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miércoles, 7 de abril de 2021

Resurrección

 


Torreciudad, mosaico de la Resurrección del Señor


Resurrección

 

        ¿Es razonable la enseñanza sobre la resurrección contenida en la revelación cristiana? Sin duda la respuesta no puede venir sino de la mirada dirigida a Jesucristo, que nos muestra que la resurrección es razonable.

 

Pero se trata de un don, que el hombre no puede alcanzar por sí mismo. Un don que llena de sentido nuestra vida, y que está relacionado con la dimensión espiritual de nuestro ser.

 

En su libro Ciencia y fe, nuevas perspectivas, publicado en 1992, el científico y filósofo Mariano Artigas aportaba evidencias acerca de la nítida dimensión espiritual de la persona, que a diferencia de otros seres posee una interioridad irreductible a las condiciones materiales.

 

A través de su inteligencia y su voluntad, la persona trasciende el ámbito de lo material, y en su actividad consciente manifiesta sus dimensiones espirituales. “El propio progreso de la ciencia experimental es un ejemplo de ello. La actividad científica, sus métodos y resultados, sus supuestos (…) muestran que la persona trasciende el modo de ser de los entes naturales.

 

El ser humano posee unos rasgos distintivos propios, inexistentes en otros seres de la creación: la personalidad y la capacidad de amar, la interioridad y la autorreflexión, el sentido del tiempo y la capacidad de abstracción, la inventiva, la capacidad de comunicarse y usar el lenguaje, el sentido de la verdad y de la ética, de lo que está bien y está mal… Son dimensiones únicas en el ser humano.

 

Sólo en la persona humana se ha producido (por la acción divina, como sabemos por revelación y podemos intuir por la razón) un ser que posee unas dimensiones que trascienden la naturaleza, sin dejar de pertenecer a ella.

 

John Eccles, Nobel de Medicina en 1963 por sus trabajos sobre el cerebro humano, afirmaba que el materialismo es ciego con respecto a los problemas fundamentales que surgen de la experiencia espiritual, no consigue explicar nuestra singularidad. “Cada alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta sostenible.”


Dios da continuamente el ser a las entidades naturales, haciendo que funcionen de acuerdo con su modo de ser propio. Pero en el caso del hombre, los efectos de la acción divina sobrepasan el nivel material y constituyen un ser que participa de la espiritualidad propia de Dios. El hombre es un ser único, que abarca a la vez dimensiones espirituales y materiales.

 

Por eso la supervivencia después de la muerte resulta lógica y coherente, no es sólo algo que sabemos por la revelación de Dios a los hombres. Es lógica, porque la singularidad humana es patente; sus dimensiones espirituales se reconocen fácilmente; para quien piensa con rigor, también es patente la acción divina, que da el ser a todo lo que existe; la propia experiencia nos dice que la relación especial del hombre con Dios no se da en las criaturas inferiores; es coherente que no sería propio de la acción divina la aniquilación, que contradice las tendencias que Dios ha puesto en la persona –perpetuarse, anhelo infinito de felicidad, de amar y ser amado, capacidad de compromiso, sentido del bien y del mal- y su dimensión espiritual, que le da capacidad de subsistir con independencia de las condiciones materiales.

 

Pretender explicar al hombre prescindiendo de Dios es meterse en un callejón sin salida, afirma Artigas: la espiritualidad humana se encuentra íntimamente vinculada con la acción divina en el mundo, y especialmente con la acción de Dios en el hombre. Sin Dios, el sentido de la vida se convertiría en un misterio incomprensible.

 

Artigas recuerda al psiquiatra Juan Antonio Vallejo–Nájera, que en su libro “La puerta de la esperanza”, escrito poco antes de su muerte, quiso dejar constancia de su convencimiento de que la muerte es una puerta abierta a la esperanza, cuando se saciarán los anhelos de nuestra alma: el anhelo de justicia, pero sobre todo de sentirnos comprendidos,  acogidos y amados: “Dios es misericordioso, eso los psiquiatras lo comprendemos muy bien, porque también tenemos que serlo ante las aberraciones que pasan por nuestras consultas. Y Dios, que es mucho más sabio, lo entenderá y comprenderá mejor.”

 

Es al otro lado de esa puerta donde el bien que hayamos hecho recibirá su recompensa.“El hacer bien siempre es gratificante, pero al añadirle ese sentido de ofrecimiento a Dios, se convierte en un gozo." Es así, con ese deseo actualizado de hacer el bien, y de hecho hacerlo, como el más allá que enseña la religión cristiana se convierte en un más acá, un anticipo de lo que será el Cielo, que es la promesa de algo totalmente nuevo, pero que responde a un anhelo profundamete arraigado en nuestro ser.


Sí. Jesucristo resucitó, y nosotros también resucitaremos (cfr. I Cor, 15, 13).




jueves, 22 de agosto de 2019

Historia de la Iglesia


Historia de la Iglesia (I). Joseph Lortz



Para un hombre de fe, la historia de la Iglesia es la historia de la acción de Dios entre los hombres. Por eso, estudiarla tiene algo de sobrecogedor. Hay que acercarse a los hechos históricos con veneración, una veneración que acentúa el deseo de rigor y conocimiento de la verdad tal y como fue, libre de prejuicios y lugares comunes.

