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viernes, 4 de agosto de 2017

Villete, de Charlotte Brontë. Anhelos y virtudes de convivencia

Villete. Charlotte Brontë





Villete (nombre de una ciudad imaginaria), es el título de una de las novelas de la escritora inglesa Charlotte Brontë. Es la última de sus obras, publicada en 1853, dos años antes de su prematuro fallecimiento, cuando estaba a punto de cumplir 39 años. La más conocida de sus novelas es Jane Eyre.


Ambas novelas tienen en común que se inspiran en experiencias autobiográficas de la autora. Recrean los anhelos y sentimientos de una joven con buena educación, pero que pasó parte de su infancia y juventud en malos internados, lejos del hogar. Su madre había fallecido cuando apenas contaba 5 años.


Con tono melancólico, propio de la época, Charlotte traza con gusto poético los perfiles psicológicos de sus personajes, que parecen personas reales con las que se ha cruzado en la vida. Los retrata con fina capacidad de observación, en la que se perciben quizá sus propios anhelos, y las ansias de compañía y comprensión de un corazón abatido por años de soledad y sufrimiento.  





     Se lee con agrado, y puede enseñar a descubrir el valor de algunas virtudes de convivencia, hoy olvidadas o desconocidas. Sabe mostrar el atractivo de las conductas correctas,  los defectos que pueden llegar a hacer odiosa la relación entre las personas, y también lo duras que podían llegar a ser algunas costumbres de la época marcadas por el rigorismo.



         Señalo algunos ejemplos:


Para resultar grato

“Hay temperamentos dulces, vehementes, alegres, bajo cuya influencia resulta provechoso que vivan los pobres de espíritu, del mismo  modo que quienes precisan recibir los rayos del sol” (p. 194)


La conversación interesante

“Nunca me resultó pesado escucharle, porque no se limitaba a hablar de los temas vaga o fríamente; nunca generalizaba y jamás era repetitivo (…) era observador y nada superficial. Eso hacía que su charla fuera interesante, y el hecho de que siempre utilizara sus propios recursos, sin pedir prestado ni hurtar a los libros –como hacen otros: aquí un seco dato, allá una frase hecha y en todas partes una opinión de alquiler- le aseguraba una frescura y una originalidad, tanto mejor recibidas cuanto que era muy raro encontrarlas.” (p. 194-195)

“La capacidad de sentir y la de comprender a fondo los sentimientos ajenos son facultades distintas; pocas personas tienen las dos en igual medida, y algunas carecen de ambas.” (p. 189)


Carácter

“Su alegría parecía natural y espontánea. Su porte y su aspecto (…) tenían algo de peculiar, de original. Se leía en sus rasgos un dominio nada común de las pasiones y un caudal de sana y profunda energía que, sin ningún esfuerzo agotador, sabía soportar el desengaño y extraer el aguijón (…) 

Aparecía a la vez decidido, tolerante y haciendo gala de su buen carácter. Así, ¿quién podía evitar quererle?. Él no evidenciaba ninguna debilidad de esas que todos tratamos de evitar, no mostraba ninguna irritación; sus libros no dejaban escapar esas palabras cáusticas que queman hasta los huesos; sus ojos no lanzaban esos fríos dardos que penetran, envenenados y mohosos, en el corazón. A su lado se encontraba descanso y refugio, a su lado lucía protector el sol.” (218-219)


El dolor moral y la soledad son poco comprendidos


         El mundo, capaz de comprender el sufrimiento material, no sabe comprender el profundo dolor que produce la soledad, la prueba moral. Y son muy pocas las personas capaces de mostrarse comprensivas con el que está solo, aunque vea inflamarse sus nervios, sufrir incalificables angustias y enloquecer a causa de la soledad.



No apegarse al buen carácter y la benevolencia que nos muestren otros

         …el tiempo me enseñó que su benevolencia (el tono agradable de su voz al pronunciar mi nombre, que nunca me gustaba tanto como al oírselo decir a él; su cálida mano; su aspecto benévolo…) su cordialidad, su música, no me pertenecían en modo alguno: eran una parte de él mismo, eran la miel de su carácter, eran el bálsamo de su humor. Lo comunicaba como el fruto maduro premia con ambrosía a la abeja que lo saquea. Lo difunde a su alrededor como las plantas difunden su perfume. Ama el néctar al pájaro, o a la abeja que alimenta? ¿Está el tomillo enamorado del aire?

