viernes, 5 de marzo de 2021

Capacidad crítica y libertad de expresión


Foto: Duke Law


Frente al poder opresivo de las ideologías, filósofos y pensadores, como Javier Gomá o Higinio Marín, han advertido recientemente a la ciudadanía sobre la necesidad de defenderse. Se hace preciso optar por “una sutil forma de resistencia” en la que pongamos en juego nuestra capacidad crítica.

 

Necesitamos ejercitar cada día la libertad de opinar por cuenta propia, como señala Higinio Marín: la libertad de salirse del discurso público monocolor, si así lo estima conveniente nuestra inteligencia. Es un ejercicio que está en los cimientos de la democracia.

 

Sin embargo, todo parece organizado para evitar que las nuevas generaciones sean capaces de pensar por su cuenta. Con honrosas excepciones, una gran mayoría de nuestros jóvenes salen de la escuela adormecidos de ideales, sin conocimiento de la historia ni de sus raíces, con una pobre mochila mental, vacía de ideas y plagada de eslóganes creados por publicistas, que cada vez se parecen más a los eslóganes del Gran Hermano en la pesadilla orweliana.

 

Hace falta, dice Javier Gomá, “un ejercicio sutil de la inteligencia, edificado sobre una base moral que procure ser excelente.” Una sociedad no puede organizarse en torno a la nada. Necesita una base moral común. Como señaló el cardenal Ratzinger glosando a Agustín de Hipona, “Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones –es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines- solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un estado.”

 

 Hay que proponerse seriamente construir la sociedad desde una base moral común en la que se eduque a todos. Sólo así saldrán de la escuela personas maduras, capaces de pensar por sí mismas. Una base moral transmitida con la educación, en la que se resalte que lo realmente liberador es optar por la verdad y el bien. Que hay que desterrar de la vida pública a quienes mienten. Que el fin no justifica los medios. Que donde las palabras dejan de ser verdaderas, surge la desconfianza y la convivencia se vuelve irrespirable.

 

Como apunta Javier Gomá, hay que apostar por crear no minorías, sino mayorías selectas, que surgen cuando desde muy jóvenes se enseña a todos que es posible afrontar el esfuerzo por salir de la vulgaridad en busca de la excelencia. El objetivo no puede ser igualar por abajo, sino elevar hacia lo mejor que cada persona es capaz de alcanzar.

 

Es valiente, y a mi juicio acertado, el argumento de Gomá, que no se corta en contradecir a Ortega y su concepto de masas. Las masas no existen. Sólo existen personas, ciudadanos, uno a uno. No somos número, ni grumo amorfo e impersonal. Somos ciudadanos, “cada uno en lucha consigo mismo para salir de la vulgaridad y alcanzar la excelencia.”

 

Hacer del pueblo una masa es el sueño de los totalitarismos, porque la masa no piensa, es manejable. Pero una sociedad libre y democrática promueve y alienta la mejor educación posible para sus jóvenes, porque sin instrucción no es posible alcanzar la verdad, y sin el conocimiento de la verdad no se puede ser libre.

 

Con una educación así, en la que se aprende el gusto de conversar, de leer, de instruirse, y se fomenta la libertad de pensar por libre, es como la sociedad se libera de ideólogos sectarios y totalitarismos opresivos. Tenemos demasiado cerca, en el tiempo y en el espacio, ejemplos dramáticos para no ver el peligro que nos acecha.

 

En el ámbito educativo cada vez más voces se alzan contra ideólogos capaces de hundir un sistema educativo, mejorable pero que funciona, con tal de imponer el suyo, embutiendo a la ciudadanía en unas hormas que ni son las suyas ni les gustan.

 

        En el sistema político, urgen listas abiertas para que la ciudadanía pueda elegir realmente a sus representantes, uno a uno, en los que deposite, o no, su confianza según el cumplimiento de sus promesas, su honradez y su veracidad. El sistema impide que los supuestos representantes piensen por su cuenta. Están sometidos a los dictados de sus partidos, por lo que difícilmente se les puede considerar representantes de los ciudadanos: sólo representan a su partido.

