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martes, 14 de febrero de 2023

El hecho extraordinario. La música en la conversión de García Morente

            

 

Decía Edith Stein que quien busca con sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. Hablaba de su experiencia. Como verdadera filósofa, buscaba siempre la verdad, y quedó deslumbrada por la sincera y sencilla luminosidad que transmite El libro de la vida, de santa Teresa de Jesús. Dios se sirve del encanto de unas palabras verdaderas, escritas por una persona santa, para adentrarse en el alma de quien lee con espíritu abierto a la verdad.

Ha escrito Benedicto XVI, en su magnífico Jesús de Nazaret, que la salvación no se alcanza viviendo cada cual su religión o su ateísmo, como sostiene cierto pensamiento actual. Dios nos pide mantener el espíritu despierto para poder escuchar su hablar silencioso, que está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino de la verdad: un camino que finaliza en Jesucristo.

Quien mantiene el espíritu despierto, está en condiciones de escuchar ese hablar silencioso de Dios en todo cuanto contenga chispazos del ser de Dios, que es la Verdad, el Bien, la Belleza, el Sumo Amor.

Si Dios se sirvió, en el caso de Edith Stein,  de la autobiografía de una santa, también la buena música contiene un resplandor divino capaz de elevarnos hasta el Creador. Lo saben bien los amantes de la música, como Benedicto XVI: «La música puede abrir las mentes y los corazones a la dimensión del espíritu, y llevar a las personas a levantar la mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen en Dios su fuente última

Esta reflexión viene tras la relectura de El hecho extraordinario, una carta en la que narra su conversión Manuel García Morente. Filósofo, catedrático de Ética de la Universidad de Madrid, buen amante de la música, alumno de la Institución Libre de Enseñanza y ateo declarado, al comienzo de la guerra civil fue destituido de sus cargos en la universidad, y huyó a Francia cuando recibió aviso de que planeaban asesinarle.

Refugiado en casa de unos amigos en París, una noche de 1937 reflexiona sobre su vida. ¿Quién está detrás de mi existencia? ¿Quién conduce mi vida, pues soy consciente de que ni me la he dado a mí mismo ni la conduzco? Y en ese momento aparece en su mente la idea de la providencia divina. Se asusta ante semejante pensamiento, impropio de un ateo, y para despejarse enciende la radio y escucha música clásica.

Y al cabo de un momento llega a sus oídos “algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales, que nadie puede escucharlo con los ojos secos. Cantábalo un tenor magnífico, de voz dulce, aterciopelada, flexible y suave, que matizaba incomparablemente la melodía pura, ingenua, verdaderamente divina.” Se trataba de un fragmento de La infancia de Jesús, del compositor francés Héctor Berlioz.

        Todo parece indicar que escuchó El descanso de la Sagrada Familia, el movimiento coral que aparece en el minuto 48:46 de la versión insertada arriba. En ese pasaje, “la dulce y penetrante música de Berlioz” ilumina con luz maravillosa la representación que imprimen en su mente las palabras de la Virgen María: “Ved esta hermosa alfombra de hierba suave y florida / el Señor la tendió en el desierto para mi Hijo.” Y en ese momento, música y letra se funden en una visión que “tuvo un efecto fulminante para mi alma.”

        García Morente cae de rodillas, y recuerda su niñez, cuando  rezaba junto a su madre, recostado en su regazo y ambos de rodillas. Y las palabras del Padrenuestro, casi olvidadas, acuden a sus labios…

        Todo lo bello nos acerca a Dios, porque procede de Dios. Cultivemos el arte de lo bello: desde la contemplación de la naturaleza hasta la belleza que se esconde en un amable gesto de servicio; desde la lectura reposada de textos sublimes (hay tantos) hasta la escucha silenciosa de los grandes maestros de la música: esa música que “al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza incomparable del Creador del universo.” (Benedicto XVI).

    De todo lo bello y de todo lo bueno puede servirse Dios para adentrarse en nuestra alma, si le buscamos con un corazón sincero. Y sin miedo al compromiso que la verdad exige. García Morente se comprometió con la verdad recién descubierta: se convirtió, volvió a la Iglesia católica, en 1938 regresó a España y en 1940 fue ordenado sacerdote. Era el camino que Dios, sabio Conductor, tenía previsto para él. 



