicidad, videojuegos, teleseries, redes sociales… con sus raciones de hedonismo, violencia, sexo, relativismo y agnosticismo, son los principales educadores que configuran sus mentes desde pequeños.



    Esos educadores digitales abundan en "valores" propios: eres más feliz cuantas más cosas puedas comprar; ser viejo es malo; sufrir no tiene sentido; las relaciones humanas no duran, lo normal es que las parejas y las familias se rompan; la autoridad es un peligro; el cristianismo es irracional; cuida la apariencia de tu cuerpo pero no te abstengas de nada; no te esfuerces, que ya papá Estado cuidará de tí; miente si te conviene… 

    Aquila propone volver al tesoro que contiene las más preciosas joyas de la humanidad: la Sagrada Escritura y la teología cristiana.



    Si dedicásemos 2 o 3 horas diarias a estudiar las enseñanzas de Jesús, las consecuencias para nuestra vida diaria de su riquísimo mensaje de amor y fraternidad… resolveríamos muchos problemas.

    Al menos podemos intentarlo con una hora diaria, sacadas de esas horas tontas que perdemos viendo telediarios que desinforman o programas basura, trasteando sin ton ni son las redes sociales… 


    Cualquiera que aspire a una transformación personal y del mundo, ahí tiene la clave: conocer el Evangelio. Aunque sólo fuera por curiosidad intelectual, hay que conocer la religión católica. 

    No saben el daño que hacen a la civilización, y a cada mente juvenil, quienes quitan la religión de los planes escolares.



viernes, 22 de mayo de 2020

Gobernar con autoridad



                                  


Dos mujeres destacan en el panorama mundial por su eficiente gestión de la crisis del COVID: la canciller federal de Alemania, Angela Merkel, de la Unión Demócrata Cristiana, y Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, del partido laborista. Los analistas destacan que han sabido gestionar la crisis porque se han centrado en resolver el problema y no en buscar imagen ni rédito político.

Esta forma de actuar, centrada en el interés  común, es la que concede autoridad a un político y lo convierte en líder. Para que cualquier organización funcione bien se requieren líderes con autoridad. Pero tener autoridad es distinto de tener poder. El poder puede ser usurpado, la autoridad no. El poder puede ser déspota, la autoridad no. El poder puede mantenerse mediante compromisos oscuros, la autoridad no. 

La autoridad hay que ganársela con ejemplaridad y transparencia. Autoridad es lo que la gente concede a quien es ejemplar en su actuación. Su buen ejemplo genera confianza, y entonces los subordinados le conceden autoridad.

Que el líder sea merecedor de autoridad es un requisito para  el buen funcionamiento de cualquier organización, cuánto más de los gobiernos encargados de regir un país, y por extensión en cuantos se dedican a la noble tarea de la cosa pública.  

Pero la autoridad hay que ganársela día a día actuando con motivaciones trascendentes, esto es, buscando resultados no solo para uno mismo sino para los demás, para el bien común, un concepto que deberíamos recuperar con urgencia. El bien común tiene en cuenta a todos, y no solo a los de tal o cual facción.

La confianza, en la que se basa la autoridad, es más que una suma de votos u opiniones. Se pierde por el uso injusto del poder (cuando quien manda solo piensa en su propio interés y no en el del conjunto social); por no usar el poder cuando y como se debe (por falta de competencia); o por un uso inútil del poder, restringiendo en exceso la libertad de los subordinados en perjuicio del interés de la empresa, o del país.

Lo explican todos los manuales de gestión de las organizaciones.





domingo, 26 de abril de 2020

La tentación del miedo






Parecía un párrafo de uno de los libros del pensador británico C.S.LewisCartas del diablo a su sobrino, publicado en 1942. Me lo ha pasado un amigo, sobresaltado por la similitud con nuestra situación actual, en plena pandemia ocasionada por el coronavirus

Gracias a la advertencia de otro buen amigo he comprobado que el párrafo es imaginario. Sin duda el autor, inspirado por el sentido que Lewis dio a su obra, ha querido imaginar qué nos diría de la pandemia actual y la reacción de muchos ante ella. Ha redactado un texto y lo ha puesto en circulación, sin advertir que el autor no es C.S.Lewis.