 

        Urge devolver al ciudadano la competencia de su iniciativa, ahogada por una concepción estatalizadora de la convivencia, que parece diseñada para castigar el emprendimiento libre de los ciudadanos. Hay que apostar por una sociedad civil fuerte, que no abandone su futuro en manos de quienes alcanzan las riendas del Estado, sino que les pida cuentas. Porque, volviendo a la frase de san Agustín, si alcanzan el poder quienes no se rigen por el criterio de la justicia, la conducta del Estado no será muy distinta a la de una banda de ladrones.

 

 

miércoles, 3 de marzo de 2021

Lo efímero y la moda

 




El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas. Gilles Lipovetsky. Ed. Anagrama

 

El filósofo y sociólogo francés G. Lipovetsky nos ofrece en este libro un largo y brillante estudio acerca del devenir de la moda y su influencia en los estilos de vida, desde los comienzos de la historia hasta nuestros días. Concluye que la lógica efímera de la moda parece haberse impuesto hoy en todos los ámbitos del existir y razonar de los hombres.

 

Aunque parecen discutibles algunas de sus valoraciones, sin duda acierta en la descripción de situaciones de facto. Así, observa que “el desarrollo del razonamiento individual pasa cada vez menos por el diálogo o discusión entre personas privadas, y cada vez más por el consumo y los canales seductores de la información.”


     Se echan en falta, a mi juicio, propuestas de sendas de salida hacia una sociedad más humana, quizá porque no considera que sea esa su misión.

 

La aparición del gusto por las novedades

 

Señala Lipovetsky que se puede hablar de la existencia de un sistema de moda sólo cuando el gusto por las novedades llega a ser un principio constante y regular, como exigencia cultural autónoma, y no sólo como curiosidad hacia lo exterior.

 

Ese principio constante surge en la humanidad en el Occidente de finales de la Edad Media, hacia el siglo XIV. Es entonces cuando se impone un vestido radicalmente nuevo, distinto para cada sexo: para el hombre, jubón y calzones ceñidos; mientras que para la mujer sigue el traje largo que venía siendo tradicional para ambos sexos, pero ahora mucho más ajustado y escotado, resaltando los atributos de la feminidad.

 

Esa conmoción indumentaria, afirma, se produjo en algún lugar de Europa y se extendió por todo el continente entre 1340 y 1350. A partir de ese momento, las variaciones de la apariencia comienzan a ser mucho más frecuentes, extravagantes y arbitrarias.

 

Moda flexible

 

En nuestros días, señala, el público ya es autónomo frente a la idea de tendencia. Ha caído el poder de los modelos prestigiosos. Se ha perdido la radicalidad de la frontera entre lo pasado de moda y lo que está de moda, que han pasado a ser conceptos difusos. Ahora son posibles todas las longitudes y anchuras.

 

Esa moda flexible se ha convertido en uno de los rasgos de nuestro estilo de vida, junto a la alergia a la violencia y a la crudeza, la sensibilidad hacia los animales, la importancia de escuchar al otro, la educación comprensiva, el apaciguamiento de los conflictos sociales… Se aceptan casi todas las opiniones y se juzga cada vez menos al otro en función de una norma oficial.

 

Vulgaridad y distinción

 

El motivo de la moda, a su juicio, nunca se ha identificado del todo con la búsqueda de distinción social. Siempre ha tenido un componente fuerte de afán de novedades y el deseo de manifestar la individualidad estética.

 

En nuestros días persiste un código de diferenciación social, que se manifiesta por ejemplo en que los artículos de lujo nunca han pasado por crisis. Pero ahora ya no se busca tanto el consumo como vía de reconocimiento social. Se busca sobre todo placer, bienestar, funcionalidad, culto al cuerpo, embriaguez de novedades.  

 

Pienso que viene aquí a propósito lo que ha señalado el profesor García-Maiquez: ser distinguido no indica necesariamente afán de marcar distancias con los demás, porque una persona distinguida es sobre todo la que se esfuerza por distanciarse de lo peor de sí mismo, y fruto de su lucha va construyendo una personalidad atractiva, tanto en el cuerpo como en el alma.

