Tomás de Aquino.
Vida, obras y doctrina.
James A. Weisheilpl EUNSA 1994
Este libro del dominico canadiense James Weisheilp es quizá la mejor
biografía de santo Tomás de Aquino. Traza un cuadro detallado y riguroso de cuanto
sabemos hasta la fecha sobre la vida y evolución intelectual de una de las
mentes más poderosas de la historia de Occidente, con un método histórico-crítico de gran precisión en
el análisis de las fuentes.
Tomás de Aquino (1223/4-1274) vivió en una época que, a semejanza de la nuestra,
estuvo sometida a profundas tensiones y cambios culturales. Fue un hombre santo
que desde su juventud –casi desde su niñez- puso la inteligencia al servicio de
la fe cristiana, mostrando no sólo que
creer es razonable, sino que a la luz de la fe nuestra mente puede avanzar
segura en el conocimiento de Dios. La
Iglesia sigue viendo en santo Tomás un guía seguro para adentrarse en el conocimiento
teológico sin perder el norte de la fe revelada.
Nació en fecha incierta entre 1223 y 1224, en el castillo de Roccasecca (Italia). Con
apenas 8 años, en 1231, su familia le envió para formarse a la abadía
benedictina de Montecasino. En 1239,
con unos 15 años, el abad convenció a sus padres para que lo enviasen a
estudiar artes liberales a la universidad
de Nápoles. Allí dedicó 5 años intensos al estudio, dirigido por profesores
universitarios.
Sabemos del joven Tomás que era más
alto que la media en aquella época, de cierta corpulencia, tranquilo y serio
para su edad, de pocas palabras, reflexivo, muy dado a la oración.
En Nápoles se formó en el
aristotelismo con el maestro Pedro de
Hibernia. La corte de Federico II
era un importante centro de traductores,
que vertieron al latín las obras de griegos
aristotélicos, Averroes y otros autores árabes. Estas obras influyeron
en la formación aristotélica de Tomás antes de que conociera a san Alberto Magno, quien se había
nutrido más bien de autores neoplatónicos.
Un factor decisivo para su
vocación como dominico fue la relación y amistad en Nápoles con los frailes
predicadores de la Orden de Santo Domingo, que se habían establecido allí poco antes, en
1227. Su estilo de vida, el celo por las almas y la pobreza que vivían le
removieron. Tomás eligió ser dominico, y
con eso frustró los planes de su familia, que esperaban verlo como benedictino
prominente en la abadía de Montecasino.
Los dominicos (Orden de Frailes Predicadores)
habían sido fundados en 1215 por el sacerdote español Domingo de Guzmán. Éste, en viaje con su obispo Diego de Acebes hacia Dinamarca, descubrió en el sur de
Francia la devastación causada por la herejía albigense. Los jefes de la secta, cátaros, convencían a
la gente poniendo mucho interés e ingenio intelectual, y mostrando una vida
pobre. Domingo y su obispo se dieron
cuenta de que los herejes sólo serían convertidos por la práctica de la pobreza evangélica, profundos conocimientos teológicos y
gran celo por las almas. Así nació
la Orden de Frailes Predicadores.
Aunque no se sabe con exactitud,
Aquino pudo recibir el hábito dominicano en 1244, a los 19 años. Ese mismo año,
en mayo, marchó de Nápoles camino de París. Probablemente los superiores
dominicos veían conveniente que pusiera distancia de su poderosa familia, y por
otra parte en la universidad de París
podría recibir una preparación acorde con su capacidad.
Las universidades habían surgido
en Europa en 1179, con el Papa Alejandro III, y a raíz del Concilio III Laterano, que declaró que toda iglesia catedral debe tener una
escuela anexa y un maestro que enseñe teología y gramática al clero secular
y a los estudiantes pobres.
En el camino hacia París tuvo
lugar el incidente del secuestro. No hay
detalles precisos. Parece que la familia
de Tomás no veía bien que entrara en una Orden que vivía de la limosna, y la
madre encargó a uno de los hermanos, Reinaldo, que servía en el ejército, que
se lo trajera. Antes
de llegar al castillo familiar de Rocassecca,
tuvo
lugar el episodio de la prostituta, provocado por Reinaldo y los
soldados que le acompañaban, para tentar a Tomás. Es imposible que el suceso
ocurriera en Roccasecca: doña Teodora, su madre, no lo hubiera tolerado. El
relato del “cíngulo angélico” podría ser un recurso simbólico de los hagiógrafos para resaltar la
castidad de Tomás, que supo vencer esa prueba y toda su vida, según testimonió
su confesor, vivió fielmente la virtud de la
pureza.