Es lo que logra Joseph Lortz en este trabajo histórico,  en el que se percibe tanto su amor a la Iglesia fundada por Jesucristo  como un rigor científico indudable. Su análisis de los sucesos viene acompañado de datos relevantes para la comprensión de la historia.

Anoto algunas ideas y comentarios que me ha sugerido la lectura de este primer tomo de su trabajo, que me ha parecido muy recomendable para quien desee conocer mejor la historia de la Iglesia.


Una misión encargada por Dios mismo

Durante 3 años, Jesucristo formó a sus doce apóstoles para que fueran capaces de realizar una misión: “Id por todas partes y anunciad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

Esa misión superaba con creces la capacidad humana de aquellos Doce. Por eso les envía el Espíritu Santo, que conducirá a su Iglesia. Pero, parafraseando a Benedicto XVI, lo único que el Espíritu Santo garantiza es que el daño que ocasionemos los hombres a su Iglesia no sea irreversible.

Debe dar mucha serenidad al cristiano, en medio de las deficiencias propias y ajenas, contemplar ese empeño de Dios: la Iglesia no es un invento humano. Late en ella el corazón omnipotente y misericordioso de Dios, que ha depositado en su Iglesia todo lo que el hombre necesita saber sobre el sentido de su vida, sobre cómo ser feliz en la tierra y para siempre en el cielo.


La historia de la Iglesia es la historia de lo divino en la tierra

Mediante la Encarnación de Jesucristo, Dios mismo ha querido participar en la historia humana. Por eso la Iglesia no cesará de extenderse, generación tras generación. Se mueve guiada por la voluntad salvífica de Dios, que gobierna el mundo y hace que incluso el error de los hombres sea útil para su designio salvador. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.”


Lo mejor de la historia de Occidente se debe a la Iglesia

Tal vez la prueba más palpable de la divinidad de la Iglesia estriba en que todos los pecados e infidelidades de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruirla. De todo don de Dios se puede abusar.  Incluso el papado puede abusar de su poder espiritual por afán de dominio o de placer. Pero el papado está amparado por una promesa de asistencia, y aun cuando cometiese errores no se verá afectado en su esencia.

El reconocimiento de esos errores en la historia –donde hay personas se cometen errores- no debe impedir reconocer también un hecho patente: lo más óptimo de la cultura actual de Occidente ha surgido de la Iglesia, ha crecido alimentada por sus raíces cristianas en un terreno fecundado por el Evangelio. Aunque en ocasiones esa misma cultura se haya vuelto hostil a la Iglesia, que la ha hecho posible.

De la Iglesia procede el sentimiento fraterno entre los hombres, la igualdad del hombre y la mujer,  el deber de cuidar a los más débiles y desfavorecidos (¡son el mismo Jesucristo!), la separación del poder civil y religioso (“dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”), la igualdad ante la ley y la justicia, el derecho de gentes, la conciencia progresiva de la libertad humana, porque es un don de Dios que el mismo Dios respeta…

Son sentimientos que no quedaron en deseos teóricos, sino que a lo largo de la historia fueron cuajando  en obras concretas: asilos, hospitales, universidades, centros de enseñanza y alfabetización, dispensarios, instituciones para viudas y huérfanos, gremios profesionales, garantías procesales,...

El Evangelio actuó como un gran dinamismo civilizador, porque dotaba a los hombres de sentido para sus vidas, de confianza en un Dios providente y amoroso que invitaba a construir relaciones fraternas con los demás hombres, a perdonar y así hacer posible la paz, a confiar  en su propia capacidad de conocer el mundo y de mejorarlo…


Poder transformador del cristianismo



Constantino (272-337) conocía la descomposición interna del Estado en el Imperio Romano. Había vivido en Asia Menor, que en su época era el país más cristiano del mundo, y conocía la gran potencia transformadora del cristianismo, al que se había adherido lo mejor de la intelectualidad del momento.

¿Qué tenía la Iglesia, tan pobre en los primeros siglos de su existencia, que atrajera a tantos? Desde luego la acción de la gracia de Dios y el fuego apostólico de los primeros cristianos. Pero quizá la Iglesia pudo superar al paganismo porque durante sus primeros siglos  se centró sobre todo en su íntimo núcleo, llenándose así de poder de irradiación.

Precisamente porque sentía la necesidad de distanciarse de costumbres paganas que chocaban con las enseñanzas de Jesús, la Iglesia “creció para adentro”, en santidad de sus miembros. Y la santidad, si es auténtica, irradia.


Separación de política y religión: logro histórico y problemática evolución

Con el Edicto de Milán (313) el emperador Constantino reconoce la libertad para elegir religión, y por primera vez los cristianos gozan de libertad para practicar su fe. El Estado reconoce que en la vida social existen dos esferas autónomas: política y religión, Estado e Iglesia. Es lo que Jesús había enseñado: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 21).