         ¡Buenas noches, doctor John! Eres guapo, eres bueno, pero no eres mío. ¡Buenas noches y que Dios te bendiga! (p 345)



La escritura manifiesta el carácter

         "Su letra es pareja a él mismo: clara, firme, suave. Un sello sólido, lleno, marcado con fuerza. Nada de puntas agudas en las letras, hiriendo el nervio óptico, sino una escritura limpia, agradable, que apacigua el ánimo" (p 356)





viernes, 23 de junio de 2017

Una temporada para silbar

Una temporada para silbar. Ivan Doig. Ed Asteroide




El anuncio en un periódico de un ama de llaves viuda que busca trabajo (“No cocina, pero tampoco muerde”), capta la atención de un agobiado viudo con tres hijos pequeños, que la contrata para su pobre rancho. El ama de llaves llega con un joven que presenta como su hermano, al que habrán de buscarle ocupación. Le ofrecen trabajar como maestro en la escuela del pueblo, y allí descubren que posee unas extraordinarias dotes pedagógicas. Estamos en el Oeste de los Estado Unidos de América, en 1909. 


Una refrescante novela para el verano, que aporta calidad literaria, bellas descripciones y estilo ameno. IvanDoig es uno de los mejores cronistas del Oeste americano, en la línea de grandes autores como Wallace Stegner -autor del magistral En lugar seguro y Norman Maclean

jueves, 18 de agosto de 2016

El trabajo intelectual








El trabajo intelectual. Jean Guitton. Ed. Rialp





El filósofo francés Jean Guitton escribió este libro para “ayudar en su  trabajo a quienes no han renunciado a leer, escribir y pensar.” 


Recoge experiencias enriquecedoras sobre el trabajo de quienes, como escritores y periodistas, deben enfrentarse cada día al arte de expresar con  palabras certeras las realidades materiales o espirituales que contemplan, de argumentar con un hilo lógico, inteligible a los demás,  los porqués de sus posicionamientos vitales.



Escrito en 1951, el libro transmite una sabiduría que no ha perdido vigencia. A pesar de los cambios en la metodología práctica (los ordenadores han revolucionado los sistemas de documentación o de obtención de fichas, por ejemplo) hay ideas de fondo que no cambian en el insustituible trabajo de la mente.


Se trata de “consejos para los que estudian y escriben”, algunos tan sencillos y prácticos como la importancia del cuaderno de notas para el escritor: “Si nos limitáramos, como Alphonse Daudet, a no dejar escapar nada de lo que vemos, tendríamos material para varias novelas…”


Aporta ideas sobre temas básicos, que viene bien contrastar con las pautas de trabajo personales, para descubrir aspectos mejorables: sobre la preparación próxima y remota de una conferencia o artículo; la necesidad de la lectura como enriquecimiento espiritual; cómo aprovechar el tiempo de descanso; cómo lograr orden y rigor en los pensamientos; el valor acrisolador del esfuerzo y la fatiga; saber aprender de los grandes escritores, transcribiendo sus textos para que la mente aprenda el ritmo de construcción de frases y el estilo…


Resumo algunas notas ni textuales ni exhaustivas.

-El trabajo en equipo permite escapar de la angustia y orgullo de la soledad.

-Argumentar con solidez. Muchos aprecian la libertad de opinión sólo porque se evitan responder de sus pensamientos en su propia carne.

-El estudio del Derecho en la juventud da sentido cívico.

-Motivación: enfrentar los estudios con el ánimo de emplearlos como arma para vencer el mal por el bien (San Josemaría empleaba una frase similar: se trata de fomentar el deseo de prepararse mediante el estudio para hacer una gran siembra de paz y bien en el mundo, para “ahogar el mal en abundancia de bien”).

-Escoger y persistir es la primera regla de la voluntad. No ser veletas ni inconstantes.

