jueves, 18 de marzo de 2021

El cardenal Herranz recuerda a san Josemaría y san Juan Pablo II

 



En las afueras de Jericó. Recuerdos de los años con san Josemaría y san Juan Pablo II.

Julián Herranz. Ed. Rialp

 

El cardenal Julián Herranz nació en Baena (Córdoba) en 1930, se licenció en Medicina, y desde 1953 se formó en Roma junto al fundador del Opus Dei. Después de realizar los estudios teológicos, en 1955 recibió la ordenación sacerdotal y pasó a formar parte del clero de la prelatura. Durante más de veinte años colaboró con san Josemaría Escrivá en la sede central del Opus Dei.

 

Doctorado en Derecho Canónico, en 1960 fue llamado para trabajar al servicio de la Santa Sede. Intervino en el Concilio Vaticano II como experto para la reforma legislativa de la Iglesia. Ha colaborado con todos los papas desde san Juan XXIII hasta Francisco. Desde 1994 fue Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y de la Comisión disciplinar de la Curia romana.

 

El cardenal Herranz ha tenido el privilegio poco común de conocer y tratar a seis grandes papas, tres de ellos canonizados y otro, Juan Pablo I, declarado Venerable por Francisco. De ellos, trató con especial intensidad a san Juan Pablo II, a quien conoció ya desde los trabajos conciliares del Vaticano II y fue quien le hizo cardenal. Conoce de cerca las enormes dificultades que pesan sobre los hombros del Obispo de Roma, y cómo han vivido todos ellos entregados a su ministerio, guiados por el deseo de servir fielmente a la Iglesia.

 

Ese mismo deseo lo vio hecho vida en san Josemaría, de quien aprendió a manifestar “con obras y de verdad” el amor a la Iglesia. Por eso, como señala en el prólogo, más que un libro autobiográfico, esta obra es “un testimonio de gratitud hacia dos hombres santos –san Josemaría y san Juan Pablo II- cuya cercanía espiritual me ha proporcionado luz y fuerza para contemplar serenamente las vicisitudes narradas.

  

En sus recuerdos nos ofrece un emocionado y lúcido repaso a las experiencias vividas en esos intensos años de historia de la Iglesia, y a sus encuentros con sus principales protagonistas, junto a los que sin duda el mismo Herranz ha tenido también un papel significativo. Testigo tanto de la intensa vida de la Iglesia como del desarrollo apostólico del Opus Dei, sus puntuales recuerdos dan luz sobre sucesos de la vida eclesiástica en torno a los que existían versiones controvertidas.

 

En el libro destacan a mi juicio tres aspectos. El primero, el sentido sobrenatural con que enfoca situaciones que se prestarían a interpretaciones demasiado humanas. Herranz tiene la conciencia clara de que es el Espíritu Santo quien rige los destinos de la Iglesia. Ese sentido sobrenatural le lleva a salvar las intenciones de las personas y pasar por encima de diferencias de criterio de unos y otros: toda mirada humana es limitada, y una misma realidad a unos les puede parecer cóncava y a otros convexa, según la posición desde la que observen. El sentido sobrenatural lleva a Herranz a aplicar la máxima de san Agustín: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad.”

 

  El segundo aspecto destacable pienso que es su discreción, la ausencia de protagonismo, propia de quien intenta hacer suyo el lema de “servir al Señor en su Iglesia sin hacer ruido.” Herranz deja caer la frase del poeta francés Paul Verlaine: “Dadme el silencio y el amor al misterio.” Esa ausencia de afán de protagonismo, tan relacionada con la humildad, se percibe en una contenida narración de los sucesos, que –siendo precisa y transparente- no va más allá de lo que estima prudente para el bien de las personas. Mantiene lejos el funesto morbo presente en algunas desinformaciones sobre la vida de la Iglesia, que tanto engaño produce en quienes lo dejan crecer en su apreciación de la realidad.   

 

Y un tercer aspecto es el alma de poeta del autor. El cardenal Herranz es aficionado al montañismo, y en la contemplación de los grandes paisajes naturales encuentra inspiración para su actitud ante la vida. Esa alma de poeta, que se recrea en la contemplación, aflora también en muchos pasajes de sus recuerdos, que se convierten en sutiles invitaciones a la contemplación de la belleza en cuanto nos rodea, porque ese es el camino para elevar la mente y el espíritu a la Belleza Suprema: “De la belleza de Dios deriva toda belleza creada: se ha de contemplar y amar la belleza de los cuerpos, del arte, de la música, de la poesía, de la naturaleza, pero también y sobre todo la belleza eterna de Dios.”

