sábado, 6 de julio de 2013

Álvaro del Portillo


Alvaro del Portillo



Junto a las próximas canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII, ayer la Santa Sede  hizo público el reconocimiento  de un milagro atribuído a Monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente de la Prelatura del Opus Dei



Me ha parecido especialmente completa y novedosa la nota de prensa multimedia preparada por la Oficina de Información del Opus Dei, que puede verse en este enlace: 




lunes, 1 de julio de 2013

Ciencia y fe. Nuevas perspectivas.




Mariano Artigas. EUNSA, 1992





En otras ocasiones he mencionado al profesor Mariano Artigas. Titular de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra, físico y filósofo, ha sido uno de los principales expertos en el análisis de esa delgada línea que parece separar la ciencia de la fe, pero que en realidad las une estrechamente.


Quienes, como Artigas,  saben de  ciencia y conocen a fondo la fe católica, comprueban que no sólo no se contradicen, sino que se complementan maravillosamente.  Y juntas son capaces de hacer progresar el conocimiento humano hasta límites insospechados.


Unas preguntas que requieren respuesta

Artigas reflexiona  sobre las relaciones de la ciencia con la fe, y lo hace con el tacto de quien sabe que importa mucho no banalizar en ese terreno.  Están en juego cuestiones serias, sobre las que todo hombre se pregunta en su ser más íntimo.

¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué sentido tiene la conducta ética? ¿Por qué debo hacer el bien y evitar el mal? ¿Soy fruto del ciego azar, o de una evolución ideada por un  diseñador inteligente? ¿Quién me ha creado? ¿Qué sentido tienen mis certezas, y qué les diferencia de la verdad? ¿Soy capaz de encontrar la verdad? ¿Soy inmortal, o seré aniquilado?


No hay persona con sentido común que no vea que estas son las preguntas que vale la pena hacerse. Y que respuestas falsas, por banales o irreflexivas,  pueden llevar a la angustia vital, y acabar convirtiendo el mundo en un infierno.


Sobre tan decisivas cuestiones trata este interesante y asequible manual. Su modo de exposición, con una argumentación rigurosa, es atractivo, incluso cuando habla de cuestiones complejas.


Artigas analiza la evolución de las tesis de  los principales científicos y pensadores: Einstein, Popper, Bergson, Eccles, Darwin, Wallace,… Se detiene en las luces aportadas por los últimos  descubrimientos científicos, que con frecuencia han tumbado hipótesis que se habían presentado como “verdades científicas  incontrovertibles” y definitivas.


Una  materia menos material de lo que parece


              



Son interesantes, por ejemplo, sus  razonamientos al mostrar lo tremendamente empobrecedor que resulta el  “cientifismo”, que reduce el conocimiento del hombre a la ciencia experimental,  a lo que pueda ser demostrado mediante fórmulas matemáticas,  o en un laboratorio.  


El cientifismo materialista, al  prescindir de la capacidad de la razón de alcanzar verdades espirituales más allá de la materia, produce una jibarización del ser humano tremendamente reductiva y alicorta.


La ciencia nos ha permitido progresar mucho. Sabemos mucho más que nuestros antepasados.  Pero en realidad seguimos sabiendo muy poco. Ciertas deificaciones de “lo científico” como único conocimiento cierto y clarividente se han mostrado exageradas. Se equivoca –concluye Artigas- quien piense que en la ciencia no existen los misterios, o que tenemos ya un dominio sólido y un conocimiento consistente del mundo material.


Por ejemplo, desde que en 1897 se descubrió el electrón, la tecnología electrónica ha experimentado un avance exponencial, pero aún no sabemos qué es realmente un electrón. Cada avance científico abre nuevas incógnitas cada vez más profundas y difíciles.


De hecho, en las ciencias ha dejado de usarse el concepto de materia. Nos encontramos en un momento de progresiva desmaterialización de la ciencia. En lugar de una materia que se presenta como inatrapable,  se habla de “lo material”, porque no existe ninguna entidad puramente material. 


Todo lo material tiene unas dimensiones ontológicas y metafísicas con un dinamismo propio, nunca son algo meramente pasivo. Son formas materiales que expresan modos de ser que no se agotan en la mera exterioridad, y por eso indican cierta inmaterialidad.



La singularidad de la persona humana

Pero en el caso del ser humano la cosa va mucho más allá. Frente a quienes reducen el hombre a mera materia, Artigas enumera una larga lista de rasgos distintivos de la persona que manifiestan una interioridad irreductible a pautas naturales. Son rasgos que muestran las extraordinarias dimensiones espirituales del ser humano. 