 P/D: García Morente escucharía también, en ese momento o más tarde, el fragmento que precede a El descanso de la Sagrada Familia. Es el precioso movimiento La despedida de los pastores (minuto 44:44), una tierna melodía con la que la masa coral despide a Jesús, María y José cuando tienen que huir a Egipto. 

           

 


viernes, 7 de mayo de 2021

Felipe II




 

Felipe II. Valentín Vázquez de Prada

  

Felipe II (Valladolid, 1527, San Lorenzo de El Escorial, 1598) era hijo del emperador Carlos I de España y V de Alemania.  Bajo su reinado el imperio español alcanzó su máxima extensión y esplendor, como nunca otro imperio antes había alcanzado. Supo heredar y aumentar el prestigio internacional de su padre, adecuando su modo de gobernar a los nuevos retos y necesidades del imperio.

 

El catedrático e historiador Valentín Vázquez de Prada realiza en esta obra una valiosa profundización en la personalidad del monarca. Se adentra en su perfil humano y en su modo de entender el gobierno, y lo hace aportando la documentación que apoya sus afirmaciones. Consigue así liberar a Felipe II de los estigmas creados o amplificados por la leyenda negra, y nos ofrece una imagen certera no sólo de la persona y trayectoria del rey, sino de la sociedad de su tiempo.

 

Vázquez de Prada no esconde los defectos del monarca, pero pone en valor unas virtudes poco conocidas, que hacen brillar a Felipe II por encima de todos los gobernantes de su tiempo, y de muchos otros que le sucedieron después.

  

Virtudes y defectos 

A Felipe II se le ha llamado el rey prudente, destacando una virtud que le llevaba a una honda reflexión sobre las consecuencias de sus actos antes de tomar decisiones. 

En torno a esa virtud de la prudencia aparecen defectos:  cierto rigorismo, irresolución, desconfianza de las opiniones ajenas, excesiva reflexión, invencible timidez, talante frío y serio. Pero sobresale por encima de todo su ejemplar conducta personal, como hombre y como gobernante, sobre todo si se le compara con otros monarcas contemporáneos.

Tenía un estricto sentido de la justicia. Era sincero y piadoso en su vida religiosa. Sus creencias cristianas eran sólidas. Estaba convencido de que la fe cristiana era el más poderoso factor de civilización y la mejor aportación que España podía llevar a los pueblos sin civilizar de su imperio, y lo estableció como una de sus prioridades. Gracias a su tenacidad y a sus disposiciones, la fe cristiana arraigó pronto en toda América y en el archipiélago que lleva su nombre, las islas Filipinas, que son hoy el tercer país con más católicos del mundo, detrás de Mexico y Brasil. 

Una estricta valoración de los problemas de gobierno y de la importancia del Estado le llevó a realizar, o al menos consentir, hechos que, aunque parezcan normales a la luz de la mentalidad de su tiempo, se resisten a encajar en los presupuestos morales del monarca. El más significativo, señala Vázquez de Prada, fue el ajusticiamiento del barón de Montigny, que había sido acusado de sedición y traición por las revueltas en los Países Bajos. Cuando creía que lo exigía el bien del Estado, la severidad filipina era implacable.

       

Los ejércitos españoles

Se han criticado las atrocidades cometidas por los ejércitos españoles en Flandes, sin duda amplificadas por los creadores de la leyenda negra sobre España y por sus enemigos políticos. Pero sería necesario tener en cuenta que entonces toda guerra se hacía bajo la ley común del pillaje, y que los capitanes se mostraban incapaces de frenar los desmanes de las tropas, ansiosas de venganza y mal pagadas.

Además, señala el historiador, en esos ejércitos los españoles eran numéricamente una pequeña parte; la mayoría la formaban extranjeros de diversas procedencias, en su mayor parte alemanes.


