Derecho a la información:
materiales para un sistema de la
comunicación.
José María Desantes
Guanter. Ed. Fundación COSO para el Desarrollo de la Comunicación y la Sociedad.
El derecho a la información
es el principio fundamental del que surge el Derecho de la Información. El
profesor Desantes, valenciano universal por su amplia docencia en universidades
de Europa y América, fue el primer catedrático de esa materia en España. En
palabras de Carlos Soria, Desantes "ha realizado una de las siembras más fecundas
en la historia de la Ciencia de la Comunicación española."
En este tratado editado por
la fundación COSO, el profesor Desantes nos
ofrece una rigurosa exposición del desarrollo del Derecho de la Información,
desde sus orígenes hasta la aparición de los nuevos medios de comunicación a
finales del siglo XX.
El Derecho de la
Información es una ciencia que ha sido necesario hilvanar metódicamente a
medida que los nuevos medios informativos experimentaban un vertiginoso
desarrollo. Su objetivo es contribuir al perfeccionamiento de la comunicación
humana, esto es, servir a la persona. Desantes nos expone los materiales necesarios
para construir un sistema de comunicación digno de la persona. Expongo aquí
unas breves pinceladas de su contenido.
En su comentario a la Ética
a Nicómaco de Aristóteles, santo Tomás de Aquino ya explicaba que la comunicación es un
acto de justicia. Un comunicador es justo si comunica bien. Si comunica mal, es
injusto. En el trabajo informativo no se trata sólo de hacer y dar
comunicación, sino de cómo hacer y qué dar.
La comunicación es
fundamental para la convivencia. No puede juzgarse sólo por sus efectos
sociológicos, sino desde la ética y el Derecho. El mensaje debe ser la
comunicación de la realidad. Negarlo es negar la capacidad humana de
comunicación, y supone destruir el núcleo mismo de la comunidad, que está
basado en la credibilidad y la confianza.
Sin una comunicación justa
llega a hacerse imposible la convivencia. Donde las fuerzas públicas o privadas
limitan la información, se destruye la comunidad. Comunicar es poner algo en
común, pero no toda comunicación está bien informada. Donde no hay comunicación
veraz no puede haber comunidad de personas, sólo existe desconfianza, como han
demostrado los regímenes totalitarios.
Otra de las publicaciones de Fundación COSO
Todavía hoy naciones
enteras viven en la desconfianza, y eso debería ser una llamada de atención
para un ciudadano responsable, que debe saber exigir sus derechos, y pedir
cuentas a quien trate de negarlos con prácticas como ocultar información o
deformar los hechos por intereses bastardos o partidistas.
Hoy muchos desconocen que
el derecho a la información es un derecho natural, lo que significa que toda
restricción de ese derecho (por fuerzas coactivas o mediante manipulaciones y
sesgos informativos) se convierte en un atentado a la dignidad de la persona y
a su libertad.
El derecho a la información
es más amplio y profundo que la mera libertad de expresión, que científicamente
precisa del derecho a la información. Lo que justifica la libertad de expresión
es precisamente el derecho previo a acceder a la información.
La libertad de expresión es
un derecho, no una concesión del poder. La Constitución reconoce los derechos, no los concede, porque son anteriores a ella
y superiores a toda Constitución. La misión del Estado, por ejemplo, es autorizar el uso de las ondas
electromagnéticas, no concederlas,
porque no son de su propiedad. Son patrimonio de la humanidad.
Es bueno recordar que los
derechos fundamentales se coordinan entre sí. Los inherentes a la persona
priman sobre los referentes a las relaciones. Por eso la intimidad personal
prevalece sobre la información.
Otro error frecuente al
hablar de libertad de expresión es ignorar que debe estar basada en el
realismo: hay cosas que son verdad y cosas que son mentira. Si se ignora ese
principio elemental, la libertad de expresión pierde su sentido, y puede
convertirse en un atentado contra la dignidad humana, contra la libertad y la capacidad de reconocer la verdad y su derecho
a conocerla. No tener en cuenta que existe la verdad y existe la mentira
transforma la información en apariencia
de información, en manipulación o desinformación.
La seguridad máxima de la
persona consiste en aferrarse a la verdad. La afirmación, tan frecuente, de que
“todo es opinable” es un atentado a
la inteligencia, y desde luego un atentado muy grave a la convivencia.
Muchas desinformaciones
proceden de defectos del lenguaje,
de no usar los términos precisos que definen el concepto, o de emplearlos con
un sentido distinto al original. Por eso es obligación del informador dominar y
enriquecer constantemente su lenguaje, leer mucho y bueno, pedir y transmitir
claridad en la información, no hacer de
altavoz al sofismo (el arte de engañar con el fin de captar seguidores)
tan frecuente entre los políticos.
También es deber del
informador adquirir la formación científica específica de su profesión, y
cultivar las cualidades necesarias para ejercer su oficio: amor a la verdad,
objetividad, buen gusto, prudencia. Saber (y vivir) que el fin no justifica los
medios. Concebir la información como deber, no como negocio (en el sentido
turbio de la palabra).
Existe una delegación del
pueblo en los profesionales para que realicen el derecho a la información. Por
eso los periodistas tienen derecho a la información, para que puedan cumplir el
deber de informar que el pueblo les ha entregado. Un deber del que se deduce
que no pueden emitir mensajes que no sean verdaderos, conformes a la verdad
operativa que es el bien. Violencia, pornografía o terrorismo no son verdaderos
mensajes.
El libro refleja la gran
erudición de su autor, y ayuda a reflexionar sobre la complejidad de las
relaciones humanas y el derecho que las regula. Da las pautas básicas para
quien desee caminar con sentido en el proceloso sendero de la justicia
informativa. Y hará pensar a periodistas y expertos en comunicación sobre la
arteria socialmente vital por la que discurre su trabajo, que no admite superficialidades.
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Un hecho pequeño pero
significativo muestra el talante del profesor Desantes y su elevado sentido de
la ciudadanía. Citado por la hacienda pública para una revisión de sus cuentas,
cuando se presentó solo ante el funcionario éste se extrañó: “¿Cómo ha venido
usted sin abogado?” Su respuesta fue contundente y colocó al funcionario en su
sitio: “Porque usted, como funcionario, es mi abogado, no mi enemigo ni mi
fiscal.”
Un buen ordenamiento
social, y una buena convivencia, requieren que cada cual conozcamos cuál es
nuestro deber y cuál nuestro derecho, y sepamos asumirlos con respeto a las
personas y fiel espíritu de colaboración. Mucho de todo eso rezuma este libro.
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Ver también en este blog reseña del libro de Desantes San Vicente Ferrer, científico.