Lo que sí dice Lewis, poniéndolo en boca del diablo, es que como muchos no piensan en la vida eterna, "tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la supervivencia como el bien supremo. Pero es porque les hemos educado para que pensaran así."

Cuando Lewis tenía 30 años, su amistad con Tolkien supuso un reencuentro con el cristianismo. Su conversión dejó una profunda huella en sus escritos. En Cartas del diablo a su sobrino hace una magistral descripción, en clave irónica llena de humor británico, de las diversas formas en que el hombre se deja seducir por las tentaciones del maligno. Y una de ellas es no pensar nunca en el más allá de la muerte, en la vida eterna.



Transcribo ahora el párrafo ficticio que ha sobresaltado a mi amigo, redactado en estos días de confinamiento por algún bienintencionado que debería haber avisado de que el texto no es en realidad de Lewis, aunque se inspire en su obra:

"- ¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
- Por el miedo.
-- Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
- No. Miedo a enfermarse.
- ¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?
- Sí, se enfermaban.
- ¿Nadie más moría?
- Sí, morían.
- Pero, ¿no había cura para la enfermedad?
- Había.
- Entonces no entiendo.
- Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros)...
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quién da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido.”




Es la actitud que podríamos adoptar, atenazados por el miedo a perder la salud. Un miedo lógico, especialmente para quien piense que esta vida es la única.  

Si hay una cosa clara es que todos moriremos, si Dios quiere dentro de muchos años. Por eso lo esencial no es conservar la salud a toda costa. Lo decisivo es emplear la vida en algo que valga la pena, para esta vida y sobre todo para la otra.





Como están haciendo tantos héroes anónimos estos días, dejándose la salud y jugándose la vida por cuidar a quienes les necesitan. Así es como mejoraremos el mundo.

(Imágenes de la Clínica Universitaria de Navarra)

viernes, 13 de marzo de 2020

¿Qué ha venido a traer Jesús? La respuesta de Benedicto XVI




En un reciente post mencionaba unas palabras del cardenal Sarah sobre la misión de los cristianos en el mundo. Se refiere el cardenal a la crisis de valores en la sociedad occidental, que es una llamada a la acción apostólica de todos los fieles.

Con palabras que pueden sorprender, Sarah afirma que nuestra misión no consiste en salvar a una sociedad que muere, porque ninguna civilización tiene las promesas de vida eterna. Nuestra misión consiste en vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos.  

La solución no está en ganar elecciones, ni de influir en opiniones, afirma Sarah. No se trata desde luego de una llamada a la pasividad, sino todo lo contrario.  Influir en la política o en la opinión pública son aspiraciones nobles para todo ciudadano, que debe contribuir con su experiencia vital al bien común. Pero siendo importante, no es ese el núcleo del valor que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo. 

Lo esencial, prosigue Sarah, es vivir el Evangelio de modo concreto, en la actividad diaria. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Nuestro deber es cuidar ese fuego sagrado de la fe, hacerla vida. Ese será nuestro calor en medio del invierno de Occidente. Cuando un fuego ilumina una noche oscura y fría, los hombres poco a poco van acercándose a él, a su calor y a su luz. 

Una idea similar expresa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret, poniéndonos en guardia frente a cierta formas de mesianismo político. El demonio tentó a Jesús ofreciéndole el poder sobre los reinos del mundo. La nueva forma de esa tentación es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso, y el bienestar común como la auténtica finalidad de las religiones.



Pero la respuesta de Jesús es clara: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación de la humanidad. Las formas políticas revestidas de mesianismo son tentaciones diabólicas, que solo pueden llevarnos a la miseria y a la esclavitud. Debemos desconfiar de todo aquel que prometa el bienestar para siempre, la paz y la prosperidad perfectas, porque es mentira.

