Decía Edith Stein que quien busca con
sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. Hablaba de
su experiencia. Como verdadera filósofa, buscaba siempre la verdad, y quedó
deslumbrada por la sincera y sencilla luminosidad que transmite El libro de la
vida, de santa Teresa de Jesús. Dios se sirve del encanto de unas palabras
verdaderas, escritas por una persona santa, para adentrarse en el alma de quien
lee con espíritu abierto a la verdad.
Ha escrito Benedicto XVI, en su
magnífico Jesús de Nazaret, que la salvación no se alcanza viviendo cada cual
su religión o su ateísmo, como sostiene cierto pensamiento actual. Dios nos pide
mantener el espíritu despierto para poder escuchar su hablar silencioso, que
está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino
de la verdad: un camino que finaliza en Jesucristo.
Quien mantiene el espíritu despierto,
está en condiciones de escuchar ese hablar silencioso de Dios en todo cuanto
contenga chispazos del ser de Dios, que es la Verdad, el Bien, la Belleza, el
Sumo Amor.
Si Dios se sirvió, en el caso de Edith Stein, de la autobiografía de una santa, también la buena música contiene un resplandor divino capaz de elevarnos hasta el Creador. Lo saben bien los amantes de la música, como Benedicto XVI: «La música puede abrir las mentes y los corazones a la dimensión del espíritu, y llevar a las personas a levantar la mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen en Dios su fuente última.»
Esta reflexión viene tras la relectura de El hecho extraordinario, una carta en la que narra su conversión Manuel García Morente. Filósofo, catedrático de Ética de la Universidad de Madrid, buen amante de la música, alumno de la Institución Libre de Enseñanza y ateo declarado, al comienzo de la guerra civil fue destituido de sus cargos en la universidad, y huyó a Francia cuando recibió aviso de que planeaban asesinarle.
Refugiado en casa de unos amigos en
París, una noche de 1937 reflexiona sobre su vida. ¿Quién está detrás de mi
existencia? ¿Quién conduce mi vida, pues soy consciente de que ni me la he dado
a mí mismo ni la conduzco? Y en ese momento aparece en su mente la idea de la
providencia divina. Se asusta ante semejante pensamiento, impropio de un ateo,
y para despejarse enciende la radio y escucha música clásica.
Y al cabo de un momento llega a sus
oídos “algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales, que nadie
puede escucharlo con los ojos secos. Cantábalo un tenor magnífico, de voz
dulce, aterciopelada, flexible y suave, que matizaba incomparablemente la
melodía pura, ingenua, verdaderamente divina.” Se trataba de un fragmento de La
infancia de Jesús, del compositor francés Héctor Berlioz.
Todo parece
indicar que escuchó El descanso de la Sagrada Familia, el movimiento
coral que aparece en el minuto 48:46 de la versión insertada arriba. En ese pasaje, “la dulce y penetrante
música de Berlioz” ilumina con luz maravillosa la representación que imprimen
en su mente las palabras de la Virgen María: “Ved esta hermosa alfombra de
hierba suave y florida / el Señor la tendió en el desierto para mi Hijo.” Y en
ese momento, música y letra se funden en una visión que “tuvo un efecto
fulminante para mi alma.”
García
Morente cae de rodillas, y recuerda su niñez, cuando rezaba junto a su madre, recostado en su
regazo y ambos de rodillas. Y las palabras del Padrenuestro, casi olvidadas,
acuden a sus labios…
Todo lo bello nos acerca a Dios, porque procede de Dios. Cultivemos el arte de lo bello: desde la contemplación de la naturaleza hasta la belleza que se esconde en un amable gesto de servicio; desde la lectura reposada de textos sublimes (hay tantos) hasta la escucha silenciosa de los grandes maestros de la música: esa música que “al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza incomparable del Creador del universo.” (Benedicto XVI).
De todo lo bello y de todo lo bueno puede servirse Dios para adentrarse en nuestra alma, si le buscamos con un corazón sincero. Y sin miedo al compromiso que la verdad exige. García Morente se comprometió con la verdad recién descubierta: se convirtió, volvió a la Iglesia católica, en 1938 regresó a España y en 1940 fue ordenado sacerdote. Era el camino que Dios, sabio Conductor, tenía previsto para él.
P/D: García Morente escucharía también, en ese momento o más tarde, el fragmento que precede a El descanso de la Sagrada Familia. Es el precioso movimiento La despedida de los pastores (minuto 44:44), una tierna melodía con la que la masa coral despide a Jesús, María y José cuando tienen que huir a Egipto.
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