-Trabajar con la mente significa calidad de la atención. Lo más agotador para la mente es la incertidumbre y la dispersión. (Esa atención tan dispersa hoy por los dispositivos móviles…)

-Concentrar la atención en los nudos del problema. No atacar a la masa informe, sino a los puntos clave, saber desechar algunas cosas, no intentar comprenderlo todo, agarrarse a un punto esencial y darle vueltas…

-O trabajo intenso o descanso total: no puntos medios.

-Descubrir las mejores horas de nuestra atención y hacer girar nuestro trabajo alrededor de esas horas sagradas, revolucionando el horario y sin dejarnos atrapar en ellas por lo estúpido de este mundo.

-El equívoco de “esperar a lo propicio”. Los grandes hombres lo han sido casi siempre no a causa de las circunstancias que les rodeaban, sino a pesar de ellas.

-Fomentar el aprecio al silencio, necesario para el acercamiento a la verdad. El estudio requiere ese ambiente propicio a la atenta contemplación de la verdad. A menudo se ha observado el parecido entre la atención y la oración. Todo hombre es religioso en la medida que es capaz de atención y de silencio.

-Cómo han de ser las notas de nuestro fichero: pocas, significativas, dinámicas, adaptables, con palabras clave (“etiquetas”) para localizarlas, con fecha…

-Tener fichas “comodín”, las más importantes, que sirvan para muchos temas, con una señalización especial que sirva para localizarlas pronto (punto rojo, o similar)

-La mejor clasificación es la que permite encontrar antes una ficha.

-Componer una frase es acercarse a la verdad. No se trata de edulcorar para que quede bonito, ni de retorcer para que sirva a intereses particulares. Se trata de describir la realidad del modo más certero y breve que resulte posible. (Esa definición tan sufrida del periodista como “notario de la verdad”…)

-Leer en voz alta la frase que se acaba de escribir: si es bella nos acerca a la verdad, del mismo modo que la verdad se manifiesta naturalmente en la belleza.

-Ser uno mismo. Triunfar consiste en acostumbrar a la gente a nuestros defectos, y en el mejor de los casos hacérselos desear como un alcohol. Los comerciantes -dice Jean Guitton- se equivocan al preocuparse porque hablan mal. No se les pide más que ser ellos mismos delante de nosotros. Lo que no perdona el público es la falta de naturalidad: os perdona vuestros defectos, con tal de que no tratéis de ocultarlos. Hablar como se es.

-En la sociedad de los hombres la cortesía aconseja mantener largo tiempo una conversación sin interrogar ni revelar.

-Al redactar, usar primero el “yo”: obliga a comprometerse, después se puede despersonalizar y pasar al “se”.

-Lo principal: darse alegría en el trabajo.

    Sobre el rigor intelectual y el amor a la verdad es interesante también El amor a la sabiduría, de Étienne Gilson.






martes, 5 de noviembre de 2013

El despertar de la señorita Prim


El despertar de la señorita Prim

Natalia Sanmartín Fenollera. Ed Planeta 

 

  La periodista Natalia Sanmartín es especialista en información económica y jefe de Opinión de “Cinco Días”. Quizá ese oficio, de apariencia fría y calculadora, hace más sorprendente esta su primera novela, que rezuma riqueza expresiva, encanto poético, fina sensibilidad y elegancia en los diálogos, y una razonada naturalidad para mostrar la presencia de Dios en la vida cotidiana.

 

   El relato nos introduce, con maestría que recuerda a Jane Austen, en el mundo interior de la joven Prudencia Prim. Segura de sí misma y de sus principios, pero insatisfecha de su vida laboral y afectiva, acepta un trabajo de bibliotecaria en una pequeña y desconocida ciudad, San Ireneo de Arnois.

 

    Para sorpresa de Prudencia, en san Ireneo todo parece discurrir de manera diferente. Sus amables  habitantes comparten estilo de vida y prioridades, y todo está dispuesto para que esas prioridades se mantengan en su orden. Es un mundo que aprecia las cosas pequeñas de la vida, tales como  “el primer café de la mañana, las lecturas de verano interrumpidas por la siesta, la luz del sol, los ojos de los niños…” 


    Creen que  esas pequeñas cosas son el camino para las grandes, y conocen la alegría que produce hacerlas bien, una detrás de la otra, sin apresurarse. En ese ejercicio adquieren mesura, paciencia, capacidad de silencio y contemplación: dones necesarios para encontrar la añorada belleza, “que no es un qué, sino un quién”.