 

       Otro pensador español, Javier Gomá Lanzón, ha señalado en esa misma línea que Ortega y Gasset estaba equivocado al hablar de masas como sinónimo de vulgaridad insuperable. No existen las masas, sino ciudadanos, cada uno en lucha consigo mismo para salir de la vulgaridad y alcanzar la excelencia.

 

Se trata de uno de los retos que tienen educadores, legisladores y gobernantes, y también los profesionales de la moda: cada persona es digna de respeto y consideración, y de esa dignidad debe aparecer revestida en todas las dimensiones de su vida.

 

Lipovestky constata que si bien es cierto que una minoría busca el exceso de extravagancia en el vestir, crece una mayoría que prefiere la discreción, que está menos preocupada por la originalidad que por el confort, la “elegancia difuminada” y la soltura.

 

La moda es una sofisticada puesta en escena del cuerpo

 

Resta importancia Lipovestky a la influencia social de operaciones publicitarias engañosas. No debe preocuparnos, afirma, que la publicidad logre convertir en éxito de ventas una porquería literaria: esa lectura no tendrá repercusión intelectual, su huella se borrará con el siguiente bestseller. Gran venta, nula repercusión intelectual.

 

Los efectos mediáticos son epidérmicos, afirma. No tienen la fuerza que les solemos otorgar: de aniquilar la reflexión, la búsqueda de la verdad, la comparación y la interrogación personal… Sólo tienen poder en el tiempo efímero de la moda. A lo sumo amplificará valores que no son tales, o retrasará el reconocimiento de los verdaderos valores.

 

Es una visión esperanzada, aunque quizá podríamos añadir que retrasar el reconocimiento de los verdaderos valores no es poco daño. Lo que debería ser normal en la sociedad es la contribución de todos a la generación de ambientes que faciliten el encuentro con los verdaderos valores. Entre otras razones porque sin valores no es posible que subsista largamente un sistema democrático, que está basado precisamente en un conjunto de valores comunes compartidos.

 

Por otra parte, la exposición constante de millones de ciudadanos a esos “efectos mediáticos epidérmicos” no deja de producir una inquietante sensación de estar ante un riesgo serio de estulticia generalizada.

 

La moda es la magia de la apariencia, y la publicidad el sortilegio de la comunicación.

 

La publicidad dominante hoy consiste en inteligencia creativa al servicio de lo superficial. No seduce al homo "sicoanalista", sino al homo ludens: se trata de una superficialidad lúdica, algo irónica, transgresora con límites, que juega al equívoco simpático, y que desarrolla toda su capacidad creativa para lograr el sueño de todo publicista: retener al público con una imagen positiva y original de sus productos.

 

Ese estilo creativo de la publicidad ha impuesto una lógica por la que todos afirman ahora la dimensión artística de su trabajo: los empresarios de ropa se autodenominan creativos, estilistas los peluqueros, los artesanos se consideran artistas, deportistas famosos dan su opinión sobre cualquier cosa como si fueran expertos…

 

La publicidad intenta explotar la tendencia natural al bienestar y a la novedad. Es interesante el contraste que señala con las técnicas de propaganda del totalitarismo político, que pretende transformar no la tendencia natural, sino la propia naturaleza humana, "como si se tratara de una materia amorfa y moldeable ilimitadamente por el Estado.

 

La publicidad ha engendrado a gran escala lo que denomina el deseo moda, un deseo estructurado igual que la moda. Ha desculpabilizado el acto de comprar, ha cambiado la ética del ahorro, el consumo se ha convertido para muchos en una “práctica ligera, que ha asimilado la legitimidad de lo efímero y la renovación permanente.”

 

La publicidad ha creado un ambiente que obliga a decir la verdad sin aburrir y con elegancia

 

Ese ambiente dominado por la publicidad ha creado un estilo de persuasión en el que ya no es suficiente decir la verdad: ahora es preciso decirla sin aburrir, con elegancia, imaginación y buen humor. Es un tema clave para la comunicación actual, y sin duda un reto atractivo para cualquier comunicador: expresar la verdad con belleza, porque de hecho verdad y belleza son inseparables.