Estas son algunas:

La actividad consciente de la persona, su interioridad y auto-reflexión. El sentido del tiempo. La capacidad de abstracción. El sentido de la evidencia y de la verdad, que son  presupuestos de la ciencia. La capacidad de argumentar. La existencia y el uso del lenguaje. La capacidad de comunicarse, y de instruir y de enseñar a otros. La libertad y capacidad de autodeterminación, que se asientan en la capacidad racional.

La capacidad de apreciar los valores, y  el sentido del bien y del mal.  La responsabilidad.  La creatividad e inventiva, en las que se apoyan los logros de la ciencia y la tecnología. La búsqueda de explicación acerca de la propia existencia. La capacidad de amar.

Y la actitud religiosa: sólo el hombre puede dirigirse a Dios, los animales no rezan: quizá esta es la diferencia más radical entre el hombre y los animales. Por eso podemos afirmar que el hombre es un ser que participa de la espiritualidad propia de Dios: un ser único, que posee dimensiones espirituales y materiales.


Todos estos rasgos muestran que a través de su inteligencia y su voluntad, el hombre trasciende el ámbito de lo natural. Por eso se puede decir que el hombre es único.  Sólo en él la acción de Dios produce un ser que sin dejar de pertenecer a la naturaleza, posee unas dimensiones que la trascienden. Como dijo Wallace, co-descubridor con Darwin de la evolución, “el hombre posee unos atributos espirituales que no proceden de la evolución, sino que tienen un origen sobrenatural”.


Ante esta singularidad, el materialismo de algunos científicos se muestra ciego. Lo ha denunciado John Eccles, Nóbel de medicinapor sus trabajos sobre el cerebro: “El materialismo no sabe dar respuesta a esos problemas fundamentales que surgen de la experiencia espiritual del hombre. El materialismo no consigue explicar nuestra singularidad (…) Cada alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta sostenible”.






Es razonable creer

Artigas argumenta una verdad esencial: la fe no va contra la razón, sino que la supone y perfecciona.  La fe no es irracional, comenzando por el hecho de que sólo una persona inteligente es capaz de creer en la revelación divina.

Por otra parte, cuando algo se presenta con las garantías necesarias, creer es una actitud razonable.  En realidad, creer es una actitud profundamente humana. Sin fe en los demás no podríamos vivir.  Y si Dios existe, es perfectamente razonable que nos haya querido comunicar verdades a las que no podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas.

¿Qué  garantías tiene la revelación divina que ofrece la Iglesia? En realidad, la mayor parte de las dificultades frente a la fe provienen de prejuicios hacia la Iglesia. Pero cuando se estudia la historia de la Iglesia con rigor, en fuentes fidedignas y libres de los prejuicios que han extendido las leyendas negras, se comprueba con asombro que la revelación que Jesucristo trajo al mundo ha sido transmitida íntegra hasta nuestros días,  con una fidelidad heroica, incluso a través de la miseria de miembros de la Iglesia


Esa transmisión fiel a lo largo de veinte siglos es un hecho constatable, que deja pasmado al observador externo. En ese hecho singular el creyente ve  la prometida asistencia del Espíritu Santo  a su Iglesia hasta el fin de los tiempos.


Lo peor de prejuicios y calumnias, dice Artigas, es que acaban haciendo mella en los propios católicos, que adoptan  una actitud de desconfianza hacia la Iglesia.


Una de esas  calumnias mil veces repetidas es la que afirma que la Iglesia ha estado siempre con los ricos y se ha olvidado de los pobres. Pero la realidad es bien distinta: ninguna otra institución se ha preocupado tanto por los pobres. Es tan patente, que incluso Gramsci instaba a los comunistas a preocuparse por los pobres aprendiendo de lo que hace la Iglesia.



¿De qué le sirve la ética a un ateo?

Los argumentos de Artigas muestran verdades evidentes, que no deberían molestar a nadie. Así, cuando se pone en el punto de vista de quienes piensan que no somos más que animales un poco más evolucionados. Entonces, dice, ¿por qué preocuparse de la verdad y de la ética? A un ateo consecuente no le debería preocupar demasiado la ética.