San Lorenzo de El Escorial, lugar predilecto de Felipe II (wikipedia)

  

El influjo de la Iglesia y la obra de España en el mundo 

La Iglesia española, pese a los defectos atribuibles a su riqueza, mantuvo centros culturales e instituciones hospitalarias y de beneficencia en España y en todos los rincones del Imperio. Fue siempre una institución abierta, que no se afincó en sus privilegios, sino que supo dirigirse en su predicación y atenciones sociales a todos los sectores de la población.

Es muy difícil comprender la obra de España en el mundo sin tener en cuenta la influencia de la Iglesia en los ideales españoles. El clero era muy numeroso, aproximadamente el 10 % de la población. Su estructura era muy abierta, y al estamento clerical tenían acceso tanto segundones de la nobleza como numerosos artesanos y humildes labradores, que alcanzaron los más elevados puestos eclesiásticos. 

Aunque por la crisis fueron atraídas al estado eclesiástico personas movidas por la búsqueda de una seguridad, sin embargo, una gran parte de los eclesiásticos eran de cultura y virtudes reconocidas. Distinto era el caso del bajo clero secular, cuya formación era escasa y su vida miserable.


Libertad religiosa

Felipe II se resistió a admitir lo que hoy llamamos libertad religiosa, y entonces se conocía como tolerancia religiosa. Pero tampoco la aceptaban los demás soberanos contemporáneos en sus respectivos súbditos.

Los europeos de la época veían en toda invocación a la libertad de conciencia, en toda agitación religiosa, un elemento perturbador, un factor de división y desorden. No se veía siquiera como solución práctica, pues la experiencia demostraba que acarreaba más divisiones y tumultos. Y en el mantenimiento de la unidad religiosa estaba implicada la autoridad de los príncipes y la misma convivencia pacífica de los súbditos. 

La religión reforzaba la idea de autoridad y le suministraba fundamentos. Cualquier convicción en materia de culto llevaba implícita una amenaza contra el mismo trono, y representaba un primer paso para la pérdida del control del reino. 

Aparte de consideraciones de fe y de doctrina religiosa, para España el protestantismo era un enemigo insoslayable, señala el autor, pues se había mostrado como elemento disolvente de la política imperial en Alemania y en los Países Bajos.


Interior de San Lorenzo de El Escorial (foto: José Javier Martín, flikr)


Impulsor de las ciencias, las humanidades y el arte

        Bajo el reinado de Felipe II alcanza su esplendor el Siglo de Oro español, en el que emergen figuras tan egregias como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Miguel deCervantesTomás Luis de Victoria o Juan de Herrera, que ocupan las cimas más altas cada uno en su género.

A Felipe II se debe la primera Academia de Matemáticas de Europa, y fue mecenas de numerosos proyectos científicos, en temas tan avanzados como los estudios sobre la calidad de las aguas. 




Estos son sólo algunos de los rasgos que apunta esta interesante biografía, que constituye a mi juicio una aproximación muy valiosa a ese momento crucial de la Historia de España. 


De esa historia somos herederos los españoles. En esa historia -con sus luces y sombras- se ha ido fraguando nuestra cultura, y de ese legado todavía disfrutamos en nuestras vidas ordinarias. No está de más una mirada agradecida hacia las cosas buenas que hemos recibido de nuestros antepasados. Y reconocer las malas, que gracias a Dios suelen ser menos, para evitar repetirlas.

 

 

 


 

lunes, 12 de abril de 2021

Tomás Luis de Victoria: la música del Siglo de Oro español




Victoria

Josep Cercós. Josep Cabré. Ed. Espasa Calpe

 

He vuelto a ver Converso, la sencilla y genial película documental de David Arratibel. Y me ha conmovido aún más que la primera vez. Es un documento humano, real, hilvanado sin sofisticación mediante llanas y genuinas conversaciones entre los miembros de una familia, que por fin, gracias al propio documental, encuentran la ocasión de sincerarse sobre lo esencial y –sorprendentemente- siempre rehuído: su encuentro personal con Dios.

 

Pero en esta segunda visualización he descubierto un protagonista subyacente: la música. Y no cualquier música, sino una de las más sublimes jamás compuestas en la historia de la música: el O Magnum Mysterium, antífona del II Domingo de Pascua, de Tomás Luis de Victoria.