 

Otro de sus libros, Atajos de silencio, está inspirado en sus paseos por el monte y lo ha dedicado expresamente al valor de la contemplación. Cuando nos detenemos sorprendidos en la contemplación de un paisaje nos estamos preparando también para elevar el espíritu a la contemplación de Dios. Porque Dios se nos manifiesta de mil modos: en una bella puesta de sol, en un gesto de bondad, en una sonrisa agradecida…

 

Del mismo modo, Dios se nos manifiesta singularmente en la vida de los santos: “Cum Maria contemplemur Cristi vultum! En los santos, Dios manifiesta de forma vigorosa a los hombres su presencia y su rostro (Lumen Gentium, 50).”

 

Por eso los recuerdos de Herranz se detienen sobre todo en los dos personajes que más huella han dejado en su vida: san Josemaría y san Juan Pablo II. Es consciente de que Dios le pedirá cuenta del privilegio de haber tratado con tan estrecha cercanía a dos personas en cuyas vidas era posible reconocer el rostro amable del Padre. 

 

Herranz aporta significativas reflexiones al hilo de acontecimientos y anécdotas. Así, cuando constata el gran problema de la cultura actual, la ausencia de Dios, recuerda lo aprendido de san Josemaría: “Vivir como si Dios no existiese es una subcultura paganizante: hay un quid divinum escondido en las situaciones más comunes, que cada uno debe descubrir, mantener y enseñar.”

 

No podemos vivir como si no hubiese sucedido la portentosa Encarnación del Hijo de Dios: “La irrupción de Dios hecho hombre en el tiempo y en el espacio ha partido en dos la historia de lo creado: “Et Verbum caro factum est, et habitabit in nobis”. Esa asombrosa inserción del eterno en lo temporal puede dinamizar, hasta santificarla por completo, mi propia vida: eso es lo que san Josemaría nos hace comprender.”

 

Reflexiona también sobre la enseñanza del fundador del Opus Dei acerca del espíritu de santificación del trabajo, que ve providencial para el mundo actual y el futuro de la construcción social: “Santificar el trabajo, santificarse en él y santificar con él a los demás, es el medio con el que el hombre será capaz de plasmar en la faz de la tierra su rostro espiritual.”

 

Es significativo el comentario que san Juan Pablo II hizo a Herranz cuando le nombró Presidente de su Consejo Legislativo: “Yo espero que usted trabaje con el espíritu de Escrivá.”

 

        El título del libro -En las afueras de Jericó- evoca la curación del ciego Bartimeo por Jesús (Mc, 10, 46-52). “¡Señor, que vea!”. Un pasaje muchas veces predicado por san Josemaría, que lo empleaba en su diálogo personal con Dios: “Señor, que yo vea lo que Tú quieres de mí!”

 

Sin duda Herranz ha hecho suya también muchas veces esa plegaria, pidiendo ver en el ajetreado y a veces oscuro marco de tiempo que abarca el libro: “Luces y sombras, momentos opacos de ceguera humana y otros radiantes, iluminados por la presencia y la palabra de Cristo. Como aquel día en las afueras de Jericó.”

 

Jesús a veces parece que no oye, y además muchos intentan acallar la voz del que reza “¡Cállate, no des voces…!” Pero Bartimeo insiste con más energía… y Jesús realiza el milagro: “Ve, tu fe te ha salvado.” Y lo primero que vio fue “el rostro sonriente de Jesús”.

 

Quizá esa sea una buena conclusión para el lector: más allá de sabrosas anécdotas, más allá de claroscuros eclesiales, te queda la íntima convicción de que Dios rige los destinos de su Iglesia y del mundo, y siempre envía personas santas, dispuestas a escucharle y hacer su Voluntad en la tierra.



martes, 16 de marzo de 2021

El imperio de los dragones

 


El imperio de los dragones. Valerio Massimo Manfredi. Ed Grijalbo.

 

Novela histórica basada en la leyenda de la legión perdida, que supuestamente escapó a la gran matanza de romanos a manos de los persas, en Cade, en el año 53 a.C. Según dicha leyenda, los restos de la legión habrían llegado hasta los confines del imperio chino durante la dinastía Han, y se establecerían en aquella región.

 

La acción transcurre tres siglos después. Un alto mando del ejército romano, Metelo, con apenas 12 soldados más de la guardia del emperador, sobrevive a un ataque a traición de Sapor I de Persia al emperador Valeriano, que es hecho prisionero cuando se dirigía a una entrevista pactada con Sapor. Llevados al interior de Persia y condenados a trabajos forzados en condiciones miserables, muere Valeriano, pero los demás consiguen escapar. Un misterioso personaje les sigue a distancia.

 

Con la ayuda providencial de Daruma, un comerciante indio que hace la ruta de la seda entre Oriente y Occidente, que esperaba al personaje misterioso, consiguen cruzar fronteras y llegar hasta China. Allí les espera una formidable aventura, pues el misterioso acompañante es un príncipe de la dinastía Han a quien intentan arrebatar el trono. Los romanos le ayudarán a rescatarlo.