Ese decreto, que por primera vez en la historia declara la libertad de conciencia, tendrá enormes repercusiones históricas. El edicto no significó que ya estuvieran garantizadas ni la libertad de conciencia ni la plena separación de poderes, pero abrió la puerta a una tarea que a lo largo de los siglos se ha ido abriendo paso. Aun hoy sufre tensiones en su realización práctica.

Con su arriesgada decisión, el emperador Constantino se puso del lado del futuro, aunque seguramente no preveía el gran impacto que supondría esa libertad, que en breve dio lugar a situaciones impensables en tiempos antiguos.

Por ejemplo, en el 494, el papa Gelasio I escribe al emperador Anastasio para decirle taxativamente que el poder espiritual es completamente independiente del poder temporal.  Esto al hombre antiguo no se le habría ocurrido ni pensarlo, porque desde siempre el poder espiritual estaba plenamente sometido al poder civil, que reclamaba para sí la máxima autoridad espiritual.

                  San Ambrosio impide al emperador entrar en la iglesia

Cuando san Ambrosio, en el año 390, excomulga al emperador Teodosio por haber ordenado una matanza en Tesalónica, y se atreve a prohibirle la entrada en una iglesia, y le impone una humillante penitencia, descubrimos la enorme potencia espiritual de la sacralidad cristiana, impensable en época pagana.


Primado del obispo de Roma y poder temporal

El primado del obispo de Roma actuó como garantía de libertad espiritual para la Iglesia. Mientras el Patriarca de Constantinopla estaba cada vez más aterrorizado por el poder del emperador, el primado del obispo de Roma sobre los demás obispos significaba la preservación de la libertad de la Iglesia. 

Sin Roma, desde el punto de vista histórico, no se hubiese dado a la larga un gobierno autónomo espiritual de la Iglesia. Esa autonomía fue posible gracias a que en Roma se había introducido la separación del poder político y del religioso, dos esferas de la vida  que deben avanzar en armonía y colaboración, pero sin intromisiones.

Mientras hubo colaboración, el Occidente cristiano estuvo lleno de vigor. Cuando desde el siglo XIII esa conjunción se vio amenazada, comenzó a desordenarse el cimiento del Medioevo.

Todas las anomalías de la Edad Media (simonía, dependencia de la Iglesia del Estado, secularización de los obispos, injerencias del emperador en la vida canónica…) fueron en su mayoría consecuencia de la mezcla de poderes, sin la suficiente separación ni coordinación de ambas partes para un servicio recíproco efectivo. Más bien, cada una trató de imponer su hegemonía sobre la otra, preparando las bases de lo que fue después una separación hostil.


Juicios ahistóricos

Pero incluso en esas circunstancias de confusión no hay que ser demasiado rápidos para emitir juicios sobre lo acertado de las decisiones que se tomaban, porque los juicios pueden ser  ahistóricos si se prescinde del contexto.

Por ejemplo, es el caso de las críticas al poder temporal del papado. Hoy nos parecen altamente razonables, pero sin el poder político de los papas, incluso cuando detrás de ese poder hubiera intereses personales, los continuos ataques de los ambiciosos poderes nacionales (como Francia, Inglaterra o Alemania) hubiesen quebrantado la unidad de la Iglesia en esos países.

Esos poderes nacionales con frecuencia pusieron al servicio de sus intereses y contra la Iglesia toda su capacidad jurídica, publicista e incluso teológica. Ellos dieron origen a muchas leyendas negras que falseaban la realidad y beneficiaban a sus intereses, aunque para ello tuviesen que atentar contra la unidad de la doctrina católica.


La Edad Media

En medio de todas las tormentas que provocaron las invasiones bárbaras, que en sucesivas oleadas destrozaron la antigua y ya decadente civilización romana (entre el año 375 y el 700), la Iglesia fue la salvadora de la cultura y el refugio de los pobres.

                    El Papa León I el Magno logra frenar a Atila

Fueron los obispos quienes permanecieron en sus puestos cuando todos huían. Los obispos conseguían y repartían el grano, cuidaban a los más débiles y abatidos, infundían ánimo a quienes se vieron abandonados a su suerte, hacían frente a la desesperanza, y tendían la mano civilizadora a los bárbaros invasores, jugándose la vida.

El efecto final de las invasiones fue la ruina de la antigua civilización romana, ya en vías de descomposición desde hacía tiempo por hastío vital y por un fuerte descenso de la población. Y fue entonces cuando apareció el aspecto “medieval” en Europa, que era el aspecto que traían los invasores bárbaros, incultos y de costumbres salvajes.  
Sobre esa ruina física y cultural bárbara de los primeros siglos del medioevo es sobre la que los hombres de Iglesia comenzarían a edificar las bases de lo que llegaría a ser la civilización de Occidente, la más grande que jamás haya existido sobre la tierra, de la que aún somos deudores.


La Edad Media fue una Edad luminosa



Edad Media”, afirma Lortz,  es un término despectivo inventado siglos después por humanistas presuntuosos, para descalificar el período de la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento, en que habría reaparecido la cultura, según ellos.