 

En la familia Arratibel hay profesores de música y un buen organista, y cantan esa pieza a capella, como broche de cierre perfecto para el documental. Me ha cautivado de tal manera esa melodía que la he buscado en la red. Así suena:

 

            

 

 Esa melodía no la puede componer cualquiera. Hace falta finura especial, sintonía con lo espiritual, deseo de poner la música al servicio de lo sagrado. He buscado saber más de su autor. Y me he encontrado con esta pequeña y significativa biografía de Tomás Luis de Victoria, uno de esos luceros que brillaron en el firmamento del nunca suficientemente bien ponderado Siglo de Oro español.

 

Nacido en Ávila en 1548, de familia cristiana, muy joven sintió la llamada al sacerdocio y entró a formar parte del coro de la catedral, donde recibió su primera formación musical. Uno de sus hermanos era amigo de santa Teresa de Ávila. A los 17 de años se trasladó a Roma para seguir sus estudios sacerdotales y perfeccionar los conocimientos musicales como organista y compositor. Su gran maestro fue Palestrina, el famoso compositor italiano, aunque siempre se mantuvo fiel a un estilo propio, claro, sereno, de sobriedad castellana, que llegó a influir en alguna de las obras del propio Palestrina.

 

Los autores de esta biografía resaltan que Tomás Luis de Victoria, a diferencia de otros compositores de la época –y especialmente los de Roma o la escuela flamenca- no escribía según le surgía la inspiración, o por ansia de componer, sino por la necesidad que sentía de contribuir al engrandecimiento del Reino de Dios a partir de lo que sabía hacer: componer música. Por eso fue sobrio no sólo en el estilo, sino también en la cantidad: mientras que Palestrina escribió 300 motetes y 153 misas, Victoria se limitó a 50 motetes y 21 misas. 


En su producción destaca el Oficio de Difuntos para los funerales de María de Austria, hermana de Felipe II, que fue su protectora en las Descalzas Reales:


            

 

El Oficio de Semana Santa es considerado una de las obras cumbre de Victoria, y quizá de la música. Contiene todos los textos litúrgicos desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Incluye un bellísimo Pange lingua a 5 voces:


           

  

La serenidad de la música de Victoria contrasta con la complejidad típica de la escuela flamenca. Victoria sacrifica las posibilidades de su genio musical y su técnica en beneficio de la comprensión de lo que se canta, siguiendo fielmente en esto las disposiciones del Concilio de Trento: la música no debía ser un elemento decorativo o de entretenimiento, sino parte importante de la liturgia, que debía ser inteligible para los fieles. Esta fue también una constante de la música litúrgica de la escuela española: simple, austera, sin artificios, que acompañase a los fieles hacia la contemplación del misterio divino expresado en los textos sagrados.

 

Otra nota que se percibe en la obra, y en la vida, de Victoria es su ausencia de protagonismo, su olvido de sí mismo. A diferencia de otros grandes autores del momento, que  acostumbran ilustrar la portada de sus obras impresas con un retrato del autor, Victoria no lo hizo, y de hecho no existen retratos suyos.

 

Ponía por entero sus composiciones al servicio del fervor religioso, y ese es el secreto de que consiguiera una expresividad musical no superada por ninguno de sus contemporáneos. Es una impronta tan personal que no es posible adscribirlo a ninguna otra escuela. De hecho, influyó en otros autores españoles y en su propio maestro Palestrina, que asumirá en los últimos años de su vida el dramatismo realista propio de Victoria.

 

Una anécdota significativa muestra el diferente modo de ser de Palestrina y de Victoria. Giovanni Pierluiggi da Palestrina, que estaba casado y tenía dos hijos de la edad de Tomás Luis de Victoria, siendo ya mayor enviudó. Muchos pensaron que quizá se retiraría a un convento para seguir componiendo música piadosa. Pero no solo se casó de nuevo con una rica mujer, sino que además abrió un negoció de pieles para suministrar vestimentas a las autoridades romanas y a la Curia. En contraste, ya en esos momentos Victoria ansiaba volver a España, no estaba a gusto en el bullir romano. Soñaba con la vuelta a Castilla, donde todo invitaba al recogimiento y a la oración. Esos caracteres tan distintos, y complementarios desde luego, pues en cualquier vida honesta se puede dar gloria a Dios, marcan también los diferentes estilos de cada uno.

