Me comentaba una periodista, que ha vivido muchos años en otro país, su extrañeza ante la respuesta de muchos españoles, cuando les preguntan por su religión: “Creyente no practicante”. ¿A qué se debe ese oxímoron tan contradictorio?, me preguntó.
Pienso que no se puede generalizar. Pero
un factor común a las posibles respuestas sería la debilidad. Debilidad de
pensamiento (no tomarse la molestia de pensar libremente, y así descubrir las profundas verdades antropológicas que contiene la fe cristiana). O debilidad de ánimo
para expresar lo que se piensa, por temor al juicio ajeno. Una falta de
fortaleza que deja a merced de la corriente dulzona y apática de lo que piensan
otros.
Lo expresa bellamente el famoso cuadro de Norman Rockwell "La Bendición de la mesa". Las miradas cínicas o despectivas no deberían ser causa de que un cristiano dejara de expresar externamente su fe y su agradecimiento a Dios, fuente de todo bien, porque por su bondad podemos alimentarnos cada día. La mujer y el niño de la escena rezan, a pesar de su debilidad son fuertes.
Silvio Pellico (1789-1854), encarcelado
en Austria por razones políticas, cuenta en su estupendo libro “Mis prisiones” que en
la cárcel descubrió la grandeza de la fe católica. Con otro joven compañero de
prisión hablan de la armonía entre cristianismo y razón, de cómo sólo la
religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su
moral.
Y se preguntan si al salir de la cárcel serán tan pusilánimes como para no confesar su fe, que ahora ven tan evidente, si se dejarán impresionar por el qué dirán los demás. Pellico responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en ti ni en mí, ni que la tengamos nunca."
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