El pájaro espectador.
Wallace Stegner. Ed Asteroide
Novela intimista y de gran
calidad literaria, que recuerda mucho a la del mismo autor En lugar seguro. Esa sugerente expresión, que nos habla del
agradable refugio de las amistades
sinceras, la repite Stegner en varias ocasiones en esta novela.
El tema escogido es también
similar: una mirada reflexiva sobre los
recuerdos del pasado, cuando se llega a
la edad que anuncia la proximidad de la vejez. Se juzga sobre las relaciones y
amistades que se han cruzado en nuestro camino, y nos han obligado a decisiones
de las que años después quizá nos arrepintamos. En esta ocasión, quien se cruzó fue una bella
y elegante condesa de Dinamarca, hija de un aristócrata de pasado inquietante.
El protagonista es agente
literario, ya retirado. Con el malhumor y la desinhibición típicos de algunos
jubilados, juzga de todos y de todo, especialmente de sí mismo. Stegner retrata
con acierto esa ansiedad preocupona que suele acometer a los mayores ante los
achaques y problemas de salud. Un feo defecto en el que pueden caer más
fácilmente quienes no encajan bien que
el inexorable final se acerca.
Otro de los personajes, un
elegante abuelo de rostro amable y divertido, señala la actitud que deberíamos
tener en la edad tardía: “no me siento como un anciano, me siento como un joven
al que le ha pasado algo.” Y lo expresa con una simpatía y una resistencia
genuina, que por contraste provoca la vergüenza de sí mismo en el protagonista,
siempre con sus quejas y lamentos.
Stegner pone en su sitio a
ciertos escritores obsesionados por el sexo. Sin decirlo expresamente, pero a
mi juicio con maestría, todo el relato constituye un canto al sentido común de
la fidelidad matrimonial, que se impone a los cantos de sirena que surgen en
nuestra navegación vital. El conjunto es positivo, especialmente al contrastar
con los experimentos “antropológicos” que tienen lugar en la familia de la
condesa.
Interesante imagen: la luz del
sol es imposible de pintar, sólo se pueden pintar las sombras que produce en
los objetos. Del mismo modo, examinar una vida es examinar los reflejos y sombras
que produce en otras vidas. ¿Entidad propia, o relaciones? Las dos. Pero tenía
razón Saint Exupery cuando dijo que el
hombre se mide por la calidad de sus relaciones.
Una vez más, aflora la verdad
esencial del hombre como ser relacional, hecho para comunicarse con otros, a
imagen de Dios. Encerrarse en uno mismo es nocivo.
Simpática aparición en el relato
de la escritora danesa Karen Blixen, autora de Memorias de África, a la que el
protagonista visita en Dinamarca.
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