 

    La señorita Prim acusa el choque con esos principios.  Ponen en duda los suyos, que hasta ese momento se le presentaban incontrovertibles.  La irritante seguridad de su anfitrión  le resulta especialmente enervante. Tendrá que deshacerse de muchos prejuicios y barreras sicológicas hasta que un desconocido mundo de belleza y sabiduría se abra a sus ojos.

 

    Los diálogos, especialmente los que enfrentan a Prudencia con “el hombre del sillón” –su joven empleador- son una delicia para la inteligencia. Un fino sentido del humor recorre la historia, cuajada también de referencias a obras maestras del arte y  la literatura. “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, “que describe perfectamente el descubrimiento del amor”. El valor de la auténtica belleza, expresado por Dostoiewski: “¿Qué belleza salvará el mundo?” Manifiesta una especial sensibilidad para apreciar virtudes singulares del carácter de las personas, como aquel “…tenía el encanto indefinible de las personas que callan más de lo que dicen”.

 

  Curiosamente, en san Ireneo los niños no van a colegios ni institutos.  Se reúnen en las casas particulares de los profesionales más prestigiosos de la ciudad, y aprenden con ellos. Una situación utópica, de la que se sirve la autora para resaltar algo que los planes educativos olvidan: los padres, y no lejanos e inquietantes burócratas, son los responsables de educar a sus hijos de acuerdo con sus preferencias.  


    “Los padres que han enseñado las cosas más bellas a sus hijos –explica uno de los habitantes de san Ireneo-  y cada día les dedican su mejor tiempo para seguir haciéndolo, no quieren ningún maestro para ellos que esté lleno de teorías pedagógicas y ciencias modernistas, porque les estropearía su trabajo. Sería como meter al zorro dentro del gallinero”. “Si uno está convencido de que el mundo ha olvidado cómo pensar y educar, que ha arrinconado la belleza de la literatura y el arte, que ha ahogado la fuerza de la verdad… ¿permitiría que ese mundo enseñara algo a sus hijos?”

 

 

Natalia Sanmartín

 

    Natalia Sanmartín nos muestra la eficacia del sistema educativo de san Ireneo mediante los fascinantes sobrinos del “hombre del sillón”. Unos niños sorprendentemente sabios para su edad. Tenían “…algo inquietante, que convivía con una luminosa y soleada inocencia y con aquella ternura con la que veneraban cada palabra que salía de la boca del hombre del sillón”. Y la raíz de esa veneración: “lo queremos mucho: él siempre dice la verdad”. 

 

    Están educados –como el relato nos va revelando con simpáticas anécdotas- en el valor del silencio y la contemplación (“la inteligencia crece en el silencio, y no en el ruido”). Y en un modo distinto de sacar provecho de los libros, que –al igual que la música y los cuadros- “se disfrutan, se memorizan en parte, se leen en voz alta… pero no se ‘analizan’”.

 

    Estos niños saben definir las cosas con hondura: “Un icono es una ventana abierta entre este mundo y el otro”, dice uno de ellos. Y tienen unas intuiciones maravillosas, como la pequeña Téseris, que con sólo 10 años explica con sencillez que la historia de la Redención “es un cuento de hadas real”. “La Redención –explica en otro lugar la autora- no se parece en nada a los cuentos de hadas. Son los cuentos de hadas y las viejas leyendas las que se parecen a la Redención. Como cuando pintas un árbol en un dibujo. El árbol no se parece en nada al dibujo. Sólo el dibujo se parece un poquito al árbol”.

 

    “Téseris –explica la abuela de la niña- tiene una sorprendente familiaridad con lo sobrenatural, y durante mucho tiempo no entendió que a los demás no nos ocurriese lo mismo.” Y confiesa la abuela: “no sospechaba hasta qué punto lo sobrenatural puede tocar lo natural hasta que lo he visto reflejado en ellos”. La imagen de las hadas es un eco de las palabras de San Pablo: “Ahora vemos como a través de un espejo, oscuramente. Será después cuando veremos todo tal cual es, cuando conoceremos de la misma forma en que somos conocidos”.