 

La cultura de la evasión es el nuevo opio del pueblo, para olvidar la monotonía de la vida cotidiana. La necesidad fundamental que sustenta el consumo cultural hoy es la evasión. Para retener su atención es obligado distraerle. 

 

La cultura mediática tiene el poder de hacer olvidar la realidad y entreabrir un campo ilimitado de proyecciones, ofreciendo como espectáculo lo que la vida real nos niega. Pero esa cultura “favorece las actitudes pasivas, embota la capacidad de iniciativa, desalienta las actitudes militantes, y consigue integrarnos fácilmente en el sistema burocrático y capitalista, desposeídos de nosotros mismos.” Y eso que cuando Lipovetsky escribía esto, en 1987, apenas había comenzado internet…

 

El llamado “reino de la moda total”, que se ha instalado en la sociedad, pasando de la moda al estilo de vida, tiene también muchos rasgos favorables: quizá es menos firme, pero es más receptivo a la crítica; es menos estable, pero más tolerante; menos seguro de sí, pero más abierto a la diferencia, a la argumentación del otro; no le valen ortodoxias, contempla opiniones… 

 

Un buen libro para quienes se dedican a la moda y a la publicidad, y que hará pensar en busca de buenas ideas a cuantos están interesados en la comunicación y en mejorar el mundo.

 

 

 

 

viernes, 26 de febrero de 2021

El Principito

                                        


El pequeño Príncipe, de Antoine de Saint-Exupéry


        ¿Recuerdan la obra más famosa del piloto y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry? Un libro de un estilo tan encantador que con el tiempo le han surgido imitadores e incluso apócrifos, que bien merecerían formar parte del original. 

            Lean este bello diálogo con la rosa: 


        “Te amo”  dijo el principito… 

        “Yo también te quiero”  dijo la rosa. 

        “No es lo mismo”  respondió él… “Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos. Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.” 

        “Ya entendí” dijo la rosa. 

        “No lo entiendas, vívelo” agregó el principito.


  Si lo piensan, tiene mucha miga. Es mucho más que poesía, o lenguaje lírico, o que un cuento para niños. Esas frases encierran un secreto sobrehumano, pero alcanzable. Cuando entendamos en qué consiste amar el mundo cambiará. Esa es la verdadera revolución pendiente.

 

  La buena noticia es que podemos comenzar a vivirlo cada uno, como aconseja el pequeño Príncipe a la rosa. Y más gente se irá apuntando a la experiencia. Porque es una experiencia pegadiza. Y en las tenebrosas y frías oscuridades del odio, la indiferencia y el placer egoísta, comenzarán a dar su luz acogedora las hogueras del amor. 


  Sí. Pero...

 

Pero la historia no acaba aquí.  Ese diálogo lo guardaba escrito a mano en un viejo papel, y al releerlo ahora pensé que lo había tomado del original. Mi buen y sabio amigo José Manuel Mora, profesor de literatura creativa en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense, me ha hecho ver el error: en realidad se trata de un texto apócrifo, una recreación de la autora argentina Viviana Baldo


El texto es bello. A Saint-Exupéry no le habría disgustado, seguramente. Pero a cada cual lo suyo.


Eso sí: la moraleja tiene plena validez. Me parece.





 


jueves, 25 de febrero de 2021

Alejandro Llano: olor a yerba seca

 




Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano. Ed Encuentro

 

 Primera parte de las memorias de este gran filósofo y mejor persona que es el profesor Alejandro Llano Cifuentes, catedrático de Metafísica que fue rector de la Universidad de Navarra durante muchos años.