Y respecto a los agnósticos, gracias a Dios la mayoría de ellos son inconsecuentes: de otro modo el mundo sería un infierno. Porque si el hombre es sólo un animal más listo que los demás, si todo es fruto del ciego azar y no podemos saber nada de nuestro origen ni de nuestro fin, no tiene sentido afirmar que el ser humano posee derechos inviolables, o que existe una ética, o que debemos buscar la verdad, o que hemos de respetar la libertad de los demás.


Afirmar que sólo somos animales algo más evolucionados es tanto como  dar vía libre a la ley del más fuerte, y sobrevivirá sólo el que sea más depredador. Todos sentimos en lo más íntimo que tal cosa  es una barbaridad, inconsecuente con nuestra naturaleza.


Si no hemos llegado a esa jungla inhabitable a la que conduciría el ateísmo consecuente es porque aún vivimos de rentas. Vivimos de ideas y religiosidad que hemos heredado de nuestros antepasados. Pero las rentas se acabarán –pronostica Artigas- si no somos capaces de producir nuevos recursos morales.


El libro ayuda a pensar en lo que de verdad debería importarnos. Y es una invitación a sacar conclusiones. Porque la verdad  no es neutra: compromete la conducta, obliga a cambiar estilos de vida. Quizá por eso algunos prefieren darle la espalda. 


Sobre este tema, ver también la reseña a Oráculos de la ciencia


martes, 25 de junio de 2013

Harambee: Comunicar África, también con dibujos


Creatividad, emoción contenida e ingenio artístico. Son los ingredientes de estos simpáticos dibujos llenos de color sobre África.



Están realizados por alumnos del Colegio El Vedat de Valencia, tras la charla que mantuvieron con Ezinne Ukagwu, nigeriana, ganadora del Premio Harambee a la Igualdad de la Mujer




Les impresionó conocer cuanto Ezinne les contaba sobre la vida en África. Las duras condiciones en que discurría la vida de niños como ellos, afrontadas sin embargo con una alegría llena de vitalidad y optimismo ante el futuro.


Y sobre todo les impresionó saber que ellos podían ayudar desde aquí a que esas duras condiciones fuesen cada vez menos. Que con su pequeña esfuerzo y su sensibilidad comunicativa podían contribuir a que el bienestar y la calidad de la enseñanza y la sanidad mejorasen. Les entusiasmó saber que existen africanas como Ezinne, que trabajan con gran profesionalidad y sin desanimarse por las dificultades. Y que existen niños como ellos en muchos países  que apoyan con el mismo entusiasmo. Con gente así se cambia el mundo.
 

 



viernes, 14 de junio de 2013

Chesterton, autobiografía



                      

G.K. Chesterton. Autobiografía
Ed. El Acantilado 


    “Aquí estoy en la malsana y degradante tarea de contar la historia de mi vida”. Así habla de sí mismo en esta singular autobiografía el genial escritor y periodista inglés (1874-1936) que cultivó gran número de géneros literarios: novelas de intriga (la genial saga del Padre Brown, o El hombre que fue jueves), biografías (Tomás de Aquino –una de las mejores sobre este gran santo e intelectual-, san Francisco de Asís, Charles Dickens), ensayos (Ortodoxia), poesía,… Fue especialmente memorable en sus columnas periodísticas. Destacó también como orador. 


    Son famosas sus controversias con personajes de la vida política y cultural del momento. Su obra tiene un estilo polémico, a veces enmarañado, pero siempre cuajado de un peculiar y chispeante sentido del humor, que despierta el afecto y la sonrisa, e incluso la carcajada, en el lector. 


    Un sentido del humor con el que zahiere a quienes intentan polemizar sin fundamento: “Me alegra saber suficiente griego como para coger el chiste cuando alguien dice que es inútil en una democracia”. O con el que denuncia manipulaciones lingüísticas que esconden traiciones al bien común, o sencillamente al sentido común: “Ahora llaman hombre de negocios al capaz de arruinar, destrozar y tragarse los negocios de cualquiera”. 

viernes, 31 de mayo de 2013

Morder la bala, de Lucía Méndez



Morder la bala. Relato íntimo del gobierno del PP. 

Lucía Méndez (La esfera de los libros, 2012) 




    Morder la bala (bite the bullet) es una expresión inglesa, usada al parecer por primera vez por Rudyard Kipling. Un famoso western de 1975 lleva ese título. Alude a la fortaleza y sacrificio con que es necesario afrontar la adversidad. Es necesario operar, no hay anestesia, y al herido se le da una bala para que la apriete entre los dientes. Es cuanto puedes hacer para mitigar el dolor: apretar los dientes, aguantar como puedas. Hay que hacer lo correcto aunque suponga un trago amargo. 