 

Era frecuente en esa época tomar como base para la música religiosa melodías procedentes de la música profana. Fue famosa por ejemplo la canción L’HommeArmé, melodía favorita de Carlos I, sobre la que Cristóbal Morales compuso dos Misas e inspiró también a otros autores. Sin embargo, esta práctica no fue usada por Victoria, incluso antes de que la prohibiera el Concilio. Victoria solo escribió música propiamente religiosa, inspirándose en antífonas del canto gregoriano o en su propio genio creativo. La única excepción fue la Misa pro Victoria, que se compuso sobe la canción La Guerre, de Janequin, y dio origen a la Misa de batalla. Está compuesta a base de notas cortas y repetidas con aire de fanfarria, con un estilo concertante nada usual en Victoria. La dedicó a Felipe II.

 

Victoria rehuyó la vida placentera romana, y fue progresivamente sumergiéndose en la oración y contemplación que subyace en su obra. Señal de esa inmersión hacia el mundo interior es también que a partir de cierto momento deja de dedicar sus obras a personajes de la realeza o de la Curia, para dedicarlos a la Virgen o a la Santísima Trinidad. Se percibe que su intención es volcarse en la contemplación de lo divino, y así logra que también el oyente se sienta sumergido en ese mundo contemplativo.

 

Él mismo lo explica: “He procurado no ser del todo ingrato con Dios, de quien todos los bienes proceden, por esta gracia y beneficio de Dios que me ha concedido y que me inclina por cierto natural instinto a la música sagrada, no sin frutos por lo que oigo decir a otros…” El verdadero destinatario de sus obras es Dios.

 

En la misma línea escribe a Felipe II, cuando está a punto de regresar a España: “Ya desde el principio me propuse no fijarme en el solo deleite de los oídos y del ánimo, ni del contentarme con este conocimiento, antes bien, mirando más allá, resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros (…) ¿A qué mejor fin debe servir la música, sino a las sagradas alabanzas de aquel Dios inmortal de quien proceden el ritmo y el compás, y cuyas obras están dispuestas en forma tan portentosa que ostentan cierta armonía y cántico admirables?”

 

En la obra de Victoria no hay desnivel de calidad, y toda ella es de grado notablemente superior al de sus contemporáneos. Abundan los temas eucarísticos y marianos: Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina. Quizá su máximo esplendor lo alcanza en los motetes de la Pasión. Hay un dramatismo realista, común a composiciones españolas de la época, que los distingue claramente del resto de escuelas europeas, motivado por la profunda y sincera religiosidad, y también por las circunstancias especiales de la situación política, económica y cultural, que dieron un sello propio y esplendoroso a la España del Siglo deOro, que abarca desde finales del siglo XV (1492, año del fin de la Reconquista y del descubrimiento de América) hasta mediados del siglo XVII.

 

Fue una época en la que alcanzaron excelencia todas las áreas del saber y la cultura en España. Fue mítico el prestigio de las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares. En la famosa Escuela de Salamanca tuvo su origen el Derecho de Gentes, precursor de los Derechos Humanos, basado en la ley natural e iluminado por la fe cristiana según la cual todos somos hijos de Dios y hermanos.

 

En la literatura surgen figuras inolvidables como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca. En la mística, San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o fray Luis de León. Grandes fundadores y promotores del saber, como san Ignacio de Loyola. Pintores como Velázquez, José de Ribera o Ribalta. Escultores como Berruguete, arquitectos como Juan de Herrera… Y en esa pléyade irrepetible, brilla la música sacra de Tomás Luis de Vitoria.