 

“En un momento de estas páginas recojo algunas de las últimas palabras que Ludwig Wittgenstein dirigió a su discípula predilecta: “Beth, he buscado la verdad”. Ojalá pudiera decir yo lo mismo, aunque sea en un tono más bajo y con un alcance más corto. Lo que sobre todo quisiera mostrar en esta primera entrega de mis memorias es mi torpe intento de unir existencialmente la indagación de las verdades filosóficas y la búsqueda de quien es Camino, Verdad y Vida. Los antiguos cristianos llamaban filosofía a la vida cristiana. Yo no confundo la una con la otra, pero estoy convencido como ellos de que el cristianismo es la vera philosophia.

 

Con un tono coloquial, ameno y sugerente, Alejandro Llano logra encandilar al lector, que se ve gratamente sumergido en el rico mundo interior de un personaje sabio y cultivado, que nos abre sus sentimientos con notable transparencia y sinceridad.

 

La lectura, repleta de anécdotas y sucesos en los que se vio envuelto en la niñez y juventud, tan pronto nos hace reír –en ocasiones a carcajadas- como nos pone en suerte ante pensamientos nobles y profundos. Junto al amor apasionado a la libertad, en estas memorias brilla un compromiso innegociable con las personas y con la sociedad, fruto de una conciencia profundamente cristiana.

 

Recuerda con agradecimiento la fe recibida de sus padres: los recuerdos familiares son chispeantes y rezuman alegría no exenta de momentos difíciles. Es encantador el relato de cómo conoció el espíritu del Opus Dei de la mano de la mujer, por entonces todavía analfabeta, que ayudaba a su madre en el cuidado de la numerosa prole.

 

Sus largos años en Valencia ocupan un lugar muy destacado en esta primera entrega. En la ciudad del Turia fue director del Colegio Mayor Universitario de la Alameda, mientras proseguía sus estudios y hacía su tesis doctoral sobre el pensamiento de Kant. En la universidad de Valencia se estrenó como profesor de Filosofía.

 

En el relato se percibe el penoso ambiente de lucha ideológica que reinaba en la universidad, no muy distinto del actual, que le hacía sufrir y del que solo con mucho esfuerzo lograba evadirse, para centrar la atención en lo realmente propio del trabajo universitario: la investigación y la formación de los alumnos.    

 

Muchos le recuerdan por su fino sentido del humor, que lograba quitar hierro a situaciones difíciles, y por el entrañable aprecio que sabía infundir hacia los valores culturales y del pensamiento, incluso entre los jóvenes de carreras técnicas. “Algunos me dicen que la parte de Valencia es la mejor, seguramente porque es la que viví con más intensidad.”

 

El profesor Llano ha logrado transmitir al texto la cordial amenidad que caracterizaban sus tertulias con universitarios. Cuesta mucho interrumpir la lectura, porque se es consciente de que se está aprendiendo, y además se está pasando un buen rato.

 

De la segunda parte de sus memorias, Segunda navegación, escribí esta reseña.

 

 

 


miércoles, 24 de febrero de 2021

La primera expansión del Opus Dei

 



Posguerra. La primera expansión del Opus Dei durante los años 1939 y 1940

 

El historiador Onésimo Díaz analiza en este libro el desarrollo de la Obra fundada por san Josemaría Escrivá en los meses que sucedieron al final de la guerra civil española.

 

En abril de 1939 el Opus Dei lo formaban 14 hombres muy jóvenes y 2 mujeres recién incorporadas. El único inmueble del que disponían para realizar su labor apostólica al comienzo de la guerra, la Academia DYA, en Madrid, había quedado toralmente destruido por los bombardeos y saqueos durante la contienda.

 

Onésimo Díaz, que es investigador del Centro de Documentación y Estudios JosemaríaEscrivá de Balaguer, ha tenido acceso para su trabajo a valiosa documentación, tanto la que se conserva en el Archivo General de la Prelatura (diarios de los primeros centros del Opus Dei, abundante correspondencia de aquellos jóvenes con el fundador y entre sí, relatos de conversaciones y correspondencia con autoridades eclesiásticas, etc.) como la del Archivo de la Universidad de Navarra, el Archivo General de la Administración y el del Palacio Real, entre otros fondos.