 

El valor de la novela a mi juicio son las recreaciones de lo que debió ser la vida y la cultura en los lugares por los que trascurre la acción: forma de viajar, uso de las armas, costumbres y tradiciones,… tanto entre los romanos como entre persas y chinos. Se nota la condición de arqueólogo del autor, y también su dominio de la topografía del mundo antiguo, materia en la que es especialista.

 

Manfredi recuerda, en nota al final del libro, que toda la trama es fruto de su imaginación, y que la llegada de soldados romanos a un lugar tan lejano, aunque no puede excluirse a priori, debería basarse en documentación más consistente.

 

Sin embargo, nos informa también de que sí existen documentos fehacientes respecto al viaje que emprendió un mariscal chino en el año 97 y 98 después de Cristo, para restablecer el orden y la seguridad en la Ruta de la Seda. Llegó hasta el mar Caspio, y desde allí envió a su ayudante para entrevistarse con el emperador romano, pues los chinos tenían noticias del Imperio mítico de occidente al que llamaban Gan Ying.

 

Cuando ya estaban muy cerca de la frontera, sus guías persas, temerosos de un pacto directo entre China y Roma, que haría perder el papel de intermediarios a los persas, engañaron al emisario chino con las distancias, asegurándole que aún faltaban semanas e incluso meses hasta la frontera. Esto desanimó al enviado, que decidió regresar a su tierra.  

 

Quién sabe el impacto histórico que hubiera tenido ese encuentro entre las dos civilizaciones más grandes del momento. Al parecer tanto China como Roma tenían muchas cosas en común: la organización de las fuerzas armadas, las colonias militares, el sistema de comunicaciones, la manera de medir y dividir la tierra, la idea de frontera y amurallamiento. Quizá incluso tenían los mismos enemigos en ese momento: los hunos, llamados así  por los romanos, que bien podrían ser aquellos a quienes los chinos llamaban Xiong Un, bárbaros que les atacaban por el norte.

 

Manfredi resalta que China, al contrario que Roma, ha sobrevivido cuatro milenios con su tradición, su civilización y su cohesión estatal. Pero quizá olvida que Roma, aunque desapareció como Estado, fue la cuna que meció los primeros respiros del cristianismo, y ha brindado a Occidente y a todo el mundo una base sobre la que construir y desarrollar la más lograda civilización que nunca vieron los siglos, a pesar de los pesares.

 

 

lunes, 15 de marzo de 2021

Felicidad conyugal

 




La novela del matrimonio. Leon Tolstoi. Ed. Del Bronce.

 

Con el sugerente título original de Felicidad conyugal, se trata de una novela corta sobre la historia de amor entre una joven huérfana, María Alexandrovna, y Serguei Mijailovic, un amigo de su difunto padre, encargado por éste de cuidar del patrimonio familiar.

 

Pronto surge entre ellos un sentimiento que va más allá de la amistad, del agradecimiento por la protección cuasi paternal y del desvelo protector hacia la niña tutelada. Y contraen matrimonio con un futuro prometedor de felicidad y paz.

 

Pero la ingenuidad de la joven María Alexandrovna y su desconocimiento del mundo –nunca ha salido de la aldea natal- no podían dejar de provocar dificultades e incomprensiones con la actitud ante la vida de Serguei Mijailovic, un hombre de mundo ya maduro que aspira a que nada turbe la paz familiar y la confianza mutua.

 

La serenidad de los primeros meses de matrimonio se ve turbada cuando María insiste en conocer la alta sociedad de San Petersburgo y Moscú.  Serguei accede, aunque sabe que la frivolidad y superficialidad de ese ambiente harán daño a María.

 

La joven triunfa por su belleza y buen hacer en todos los salones. Su éxito la llena de orgullo, y empieza a mirar de otro modo a su marido, con cierta suficiencia que antes le era desconocida.

 

Serguei, fino escrutador, percibe ese cambio, que le hiere, pero opta por el silencio y deja hacer libremente a su mujer, accediendo a cuanto desea a sabiendas del daño que se puede hacer a sí misma.

 

Surge así el gran problema de todo matrimonio: la incomprensión, los celos, el daño de las palabras no dichas, de las miradas de reproche, de las peticiones de perdón que no llegan a efectuarse por la cerrazón del otro. Pero esas decepciones y heridas son a veces el camino necesario para que el amor llegue a ser verdadero.

 

Escrita en 1858, cuando tenía 30 años, se trata de una de las novelas más bellas de Leon Tolstoi, aunque no tan conocida como las monumentales Ana Karenina o Guerra y Paz. De estilo cuidado y calidad literaria, perfila con acierto y verosimilitud la psicología de los personajes, probablemente con acentos autobiográficos. Ayuda a reflexionar sobre la propia conducta en las relaciones interpersonales en el matrimonio. Recomendable para intentar no caer en errores frecuentes entre las parejas.

