Mostrando entradas con la etiqueta virtudes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta virtudes. Mostrar todas las entradas

viernes, 4 de agosto de 2017

Villete, de Charlotte Brontë. Anhelos y virtudes de convivencia

Villete. Charlotte Brontë





Villete (nombre de una ciudad imaginaria), es el título de una de las novelas de la escritora inglesa Charlotte Brontë. Es la última de sus obras, publicada en 1853, dos años antes de su prematuro fallecimiento, cuando estaba a punto de cumplir 39 años. La más conocida de sus novelas es Jane Eyre.


Ambas novelas tienen en común que se inspiran en experiencias autobiográficas de la autora. Recrean los anhelos y sentimientos de una joven con buena educación, pero que pasó parte de su infancia y juventud en malos internados, lejos del hogar. Su madre había fallecido cuando apenas contaba 5 años.


Con tono melancólico, propio de la época, Charlotte traza con gusto poético los perfiles psicológicos de sus personajes, que parecen personas reales con las que se ha cruzado en la vida. Los retrata con fina capacidad de observación, en la que se perciben quizá sus propios anhelos, y las ansias de compañía y comprensión de un corazón abatido por años de soledad y sufrimiento.  





     Se lee con agrado, y puede enseñar a descubrir el valor de algunas virtudes de convivencia, hoy olvidadas o desconocidas. Sabe mostrar el atractivo de las conductas correctas,  los defectos que pueden llegar a hacer odiosa la relación entre las personas, y también lo duras que podían llegar a ser algunas costumbres de la época marcadas por el rigorismo.



         Señalo algunos ejemplos:


Para resultar grato

“Hay temperamentos dulces, vehementes, alegres, bajo cuya influencia resulta provechoso que vivan los pobres de espíritu, del mismo  modo que quienes precisan recibir los rayos del sol” (p. 194)


La conversación interesante

“Nunca me resultó pesado escucharle, porque no se limitaba a hablar de los temas vaga o fríamente; nunca generalizaba y jamás era repetitivo (…) era observador y nada superficial. Eso hacía que su charla fuera interesante, y el hecho de que siempre utilizara sus propios recursos, sin pedir prestado ni hurtar a los libros –como hacen otros: aquí un seco dato, allá una frase hecha y en todas partes una opinión de alquiler- le aseguraba una frescura y una originalidad, tanto mejor recibidas cuanto que era muy raro encontrarlas.” (p. 194-195)

“La capacidad de sentir y la de comprender a fondo los sentimientos ajenos son facultades distintas; pocas personas tienen las dos en igual medida, y algunas carecen de ambas.” (p. 189)


Carácter

“Su alegría parecía natural y espontánea. Su porte y su aspecto (…) tenían algo de peculiar, de original. Se leía en sus rasgos un dominio nada común de las pasiones y un caudal de sana y profunda energía que, sin ningún esfuerzo agotador, sabía soportar el desengaño y extraer el aguijón (…) 

Aparecía a la vez decidido, tolerante y haciendo gala de su buen carácter. Así, ¿quién podía evitar quererle?. Él no evidenciaba ninguna debilidad de esas que todos tratamos de evitar, no mostraba ninguna irritación; sus libros no dejaban escapar esas palabras cáusticas que queman hasta los huesos; sus ojos no lanzaban esos fríos dardos que penetran, envenenados y mohosos, en el corazón. A su lado se encontraba descanso y refugio, a su lado lucía protector el sol.” (218-219)


El dolor moral y la soledad son poco comprendidos


         El mundo, capaz de comprender el sufrimiento material, no sabe comprender el profundo dolor que produce la soledad, la prueba moral. Y son muy pocas las personas capaces de mostrarse comprensivas con el que está solo, aunque vea inflamarse sus nervios, sufrir incalificables angustias y enloquecer a causa de la soledad.