Pero esa época medieval, que llegó a entenderse a sí misma como el “orbe cristiano”, no sólo realizó una gran obra cultural, sino que sin ella no habría surgido el Renacimiento.

Quizá uno de los más grandes logros espirituales y sociales de la Iglesia en la Primera Edad Media fue la erección de parroquias rurales. Hoy no nos damos cuenta de lo que aquello significó para culturizar y cohesionar al pueblo.

El párroco era un hombre instruído espiritualmente, preparado para predicar la revelación cristiana, y estaba en continuo contacto con las gentes  del campo, que no tenían instrucción ninguna: fueron entre ellos un foco de luz y calor para esa naciente cultura occidental, en la que se empezaban a sentir no como salvajes aislados, sino pertenecientes a una familia: la de los hijos de Dios, hermanos entre sí por tanto.

Con muchas deficiencias y costumbres bárbaras aún, por supuesto, pero la Iglesia depositaba en sus mentes y en sus almas la semilla civilizadora del Evangelio.


Promotora de civilización


                                 
Cuando Benito de Nursia (480-547) estableció su regla, incluyó el voto de stabilitas loci: compromiso de permanecer en el mismo monasterio. Esto, junto al lema de ora et labora, que llevaba consigo el trabajo manual y el intelectual, convirtió a los monasterios en promotores de civilización en terrenos hasta entonces no cultivados, generadores de economía y de ciencia, y por supuesto de religiosidad.

Los monasterios configuraron el mundo no sólo para la Iglesia, sino también para el Estado y para la ciencia, y fueron tomados como ejemplo por los pueblos bárbaros germanos.

Es significativa una constante en la historia de la Iglesia: en los momentos de mayor oscuridad espiritual o moral, siempre han surgido movimientos renovadores, que han crecido lenta y firmemente, arrancando desde el silencioso trabajo de pequeños círculos de personas



Cluny, en el siglo X, es un claro ejemplo, entre muchos otros a lo largo de la historia y hasta nuestros días.


Conversiones masivas de los pueblos germánicos

Pueblos enteros germánicos se convirtieron al cristianismo, en masa, siguiendo a sus reyes. Desde luego, raras veces eran capaces de darse cuenta teológica del contenido de la fe que abrazaban.

                    Conversión de los bárbaros


Si convertirse, según el Evangelio, significa ante todo metanoia, cambio del modo de pensar, es claro que en una conversión masiva ese cambio corre el peligro de ser insuficiente. Y lo confirma la historia de la vida religiosa en los primeros siglos cristianos del medioevo.

Pero igual de malo, o peor, fueron otras conversiones “ilustradas” cuando se guiaban por falsas interpretaciones del cristianismo, como las judaicas o gnósticas, muchas veces causadas por malas traducciones del Evangelio.

Las conversiones en masa requirieron un proceso lento y paciente de asimilación auténtica de la fe hasta que se hiciera vida, tarea que por otra parte todo cristiano sabe, o debería saber, que no terminará nunca.

Pero esas conversiones masivas tenían la ventaja de poner de manifiesto la unidad de la comunidad. La fidelidad del séquito a su rey, siguiéndole incluso en la fe que abrazaba, era imagen de algo mucho más fuerte: la comunión de los santos.

Y es bueno recordar, según la enseñanza de Jesús, que la aceptación del reino de Dios no está reservada a los sabios, antes bien a los sencillos y humildes.


Unidad de la verdad y valores objetivos

Quizá pocos como san Agustín (354-430) han encarnado el espíritu cristiano. El obispo de Hipona une una piedad personalísima (la piedad de una mente genial y poderosa) con la fidelidad a la Iglesia (a su principio vital, que es Jesucristo, e inseparablemente al primado de Pedro, garantía de la unidad de doctrina).

                   Agustín de Hipona

San Agustín es modelo de la síntesis católica, que une a la conmoción personal y subjetiva la aceptación de unos valores objetivos. Nada tiene valor si tras ello no está el hombre interior que lo hace suyo. Pero el hombre interior no es la medida de sí mismo y de las cosas, sino que frente a él está indefectiblemente la única Iglesia fundada por Jesús.


Abusos

Frecuentemente encontramos en la historia de la Iglesia anomalías religiosas y morales. Pero son menos de lo que han querido hacernos creer las leyendas negras y otras manipulaciones históricas de quienes tienen a la Iglesia por enemigo a batir.

La mejor apologética, la única verdadera, es la verdad. Y eso exige constatar la realidad como es, con el esfuerzo de rigor técnico que merece el objeto de investigación. Sombras las ha habido, porque intervenimos personas. Pero la verdad exige que se tome en consideración todo el curso de las cosas, y no solo las sombras. Y tener en cuenta que lo malo hace más ruido que lo bueno. El mal es agresivo y chillón, y por eso permanece en la memoria de los pueblos. El bien es más discreto.