 

Nuestros bachilleres deberían retomar el estudio del Siglo de Oro español. ¿Por qué se ha retirado de los planes de estudio, hasta el punto de que probablemente no ya los alumnos, sino muchos de sus profesores ni siquiera hayan oído hablar de que exista un Siglo de Oro español? Los prejuicios que lanzaron los enemigos políticos de España –y de la Iglesia católica, de la que España era un bastión- sin duda han llegado hasta nuestros días, tratando de ocultar con su basura los ricos manantiales de humanidad que fluyeron aquellos años en España. Y que aún están ahí, ofreciendo su saludable influencia. Resultan proféticas las palabras mencionadas de Victoria a Felipe II: “… resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros.” Y vaya que lo ha sido y seguirá siendo.

 

El Siglo de Oro nos enseña cómo el ser humano, puesto en ambiente favorable ante la trascendencia, ante Dios,  es capaz de alcanzar las más altas cotas de ciencia y cultura, de verdad, bien y belleza. El influjo benéfico de la estela que levantaron aquellos hombres y mujeres españoles del siglo XVI sigue llegando hasta nosotros.

 

De ese benéfico influjo es testigo discreto este buen documental, que muestra que las creaciones musicales, cuando salen de personas que rezan, son capaces de penetrar los abismos celestiales y plasmarlos en melodías, que al ser escuchadas toman nuestra mente y nuestro corazón y los alzan de vuelta hacia las intimidades divinas.

 

Aunque de lo que es mejor testigo el documental Converso es de la acción del Espíritu Santo en la historia y en cada alma. Sigue soplando donde quiere y como quiere. Mayormente allí donde alguien implora su acción y busca sinceramente la verdad.


            

martes, 26 de enero de 2021

La mujer nueva




La mujer nueva. Carmen Laforet. Ed Destino libro, 1955.

 

Menos conocido que Nada, con el que ganó el premio Nadal en 1944, La mujer nueva es un libro precioso, en cierto modo autobiográfico, en el que se narra la vida de una joven mujer en los años de la postguerra civil española.

 

Paulina, en plena guerra civil, se casa con Eulogio, joven soldado republicano, en un matrimonio sin valor religioso ni siquiera civil. Terminada la guerra Eulogio se ve obligado a huir a México. Paulina es encarcelada, y da a luz en la cárcel a su hijo Miguel.

 

Cuando al cabo de los años regresa Eulogio, Paulina es una mujer sufrida y con muchas dudas y preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la religión –cuyo inusitado auge contempla con recelo-, sobre el verdadero sentido de su unión con Eulogio.

 

Un pariente de Eulogio, Antonio, más joven que ella y que vive en el mismo pueblo, ha entrado en su vida sentimental, recordándole afectos que creía superados o desaparecidos, muy distintos o nunca hallados en Eulogio. Pero Antonio está casado con Rita, joven mujer enferma. Y Paulina decide escapar a Madrid.


La madre de Rita, Clara, ferviente católica, es la única que percibe el hondo sufrimiento de Paulina y su crisis existencial. La noche que Paulina hace el viaje en tren a Madrid, Clara la pasa en la iglesia, rezando de rodillas ante el Sagrario, pidiendo a Dios la conversión de Paulina y una luz que ilumine su vida.

 

Paulina despierta en un bello amanecer castellano.  Raptada por la contemplación de la belleza del campo y de sus casas, siente la presencia inefable de Dios que entra en su vida y la ilumina. A partir de ese momento Paulina cambia, aunque aún deberá pasar por muchas crisis y dudas hasta resolver su futuro.

 

El libro está bien trazado, denota un hondo conocimiento de la fe católica, y quizá haya sido relegado precisamente por su inspiración cristiana. Algunos han hablado de él como un libro feminista, que tuvo que esconder su contenido -avanzado para la época- en un barniz católico que buscaría captar la benevolencia de la censura.

 

Pero Carmen Laforet escribió siempre en clave autobiográfica, y sus libros reflejan sus propias inquietudes interiores. Leyó a Edith Stein y otros conversos, y tenía preferencia por los libros de  Santa Teresa de Jesús, especialmente Las Moradas. Fue amiga de escritoras como Elena Fortún, y con ella mantuvo una rica correspondencia que evidencia sus crisis interiores y su profundo anhelo de Dios. 


