Se lee con agrado, y puede enseñar a descubrir el valor de algunas virtudes de convivencia, hoy olvidadas o desconocidas. Sabe mostrar el atractivo de las conductas correctas, los defectos que pueden llegar a hacer odiosa la relación entre las personas, y también lo duras que podían llegar a ser algunas costumbres de la época marcadas por el rigorismo.
viernes, 4 de agosto de 2017
Villete, de Charlotte Brontë. Anhelos y virtudes de convivencia
Se lee con agrado, y puede enseñar a descubrir el valor de algunas virtudes de convivencia, hoy olvidadas o desconocidas. Sabe mostrar el atractivo de las conductas correctas, los defectos que pueden llegar a hacer odiosa la relación entre las personas, y también lo duras que podían llegar a ser algunas costumbres de la época marcadas por el rigorismo.
viernes, 23 de junio de 2017
Una temporada para silbar
jueves, 18 de agosto de 2016
El trabajo intelectual
-Ser uno mismo. Triunfar consiste en acostumbrar a la gente a nuestros defectos, y en el mejor de los casos hacérselos desear como un alcohol. Los comerciantes -dice Jean Guitton- se equivocan al preocuparse porque hablan mal. No se les pide más que ser ellos mismos delante de nosotros. Lo que no perdona el público es la falta de naturalidad: os perdona vuestros defectos, con tal de que no tratéis de ocultarlos. Hablar como se es.
martes, 5 de noviembre de 2013
El despertar de la señorita Prim
Natalia Sanmartín Fenollera. Ed Planeta
La periodista Natalia Sanmartín es especialista en
información económica y jefe de Opinión de “Cinco Días”. Quizá ese oficio, de
apariencia fría y calculadora, hace más sorprendente esta su primera novela,
que rezuma riqueza expresiva, encanto poético, fina sensibilidad y elegancia en
los diálogos, y una razonada naturalidad para mostrar la presencia de Dios
en la vida cotidiana.
El relato nos introduce, con maestría que recuerda a Jane Austen, en el mundo interior de la joven Prudencia Prim. Segura de sí misma y de sus principios, pero insatisfecha de su vida laboral y afectiva, acepta un trabajo de bibliotecaria en una pequeña y desconocida ciudad, San Ireneo de Arnois.
Para sorpresa de Prudencia, en san Ireneo todo parece discurrir de manera diferente. Sus amables habitantes comparten estilo de vida y prioridades, y todo está dispuesto para que esas prioridades se mantengan en su orden. Es un mundo que aprecia las cosas pequeñas de la vida, tales como “el primer café de la mañana, las lecturas de verano interrumpidas por la siesta, la luz del sol, los ojos de los niños…”
Creen que esas pequeñas cosas son el
camino para las grandes, y conocen la alegría que produce hacerlas bien,
una detrás de la otra, sin apresurarse. En ese ejercicio adquieren mesura, paciencia,
capacidad de silencio y contemplación: dones necesarios para encontrar la
añorada belleza, “que no es un qué, sino un quién”.
La señorita Prim acusa el choque con esos
principios. Ponen en duda los suyos, que hasta ese momento se le
presentaban incontrovertibles. La irritante seguridad de su anfitrión le
resulta especialmente enervante. Tendrá que deshacerse de muchos prejuicios y
barreras sicológicas hasta que un desconocido mundo de belleza y sabiduría se
abra a sus ojos.
Los diálogos, especialmente los que enfrentan a Prudencia con “el
hombre del sillón” –su joven empleador- son una delicia para la
inteligencia. Un fino sentido del humor recorre la historia, cuajada también de
referencias a obras maestras del arte y la literatura. “La carta
robada”, de Edgar Allan Poe, “que describe perfectamente el
descubrimiento del amor”. El valor de la auténtica belleza, expresado por Dostoiewski:
“¿Qué belleza salvará el mundo?” Manifiesta una especial sensibilidad
para apreciar virtudes singulares del carácter de las personas, como aquel “…tenía
el encanto indefinible de las personas que callan más de lo que dicen”.
Curiosamente, en san Ireneo los niños no van a colegios ni institutos. Se reúnen en las casas particulares de los profesionales más prestigiosos de la ciudad, y aprenden con ellos. Una situación utópica, de la que se sirve la autora para resaltar algo que los planes educativos olvidan: los padres, y no lejanos e inquietantes burócratas, son los responsables de educar a sus hijos de acuerdo con sus preferencias.
“Los padres que
han enseñado las cosas más bellas a sus hijos –explica uno de los habitantes de
san Ireneo- y cada día les dedican su mejor tiempo para seguir
haciéndolo, no quieren ningún maestro para ellos que esté lleno de teorías
pedagógicas y ciencias modernistas, porque les estropearía su trabajo. Sería
como meter al zorro dentro del gallinero”. “Si uno está convencido de que
el mundo ha olvidado cómo pensar y educar, que ha arrinconado la belleza de la
literatura y el arte, que ha ahogado la fuerza de la verdad… ¿permitiría que
ese mundo enseñara algo a sus hijos?”