Lo que Jesús ha venido a traernos no es un reino humano, sino a Dios. Ahora conocemos el rostro de Dios. "Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre." Ahora podemos mirarle, viendo a Jesús.

Ahora conocemos cómo es el sentimiento de Dios hacia nosotros, que es el de un Padre amoroso que llora por sus hijos dispersos por el pecado, porque no saben hacer buen uso de su libertad. 

Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo, que es el del amor y la entrega generosa a los demás, aunque cueste, como hace Dios con nosotros.

Jesús ha traído a Dios, y con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino. Ha venido a traernos la fe, la esperanza y el amor. En un mundo siempre imperfecto porque está en manos de hombres con defectos, los cristianos tienen la misión de contribuir a hacerlo mejor poniendo a Dios en el centro de sus vidas, y aportar a la sociedad los valores que aprendemos de Él.

El poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero es el único  poder verdadero y duradero, explica Benedicto XVI. Aunque su causa parezca estar siempre como en agonía, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva,  mientras los reinos de este mundo, con los que Satanás tentó a Jesús, se van derrumbando todos. 

La gloria de Cristo es una gloria humilde y dispuesta a sufrir, y nunca perecerá. Es en ese rostro humilde y entregado de Cristo donde conocemos a Dios, que es Amor. Y donde conocemos nuestro auténtico bien y nuestro destino.






jueves, 12 de marzo de 2020

Se hace tarde y anochece. Cardenal Robert Sarah




La crisis de fe en amplios sectores de la Iglesia, y el patente declive moral de Occidente, han movido al cardenal Robert Sarah en repetidas ocasiones a elevar su voz de pastor y hombre de fe para dar un toque de atención a quien quiera escucharle.

Éste es el tercero de los libros que publica  con esa finalidad: tres llamadas fuertes a las conciencias de creyentes y no creyentes. El primero fue Dios o nada, en 2015. Le siguió en 2016 La fuerza del silencio.

Nacido en Guinea Conakry en 1945, la profunda piedad de unos misioneros franceses dejó una huella imborrable en su vida. Tras muchas penurias y dificultades, fue ordenado sacerdote en 1969, y arzobispo diez años después. Sufrió la persecución del régimen marxista de Sekou Touré. 

En 2001 Juan Pablo II le llamó a Roma, y desde entonces ha ocupado cargos de responsabilidad en la Iglesia católica. En la actualidad es Prefecto de la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos.

Con ocasión de la presentación de este libro, el cardenal Sarah ha concedido numerosas entrevistas, intentando aportar luz en momentos a su juicio de gran oscuridad. No le importa ir contracorriente. Alude con frecuencia a la presión mediática, movida por intereses financieros, que silencia o desprestigia a las voces disidentes.

Selecciono algunas de las ideas que me han parecido más sugerentes, tanto del libro como de algunas de sus entrevistas con los medios. Desde luego recomiendo la lectura íntegra y pausada del libro. Ayuda a pensar.


Quédate con nosotros

Ya desde el título Sarah nos da a conocer su intención: una llamada a orientar nuestra mente a lo fundamental, que es Dios. Es la frase que los discípulos de Emaús dirigen a Jesús: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y anoche.”

Han abandonado Jerusalén, desanimados tras la cruel muerte de su Maestro, y regresan abatidos y sin esperanza a su pueblo. Pero por el camino Jesús les sale al encuentro. No le reconocen al principio, porque es Jesús glorioso. Pero algo cautivador perciben en Él, y cuando se despide, le suplican: “Quédate con nosotros, pues está cayendo la tarde y se termina el día.” Anochece, resta con noi. (Lc 24, 29). Tu presencia y tu palabra nos devuelve la esperanza.