 

Con ese abundante material, el conjunto resulta una panorámica minuciosa y de gran detalle que nos permite asistir, casi a tiempo real, al desarrollo en las diferentes ciudades a las que acudían el fundador y aquellos jóvenes primeros que le secundaban con gran entusiasmo y no pocas dificultades: Valencia, Barcelona, Valladolid, Bilbao…


Se describen no sólo los detalles de la puesta en marcha de las actividades, sino también los pasos previos que tuvieron que dar y el motivo de que se comenzara concretamente en esas ciudades, que tenían en común ser sedes universitarias.

 

Onésimo Díaz ofrece también una contextualización de los hechos, en el marco de la situación que se vivía en esos inquietantes momentos de la posguerra en España y la Guerra Mundial en Europa.

 

Sorprende el esfuerzo agotador que debieron emplear el fundador y sus jóvenes seguidores (Álvaro del Portillo, Pedro Casciaro, Francisco Botella,…)  teniendo en cuenta las dificultades para viajar, la escasez económica y que la mayor parte de ellos no habían terminado todavía sus estudios universitarios y además seguían movilizados en unidades militares.

 

A lo largo del libro van apareciendo nombres de jóvenes que comenzaron a frecuentar las actividades de formación cristiana que se organizaban: así, en el capítulo dedicado a Valencia vemos los pasos de Rafael Calvo Serer, que había solicitado la admisión en el Opus Dei en 1936, Amadeo de Fuenmayor, José Manuel Casas Torres, Florencio Sánchez Bella, José Orlandis,…

 

Se narra también la intervención de amigos eclesiásticos del fundador, como Antonio Rodilla, Eladio España, Antonio Justo Elmida (rector del Colegio Mayor Juan de Ribera de Burjasot) o el obispo auxiliar de Valencia monseñor Francisco Javier Lauzurica, gran amigo del fundador desde que se conocieron en el seminario de Logroño, y con quien ya habían hablado en 1935 para comenzar cuanto antes en Valencia: sin duda su presencia fue determinante para que Valencia fuese la primera fuera de Madrid.

 

Se refleja también, gracias a las anotaciones que se conservan tanto en los diarios como en la abundante correspondencia, detalles del contenido de los medios de formación, y consideraciones sobre el espíritu y el mensaje del Opus Dei que escuchaban directamente del fundador.

 

Se percibe la sorpresa con que aquellos jóvenes escuchaban un mensaje que precisamente por estar enraizado en el Evangelio les sonaba a nuevo: la llamada a santificar el estudio y el trabajo profesional y todas las actividades de la vida ordinaria.

 

No se trataba de saber cosas, sino de vivirlas. Por eso el contenido de las actividades formativas era eminentemente práctico. Por ejemplo, en los Círculos de San Rafael, en el que se glosaba el Evangelio del día y se comentaba algún aspecto de la vida cristiana, el momento más importante era el del examen personal, unas preguntas redactadas por el fundador a las que cada uno debía responder en silencio en su interior.

 

Uno de aquellos jóvenes, Alfonso Balcells, a propósito de la predicación de san Josemaría en unos ejercicios espirituales a los que acababa de asistir, anota sorprendido que eran “ejercicios de vida, y no de muerte”. En contraste con lo que era habitual en aquellos tiempos, se fomentaba la alegría y la actitud optimista propia de los hijos de Dios, el amor más que el temor de Dios, la santificación de las actividades temporales, y no sólo el pensamiento del más allá.

 

En Valencia, la primera ciudad fuera de Madrid a la que extendió su trabajo apostólico, el Opus Dei cuajó con fuerza, y pronto hubo que buscar un lugar más amplio donde organizar las actividades de formación.  Se cambió un minúsculo entresuelo en la calle Samaniego, El Cubil, por una sede más amplia en la misma calle, que dio origen a la residencia de estudiantes Samaniego, que pocos años después se convertiría en el colegio mayor universitario de la Alameda.


San Josemaría y el beato Álvaro del Portillo
en los Viveros Municipales de Valencia
Octubre de 1939


Sorprende la fortaleza y el buen humor de aquellos primeros seguidores de san Josemaría, su capacidad de pasar por encima de las dificultades de todo tipo –que las hubo- y que esconde una profunda fe y la convicción de estar trabajando con un encargo divino en servicio de la Iglesia y del mundo.

