sábado, 2 de febrero de 2013

En lugar seguro: un canto a la amistad



                                               

En lugar seguro. Wallace Stegner 


Ed Libros Asteroide



La generosidad es tal vez el mayor de los placeres”. Con esa frase de Willian Maxwell termina esta maravillosa novela, canto a la amistad entre dos jóvenes matrimonios, profesores de literatura. Una amistad que surge en los años 30 del pasado siglo, durante la Gran Depresión, y que mantienen fielmente hasta la vejez, en los años 70, a pesar de los avatares de la vida.


La obra está escrita con maestría y cuidado, aquilatando cada palabra, con bellas descripciones de paisajes y, por encima de todo,  sutiles análisis del comportamiento humano. 


Stegner  domina los planos de la narración, haciendo que el protagonista (en el que de alguna manera describe su propia autobiografía)  mantenga un discurso que desde el presente viaja al pasado lejano, o al intermedio,  y regresa, sin perder el nervio y el hilo de la historia, incluso logrando dar más fuerza al relato  con esos viajes a los hechos vividos, o recordados, o simplemente pensados o deseados, en los diversos momentos de la existencia de cada personaje.


El protagonista, Larry,  profesor y escritor, refleja en su trayectoria la de Wallace Stegner. Y junto a sugerentes comentarios acerca del oficio de la literatura, destaca su capacidad de describir la belleza de los rasgos que conforman  la amistad: generosidad, lealtad, entrega,... tanto entre los esposos como entre los amigos verdaderos,  que logran superar los normales desencuentros de la vida poniendo en juego con esfuerzo esas virtudes humanas. 


Quizá se echa en falta una referencia más explícita a la trascendencia,   implícita de manera vaga y vaporosa,  pero poco clara y más bien confusa. Pero los valores resaltados son hondamente humanos y por tanto cristianos: la fidelidad, el buen tono, la abnegación, el desinterés, la amistad, la comprensión con los defectos ajenos, la tolerancia…


El caos es la ley de la naturaleza, el orden es el sueño del hombre”, dice uno de los personajes.  Nos gustaría que todo estuviera “correcto” y sin problemas, que todo encajara, pero hemos de contar con el desorden, con que las piezas no encajen, y no desanimarnos y seguir bregando, teniendo en cuenta dónde está el bien,  para no perder el rumbo con la excusa de los defectos ajenos.   No podemos exigir a la vida, o a los demás, que todo salga según nuestros propios deseos. Y menos ponerlo como condición para actuar honrada y lealmente.


En ese orden soñado por todos, donde todo es perfecto y rueda sin problemas,  puede verse nuestra esencial inclinación a la verdad y al bien, el original orden de nuestra naturaleza, hecha a imagen de Dios. Un orden  roto por el pecado original, pero sustancialmente presente como aspiración en cada persona, y capaz de alcanzarse de nuevo a partir de nuestra Redención.


En lugar seguro se sienten cuantos de pronto perciben el calor de la amistad, ofrecida sinceramente.  Los desplazados, quienes llegan por primera vez a un lugar donde no conocen a nadie, aspiran por encima de todo a una situación, a encontrarse en un entorno de amistad con personas acogedoras, que les ofrezcan su apoyo generoso y desinteresado. 


Estas personas amigables son un tesoro, que hacen la vida más humana. Todos deberíamos aspirar a ser una de ellas.  La actitud acogedora y servicial de alguien que acabamos de conocer nos cautiva, llena el alma de agradecimiento y deseos de corresponder. Es el origen de la amistad. Tocamos ahí las fibras más íntimas de nuestra naturaleza, hecha para la relación. Se puede decir –con expresión de Benedicto XVI- que con esas actitudes amistosas mostramos el rostro de Dios a las personas. 



Odian lo que envidian: es una reacción perversa, que vemos a nuestro alrededor con demasiada frecuencia. Precaución, para examinar la rectitud de los juicios hacia personas o instituciones.


Hay gente que quiere tomar nota de todo lo que le impresiona. Pero lo que realmente nos impresione, se nos quedará dentro bien clavado para toda la vida.  Si tienes que tomar nota sobre cómo te ha impresionado una cosa, lo más probable es que no te ha impresionado


Una novela para releer con calma, aprender,  y recrearse en la buena literatura.





3 comentarios:

  1. Me interesa mucho lo de tomar nota: yo matizaría al pesonaje de Stegner: no es que "haya que", y lo primero es dejar que la vida impresione, antes de tomar la nota. Pero también es cierto que muchas impresiones verdaderamente valiosas se pierden por no tomar nota, después.

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    1. Pienso que tienes razón, Manel. Hay que dejar que la vida te impresione. Quizá podemos quedarnos con un aspecto derivado de esa idea: las vivencias que de verdad te impresionan, esas de las que te acordarás para siempre aunque no tomes nota, son las que mejor nutren la creatividad. Porque si no se olvidan es porque han supuesto un verdadero enriquecimiento interior, algo sobre lo que volver una y otra vez.

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