En Roccasecca estuvo retenido
entre uno y dos años, quizá hasta el
verano de 1245. No era tratado propiamente como prisionero: tenía tiempo para
el estudio, la oración y hablar con su familia. También recibía la visita de
otros dominicos. En ese tiempo se dedicó al estudio de la Biblia y de las Sentencias
de Pedro Lombardo.
El encierro no sólo no tuvo
éxito, sino que después de muchas discusiones, Tomás convenció a su madre de
que se hiciera monja: llegó a ser priora benedictina en Santa María de Capua en 1252. No parece cierta la leyenda de la
fuga de Tomás, huyendo del castillo descolgándose con una soga. Lo más probable
es que marchara honorablemente, con la bendición de su madre.
Marchó finalmente a París, donde
estuvo tres años. De allí fue enviado a Colonia, para formarse con san Alberto
Magno, que había creado en 1248 el Studium Generale de la Orden. Cuando
Tomás descubrió la maravillosa sabiduría de san Alberto, que estaba haciendo la
compilación de la enciclopedia aristotélica y dominaba todos los saberes, se
dio cuenta de la gran oportunidad que se le brindaba –poder escucharle- y
comenzó a ser más silencioso que
nunca, más asiduo al estudio y más devoto en la oración.
En 1252 regresó a París, y en 1256 accedió al grado de maestro en
Teología, en un ambiente de grandes tensiones en la universidad por el derecho
a la dotación de una segunda cátedra de los dominicos y la polémica
antimendicante. Intentó excusarse por su
escasa edad y falta de preparación, pero le insistieron en someterse a la
prueba de acceso.
En medio de sus
grandes temores, tuvo lugar el episodio
del sueño (¿o visión?): un anciano se le aparece en sueños y le dice que no
tema, porque Dios le ayudará a llevar la carga de ser maestro, y que escoja
como tema de la lección el Salmo 103, 13,
sobre la sabiduría divina: “Rigans
montes de superioribus”: “Tu regaste las
colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras”.
Del mismo modo que la lluvia riega las montañas desde lo alto y forma ríos, que
fluyen hacia los valles y fecundan el suelo, así también la sabiduría espiritual
fluye de Dios a la mente de los oyentes por mediación de los profesores. (A esa imagen acudía también san Josemaría, al comentar la tarea que deben asumir los intelectuales: ver por ejemplo aquí ).
Tomás puso en ejercicio sus extraordinarias
cualidades para el trabajo intelectual. De poderosa memoria, retenía cuanto hubiera leído una sola vez. Tenía gran capacidad de abstracción. Cuando se concentraba en una idea o buscaba
la solución a un dilema, lo hacía con
tal intensidad que perdía la noción de cuanto
sucedía a su alrededor. Para acelerar el trabajo de preparación de textos, y
también por su letra poco legible, disponía de secretarios, y era capaz de dictar simultáneamente hasta a
cuatro de ellos, sobre temas distintos y
sin perder el hilo de cada dictado.
Entre 1252 y 1273 realizó
prácticamente toda su monumental obra escrita. Tan poco tiempo (21 años, de los 49 que vivió), indica una
intensa laboriosidad, sobre todo
teniendo en cuenta los escasos medios de la época. Especialmente desde 1269 fue
consciente de un modo más profundo de la urgencia de intensificar el apostolado de la doctrina. Se volcó de
tal manera que “estaba continuamente
ocupado en enseñar, en escribir, o en
predicar o en la oración, consagrando el menor tiempo posible a comer o a
dormir”. Fue opinión común de quienes le conocieron que “apenas había
desperdiciado un solo momento de su vida”.
Esa titánica intensidad,
mantenida especialmente en los últimos cinco años, le llevó probablemente a la extenuación.
Algo sucedió el 6 de diciembre de 1273 que cambió su vida. Durante la Misa se sintió
súbita e intensamente mente conmovido.
Después de la Misa ya nunca más escribió ni dictó. “Todo lo que he escrito, me parece como paja comparado a lo que ahora se
me ha revelado”, dijo a su secretario y confesor, Reginaldo. Poco después,
el 7 de marzo de 1274, fallecía.