Natalia Sanmartín |
Natalia Sanmartín nos
muestra la eficacia del sistema educativo de san Ireneo mediante los
fascinantes sobrinos del “hombre del sillón”. Unos niños sorprendentemente
sabios para su edad. Tenían “…algo inquietante, que convivía con una luminosa y
soleada inocencia y con aquella ternura con la que veneraban cada palabra que
salía de la boca del hombre del sillón”. Y la raíz de esa veneración: “lo
queremos mucho: él siempre dice la verdad”.
Están educados –como el relato nos va revelando con simpáticas anécdotas-
en el valor del silencio y la contemplación (“la
inteligencia crece en el silencio, y no en el ruido”). Y en un modo
distinto de sacar provecho de los libros, que –al igual que la música y los
cuadros- “se disfrutan, se memorizan en parte, se leen en voz alta… pero no
se ‘analizan’”.
Estos niños saben definir las cosas con hondura: “Un icono es una
ventana abierta entre este mundo y el otro”, dice uno de ellos. Y tienen
unas intuiciones maravillosas, como la pequeña Téseris, que con
sólo 10 años explica con sencillez que la historia de la Redención “es
un cuento de hadas real”. “La Redención –explica en otro lugar la
autora- no se parece en nada a los cuentos de hadas. Son los cuentos de hadas y
las viejas leyendas las que se parecen a la Redención. Como cuando pintas un
árbol en un dibujo. El árbol no se parece en nada al dibujo. Sólo el dibujo se
parece un poquito al árbol”.
“Téseris –explica la abuela de la niña- tiene una
sorprendente familiaridad con lo sobrenatural, y durante mucho tiempo no
entendió que a los demás no nos ocurriese lo mismo.” Y confiesa la abuela: “no
sospechaba hasta qué punto lo sobrenatural puede tocar lo natural hasta que lo
he visto reflejado en ellos”. La imagen de las hadas es un eco de las palabras
de San Pablo: “Ahora vemos como a través de un espejo, oscuramente. Será
después cuando veremos todo tal cual es, cuando conoceremos de la misma forma
en que somos conocidos”.
Pero la señorita Prim está educada en un mundo en que lo sobrenatural no
cuenta. Le produce rechazo la sola mención de la religión. Cuando “el hombre
del sillón” intenta explicarle que no debe preocuparse por sus fallos, porque
todos los tenemos a causa de nuestra naturaleza herida, Prudencia
niega la validez del argumento “porque es religioso”, y ella no
es religiosa. Y recibe esta respuesta, que bien podrían atender muchos
racionalistas actuales: “No me diga que mi argumento no sirve porque es
religioso. Contra-argumente, dígame que no es exacto, porque la única razón por
la que mi argumento puede no servir es porque resulte falso. No se
trata de si es una respuesta religiosa o no, sino si es o no es cierta.”
La señorita Prim tardará en descubrir el empobrecimiento vital que supone su actitud racionalista, que le lleva a elecciones equivocadas.
La autora da en el clavo al señalar la razón de muchas de las
cerrazones a lo sobrenatural: la soberbia. “¿Cree usted –dice “el hombre del
sillón”- que el ser humano es capaz de alcanzar la perfección y mantenerse en
ese nivel de excelencia moral por sus propias fuerzas? ¿Cree que el hombre no
falla? Porque yo creo lo contrario, que errar es humano, que tenemos una
naturaleza herida que a veces falla. Y cuando falla lo que hay que hacer
es pedir ayuda a quien hizo la máquina. Negarlo es soberbia”.
Una lectura muy reconfortante, que invita a salir en busca de la belleza,
libres de los prejuicios de un mundo racionalista y alicorto que ha perdido la
sensibilidad para descubrirla.
viernes, 14 de junio de 2013
Chesterton, autobiografía
sábado, 13 de abril de 2013
La caja negra
La caja negra. Un caso del inspector Harry
Bosch.
Michael Connelly. Ed RBA, 2012.
Michael Connelly (Filadelfia, 1956) comenzó como
periodista de sucesos en las calles de Los Ángeles. En su primera novela (El
eco negro) introdujo la figura del inspector Harry Bosch,
protagonista desde entonces de 18 de sus novelas negras. Esta es la última de
ellas.
Novela de trama policíaca, viene descrita en su
contraportada -con típica exageración, aunque no exenta de verdad- como de “escalofriante
acción, magistral construcción de los personajes, endiablado ritmo narrativo.”