 

viernes, 12 de marzo de 2021

Hasta la última gota



Pedro Casciaro. Hasta la última gota. Ed. Rialp. Rafael Fiol

 

Pedro Casciaro fue uno de los primeros jóvenes que siguieron a san Josemaría en el Opus Dei. Formado junto a él en los durísimos años de la guerra civil y postguerra española, le ayudó en la puesta en marcha de la primera obra corporativa en Madrid y en la primera expansión del Opus Dei. Fue el primer director de la Residencia Universitaria Samaniego, de Valencia. Ordenado sacerdote en 1946, en 1948 marchó a México, para iniciar el trabajo apostólico de la Obra, extendiendo entre todo tipo de personas el mensaje de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. 

 

Un ejemplo cercano

 

En este sugerente libro, Rafael Fiol, que trabajó muchos años junto a Casciaro en México, nos narra algunos de los hitos de su vida, pero sobre todo ahonda en su personalidad, tratando de encontrar la raíz de su generosa respuesta a la llamada de Dios. Su vida, asegura, fue un esfuerzo continuo por identificarse con la Voluntad de Dios, desde el primer momento de su entrega en el Opus Dei. 


El relato, repleto de sucesos y anécdotas entrañables, recoge también testimonios de numerosas personas que trataron con Casciaro. Nos va dibujando el temple humano y sobrenatural de una personalidad rica y singular, que lucha para superar sus defectos y se va forjando bajo la orientación sabia y santa de san Josemaría.

 

La narración nos permite contemplar un ejemplo cercano de fe y audacia, y también de optimismo y buen humor, con la humildad propia de quien no se considera importante y por eso sabe reírse de sí mismo. Casciaro destacaba desde la adolescencia por su espíritu de iniciativa, sabía asumir responsabilidades y tenía dotes de gobierno, al parecer heredados especialmente de su abuelo. Dejó escrito en el guión de una clase sobre el gobierno: “La capacidad de decisión está íntimamente unida con el espíritu de sacrificio, porque escoger –con conciencia- significa renunciar.” 

 

Amar a Jesucristo con obras y de verdad

 

Vemos también a un hombre dispuesto a hacer locuras para llevar a Jesucristo a todos los rincones del mundo, emprendiendo proyectos que con ojos humanos parecerían imprudentes.

 

Es significativa la anécdota con don Marcelino Olaechea, que fue arzobispo de Valencia y gran amigo de san Josemaría. Casciaro le acompaña en el acto en que el papa san Pablo VI inaugura un Centro de Formación para la Juventud Trabajadora en Roma, que el Opus Dei puso en marcha en unos momentos en que todavía eran muy pocos los miembros de la Obra en Italia: “¡Estáis locos!... –le dice al oído con cariño el arzobispo- estáis locos, pero de Amor de Dios, como vuestro fundador, que os ha pegado a todos su locura divina.


san Pablo VI y san Josemaría, el día de la inauguración del Centro ELIS en Roma

 

Esa locura le llevará a iniciativas semejantes en México, como la puesta en marcha, sin recursos humanos, de varios centros de formación para mujeres y hombres del campo aprovechando las ruinas de Montefalco, una antigua finca incendiada y abandonada durante la revolución mexicana.

 

Venciendo todo tipo de dificultades, Montefalco se convirtió pronto en un foco de progreso humano y cristiano, que ha logrado una transformación notable en la calidad de vida de toda la comarca. Como ésta, muchas otras iniciativas apostólicas en tierras mexicanas se deben a su impulso lleno de fe y valentía.

 

Finura de espíritu

 

Fiol destaca un rasgo atractivo de la personalidad de Casciaro: la finura de espíritu, “una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles. Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Y sin duda el trato con Dios deja finura en el alma.”

 

Aprendió de san Josemaría a formar a las personas que tenía al lado. “Tenía la virtud de sacar el lado positivo y las virtudes de las personas que colaboraban con él.” La conciencia de su responsabilidad para transmitir el espíritu que había aprendido del fundador le llevaba a corregir con prontitud y firmeza, pero “decía las cosas con un entrañable estilo de afecto y fino humor. Sabía crear a su alrededor un clima de paz, de tranquilidad, de alegría, de buen humor, de espontaneidad, de cariño, de afabilidad, de educación, de altura humana y sobrenatural, que hacía la convivencia muy grata, y que transmitía a todos entusiasmo por la Obra y la labor apostólica.

 

Una personalidad liberal e independiente

 

Pedro Casciaro había nacido en Murcia en 1915, donde hizo sus primeros estudios. A los 10 años su padre obtuvo la plaza de catedrático de instituto en Albacete, y se trasladó allí con su familia. En 1931, con 16 años, se trasladó a Madrid para estudiar Matemáticas y Arquitectura: una orientación profesional que cuadraba muy bien con sus talentos y aficiones: tenía fina sensibilidad artística y genio creativo. Era además muy independiente, y había sido educado por sus padres con planteamientos liberales y una superficial formación religiosa.