Es la oración que en este tiempo deberíamos pronunciar todos: no nos dejes, porque cae la noche sobre el mundo, y tu Presencia es la única capaz de iluminar y dar esperanza a nuestros corazones.


Diagnóstico, pronóstico y remedio

A preguntas de Nicolas Diat, ensayista y editor, que se limita a intentar que el libro no se convierta en un largo monólogo, el cardenal Sarah hilvana una reflexión sobre la salud de dos enfermos: Occidente y la Iglesia. Ambos sumidos en una crisis grave e interrelacionada.

Occidente ha abandonado a Dios. Se empeña en construir una sociedad en la que Dios no tenga lugar. El pronóstico es terrible, porque sin Dios el amor y la solidaridad, que están en la raíz de nuestra civilización, no son sostenibles largo tiempo. Europa camina hacia el abismo, sin identidad, despreciada por otras religiones que la acabarán invadiendo y borrarán todo lo bueno que hemos construido durante siglos. El remedio es volver a poner a Dios en el centro de la vida personal y social.

Paralelamente examina la situación de la Iglesia, sumergida en una crisis en estrecha relación con la de Occidente. Y con un diagnóstico similar: la ausencia de Dios, el desprecio de la liturgia y de los sacramentos, que son la Presencia de Dios entre nosotros.

La Iglesia no morirá, porque tiene promesas de vida eterna y siempre quedará un resto, por pequeño que sea, que transmitirá la herencia recibida. Pero lo que conocemos como Occidente cristiano  desaparecerá si no corrige su rumbo, porque a ninguna civilización se le ha prometida vida eterna.




El cristianismo no es una ideología

La Iglesia –afirma el cardenal Sarah- atraviesa un Viernes Santo. Ese día muchos discípulos abandonaron a Jesús y le traicionaron. Judas le traicionó porque aspiraba a un Cristo ocupado en la política. Así andan hechizados muchos sacerdotes y obispos –afirma Sarah- metidos en cuestiones terrenales. Olvidan que sin Cristo la caridad no será nunca sólida, que Cristo es la única luz capaz de iluminar el mundo. Olvidan que existe el pecado original, y que el hombre no es bueno por naturaleza: necesita la ayuda divina.

Algunos reniegan de la capacidad de enseñar de la Iglesia, y limitan su misión a la de escuchar lamentos. Claro que una madre escucha a sus hijos, pero su papel primordial es el de enseñar, orientar y dirigir, porque conoce el camino que hay que seguir. La Iglesia es madre, pero es también maestra.

Con el pretexto de abrirse al mundo, algunos adoptan ideologías actuales, para parecer a los ojos del mundo “modernos”. Pero  es el mundo el que debe abrirse a Dios, fuente de nuestra existencia.


Recuperar el sentido del pecado

Dios es misericordioso, pero ese no puede ser el único aspecto de la doctrina que enseña la Iglesia. Para que Dios pueda ejercer su misericordia es preciso que antes nos reconozcamos pecadores, y que volvamos a Él, como regresó el hijo pródigo de la parábola de Jesús: primero reconoce su pecado, y sólo entonces puede caminar de regreso al Padre, confiado en su misericordia. 

Hay una visión falsa de la pastoral, que presenta a un Dios misericordioso que no exige nada. Pero no existe un padre que no exija nada a sus hijos. Dios, como buen padre, es exigente, porque ambiciona grandes cosas para nosotros: “Sed santos, porque Yo soy santo.”


Enseñar la doctrina que salva

El abandono de la fe en grandes sectores no es solo culpa del materialismo. Los sacerdotes deben reconocer la responsabilidad principal de ese derrumbe: porque no han enseñado la doctrina cristiana, sino lo que les gustaba, porque han menospreciado el sacramento de la confesión, porque han celebrado la Misa sin respetar las rúbricas... Han banalizado los sacramentos.