 

A la vez, quedaba de manifiesto que lo importante en el Opus Dei no es disponer de instrumentos materiales, sino que cada uno interiorizase el mensaje y se propusiera seriamente imitar y seguir de cerca a Jesucristo en su vida ordinaria.  

 

El 5 de octubre de 1939 el periódico Levante se hacía eco de la primera edición de Camino, la obra más conocida de san Josemaría, que acababa de imprimirse en la ciudad del Turia, y tuvo un impacto inusitado entre los jóvenes.  

 

Es notable el esfuerzo de reconstrucción pormenorizada de los hechos y de su contextualización que ofrece Onésimo Díaz en este libro. El trabajo puede considerarse en continuidad con los escritos por José Luis González Gullón sobre los años anteriores del Opus Dei: DYA, la primera obra corporativa del Opus Dei, y Escondidos, que narra la aventura de supervivencia del fundador y los primeros fieles de la Obra en la zona republicana durante la guerra civil.

 

 


martes, 23 de febrero de 2021

La conversión de Alessandra Borghese

 



Con ojos nuevos. Un viaje a la fe. Alessandra Borghese. 

Ed Rialp

 

La princesa italiana Alessandra Borghesse vivía alejada de la fe desde su juventud, traumatizada por el suicidio en su presencia de un íntimo amigo cuando tenía 16 años. Ese dramático suceso le hizo entrar en una profunda crisis existencial.

 

Años más tarde, el casual encuentro con su antigua amiga Gloria von Thurn und Taxis, que le invitó a pasar unos días con su familia, señaló el reencuentro con la fe católica.

 

Invitada un domingo a acompañar a la familia de su amiga a Misa, lo acepta por pura cortesía. Hacía años que no asistía a Misa. Una nueva invitación pocos días después, fiesta de la Asunción, le deja sorprendida (“¿A qué viene tanta Misa?”) Y empieza a preguntarse por el cambio de su amiga Gloria, antes una joven bullanguera y ahora una madre de familia igualmente alegre pero además piadosa y buena educadora de sus hijos.

 

En esta segunda Misa, en la fiesta de la Asunción de la Virgen, le inunda el sentimiento de estar perdiéndose algo muy bello de la vida por su alejamiento de la fe. Fue el primer toque de la gracia en el camino de su conversión. A este siguieron otros, derribando prejuicios y abriéndole los ojos a su vida vacía.

 

Al regreso de los días pasados con la familia de Gloria, mantiene una larga conversación con un sacerdote piadoso y culto, amable y comprensivo, muy alejado del estereotipo que se había formado sobre los sacerdotes católicos. El sacerdote le invita a confesarse, y le anima a asistir diariamente a la Santa Misa, porque es el alimento que necesitamos para nuestra debilidad. Le sorprende que tuviera que ser diariamente, pero Alessandra, deportista y disciplinada, admite el reto. A medida que pasan los días siente cómo la gracia de Dios obra en ella, dándole fortaleza para perseverar.

 

En el afianzamiento de su fe intervienen otros personajes, como el conocido empresario y editor  Leonardo Mondadori, o el cardenal Joseph Ratzinger, a quien sigue desde antes de su elección como Papa Benedicto XVI, deslumbrada por su clarividencia y humanidad.

 

Su imprevista conversión causó sorpresa en los círculos aristocráticos que solía frecuentar, y comenzó a ser requerida para dar conferencias y charlas a grupos muy diversos. Además, la princesa Borghesse sentía la necesidad de contar su experiencia.



Poco después escribió un segundo libro, Sed de Dios, en el que habla de otras conversiones de personajes conocidos, como André Frossard, hijo del que fue secretario general del Partido Comunista de Francia, o la del periodista y escritor italiano Vittorio Mesori, de familia descreída y anticlerical.