No apegarse al buen carácter y la benevolencia que nos muestren otros

         …el tiempo me enseñó que su benevolencia (el tono agradable de su voz al pronunciar mi nombre, que nunca me gustaba tanto como al oírselo decir a él; su cálida mano; su aspecto benévolo…) su cordialidad, su música, no me pertenecían en modo alguno: eran una parte de él mismo, eran la miel de su carácter, eran el bálsamo de su humor. Lo comunicaba como el fruto maduro premia con ambrosía a la abeja que lo saquea. Lo difunde a su alrededor como las plantas difunden su perfume. Ama el néctar al pájaro, o a la abeja que alimenta? ¿Está el tomillo enamorado del aire?

         ¡Buenas noches, doctor John! Eres guapo, eres bueno, pero no eres mío. ¡Buenas noches y que Dios te bendiga! (p 345)



La escritura manifiesta el carácter

         "Su letra es pareja a él mismo: clara, firme, suave. Un sello sólido, lleno, marcado con fuerza. Nada de puntas agudas en las letras, hiriendo el nervio óptico, sino una escritura limpia, agradable, que apacigua el ánimo" (p 356)





miércoles, 13 de agosto de 2014

La personalidad



La personalidad. Rafael Escolá. Ed MC






Rafael Escolá (Barcelona 1919, Pamplona 1995), ingeniero industrial y fundador de la prestigiosa empresa de proyectos de ingeniería IDOM, fue una persona de cualidades humanas excepcionales, con una rica personalidad cuajada de virtudes que supo transmitir con generosidad a cuantos le trataron. Además de su trabajo como ingeniero intervino en varios proyectos educativos para jóvenes, como el Colegio Gaztelueta de Bilbao. 


Felipe Prósper, Presidente de IDOM y de la Fundación Rafael Escolá, le describe en una interesante conferencia en TECNUM como una persona optimista y valiente, en la que destacaba “la austeridad, el trato educado, amable y nada autoritario, y la capacidad para encontrar en cualquier acontecimiento sencillo un pretexto para celebrar la amistad, para crear en torno a sí un clima de cariño.” 


En este librito Rafael Escolá vuelca su experiencia acerca del desarrollo de la personalidad. Lo que afirma es fruto sobre todo de su propia trayectoria personal,  pero también de su larga experiencia en la formación de jóvenes durante muchos años. Eran famosas sus divertidas charlas informales, en las que con gran sentido del humor despertaba en los jóvenes la ilusión por desplegar todo el potencial de virtudes de que eran capaces, perdiendo el miedo a la exigencia y el  esfuerzo. 


La personalidad, afirma, no es fruto del ADN (de la herencia de los padres), sino fundamentalmente de la voluntad, que es capaz de moldear muchas manifestaciones del carácter y del temperamento. Cuando hay un fondo de convicciones bueno, surgen actitudes nobles que tallan el perfil de la personalidad: sinceridad y veracidad, audacia con sentido común, respeto a las personas, optimismo, nobleza; actitudes generosas, amables, serenas, valientes, bienhumoradas… Son esos valores positivos, quizá poco comunes, hacia los que las convicciones nos inclinan y hay que saber elegir siempre, cueste lo que cueste.


La naturalidad para manifestar las propias imperfecciones, sin tratar de ocultarlas por miedo a perder prestigio. El dominio de los gestos que acompañan y delatan las actitudes interiores, que son a veces más explícitos que las palabra. Las decisiones y elecciones que manifiestan una tendencia seria y constante: por ejemplo, al escoger aficiones que perfeccionan (lectura, montañismo...) Y siempre, buscar la excelencia profesional en el oficio de cada uno: para los estudiantes, el estudio. Éste de la excelencia profesional es un campo en el que Escolá habla de algo muy propio, como ressaltaba este artículo de Expansión. Estas  actitudes suponen siempre, por lo contagioso, una influencia postiva en los demás, y arrastran.