 

    Pero la señorita Prim está educada en un mundo en que lo sobrenatural no cuenta. Le produce rechazo la sola mención de la religión. Cuando “el hombre del sillón” intenta explicarle que no debe preocuparse por sus fallos, porque todos los tenemos a causa de nuestra naturaleza herida, Prudencia niega la validez del argumento “porque es religioso”, y ella no es religiosa. Y recibe esta respuesta, que bien podrían atender muchos racionalistas actuales: “No me diga que mi argumento no sirve porque es religioso. Contra-argumente, dígame que no es exacto, porque la única razón por la que mi argumento puede no servir es porque resulte falso. No se trata de si es una respuesta religiosa o no, sino si es o no es cierta.” 

 

    La señorita Prim tardará en descubrir el empobrecimiento vital que supone su actitud racionalista, que le lleva a elecciones equivocadas.


    La autora da en el clavo al señalar la razón de muchas de las cerrazones a lo sobrenatural: la soberbia. “¿Cree usted –dice “el hombre del sillón”- que el ser humano es capaz de alcanzar la perfección y mantenerse en ese nivel de excelencia moral por sus propias fuerzas? ¿Cree que el hombre no falla? Porque yo creo lo contrario, que errar es humano, que tenemos una naturaleza herida que a veces falla. Y cuando falla lo que hay que hacer es pedir ayuda a quien hizo la máquina. Negarlo es soberbia”.

 

    Una lectura muy reconfortante, que invita a salir en busca de la belleza, libres de los prejuicios de un mundo racionalista y alicorto que ha perdido la sensibilidad para descubrirla.

 

 

 

viernes, 14 de junio de 2013

Chesterton, autobiografía



                      

G.K. Chesterton. Autobiografía
Ed. El Acantilado 


    “Aquí estoy en la malsana y degradante tarea de contar la historia de mi vida”. Así habla de sí mismo en esta singular autobiografía el genial escritor y periodista inglés (1874-1936) que cultivó gran número de géneros literarios: novelas de intriga (la genial saga del Padre Brown, o El hombre que fue jueves), biografías (Tomás de Aquino –una de las mejores sobre este gran santo e intelectual-, san Francisco de Asís, Charles Dickens), ensayos (Ortodoxia), poesía,… Fue especialmente memorable en sus columnas periodísticas. Destacó también como orador. 


    Son famosas sus controversias con personajes de la vida política y cultural del momento. Su obra tiene un estilo polémico, a veces enmarañado, pero siempre cuajado de un peculiar y chispeante sentido del humor, que despierta el afecto y la sonrisa, e incluso la carcajada, en el lector. 


    Un sentido del humor con el que zahiere a quienes intentan polemizar sin fundamento: “Me alegra saber suficiente griego como para coger el chiste cuando alguien dice que es inútil en una democracia”. O con el que denuncia manipulaciones lingüísticas que esconden traiciones al bien común, o sencillamente al sentido común: “Ahora llaman hombre de negocios al capaz de arruinar, destrozar y tragarse los negocios de cualquiera”. 

sábado, 13 de abril de 2013

La caja negra




La caja negra. Un caso del inspector Harry Bosch

Michael Connelly. Ed RBA,  2012. 


Michael Connelly (Filadelfia, 1956) comenzó como periodista de sucesos en las calles de Los Ángeles. En su primera novela (El eco negro) introdujo la figura del inspector Harry Bosch, protagonista desde entonces de 18 de sus novelas negras. Esta es la última de ellas.

 

Novela de trama policíaca, viene descrita en su contraportada -con típica exageración, aunque no exenta de verdad- como de “escalofriante acción, magistral construcción de los personajes, endiablado ritmo narrativo.”

 

El inspector Bosch es un buen profesional, ya maduro. Y es íntegro, aunque odia las trabas procedimentales de los burócratas, que con demasiada frecuencia frenan su trabajo de investigación. En este caso se enfrenta al misterioso caso del asesinato de una reportera, abierto y no resuelto durante más de veinte años. Encuentra conexiones entre los disturbios en Los Ángeles, donde sucedió el asesinato, y la guerra de Irak.