El luminoso misterio de la liturgia

La crisis de la liturgia, ha afirmado Benedicto XVI, ha provocado la crisis de la Iglesia. Algunos han querido “humanizar” la misa, reduciéndola a un espectáculo.  Pero la misa es un misterio que está más allá de nuestra comprensión.

Es preciso rendir justicia al misterio que rodea nuestra relación con Dios. Cuando el sacerdote celebra la Misa, o da la absolución en la confesión, capta el significado de las palabras, pero no puede comprender el misterio que estas palabras producen. Y eso es preciso mostrarlo al pueblo: Dios, que nos quiere tanto, está a la vez más allá de nuestra comprensión. Hemos de acercarnos a Él con la humildad de quien entiende que tanto amor nos sobrepasa.


Tecnología y silencio, comunicación y evangelización

Dios se manifiesta en el silencio, pero hoy el gran enemigo de nuestro silencio interior son los medios tecnológicos. Sin silencio ni siquiera la razón es capaz de desarrollarse.

Por ejemplo, sugiere Sarah, habría que instituir un gran ayuno mediático durante la cuaresma, que es un tiempo de silencio y oración. ¿Seríamos capaces de liberarnos durante 40 días de nuestras cadenas digitales?

La evangelización, antes que comunicación, es testimonio. Se lleva a cabo con el cuerpo, el cansancio y el sufrimiento. Los sacrificios de Cristo son nuestro modelo. Podemos hacer buen uso de la teconología, pero eso requiere mucha humildad, cualidad necesaria en periodistas y comunicadores.

Para introducirse en el misterio de la liturgia cristiana hay que comenzar por salir de las tablets y los móviles, de la incapacidad de vivir en silencio. No se trata de hacer que las misas sean más amenas. Lo importante no es si me aburro o no en Misa, sino si asisto o no. 

Lo importante en la liturgia no es el aspecto afectivo, ni siquiera entenderla, sino vivirla, porque Dios está allí. Dios es presencia real oculta en el Sagrario y en la Misa. Esa Presencia eucarística es insustituible por ninguna tecnología. Lo decisivo es experimentar Su Presencia.


Publicidad versus Felicidad

La publicidad alimenta una búsqueda ilusoria de la felicidad en el consumo y el confort, en el dinero y el lujo. Es una trampa que se convierte en esclavitud, fuente de envidias y de odios. Habría que limitarla como medida de salud pública.

Dios es humilde, es pobre. Cuando la búsqueda desordenada de confort penetra en el cristiano, se aburguesa, y el clero además se burocratiza.


Celibato apostólico

Destruir el celibato sería destruir una de las riquezas más grandes de la Iglesia. El sacerdote está llamado a ser Cristo mismo, pobre, humilde y célibe como Él.

Hay un proyecto estructurado de destrucción de la Iglesia mediante la decapitación de su cabeza: cardenales, obispos, sacerdotes… Ese proyecto presenta el celibato como algo imposible, contra-natura, para destruir el sacerdocio.


Persecución de la Iglesia y lo cristiano

Tampoco Jesucristo fue aceptado, porque murió en la Cruz. “Si a Mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.”

No debemos escandalizarnos si vamos contracorriente. T.S. Eliot decía que “en el mundo de los fugitivos, el que toma la dirección opuesta será considerado un desertor.”


Escándalos en la Iglesia

El mal ejemplo de Judas no debe llevarnos a rechazar a todos los apóstoles. Jesucristo ha confiado su Iglesia a hombres sencillos y débiles, para demostrar que es Él quien actúa en medio de ellos.


Identidad europea

Europa está cegada por la disolución de su identidad, que le ha hecho orgullosa, irreligiosa y atea. La ruptura con Dios traerá graves consecuencias espirituales, morales y psicológicas. Se percibe una tremenda regresión en los valores. Lo feo se ha convertido en bello y lo inmoral en progreso.

La Comisión Europea, afirma Sarah, sólo piensa en la construcción de un mercado libre al servicio de los grandes poderes financieros. No protege a los pueblos ni a sus identidades, sólo protege a los bancos.