Muestra también el “campo de minas” que puede encontrase quien desee afirmar su personalidad por caminos equivocados, confundiéndola con manías y defectos: buscar diferenciarse de lo que considera “vulgar”, querer ser "muy independiente", olvidando que los seres humanos somos seres  relacionales; que necesitamos de los demás y ellos nos necesitan;  presentarse con una exagerada y postiza firmeza de carácter y convicciones; aparecer “como muy ocupado”; adoptar actitudes señoriales; buscar con el prestigio el ascendiente sobre los demás; opinar sobre todo; manifestar continuas agudezas… Lejos de contribuir a desarrollar la personalidad, se trata de defectos que nos afean como personas.


miércoles, 22 de enero de 2014

Notas a una biografía de Alvaro del Portillo

Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Javier Medina. Ed. Rialp




Conocer la vida de grandes personas estimula nuestra capacidad de ser mejores. Es lo que sucede tras la lectura de esta magnífica y detallada biografía del beato Álvaro del Portillo, primer sucesor de san JosemaríaEscrivá al frente del Opus Dei, formado a su vera durante cuarenta años. 


Nacido en 1914, falleció en 1994, y el  27 de septiembre de 2014, año de su Centenario, la Iglesia Católica celebró subeatificación con una solemne ceremonia que tuvo lugar en Madrid.






Así le describe quien le sucedió como prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría

El primer sucesor de san Josemaría en el gobierno del Opus Dei fue ante todo un cristiano leal, un hijo fidelísimo de la Iglesia y del Fundador, un pastor completamente entregado a todas las almas y de modo particular a su pusillux grex (…) con olvido absoluto de sí, con su entrega gustosa y alegre, con caridad pastoral siempre encendida y vigilante”.



Educado en el seno de una familia cristiana, vemos crecer en él desde muy joven rasgos y virtudes aprendidos de sus padres, como esa armónica simbiosis de reciedumbre, audacia y delicadeza que adornaban a su madre, mexicana. 


Amable y de corazón, sufre ante las injusticias pero no se queda en lamentos paralizantes, sino que reacciona con misericordia operativa. Desde joven le vemos resuelto a aportar soluciones a su alcance con sentido práctico: en sus ratos libres acude a barrios de la periferia de Madrid con algunos amigos para ayudar en la formación de niños de familias que no tienen nada. Allí sufre por primera vez la persecución del odio anticristiano. Y así conoce a san Josemaría


Esa operatividad práctica, reforzada más tarde por la mentalidad de su oficio de ingeniero, se reflejará en sus responsabilidades de gobierno  en el Opus Dei, en el impulso de innumerables iniciativas apostólicas de carácter social en todo el mundo.


Conoce desde joven la pobreza y la necesidad de trabajar intensamente para ganarse el sustento. Decide aplazar los estudios de ingeniería para  terminar los de Ayudante de Obras Públicas, más cortos, que le permitirán empezar a ganar dinero antes y así ayudar a su familia, que ha sufrido importantes reveses económicos.


Vemos en él la virtud de la valentía, viviendo con sencillez y naturalidad verdaderas epopeyas durante los duros años de la guerra civil, poniendo en juego su vida. Más tarde le veremos también totalmente entregado a su tarea pastoral, manteniendo un ritmo propio de una persona joven a pesar de su precaria salud.


Durante los años del Concilio puso su inteligencia y enorme capacidad de trabajo y conciliación al servicio de la Iglesia. Su papel fue destacado en la elaboración de importantes documentos conciliares, como los referentes a la vida de  los sacerdotes y el papel de los laicos


El libro abunda en detalles de su relación con personalidades de la vida de la Iglesia, incluídos los papas desde Pio XII,  y se entiende que monseñor Javier Echevarría se refiriera a él, al fallecer, como un gigante en el firmamento de la Iglesia del siglo XX. Fue también gran amigo y colaborador estrecho de Juan Pablo II, que acudió a rezar ante sus restos en cuanto le informaron de su fallecimiento.


Se recogen numerosos testimonios de personas que le trataron más de cerca, muchas de ellas cardenales y obispos, y al hilo de sus recuerdos describen su personalidad. 


Surge un despliegue de cualidades humanas que impresiona, e invita al lector a un examen personal de contraste. He aquí algunas de ellas:

-Determinación, escaso interés de protagonismo

-Alegre, generoso, simpático, de gran bondad. Aunaba la fortaleza con la  dulzura de trato. Candor y  humanidad. Como dijo el periodista Vittorio Messori, que le entrevistó para uno de sus libros, "sólo comenzar a conversar con él daban ganas de confesarte."