 

En enero de 1935 conoció a san Josemaría, joven sacerdote de 33 años. Ese encuentro transformó su vida: le cautivaron su trato sencillo y cordial, su cultura y su sincera piedad. Al acabar la conversación le salió espontáneo pedirle que fuera su director espiritual, a pesar de que nunca lo había tenido ni sabía muy bien en qué consistía. En noviembre de ese mismo año pidió ser admitido en el Opus Dei. Toda su vida, el desarrollo de su rica personalidad –en lo humano y en lo sobrenatural- estaría marcada desde ese momento por la huella que dejó en su alma joven el trato estrecho con el fundador.

 

Al estallar la guerra civil española Pedro se encontraba pasando unos días con sus abuelos en la finca que poseían en Torrevieja. Su padre, concejal republicano, fue encarcelado en Albacete por los sublevados, pero al ser conquistada la ciudad por tropas republicanas fue liberado y nombrado presidente del Frente Popular de la provincia. Hombre recto, intentó detener la tremenda represión que se desató contra la Iglesia, y logró salvar varias vidas de sacerdotes y religiosas. Salvó también de la destrucción numerosas obras de arte religiosas, entre otras la imagen de la Patrona de Albacete, la Virgen de los Llanos.

 

Destinado a Valencia para servir al ejército republicano, el joven Casciaro desertó para unirse a san Josemaría y otros miembros de la Obra en su huida hacia la libertad a través de los Pirineos. Una aventura fascinante, en la que se jugó la vida con una desenvoltura y valentía solo explicables por la ayuda del cielo.


En Andorra junto al fundador tras lograr pasar a Francia en busca de la libertad


Mente y corazón universales 


Casciaro se sintió ya protagonista de una aventura sobrenatural, incluso antes de haber solicitado ser de la Obra. Contaba que durante los días de vacaciones en Torrevieja “la semilla de la universalidad [de la Obra] ya estaba germinando, porque recuerdo que contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían sembrado en mi alma (...).

En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado. Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos.” Con ese título -Soñad y os quedaréis cortos- Casciaro publicó un apasionante libro de memorias.


don Pedro Casciaro en México

Guadalupano

 

Parte del secreto de Casciaro para afrontar con valentía y magnanimidad retos y dificultades de todo tipo está sin duda en su devoción a la Virgen, siguiendo la huella de san Josemaría. Se aplicaba como dichas para sí las palabras de la Guadalupana al indio Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? (…) ¿Qué has menester?”

 

Del trato filial y confiado con Dios y con la Virgen sacó las fuerzas para entregarse generosamente a Él y al prójimo, “hasta la última gota.”



 

lunes, 8 de marzo de 2021

Sé lo que estás pensando

 


Sé lo que estás pensando. John Verdon. Ed. Roca

 

Una novela policíaca que engancha, primera de la serie iniciada por Verdon con David Gurney como protagonista. A esta siguieron otras, la última El ángel negro, publicada en noviembre de 2020.

 

Un detective jubilado atiende la petición de ayuda de un antiguo compañero de estudios que está recibiendo unas misteriosas cartas amenazadoras. La pasión por su trabajo de detective le lleva a aceptar ayudarle.

 

Bien descritas las conductas psicológicas de los diversos personajes, especialmente las relaciones del policía con Madeleine, su esposa, y sus hijos, a los que no siempre ha sabido prestar la atención que hubiera sido necesaria. Madeleine es una mujer fuerte, en la que el policía encuentra apoyo para su vulnerabilidad. Y es una mujer inteligente, honesta e intuitiva, cualidades que la acaban convirtiendo en coprotagonista de la narración.

 

Como el propio Verdon ha explicado, en sus libros afronta cuestiones como la empatía, la culpa, la responsabilidad de los padres, o el daño que producen en las personas las “narrativas falsas”, es decir, el mentir con objeto de “tener más”, que acaba convirtiéndose en un terrible “ser menos”.

 

Verdon, que antes de jubilarse se había dedicado a la escritura publicitaria, comenzó a interarse por la novela policíaca gracias a su afición a las obras de Conan Doyle y otros clásicos de la novela negra y de misterio.

 

Las historias de detectives, ha declarado, son su género favorito porque tienen una orientación esencialmente moral: “no solo porque el bueno gana, sino porque la estructura de la forma tiende a valorar la objetividad por encima de la conveniencia, y la verdad por encima de la ganancia personal.