En un reciente viaje a Polonia, el cardenal Sarah decía a los polacos: defended vuestra identidad: sois polacos católicos, y sólo después europeos. No sacrifiquéis las dos primeras identidades en el altar de una Europa tecnócrata y apátrida.

Dios ha dado una misión a Europa, que acogió el cristianismo, y desde aquí ha evangelizado el mundo. En Guinea Conakry, por ejemplo, los colonos franceses hicieron una colonización constructiva. Aportaron tradiciones ennoblecidas por el cristianismo, la noción de dignidad de la persona, de derechos humanos, y unos valores que para los africanos fueron liberadores. Llevaron un idioma maravilloso. Y la fe en el Dios verdadero.

Pero si Europa desaparece, sumida en la apostasía, y con ella desaparecen los valores del viejo continente, el islam invadirá el mundo, y nuestra cultura, antropología y moral desaparecerán, cambiarán radicalmente. Porque además ahora hay nuevos colonizadores occidentales que expanden valores falsos y delictivos.


Odio a Dios, común al materialismo capitalista y al marxista

En 1978 el disidente ruso Solzhenitsyn, que había sufrido el terror de los gulags del comunismo soviético, pronunció una conferencia en Harvard alertando a Occidente de su decadencia: la sociedad occidental ya no puede ser modelo para la transformación de Rusia, les decía, porque está agotada espiritualmente. Europa no tiene nada de atractivo para el pueblo ruso, que ha sufrido por décadas las consecuencias del odio a la fe del marxismo.

Para el sistema filosófico marxista aplicado por Lenin y Stalin, la principal fuerza motriz era el odio a Dios, más fundamental que sus pretensiones políticas o económicas. El ateísmo militante es el pivote central de todo comunismo. El empeño en construir un mundo en el que Dios no tenga cabida.

Es el engaño de Satanás cuando tienta a Jesús. Ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno puede pretender instaurar la justicia para siempre, la paz definitiva, el bienestar para todos. El reino humano permanece humano, como explica Josep Ratzinger en Jesús de Nazaret. ”El que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.”

Decenas de millones cristianos ortodoxos (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) fueron encarcelados, torturados y asesinados por no renunciar a su fe. Se prohibió a los laicos el acceso a la Iglesia y educar en la fe a sus hijos. Dios estaba prohibido y perseguido.

Para un pueblo que ha pasado por eso, el materialismo consumista y ateo de Occidente, tan parecido en el fondo al materialismo marxista, no tiene nada de atractivo.

Es clarificador, afirma Sarah, el absurdo odio de ciertas élites de Occidente hacia la Iglesia ortodoxa rusa, una Iglesia de santos y mártires.


Migraciones y globalización

El papa Francisco ha manifestado que la gestión de las políticas migratorias debe ser respetuosa tanto con los acogidos como con los que acogen. 

Dios nunca ha querido los desarraigos. Es una falsa exégesis utilizar la palabra de Dios para valorizar la migración. Cada uno de nosotros ha de vivir en su país, arraigar y crecer en su cultura. Más vale ayudarles a crecer en su cultura que animarles a venir a una Europa en plena decadencia, afirma Sarah.

Hay que preocuparse de los que dejan su tierra. Pero ¿por qué la dejan? Porque poderosos sin fe, para los que sólo cuenta el poder y el dinero, han desestabilizado esas naciones. Eso plantea enormes dificultades, pero lo que la Iglesia tiene que hacer es devolver a los hombres la capacidad de mirar a Cristo. Esa es su gran misión divina.

La globalización pretende separar al hombre de sus raíces, de su religión, su cultura y su historia. Y convierte al hombre en apátrida sin país ni tierra.