-Reflexivo, pero no indeciso: si decía “me lo pensaré”, no era excusa para no hacer nada: lo pensaba y luego actuaba, con paz y serenidad. Se ha hecho muy popular la novena al beato Álvaro para pedir serenidad en momentos difíciles.


-Temple resuelto y afable, preocupación por los demás, piedad sin ostentaciones. Siempre sonreía al hablar, mostrando gran afabilidad, cordialidad y amabilidad. 


-Inspiraba confianza en quienes le trataban. De mirada comprensiva y serena, abordaba todo con sencillez y buena fe, con ausencia de malicia de ningún tipo. 


-Tenía la inocencia del que actúa siempre con rectitud, cara a Dios; de quien no conoce las sombras de la complicación, de las envidias y rencores, de las segundas intenciones, de los recovecos interiores que provoca en el alma la soberbia. 




-Inteligente pero sencillo. Inocente y candoroso, pero sin ingenuidades. Serio y responsable, pero cordial y amable. Profundamente bueno. Nunca daban su opinión si no se la pedían. Te hacía favores sin darte cuenta


-Nunca hablaba mal de nadie. Afable con todos, procurando tratar a muchos amigos. Mas bien callado, solía intervenir cuando había que decir una palabra templada. Procuraba no llamar la atención innecesariamente.


**

Así le definen  quienes le conocieron, y son expresiones que reflejan una admirable personalidad, forjada durante una vida de entrega. 


En don Álvaro esas cualidades humanas (que podrían resumirse en estas cinco: inteligencia sobresaliente, fuerza de voluntad admirable, gran capacidad de trabajo, carácter firme y afable, capacidad para hacer amigos fuera de lo común) estaban vivificadas por unas virtudes teologales fuertemente enraizadas.


Era un hombre de fe, llevada hasta sus últimas consecuencias, que está en la base de la nota más característica de su vida: la fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Papa, al Opus Dei y a su fundador.  De esperanza, que le movía a confiar siempre en el auxilio divino. Lleno de desbordante caridad con Dios y con el prójimo.


Con la beatificación, la Iglesia propone a todos los católicos la imitación de sus virtudes y el recurso a su intercesión ante Dios para pedirle todo tipo de favores. La devoción a don Álvaro está muy extendida en los cinco continentes. 


Aquí puede verse el documental Saxum, de 30 minutos, sobre la vida de don Álvaro:








**


Entre 1939 y 1992 Álvaro del Portillo estuvo en Valencia al menos en 12 ocasiones, la mayor parte de ellos acompañando a san Josemaría: 


-7 al 13 de junio de 1939, viaja desde Olot para asistir a un curso de retiro que predica san Josemaría;

-5-20 septiembre de 1939, con san Josemaría

-4-6 enero 1940

-6-8 abril 1940

-18-20 julio 1940

-4-12 diciembre de 1940 (viaje de estudios con compañeros de la Escuela de Ingenieros)

-26-28 de marzo 1943

-20 abril 1943 (exámenes de licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Literaria)

-Noviembre de 1972, catequesis con san Josemaría

-2-8 enero 1975 La Lloma (Rafelbunyol)

-Mayo 1978 La Lloma (Rafelbunyol)

-Enero 1992, para asistir al funeral de don Miguel Roca, arzobispo de Valencia









sábado, 18 de mayo de 2013

Las pequeñas virtudes. Natalia Ginzburg

                                            


Conjunto de ensayos y relatos de la escritora italiana (1916-1991) que sorprenden por su sencillez y profundo sentido humano. Destaco tres ideas que me han llamado especialmente la atención, para invitar a la lectura íntegra del libro. Se refieren a tres de los vicios a los que puede arrastrarnos la cultura dominante, si no estamos en guardia.