 

Describe a su personaje como “un detective cuyo apego a lo que es bueno crea toda la emoción, todas las recompensas y la mayoría de los problemas de su vida. David Gurney es un genio cuando se trata de lidiar con maníacos y asesinos, pero no tan bueno cuando se trata de lidiar con su esposa e hijo. Es un policía fantástico con una trágica sensación de su propia ineptitud como ser humano. Creo que este tipo de personaje central ayuda a que la historia se convierta en muchas cosas para muchas personas.”

 

Pienso que ese contraste, efectivamente, convierte a la novela en algo más que un buen entretenimiento. Tiene la facultad de despertar emociones y deseos de mejora en nuestras relaciones con los demás.

 

 

sábado, 6 de marzo de 2021

Dios y la ciencia

 



Dios y la ciencia. Hacia el metarrealismo. Jean Guitton. 

Ed. Debate, 1998

 

El filósofo francés Jean Guitton fue miembro de la Academia francesa y de la Academia de Ciencias morales y políticas. Fue el único laico que participó en el Concilio Vaticano II. Falleció en 1999. Profundo y certero pensador, nos ha dejado una ampliaproducción filosófica, en la que abundan los trabajos sobre el conocimiento humano y el conocimiento de Dios.

 

Este libro está escrito en conversación con dos astrofísicos, los hermanos Igor y Grichka Bogdanov. Guitton contrasta las ideas metafísicas con los datos que aporta la ciencia, y muestra que es posible tender puentes entre lo material y lo espiritual, porque los últimos avances científicos parecen avalar que esos puentes realmente existen. Muestran una inusitada convergencia con el conocimiento teológico. Se diría que la ciencia nos dirige a lo trascendente, idea que a un cristiano no le debe sorprender. Dios no es demostrable por el método científico, pero la teoría cuántica y la nueva física, lejos de contradecirlo, ofrecen un punto de apoyo científico a las concepciones de la religión.

 

Anoto algunos de los datos interesantes que aporta el libro:


Jean Guitton

 

La teoría cuántica parece haber llevado a los físicos a un muro de incertidumbre, a lo que Guitton llama "agnosticismo respecto a la ciencia." La física se ha topado con la existencia de límites físicos al conocimiento, “unas extrañas fronteras” que hacen que el universo no sea plenamente cognoscible. He aquí algunos de esos límites:

-El principio de complementariedad enuncia que las partículas elementales (o mejor, los fenómenos elementales) son a la vez corpusculares y ondulatorios.

 -Existe un “quantum de acción” mínima medible, la constante de Planck: es la más pequeña cantidad de energía que existe en el universo, la más pequeña acción mecánica concebible. Es el límite de divisibilidad de toda radiación, y por tanto de toda divisibilidad.

-La teoría cuántica nos dice que la realidad “en sí” no existe. Depende del modo en que decidamos observarla. Las entidades elementales pueden ser a la vez onda y partícula: a la vez, al mismo tiempo. Y son realidades indeterminadas. Frente a la teoría cuántica no se sostienen interpretaciones del universo como la objetividad y el determinismo.

-Un dato sorprendente que aporta la física es que existe un orden en el seno del caos.  En un universo sometido a la entropía, irresistiblemente arrastrado hacia un desorden creciente, aparece el orden. ¿Cómo y por qué?

-La teoría cuántica nos dice que espacio y tiempo son ilusiones. Pero sin embargo existimos, estamos ligados a algo que trasciende las categorías de espacio y tiempo. Algo que se asemeja más al espíritu que a la materia.

 

La teoría del Big Bang


Fuente: NASA


Basta medir la velocidad con que siguen expandiéndose las galaxias, separándose unas de otras, para inducir el momento primero, en que se encontraban concentradas en un punto. La teoría del Big Bang, de Lemaître, no surgió como un argumento creacionista, sino como forma de resolver la incógnita de la constante cosmológica de Einstein. El hecho de que resuelva apreciablemente bien el problema es sin duda sorprendente. 

Las leyes de la física permiten describir hoy con precisión multitud de datos, que nos dan una idea vertiginosa de la grandiosidad del universo:   

-El primer instante después del tiempo 0 fue 10 elevado a -43 segundos (apenas un relámpago, dentro de los 15 mil millones de años que dura el universo).

-En ese instante el universo medía 10 elevado a -33 cm.

-El calor del universo era de 10 elevado a 32 grados.

-El tamaño del núcleo del átomo es de 10 elevado a -13 cm, miles de millones de veces más grande que el universo en ese instante.

-La constante de Planck (6,626 elevado a -34 julio-segundos) es la más pequeña cantidad de energía que existe en el mundo físico, la más pequeña acción mecánica concebible. Hay también una longitud la más pequeña concebible entre dos objetos separados, y una unidad de tiempo el más pequeño posible.

-La edad de la Tierra: 4.500 millones de años. El universo, 15.000 millones.