 

Hay personas que tienden a justificar acciones criminales por el ambiente en que se han movido los protagonistas, como las situaciones de miedo o  angustia en que envuelve la guerra.   Pero para el inspector Bosch, una acción es tan criminal, despreciable o aberrante si se comete durante la guerra como si se lleva a cabo en un entorno pacífico. La guerra, piensa, no justifica el crimen, simplemente aflora la verdadera naturaleza de cada persona, buena o mala.  El inspector actúa en consecuencia, buscando a los culpables sin contemplaciones ni atenuantes.

 

Se lee con agrado y engancha. Tratándose de novela negra, hay que alabar el buen gusto de autores como Michael Connelly, que no caen en el gancho facilón y barriobajero del morbo sexual. Algunos autores españoles deberían tomar nota. Se pueden aludir a conductas miserables y mezquinas sin necesidad de convertir la narración en un cubo de miseria y mezquindad. Y se puede mostrar que hay bondad –la belleza del bien y de las conductas nobles, a contracorriente- aun en medio de lo más ruín. Se puede, porque así es la realidad.

 

Michael Connely, con más de 50 millones de ejemplares vendidos, demuestra que para tener éxito no es necesario el recurso a la zafiedad.

 

viernes, 22 de marzo de 2013

La palabra escrita o el arte de escribir

                                                 


La palabra escrita (Radiografía de mis novelas).  Mercedes Salisachs. Ed B.

Autora de relatos de ficción como La gangrena o Desde la dimensión intermedia, esta obra es una reflexión sobre su método de trabajo, que ofrece a cuantos tienen el oficio de escribir o se preparan para ejercerlo.


El libro está lleno de consejos prácticos, especialmente para quienes desean escribir novelas, pero útiles también a cuantos precisan manejar con fluidez la expresión escrita.


Salisachs anima a coleccionar palabras.  El amor por la palabra, propio de todo escritor, supone disponer del término justo, de la expresión adecuada que atrapa al lector. No se trata de palabras ampulosas o exóticas, sino de voces sencillas que puedan servir de puente entre dos situaciones, por ejemplo. O voces capaces de cambiar el rumbo del relato. Hay –nos dice- palabras elásticas, envasadas, risueñas, ceñudas, alegres, cansadas, torpes, inteligentes,... Es un buen ejercicio jugar a etiquetar y agrupar palabras.


Anima a los futuros escritores a prepararse con buenas lecturas. En España -asegura- todo el mundo quiere escribir, pero casi nadie lee. Antes de escribir es preciso prepararse a fondo, si no se quiere producir basura.


El éxito por causas extraliterarias es efímero

    Se agradece la rotundidad de su sentido común, con el que desenmascara  actitudes vacías o torpes de quienes se someten a lo “políticamente correcto”. 

      Son, por ejemplo, estilos que  “vienen impuestos por una moda de libertad mal entendida y fuera de madre, que confunde escribir a corazón abierto con hacerlo realmente a corazón podrido, o a corazón entrepierna: eso es conseguir éxito por causas extraliterarias, y es efímero. Lo que perdura es lo que por escribirse verídicamente, ayuda al lector a comprender sus propios problemas y de algún modo le ayudar a vivir.”


                                            
     

    Nos previene también frente a la ligereza de juicio de ciertos críticos literarios: “En el magreo de los libros famosos existe mucha hipocresía. Muchos, por no quedar como incultos, cuando un libro “tostón” es alabado por los “mandarines doctos”, se lían a alabarlo porque parece de mal tono o de poca capacidad intelectual decir que se trata de una obra aberrante."

Decía José Luis Alvite : “De una novela mal escrita, se suele decir que es compleja. Si en la novela salen un fraile, un asesinato y pocas ventanas, estamos ante una novela gótica. La mitad de los españoles no leyeron El péndulo de Foucault de Umberto Eco y la otra mitad miente. Yo intenté hacerlo. No soy un mentiroso. Renuncié a la quinta página. A cierta edad hay que ser sincero, cueste lo que cueste.”


Salisachs fustiga un vicio extendido entre no pocos escritores y comentaristas, que escriben despreciando. “Escribir despreciando es un autoinsulto, porque descubrimos al lector la lamentable faceta de algún rencor escondido o de una tendencia a vengarnos de alguien. Los resentimientos jamás conducen a buen puerto.”