El primero es el silencio, entendido en su sentido peyorativo, de aislamiento de los demás como consecuencia del individualismo egoísta. El segundo la pérdida del sentido de culpa, a la que incita la cultura del placer. Y el tercero, el afán de dominio posesión sobre cosas y personas, propio de la cultura materialista, que ignora que Dios es el único que merece ser poseído, y que nuestra mirada sobre los demás ha de ser, como la suya, una mirada de misericordia.

  

El silencio, en su sentido de aislamiento e incomunicación, es uno de los vicios más graves y extraños de nuestra época. Los que tenemos algunos años podemos dar fe del contraste entre la pronta y amigable conversación de hace pocas décadas, y la difícil comunicación actual, con gente ensimismada, “a la suya”, refractaria al diálogo enriquecedor. Mucho tiene que ver esto con la pérdida del sentido cristiano, abierto a los demás por naturaleza. Sin olvidar que el silencio tiene también un sentido positivo: ese silencio interior que necesitamos para el encuentro con uno mismo y con Dios.  El silencio que se requiere para tomar conciencia de nuestro yo, y así ser capaces de entregarlo con más plenitud. El silencio que los artistas han llamado creador.

  

Un profundo silencio, el de la incomunicación, prosigue Natalia Ginzburg, se ha ido acumulando poco a poco en nuestro interior, quizá desde pequeños, y llega un momento en que no sabemos cómo relacionarnos con los demás, cómo manifestarles nuestros sentimientos. El silencio (lo que se expresa cuando decimos “Se ha perdido el gusto por la conversación”) es falta de relación libre y normal entre los hombres, y es una enfermedad mortal. El silencio puede llegar a alcanzar una forma de infelicidad cerrada, monstruosa; optar por el silencio, encerrarse, puede llegar a ser optar por ser diabólicamente infelices, y eso lo podemos evitar, es preciso evitarlo. El silencio es un pecado, como la apatía o la lujuria.


Natalia Ginzburg

 

Para librarnos del sentimiento de culpa algunos nos proponen hacer de nuestra vida pura elección del placer: pero eso es un gran error, es vivir contra natura, porque al hombre no le es dado elegir siempre. La mayor parte de las cosas de nuestra vida no las podemos elegir: ni la cara, ni los padres, ni la hora de la muerte… La única elección que se nos permite es la elección moral: entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira. 

 

Desprendimiento: somos adultos por aquel breve momento que un día nos tocó vivir, cuando miramos como por última vez todas las cosas de la tierra, y renunciamos a poseerlas, las restituimos a la voluntad de Dios. Y de pronto las cosas de la tierra se nos han aparecido en su justo lugar bajo el cielo, y también los seres humanos, y nosotros mismos, mirando desde el único lugar justo que nos es dado.

 

En ese breve momento hemos encontrado un equilibrio en nuestra vida oscilante, y nos parece que podremos encontrar siempre ese momento secreto, buscar en él las palabras para el propio oficio, nuestras palabras para el prójimo. Mirar al prójimo con la mirada adecuada y libre, no con la temerosa o despreciativa del que siempre se pregunta, en presencia del prójimo, si será su amo o su siervo.

 

En ese momento secreto nuestro hemos descubierto que en la tierra no existe verdadero dominio ni verdadera servidumbre. Y ahora buscaremos en los otros si ya les ha tocado vivir un momento idéntico, o si todavía están lejos: eso es lo que importa saber, porque en la vida de una persona ese es el momento más alto. Y es necesario que estemos con los demás teniendo los ojos puestos en el momento más alto de su destino.

 

Descubrimos que seguimos siendo tímidos, pero no nos importa, porque desde ese momento secreto encontramos facilidad para hallar las palabras adecuadas en nuestras relaciones humanas. Pero debemos recordar siempre que toda clase de encuentro con el prójimo es una acción humana, y por lo tanto, es siempre mal o bien, verdad o mentira, caridad o pecado.

 

Sufrimos ante las miradas duras que nos dirigen otros, incluso a veces nuestros propios hijos; aunque sepamos demasiado bien (por propia experiencia) el largo camino que se necesita recorrer hasta llegar a tener un poco de misericordia.