-En los primeros instantes del universo (entre 10 elevado a -35 y 10 elevado a -32 segundos: o sea, milmillonésimas de segundo) el universo se hincha 10 elevado a 50 veces (como del núcleo del átomo a una manzana). Desde entonces hasta ahora “sólo” ha crecido 10 elevado a 9: o sea, mil millones de veces.

-el tamaño del universo observable es 10 elevado a 28.


Son datos asombrosos. Sin embargo, las leyes de la física no saben ni pueden responder a estas preguntas: “¿por qué hay algo en lugar de nada?” o “¿por qué apareció el universo?”

 

Autoestructuración y sincronicidad de la materia

 

A nivel molecular se da una autoestructuración de la materia de acuerdo con leyes aún no conocidas, que tiende a contradecir el 2º principio de la termodinámica: lo que se observa no es que el sistema pase del orden al desorden, en el transcurso del tiempo, sino que se comporta como un sistema abierto que intercambia continuamente con el exterior materia, energía e información. Se dan unas fluctuaciones de la organización molecular de manera que aparecen estructuras más ordenadas en el seno del desorden molecular, creándose estructuras cada vez más complejas.

 

Este inesperado creciente de orden puede estar en la base de la intrigante aparición de la vida a partir de la materia inerte. La materia parece poseer un principio de autoestructuración que desconocemos, y que dirige su organización.

 

Parece pues que debemos añadir a los conceptos de espacio, tiempo y principio de causalidad el principio de sincronicidad: existe un orden universal de comprensión, complementario de la causalidad, que permite o explica que el universo de lo viviente tenga un creciente grado de orden, al contrario que la materia inanimada. Las moléculas básicas para la vida parecen disponer de sistemas de autoorganización y comunicación que les permiten crear estructuras vitales cada vez más perfectas.

 

 Esos sistemas nos hablan de un orden supremo que regula todos los fenómenos, las constantes físicas, las condiciones iniciales del universo, el comportamiento de los átomos…

 

Materia vacía



La materia está hecha de vacío. En realidad parece inatrapable. Si observamos una llave, para hacernos cargo del tamaño de los átomos que la componen, tendríamos que imaginar que la llave tiene el tamaño de la Tierra, y el átomo sería del tamaño de una cereza. Para hacernos idea del tamaño del núcleo de ese átomo, la cereza tendríamos que ponerla a escala de un balón de 200 m. de diámetro, y a esa escala el núcleo apenas sería una mota de polvo. Los átomos que componen el sustrato de la llave están vacíos.

 

Sin embargo, el número de átomos es descomunal. Si una persona fuera capaz de contar mil millones de átomos por segundo, tardaría más de cincuenta siglos para contar los átomos que hay en un grano minúsculo de sal. Son tantos, que si tuviesen el tamaño de una cabeza de alfiler cubrirían toda Europa con una capa uniforme de más de 20 centímetros de espesor.

 

Si entramos en el interior del núcleo, ahí están los hadrones, que parecen descomponerse en quarks, partículas que existen en grupos de 3 y que en realidad parecen inasibles, son sólo una ficción matemática que funciona.

 

Según la teoría físico cuántica relativista de los campos, las partículas no existen por sí mismas, sino a través de los efectos que originan. Ese conjunto de efectos se llama “campo”. Los objetos que nos rodean no son más que conjuntos de campos (electromagnético, gravitatorio, protónico y electrónico). La realidad es un conjunto de campos que interaccionan permanentemente entre ellos, en forma de vibraciones.

 

Según la teoría cuántica, todo parece comportarse como si el acto de observación fuera el determinante de la materialización de la realidad, única e indivisible. Antes de la observación todo es sólo una función ondulatoria. (Como si el universo proviniese del derrumbamiento de una especie de función ondulatoria universal, provocado por un observador exterior).

 

La materia, como demostró de Broglie, está compuesta de configuraciones ondulatorias que interfieren con configuraciones de energía. Como en los hologramas, la materia es una configuración codificante de materia y energía. Cada región del espacio contiene la configuración del conjunto.

 

En realidad, la luz y el color no existen en sí mismos. Lo que la retina percibe son ondas electromagnéticas. No hay sonidos, ni música, sólo variaciones momentáneas de presión del aire en nuestros tímpanos. No hay calor ni frío, sino moléculas con mayor o menor energía cinética.

 

El universo parece un mensaje redactado con un código secreto, que correspondiera a los físicos descifrar. Materia, energía e información parecen los componentes de ese código.

 

Las abundantes referencias científicas suponen cierta dificultad para la lectura del libro, pero gustará a quienes desde las matemáticas y la física se preguntan a menudo por el misterio de la vida y del cosmos, y sueñan con encontrar la clave del misterio que encierran.

 

Guitton y sus colaboradores astrofísicos cumplen, a mi juicio, lo que se han propuesto: “mostrar que los últimos progresos científicos permiten entrever una convergencia entre la física y la teología.”