No escribir para triunfar, sino para ayudar

Mercedes Salisachs termina su libro con una recomendación: no escribir para triunfar –que es lo mismo que escribir para el olvido- sino para ayudar, que es la mejor forma de permanecer en el recuerdo. Es lo que ella misma hace con esta obra: ofrece al lector con sencillez sus hallazgos literarios, con una generosidad poco frecuente en autores consagrados.



viernes, 28 de diciembre de 2012

Blanca como la nieve, roja como la sangre. Alessandro D’Avenia.



Blanca como la nieve, roja como la sangre 

Alessandro D’Avenia 

Ed. Grijalbo 

Leo, un adolescente, se enamora en el instituto de una chica de otra clase, Beatrice, a la que ni siquiera conoce, pero que a sus ojos se ha convertido en la encarnación del bien y la belleza. Pero Beatrice, antes de que Leo llegue a presentarse, enferma gravemente. El mundo se hunde bajo los pies de Leo, desesperado.

Pero Leo no está solo, cuenta con amigos leales, que no abandonan. Su compañera Silvia, personificación de la lealtad, está a su lado incondicionalmente, a pesar de que Leo parezca ignorarla y se comporte con ella como un desagradecido.

Y está también a su lado, aunque de un modo aparentemente más lejano, su profesor de literatura, que manifiesta su cercanía como en la distancia, casi siempre en forma de comentarios aparentemente impersonales que fluyen en el aula durante las clases  de literatura.

El joven y sensible profesor (verdadero protagonista en la sombra) percibe que en el alma de su alumno han irrumpido inesperadamente y de forma desgarradora –como suele suceder en los adolescentes- el sufrimiento y la incertidumbre, y sus comentarios literarios van más dirigidos a orientar a Leo de lo que parece.

Escrito en forma de monólogo del joven Leo, el libro manifiesta dominio del lenguaje y los modos en que los jóvenes tratan de expresar sus sentimientos, a veces incomprensibles para ellos mismos.  Incluso cuando habla del sufrimiento, el monólogo tiene toques de jovialidad y frescura, tan propios del lenguaje de un chico normal. Una muestra: de vez en cuando en los pensamientos de Leo se desliza una idea luminosa, un descubrimiento nuevo para él, y anota: “Qué gran verdad es lo que acabo de decir: tengo que recordarlo. Me olvido mogollón de cosas importantes que descubro. O sea que me doy cuenta de que podrían serme útiles en el futuro, pero las olvido, igual que los mayores. Tal es el origen de al menos la mitad de los males del mundo. "En mi época esos problemas ni siquiera existían..."  Exacto. ¡En tu época! Puede que si anoto alguna de las cosas que voy descubriendo ya no las olvide y deje de cometer los mismos errores. Tengo una memoria pésima. Por culpa de mis padres: ADN de mala calidad…”

 La narración trascurre en un ambiente fresco y oxigenado, y se respira un sentido cristiano lleno de naturalidad, que de cuando en cuando cristaliza en frases que merecen ser recordadas. He anotado unas pocas: 

-Nunca tengas miedo a soñar, por mucho que los demás se rían de ti. La historia es un puchero lleno de proyectos cumplidos por hombres que alcanzaron la grandeza porque se atrevieron a concretar su sueño en realidad. La filosofía es el silencio en que esos sueños nacen.

-La humanidad avanza sólo cuando un hombre tiene fe en lograr lo más difícil (eso es un sueño).

-Pasión de enseñar: “extraer la belleza allá donde se encuentre y regalársela a quien esté a mi lado. Por eso estoy en el mundo”.

-Cuando está enamorado el tiempo no existe. Eso es el cielo, sin tiempo, eterno presente.

-Basta que esté Beatrice para que la vida sea cada día nueva. El amor es lo que hace la vida nueva.

-Justo cuando nos sentimos más pobres, la vida, como una madre, nos está cosiendo el traje más hermoso.

Un libro que gustará a los jóvenes,  y también a los mayores con alma joven.


martes, 6 de abril de 2010

Manual del escritor.



Manual del escritor. Martín Alonso. Ed. Aguilar






Martín Alonso ofrece en este magnífico libro sabios consejos para quien quiera mejorar su capacidad de expresión y de redacción en lengua castellana. A pesar de que han pasado ya unos años desde la primera edición, no ha perdido novedad. 