Dios no nos quiere uniformes.  Ha querido un mundo plural, una naturaleza multiforme, unas diferencias enriquecedoras entre los hombres. Si el planeta fuera un océano sin fronteras sería una pesadilla. Las naciones son grandes familias en las que los hombres echan raíces y establecen vínculos. No somos meros agentes económicos o consumidores.

Asistimos a una invasión programada, dirigida y admitida por los gobernantes de Occidente, cuyos entresijos clandestinos conocen perfectamente los servicios de información de los países europeos.

La única solución es el desarrollo de África, y no actitudes como el pacto de Marrakech, que se han negado a firmar países con sentido común como Italia o Polonia. Es una irresponsabilidad de los gobiernos acoger personas sin ofrecer garantías de una vida digna: techo, trabajo, vida familiar y religiosa estable.


Libertad y felicidad

Poderes mediáticos y financieros difunden en Occidente una noción falsa de libertad, vacía de contenido, y en su nombre una nueva moral que nos está convirtiendo en sus esclavos. En la nueva moral el mal se presenta como bien, y la verdad se sacrifica en el altar de la falsa libertad, que es la nueva idolatría de occidente.

Se podría decir que Occidente camina hacia la civilización del caos de los deseos satisfechos, del disfrute de placeres precarios que son incapaces de dar la felicidad. Lo reflejan datos como el terrible número de suicidios de adolescentes en Europa, o el enorme consumo de antidepresivos.

Eso es impensable en África, en las pequeñas comunidades donde se respetan las leyes de la naturaleza y en los que Dios sigue siendo el fundamento de la vida. En esas comunidades no hay marginados, ni el dinero tiene más importancia que la calidad de las relaciones humanas y de la relación con Dios. Allí los pobres son felices: se saben acompañados, unidos por vínculos firmes.

La libertad auténtica conduce a la virtud y al heroísmo. La falsa libertad que difunden los poderes mediáticos y financieros de occidente conduce al vacío, crea ciudadanos incapaces de sacrificarse ni comprometerse por la auténtica libertad, a la que desprecian.

Pero la verdadera libertad, la única que conduce a la felicidad, es la que reconoce que el hombre está herido por el pecado original, y que el ejercicio de la libertad pasa por apartarse del pecado.

El hombre no es naturalmente bueno, como pretenden hacernos creer. Tiene la triste capacidad de escoger el mal y hacerse daño a sí mismo y a los demás. Una triste capacidad que puede llevar al suicidio de sociedades enteras cuando no se tiene en cuenta. Esa es la verdad que la Iglesia debe repetir incansablemente, si quiere ser leal a su misión.


El remedio: cristianos fieles a Jesucristo

Nuestra misión no consiste en salvar a un mundo que muere. A ninguna civilización se le ha prometido vida eterna. Nuestra misión es vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos, y la transmitiremos íntegra a las futuras generaciones.

No se trata de ganar elecciones ni de influir en opiniones. Se trata de vivir el Evangelio de modo concreto. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Hemos de cuidar ese fuego sagrado, para que sea nuestro calor y nuestra luz en medio del invierno de Occidente. 

Cuando un fuego ilumina una noche fría, los hombres poco a poco se acercan a él: fuera hace mucho frío y mucha oscuridad. Esa debe ser nuestra esperanza.


Rasgos de la misión de los Papas recientes

El cardenal Sarah muestra su plena sintonía con los papas recientes. 

De san Pablo VI resalta su que coraje de defender a contracorriente la vida y el amor verdadero en la encíclica Humanae Vitae. 

De san Juan Pablo II, que supo iluminar la verdadera visión de la persona uniendo la fe y la razón en una poderosa antropología. 

De Benedicto XVI, su capacidad de enseñar la fe con una profundidad sin igual. 

Y de Francisco, su esfuerzo por salvar el humanismo cristiano, y su condena de la explotación económica del hombre.