El inspector Bosch es un buen
profesional, ya maduro. Y es íntegro, aunque odia las trabas
procedimentales de los burócratas, que con demasiada frecuencia frenan su
trabajo de investigación. En este caso se enfrenta al misterioso caso del
asesinato de una reportera, abierto y no resuelto durante más de veinte
años. Encuentra conexiones entre los disturbios en Los Ángeles,
donde sucedió el asesinato, y la guerra de Irak.
Hay personas que tienden a justificar acciones
criminales por el ambiente en que se han movido los protagonistas, como las
situaciones de miedo o angustia en que envuelve la
guerra. Pero para el inspector Bosch, una acción es tan criminal,
despreciable o aberrante si se comete durante la guerra como si se lleva a cabo
en un entorno pacífico. La guerra, piensa, no justifica el crimen, simplemente
aflora la verdadera naturaleza de cada persona, buena o mala. El
inspector actúa en consecuencia, buscando a los culpables sin contemplaciones
ni atenuantes.
Se lee con agrado y engancha. Tratándose de novela
negra, hay que alabar el buen gusto de autores como Michael Connelly,
que no caen en el gancho facilón y barriobajero del morbo sexual. Algunos
autores españoles deberían tomar nota. Se pueden aludir a conductas miserables
y mezquinas sin necesidad de convertir la narración en un cubo de miseria y
mezquindad. Y se puede mostrar que hay bondad –la belleza del bien y de las
conductas nobles, a contracorriente- aun en medio de lo más ruín. Se puede,
porque así es la realidad.
Michael Connely, con más de 50 millones de ejemplares vendidos,
demuestra que para tener éxito no es necesario el recurso a la zafiedad.
viernes, 22 de marzo de 2013
La palabra escrita o el arte de escribir
Nos previene también frente a la ligereza de juicio de ciertos críticos literarios: “En el magreo de los libros famosos existe mucha hipocresía. Muchos, por no quedar como incultos, cuando un libro “tostón” es alabado por los “mandarines doctos”, se lían a alabarlo porque parece de mal tono o de poca capacidad intelectual decir que se trata de una obra aberrante."
viernes, 28 de diciembre de 2012
Blanca como la nieve, roja como la sangre. Alessandro D’Avenia.
Blanca como la nieve, roja como la sangre
Alessandro D’Avenia
Ed. Grijalbo
martes, 6 de abril de 2010
Manual del escritor.
He aquí algunas de sus ideas:
-Estilo es maestría para condensar.
-No usar antiguallas de otros tiempos (palabras extrañas ya en desuso).
-Las palabras son las asas de las cosas, los carritos de las ideas.
-Formarse en lo clásico e informarse en lo moderno. Para escribir mejor a la manera moderna hay que conseguir el espíritu clásico de ponderación e instinto vigoroso.
-“Desecha el libro que no logre añadir a nuestra estatura un codo” (Jarnés). Hay tanto que leer, y el tiempo es tan corto, que es preciso seleccionar bien entre lo mejor, y pasar de lo malo (que es lo que más abunda).
-Los buenos escritores son capaces de inclinar a uno u otro lado todo el dinamismo público: por eso debe cuidarlos cualquier sociedad civilizada.
-Cuida a tu editor... (Martín Alonso dedica la Introducción de su libro a hacer una sincera alabanza a
-Conocer e imitar a escritores que han dejado rastro en la historia: con inquietudes espirituales y nobles ideales (Tagore); que se han preguntado y han encontrado la verdad (Alexis Carrel, convertido en Lourdes al catolicismo); Henri Bergson (judío convertido en su fuero interno al catolicismo); Giovanni Papini, gran apologista católico.
-No hay literatura sin ideas.
-El escritor escribe cuando tiene algo de interés que decir.
-En la contemplación artística, la imagen o el goce sensible son concluyentes: si los sentidos, como dice san Agustín, anuncian el juicio de la razón, también gozan ante la belleza antes de todo cálculo racional. Por eso, en la definición de belleza está la prodigiosa fusión de la carne y la mente, del sentido y del espíritu.
-Ejercitar la memoria aprendiendo poesías clásicas.
-El periodista no debe caer en la tentación de la elocuencia: su talento consiste en la prontitud y claridad: exponer el problema, batir al adversario y dar su parecer, sin una palabra que no sea eficaz o inteligible.
-Leer a Calderón: El gran teatro del mundo (modelo de mística popularizada); La vida es sueño (grandeza de ideas); El alcalde de Zalamea (análisis sicológico del protagonista).
-Leer Rimas, de Bécquer, y memorizar alguna: Del salón en el ángulo oscuro; Por una mirada un mundo…
-Leer a Lope de Vega, luminoso y popular.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Cristina, hija de Lavrans.
Novela ambientada en la Noruega del siglo XIV, muy bien documentada histórica y geográficamente, que le valió a Sigrid Undset el Nobel de literatura en 1928, poco antes de su conversión al catolicismo.