Laforet dedica el libro a la famosa tenista y escritora Lilí Alvarez, "mi madrina de confirmación", que también influyó mucho en su itinerario espiritual, provocando un proceso similar al de Paulina. Lilí llevó a Carmen Laforet a hacer ejercicios espirituales, como la protagonista de la novela. 


Hay pues algo más que un barniz religioso en este libro. Más bien refleja, en mi opinión, la alegría de una profunda experiencia espiritual, que le llevó al encuentro con Dios, y su deseo de contarla. Esa vivencia extraordinaria fue para Carmen Laforet una luz de esperanza en la noche oscura de su vida. 


Está bien tratado el ambiente y la mentalidad de la postguerra en España. Con esta obra Laforet obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1955.



 


martes, 22 de diciembre de 2020

Lecturas: las ventajas de leer mucho y bueno

 

Foto El País


Ventajas de leer

Cuenta Teresa de Jesús, la santa de Ávila, que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.

Al pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.

a)       Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.

b)             A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.

c)               El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.  

d)               Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.


Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica

Los escritos de Santa Teresa han hecho bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.

También Edith Stein era una inquieta intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde en su autobiografía Estrellas amarillas.

Como Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.

San Josemaría Escrivá conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su predicación.

 

Foto opusdei.es

La lectura de buenos libros es un ejercicio necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.

La lectura nos ayuda a pensar. Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos, tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.

Quien lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre, que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte, cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar apropiadamente los nuestros.

Leer nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.

Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.

Leer favorece la vida del espíritu, que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal, de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar hasta ese momento.

La lectura forma parte esencial de la formación cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y posibilidades de cada uno.

El mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.

 

Qué leer

Hay un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.


Pantocrator del Sinaí


En realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.

El evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.

Por eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia, que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz: ahí estaba todo.

El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.

San Josemaría, refiriéndose al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.


                                  


Contemplar a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.

Entre los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.

Aquí sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo, una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.

Están divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero de todos se pueden extraer valores.


Antropología



El hombre en busca de sentido. Victor Frankl

En torno al hombre. José Ramón Ayllón

Creación y pecado. Josep Ratzinger

Antropología. Juan Luis Lorda


Ética y virtudes



Las virtudes fundamentales. Josep Pieper

Ética a Nicómaco. Aristóteles

Moral, el arte de vivir. Juan Luis Lorda

Desfile de modelos. José Ramón Ayllón

Sexualidad, amor y santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois

Carta a los jóvenes. Juan Pablo II

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger

Cartas del diablo a su sobrino. C.S. Lewis


Literatura



El principito. A de Saint Exupery

Matar un ruiseñor. Harper Lee

La última del cadalso. Gertrud von le Fort

Los novios. Alejandro Manzoni

El Señor de Bembibre. Eugenio Gil y Carrasco

Rebelión en la Granja. Orwell

La nueva vida de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas

La isla del tesoro. Stevenson

En lugar seguro. Wallace Stevens

 

Biografías


                                                


La puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera

Confesiones. San Agustín

Libro de su vida. Teresa de Jesús

Tomás Moro. Vázquez de Prada

Dios o nada. Robert Sarah

Santo Tomás de Aquino. Chesterton

Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano

 

Contexto histórico



Tiempos modernos. Paul Jhonson

Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio

Leyendas negras de la Iglesia. Vittorio Messori

Historia de España moderna y contemporánea. José Luis Comellas

Una mirada a Europa. Josep Ratzinger

Dios y el mundo. Josep Ratzinger

El pontificado romano en la historia. José Orlandis

Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu

 

Religión


Conocer a Jesucristo. Frank J. Sheed

Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal

Jesús de Nazaret. Benedicto XVI

¿Es razonable ser creyente? Alfonso Aguiló

El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen

El poder oculto de la amabilidad. Lovasik

Para ser cristiano. Juan Luis Lorda

Amigos de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer

Catecismo de la Iglesia Católica

Una buena selección de libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454

 

Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas:

http://www.delibris.org/es/

http://troa.es 

https://www.aceprensa.com/