Lo más importante es que las anomalías siempre han sido vencidas y superadas por la Iglesia, y de ello se deduce que la santidad de la Iglesia es sustancial y no depende de la debilidad de sus miembros. La Iglesia es iglesia de pecadores, y en el curso de la historia a veces lo ha sido de forma trágica. Pero ¿en qué otra institución formada por hombres no ha habido errores? Y ninguna como la Iglesia ha estado dispuesta a reconocerlos y pedir perdón siempre que ha sido necesario.

Incluso en los tiempos más oscuros, Dios siempre ha regalado a su Iglesia santos para hacerla resurgir de nuevo. Santos en los que verdaderamente se instaura el reino de Dios en la tierra, que no consiste en un reinado humano, sino en la plenitud de la fe en los miembros de la Iglesia.

El Reino de Dios está dentro de vosotros”: ahí es donde Dios quiere reinar. Y después… pax Christi in regno Christi! En la medida en que Dios reine en cada corazón humano, reinará en el mundo.


Comprensión progresiva de la Revelación

Jesucristo nos trajo una revelación divina que nuestro entendimiento nunca podría haber encontrado por sí solo, y que incluso ahora no captamos en todo su pleno sentido. Ya lo anunció el mismo Jesús: nuestra capacidad intelectual, portentosa pero limitada, irá comprendiendo progresivamente las insondables riquezas contenidas en el Evangelio, con ayuda del Espíritu Santo. Por eso nos lo envía.  El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena.” (Jn 16, 13)

Incluso en esta tierra nunca conoceremos la plenitud de la verdad, aunque se nos dé conocerla poco a poco más claramente: “Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.” (1 Cor 13, 12)

El crecimiento del reino de Dios obedece a grandes leyes fundamentales, que es lo contrario de una fijación literal inicial de todos los detalles. Hay una evolución en la Iglesia: la prometida conducción a la verdad completa por el Espíritu Santo, que en el transcurso del tiempo llega a convertir en fórmulas explícitas revelaciones contenidas implícitamente y como en germen en la predicación de Jesús: son los dogmas.


Dogma y controversias

Las definiciones dogmáticas de la Iglesia (precedidas con frecuencia de duras controversias doctrinales durante los siglos V al VII) salvaguardaban el núcleo de la verdad cristiana, impidiendo la interpretación unilateral y herética, y el consiguiente empobrecimiento del contenido de la revelación.

                    Concilio de Éfeso

Los dogmas guardan íntegro para las sucesivas generaciones el depósito de la fe revelada por Dios. No significan rigidez teórica del cristianismo, sino un gran valor religioso, puesto que contienen la verdadera doctrina de salvación, que no es invento humano.

Los dogmas son garantía de unidad y fuente de confianza en los creyentes, y sólo se entienden por la fe en la especial asistencia prometida por Dios a Pedro y a sus sucesores.

Pero si el Espíritu Santo garantiza la verdad de lo declarado como dogma (hay muy pocos dogmas en la Iglesia, los justos e imprescindibles), no aprueba en cambio los usos y modos de los debates doctrinales que a veces precedieron a esas declaraciones dogmáticas, muy duros y con frecuencia mediatizados por la política, el odio o el egoísmo.

Esas controversias lesionaron el amor fraterno en nombre de la verdad, y por eso debilitaron la fuerza evangelizadora del cristianismo, lo disgregaron, y prepararon que el islam lo hiciera desaparecer en Asia Menor y otras zonas que habían sido cristianas desde la primera hora.

Si la historia está para enseñar lecciones, esta es una de ellas: el cristiano nunca puede olvidar que toda afirmación y todo conocimiento debe estar impregnado por el amor: “la verdad sea dicha con caridad.” (Ef 4, 15).


Herejías y escisiones

La base para valorar las escisiones que se han dado en la historia, y que aún perviven, es la explícita Voluntad del único Señor: no debe haber más que una única Iglesia y una doctrina, un único pastor y un único rebaño. Es la oración de Jesús al Padre: “Ut omnes unum sint!” (Jn 17, 2) “¡Que todos sea uno!” Una súplica de Quien conoce nuestra debilidad y nuestra soberbia, capaz de todas las enemistades y rupturas.

La unidad del cristianismo depende de la unidad de la verdad. Pero queda un atisbo de esperanza. El cristianismo no es solo una doctrina. Es fundamentalmente una Persona: Jesucristo. Por eso no hay separación absoluta cuando se mantienen la fe en Jesucristo, Señor y Redentor, Dios y hombre.

Eso explica que algunas de las ramas separadas por deformaciones de la verdad cristiana hayan seguido dando frutos y hayan permanecido. Y que debamos seguir rezando, con Jesús, por la plena unidad de su rebaño entorno al único Pastor.

La herejía no debe identificarse con maldad u orgullo. Muchas veces procede de un ardiente celo de personas con grandes dones naturales, que buscan personalmente la verdad salvífica correcta. 

Lo que evidencian las herejías es la limitación cognitiva del hombre. Para remediarlo estableció Jesús el primado de Pedro, y esa es la norma segura: ubi Petrus, ibi Eclesia.


Escándalos

Escándalos entre los cristianos hubo siempre, porque no siempre se guardaba el alto nivel moral exigido por la doctrina cristiana. Esto ya lo anunció Jesús en la parábola del trigo y la cizaña, y de los peces buenos y malos arrastrados por la misma red, o del invitado a la boda sin traje nupcial.