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Weisheilp realiza un extraordinario trabajo de contextualización del momento histórico. Tanto las ideas como las
personalidades de la historia sólo pueden ser comprendidas dentro del contexto
de los tiempos en que se desarrollaron. Muchas tergiversaciones y
manipulaciones ideológicas de nuestro tiempo, especialmente las relacionadas
con la historia de la Iglesia, tienen su origen en la falta de
contextualización, intencionada o perezosamente omitida.
Por ejemplo, es sabido que en el
siglo XIII la Cristiandad estuvo sumergida en una confusión entre los planos político y espiritual. Tomás respondió con
claridad a esa confusión, en un doble plano:
a) doctrinal:
el papa, en virtud de su ministerio apostólico, es la cabeza espiritual de la
Iglesia, y nada más. Cualquier otra función política o mundana es un mero
accidente histórico, que puede faltar sin disminuir la naturaleza espiritual de
la Iglesia.
b) personal:
rechazó cualquier beneficio que le
mezclase en cuestiones de tipo temporal, que papas y eclesiásticos de la época
consideraban tarea ordinaria y propia de su ministerio.
Weisheilp realiza también un
gran trabajo de objetivación de las
fuentes, ajustando con realismo los
hechos a su grado de verosimilitud. No duda en dejar como interpretaciones simbólicas, o hechos
poco probables, algunos de los relatos de tono extraordinario que han llegado
hasta nosotros, si las fuentes no son suficientemente cercanas o fiables, al
margen de su buena fe.
La lectura de esta biografía
ayuda a repasar cuestiones filosóficas y metafísicas que están en la base de la
teología, que resultan imprescindibles para avanzar sobre terreno sólido en el
saber teológico.
La gran aportación de
Tomás es la metafísica. Hay algo en
el universo que no es material. Si podemos decir esto, o sea, si podemos decir
que “no todos los seres son materiales”,
entonces surge un nuevo sujeto que se debe estudiar, que no pueden estudiar ni
las matemáticas (que abstraen la
materia para estudiar la materia inteligible, esto es, una cantidad mental que
solo existe en la mente) ni las ciencias
naturales (que abstraen la naturaleza de una especie para hacer leyes sobre
hechos universales y no sobre individuos concretos). Eso sucede con la
felicidad, con el amor, con Dios…
Tomás insiste en la racionalidad
de la fe. Aprender, estudiar y
llegar a ser expertos en las ciencias sagradas, es el medio esencial para el apostolado
que el cristiano debe hacer en servicio de la Iglesia y de las almas. El estudio asiduo de la Verdad divina es requisito
del apostolado de la doctrina. Contemplar
a Dios en la oración y en el estudio, para dar a otros los frutos de esa contemplación.
Para Tomás, siguiendo la
costumbre de la época, la mejor forma de enseñar la Sagrada Escritura consiste
en las tres etapas básicas: lección+disputa+sermón. Nada es plenamente comprendido y fielmente predicado si no es primero
masticado por los dientes de la disputa. El maestro, y los alumnos, deben
estar preparados para mantener un intercambio de argumentos razonables, para extraer la mejor interpretación de los
pasajes de la Escritura.
En De rationibus fidei explica
que la meta del misionero no debe ser demostrar la fe, porque podría ridiculizarla,
sino defenderla. El cristiano debe estar preparado para demostrar que la fe católica no puede ser racionalmente
refutada. No se puede demostrar, porque sería menospreciar una fe que nos
excede a nosotros y a los ángeles.
Sobre las 5 vías por las que
afirma que puede demostrarse la existencia de Dios, Tomás está convencido de que
sirven y han llevado incluso a Platón y Aristóteles y otros paganos a conocer
la existencia del verdadero Dios. Otra cosa es que estas pruebas puedan
convencer a todos, porque los
sentimientos entorpecen fácilmente el camino de la lógica.
Es interesante cuanto afirma
sobre la felicidad y el fin último del
hombre. La persona, teniendo libre albedrío y dominio de sus actos, puede
pensar que su último fin consiste en lo que no lo es: riquezas, honores, fama,
poder, bienestar físico, sexo, sabiduría
o alguna otra realización personal, cuando en verdad sólo Dios, la bondad increada, puede satisfacer
los más altos deseos del hombre. Dios es
el verdadero objeto de la felicidad del hombre. Aquí se puede recordar con
San Agustín: “nos has hecho para Ti, oh Señor, y nuestros corazones están
inquietos hasta que descansen en Ti”.