 

En Sed de Dios recoge muchas de las anécdotas y experiencias en esos años, y da respuesta por extenso a algunas de las preguntas que en vivo o por escrito le han sido dirigidas: sobre la moral de nuestros días, el sentido del dolor, de la fe o de la castidad. Y también sobre la necesaria presencia de Dios en nuestras vidas y en la vida social: "Cuado se tiene a Dios como una baratija inútil es imposible sostener por mucho tiempo la igualdad entre los hombres. Los hombres somos iguales únicamente en nuestra dignidad espiritual, no por pactos."

 

Dios está siempre listo y dispuesto para esperar a cada persona. Somos nosotros quienes no estamos disponibles para él. Cada persona es hija de Dios y amada por Dios. Sólo tenemos que comprenderlo. No es tan sencillo. Hay personas que lo comprenden inmediatamente, de pequeños; hay personas que lo comprenden cuando son mayores; y hay quien no lo comprende nunca. Pero todos son hijos de Dios igualmente.” 

 

Alessandra habla también de la ayuda espiritual y el impulso apostólico que recibe de diversas personas e instituciones de la Iglesia.


En esta entrevista cuenta parte de su historia:

  

            

domingo, 21 de febrero de 2021

La ciudadela

 


La ciudadela. A.J. Cronin


Esta novela cuenta la historia de Andrés Manson, médico, y de su azarosa carrera profesional, que comienza llena de ideales, abnegación y pobreza. El sentido moral y las cualidades humanas del joven doctor le inclinan a criticar duramente las costumbres viciadas de sus colegas, en las que domina la falta de actualización científica y el afán de lucro, por encima incluso de la salud de sus pacientes.

 

El libro es un duro alegato contra las costumbres viciadas de la profesión médica en la Inglaterra de principios de siglo XX. Tan extendido está el vicio, y tan degradada la profesión, que el mismo Andrés acaba sucumbiendo, dejándose arrastrar por los cantos de sirena del dinero fácil y el ascenso rápido hacia los círculos restringidos de la alta sociedad. El protagonista cae lastimosamente en lo mismo que en sus primeros años criticaba.

 

La muerte absurda de uno de sus pacientes sobre la mesa de operaciones de un ignorante y pretencioso cirujano, recomendado por él mismo, es el detonante que le hace ver cuán bajo había caído. Dispuesto a reanudar su trayectoria según los principios éticos que nunca debió abandonar, rompe con todo lo logrado, con gran alegría de Cristina, su mujer.

 

Pero la Providencia le depara aún duros golpes: la muerte en accidente de Cristina, justo ahora que se habían reconciliado; y un juicio del Colegio de Médicos, que pretende arrojarle de la profesión por las envidias y desplantes suscitados por su repentino cambio. La honestidad no es soportada por los viciosos, pues les deja en evidencia.

 

En los momentos más duros, los protagonistas (Andrés y Cristina) son conscientes de su insuficiencia para afrontar los problemas y tomar decisiones éticas firmes. Y rezan. Acuden a Dios en petición de ayuda, que es lo normal en todo ser humano, aunque tanto cueste reflejarlo a ciertos autores.  

 

El libro es un clásico de la literatura. Fue publicado por primera vez en 1937, después de que Cronin, médico militar, ejerciera también como inspector médico de minas y viese necesario denunciar las lacras del deficiente sistema de salud británico. La novela fue un revulsivo, y logró su propósito de influir en la creación de un mejor sistema sanitario.

 

El contraste de vicios y virtudes que refleja tiene plena validez en los momentos actuales, y puede orientar los planteamientos vitales de quienes ejercen la profesión médica y sanitaria en general. Una profesión neurálgica para la sociedad, como hemos comprobado estos días con la reciente pandemia, y que merece todo el reconocimiento. Pero que corre peligro de deshumanizarse cuando entre sus profesionales priman intereses distintos a los de cuidar y sanar a las personas: a cada persona, dotada de plena dignidad desde la fecundación en el seno de su madre hasta la muerte natural.

 

El médico que no tenga ese sentido de la profesión ha equivocado su carrera.

 

    Un buen complemento de este libro es Cuerpos y almas, de Maxence van der Meersch.


Archibald Joseph Cronin