Algunos han querido ver una supuesta oposición entre los planteamientos del cardenal africano y las enseñanzas del papa Francisco, pero no hay tal. Un examen de los textos íntegros de Francisco permite ver que con palabras similares se refiere a los mismos temas, aunque con frecuencia los medios “mediatizan” sus palabras para resaltar sólo unos acentos, silenciando otros. A lo largo del libro, y en todas sus declaraciones, Sarah manifiesta esa plena unión y lealtad al magisterio del papa Francisco.


Unidad y fraternidad en el seno de la Iglesia

La experiencia de la fe es personal, y es también comunitaria. La Iglesia es familia. El cardenal Sarah glosa el relato de Hemingway, El viejo y el mar.

El anciano pescador se hace a la mar en solitario. Pesca un pez tan enorme  que no puede subirlo a bordo. A duras penas logra atarlo a un costado de la barca, e intenta remolcarlo a puerto. Pero los tiburones descubren la presa y la acometen. Cuando el anciano llega a puerto, contempla desolado que sólo queda la espina de su enorme pez. No ha tenido quien le ayudara a ponerlo a salvo de los tiburones.

Hoy –dice Sarah- el mar está infestado de tiburones que pretenden devorar nuestros valores cristianos y nuestra esperanza. Ir solos es exponerse a perder el gran tesoro de la fe.

Tenemos que apoyarnos mutuamente en la fe, caminar como una comunidad unida alrededor de Cristo. “Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.” Es de esa Presencia de Cristo de donde podemos sacar nuestra fuerza.  Resta con noi!

Son conceptos que el cardenal africano reitera una y otra vez, que a alguno pueden parecer alarmistas. Pero que manifiestan su convencimiento de que es preciso un giro urgente del rumbo para evitar el precipicio.

Sus palabras son similares a las que de un modo u otro nos dirigen el papa Francisco y los papas recientes. Cada cual debe sacar sus consecuencias.

Es sugerente también esta conferencia de Sarah, con sacerdotes en Ávila







viernes, 6 de marzo de 2020

El jardín de los Finzi-Contini. Georgio Bassan







Brillante novela, al parecer en clave autobiográfica, que narra la historia de Alberto, un joven estudiante de filología en la Ferrara de entreguerras.

De familia judía de clase media, el muchacho sufre las consecuencias de las leyes racistas que empieza a aplicar Mussolini, y es expulsado del club de tenis.

Alberto conoce desde pequeño a los hijos de una rica familia judía, los Finzi-Contini, y está desde siempre prendado de la hija, Micòl. Estos, como muestra de solidaridad ante su expulsión, le invitan a su casa, una lujosa mansión rodeada de un bello parque. Acuden también otros jóvenes que como él han sido expulsados del club social.

Deslumbrado por la clase y el trato humano y cordial que recibe de la familia, y de la propia Micòl, Alberto acude cada vez con más frecuencia al palacio, y acaba intimando con Micòl: una joven guapa, lista, de amena conversación y gran clase humana.

Lo que Micòl ve solo como un amor de amistad, fraternal, el joven lo entiende como el amor entre hombre y mujer. Y cuando finalmente Micòl le rechaza, el sufrimiento de Alberto es desgarrador. 

Sólo se recupera cuando su propio padre le hace ver, en una cariñosa conversación de padre-anciano a hijo-quesehacehombre, que es señal de madurez para un hombre reconocer el no de una mujer, y que hay que aprender a valorar las diversas circunstancias que rodean a ambos, sin dejarse arrastrar sin más por los primeros y lógicos afectos.

Escrita con gran estilo, traza un bello relato en el que afloran  valores humanos sobre el amargo fondo histórico de la discriminación racial, creciente en la Italia de los años 30 a instancias de las leyes nazis de Mussolini.

Pero Bassani no se centra en cuestiones políticas y sociales, sino en el fondo humano de los personajes, dibujando sus caracteres con maestría, y logrando una gran riqueza humana en los diálogos, que transmiten valores. Aunque no siempre los consejos que afloran sean afortunados, el conjunto es de gran calidad literaria y recomendable.