    De esta imagen se sirve la periodista Lucía Méndez para describir la difícil situación que desde el minuto cero de su mandato afronta Mariano Rajoy al llegar al gobierno de la nación. Una crisis económica sin precedentes le obliga a tomar medidas de gobierno que son auténtica cirugía sin anestesia en la carne de la ciudadanía. A nadie le gusta, pero hay que hacerlo. 

Niña Pastori canta el Ave María

¿Qué tiene la música que enciende y eleva el alma?

Qué buenos recuerdos de esta canción de Niña Pastori, con el Papa y miles de jóvenes. Cierra los ojos y escucha... bit.ly/1147MWH #NiñaPastori


sábado, 25 de mayo de 2013

Metafísica y ciencia experimental



Hay certezas más allá de la ciencia 


Un conocido divulgador de la ciencia comentaba que, para él, hablar de Dios es como  hablar de elefantes voladores. Hasta que no se lo demuestren, con el rigor de una prueba científica, no verá en Dios sino una fantasía sin base real.

Su equivocado razonamiento es un error frecuente en quienes confunden racionalidad humana con racionalidad científica. Toman la parte por el todo. 

Conocemos muchas cosas que no son fruto de procedimientos científicos. Nuestra razón es capaz de alcanzar certezas sobre cosas no materiales, inalcanzables mediante  fórmulas matemáticas o experimentos de laboratorio. La mayor parte de nuestro conocimiento ordinario consiste en certezas de ese tipo: son certezas metafísicas.



Somos capaces de reconocer el bien que se encierra en una acción generosa. De identificar eamor: querer y sentirse querido es  una realidad metafísica, anterior y mucho más profunda que la mera "química" entre personas. 

Tenemos  autoconciencia.  Sé que soy el mismo “yo” hoy que ayer, y que mañana seguiré siendo “yo” mismo. Esa autoconciencia, que sugiere permanencia, le hacía decir a Pascal: “Soy más grande que el universo, porque aunque el universo se me cayera encima, yo lo sabría, pero él no.”

Nuestro lenguaje, por el que transformamos sonidos en ideas, nos habla de una capacidad de abstracción y trascendencia que está más allá de la física. Los simios carecen de esa trascendencia. Un simio no habla, no porque no sepa hablar, sino porque no tiene nada que decir. Nosotros sí tenemos cosas que decir,  porque somos capaces de  conocer realidades que trascienden la materia: realidades espirituales, inalcanzables mediante racionalidad meramente científica.

Con el conocimiento metafísico alcanzamos verdaderas  certezas, no meras conjeturas. Tengo certeza de mi libertad, de mi racionalidad,  del sentido único de cada vida humana, de mi capacidad de argumentar y  conocer la verdad.

Tengo certeza de que esta persona me quiere. De que aquella otra es digna de confianza, y por tanto el dato que me da es fiable y no necesito comprobarlo. 

En realidad, como ha escrito Leonard, sólo lo existencialmente insignificante es “perfectamente comprobable” por la razón. A partir del momento en que entramos en el campo de la comunicación entre personas, una cierta confianza en la palabra reveladora del otro ha de entrar en juego. Alcanzamos  muchas certezas que no han necesitado demostraciones lógicas perfectas. Certezas sobre cosas que ningún instrumento científico es capaz de medir, o sobre cosas que no necesitamos comprobar, porque confiamos en quien sí las ha comprobado.

       Esas certezas metafísicas no pueden ser demostradas por la ciencia experimental, pero eso no las  convierte en irracionales. Sencillamente muestran que la ciencia experimental no es la vía exclusiva de nuestro conocimiento, y que no es la vía válida para alcanzar certezas metafísicas.

Esa capacidad metafísica de nuestro conocimiento, que se eleva por encima de lo material y capta realidades espirituales,  es la que nos permite llegar a reconocer la existencia de Dios.

Otro día podemos hablar  de los supuestos filosóficos necesarios de la ciencia (inteligibilidad del universo, capacidad humana de conocer el orden de la naturaleza, valores que requiere el trabajo científico), muy bien explicados por Mariano Artigas en su espléndido libro La mente del Universo. Ver aquí una conferencia magistral que pronunció sobre el mismo tema en la Universidad de Navarra. 

Y después hablaremos de las vías, que descubrimos en la observación del universo y en nuestro mundo interior,  por las que podemos llegar a certezas sobre la existencia de Dios.