Un buen trabajo de divulgación sobre el origen del universo es también este libro del profesor Martínez Caro.

 

viernes, 5 de marzo de 2021

Capacidad crítica y libertad de expresión


Foto: Duke Law


Frente al poder opresivo de las ideologías, filósofos y pensadores, como Javier Gomá o Higinio Marín, han advertido recientemente a la ciudadanía sobre la necesidad de defenderse. Se hace preciso optar por “una sutil forma de resistencia” en la que pongamos en juego nuestra capacidad crítica.

 

Necesitamos ejercitar cada día la libertad de opinar por cuenta propia, como señala Higinio Marín: la libertad de salirse del discurso público monocolor, si así lo estima conveniente nuestra inteligencia. Es un ejercicio que está en los cimientos de la democracia.

 

Sin embargo, todo parece organizado para evitar que las nuevas generaciones sean capaces de pensar por su cuenta. Con honrosas excepciones, una gran mayoría de nuestros jóvenes salen de la escuela adormecidos de ideales, sin conocimiento de la historia ni de sus raíces, con una pobre mochila mental, vacía de ideas y plagada de eslóganes creados por publicistas, que cada vez se parecen más a los eslóganes del Gran Hermano en la pesadilla orweliana.

 

Hace falta, dice Javier Gomá, “un ejercicio sutil de la inteligencia, edificado sobre una base moral que procure ser excelente.” Una sociedad no puede organizarse en torno a la nada. Necesita una base moral común. Como señaló el cardenal Ratzinger glosando a Agustín de Hipona, “Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones –es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines- solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un estado.”

 

 Hay que proponerse seriamente construir la sociedad desde una base moral común en la que se eduque a todos. Sólo así saldrán de la escuela personas maduras, capaces de pensar por sí mismas. Una base moral transmitida con la educación, en la que se resalte que lo realmente liberador es optar por la verdad y el bien. Que hay que desterrar de la vida pública a quienes mienten. Que el fin no justifica los medios. Que donde las palabras dejan de ser verdaderas, surge la desconfianza y la convivencia se vuelve irrespirable.

 

Como apunta Javier Gomá, hay que apostar por crear no minorías, sino mayorías selectas, que surgen cuando desde muy jóvenes se enseña a todos que es posible afrontar el esfuerzo por salir de la vulgaridad en busca de la excelencia. El objetivo no puede ser igualar por abajo, sino elevar hacia lo mejor que cada persona es capaz de alcanzar.

 

Es valiente, y a mi juicio acertado, el argumento de Gomá, que no se corta en contradecir a Ortega y su concepto de masas. Las masas no existen. Sólo existen personas, ciudadanos, uno a uno. No somos número, ni grumo amorfo e impersonal. Somos ciudadanos, “cada uno en lucha consigo mismo para salir de la vulgaridad y alcanzar la excelencia.”

 

Hacer del pueblo una masa es el sueño de los totalitarismos, porque la masa no piensa, es manejable. Pero una sociedad libre y democrática promueve y alienta la mejor educación posible para sus jóvenes, porque sin instrucción no es posible alcanzar la verdad, y sin el conocimiento de la verdad no se puede ser libre.

 

Con una educación así, en la que se aprende el gusto de conversar, de leer, de instruirse, y se fomenta la libertad de pensar por libre, es como la sociedad se libera de ideólogos sectarios y totalitarismos opresivos. Tenemos demasiado cerca, en el tiempo y en el espacio, ejemplos dramáticos para no ver el peligro que nos acecha.

 

En el ámbito educativo cada vez más voces se alzan contra ideólogos capaces de hundir un sistema educativo, mejorable pero que funciona, con tal de imponer el suyo, embutiendo a la ciudadanía en unas hormas que ni son las suyas ni les gustan.

 

        En el sistema político, urgen listas abiertas para que la ciudadanía pueda elegir realmente a sus representantes, uno a uno, en los que deposite, o no, su confianza según el cumplimiento de sus promesas, su honradez y su veracidad. El sistema impide que los supuestos representantes piensen por su cuenta. Están sometidos a los dictados de sus partidos, por lo que difícilmente se les puede considerar representantes de los ciudadanos: sólo representan a su partido.

 

        Urge devolver al ciudadano la competencia de su iniciativa, ahogada por una concepción estatalizadora de la convivencia, que parece diseñada para castigar el emprendimiento libre de los ciudadanos. Hay que apostar por una sociedad civil fuerte, que no abandone su futuro en manos de quienes alcanzan las riendas del Estado, sino que les pida cuentas. Porque, volviendo a la frase de san Agustín, si alcanzan el poder quienes no se rigen por el criterio de la justicia, la conducta del Estado no será muy distinta a la de una banda de ladrones.