He aquí algunas de sus ideas:


-Estilo es maestría para condensar.

-No usar antiguallas de otros tiempos (palabras extrañas ya en desuso).

-Las palabras son las asas de las cosas, los carritos de las ideas.

-Formarse en lo clásico e informarse en lo moderno. Para escribir mejor a la manera moderna hay que conseguir el espíritu clásico de ponderación e instinto vigoroso.

-“Desecha el libro que no logre añadir a nuestra estatura un codo” (Jarnés). Hay tanto que leer, y el tiempo es tan corto, que es preciso seleccionar bien entre lo mejor, y pasar de lo malo (que es lo que más abunda).

-Los buenos escritores son capaces de inclinar a uno u otro lado todo el dinamismo público: por eso debe cuidarlos cualquier sociedad civilizada.

-Cuida a tu editor... (Martín Alonso dedica la Introducción de su libro a hacer una sincera alabanza a Manuel Aguilar, su editor, propietario de ediciones Aguilar, en la que incluye por supuesto a la mujer del editor: toda una lección de lo que debe hacer un escritor que, además de escribir, quiera publicar ;-)

-Conocer e imitar a escritores que han dejado rastro en la historia: con inquietudes espirituales y nobles ideales (Tagore); que se han preguntado y han encontrado la verdad (Alexis Carrel, convertido en Lourdes al catolicismo); Henri Bergson (judío convertido en su fuero interno al catolicismo); Giovanni Papini, gran apologista católico.

-No hay literatura sin ideas.

-El escritor escribe cuando tiene algo de interés que decir.

-En la contemplación artística, la imagen o el goce sensible son concluyentes: si los sentidos, como dice san Agustín, anuncian el juicio de la razón, también gozan ante la belleza antes de todo cálculo racional. Por eso, en la definición de belleza está la prodigiosa fusión de la carne y la mente, del sentido y del espíritu.

-Ejercitar la memoria aprendiendo poesías clásicas.

-El periodista no debe caer en la tentación de la elocuencia: su talento consiste en la prontitud y claridad: exponer el problema, batir al adversario y dar su parecer, sin una palabra que no sea eficaz o inteligible.

-Leer a CalderónEl gran teatro del mundo (modelo de mística popularizada); La vida es sueño (grandeza de ideas); El alcalde de Zalamea (análisis sicológico del protagonista).

-Leer Rimas, de Bécquer, y memorizar alguna: Del salón en el ángulo oscuroPor una mirada un mundo

-Leer a Lope de Vega, luminoso y popular.



miércoles, 10 de marzo de 2010

Cristina, hija de Lavrans.





Cristina, hija de Lavrans. Sigrid Undset. 



Novela ambientada en la Noruega del siglo XIV, muy bien documentada histórica y geográficamente, que le valió a Sigrid Undset el Nobel de literatura en 1928, poco antes de su conversión al catolicismo. 

Manifiesta con lúcido realismo la conjunción de hondo sentido sobrenatural y rudas costumbres en las gentes de aquella sociedad cristiana que aún tenía cercana su tradición bárbara y pagana. 

Narra la vida de Cristina, educada en la fe por unos buenos padres cristianos de la clase media-alta, su boda “obligada” con Erlend, un caballero fogoso y alocado, pero leal; sus siete hijos, que se van emancipando... 


A lo largo de su vida Cristina siente la cercanía de Dios, la necesidad de acudir a Él, aunque muchas veces su vida y su orgullo la llevan por derroteros alejados. 

Al final, ya mayor y recluída en un convento, en el que ayuda heroicamente a los afectados por la peste, descubrirá que Dios no ha dejado de envolverla con su amor.  

Sin que se diera cuenta, y a pesar de su resistencia y obstinación, algo de ese amor ha persistido siempre en ella, fecundando su vida y haciendo nacer una flor que ni sus errores y pecados pudieron marchitar...


Aunque puede resultar algo lenta para el inquieto lector del siglo XXI, muchos pasajes tienen un rico contenido humano y sobrenatural, que sabrán valorar los lectores sensibles. 

Los personajes suelen rezar con naturalidad, como corresponde a personas que se saben hijos de Dios a pesar de sus errores, no siempre reconocidos, o de las carencias culturales de la época.