La Iglesia desde el principio tuvo en cuenta la mediocridad religiosa y moral de los hombres, y afirmó que a pesar de sus miembros indignos pervivía la santidad objetiva, ya que Dios mismo es su origen y protagonista.

Pero fue precisamente la vida ejemplar de los primeros cristianos, que chocaba con las conductas depravadas reinantes en el decadente imperio romano, lo que atrajo a los gentiles hacia la Iglesia.

Más que sus escritos y doctrinas, lo que atraía de los cristianos era su conducta y sus costumbres, porque la profesión de fe implicaba inseparablemente una renovación de la vida moral que se manifestaba en el estilo de vida: era un verdadero cambio de la manera de pensar.


Turbio origen de las leyendas negras 

Una de las fábulas contra la Iglesia consiste en asegurar que en uno de sus concilios (el de Macon, en el año 585) se negó que las mujeres tuviesen alma.

La realidad es más sencilla: uno de los participantes en el concilio pidió que no se empleara el término “hominem” para designar a las mujeres, pues “homo” significa varón, y no el genérico “hombre” que se solía usar para designar a toda persona, varón o mujer.

La falsa interpretación de esa precisión lingüística dio origen a una mentira extendida aún hoy entre algunos ateos militantes.


Europa se hizo peregrinando

Las peregrinaciones piadosas tienen su origen en el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, en su predicación ambulante en busca de los hombres, y en la tradición de acudir en peregrinación al templo, a los lugares santos.



Existe una honda conciencia en la persona de que la vida es un viaje hacia nuestro destino definitivo. Cada peregrinación es una imagen del viaje de la vida. Caminar hacia un lugar santo nos trae a la mente el caminar de la vida hacia el cielo, y la necesidad de implorar un buen camino.

Son lugares santos los que han sido bendecidos por la huella de Jesucristo, de la Virgen, de los Apóstoles o de los santos. Desde el momento en que Dios se encarnó en un tiempo y en un lugar determinado, ya es lícito creer que Dios ha querido santificar un lugar más que cualquier otro. El cristiano no sigue a unas ideas o a una doctrina, sino a una Persona que ha pisado nuestra tierra.

Por todo eso tienen sentido evangélico las peregrinaciones. Ya en el siglo IV tenemos constancia de la emperatriz Elena y la monja Egeria peregrinando a Tierra Santa.

            

Las romerías tienen su origen en el deseo de ir a Roma para visitar la tumba de san Pedro, y pronto pasaron a designar otras peregrinaciones, como a los lugares en que de modo especial se venera a la Virgen, que siempre ha estado presente en la vida de los cristianos.

Esas peregrinaciones, que transcurrían por itinerarios que desde todo el orbe cristiano conducían a Roma, a Santiago, a Loreto…, contribuyeron a hermanar a gentes de todos los pueblos y naciones que profesaban la misma fe.


El monacato y la renuncia al mundo

La renuncia al mundo enseñada por Jesús fue tomada en sentido literal y dio origen al monacato, que nació en Egipto en el siglo IV y de ahí pasó a Occidente. El monacato fue considerado como refugio genuino de la renuncia al mundo, entendida como expresión máxima del “sólo una cosa es necesaria” predicado por Jesús.

                    Cartuja de Porta Coeli, Valencia

Pero si eso era “lo más”, fácilmente se debería haber previsto que quien no seguía ese camino quedaba en un plano inferior en su coherencia cristiana. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que, de manera práctica, se entendiese el sentido de las palabras de Jesús, que a todos pide “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Esa máxima perfección a la que todo cristiano  debe aspirar, no podía significar que todos tuvieran que abandonar sus familias y trabajos (“el mundo”) para alcanzarla. Pero en la práctica así se entendió durante muchos siglos.


Santidad en medio del mundo

La llamada universal a la santidad, que por una luz especial de Dios fue predicada desde 1928 por el fundador del Opus Dei y más tarde recogida por el concilio Vaticano II, ha corregido esa falsa interpretación. La reciente exhortación apostólica del papa Francisco Gaudete et exultate ha recordado esa llamada de todos a ser santos.



Siempre hará falta el precioso testimonio de monjes y religiosos, que con su renuncia dan testimonio de qué es lo esencial y prioritario. Su presencia ha sido y será determinante en la historia de la Iglesia. 

Pero forma parte del designio de Dios que la inmensa mayoría de sus fieles, que son los laicos, descubran y asuman su misión en el mundo, sin salir de él, de sus familias, de sus trabajos, de su contribución a la construcción de una sociedad más justa. Los laicos tienen la misión de santificar el mundo desde dentro, para ordenarlo de nuevo a Dios.  Y de hacerse santos en el cumplimiento de esa tarea.


jueves, 24 de agosto de 2017

Luz del mundo: la Iglesia ante los retos de nuestra sociedad. Benedicto XVI




Luz del Mundo. Benedicto XVI. Peter Seewald. Ed. Herder



Joseph Ratzinger, como papa Benedicto XVI, responde en este libro a las preguntas que le formula el periodista alemán Peter Seewald, acerca de la situación del mundo y de la Iglesia, y los retos que debe afrontar la sociedad en los próximos decenios. 