Aunque la escuela franciscana explica que el
fundamento de la felicidad es el amor, que es una actividad de la
voluntad, Tomás insiste en que el amor
deriva del conocimiento. Para que el amor no sea ciego, presupone
conocimiento intelectual. Por lo tanto, la
felicidad consiste en la contemplación, que desborda en amor y alegría.
Contrasta el intelectualismo tomista con el voluntarismo franciscano. Para
Tomás, la raíz de toda verdadera
felicidad consiste en la contemplación de Dios: aquí, a través de la fe; y
después por la visión facial. El hombre puede ser feliz en esta vida, pero sólo
si pone su meta en el conocimiento y amor de Dios.
Sin embargo, no hay que pensar
que la felicidad pertenece exclusivamente al conocimiento, que es una actividad
de la inteligencia, y menos en esta vida. En esta vida el amor puede aventajar
con mucho a nuestro conocimiento; pero sin algo de conocimiento el amor es
ciego. Por tanto, el elemento primario de la felicidad eterna es la visión
beatífica de Dios, que es una actividad intelectual.
La felicidad, dice Tomás, sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí
en la tierra el conocimiento de Dios es una plenitud parcial de la felicidad,
que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en
el objeto poseído: un estado de euforia
de la mente y del cuerpo que el hombre
disfruta imperfecta y esporádicamente en
esta vida, pero plenamente en la otra.
La felicidad en esta vida
requiere rectitud de la voluntad, esto es, una vida virtuosa; y además la salud
del cuerpo, un mínimo de bienes
temporales y la compañía de amigos.
La amistad es un don de Dios, que no
puede ser ni forzada, ni comprada, ni exigida. Debe ser acertada y atesorada, porque
es parte de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo, donde
disfrutaremos de la compañía de los santos.
Tomás sabía ser contundente cuando
lo exigía la verdad. Por ejemplo, en Contra
retrahentes se muestra implacable con “la enseñanza perniciosa y errónea”
de algunos maestros que intentaban disuadir a los jóvenes de la vida
religiosa, alegando la corta edad. Muestra su admiración ante los padres que
facilitan la vocación de sus hijos desde pequeños, “porque las cosas que
aprendemos en la niñez se nos graban más firmemente en nuestro interior”.
Pensaba seguramente en su propia experiencia. Usa palabras fuertes: “Si alguien desea contradecir mis palabras…
que no lo haga parloteando ante los muchachos, sino que escriba y publique sus
escritos, para que personas inteligentes puedan juzgar lo que en ellos hay de verdad, y puedan ser capaces de impugnar
lo que es falso con la autoridad de la verdad”.
Para Tomás los
salmos recapitulan toda la teología. En sus comentarios al Salterio (Salmos
1 a 54), explica que los salmos alaban todas las obras de Dios, el opus dei: la
creación, el gobierno, la reparación, la glorificación. Como todas las obras de
Dios se refieren a Cristo, la materia de
los salmos es Cristo y sus miembros. “Todo lo referente al fin de la
Encarnación está expresado claramente en esta obra, de modo que casi parece ser
un Evangelio y no una profecía”. “El
salterio contiene la totalidad de la Sagrada Escritura”, porque la obra de
glorificación y todas las otras obras de Dios se reconocen claramente en ellos.
Tomás admite que los salmos
tienen un sentido literal, se refieren a la historia judía. Pero afirma que
para el cristiano es más importante el sentido
espiritual, en el que personas, cosas y sucesos significan a Cristo o a su
Iglesia en la tierra o en el cielo. El sentido espiritual del Antiguo Testamento
es más relevante para el culto y la vida personal del cristiano que el sentido
literal.
Se desprende también de la
lectura de esta biografía la importancia del conocimiento del latín. Gran parte de la teología consiste en saber qué se
puede decir y qué no se puede decir para preservar la verdad de la Revelación. A
veces los problemas que se plantean son de gramática
latina al servicio de la fe. Por ejemplo, unus (uno) se dice de Cristo,
pero no unum (neutro). De ahí la importancia que la Iglesia siempre ha
dado al uso del latín, que permite expresar conceptos con un significado preciso
e indistinto para todos, sea cual sea el idioma particular de cada uno.
El libro incluye un catálogo breve de 101 obras auténticas de santo
Tomás, sobre las que también realiza un importante esfuerzo de datación y
verificación.
Para saber más, consultar el blog del profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra. Es el portal de internet más completo sobre el Aquinate.