Un libro que ilumina cuestiones que inquietan hoy a todos, como la estabilidad de los sistemas democráticos, las relaciones con el islam o los valores que deberíamos compartir. Anoto alguna de las ideas que me han parecido más importantes, aunque vale la pena leer el libro íntegro y con calma: forma la mente y enseña a razonar con rigor.


Presencia de Dios en el mundo

Vivimos en una década, afirma el Papa, decisiva para el futuro de la humanidad. ¿Cómo estamos preparando a la próxima generación para afrontar los problemas que le dejamos en herencia? La sociedad occidental corre  peligro de hundirse en el abismo si pierde de vista los valores sobre los que se ha fundado y han contribuido a su desarrollo. 

Si el cristianismo pierde su fuerza configuradora, ¿quién lo sustituirá? ¿Una sociedad civil arreligiosa, que no tolera la relación con Dios en su estructura? ¿Un ateísmo radical que combate los valores de la cultura judeo cristiana? ¿Hacia dónde se dirige una sociedad alejada de Dios?

El siglo XX nos ha mostrado qué se puede esperar del ser humano cuando no tiene a Dios presente. Los regímenes ateos de Oriente y Occidente llevaron al mundo a la ruina, en lo que alguien ha llamado un verdadero “réquiem satánico”: gulags, campos de concentración y exterminio, pueblos enteros arrasados…

Este es el reto: hacer presente a Dios, mostrarlo a las personas y decirles la verdad sobre los misterios de la creación, de la existencia humana y de nuestra esperanza, que va más allá de lo terreno.

La humanidad está ante una bifurcación: su destino se decide en la pregunta sobre Dios, si el Dios de Jesucristo está presente y es reconocido como tal, o si se le hace desaparecer. Todos los problemas que existen sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo.

Es urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. No un Dios cualquiera, sino un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que después será nuestro Juez. Sin este referente, si se extiende el ateísmo, la libertad pierde sus parámetros: todo es posible y todo está permitido.

Por eso es misión de la Iglesia, de cada cristiano, que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que si Dios desaparece, por muy ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad.


La cultura cristiana es la base del éxito y bienestar de Europa.

Ser cristiano es algo vivo y moderno, que configura y plasma mi modernidad. No es un estrato arcaico que retengo en paralelo a la modernidad. Se trata de una gran lucha espiritual para vivir y pensar el cristianismo de manera que asuma la modernidad correcta, y se aparte de las ideas contrarreligiosas.

¿Cómo es que cristianos creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga mayor eficacia política? Sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de vista a Dios. Y después, partiendo de la fuerza de su fe, puedan confrontarse con el secularismo y discernir los espíritus. Esa fe presente en el hombre como una fuerza interior debe llegar a ser poderosa en el campo público, plasmando el pensamiento público y no dejando que la sociedad caiga en el abismo.



                            


Verdad y valores: el hombre es capaz de encontrar la verdad

Se extiende una dictadura del relativismo,  que pretende que el yo y sus antojos sea la única medida. Es preciso tener la valentía de  decir que el hombre debe buscar la verdad, que es capaz de encontrar la verdad, que se nos muestra en esos valores constantes que han hecho grande a la humanidad.

Hay que tener la humildad de aceptar la verdad y dejarle constituirse en parámetro de nuestra vida. La verdad no se impone mediante la violencia, sino por su propio poder. Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad, no la impone, pero la hace visible.

La estadística (en sexualidad, por ejemplo) no puede ser el parámetro de la moral. Ya es bastante malo que la demoscopia sea el parámetro de las decisiones políticas, que se busque con avidez “¿dónde consigo más seguidores?” en lugar de preguntarse “¿qué es lo correcto?” El parámetro de lo verdadero y  lo correcto no son los resultados de las encuestas sobre cómo se vive.


La señal de la Cruz

¿Por qué el Estado se arroga el derecho a desterrar los símbolos religiosos? Si la cruz contuviese algo incomprensible o inadmisible se podría considerar. Pero el contenido de la cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través de su  sufrimiento, que nos ama. Es una afirmación que no agrede a nadie. 

Además, expresa una identidad cultural en la que se fundan nuestros países, que sigue configurando los valores positivos fundamentales de nuestra sociedad, en los que el egoísmo se acota y se hace posible una cultura de la humanidad. Esa expresión cultural que se da a sí misma una sociedad no puede ofender a nadie que no la comparta, y no debe ser desterrada.


Nueva intolerancia

Se extiende una nueva intolerancia, que quiere imponer a todos determinados parámetros de pensamiento. En nombre de una supuesta “tolerancia negativa” se quiere imponer que no haya cruces en los edificios públicos. Pero eso es suprimir la tolerancia, significa obligar a que la fe cristiana no pueda manifestarse de forma visible.

En nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia a modificar su postura sobre la homosexualidad o la ordenación de mujeres, y eso es tratar de que renuncie a su propia identidad, obligando a adherirse a todo el mundo a un parámetro tiránico de una nueva religión abstracta negativa.

En nombre de la tolerancia se quiere eliminar la tolerancia: es una verdadera amenaza. A nadie se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir esa nueva religión como la única obligatoria para toda la humanidad (Der Spiegel ha llamado a esa pretensión “la cruzada de los ateos”).

Las ideologías que extienden esa nueva intolerancia caricaturizan al cristianismo, presentan la caricatura deformada como algo pasado y erróneo, y a continuación, en nombre de una aparente racionalidad, pretenden quitar al verdadero cristianismo hasta el espacio para respirar.

Pero la religión católica ha liberado una gran fuerza de bien a lo largo de la historia. Una fuerza encarnada en personas como Francisco de Asís, Vicente de Paul, o Teresa de Calcuta. Las nuevas ideologías, en cambio, han traído una crueldad y desprecio del hombre antes impensable, porque se tenía todavía presente el respeto a la persona como imagen de Dios. Sin ese respeto, el hombre se absolutiza y piensa que todo le está permitido.


Felicidad

El hombre aspira a una alegría infinita, quiere placer infinito, y lo busca en la droga y el sexo. Pero donde no hay Dios no se le concederá, no puede darse alegría infinita. Y el hombre crea por sí mismo falsos infinitos que no satisfacen. Como cristianos, es urgente que vivamos y manifestemos que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios

Hemos de movilizar todas las fuerzas del alma y del bien para que contra esa acuñación falsa de felicidad se  levante la verdadera. Sólo así detendremos el circuito del mal y lo saltaremos.


                                  


Islam

El islam debe aclarar dos cosas en el diálogo público: las cuestiones relativas a su relación con la violencia y con la razón.

El ser humano está dotado de razón para acercarse a la verdad con su inteligencia, y está dotado también de libertad. Para acercar a alguien a la fe hace falta dialogar, expresar las propias ideas razonadamente, siempre con respeto a la libertad del otro,  sin recurrir a la violencia ni a las amenazas.

A los eruditos islámicos, incluso a los mejor dispuestos al entendimiento, les cuesta reconocer que la tolerancia comprende también el derecho a cambiar de religión. Dicen que quien llega a la verdad no puede retroceder.

Donde el islam domina, ve su identidad cultural y política como contraria al mundo occidental, y defensora de la religión frente al ateísmo y el secularismo. Esa conciencia de verdad tan estrecha se vuelve intolerancia, y hay lugares donde todavía el islamismo asocia la reivindicación de la verdad con la violencia.


Transformar el mal

Al mal no se le puede simplemente olvidar o apartar. Tiene que ser transformado desde dentro. Cristo asume el mal para transformarlo. Es lo que debemos hacer cada uno, con un espíritu de penitencia y compunción que nos lleve a: 1) reconocer el mal dentro de nosotros, 2) a pedir perdón, 3) a la conversión y a la lucha contra nosotros mismos, 4) a ser misericordiosos y perdonar y 5) a identificarnos con Jesucristo, que asume el mal de los demás para transformarlo desde dentro.


Fátima

Fátima es una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta.


                               


La Iglesia

La Iglesia es el lugar de la ternura de Dios, que no nos deja solos. Por ejemplo, la alegría y el recogimiento de cada Jornada Mundial de la Juventud me llevan a decir que allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos.

En este tiempo de escándalos se experimenta una doble conmoción: por la miseria de la Iglesia al ver cuánto fallan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo. Y al mismo tiempo por comprobar que, a pesar de la debilidad de los hombres, Jesucristo despierta en ella a los santos y no la deja de su mano, Dios actúa a través de la Iglesia.

En el mundo occidental decrece el número de cristianos, pero sigue habiendo una identidad cultural determinada por el cristianismo. Hay ateos de raíz católica, o protestante, que viven arraigados en el cristianismo y sus valores.

Nos encaminamos hacia un cristianismo de decisión, que hay que vitalizar y ampliar: personas que vivan y confiesen de manera consciente su fe.

Necesitamos islas en las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e irradien. Oasis, arcas de Noé, en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo. La liturgia es un ámbito de refugio. Y también las diferentes comunidades eclesiales, las prácticas de piedad, las peregrinaciones… Son ámbitos en los que la Iglesia brinda defensas y refugios donde hacer visible la belleza del mundo y donde vivir sea posible.


Nuestra predicación se dirige sobre todo hacia la plasmación de un mundo mejor, pero en cambio apenas mencionamos el mundo realmente mejor: que existe el Juicio, la Gracia y la Eternidad. Hay que hacer examen y encontrar palabras nuevas para hacer asequible estas verdades al hombre de hoy.

De lo que se trata es del mandato del Padre: esto es lo decisivo. “Y Yo sé bien que este mandato suyo es vida eterna.” Para eso vino Jesús al mundo: para que lleguemos a ser capaces de Dios, y así podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna. Él vino para comunicarnos la verdad, para que podamos tocar a Dios, para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida real, la que ya no está sometida a la muerte.